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1 de noviembre de 2024

lp--El día de los muertos, los no santos--ic


Hoy es el día de los muertos, otros lo llaman el de todos los santos.

Sinceramente no creo que hasta la fecha, desde que surgió el primer primate humano, se haya muerto ningún santo y mucho menos lo hayan enterrado; o como se dice hoy día: “reciclado”.

La verdad es que tanto me da, a pesar de tener una buena colección de muertos en mis recuerdos. Mi madre reiría por esta ocurrencia; pero no era santa.

Los santos son paradigmas de pobreza y humildad que el estado/dios inventó y sigue creando para que los pobres sientan orgullo de serlo y, no dejen de alimentar y cebar al estado/dios.

La chusma no piensa o no sabe que el cerdo o estado/dios tras haberse cebado debe ser degollado porque sigue comiendo mucho más de lo que ofrecerá ya muerto.

Pero la chusma no ve al cerdo, ve al caudillo, al presidente, al ministro, a un general, al rey, al papa/rabino/ayatolá.

Y el cerdo engorda y lo aplasta todo porque los santos no degüellan a nadie, sólo quieren vivir míseramente orgullosos, cobarde e inmóvilmente humildes y celebrar a sus “santos” con ese infantilismo adulto tan propio del retraso mental o enfermedad neurodegenerativa.

Así seguirán con su orgullosa y patética humildad hasta que sea perentorio matar al cerdo o morir de hambre; pero en ese instante será tarde porque serán demasiado pobres y débiles para resistir el peso del cerdo.

Está bien, nada nuevo bajo el sol. Es algo cíclico, las guerras llegan, mueren los que deben y vuelven a adorar y cebar a un nuevo cerdo.

He visto a un árbol solitario alzar sus ramas esqueléticas al cielo otoñal, clamando la desdicha de su desnudez. Otro invierno que llega, otra prueba de muerte.

Tal vez no sea capaz de cubrir con hojas sus ramas en la próxima primavera.

Está muy lejos de pensar en los santos y el cerdo.

Le he deseado buena suerte aún que está vivo.



Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.

13 de enero de 2020

La impúdica rama


Si fuera árbol, tal vez lo sea, no lo sé… Y tú caminaras con toda tu brutal sensualidad en la soledad y el desamparo de la fría noche, extendería mi impúdica rama preñada de deseo para atraparte, para llevarte a mi húmeda y desenfrenada oscuridad. Llenarte toda de mí en una blasfema comunión pagana. La hostia, mi semen humeante prendido como gotas de nácar en tu monte de Venus.
Y el agua del río formando un sereno canto de tragedia…
Cubrir toda tu piel, meterme en todo cuerpo por todos los huecos…
Un árbol-bestia rugiente, follándote carne y espíritu tan profundamente como el amor y su imposibilidad corren por mi savia.
Rasgarte vestiduras y lacerar tu piel hasta que tu gemido se convierta en suspiro y entre mis fuertes ramas, te vengas, te corras y maldigas mi pornográfico y terrible amor violento e impúdico. O tal vez, que mi corteza se abra sangrante con el rugiente acto de violarte.
Herirás hasta la sangre mis labios mordiéndolos con tanto deseo como puedo soñar… Ésta es mi voluntad, éste es mi sueño de humor espeso y blanquecino que mana de tu coño satisfecho en mi eterna oscuridad, con tu corazón latiendo entre mis ramas.
Y tu pensamiento, adueñándose de lo poco que queda del mío.
Al fin y al cabo, no tengo alma te la llevaste; la aspiraste con la primera mamada que me hiciste.
Y te necesito para tener algo de humanidad en esta soledad sin ti.
Tal vez sea un lobo, y tú una caperucita; pero te aseguro que no hay nada de infantil en ello.
Y la moraleja es tragedia de amarte.






Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.


19 de febrero de 2018

Forastero



No sé que pensar de este momento hermoso.
Quiero soñar que el árbol da gracias al sol con mensajes encriptados en volutas de vapor, en jirones de vida. Que lo invita a un trago de su propia savia por el calor necesario que le regala tras la noche helada.
Soy un extraño entre ellos dos, un pequeño ser que ve cosas más grandes de las que debiera. Porque estaría más tranquilo si no supiera de la inmensa vida de otras cosas y seres. No haría la mía tan ínfima.
Demasiado grandes en su poder y en su edad.
Grandes en sus vidas interestelares y profundamente clavadas en la tierra.
Soy tan efímero, tan desarraigado de todo…
He tenido un casual privilegio de estar tan cerca de ellos.
El planeta no habla conmigo, no soy parte de él. Solo asisto a encuentros de amigos de una forma accidental.
Mi pensamiento no trascenderá, no será vapor; al menos visible para nadie.
No habrá la huella de un tullido en la tierra que ha asistido, sin pretenderlo, a la charla de dos seres de una trascendencia inabarcable.
Mi piel se abrasa con el sol y se hiere con las cortezas de los árboles.
Mis piernas se rompen con chasquidos que no me dejan dormir cuando los evoco en el silencio y la oscuridad de la noche, cuando me enfrento a mi pensamiento.
Mis ojos padecen con los rayos del sol y el frío.
Hay una belleza letal en el planeta, hay una íntima complicidad que me hace forastero.
Y hay tanto tiempo que me falta vida.




Iconoclasta
Video y foto de Iconoclasta.