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17 de junio de 2012

Felicitadme, soy padre



Soy padre muchas veces, he tenido treinta y seis hijos. Veintiocho mujeres a las que he hecho madres (ocho repitieron).
Soy un pene incansable, unos testículos potentes.
Soy el padre semental.
He contribuido a hacer mejor la humanidad, a poblarla. Yo no planto árboles, ni escribo libros de mierda.
Yo solo follo y dejo preñadas a las mujeres.
Algunos de mis hijos han muerto, aunque no me acuerdo de cuales. Uno de ellos murió al poco de nacer con el corazón enfermo, me lo dijo la amiga de su amiga, de su amiga, de su amiga. No suelo hablar mucho con las madres.
Cuando tienes tantos hijos, el que mueran algunos no es un hecho extraordinario, carece de importancia. Lo importante es que nacieron y que salieron por los coños que penetré.
De la paternidad solo me interesa el proceso primero: eyacular, aliviarme, inundarlas con mi semen fértil que las hará fabricar un bebé en sus entrañas.
Es una cuestión de orgullo de macho.
A algunas de ellas no las forcé a tener hijos, querían ser madres y me querían. A otras les dije que era estéril y no tomaron precauciones. A otra las forcé, no creían que fuera estéril y se la metí cuando estaban ebrias, solo a cuatro.
Es increíble lo idiotas que pueden ser algunas mujeres.
Creo que doce abortaron.
¡Putas! Ahora contaría con cuarenta y ocho hijos.
Si ser madre es el milagro de la vida, el acto más bello e importante; para mí ser padre es una de mis más agradables aficiones junto con fumar y ver cine.
No conozco a mis hijos, no sé ni como se llaman. Sus madres les dicen que desconocen a su padre o bien que he muerto.
Soy soltero, tengo un don especial para la paternidad y espero que antes de los sesenta y cinco, pueda alardear de que tengo cincuenta hijos.
Es una cifra bonita: par, múltiplo de cinco y diez, divisible por dos, por cinco y por diez. A mí las matemáticas me tocan los huevos, solo me interesa ser padre, si soy bueno o malo, es algo que no considero. No me gustan las complicaciones.
Cincuenta… Una cifra hermosa de hijos paridos, de orgullo de macho.
Me masturbo de dos formas: evocando el momento en el que eyaculo en sus vaginas  e imaginándolas en el paritorio, abiertas de piernas con su dilatada vagina mostrando la cabecita de mi hijo.  Esta imagen última, provoca que hiera mi bálano con las uñas al eyacular sin apenas masajearme, como una descarga eléctrica que tensa todo mi cuerpo.
Una pesada carga de leche pringa mis dedos…
Un día me dijeron: “Estoy embarazada”. Yo respondía: “Es tu problema”. Ellas solían contestar con los ojos reventones a llorar: “Cerdo, hijoputa”.
Si tuviera el más pequeño deseo de conocer a un hijo mío, cualquiera de ellas no lo permitiría.
Pero criar y educar a mis hijos no me haría padre, eso me haría santo varón. Me convierte en padre haberles dado la vida. Soy un macho en estado puro, predador y reproductor.
Con el tiempo, de una forma anónima seré homenajeado por mis hijos en agradecimiento a la genética que les he regalado. Con el mismo entusiasmo que sus madres desearían borrar toda huella de mí en ellos.
Y si alguna hija mía quisiera ser madre, no me importaría ser también abuelo.
Felicitadme, me lo merezco, soy padre. Muchas veces.







Iconoclasta




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14 de junio de 2012

La biblia vs Hitler



No es la biblia la que cuenta cosas interesantes, es la persona enferma de fe que la recita con convencimiento dogmático e iluminado, la que le da algo de impacto e importancia filosófica.
Un libro que de tan aburrido, necesita ser interpretado no es un libro, es simplemente una ignorancia perpetuada.
Hitler era un ejemplo de predicador perfecto, podía leer mierda e iluminar los ojos de millones de hambrientos y envidiosos alemanes en su momento. Sobre un montón de mentiras y una enaltecida ignorancia creó un imperio que puso en guerra al mundo por cinco años y metió en mataderos industriales a más de seis millones de inocentes.
Este sujeto al igual que los clérigos y los sacerdotes o brujos de cualquier religión, era consciente de las mentiras y la basura que narraba en discursos; pero no permitía que se emitieran filmados en los noticiarios de los cines, ya que se le reconocía (fuera del enardecimiento que provocaba en directo), su patética oratoria y sus gestos de deficiente mental. En los documentales de época, sus poses y ademanes causaban risa en los espectadores.
Con la biblia pasa lo mismo, no tiene interés, no tiene estilo literario ni fundamento lógico alguno. Es algo que debe leer un profesional para causar algo de impacto en la peña.
Y la peña, como muy instruida no es, sigue escuchando las parábolas como si fuera la gran puta verdad. Más o menos como los refranes para los palurdos.
Vamos, es para partirse el rabo cuando alguien dice sobre una leyenda: “es histórica, sale en la biblia”.
En verdad os digo, hermanos, que toméis entre vuestras manos una revista porno que es mucho más clara, directa, amena y mejor redactada literariamente.

Buen sexo.










Iconoclasta

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7 de junio de 2012

El arqueotelescopio


Triojidanius observa el cosmos desde el asiento de vigía de la antena de comunicaciones.
Un pequeño asteroide pasa veloz trazando una estela plateada a medio millón de kilómetros al este de la nave, provocando con su turbulencia una corriente de gases inertes que agita sus antenas, formando pequeñas gotas de hielo de amoníaco en su exoesqueleto verdinegro. Acaba de despertar de su periodo de descanso.
Necesitaba salir al espacio exterior antes de proseguir con su trabajo en la estación orbital y sentarse frente al acuocular del arqueotelescopio. Le gusta sentir el frío del vacío en su recubrimiento queratinoso antes de trabajar. Sus mandíbulas enormes y fragmentadas en tres piezas, se abren y cierran dando chasquidos que no se propagan por el espacio, expulsando una baba espesa que se convierte en filamentos que no llegan a congelarse; una telaraña caótica que avanza ondulándose como las medusas en el mar. A su mente llega el pensamiento de su pareja, en la estación. La hembra provoca impulsos eléctricos en sus antenas: es hora de empezar a trabajar.
Antes de pulsar la liberación del cinturón de sujeción del asiento y desplegar sus élitros de quince metros de envergadura, gira su cabeza ciento ochenta grados con lentitud y los dos puntos negros de sus enormes ojos verdes intentan adentrarse más allá de la cosmogonía del Primigenio Artrópodo. Conoce bien aquel conjunto de planetas y las inusitadas ondas psico-luminiscentes que de allí proceden, traduciéndose en imágenes y sensaciones que le contagian algo que no puede definir; pero provoca que hiera sus ojos al acariciarlos con sus patas erizadas de púas para calmar cierta ansiedad. Cierta pena. Las lágrimas, siempre se contagian aunque no se tengan glándulas lagrimales.
El humano piensa a menudo en ello: en penas y alegrías; pero sobre todo en la melancolía. No entiende sus palabras, no puede asimilar ningún lenguaje; pero los artropocarios son excelentes analizando y decodificando las ondas mentales de cualquier ser del universo. Mimetizándose con los estados de ánimo ajenos, es la única forma de entenderlos.
Cuando accede al interior de la nave por la esclusa, la hembra lo recibe lanzándole sus peligrosas patas como amenaza por su demora. Sus mandíbulas se mueven veloces provocando un chirrido agudo que rebota por el metal de la nave molestando el único oído de su tórax.
Toma asiento en la espaciosa y enorme sala del observatorio. La hembra empuja el acuocular hacia a su ojo izquierdo hasta aplastarlo. Es un momento de dolor que dura un segundo, luego llega la imagen y las emociones.
Sus antenas han dejado de percibir lo que le rodea para centrarse en las imágenes y datos del programa. Se agitan espasmódicamente ante la intensidad de la información que recibe. Su ojo libre parece muerto, la niña ha quedado en la base del ojo, descolgada. Como la de un muñeco roto.
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Es hora de sentarse cómodamente en el sillón, la digestión pasa factura y los párpados pesan como grandes cortinajes de grueso terciopelo granate. No hay cansancio solo un atávico sueño de cuando éramos cazadores. El reposo del guerrero; un premio que se ofrece a si mismo.
Es tiempo de no hacer nada.
Se abandona totalmente, el pene se siente libre. El placer de una erección lo hunde en el sopor con sensualidad. El televisor habla de noticias que no le importan y aunque le importaran, carece ya de voluntad para prestarles atención.
Es su armonía y ninguna desgracia, alegría o anécdota extraña a él puede romperla. Es su tiempo, sus sentidos no permiten interferencia alguna.
Hay una creciente sensación de melancolía, es dulce y evoca paz. Hundiéndose en el sueño araña esa emoción intentando descubrir que hay tras ella, intentando frenar el descenso a la inconsciencia.
Descubrir el génesis.
La historia de esa deliciosa inquietud.
No quiere esforzarse en entender, porque lo racional mata la magia. La ansiedad le haría salir del cálido sopor.
Siempre es delicada y efímera la calma.
Esa dulce añoranza de un equilibrio desconocido le hace pensar que todo estuvo bien, que todo está bien. Da importancia a la vida.
La hace perfecta.
Se rebela ante el sueño, no quiere dormir más profundamente, teme perder la paz, necesita estar en la frontera de lo onírico y la realidad. Desespera por identificar qué momento de su vida es la causa de esa dicha y pedir a los dioses que lo guíen. No se permite llorar.
Necesita conocer el origen para repetirlo, para disfrutarlo en toda su magnitud y no pensar que es una alucinación. Para seguir así siempre.
En un susurro inaudible, le ruega a su cerebro que lo guíe, que lo lleve al recuerdo certero que lo explique todo.
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El humano está en paz y le proporciona equilibrio. Sus antenas se agitan suavemente, al ritmo de una música serena, sin que se dé cuenta. Sin música.
La hembra recoge los restos de su baba que rocían algunos de los controles secundarios del arqueotelescopio y le mete en la boca uno de sus hijos que recientemente ha salido del huevo, de los miles de huevos que tienen en la bodega de la estación. Triojidanius se lo come involuntariamente y los pequeños chirridos de la cría no producen efecto alguno en los dos adultos. El arqueotelescopio se alimenta de ellos y es necesario mantener un alimento constante en el operador durante la prospección psico-luminiscente del sujeto que estudian.
Geneva revisa las constantes vitales de Triojidanius en el monitor, verifica la correcta grabación de la sesión. Luego, sin novedades, queda inmóvil al costado de su pareja, con el abdomen paralelo al suelo y sus peligrosas patas plegadas en oración. Su mirada es hostil y observa el espacio a través de la panorámica cristalera de la nave.
Existe más de un millar de estaciones espaciales operando con arqueotelescopios. La misión es comprender el funcionamiento cerebral y nervioso de los humanos para una próxima invasión. Su enorme planeta Mantis Plata se ha agotado y el nivel de canibalismo entre la población hace peligrar la especie.
El arqueotelescopio indaga en la luz que viaja a través del infinito; la luz de cada lugar y tiempo tiene su propia frecuencia propagándose en forma de cintas invisibles por el espacio, mostrando la historia íntegra del universo. Hay lugares del cosmos donde las mezclas de gases sirven de reflejo y pantalla para la luz. Ahí enfoca el arqueotelescopio. Este equipo puede viajar a través de esa luz, descubriendo el pasado. Es la máquina del tiempo que tanto soñaron muchas civilizaciones, solo que el futuro no existe.
No hay nada más rápido que la vida. No hay rastro más perenne que el de la muerte.
Los extraños cerebros artropocarios procesan la información para su visualización y análisis. Son predadores hostiles cuya única misión es vivir como sea y donde sea.
En función del origen de la luz, se puede conocer su edad. Triojidanius está analizando a un individuo que vivió hace mil doscientos años en el planeta Tierra. Suficiente para conocer con seguridad la naturaleza humana actual, ya que en un milenio, apenas hay evoluciones notables en las especies.
El humano transmitió potentes ondas psico-luminiscentes que entran como un estilete por su ojo dejando una brecha abierta de recuerdos confusos. Está zarandeado dulcemente por la melancolía que embarga a su espécimen.
Solo que él sí puede conocer el origen, retrocediendo en la frecuencia, en el tiempo. Un rastreo de ondas coincidentes a lo largo de cincuenta años no dura más de medio minuto.
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Con calma, evitando premura como tantas otras veces, indaga en sus recuerdos sonriendo para si. No hay prisa y le pide a su cerebro que abra archivos, que los mueva a zonas más visibles y accesibles. Nunca lo consigue, el cuerpo se relaja demasiado, se sume en el puro sueño con felicidad y cuando despierta, esa paz es solo un recuerdo amable. ¿Dónde te escondes, paz mía?
Se levanta del sillón con esfuerzo. Su brazo enfermo le duele de tanto que ha trabajado y de una infección que le está robando la vida. Es hora de pasear, de distraer el pensamiento. De buscar paz mientras muere de una infección que nadie le puede curar. De una gangrena que avanza imparable desde que la sierra eléctrica quebró su hueso con un estruendo de dolor tras arrancarle la carne. Los antibióticos le cansan, le mantienen vivo; pero el pus es imparable y el vendaje de su brazo por las noches, huele igual de mal que el primer día.
Se acabó la armonía por hoy. Es hora de seguir muriendo. A veces no puede creerse que vaya a morir por algo así.  No tiene miedo, ya solo queda la curiosidad.
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Ha dirigido el foco del arqueotelescopio unas nanomicras de segundo desplazadas de los cincuenta años del humano. Encuentra una coincidencia en la subfrecuencia. Es el mismo hombre, veinte años más tarde.
Se encuentra trabajando y al igual que hoy, se siente tranquilo, en paz. Trabaja sin pensar en preocupaciones, dentro de unos minutos acabará su jornada y saldrá a la calle contento: tiene trabajo, gana suficiente dinero para permitirse vivir con holgura y además goza de cierto carisma en su puesto de trabajo.
Se dice que todo irá bien, ha llegado su momento como solía decir su padre. Jamás se estropeará, ha trabajado demasiado. Ha sido engañado y defraudado demasiadas veces y cuando te topas con la verdad, la reconoces.
Todo irá bien, se dice para sí mismo encendiéndose el último cigarro de la jornada en el taller. No tiene prisa por salir de allí, está bien.
Que todo irá bien ha sido una afirmación contundente, no hay asomo alguno de consuelo, no hay duda. Es la ley más rotunda del universo.
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El cerebro de Triojidanius ha detectado el nexo, el recuerdo. El origen de la melancolía. Y lo que es más, ha dado con un pequeño puente de luz fino como el filamento de una lámpara que une las dos épocas del individuo. El pensamiento, la verdad del hombre joven, saltó treinta años adelante. Algo de paz desde el pasado, cuando más lo necesita.
La emoción lo embarga y transmite a Geneva su necesidad de descansar. Se siente bien, como el descubridor de un tesoro. El investigador que ha encontrado uno de los secretos más importantes de su vida.
Geneva retira el acuocular de su rostro.
Se levanta del asiento y abre sus élitros en un abanico agresivo para desperezarse, la hembra da un paso atrás haciendo chirriar sus mandíbulas.
Antes de salir al espacio exterior, se dirige a la bodega y devora cuarenta huevos con glotonería.
Después de tres horas en la estación, el paisaje ha cambiado. Ahora dos soles lucen al este y al oeste, dando sensación de calor en el vacío si ello es posible. Su cuerpo crea dos sombras en el fuselaje de la estación espacial.
Todo irá bien es la emoción que reproduce su pensamiento una y otra vez.
En lugar de sentarse en el asiento del vigía como hace unas horas, su pata se abraza a uno de los cables de comunicaciones para evitar que una corriente cósmica lo arrastre, dejando que el cuerpo sea mecido por la nada. Mientras tanto, su sistema nervioso central crea ondas eléctricas que relajan su cuerpo y su pensamiento.
Y piensa en la luz, en la vida, en la muerte y en la paz que se encuentra tan escondida y es tan sencilla. Chasca sus mandíbulas y otra telaraña de baba queda suspendida en lo negro del universo. Tampoco es una maravilla, el cosmos tiene desperdicios. No hay nada perfecto, salvo la luz que lo transmite todo.
Que nos hace eternos.
Geneva vuelve a transmitir prisa a sus antenas: hay trabajo, ya ha descansado suficiente. Es hora de enviar los resultados del día.
Con pereza se desprende del cable al que se sujeta y abre sus élitros para planear hacia la esclusa. Los ojos enormes y hostiles de la hembra lo miran a través de la escotilla con acritud.
De nuevo siente su ojo reventar, el programa entra como una descarga a través del mismo, cargándose en el sistema nervioso y convirtiendo sus patas en los controles virtuales más importantes del equipo de prospección arqueóloga-cósmica. Las antenas vuelven a transmitir datos al banco informático. Avanza el control de la psico-luminiscencia; en respuesta el arqueotelescopio enfoca un día más adelante en la vida del hombre mayor; con el puntero, empuja el pequeño filamento de luz entre el pasado y el presente del hombre para avanzarlo la milésima parte de un nanosegundo tras hacer zoom en la escala para obtener mayor precisión.
Geneva observa el monitor sin interés, siente emociones extrañas que provienen de su pareja; se ha contaminado de alguna luz extraña.
Mueve sus mandíbulas con malhumor e impaciencia. De la central de Datos Psico-Lumínicos, se les exige el envío de los datos procesados. Es tarde. Golpea la cabeza de Triojidamius con una pata para que se apresure en su trabajo.
Triojidamius parece no sentir nada, está inmerso en el hombre que tras comer, se sienta para hacer una pequeña siesta y buscar la armonía. Su brazo luce un nuevo vendaje limpio.
Hace miles de años, hace distancias de eones que su vida se propaga por el espacio. ¿Alguien lo observa a él también?
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Fumando aún recuerda las palabras de ánimo del médico “Esto cada vez está mejor”; pero la forma en la que arruga la nariz ante el olor y la mirada de preocupación que le dedica a la herida tras sacar el vendaje viejo, lo desmiente. En secreto le agradece los ánimos y que le duplique la dosis de antibiótico.
Cierra los ojos, el televisor funciona a bajo volumen como siempre, le gusta porque parece el murmullo de quien habla de un secreto.
Una canción de repente le eriza la piel: Speed of Sound. Están emitiendo el video de Coldplay. Como si un fusible se hubiera repuesto, como si su cerebro hubiera abierto un archivo recóndito por fin; así actúa la música en todo su ser.
Ha de haber algún acorde musical que emociona a sus torpes oídos en esa canción; sus pies subidos encima de una silla siguen el ritmo. Eso no importa, porque todo está bien, aunque se muera.
La añoranza es ahora alegría y emoción. La música es la banda sonora de la comprensión y la respuesta se expone tan clara y sencilla...
Por fin lo entiende, lo identifica, lo sabe.
Había mucho tiempo sepultando el mensaje, cubriéndolo de otros actos. Veinte años representa un trillón de cosas hechas, sueños y pesadillas. Estratos arqueológicos de una vida que es larga o corta en función del grado de placer o sufrimiento.
Variable…
El recuerdo se abre instantáneamente. Es inmediato y siente que su corazón se desboca. Se incorpora en el sillón y sube el volumen del televisor, Speed of Sound atruena en el salón llenándolo todo, las vibraciones duelen en su hueso infectado, cosa que no le molesta demasiado.
Se ve a si mismo cuando era más joven, veinte años atrás. Recuerda con precisión aquel momento en el que se encontraba trabajando. Se dijo que ya lo había logrado. A partir de entonces todo sería fácil.
Estaba cableando las mamparas de aluminio y cristal que formaban los cubículos de la empresa en la que trabajaba. Lo hacía a gusto, se sentía en su momento.
Aquel día no ocurrió nada especial, simplemente lo supo: había configurado su vida, se encontraba en fase de expansión. No dependía de nadie ni de nada, solo de él mismo, su fuerza y valor.
En ese instante afirmó ser el hombre completo, sin miedo y con más fuerza que conociera jamás. “Todo irá bien”, afirmó al universo.
Y ahora, con cincuenta años, sabe que le debe un abrazo a aquel hombre más joven. Reconoce que le debe el mensaje de fuerza y ánimo. La convicción que lo ha llevado hasta aquí.
Tenía razón, todo ha ido bien, incluso ahora que muere. No ha necesitado jamás de nadie, todo ha sido producto de su voluntad y esfuerzo.
Ahora sí que llora, porque desespera por viajar al pasado para abrazar a aquel hombre que lo ha convertido en lo que es hoy.
Lo tiene dentro, lo saluda.
Por fin nos vemos, joven amigo. Te debo la vida toda.
Y te aseguro, que todo seguirá bien.
Tenía la razón, la suprema razón.
Le envía besos a su interior, a esa imagen cuasi onírica que era él de joven.
Aquel día, con aquella fuerza impresionante, envió a través del tiempo su mensaje de seguridad. Qué cojones tuvo…
La canción ha acabado en la televisión; pero su corazón y su ánimo continúan el ritmo.
Antes de levantarse del sillón, se enciende otro cigarrillo. Levanta la tapa del portátil y busca en internet la canción de Coldplay para reproducirla de nuevo.
En la cocina escoge un afilado cuchillo, sin vacilar clava la punta en la vena del codo prolongando el corte hasta el antebrazo para que la sangre mane regular y abundantemente. Para que la vena se abra como se ha abierto su mente.
Sigue fumando el cigarrillo con los dedos manchados de sangre.
Todo irá bien, mi amigo, no dejaremos que nada de lo que hiciste con todo tu esfuerzo degenere en un final deprimente; no moriremos así, con un largo sufrimiento, tristes y sin ánimos. Tenías razón, todo ha ido bien y es imposible que nada pueda salir mal.
Un abrazo, jefe.
Recuerdo nuestra camisa azul de trabajo abotonada hasta el cuello por presumir. El bolsillo lleno de bolígrafos, destornilladores y una libreta de notas. Así me acuerdo frente al espejo aquel día antes de acabar la jornada. Estábamos guapos iluminados por la seguridad y la fuerza.
No lo permitiremos. No lo permitiré, hoy es mi responsabilidad, hoy demostraré la valentía que tú me diste.
Tal vez algún ser de una galaxia lejana, nos observará felices dentro de cien millones de años a través de su arqueotelescopio cósmico de óptica plasmática.
El hombre se marea por la hemorragia. Al cabo de unos minutos cae al suelo, el cigarrillo se apaga crepitando en el charco de sangre que se ha formado en la cocina. La sangre mana ya más lenta, como su respiración, como el pus que mancha el vendaje.
Fin de la vida, fin de la transmisión.
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Triojidamius ha enviado las imágenes al banco de datos, trabajo realizado.
Geneva retira de su cara el acuocular.
Se siente bien, se siente cargado de fuerza, casi de alegría.
Todo ese cariño hacia un recuerdo…
Cuanto valor tiene la vida…
No imaginaba que pudiera haber agradecimiento hacia una edad pasada. Lo importante que es el pasado para el presente.
El tiempo nos hace desconocidos de nosotros mismos.
Le duele el ojo, todo a de ir bien. Se han filtrado emociones en su sistema nervioso que no debieran estar. Geneva lo mira con extrañeza, con sus patas delanteras moviéndose nerviosas.
Él no quiere que nada vaya mal, ha aprendido.
Salta sobre Geneva, sobre su espalda para penetrarla.
Geneva intenta zafarse de su embestida; pero él es más poderoso y da inicio la cópula. Ante lo inevitable, la hembra adopta una actitud pasiva y estática esperando que el macho se derrame.
Llega el orgasmo; da un adiós a la vida cuando la hembra gira la cabeza ciento ochenta grados hacia él. Ha apresado su cabeza para devorarlo durante la parálisis que le da el orgasmo. Su mandíbula cruje entre las fauces de Geneva.
Está muriendo en paz, sabiendo que en lo que restaba de su insectora vida, jamás hubiera podido experimentar algo así. La valentía, el honor, la fuerza… Ha aprendido que es bueno morir bien.
Es hora de convertirse en un buen recuerdo.
Tal vez, dentro de mil años, alguien lo admire desde un arqueotelescopio más cómodo, donde nadie te tenga que aplastar el ojo para realizar tu trabajo.
La hembra ya ha devorado sus mandíbulas y ahora, cuando le arranca uno de los ojos, Triojidamius asegura al universo por medio de sus antenas, que nada puede salir mal.
Geneva deja caer el gigantesco cuerpo decapitado al suelo y lo transporta arrastrándolo hasta la bodega, para que se alimenten de él las crías que están naciendo.
Es hora de descansar de seguir existiendo sin demasiado interés.
Sus antenas reciben el mensaje de que un nuevo operador viene en camino. Aunque no recuerda porque.






Iconoclasta


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6 de junio de 2012

"Y" de carne.

Tengo tantas cosas aún por hacer, contar tus cabellos, averiguar que tanto crecerá; limar tus uñas y decorarlas con algún brillo. Suavizar las manos para que no pierda tu tacto y así, cuando me acaricie con tus propios dedos se asimilen solo un poco a la dulzura con la que solías dejarme atónito.
Me gusta el brillo en tus labios, mujer. Y luego beberme el sabor artificial que deja el labial en mi boca, en mis dientes después de apretujarme a ti, clavando mis dedos en tus mejillas para no separarte y arrancarte hasta el último aire con un jalón de dolor.
Te ves tan tranquila, como esperando la palabra.
Pues te la digo: te juré permanecer contigo siempre y decidí solo amar una vez para no perder el tiempo en otros lados.  Tengo que separarte los cabellos del oído para que sientas mi aliento tibio y te olvides de una vez por todas del frío.
Mira como resbalan mis dedos por tu cuello y como te dejas asfixiar por mi mandíbula. Te perdías en una blanca mirada turbia y tu corazón parecía descender hasta tu coño húmedo para latir desde ahí en lo más intenso de tu placer. Mi lengua aspira vida a cambio de placer. Sé que no dará resultado.
Déjame abrir tu ropa y besar tu cicatriz.
Siente, vida mía, siente…
Levanta esos pezones como cuando presentían mi boca a unos centímetros.
Ahora esta negra puntada atraviesa tu pezón y le dibuja un gesto triste…¡Hijos de puta!
Yo no quiero esta enorme “y” de carne en tu pecho que hace rizos de piel en un camino oscuro y lastimado. No han tenido cuidado. Mira que cortar así, sin oración ni plegaria; sin arrepentimiento en el último punto.
Liberaré  este ardor que  llevas.  Con un beso y el filo de mis dientes romperé el hilo que cose tu vientre.
Eres hermosa, mi vida.
Tantas veces estuve ahí dentro y tu, envolviéndome en tus contracciones del orgasmo, dilatándote, irrigando existencia a tu clítoris a mi pubis.
Tengo tanto que hacer, armar y desarmar, mi trémulo rompecabezas.
No, no abras tus ojos que no estoy preparado para enfrentarme a la opacidad de una mirada que desconoceré. Aún no, por piedad.
Eres peor de lo que imaginé. Tu vida en algún rincón de esta sala haciendo burla de mi labor mientras me desgajo en sueños tratando de buscar en un resquicio algún pulso en medio de esta enorme naranja desgajada de la que te has disfrazado.
Y sonreirás guasona de verme envuelta en ti, con olor a tus vísceras y sin otro lubricante en mis dedos más que el pus que encontré en tu vagina.
Pero me excitas, mi vida.
Te llenaré de nuevo los pulmones que te han vaciado,  volverás a derramarte de mí hasta que tu nueva lubricación me cubra la pena y seamos un mismo cuerpo.
Cúbreme con tu piel, no podría ser más literal. Permite que pueda dormir en el hueco de tus costillas, encerrarme por dentro, emparedado en ti bajo tu carne, con mi glande eyaculándote desde dentro, rasgándote otra vez.
Así… para burlarnos juntos un día de la broma de tu abandono.

Aragggón
060620121315

29 de mayo de 2012

Técnico en Miserias y Mierda



No es fácil vivir, a veces es tan difícil que la muerte se presenta como una solución.
Falta espacio y falta aire; por tanto, falta libertad. Y sin ella, la muerte es el único horizonte.
Mueren los amores por la estrechez y el aire viciado.
Las ilusiones se aplastan contra las paredes y caen al suelo mezcladas con la suciedad y la tapa de un frasco de comprimidos.
Ahí es donde entro yo si aceptan mi presupuesto.
Deberían promocionar la carrera de basurero entre los estudiantes, es más humana que la de médico. Se sobrevaloran las ciencias y las letras.
Se sobrevalora la inteligencia del ser humano; hay superávit de abogados, ingenieros y médicos. Faltan operarios de limpieza.
Yo soy el mejor limpiador de mierda y miserias. Y opero con mi Súper-Visor de Mierda GTX-FIC666XPJ5 Tócamelos del revés.
No hay suciedad que se me escape por muy incrustada y adherida que esté a las paredes, suelos y en los cerebros.
Puedo ver con una calidad matricial de un puto trillón de megapixels toda la mierda que hay a mi alrededor.
Y al vuestro.
No hay tanto cerebro como se piensan, por mucho que quieran graduar a un millón de estudiantes al año.
Y mientras unos juegan a querer ser médicos, nadie barre la mierda.
Excepto yo y alguno más que no conozco.
Los hay que no soportamos un piso sucio de sueños muertos. Los hay que intentamos limpiar; pero jamás se acaba la mierda.
Mi Súper-Visor de mierda la ha detectado a unos trescientos metros de mi almacén. A veces soy curioso.  Otras por instinto y porque soy viejo en el oficio, sé que “algo huele a podrido en Dinamarca” y si no tengo trabajo, me dedico a analizar las porquerías que detecta mi aparato. Me gusta mi trabajo, soy filósofo y cocino como dios.
También soy voyeur aficionado. Es un asco ser experto en tantas disciplinas…
Soy el hombre perfecto. Dueño de la empresa: Limpiezas de Miserias y Podredumbres Zaratustra, The Man.
Es un título rimbombante; pero como trabajo con la mierda, tenía que darle estilo y profundidad al nombre de mi empresa.
A sus pies hay un suelo cubierto de papeles pisados. Palabras sucias y avejentadas, como mi pensamiento que no sabe hacia donde expandirse sin encontrarse con una pared pintada con estuco italiano o con acrílica barata y blanca; pero siempre rezumando hastío.
Es mejor morir y que la muerte llegue rápida antes que seguir degenerando en vida sobre el manto putrefacto de las ilusiones desintegradas.
También debería haber un módulo de formación profesional dedicado al suicidio. Ser suicidador no garantiza un buen sueldo; pero siempre es edificante meter una aguja cargada con veneno en la vena de algún desgraciado que se asfixia en un mundo pequeño.
De todas formas va a morir.
Y el dinero nunca viene mal.
Me estoy formando por mi cuenta en venenos y drogas. Muchos clientes que me contratan para la limpieza suelen estar tan destrozados y hartos de basura, que se levantan la manga y me muestran la vena por si tuviera a bien inyectarles algo; pero cuando les digo que eso tiene un coste adicional, me suelen enviar a la mierda. Es redundante.
Nada nuevo, la vida es repetición tras repetición.
El amor tampoco viene mal, a veces cumple su misión de hacer volar a los hombres y mujeres batiendo las orejas como abejitas. Lo malo es que no estamos preparados para volar, los cojones y las tetas desequilibran a “abejos” y “abejas” y en lugar de libar, se emborrachan o se drogan y montan una historia romántica basada en mentiras y narcosis.
La idealización del amor es un trance por el que hemos de pasar.
Es un papel que revolotea  buscando un sitio donde aterrizar en el piso sucio. El amor solo puede formarse a partir de buenos sueños y esperanzas. No es malo, es incluso bueno; pero no deja de ser papel y palabras que se tornan borrosas.
Escribimos notas que tiramos al viento pensando que el amor llegará como el mensaje del náufrago en una botella. Es así y no existe otra forma de enamorarse.
Solo que los mensajes en una botella llegan a alguien cuando el náufrago ha muerto; o su cuerpo está tan consumido, que se rompe al rescatarlo.
No es que sea pesimista, soy realista.
También puedes pagar a una puta para que te diga: “Eres divino y te amo”. Cosa que va bien para pasar el rato; luego se le dice que barra los papeles de mierda que ha tirado por el suelo y te deje el piso limpio (hay que acordar este detalle en el servicio antes de pagar); pero a largo plazo acabas harto de gastar dinero para nada.
Y luego está la música y las películas que forman en el suelo otro estrato de inmundos restos de momentos pasados. De momentos abortados.
Las películas y canciones marcan momentos de la vida, las lecturas apenas nada; requieren demasiadas horas y son íntimas. Un libro solo nos recuerda a nosotros mismos en algún momento de nuestra vida. Algo que no compartimos. Maravillosa sea la lectura…
 Leer solo deja un rastro de cultura y de emociones que es difuso. Las palabras tan numerosas se pierden con el tiempo.
Sin embargo, las canciones y las películas son breves, se comparten. Y sobre todo, se repiten y se propagan en todos los espacios y épocas. De ahí que dejen un lastre tan pesado en el ánimo para bien o para mal.
Las canciones y películas de nuestras épocas de amor y cariño son especialmente emotivas y melancólicas
Es lógico dar un buen trago de veneno escuchándolas, cortarse distraídamente las venas. O dejar un fogón de la cocina abierto.
Si a la música o a esa película se le añade un sórdido decorado de persianas bajadas y humo de tabaco, se crea un ambiente propicio para atajar esa melancolía.
No es broma, el cerebro insiste en escuchar esas canciones una, y otra, y otra, y otra vez.
En lugar de sosegar, el pensamiento hace un descenso directo y vertiginoso a la Gran Fosa de la Tristeza.
Y si esa pena causa cobardía para seguir viviendo, se compensa con una fuerte valentía por morir.
Es lógico y de obligado cumplimiento, que esa mujer se trague en este momento, dieciséis comprimidos (justo los que quedan en el frasco) de la medicina que el psiquiatra le recetó hace unos meses.
Nadie es tan ingenuo de pensar que su depresión se va a curar en un día si en una sola toma, se traga la dosis de dos meses juntos.
Que nadie se equivoque, lo que quiere es morir. Lo último que ahora quiere es vivir; lo dice su respiración interrumpida por el llanto.
Dan ganas de morirse con ella. No parece una mala mujer. Es emotivo que muera tan sola.
No me gusta.
Pero nadie tiene tanta suerte de encontrar un compañero de suicidio.
Morimos solos.
Algunos pensarán que es una putada.
Yo pienso que es mejor así, si no has encontrado en toda tu vida a nadie con quien compartir decentemente la vida; a la hora de la muerte que no venga nadie a molestar.
El CD de éxitos de los 70, suena una y otra vez. Sus ojos no llegan a secarse y me pregunto cuántas lágrimas podemos almacenar.
El micro unidireccional del Súper-Visor, vale su peso en oro. ¡Qué maravilla!
Dicen que quien llora no mea; pero me da asco pensar que las lágrimas puedan subir de mi vejiga.
A la mujer poca gracia le hará escuchar semejante sandez y puede que no se ría cuando lagrimee más aún por la falta de aire cuando le sobrevenga el fallo cardio-respiratorio.
Morimos asfixiados, boqueando como peces en la arena buscando aire.
No puede ser agradable, ninguna muerte lo es.
Ha dejado un cigarrillo en el cenicero que se consume solo, como ella. Sin que nadie le haga caso. En  la planta de su pie, tiene enganchado un mugriento papel que dice: Adiós juventud.
Mi Súper-Visor es cojonudo, capta hasta el más mínimo detalle. Capta hasta el dolor.
No se molesta en despegarlo, no tiene a nadie que le quite la mierda de los pies. Una vez lo tuvo, un envoltorio de pastelillo de chocolate que está pegado en el pomo de la puerta de su dormitorio dice: Luis, te amaré siempre.
Nadie ha hecho caso de ese papel desde hace seis años (el Súper-Visor analiza la edad de la mierda por medio del espectro cromático). Nadie lo ha desprendido de allí para anotar otro nombre. Se pudre el papel creando moho en el metal.
Por otra parte, los restos de ese dulce pastelillo que un día protegió el envoltorio, parecen mierda seca.
Y nadie quiere tocar la mierda…
Debería haber más titulados en porquería para ayudarnos en esas tareas domésticas.
Sería bueno que los gobiernos becaran los estudios de mierda.
Y vomita no porque el chocolate ahora parezca mierda, si no porque las pastillas le están jodiendo el estómago, el medicamento se ha ido al hígado en grandes dosis. Y a su cerebro.
Siente un mareo devastador que la inmoviliza a un sillón que se agita en un mar proceloso de papeles sucios. En un barco pequeño, muy pequeño.
Muy sola…
Esta parte me gusta especialmente me suelo masturbar a pesar de que la vida es una mierda: se acaricia el sexo evocando placeres que lleva años sin sentir. El clítoris está seco y le duele. El vaivén de su barco en las turbulentas sucias la distrae del placer y no acaba de sacarle placer a ese coño aún lamible. Es extraño ver una mujer haciéndose una paja y llorando.
Mostrando su vagina desflorada a nadie. Nadie le lame el coño.
Es vieja, tiene al menos cincuenta.
Los cincuenta es una mala edad, no acaba de definirnos como viejos ni como maduros. No acaba uno de decidirse por el coito vaginal o el anal.
Tengo que ser sarcástico y divertido porque la mierda que rodea y se come a esta mujer que muere es desesperante. Me infecta el ánimo.
Dan ganas de comer su vómito para llenarme de ansiolíticos también y ayudarle a cruzar el Hades, que no lo haga sola.
Ha muerto ya, se ha puesto histérica cuando sus pulmones no han podido aspirar aire y se ha levantado del sillón, arrepentida. Ha caído al suelo y se ha destrozado la cara al caer sobre la mesita de cristal; no le importaba la cara, solo quería respirar.
No lloro, estoy meando. Los limpiadores de mierda y miseria no somos demasiado escrupulosos.
Coloco la funda de mi Súper-Visor de Mierda GTX-FIC666XPJ5 Tócamelos del revés para protegerlo de la mierda de la noche, que es más traidora. Siempre me llena de nostalgia este momento del día; pero no me voy a suicidar.
No aún.
A la mierda.









Iconoclasta


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23 de mayo de 2012

Eternidad

Con cinco minutos me bastan para no creer que he perdido la eternidad que se juró. Trescientos segundos que le robo a un bostezo con un par de pensamientos ligeros, pasan rápidos aunque yo los mire a cuentagotas deseando que no terminen nunca.
La eternidad encerrada en un reloj con cinco minutos de arena que se deshace al caer me impide darle vuelta de nuevo. Arena que se disuelve en el viaje de su caída con trampa. Debería estar acostumbrada, las opciones no venían incluidas en el paquete de mi existencia.
Se hubieran ahorrado lloriqueos si tan solo el chip de entendimiento por una eternidad no estuviera desbloqueado. O lo olvidaron o lo hicieron con mala intención… Con muy mala intención.
He pensado mucho sobre de qué manera gastarme la falsedad de eternidad. Esta que me han regalado y que compraron en fayuca sin garantía. Pensaba eternizar la alegría de mi niñez en soledad mientras los ancianos imaginarios me cuidaban en el jardín trasero del hogar en ruinas. Tal vez, ocuparía esas mediocres centenas de segundos para  un inmenso orgasmo espasmódico; lo sentí banal.
Con el reloj en la mano y la rabia de una ausencia, la multitud de recuerdos se reproducen a una velocidad de miedo. Una estación de autobús, una carta, semen derramado, el llanto en los ojos de un niño, los pétalos secos, unas gafas, el bostezo, mi clítoris,  un espejo, dios, un nombre…
Y el carrete se detiene cuando escupo  sangre para vomitar el amargo trago de bilis. Tengo la vesícula reventada y la piel comienza a notarse infecta…Como toda yo, como siempre, no hay nada raro.
La vida me ha dado sabores más repugnantes que los que hoy llevo en la garganta y el nudo es mucho más pequeño que el que he tenido que tragar por años.
Cuando pensaba en morir deseaba que fuera bajo una causa extraña; no por esto tan simple y sin emoción. No acabaré de ninguna manera fuera de lo común a como he vivido. Siempre envuelta en mierda, sangre y amargura. ¿Qué diferente tiene pasar al otro lado de la nada bajo el mismo panorama?
Cuando me regalaron la falsa eternidad, me ilusioné como una cría al principio. Mientras vas observando los detalles y lo mal que la han fabricado me di cuenta que era la misma mierda de siempre: espejismos.
Tengo el reloj a punto de poner a correr.
Creo que es buen tiempo. Un poco de calma ante tanto engaño no cae mal.
Lo siento, mi amor. Pensé que te podría alcanzar en la eternidad, pero me engañaron hasta el final. Me dieron muerte seca y sin esperanza: momentos de vida en cinco minutos que se hacen nada, sin opción.
Los granos comienzan a caer y sé que cuando caiga el último este dolor que me dobla desaparecerá por completo, la infección se apoderará bestialmente de todo tejido muerto y las larvas comerán hasta el último pliegue de mi coño, sí, ese que solías bañar con tu lengua.
¿Te das cuenta en qué invertí mis últimos segundos?
Lástima que no sea un cuadro romántico de Julieta muriendo envenenada, tampoco seré la obra interpretada en los teatros, porque soy burda hasta en mi muerte. Vestida entre vómitos y una masturbación que enuncia tu glande.
Mi boca chorrea un verde líquido espeso y sé que doy vergüenza.
Caen tan rápidas las arenas que el único alivio lo agradecerá mi sistema nervioso al dejar de sentir dolor.
Me dieron muerte a cambio de eternidad. Otra vez invadida en el engaño.  Y yo que daba brinquitos infantiles al saber que te encontraría en un mejor lugar que ni dios pudo crear. Siempre fui ingenua.
Esa es la asquerosa realidad.
No te veré jamás.

 Aragggón
220520121419


18 de mayo de 2012

Leche rancia



Despacio se desprende la gasa que retiene la supuración. El paño se ha llevado un trozo de su pezón; la sangre fétida es pálida como una lágrima  que cae sin fuerza.
La leche agria resbala en coágulos por la boquita reseca del niño con la piel de cartón. Ella agita su mandíbula rígida y cree que puede succionar. El pequeño no responde.
Trozos de placenta son amasados con los dedos de los pies para darle un poco de calma. Ella espera que en un intento de tantos el crío deje de enfriarse entre sus brazos y sus pechos vuelvan a reiniciar el mecanismo.
Nadie le cura las heridas y no quiere preocuparse por lavarlas. Sus  piernas hieden a líquido amniótico, orina y mierda. Hace días que parió al pequeño y sus gritos deambulan solo en su mente. Un parto inconcluso para ella, no lo ha escuchado llorar…
Hay madres que pueden parir vida y luego la escupen. Ella le escupe a la vida por parir un trozo de muerte con forma de niño. Y se lamenta gruñendo como una hembra lastimada. Maltrata un útero inservible y maldice a Dios por la piel de hoja resquebrajada de un hijo que se desintegra por segundos.
Prestaría su vientre al diablo para regresarle el aliento al niño y el instinto de succión comenzara a funcionar.
Pero nada de eso es cierto. Ni el bien existe ni el mal le haría un favor piadoso. Tampoco a la ciudad le interesa un ritmo pulmonar perdido, a pesar de que ella extirparía, si pudiera, el oxígeno de todos los pulmones posibles  para regalarle al pequeño una brizna de aliento.
Su mirada se pierde en algún punto imaginando el escondite de la pequeña alma.
-¿Por qué no vienes a mí?...
Sus pasos van a buscar en el agujero del muro una esperanza falsa, como si su niño jugara al escondite. Se levanta de la silla donde acuna el frío y rígido sueño y de su puño sujeta el cordón umbilical que aún no ha cortado el abdomen del bebé.
Tal vez esté ahí metido, piensa. Entre arañas y hormigas de  yeso.
Ella deambula con el cuerpo del pequeño arrastrándolo por la casa. Cortó el cordón ella misma, pero no lo soltará mientras pueda. Lo busca entre juntas y grietas mientras llega la hora de regresar a la silla e intentar de nuevo su rancia lactancia.

Aragggón