No es la biblia la que cuenta cosas
interesantes, es la persona enferma de fe que la recita con convencimiento
dogmático e iluminado, la que le da algo de impacto e importancia filosófica.
Un libro que de tan aburrido, necesita ser
interpretado no es un libro, es simplemente una ignorancia perpetuada.
Hitler era un ejemplo de predicador perfecto,
podía leer mierda e iluminar los ojos de millones de hambrientos y envidiosos
alemanes en su momento. Sobre un montón de mentiras y una enaltecida ignorancia
creó un imperio que puso en guerra al mundo por cinco años y metió en mataderos
industriales a más de seis millones de inocentes.
Este sujeto al igual que los clérigos y los
sacerdotes o brujos de cualquier religión, era consciente de las mentiras y la
basura que narraba en discursos; pero no permitía que se emitieran filmados en
los noticiarios de los cines, ya que se le reconocía (fuera del enardecimiento
que provocaba en directo), su patética oratoria y sus gestos de deficiente
mental. En los documentales de época, sus poses y ademanes causaban risa en los
espectadores.
Con la biblia pasa lo mismo, no tiene interés,
no tiene estilo literario ni fundamento lógico alguno. Es algo que debe leer un
profesional para causar algo de impacto en la peña.
Y la peña, como muy instruida no es, sigue
escuchando las parábolas como si fuera la gran puta verdad. Más o menos como
los refranes para los palurdos.
Vamos, es para partirse el rabo cuando alguien
dice sobre una leyenda: “es histórica, sale en la biblia”.
En verdad os digo, hermanos, que toméis entre
vuestras manos una revista porno que es mucho más clara, directa, amena y mejor
redactada literariamente.
Buen sexo.
Iconoclasta
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