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18 de mayo de 2012

Leche rancia



Despacio se desprende la gasa que retiene la supuración. El paño se ha llevado un trozo de su pezón; la sangre fétida es pálida como una lágrima  que cae sin fuerza.
La leche agria resbala en coágulos por la boquita reseca del niño con la piel de cartón. Ella agita su mandíbula rígida y cree que puede succionar. El pequeño no responde.
Trozos de placenta son amasados con los dedos de los pies para darle un poco de calma. Ella espera que en un intento de tantos el crío deje de enfriarse entre sus brazos y sus pechos vuelvan a reiniciar el mecanismo.
Nadie le cura las heridas y no quiere preocuparse por lavarlas. Sus  piernas hieden a líquido amniótico, orina y mierda. Hace días que parió al pequeño y sus gritos deambulan solo en su mente. Un parto inconcluso para ella, no lo ha escuchado llorar…
Hay madres que pueden parir vida y luego la escupen. Ella le escupe a la vida por parir un trozo de muerte con forma de niño. Y se lamenta gruñendo como una hembra lastimada. Maltrata un útero inservible y maldice a Dios por la piel de hoja resquebrajada de un hijo que se desintegra por segundos.
Prestaría su vientre al diablo para regresarle el aliento al niño y el instinto de succión comenzara a funcionar.
Pero nada de eso es cierto. Ni el bien existe ni el mal le haría un favor piadoso. Tampoco a la ciudad le interesa un ritmo pulmonar perdido, a pesar de que ella extirparía, si pudiera, el oxígeno de todos los pulmones posibles  para regalarle al pequeño una brizna de aliento.
Su mirada se pierde en algún punto imaginando el escondite de la pequeña alma.
-¿Por qué no vienes a mí?...
Sus pasos van a buscar en el agujero del muro una esperanza falsa, como si su niño jugara al escondite. Se levanta de la silla donde acuna el frío y rígido sueño y de su puño sujeta el cordón umbilical que aún no ha cortado el abdomen del bebé.
Tal vez esté ahí metido, piensa. Entre arañas y hormigas de  yeso.
Ella deambula con el cuerpo del pequeño arrastrándolo por la casa. Cortó el cordón ella misma, pero no lo soltará mientras pueda. Lo busca entre juntas y grietas mientras llega la hora de regresar a la silla e intentar de nuevo su rancia lactancia.

Aragggón

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