1
La madre de Hitler era una zorra caliente que
se lamentaba constantemente de la vieja y pequeña polla que tenía su marido,
así que Yo la jodí algunas veces, y cuando digo jodí no me refiero solo a
penetrarla, sino a hacerle “grande daño” ante el pequeño Adolfito en su
infancia. A esa marrana austríaca le contagié la sífilis y de ahí su locura. Se
le hizo la voz ronca y el cerebro mierda (aunque Dios el marica, ayudó
previamente dotándola con unos sesos que tenían la misma consistencia que la
sopa aguada).
Mientras el pequeño Adolf Hitler crecía, el
mediocre inspector de aduanas que era el recto padre y marido, comíales el rabo
a sus superiores en sórdidos despachos por conseguir algún puesto mejor en la
administración.
Klara Pólzl era una puta en su coño y en su
ano, pero en su enferma y deprimida mente, vivía, cagaba, vomitaba y se
beatificaba por su hijo de mierda Adolf. No murió de cáncer de pecho a los
cuarenta y siete años. Los monos historiadores mienten como bellacos cuando
ignoran algo, le golpeé sus ubres con el plano de mi puñal hasta que de sus
pezones manó la sangre. Le reventé las tetas más concretamente, no sintió dolor
porque la sífilis le había podrido el sistema nervioso central. Al adolescente
Hitler, le hice mamar esa sangre con mi puñal presionándole la nuca. Lloró de
miedo; pero jamás por la muerte de su madre.
Tenía diecisiete años y era todo un fracasado
en los estudios y en la vida social. Un paria al que solo quería su madre
demente. Era el ser más cobarde de toda Austria.
Hasta los vagabundos lo maltrataban.
No fue mi primer contacto con Adolf, lo sodomicé ante su madre a los siete años y
tuvo que llevar pañales durante dos meses; tenía tan reventado el ano que no
podía contener la mierda de sus intestinos. Cosa ésta de la que se percataron
sus compañeros de clase convirtiéndose así, en una de sus primeras y mayores
frustraciones.
Desbaraté los designios divinos y empeoré el
mundo. Conduje al triunfo a un enfermo y deficiente mental, convirtiéndolo
durante unos años en el imbécil con mayor poder en la historia.
De hecho, el pequeño Adolfito Hitler, nació
con un cerebro podrido, la basura de todos los cerebros. Yo corregí y mejoré lo
que Dios había hecho y le di una larga y próspera vida. No murió viejo ni mucho
menos; pero como era un subnormal, no hubiera durado mucho en el mundo siendo
la mierda que era; estaba destinado a que un gitano le rebanara el pescuezo
para robarle su abrigo.
El futuro führer, era hijo de un funcionario
de aduanas de escasas luces y con menos cultura aún. El éxito de semejante
subnormal en la administración se debió a lo mismo de siempre: toma al mono más
idiota de todos, dale algo de cargo y te lamerá el ano. Joderá a sus compañeros
y escalará a costa de trabajos ajenos. Lo que viene a ser un encargado o
capataz en la escala primate.
Alois Hitler, el padre del tarado Adolfo, era
el prototipo de primate sin cerebro que comía donde cagaba, pudo escalar por
mendicidad un peldaño en la pirámide de una administración que se ahogaba en
formularios y cargos intermedios que no servían más que para paralizar todo
trámite; la arrolladora y kafkiana burocracia europea era el cáncer de la
modernidad.
Ni sus estudios ni su capacidad intelectual le
dejaron subir más en el escalafón. Como todo buen imbécil, era un buen
reproductor; los primates que no son muy listos tienen unos testículos muy
llenos para compensar el escaso peso de su cerebro. Tuvo nueve hijos con tres
matrimonios.
Era un polla inquieta.
Los Hitler venían de una familia endogámica,
que se cruzaban entre primos y sobrinos y la consanguineidad les dio porquería
extra en sus cerebros piojosos.
Adolfito tenía la genética perfecta para que
yo me cagara en su boca.
Aquel núcleo familiar era campo abonado para
que yo me lo pasara un rato bien.
2
Cuando Dios se ríe como un retrasado mental,
conteniendo la sonrisilla con la mano en la boca, es que va a hacer alguna
estupidez de las suyas. Y comenzó por darle al pastor de cabras Alois Hitler,
una desmesurada ambición en un cerebro meramente funcional y con menos
creatividad que la de él, el Creador.
Luego, unos ángeles (de esos que enseñan el
culo a su Todopoderoso y se lo dejan desgarrar por unas promesas vanas de subir
al círculo superior) se dedicaron a buscar a la subnormal perfecta para el
austriaco imbécil. A Klara la encontraron en una granja de Spital a punto de
hacerle una mamada al perro que la acompañaba a pastorear. La llevaron a servir
a la casa de su primo que no era ni más ni menos, que el estúpido almidonado de
Alois, en el precioso pueblo de Braunau.
Cuando hay tanto movimiento de ángeles y ese
Dios melífluo ríe demasiado, sabes perfectamente que hay entretenimiento asegurado
jodiéndole sus designios divinos. Y en principio, Adolf Hitler estaba destinado
a ser una muestra de la miseria humana, un hijo gris, desgraciado y apaleado
por todos como muestra de lo más bajo que puede caer un primate; luego Dios le
daría unos años de paz y prosperidad para morir a los treinta, con su cadáver
en brazos de su madre, por ejemplo. Uno
de esos dramas que tanto le gustan a Yahveh para poder lucir su piedad de mierda.
La Dama Oscura y yo nos dimos un paseo hasta
Braunau. Allí se encontraba un mensajero de Dios cantando salmos encantadores
para preparar los designios de su señor. Era un día despejado, a plena luz las
fuerzas del Bien y el Mal nos encontrábamos hablando tranquilamente en una
explanada verde frente a la casa de los Hitler, el sol comenzaba a ocultarse y
los colores estaban saturados. Formábamos un cuadro surrealista en aquel
paraje.
Era el ángel Azarías, un tipo con poco
carácter, ideal para hacer todo lo que le ordenaran sin cuestionarlo.
— ¿Qué vais a hacer con esos endogámicos
austríacos? —le pregunté metiendo con naturalidad los dedos en la vagina de mi
Dama Oscura.
—Ha de sufrir, es gente sencilla que necesita
vivir la oscuridad para luego renacer en Mi Señor y su Fe en estos tiempos
difíciles en los que ya no se ofrecen oblaciones a Dios. Ha de morir el padre
ahora mismo.
A mí no me parecía bien que ese primate sin
cerebro y obsesionado por la rectitud, muriera, era necesario para humillar a
su futuro hijo Adolf.
— ¿Y
para eso tanta movilización divina? ¿Solo sufren y mueren ellos? No me jodas
con esa mierda. Anda y lárgate de aquí o te arranco la piel y se la pongo a
Dios de felpudo a las puertas de su cielo mierdoso —por un segundo guardé
silencio, la Dama Oscura se estaba corriendo entre mis dedos.
Azarías continuaba salmodiando.
Amenacé de nuevo al ángel y mis dedos le
salpicaron con la baba sexual.
—Ya he descuartizado a quince querubines, no
quieras ser el próximo, porque va a ser doloroso y ese maricón dios vuestro no
os ha preparado para soportar tormentos. Os quejáis por una pluma que se os cae.
Azarías entonó un cántico en arameo que hablaba
de la gloria de Dios-Jahveh y levitó lentamente para subir al cielo. Yo sacaba
mi puñal clavado verticalmente entre mis omoplatos. Es un momento de ligero
dolor, cosa que es buena, porque cuando algo me molesta mi ira acobarda a todos
los seres del universo. Me acerqué hacia el ángel maricón, di un saltito y le
corté la femoral con mi puñal. Su sangre caía con elegancia desde su pie. Dejó
de entonar su canto para gritar a Dios que se moría, movía sus alas con torpeza
y rapidez. La sangre salía con una fuerte presión de su muslo y en poco tiempo
se creó un charquito rojo en la verde hierba. Sus alas hacían un hermoso
contraluz y los pezones de mi Dama Oscura estaban duros como piedras. Precioso…
—Idiotas —le dije con malhumor a mi Dama
Oscura.
Ella me acarició los genitales y aplacó mi
ira, era el año 1876.
3
En 1885 asistimos a la boda de Alois y Klara.
Alois había enviudado dos veces. Por supuesto,
llamamos mucho la atención en aquella podrida iglesia de Braunau; yo no llevaba
esos bigotes ridículos e iba con los brazos descubiertos; mi pasión por los
grandes cigarros y la medida de mi espalda acabaron definitivamente por hacer
las miradas hacia nosotros huidizas, los primates a veces tienen un instinto
del peligro. Pero quien más llamaba la atención era mi Dama Oscura: vestía un
pantalón de cuero negro ajustado y una blusa blanca abierta por debajo de los
pechos, sin sujetador; en aquellos tiempos era tener un coño inmensamente bien
puesto. La adoro.
Llamé la atención de Klara y sus claros ojos
de idiota se posaron en mí y en mi bulto genital antes de recibir la alianza de
su maduro marido. Estábamos de pie en el último banco, cerca de las puertas de
la iglesia. Le saqué la lengua y oprimí con fuerza el pecho de mi Dama Oscura,
ella deseó que hiciera con ella lo mismo, lo leí en su mente simplona.
Acudí a la casa de los Hitler a los cinco
meses de la boda, Alois estaba viajando por las distintas aduanas del país.
Entré por el camino de grava, saludé con
familiaridad al jardinero, llamé a la puerta y la sirvienta me dejó entrar sin
problemas tras invadir su mente. Llegué a la habitación del matrimonio, ella
estaba tomando leche caliente con galletas en la cama.
Estaba embarazada de Adolf.
—Primate de mierda… ¿Tú sabes lo que llevas en
el vientre? Es un mono sin cerebro destinado a haceros sufrir con su mala
salud, su deficiencia mental y su futura miseria. Es Dios quien lo quiere, pero
lo voy a arreglar. ¿Verdad, puta primate?
Por toda respuesta gimió como una rata
atemorizada.
—No me haga daño, estoy embarazada —y tocó la
campanilla para que acudiera la sirvienta, no hubo respuesta.
Me encendí un cigarro, aspiré profundamente el
humo hasta que me inundó los cojones y le di un puñetazo en los pechos. Aulló
de dolor, sus ojos claros se humedecieron y enrojecieron. La saqué de la cama
tirando de su pelo, le bajé las enormes bragas y se la metí sin más preámbulos
en la alfombra de la alcoba. Primero lloró, luego se calló y después no podía
dejar de gemir con cada embestida. Era tan simple y previsible…
Como estaba acostumbrada a ser mal follada a
oscuras por su viejo marido, no vio mi glande cubierto por una llaga hedionda y
purulenta. Era sífilis. Sentí el pequeño feto de Adolf sacudirse con cada una
de las acometidas de mi pene por tan adentro que se la metía.
Ella no sintió orgasmo, el placer se le acabó
cuando yo me corrí.
—No te vuelvas a preñar con ese funcionario de
mierda, es un aviso. No es por celos, primate idiota. Es que no quiero que
traigáis más repugnantes monos con vuestra genética al mundo. Estoy harto de mierda,
de Dios y de vosotros; al fin y al cabo, es todo lo mismo. Y ni una palabra a
nadie o no vivirás suficiente tiempo para pronunciar mi nombre: 666.
Volví a mi oscura y húmeda cueva silbando
tranquilamente. “Si has de hacer un trabajo no envíes a ángeles idiotas, hazlo
tú mismo”, le dije a Dios alejándome de la casa por el prado verde. Le había
contagiado de sífilis y contaminado también el feto, había creado una
expectativa de orgasmo en la retrasada y el miedo necesario para que me mamara
el rabo en cada ocasión que yo se lo exigiera sin rechistar. Y todo eso en
apenas media hora.
4
Adolfito nació en ese mismo año, en Passau,
Baviera. La familia se tuvo que trasladar por motivos del trabajo de Alois. Son
iguales que los chimpancés, siempre moviéndose y pariendo en todas partes.
Lo único que no me gustó es que Klara influyó
decisivamente en su marido para trasladarse de casa, aquella violación que casi
disfrutó la tenía un tanto obsesionada.
Así que en junio de 1896 con el patán de Alois
ya jubilado se mudaron a una buena casa (buena y lujosa para un vulgar
inspector de aduanas) en Leonding, en las afueras de Linz. Adolf Hitler tenía
siete años.
Como a Jahveh, a mí también me jode que los
monos tengan voluntad propia.
La Dama Oscura me acompañó en la visita a la
familia Hitler. Lo cierto es que fui a pasarle cuentas a la zorra de Klara, se
había quedado preñada desobedeciéndome y eso no me gustó nada. Las primates han
de comprender que es mejor recibir una paliza de sus maridos que un castigo
mío. Infinitamente mejor y menos doloroso.
El pueblo era más simple que la mente de un
primate, cuatro casas mal repartidas y unas aceras estrechas. Todos esos
lugares olían a mierda de cerdo y vacas.
La sirvienta era la misma, cosa que me
aburría. Cuando llamé a la puerta, le corté la carótida como saludo y dejé que
se desangrara en la calle. A las seis de la tarde, el recto varón estaba en la
taberna emborrachándose y Klara se encontraba en el salón jugando con Adolfito
a las damas. Su barriga ya abultaba bastante, era obvio que tenía un pequeño
marrano creciendo en su interior. Se levantó tirando la silla al suelo al
reconocerme. Adolf corrió hacia la puerta, pero se encontró con la Dama Oscura
sonriéndole con una maldad escalofriante.
—Te avisé que no te quedaras preñada —le pasé
el filo de la hoja por la barriga tras rasgar su bata, haciendo un fino corte
en la piel que apenas sangró.
—Él me obligó, insistió. No pude elegir.
Mi Dama Oscura sujetaba por los hombros a
Adolf que tenía una tendencia natural a la cobardía. Me repugnaba su pelo
oscuro y escaso, sus ademanes de deficiente mental: tenía un tic en el ojo
izquierdo que al cerrarlo le hacía torcer la boca frecuentemente y tendía a
pasarse continuamente la mano por el pelo de la sien derecha.
Le bajó el pantalón y los calzoncillos y le
obligó a poner el pecho en la mesa.
—No le hagáis daño a mi niño —gritó
teatralmente Klara.
Me desnudé de cintura para abajo y me acerqué
al culo del pequeño futuro fascista. Mi Dama, se acercó a Klara y la tranquilizó
acariciando su dilatada vagina, yo invadía su mente para que estuviera quieta.
Adolf no hablaba, simplemente lloraba, estaba
asustado hasta mearse. Sus piernas colgaban de la mesa. Le penetré y como una
tela su esfínter se desgarró. Su grito resonó por toda la casa, como si tocaran
las campanas a muertos. La sangre goteaba en mis zapatos, mi pene estaba rojo y
excrementos. Mi mente se nublaba entre vapores rojos y gritos de dolor, es mi
Maldita Paranoia. Extraje de mi espalda el puñal que llevo enterrado en mi
carne y le hice una cruz con los maderos quebrados cerca de la nuca. Le dolía
más el ano que el corte que le hacía, por ello no gritaba demasiado ya.
Los ojos de Klara lloraban; pero su boca se
abría en un gemido de placer, Mi Dama Oscura se había metido los dedos de la
austríaca en su vagina y se retorcía de placer a sus espaldas.
Tomé un puñado de cabellos repugnantes de
Adolf y le obligué a mirar a su madre.
—Es una cerda, Adolf. Es nuestra puta barata.
Apréndelo, recuérdalo, que tus noches de mierda estén siempre acompañadas por
esta imagen, por la de tu dolor, por tus nalgas ensangrentadas. Tú también eres
mío.
Lo dejé caer al suelo y se llevó las manos al
culo. Mi pene estaba erecto hasta el dolor, goteando sangre. La Dama Oscura
hizo que la espalda de Klara se apoyara en su pecho para ofrecerme su barriga y
su coño en precario equilibrio.
Le había rasgado las enaguas y la penetré.
Embestía con tanta fuerza que la Dama Oscura perdía el equilibrio y la barriga
de la preñada parecía que se iba a desprender.
Cuando eyaculé, llegó al orgasmo porque así me
lo propuse.
—Lava bien a tu hijo, está lleno de sangre y
mierda. Cuando haya nacido lo que llevas en tu vientre, volveré para asegurarme
de que no te vuelvas a quedar preñada, primate de mierda.
La Dama Oscura le metió los dedos en su boca
aún jadeante de orgasmo, y como si se hubiera roto un hechizo, la austríaca se
retorció de dolor en el suelo llevándose las manos al coño. Le escupí en la
cara y a Adolfito le pegué una patada en la boca para que me fuera conociendo
en todas mis facetas. No todo va a ser sexo, los fascistas se van a los
extremos y hay que maltratarlos para que aprendan.
Adolf no faltó al colegio, Klara no estaba
dispuesta a contarle nada a su marido, ya había aprendido a temerme más a mí.
El primer día, Adolf se cagó encima en plena clase de religión y sus compañeros
se rieron de él. Cuando su madre lo fue a recoger, olía a mierda.
—Me duele mucho, mami. No podía aguantarme —le
decía a su madre camino de casa.
—Ya pasará, Adolf, no te preocupes.
— ¡Cagón, cagón, cagón…! —gritaban tres amigos
suyos que lo siguieron durante el camino a casa.
— ¡Gamberros! Voy a hablar con vuestros padres
—les decía Klara sin que ellos le hicieran caso.
Al día siguiente Adolf llegó a la escuela con
un pañal de gasa, de los que su madre usaba cuando le venía la regla. Sus
compañeros se dieron cuenta de ello y en la hora de recreo le bajaron los
pantalones para que todos vieran su pañal.
Durante dos meses (lo que tardó en sanar el
esfínter) tuvo que soportar todas aquellas burlas y vejaciones.
El rencor se metió en el pequeño cerebro de
Hitler, hasta que el dolor de la humillación de sus compañeros superó al de la
violación. Soñaba con descuartizarlos, con meterlos en el fuego aún vivos.
Soñaba que les arrancaba los dientes y que les metía un palo por el culo hasta
hacerlo emerger por la boca. Soñaba con meter su pequeño pene en el coño de una
pequeña primate compañera suya para que sufriera de la misma forma que había
sufrido su madre conmigo, por mi voluntad maligna.
Su capacidad de concentración se hizo añicos,
suspendía todos los exámenes de todas las asignaturas. Su padre tuvo que pagar
un buen dinero para que fuera aprobado.
Y fue severamente castigado, Alois solo sabía
mal follar y castigar. Su cinturón era el poderoso látigo de la rectitud y la
espalda de Adolf se convirtió en un libro de leyes escrito con sangre y cuero.
Nada de todo aquello podía sanar el tiempo.
Es algo que Yo tenía previsto. Al fin y al
cabo soy un Dios infalible y no como ese melifluo Yahveh.
5
En el mismo año, volví a visitar a la familia.
Klara había parido a una niña que llamó Paula.
Tenían una nueva sirvienta de unos quince años
que quedó ciega en el instante que abrió la puerta y miró a los ojos de la Dama
Oscura. Y no fue por algún rayo de maldad, sino que mi Negra Señora, le
acuchilló los ojos con una rapidez y una precisión que haría palidecer al mejor
de los neurocirujanos. Como no iba a dejar de llorar, le rebanó el cuello.
Adolfito no podía apartar la mirada de nosotros
ni de la sirvienta, se encontraba en la puerta del recibidor, intentando
esconderse tras el vitral de la puerta. Se había meado de nuevo.
Su padre, como siempre estaba en la taberna,
por ello no murió a sus cincuenta y nueve años. De cualquier forma, no me
hubiera costado más de cinco minutos matarlo a él y a todos sus compañeros de
borrachera en la pequeña taberna de Leonding.
Avanzamos hacia el salón, llevaba a Adolfito
agarrado por su pelo grasiento. Subimos juntos, como una familia, hacia la
alcoba de su madre que en esos momentos debería estar cuidando de Paula.
En efecto, abrí la puerta de una patada, Klara
se asustó y se le cayó el libro que estaba leyendo incorporada con varios
almohadones en la espalda, la niña en la cuna prorrumpió a llorar. Me acerqué a
la cama y me senté a su lado.
—Vamos a arreglar esto, Klara. Ya te dije que
no quiero que traigas más subnormales al mundo.
La Dama Oscura le estaba dando una lección al
pequeño Adolfito de cómo era su vagina, se sacó la compresa y le mostró su sexo
menstruando.
—Lámelo, Adolfito, te gustará. Te harás
fuerte.
— ¡Deja en paz a mi hijo, puta morena! —gritó
enfurecida la austríaca, con su fláccida barriga convulsionándose.
La primate me sorprendió un poco por su
envidia, porque la Dama Oscura lucía una cabellera negra brillante y
larguísima, mucho más brillante que el pelo de su hijo, apelmazado y lacio.
Tomé un puñado de sus pelos, se los arranqué y se los mostré:
— ¿Tú has visto bien tu pelo, aria de mierda?
Se llevó las manos allá donde le arranqué el
mechón y se mancharon de sangre.
Tenía un leve temblor y su voz sonaba un poco
más recia, las ojeras también podrían ser un síntoma del estrago que la sífilis
hacía en su organismo poco a poco; aunque creyeran que su debilidad se debía al
embarazo.
Adolf
lloraba arrodillado ante mi Hermoso Coño Sangrante (porque la Dama
Oscura es mía, me pertenece su mente y su coño), como si le rindiera adoración.
Era preciosa aquella estampa con mi Dama Oscura hiriendo la piel del cuello del
niño con aquella fina daga.
Le di una buena bofetada a la austríaca y le
partí los labios, luego un puñetazo en la sien que le provocó un feo derrame en
el ojo. Con ello no fue necesario que invadiera su mente, porque perdió toda
noción de su propia existencia.
—Venga Adolfito, pasa la lengua por el coño de
mi Dama y deja de llorar. Otras cosas peores te esperan hasta que mueras y te
pudras en mi infierno.
El niño acercó la cabeza y con torpes
lengüetazos acariciaba aquel coño suculento. Metí la mano en el pantalón y
extraje el pene porque los pezones erectos y los gemidos de mi Dama, me sacaban
de control. Cuando eyaculé, el semen negro cayó sobre la cuna de Paula.
La Dama Oscura se corrió, bajó los pantalones
de Adolf y le masajeó el pene sin obtener resultados.
—Esperemos que crezca o vas a tener problemas
de mayor, ¿eh, Adolfito?
Acto seguido se metió aquel pequeño pene en la
boca y mordió el prepucio hasta cortárselo.
Lo cierto es que yo cerré el puño con aversión
al ver su pequeño pene sangrando, eso son cosas que duelen aunque la tengas
pequeña. Adolf se retorció en el suelo de dolor, gritando sin consuelo, yo me
encendí un cigarro admirando con curiosidad su dolor que duró unos cuantos
minutos. A la Dama Oscura se le escapaba la risa.
¡Mira por donde que el futuro fascista era un
circunciso como cualquier otro judío! Mis malditos designios son mucho más
ingeniosos y divertidos que los de ese Yahveh celoso de mierda.
De ahí que hiciera matar a todas las putas y
niñas con las que tenía contacto una vez se hizo adulto y führer: no quería
testigos de su circuncisión.
— ¿Por qué llora mi pequeño? —balbuceaba la
madre desde su inconsciencia.
—Mi Dama, acerca al futuro tirano para que
observe bien donde se desarrollan y nacen los pequeños primates —dije sin
hacerle caso a la primate austríaca.
Klara estaba sucia de vómito. Le arranqué la
sábana y la colcha con la que se cubría y aún sumida en la inconsciencia, le
metí la mano entre las piernas y le saqué una gasa que cubría la vagina. Aún
tenía puntos de sutura.
—Déjennos, por favor, no le hagan daño a mi
mamá —lloriqueaba Adolf.
Introduje mi puño en la vagina, y empujé más
adentro. Klara gritó hasta dañarme los tímpanos, recuperó la consciencia en una
fracción de segundo de dolor. Pataleaba; pero mi puño ya estaba demasiado
dentro. Cerré los dedos en torno a cosas ignominiosas que tenía allí dentro y
se las arranqué. Desfalleció de dolor cuando dejé caer los ovarios y parte del
útero entre sus piernas. Su coño era una fuente de sangre y se lo taponé con la
gasa.
Adolfito sufrió una crisis respiratoria ante
lo que le forzamos a ver. Soy bueno en lo mío, soy maravilloso. Le di una
bofetada y se le pasó la histeria.
Me limpié la mano en las sábanas y le
pellizqué uno de sus pezones supurantes de leche, la respiración de la madre
era apenas un suspiro, se estaba muriendo.
—Ve a buscar a tu padre a la taberna y que se
traiga al borracho del médico, y rápido o tu madre morirá.
Adolfito salió corriendo de la casa con sus
pantalones mojados de orina y sangre.
La Dama Oscura tomó a la pequeña Paula en
brazos y le dio un ligero golpe en la cabeza con el mango de su daga, en un
lugar muy preciso de su nuca, la niña dejó de llorar porque se quedó dormida al
instante.
Le había estropeado una zona de su cerebro
para que fuera lo más parecida a su hermano Adolf. No dejo nada al azar.
Y nos fuimos de aquella casa de mierda con
Dios lanzando espumarajos de rabia por mi intrusismo y porque es un tipo
envidioso.
Klara consiguió salvar la vida, Alois jamás
pudo entender lo que ocurrió en su casa porque la muy astuta alegó amnesia.
Adolfito decía no recordar quien le hizo todo aquello. Sus noches se
convirtieron en horas de miedo y un dolor que revivía una y otra vez.
Yo no soy suave, los traumas que yo creo
estropean la vida de los monos de una forma insoportable.
Durante algún tiempo la policía local (unos
primates no muy listos) buscaron vagabundos para culpar por las agresiones y la
muerte de la sirvienta. Al cabo de unos meses, apenas nadie se acordaba de todo
aquello.
Alois seguía castigando a Adolf por sus
fracasos escolares y con el cinturón intentaba inculcarle algo de valor y
empuje en la vida. El pequeño Adolf era un tipo realmente reticente a la
actividad física. Su padre de mierda no veía nada bueno en él.
“Mi pequeño hijo maricón”, decía de él a
menudo en la taberna cuando se refería al futuro führer.
Dios no sabe bien lo que es la miseria humana,
yo sí que se hundir a alguien en lo más profundo de la indecencia y conducirlo
directamente a la locura más destructiva.
Los primates son cosas que se pueden moldear,
modificar, eliminar y atormentar de la forma más sencilla y amena. Deberíais
probarlo con vuestros propios hijos y padres, los resultados son sorprendentes.
Dejé un breve espacio de tiempo de siete años
antes de visitar de nuevo a la familia, es bueno que crean que todo ha pasado,
que se confíen. Sobre todo después de unas fiestas navideñas felices y sin
problema alguno. Cuando todo está bien, asestar un buen golpe crea una angustia
en los primates difícil de asimilar por sus cerebros simplones.
6
A primeros de enero de 1903, Adolf tenía
catorce años, era un adolescente de gesto lánguido. Muy pasivo y temeroso de su
padre.
Adolf era casi venerado por la tarada de su
madre y el cerebro estropeado de su hermana Paula; nadie más lo soportaba. Su
presencia en la escuela y en las reuniones familiares provocaba una antipatía
innata.
La casa estaba decorada con motivos navideños,
el árbol lucía cerca de la chimenea y el viejo Alois estaba demasiado borracho
como para estar despierto en pleno mediodía. Ya era un elemento innecesario, su
trabajo de estropear la mente y la autoestima de su hijo había llegado a su
fin. Klara y sus hijos se encontraban en la plaza del ayuntamiento de Leonding,
comprando comida y regalos en la feria ambulante.
La Dama Oscura se acostó en la cama, junto a
Alois y su elegante bigote, sacó su daga de la liga del muslo derecho y la
introdujo en su oído lentamente. El viejo sacó la lengua de dolor ya que estaba
demasiado podrido para gritar, aún así le tapé la boca con la mano y le hundí
mi puñal en los intestinos.
—Ya no sirve para nada, Sr. Hitler. Es hora de
morir.
Intentó hablar, pero sus ojos se cerraban con
fuerza ante la daga que le estaba destrozando el oído, el cuchillo clavado en
el vientre era una caricia comparado con aquello.
Pero cuando el cuchillo se mueve hacia los
genitales cortando todo lo que encuentra a su paso, el dolor se convierte en
una obra de arte de insoportable impacto. Y con ese arte abrí su paquete
intestinal, el viejo austríaco tuvo un honor que pocos se han ganado. Metí las
manos y saqué sus tripas para ponerlas a un costado. Esto no mata a ningún mono
inmediatamente; da tiempo a que sufra mucho.
Los viejos no gritan con fuerza, es una
lástima; pero tienen un lamento cansino que me incordia mucho y le metí un
trozo de intestino en la boca como mordaza.
La Dama Oscura se aseguró de que la daga
quedara firmemente alojada en el oído y salió de la habitación para dirigirse
al salón. Fueron unos minutos que yo usé para castrar al viejo. Volvió con las
manos cargadas de bolas de adorno del árbol y las metió todas en el hueco que
dejaron los intestinos. En el montón que formaban sus tripas, clavamos con un
alfiler la estrella de la anunciación. Un par de piñas con un lacito rojo
quedaron entre sus piernas, donde deberían estar sus cojones de machote
reproductor. En la tetilla izquierda le grabé con el cuchillo una cruz con los
maderos quebrados como la que le tallé a Adolf en la nuca. El centro de la cruz
era el pezón cortado en cuatro trocitos, se meó miserablemente cuando se hundió
el cuchillo en el pezón.
Quedó precioso para celebrar la epifanía de
los Reyes Magos, y con el frío que hacía, es posible que aguantara tres días
sin oler demasiado mal.
Abrí mi boca, la pegué a la suya y aspiré su
alma a pesar del asco que a veces me dan los primates; también puedo ser
delicado. La Dama Oscura observaba fotos y cosas del cuarto distraídamente.
Tardó veinte minutos en morir.
La Dama se había puesto caliente, hirviendo.
Vestía una capa roja con borde blanco, típico de navidad, debajo no llevaba
nada, más que unas botas altas hasta las rodillas.
Me senté en la mecedora de Alois y rompí los
apoyabrazos. Levantó la capa hasta su vientre con una sonrisa traviesa, se
sentó empalándose con mi pene y esperamos tranquilamente a que llegara el resto
de la familia.
Apoyaba sus muslos en los míos y yo le daba
impulso a la mecedora. El resultado fue apoteósico, mi pene se hundía en ella,
sus pechos se agitaban tranquilamente y mis cojones hirviendo recibían el
frescor de aquel ambiente. Su clítoris sobresalía con dureza y la castigaba por
vanidosa con fuertes palmadas en la dilatada vulva.
Breves miradas al cadáver de Alois me
excitaban más aún y entre los jadeos de mi Oscura, sentía las voces de tantos
torturados y muertos. De todos los primates que aún me quedaban por matar. Mi
placer se incrementaba con cada caricia que aquel coño suculento me hacía, con
las tripas apestosas del viejo Alois infectando las navidades en aquella parte
del mundo. Imaginé a Dios masturbándose y llorando ante la vagina de mi Dama
que subía y bajaba rítmicamente plena de mí.
Abrieron la puerta de la casa.
— ¡Papá, ya hemos llegado! ¿Tienes hambre?
—gritó Klara alegremente acercándose hasta la habitación —su voz se había hecho
fea y su caminar denotaba cierta cojera. La sífilis es silenciosa e implacable.
—Te hemos comprado unos cigarrillos de
importación —la voz de Adolf había cambiado, era más grave, aunque continuaba
siendo ridículamente chillona.
Paula reía correteando. Todos se dirigían a la
habitación del macho.
Cuando abrieron la puerta y nos vieron
follando en la mecedora el silencio cayó como una losa sobre sus cerebros de
simples primates.
Nosotros continuamos con nuestra cúpula, mugí
como un toro al eyacular y la Dama Oscura se clavó las uñas en las mejillas
haciéndose heridas por el placer que la poseía.
Cuando nos calmamos, se levantó. Su coño dejó
caer mi semen al suelo y un pequeño río viscoso se deslizaba por sus muslos. La
familia Hitler, lo observó todo en alta definición y tridimensional. Klara
protegía a sus hijos tras de sí que lloraban y gritaban queriendo huir de allí.
Acabé de consolar con caricias la excitación
que provocaba aún espasmos en mi pene, saqué mi cuchillo clavado en mi espalda
y les sonreí.
—Papá ha muerto, podéis usar sus tripas para
haceros una buena frittatensuppe, para el día de reyes sería perfecto.
Personalmente me ha dicho que os de una buena lección porque sois un poco
indisciplinados y sobre todo, Adolfito, a ti te la tiene jurada. Aún te es
difícil leer con claridad, a los catorce años, todos los chicos de tu edad leen
sin tener que silabear. Durante un rato voy a ser vuestro tutor y dejaros el
mensaje de Don Alois bien inculcado.
— ¿Por qué no nos deja en paz? Ya nos ha hecho
mucho daño —lloraba Klara.
Adolf era tenía la estatura de su madre, que
no era muy alta; pero era notable lo que había crecido desde la última vez que
lo vi. En aquel entonces, un primate de catorce años ya aparentaba ser un
hombre de veinte.
La cara regordeta de Paula estaba sonrojada
por el frío y húmeda por las lágrimas. Sus manos se aferraban con fuerza al
vestido de su madre.
Me puse en pie y tomé el cinturón del pantalón
del primate muerto.
—Desnúdate, Adolf.
— ¡Noooo! No lo toques hijo de puta —gritó
abalanzándose sobre mí Klara.
La Dama Oscura puso un pie para hacerla caer,
le di una patada en la cabeza y quedó desorientada. Paula salió corriendo y la
Oscura la alcanzó en la puerta, intentado salir a la calle, como no dejaba de
gritar, le quitó el lazo rojo del pelo camino de la habitación y la estranguló
hasta que su cara se puso amoratada, la dejó caer al lado de su madre. Por un
momento creí que había muerto y sonreí a mi Dama Oscura con amor; pero la mona
seguía viva…
Adolf se estaba desnudando deprisa. Cuando se
bajó los calzones, mostró un pubis muy poblado de vello negro y casi oculto
entre él, un pene circuncidado muy toscamente.
—Eres todo un hombrecito ya. ¿Sabes que los
judíos también tienen su pene descapullado, es algo que tendrás que ocultar, ya
me entenderás. Ahora quiero que me digas cual es mi nombre —me acerqué y le
azoté no sé cuantas veces con el cinturón.
En algún momento se derrumbó en el suelo y
cuando observé al mono, su espalda y su costado izquierdo estaba sangrando,
faltaba piel en algún sitio.
La Dama Oscura había amarrado los pies y manos
de Paula y la había acostado desnuda al lado de su padre muerto.
A Klara le había subido el vestido y arrancado
las bragas, su culo delgado se agitaba con el llanto.
Aquella visión aplacó mi ira.
— ¿Cómo me llamo?
— ¡No lo sé, no lo sé! ¡No me pegue más! —se
encontraba tumbado del lado derecho y sus rodillas encogidas contra el vientre,
cubriéndose la cara.
Yo nunca obedezco a un primate, así que me
ensañé con su muslo izquierdo hasta que sangró también.
—Soy 666.
—666 —repitió hipando.
— ¿Cuánto es seis por seis?
No respondía, solo lloraba. Tuve que sacarle
las manos de la cara, tirar de su cabello para levantarle la cara y cruzarle la
cara con el dorso de la mano. Sus labios se partieron a la primera hostia que
le di.
—Me cago en Dios… Sino respondes te destripo,
primate de mierda.
No se puede ser amable con las bestias,
primates y el resto de animales funcionan igual: paliza o premio.
—Diez… Dieciocho…
La Dama Oscura lanzó una carcajada y clavó su
daga en un glúteo de Klara que aulló de dolor.
—Mi 666… ¿Éste tarado va a ser el führer?
¿Quieres que le haga una lluvia dorada a tu hijo, Klara? A lo mejor se le
despierta un poco el cerebro.
Volví a darle una buena paliza con el
cinturón, duró unos cuantos minutos.
—Estás matando a mi hijo… —gimoteaba Klara con
una voz cada vez más ronca.
—Arráncale la piel mi Dios Negro —susurraba la
Dama con su capa abierta.
Paula se había caído de la cama intentando
desatarse y su nariz sangraba.
—Treinta y seis, subnormal. Seis por seis son
treinta y seis… —gritaba mientas lo azotaba una y otra y otra y otra y otra
vez.
Se estaba vaciando de sangre, sangraba por
tantos sitios… Una oreja se había rasgado y le colgaba ligeramente. Ya no
lloraba.
Invadí su mente y no lo dejé desmayar, tenía
que sufrir.
— ¿Treinta y seis por seis?
— Ciento dieciséis —respondió.
Quedé dudando un momento, tal vez había
contado los cintarazos que le había dado solo en la espalda. Tal vez estaba
confundido, tal vez… Sentí ganas de decapitarlo lentamente, cortando con calma
su fino cuello de adolescente.
Suspiré con paciencia y me encendí un cohíba
que llevaba en el bolsillo de la camisa.
—Ata a la cerda, porque este idiota aún no
tiene muy claro lo que es multiplicar y me tienes que ayudar.
La Dama ató los pies y manos de Klara haciendo
tiras las bragas que le había arrancado.
Tomé a Adolfito por las axilas y lo puse en
pie manteniendo sus brazos por encima de la cabeza con mi presa.
—Mi Dama Oscura, dile, enséñale cual es el
resultado de treinta y seis por seis.
Cogió el cigarro de mi boca, se arrodilló en
el suelo frente a los genitales de Adolfito.
— Son doscientos dieciséis. Doscientos
dieciséis —dijo quemándole el meato con la punta del cigarro.
Es curioso de donde sacan las fuerzas los primates
cuando les aplicas dolor… Pareciera que ya no podía ni respirar; pero el grito
que lanzó nos hizo daño en los tímpanos. Su madre parecía una foca intentando
reptar con su barriga por el suelo en busca de su hijo y la pequeña Paula lanzó
un grito tan fuerte que me irritó al punto de destriparla desde la garganta
hasta los intestinos. Son cosas que puedo hacer, y de hecho hago, con suma
facilidad.
Luego, la Dama se metió aquel pene ridículo en
la boca y le apagó las briznas incandescentes que quedaron prendidas en el
glande.
Se acabó la lección.
Besé a mi Dama en la boca y le metí los dedos
en la raja, la tenía húmeda de nuevo.
Colocamos a los hermanos juntos apoyados al
pie de la cama, frente a su madre para que vieran el espectáculo.
Me tumbé encima de Klara y le penetré el ano.
Aferraba su cabello con una mano y con cada embestida, le estrellaba la cara
contra el suelo de madera.
La Dama Oscura azotó la cara de Paula hasta
que comprendió que no tenía que gritar. Con siete años, a pesar del trozo de cerebro
que se le había estropeado recién nacida, era más inteligente que su hermano
Adolf.
Yo ya me había corrido y le metí el pene en la
boca para limpiarlo de mierda, luego me acerqué hasta la pequeña Paula.
—Esto no ha acabado aún —dije metiendo la mano
bajo su vestido de terciopelo azul marino para acariciar su infantil vagina
ante su madre.
—Moriréis cuando sea mi volición, cuando a mí
me apetezca. No os olvidaré jamás mientras estéis vivos. Y cuando estéis
muertos, os espera una eternidad de sufrimiento.
Le di una bofetada a la niña, a Adolf le besé
la boca y le mordí los labios.
La Dama Oscura metió en el ano de Klara una
vela roja y la encendió.
Nos reímos e hicimos un par de comentarios
jocosos respecto a la familia Hitler y salimos de aquella casa para ir a comer
un par de lágos cubiertos de carne picada y salsa de tomate en el mercado del
ayuntamiento.
En 1905 vendieron la casa, ninguno podía
olvidar lo que ocurrió dos años atrás.
Se trasladaron a la capital de la provincia de
Leonding, Linz. Era una ciudad mucho más grande y poblada. Allí pasaban
desapercibidos de tantas muertes y asaltos. No había vecinos que los
incordiaran con sus preguntas, pésames y recuerdos.
7
Europa estaba hirviendo: coaliciones de
franceses y alemanes por seguir con el control de Marruecos. Grecia, Bulgaria,
Serbia, Montenegro, Rusia, Turquía… Todos esos países estaban gestando el
ambiente ideal para una gran guerra y eso era bueno.
En las guerras ganan los más idiotas, es una
condición que impuso Dios, lo mismo que la virgen se aparece solo a los tontos.
Y ahí, en medio de ese caos, el pequeño
Adolfito, florecería como retrasado mental igual que un hongo en los
excrementos.
En 1907 ya estaban todos aquellos países
completamente ocupados en la preparación de la guerra, aunque muchos no lo
supieran.
Y claro, la familia Hitler no era muy lista,
no tenía suficiente capacidad intelectual para ver lo que se avecinaba. Además,
estaban obsesionados conmigo. Por ello Adolfito, con dieciocho años, por fin
había aprendido la tabla de multiplicar del seis, aunque ya no iba a la
escuela.
Y no iba a la escuela porque la Realschule lo
había expulsado en 1905 sin darle ningún título por su bajo rendimiento, era
tan mediocre como repulsión causaba su trato en docentes y amigos. Solo obtuvo
el certificado de estudios primarios.
Así que me propuse que 1907 fuera su año, que
dejara de vivir cobijado bajo las tetas de su madre y su pensión. El mono no
hacía nada en todo el día más que pintar. No conocía el trabajo ni el esfuerzo.
Toda aquella apatía y vagancia era alentada por la madre que tanto lo amaba.
Eso se lo iba a solucionar yo muy
pronto.
Comenzaría su gran año para formarse como
hombre independiente y convertirse en la mierda que sería años más adelante: el
líder del Tercer Reich. Una vergüenza para los primates, ya que si alguien como
ese mono llegaba al poder, era el indicativo de que la humanidad estaba
realmente agusanada. Eso sí, fue mi preferido durante aquel tiempo, mi primate
mimado: mató tantos millones de circuncidados y otras clases de primates de
segunda clase, que por un tiempo pensé (me ilusioné, ya que a veces soy un alma
cándida a pesar de todo; pero que no se fíe nadie) que Dios había muerto.
Linz, al noroeste de Viena, es una gran ciudad
y gran centro económico de la región, con la pensión y la herencia de Alois, lo
que quedaba de los Hitler, vivía holgadamente. Era un buen lugar, con un alto
nivel de vida, nada parecido a Leonding y sus cuatro casas mal repartidas y las
calles llenas de barro. Mi Dama Oscura y yo paseábamos por el centro de Linz y
nos dirigíamos hacia el bloque de apartamentos donde vivían. El apartamento era
grande, de altos techos como todo edificio modernista, los techos artesonados
con escayola y las puertas altas y recias con abundantes cristaleras.
Eran las cuatro de la tarde del 21de
diciembre, el portero nos preguntó a donde nos dirigíamos y nos indicó que
vivían en el 3º C.
Paula Hitler abrió la puerta y se quedó muda
de terror al vernos. Tenía once años y empezaban a abultar unas pequeñas mamas
que aún no requerían sostenes.
Me agaché y la besé en la boca.
— ¡Feliz navidad, familia! ¡Heil a los Hitler!
—bromeé sin que entendiera lo último.
Klara se asomó al pasillo, había reconocido mi
voz, se metió en la cocina para pedir ayuda a través de la ventana del patio,
cojeaba ya notablemente y sus manos temblaban descontroladamente. Corrí hacia
ella tirando a Paula al suelo, en la cocina la arranqué de la maneta de la
ventana que estaba abriendo y la golpeé en la cabeza con un mazo del mortero.
Se cascó su cráneo, la sangre brotaba a borbotones mientras se convulsionaba,
temí que muriera demasiado pronto; pero era solo conmoción cerebral. Pude ver
que también había perdido los incisivos superiores e inferiores por la sífilis.
Paula venía llorando dócilmente de la mano de
la Dama Oscura. Al ver a su madre en el suelo sangrando se sentó a su lado en
silencio.
—Aún no está muerta, no es el momento de
velarla.
Arrastré a Klara por el suelo hasta su
habitación, la subí a la cama y la desnudé. Sus piernas estaban un tanto
torcidas, los dedos de los pies contraídos por el daño neurológico.
La Dama Oscura se había sentado en un
silloncito con Paula en sus piernas, le acariciaba sus prominentes tetitas a
punto de desarrollarse.
— ¿Dónde está tu hermano?
—Dibujando en el Ayuntamiento Viejo.
—Lo vamos a esperar —respondí.
—Pronto serás mujer —le dijo al oído la Dama
Oscura, mirándome con malicia. — ¿Ya te has tocado?
—No —respondió con un hilo de voz.
— ¿Seguro que Adolf no te ha tocado ya?
—No —respondió de nuevo llorando.
La hizo bajar de sus rodillas, se subió la
falda larga y negra y le mostró su vagina depilada, de labios sobresalientes
brillantes y húmedos.
Klara comenzaba a despertar e invadí su mente
para inmovilizar su cuerpo. Su pelo se había apelmazado con la sangre que
empezaba a coagular y olía mal. Siempre huele mal la sangre de primate.
Mi Dama separó las piernas y se abrió la vulva
con las dos manos.
— ¿Tu hermano te toca aquí? —se tocó el
clítoris suavemente con un dedo y sus ojos se cerraron de placer.
Paula corrió a la cama de su madre para
echarse sobre su pecho. La arranqué de allí y la tiré al suelo frente a la
Dama.
— ¿Tal vez te hace esto? —se metió el dedo
corazón en la vagina, un filamento de fluido se desprendió hasta el suelo,
sentí que la boca se me hacía agua.
Paula estaba atenazada de miedo y vergüenza,
se pasó las manos por los mini pechos.
— ¿Adolf te toca ahí? ¿Solo eso siendo ya todo
un hombre?
— ¿Quieres tocar mis tetas para saber lo que
tu hermano busca de verdad?
Paula sacudía la cabeza negando cuando la
puerta de la casa se abrió.
— ¿Mamá? Ya he llegado —era Adolfito.
Sus pasos sonaron hasta la cocina, se detuvo
un instante mirando la mancha de sangre en el suelo y luego llegó a la
habitación, traía una carpeta con dibujos bajo el brazo. Se le cayó al vernos y
reconocernos desparramando una acuarela y un par de bosquejos a lápiz de algún
edificio.
— Adolf, tenemos que hablar seriamente de tu
educación, no puedes estar viviendo siempre de la teta de tu madre. Te has de
hacer independiente, tener tus propios medios de vida. Follar con mujeres y no
limitarte a masturbarte tras tu caballete en
la calle o tocarle las tetas a tu hermana. Tu madre no va a vivir
siempre, es más va a morir ahora mismo.
—Tócala antes de que la mate.
Se le llenaron los ojos de lágrimas, se
acarició el pelo de la sien y dijo:
— No me hagan daño.
—Toca a tu madre te he dicho.
Adolf se acercó a la cama, su madre no podía
ni mover un músculo. Pasó su mano temblorosa y tímida por los pechos y los
pezones se erizaron involuntariamente. Luego recorrió su vientre para llevar la
mano hasta el poblado monte de Venus donde hundió los dedos y perdió la noción
del tiempo. Su boca temblaba.
—Con lo tarados que sois los Hitler, me
hubiera gustado que tu madre viviera para que gozarais de unas orgías, cosa que
ocurriría en cuanto a tu hermana le viniera la regla; pero dado tu carácter
pasivo y holgazán, esto no será posible.
— ¿Te has masturbado hoy con las niñas que
salían de la academia del Ayuntamiento Viejo? —preguntó la Dama mostrándole sus
pechos y su sexo desflorado.
Adolfito no respondió, se quedó mirando
fijamente el monumental cuerpo de la Dama Oscura.
Giró la cabeza cuando oyó el primer golpe,
como una especie de azote: con el plano de mi puñal, golpeé con fuerza un pecho
de su madre.
Sin prisas seguí golpeando un pecho y otro, no
produje un solo corte. Klara se retorcía de dolor a pesar de mi control, aunque
no podía gritar. Se había formado un hematoma tan importante bajo la piel, que
formaba una bolsa líquida oscilando temblorosamente con cada golpe. Tenía un
cáncer en el pecho izquierdo y fue el primero en el que reventó el pezón. Con
tres golpes más, el otro pezón se abrió. La sangre acumulada en ambos pechos
formó un manantial rojo en cada pezón que se deslizaba tranquilo hacia el
vientre y por las costillas.
—Bebe de ahí, Adolf.
Tomó un candelabro de la mesita de noche e
intentó pegarme con él, una de las pocas cosas de valor que hizo a lo largo de
su vida; pero no lo hizo para proteger a su madre, lo hizo para evitar su
dolor, su próximo tormento.
Le golpeé en la boca del estómago con la
suficiente fuerza para provocarle una leve hemorragia interna, se le escapó por
la boca un hilo de sangre cuando intentaba tomar aire con los pulmones colapsados
por el puñetazo.
La Dama Oscura acariciaba a Paula, de nuevo
sentado en sus rodillas, aunque la había desnudado de cintura para arriba y le
acariciaba los incipientes pezones que a mí no
me decían nada. Los primates jóvenes no me inspiran nada más que deseos
de descuartizarlos, prefiero follar a las hembras bien desarrolladas. Aunque no
he de negar que de vez en cuando, un coño infantil reventado es una
delicatesen. La piedad no la conozco.
Tomé por el pelo a Adolf y le planté la cara
en los pechos destrozados de su madre.
—Chúpalos de una puta vez, coño —le dije
pegándole en el trasero con el plano del puñal.
Liberé la mente de la madre, ya que la
hemorragia casi la había vaciado y apenas tenía fuerza ya para respirar. Abrazó
a su hijo mientras este succionaba de sus pezones tragando sangre y así murió
la perra austríaca que tanto amaba a su hijo de mierda.
Arranqué a Adolf de sus brazos lanzándolo
contra la pared. Abrí mi boca y cubrí la de Klara para aspirar su alma, mis
dedos hurgaban su coño mientras su alma de asqueroso sabor se deslizaba por mi
garganta.
Luego tiré el cadáver al suelo, lo que originó
en Paula un ataque de histeria. La Dama Oscura le golpeó la cabeza con el
candelabro que había dejado caer Adolf.
La niña cayó encima del cadáver de su madre,
formando un cuadro de dramática belleza, hasta tal punto que la Dama Oscura
hizo una foto con la cámara de turista que llevaba en el bolso.
Adolf estaba intentando detener la habitación
que giraba en sus ojos y le abofeteé.
—Tu madre ha muerto. Ya eres un hombre, mono
de mierda. Nos seguiremos viendo, no dejaré de visitarte hasta que estés
muerto, primate de mierda. Vas a sufrir tanto, tus noches van a estar tan
llenas de miedo… Y sabes, querrás ser tu el que provoque el terror. Eres tan
simple, cabrón… —y le escupí en la cara.
Me saqué el cinturón y le di tal paliza que le
hice jirones la ropa.
—No me pegue más, por favor, no me pegue más… —lloriqueaba
antes de entrar en shock.
La Dama Oscura se colocó frente a él, se llevó
una mano al coño y dirigió su chorro de orina hacia su cara.
—Tu madre ha muerto ¿qué haces durmiendo? —le
dijo la Dama Oscura cuando abrió los ojos ensangrentados, el cinturón había
herido cada centímetro de su piel.
Arranqué a Paula del cadáver de su madre, le
di unas leves bofetadas para que despertara y le enseñé un par de bocetos al
carbón que llevaba Adolf en su carpeta: eran dos niñas desnudas, arrinconadas
tras los setos de un parque en un atardecer, en ambas lloraban con sus manos
entre las piernas, con los dedos manchados de sangre. La única diferencia es
que una era de pelo largo y otra de pelo corto.
—Cuídate del pederasta que tienes por hermano.
Le gusta que lloren, que le tengan miedo.
La Dama Oscura se arrodilló para darle un
tierno besito en su imberbe monte de Venus y yo le di una patada en el costado
derecho que de nuevo la hizo caer de bruces entre las tetas ensangrentadas de
su madre.
Yo ya estaba aburrido de aquellos primates de
mierda aquel día.
Llegamos a mi oscura y húmeda cueva sin
escalas, directos al infierno.
8
Ya había modelado totalmente el pequeño
cerebro idiota de Adolf, su madre ya no le podía dar autoestima alguna y se
encontró en un mundo en el que todos los primates lo rechazaban por su carácter
apocado, timorato e introvertido. Ningún
mono soportaba tener cerca a Adolf, no tenía amigos de ningún tipo. Su único
contacto social fue con tres niñas de doce y once años que violó en los
arrabales de la ciudad al atardecer, cuando las sombras son duras e
impenetrables.
Durante unos meses vivieron juntos los
hermanos en el apartamento. A Paula le vino la regla a los dos meses que
asesiné a su madre. Adolf la espiaba en el baño, en la habitación cuando se
desnudaba; cuando se sentaba en el sillón miraba su entrepierna y su erección
se hacía dolorosa. Hasta que una noche Paula despertó con el peso de su hermano
en su pecho y su pene duro abriéndose paso entre su vagina. Logró zafarse y
salir a la escalera para pedir ayuda a los vecinos.
Adolf tuvo que irse a Viena por el escándalo
que montó Paula. Allí intentó acceder a la universidad de Bellas Artes, pero no
pudo superar el examen de ingreso.
Mientras tanto vivía de la herencia de su
madre y de la mitad de la pensión que compartía con su hermana. Insistió en
pintar y en seguir abusando de niñas durante unos meses más. A finales 1908,
recopiló todos sus dibujos y los presentó en la Academia de Bellas Artes de
Viena, esta vez tras examinar su obra, no le dejaron ni realizar el examen.
El dinero ya se había acabado y apenas
conseguía algo haciendo postales para turistas.
Y llegó el momento de vagabundear, de entrar
en contacto con emigrantes de todo tipo, con mendigos. Le robaron, lo
rechazaban en los grupos. En los albergues sociales comía mierda con pan, igual
que los inmigrantes más pobres.
Las mujeres no lo soportaban, sus relaciones
sexuales se basaban en abusar de niñas y en algún pago a alguna puta cuando
estaba demasiado borracho.
Precisamente, mató a esa puta con una botella
de vino de la marca Heurige rellenada con anís de la peor calidad: la zorra
primate se burló de su pene mal circuncidado.
— ¿Eres un maldito judío, querido Adolf?
En aquella habitación de una fonda casi en
ruinas le golpeó el cráneo hasta que los sesos se desparramaron por el suelo.
Estaba borracho; sereno era demasiado cobarde para hacer semejante heroicidad. Hasta
tal punto era apático, que la botella no se rompió por lo débiles que eran sus
golpes.
Las putas muertas no llamaban la atención de
nadie en Viena y no se investigó el crimen.
Es en 1909, tras una paliza que le propinaron
unos inmigrantes polacos bajo el puente en el que durmió una noche, cuando se
empapa de panfletos fascistas y racistas, la única lectura a la que tenía
acceso. El enfermero que le curó las heridas en el hospital era un ferviente
discípulo de un retrasado mental con sueños de mesías: un tal Liebenfels, un
racista que hablaba de la gran raza aria y del resto de las razas inferiores
que eran simiescos. Y el enfermero le obsequió con un pequeño libro mal impreso
de las teorías de su admirado imbécil.
El tarado de Liebenfels tuvo suerte de ser un
don nadie y que no le hiciera una visita como a Adolf, porque le iba a enseñar
que todos los humanos son primates y se lo enseñaría arrancándole los pulmones
con una varilla de paraguas.
Hitler ya era un hombre, con sus veinte años, ya
estaba germinando en su minúsculo cerebro su reinado de la miseria y la
estupidez primate; pero era tan inútil, que pasó hambre, más que cualquier
inmigrante analfabeto en Viena. Sus únicas lecturas de frustrado seguían siendo
las mesiánicas y fascistoides publicaciones que le regalaban en mítines y
reuniones de fracasados muertos de hambre y con las que luego tenía que
limpiarse el culo tras cagar.
Antes de que cumpliera los veinticuatro, tuve
un encuentro con él. Estaba escuchando un discurso fascista en la plaza del
parlamento. Viena empezaba a ser un lugar peligroso para la democracia, cosa
que a mí me sudaba la polla y me parecía bien, porque la única libertad que
tienen los primates, es la dirección en la que han de correr para escapar de mí y librarse de ser descuartizados.
—Hola Adolfito —le saludé presionando mi puñal
en su espalda.
— ¿Quién coño eres? —dijo con odio girando la
cabeza hacia mí.
Cuando me reconoció, se meó en los pantalones,
y yo suspiré con paciencia. Atravesé la ropa con el cuchillo y lo hundí en la
zona lumbar, sin llegar a lesionar el riñón.
—Si gritas, si te mueves, lo acabo de clavar y
mueres aquí bajo la polla de ese fascista. Escúchame bien, tarado: tan pronto
como puedas, pásate a Alemania, hace tiempo que te están buscando aquí para
obligarte a hacer el servicio militar. Y deja de mirar a las niñas con esa
obsesión o te atrapará la policía y entonces sí que te mataré.
Se estaba poniendo pálido, sudaba copiosamente
por el dolor y sus pantalones sucios y remendados se estaban ensuciando de
sangre. Giré el puñal para abrir más la herida.
— ¡Que ningún polaco ocupe el puesto de
trabajo de un austríaco y que ningún gitano pise nuestras calles! —vociferaba
el político.
— ¿Seis por seis?
—Treinta… treinta… —no pudo acabar la frase,
se derrumbó en el suelo como un pelele.
—Retrasado mental… —susurré mientras se le
doblaban las piernas.
Pisé su mano derecha y le rompí los dedos con
un fuerte taconazo.
A los veinticuatro años cruzó la frontera para
entrar en Alemania y evitar el servicio militar austríaco, su estado era
deprimente: apenas podía ya hablar y sufría una fuerte desnutrición. Era el año
1913 y la primera guerra mundial estaba a punto de estallar, yo lo sabía por
los chismorreos de los ángeles maricones de Dios y porque conozco a los cochinos
primates como conozco a Yahveh el imbécil.
En ese año Adolf recorrería por fin el camino directo
para el que yo lo había preparado.
Pero estoy cansado, tal vez, después de que mi
Dama Oscura me la haya mamado y me dé un paseo por Afganistán para violar y
esterilizar a unas cuantas mujeres de talibanes, me sienta lo suficientemente
relajado para recordar el resto de la historia del subnormal, de cómo llegó a
ser un dictador que mató a muchos primates en muy poco tiempo y se hizo ídolo
de una raza de ratas “arias” asfixiadas por la envidia, la pobreza y la
ignorancia.
Mirad mi pene lubricado, esto es lo que me
excita: la muerte masiva de los primates, el dolor en el planeta. Cataratas de
sangre y vísceras…
Y los pechos duros de mi Dama Oscura.
Iconoclasta