Soy padre muchas veces, he tenido treinta y
seis hijos. Veintiocho mujeres a las que he hecho madres (ocho repitieron).
Soy un pene incansable, unos testículos potentes.
Soy el padre semental.
He contribuido a hacer mejor la humanidad, a
poblarla. Yo no planto árboles, ni escribo libros de mierda.
Yo solo follo y dejo preñadas a las mujeres.
Algunos de mis hijos han muerto, aunque no me
acuerdo de cuales. Uno de ellos murió al poco de nacer con el corazón enfermo,
me lo dijo la amiga de su amiga, de su amiga, de su amiga. No suelo hablar
mucho con las madres.
Cuando tienes tantos hijos, el que mueran
algunos no es un hecho extraordinario, carece de importancia. Lo importante es
que nacieron y que salieron por los coños que penetré.
De la paternidad solo me interesa el proceso
primero: eyacular, aliviarme, inundarlas con mi semen fértil que las hará
fabricar un bebé en sus entrañas.
Es una cuestión de orgullo de macho.
A algunas de ellas no las forcé a tener hijos,
querían ser madres y me querían. A otras les dije que era estéril y no tomaron
precauciones. A otra las forcé, no creían que fuera estéril y se la metí cuando
estaban ebrias, solo a cuatro.
Es increíble lo idiotas que pueden ser algunas
mujeres.
Creo que doce abortaron.
¡Putas! Ahora contaría con cuarenta y ocho
hijos.
Si ser madre es el milagro de la vida, el acto
más bello e importante; para mí ser padre es una de mis más agradables
aficiones junto con fumar y ver cine.
No conozco a mis hijos, no sé ni como se llaman.
Sus madres les dicen que desconocen a su padre o bien que he muerto.
Soy soltero, tengo un don especial para la
paternidad y espero que antes de los sesenta y cinco, pueda alardear de que
tengo cincuenta hijos.
Es una cifra bonita: par, múltiplo de cinco y
diez, divisible por dos, por cinco y por diez. A mí las matemáticas me tocan
los huevos, solo me interesa ser padre, si soy bueno o malo, es algo que no
considero. No me gustan las complicaciones.
Cincuenta… Una cifra hermosa de hijos paridos,
de orgullo de macho.
Me masturbo de dos formas: evocando el momento
en el que eyaculo en sus vaginas e
imaginándolas en el paritorio, abiertas de piernas con su dilatada vagina
mostrando la cabecita de mi hijo. Esta
imagen última, provoca que hiera mi bálano con las uñas al eyacular sin apenas
masajearme, como una descarga eléctrica que tensa todo mi cuerpo.
Una pesada carga de leche pringa mis dedos…
Un día me dijeron: “Estoy embarazada”. Yo
respondía: “Es tu problema”. Ellas solían contestar con los ojos reventones a
llorar: “Cerdo, hijoputa”.
Si tuviera el más pequeño deseo de conocer a
un hijo mío, cualquiera de ellas no lo permitiría.
Pero criar y educar a mis hijos no me haría
padre, eso me haría santo varón. Me convierte en padre haberles dado la vida.
Soy un macho en estado puro, predador y reproductor.
Con el tiempo, de una forma anónima seré
homenajeado por mis hijos en agradecimiento a la genética que les he regalado.
Con el mismo entusiasmo que sus madres desearían borrar toda huella de mí en
ellos.
Y si alguna hija mía quisiera ser madre, no me
importaría ser también abuelo.
Felicitadme, me lo merezco, soy padre. Muchas
veces.
Iconoclasta
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