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28 de julio de 2014

Caminos


Se sigue un camino por la simple razón de que si alguien lo ha trazado llegará a algún sitio y tendrá un destino, una finalidad; pero las metas están demasiado lejanas y el camino se hace largo y monótono; es más seguro que pasar a través del bosque y sus ruidos.
Los caminos de los vulgares y mediocres, acaban con final feliz cuando son viejos y sus cerebros están desgastados. Podrían llegar a unos servicios públicos y los viejos beberían agua de los urinarios pensando que es una puta fuente de la vida, porque tanto esfuerzo merece un premio, tiene que ser así.
Una mierda...
He perdido mucha vida en pos de metas y ahora sé que no llegaré a ninguna. Mi meta es la muerte, simplemente. Me cago en los caminos, porque son fraudes.
Alguien estaba aburrido y se lo pasó bien desbrozando montañas y trazando sendas. Todos tenemos una finalidad, y es morir tras haber vivido mal. Los hay con suerte, pero no me consuela una mierda el bien ajeno. Que se lo metan en el culo.
Somos caminos que caminamos.
Hay un coño enorme goteando entre dos montañas sin árboles, en un paraje tan árido que no tiene explicación la existencia de esa coñomonstruosidad. Es como una flor carnívora que espera que me aproxime.
Mi camino no tiene bifurcaciones, lo he creado para no poder escapar. No es la odisea de Ulises, en mis caminos no hay aventuras, solo hay tristeza, desolación y absurdo. No hay un amor, no hay nada que querer. Podría correr, podría pasar entre piedras ocultándome, fuera del alcance de los labios vaginales que oscilan de deseo, de un clítoris que destila gotas que forman una laguna viscosa. Y no funcionaría, porque el coño es omnipresente, allá donde vaya, allá está, solo debo pasar por debajo, no hay nada más que decidir. Y camino y el coño me atrapa, me absorbe y muero. De todas formas debía de morir.
Y despierto con la sensación de pérdida de las ilusiones.
Hay caminos que conducen a prados verdes, de la misma forma que hay muertes que conducen al paraíso.
Eso no ocurre en mi mente, creo caminos que no conducen a nada, porque no me gusta lo conocido. Quiero un lugar y perderme en él, descubrirlo. Y sobre todo, saber que ningún hijoputa ha pisado ese espacio. Solo quiero una brújula y trazar mis metas para no llegar a ellas porque algo interesante ha llamado mi atención.
Un camino trazado conduce inexorablemente a un destino vulgar, porque de las manos de la humanidad solo puede salir eso: mediocridad.
Mis caminos conducen a mares monstruosos y asesinos, al espacio letal, a un arenal sin vida.
Cuando el camino se acaba llega el vértigo del fracaso, la vergüenza, el ridículo. Pero estoy solo, es mi camino, mi humillación no la ve nadie. Solo existo yo y mi mierda.
Siento ganas de llorar por todo ese tiempo perdido y los esfuerzos para llegar; pero sobre todo el temor de quedarme en medio de toda esa hostilidad.
Mis caminos son buenos para llorar, es en el único lugar que lloro. No le doy un espectáculo dramático de mierda a nadie.
Me convierto en algo atrapado y soy solo desolación. Un monolito de barro seco...
Aunque después de la primera impresión y recapacitar sobre lo que me he encontrado en la vida que otros han construido, no tengo miedo a la desolación.
Los caminos de mi mente quieren ser desalentadores. Y por eso las sanguijuelas se alimentan de mi glande y bebo sangre de venas anónimas, de cortes profundos en las ingles...
Mis caminos son circuitos de entrenamiento, más duros que la vida. Nadie puede enseñarme la dureza y la bestialidad, porque mi cerebro tiene más de eso que todas las materias grises de la humanidad.
Mis caminos son tenebrosos.
El cielo que los cubre es gris como el plomo, las nubes están tan bajas que el pensamiento rebota en ellas, y me oigo mil veces. No hay música, porque es banal. La música distrae de la miseria en la que se vive, distrae de los sueños infantiles que jamás se cumplirán. No hay música, solo mi respiración y mi pensamiento. Y caen rayos en el horizonte y sobre mí. Hay gatos sin patas que se arrastran pidiendo muerte, y yo no quiero matarlos. El ruido de los pasos en la grava es ensordecedor. Y no hay un solo declive en el camino, no hay cambios, es andar sobre una cinta continua, no hay movimiento.
Y aún así, llego a una distancia en la que soy adolescente, me saludo; pero no hago caso al caminante y continúo metiendo en una bolsa de plástico transparente uñas ensangrentadas y sucias, colillas y trocitos de carne que huelen mal que salen de la tierra húmeda.
— ¿Por qué llenas esa bolsa con tantas miserias? —me pregunta el caminante.
—No sé, en algún momento nací y me encontré aquí. No hay otra cosa que hacer. Y el camino es infinito. Solo caen rayos. ¿Eres tú el creador, verdad? —me responde el adolescente.
—Soy tú cuando tengas cincuenta años.
—Te conservas bien, me gustará llegar a esa edad.
—Habrá dolor, joven yo. Y miedo.
—Pues que llegue pronto, porque esto es un aburrimiento, no me gusta recoger los restos de nadie, sus miserias, sus penas. Porque no hay seres vivos, si no se las metería a todos por el culo de nuevo para que las cagaran con sangre, donde quiera que sea que caguen.
Siempre hemos sido unos cínicos, de joven y de mayor, nos reímos de nosotros mismos, y decidimos cuanto despreciar lo que hicieron mal tantos muertos. Tenemos derecho, no pedimos todos esos campos vallados propiedad siempre de algún subnormal sin cerebro. No pedimos nacer para que alguien nos hiciera mierda la libertad.
Siento ganas de abrazarlo, porque era valiente, yo era valiente y sabía que era mierda lo que había en mis manos, y que nada variaría. No se lo dije a nadie, era mi secreto, mi madurez, mi sabiduría.
Y aún así, miré y miro el mundo buscando algo, en la triste realidad a sabiendas que voy a fracasar; pero tengo cojones y fuerzas para intentarlo hasta morir. Nadie me enseña nada, nadie me condiciona. Aunque duela, aunque me mate, lo haré. Buscaré lo bueno, sabiendo que no está. No tengo otra cosa que hacer, más que morir, soy tenaz.
Yo creo mis ilusiones y esperanzas y yo las mato.
Soy pesimista, pero jamás derrotista, cuando esté muerto hablaré de la paz.
Son tan densos mis caminos, tan metafísicos y existenciales, que temo quedar atrapado en toda esa trascendencia al enfrentarme a todo ese vacío. Y asustado sigo adelante.
Me haría una foto para mi perfil de las redes sociales: me colgaría de las orejas los testículos descompuestos de algún cadáver que a veces caen desde el cielo.
Temo el dedo en el gatillo que no cesa de realizar una presión cada vez mayor y mis células gritan que pare. Cada día estoy más sordo, y las células más afónicas.
Alguien toma un camino trazado porque sabe que alguien lo hizo, luego, no hay razón para no andarlo. No hay razón para temer; pero en mis caminos los hijos están muertos y eso duele infinito. Están podridos y sufren en una eterna y dolorosa agonía, sin reconocer las voces de sus padres. Están sucios de algas podridas que el mar arrastra a la playa de arena de cristales afilados. No llego nunca a los hijos muertos, me desangro antes y dejo un rastro de quince metros de tendones y piel.
Mis caminos tienen una razón para no recorrerlos, y yo ando por ellos, porque son mi creación, aunque me joda.
En mis caminos hay volcanes que convierten en ceniza las ilusiones y es difícil respirar. Imposible reír.
Mis caminos son tan importantes, que la vida y la muerte se confunde. Nunca sé cuando vivo y cuando muero, cuando camino o cuando me convierto en un mojón en la vereda.
Salgo de mi camino para volver a la realidad, con la esperanza de que habrá algo por lo que merezca la pena respirar.
El joven que era yo, se disuelve en una bruma iluminada por rayos, con su bolsa de miserias ensangrentada, sucia de colillas... Se ríe, me saluda con la mano.
—Seguiremos buscando, lo haré, aunque duela. No te preocupes, viejo yo. Husmearemos entre la mierda las cosas hermosas, y cuando fracasemos, volveremos a nuestros caminos a ser héroes hacia la muerte. Fracasados de sonrisas rasgadas.
Salgo del camino y me enciendo un cigarro frente al cuaderno abierto. Y escribo de mis ilusiones encima de la ceniza del cigarro que cae en el papel.
Se me escapa una risa y pienso que un fracaso más no importa, cierro el cuaderno.
Salgo al camino ajeno, al sol, al ruido y a la música. Tal vez haya algo más que banalidad. Aspiro hondo ante el próximo fracaso.









Iconoclasta

Puta Insensible en Binibook








Puta Insensible.

No me gustaría...

No me gustaría tener amigos porque tendría muchos errores que confesar en deprimentes charlas. O debería mantener un incómodo silencio respecto a mí.
No me gustaría tener hijos porque no me gusta ser indigno, hay cosas mejores que ser.
Solo me gustaría tener padres vivos y preguntarles qué hicieron mal conmigo, dijéramos que quiero saberlo. Porque el resto del planeta se lo pasa bomba.
Solo es curiosidad.
Les diría que he soñado que dormía con un tubo de gas en la boca en lugar de un marlboro.
Y que duermo en un incómodo colchón de ilusiones rotas, de esfuerzos que no sirvieron de nada, y de enfermedades por las que no valió la pena esforzarse en sanar. De trabajos mediocres y de gente con trabajos y sueldos magníficos.
Que algo salió mal porque no hay un equilibrio entre satisfacciones y males, casi todo son males.
Les diría que veo el mundo a través de un cristal roto y que mi vista está un poco cansada.
Llevo gafas, coño.
Algo tienen que ver los padres con los hijos.
Yo no quiero tener hijos por eso, los querría demasiado para darles algo de mí.
Pudiera ser que padre y madre lo hicieron bien conmigo, todo lo bien que pudieron para un cerebro tan mermado como el mío.
Tampoco me gustaría tener padres vivos, porque la verdad no sería agradable.
Entonces tiene sentido el gas en mis pulmones.
Algo salió muy mal conmigo.
Me gusta la soledad porque mantiene claro en mi mente lo que no quiero.
Y sueño que todo se deshace, va hacia atrás. Da vergüenza todo eso... No jodas.
Si no estuviera solo debería haber avisado que al  entrar en casa no encendieran las luces.
No hay nadie en la casa, solo el gas y yo.
Ningún ser vivo más que lo que era yo.
Al menos no es un error...
A veces tengo suerte y acierto con lo que quiero, aunque fueron tan pocas veces...









Iconoclasta

26 de julio de 2014

Puta Insensible

Está encima de una mesa forrada de cuero, sucio y húmedo, como la piel de un animal recién despellejado. Sus muslos anchos y musculosos están ceñidos por unas cintas de cuero con hebillas de hierro oxidado, de las que salen unas cadenas que se enganchan al techo, de tal forma que sus piernas están suspendidas, con las rodillas en alto, inclinadas hacia el pecho y a su vez separadas hasta el punto que los abductores de las ingles se tensan como cuerdas bajo la piel. Sus pies cuelgan lacios de los tobillos, no les llega la sangre que debiera.
"Átame pies y manos. Cuando me la mames, pon tus nalgas en mi cara, quiero sentir en la panza esos enormes pezones". "Eres una puta hermosa, porque... Te gusta que te llamen puta ¿verdad?"
No le gusta que le digan en voz alta lo que es, pero tiene que afirmar para sacarles todo el dinero que sea posible.
No siente asco ni rabia, solo indiferencia profesional por sus clientes. Es mejor ser buena actriz que saber follar. Puedes no saber hacer una mamada, dejar el coño completamente lacio y poner el culo como si te fueran a meter un supositorio. Si solo una vez en la vida te la han metido, basta con saber gemir, gritar y hablar con voz sensual para ser puta.
Las putas no saben follar, no tiene porque saber. No saben ni mamarla. Por eso escupe en la mano y se frota el coño en el lavabo, que luzca brillante para ellos y ellas.
El único sonido audible en la habitación de paredes moradas salpicadas de manchas más oscuras, es el tintineo de las cadenas y su respiración.
Cuando se pone bajo la ducha, siempre encuentra alguna escama de semen seco en su piel, siempre aparece algún resto en algún rincón de su cuerpo, el semen de los puercos, la ama, es imán para él. Y se siente desgraciada cuando se lleva "trabajo" a casa.
La vulva se exhibe obscenamente abierta, el ano luce enrojecido e indefenso, el clítoris parece cansado de tanto aire fresco y el meato se exhibe como una boca de sanguijuela en una vagina mojada y brillante.
De un pequeño tubo de silicona que sale del techo hasta aproximarse al rasurado monte de Venus, caen tres gotas de algo viscoso que aterriza muy cerca del clítoris y riega la vulva. Suspira con cada gota de ese aceite calentado a muy baja temperatura, lo suficientemente frío para que no queme, lo suficientemente templado para que sea notorio cuando cae en su sexo.
Los ojos de un verde esmeralda, enmarcados por unas largas pestañas negras y rizadas, lloriquean, observándose en el espejo que se encuentra a un metro sobre ella, en lo alto. Lloriquean del placer de verse a sí misma indefensa y  expuesta, con todos sus agujeros abiertos. Porque hasta su boca se mantiene abierta por un abrebocas de cirugía dental, se puede observar el movimiento ansioso de la lengua y la baba que cae de la boca para deslizarse por el cuello.
No puede ver otra cosa más que su rotundo y exuberante cuerpo, la cabeza está inmovilizada por un taco de madera a cada sien, unidos por una cinta de cuero que sujeta su frente. No puede alzar el cuello ni girarlo.
Un tubo de mayor diámetro que el de silicona emerge del techo y se aproxima hasta el monte de Venus, una pequeña serpiente cae enredada y recorre el vientre, se acerca a las ingles y luego opta por el olor de su sexo, donde su lengua lame los labios vaginales y todos los pliegues, hasta que en un momento dado, cuando va a explotar de placer, el asco y el deseo desaparecen. Su corazón palpita acelerado.
Su respiración es forzada, porque sus manos están atadas por una cuerda bajo la mesa, los brazos y los hombros se mantienen tensados hacia atrás, a ambos lados de la cabeza y casi dolorosamente doblados hacia el suelo. Los pechos oscilan como flanes, enormes y perfectos gracias a la cirugía y la silicona, las areolas perfectamente delimitadas, del color del melocotón están coronadas por dos pezones gordos como cerezas. Que se mantienen erizados, dolorosamente erectos.
De algún lugar de las paredes dos chorros finos, apenas visibles de agua helada, impactan con fuerza en sus pechos; cuando aciertan en sus pezones el placer se confunde con dolor, porque es una fuerte presión que duele en puntos muy concretos, enerva los nervios y lanza mensajes de un dolor confuso.
Grita...
Un hombre del que apenas puede ver un poco de una bata blanca, le ha azotado el clítoris con un cinturón negro, con la hebilla. Siente pulsar ese pequeño y duro trozo de carne como si estuviera mutilado. Luego llega un beso y una lengua que se agita rápida, en el espejo ve una cabeza rasurada entre sus piernas y una mano que se apoya en el monte de Venus hiriéndole la tenue piel al enterrar las uñas allí.
Se ha aferrado a la pata de la mesa y se ha partido una de sus largas y curvas uñas de puta, siente que un corazón palpita reventándole la yema del dedo corazón, el derecho. No importa, tiene bisutería que camufla las heridas y la mierda.
Dura poco el placer viscoso de la lengua y se vuelve a quedar sola.
La melena rizada negra como el universo, se agita dejando caer gotas de sudor cuando gime y pide más.
Su piel blanca, muy pálida, tiene un tono cerúleo, casi cadáver. La luz que incide sobre ella desde las paredes, está pensada para ello.
Es una puta de alta categoría, su cuerpo ha costado ciento de miles de pesos, y en pocos años ha rendido quince veces más.
Pero su coño no sabe ya del placer, los hombres y mujeres cuando pagan solo piensan en su placer. Y ella necesitaba, algo fuerte como su cuerpo, sus tetas perfectas y obscenamente enormes donde los hombres dejan su semen invariablemente, su vagina hiper entrenada; había llegado el momento que la sentía tan enorme de tantas veces que se la habían metido, que estaba segura de que no llegaría a sentir nada jamás.
Algo fuerte omo su mente insensible...
Algo se acerca a su lado, lo percibe por el rabillo del ojo. Es un pene, el prepucio goteando se acerca a su ojo izquierdo.
Una gota de aceite templado cae en su vagina y la siente como una piedra por lo sensibilizada que está. Un dedo hijoputa oprime el clítoris y desearía curvar la espalda de placer y deseo. Sacude fuertemente los muslos para abrir más el coño y que ese dedo se meta; pero el dedo cede en su presión. El prepucio se retira lentamente, ante sus ojos. Desaparece por un segundo, como una exhalación, es el efecto de una luz estroboscópica que la aturde y la ciega.
El meato asoma ahora, muy cerca de su boca, sale de entre un ropaje negro, se encuentra en la verticalidad de su boca. Una pegajosa gota de fluido se desliza hasta caer en el acero del abrebocas que mantiene las mandíbulas separadas, la limpia con la lengua. Las escenas se suceden como fotogramas, la luz esquizofrénica que la baña hace una realidad nueva de un mundo que creía conocer.
El glande luce enorme y brillante y acaricia sus inmovilizados labios, con la lengua lo sigue, con dificultad consigue gritar que se lo meta en la boca. El pene sigue bordeando los labios, sube por la nariz y se apoya en cada ojo dejando un pegajoso resto de humor sexual en los párpados.
Cuando abre los ojos el glande ha desaparecido y algo duro y cálido, algo artificial está oprimiendo el ano, caen tres gotas más, las siente correr por los labios vaginales y se encharcan en el ano, entre lo que le presiona y el esfínter ahora hambriento.
"¿Es que no me vais a follar nunca, hijos de la gran puta?" Piensa desesperada, está cansada de intentar hablar, le duelen las mandíbulas y la garganta.
Unas manos sujetan un martillo próximo a una barra de madera de un diámetro semejante a la de un pene grueso. El espejo lo detalla todo y piensa que sus nalgas poderosas, bien moldeadas con silicona, están preciosas, son dignas de acoger cualquier cosa que le metan.
Un martillazo fuerte y sin piedad.
Y toda esa barra de madera le entra en el ano, otro martillazo más y cree que van a reventar los intestinos. Luego nada... Con la barra encajada en el esfínter, cuatro manos acarician sus glúteos con rapidez, con avidez, crean círculos en la piel con las palmas de las manos y aceleran el ritmo por momentos, hasta que se convierten las caricias en palmadas y las palmadas hacen eco, en la madera que la penetra, como si fuera una antena que amplifica señales obscenas de un mundo oscuro y violento.
El placer la lleva a rotar la cadera cuanto le es posible, para provocar la ilusión de movimiento en esa dureza que la hace sangrar. Ha visto dedos sucios de sangre acariciar su carne en el espejo. La madera arde en el ano, la irrita, pero está bien. No sabía que pudiera estar tan en su sitio. Aunque cualquier cosa es buena para aplacar todo ese deseo que no satisfacen.
La túnica negra parece flotar hacia ella de nuevo, las luces estroboscópicas le han arrebatado la percepción del tiempo y del lugar.  Cuando creía que estaba lejos, en su boca se mete toda aquella carne que huele a orina, a deliciosa orina. Acoge por unos segundos el deseado glande y lo acaricia con la lengua. Con horror siente que el pene se mete más adentro, más profundamente en su garganta, debe hacer acopio de serenidad para respirar por la nariz. Tiene que luchar con todas sus fuerzas por el vómito que le provoca.
Allá abajo en su coño, puede intuir lo que ocurre, porque la túnica negra de la que sale ese pene que le folla las cuerdas vocales oculta su visión en el espejo.
Le han arrancado la tranca del culo, tan rápidamente que ha sentido con toda su vergüenza como salía excremento. Una, dos, tres, cuatro, cinco gotas de ese aceite cálido han caído en su hambriento coño.
Y le alivia cuando alguna de ellas se desliza hasta el ano, ahora tan dilatado, que forma un círculo perfecto del tamaño de una moneda de diez pesos.
Siente los testículos tocar los dientes, el cuerpo de ese desconocido en sus pechos, doliéndolos y quitándole el aire...
Un tubo se desliza en su ano, intenta cerrar el esfínter, pero está tan lubricado que no puede evitar que la invada velozmente y le llene de agua caliente las tripas. Se resiste lucha contra ese agua, pero solo consigue expulsarla explosivamente y con toda la mierda que hay en sus tripas, para su humillación. Una mano con un guante de goma acaricia brutalmente la vagina, exprimiéndola, dándole manotazos y siente asco, se siente como una res maltratada, hay algo tan sucio en ello...
"Al fin y al cabo soy puta, no hay humillación para las putas", piensa con un vómito que ha subido  a su garganta y no puede salir porque esa polla lo impide.
La mano no toca el clítoris ni de cerca, siente que va a estallar de excitación.
De repente las luces se apagan, el pene sale de su boca bruscamente y el vómito sale libre de su boca abierta, deslizándose apestoso por el cuello, metiéndose en la nariz, ensuciando su piel casi cerámica.
Un brutal chorro de agua es lanzado contra la vagina, parece que la va a arrancar de la camilla, la presión en insoportable. Y el dolor. Llora y grita, no lo puede soportar... Solo puede mover las nalgas un ángulo mínimo para evitar todo ese daño, un ángulo insuficiente. Siente el agua meterse bajo la espalda, recorrer las nalgas, las ingles. Sus pechos reciben parte de ella, es la única zona donde agradece ese frescor.
Cesa el agua, siente un frío agradable, se relajan sus músculos. Solo queda un suave dolor en el ano, la vagina está hiper sensibilizada y piensa que se la dejaría lamer por un perro y correrse, correrse, correrse... Un humor caliente y viscoso le unta los labios vaginales. Hacía tiempo que eso no ocurría, hacía años que su coño solo estaba húmedo por el semen y los lubricantes de tubo.
Con la lengua intenta humedecer los labios. Su melena rizada gotea, y sus pechos se mueven tranquilos, sincronizados con la caja torácica, las costillas están sumamente marcadas en la piel.
Pasos... Intenta girar la cabeza, intenta hablar, decir que ya se siente satisfecha, no quiere seguir con la sesión.
Otra vez el ser de la túnica negra, en sus manos lleva dos pequeñas pinzas de bocas dentadas con finas y pequeñas puntas agudas de las que cuelgan pequeñas cadenas.
Intenta gritar que no quiere eso, agita la cabeza y mueve las nalgas desesperada.
No hay efecto alguno, el de la túnica negra continúa su trabajo impasible. A través del espejo observa como coloca una en cada pezón, es un dolor que provoca escalofríos, escalofríos veloces, superficiales como cucarachas que corren por la piel y que parecen unirse en su coño a frotarse allí las antenas. Observa fascinada como las manos giran unos pequeños tornillos que dan más presión a las pinzas. La piel se rasga, hasta tal punto que se despide de esas hermosas cerezas que le construyeron; piensa en el cirujano, en otra sesión de quirófano para arreglar todo ese daño. Se centra en la anestesia y el no ser.
Las cadenas se sujetan también en algún punto debajo de la mesa, sus pechos ahora están forzados hacia los costados. Procura respirar suavemente, no quiere que el pezón cuelgue grotesco de la mesa del placer. Puto placer... ¿O es dolor?
"Soy puta y no hay dolor, soy puta y nada me asusta, soy puta y tengo dinero, mucho más que las que tienen el coño más estrecho del mundo".
La mesa ha empezado a vibrar, le sigue un movimiento oscilatorio lateral suave, al cabo de unos minutos es brutal, y grita. Grita como nunca ha gritado jamás, grita más que cuando su padre le reventó el ano a los diez años y corría calle abajo con las piernas escurriendo sangre.
No quiere perder los pezones, que cese esto por favor...
No se ha dado cuenta, pero se ha roto dos uñas más y ahora sangra por tres dedos, y por los pezones. ¿Por qué la excita tanto su reflejo de tetas ensangrentadas?
Su ano no sangra ya, solo está inflamado y late haciendo eco en el clítoris. No puede describir con claridad lo que siente ahí abajo.
Las luces estroboscópicas muestran su rostro dolorido en el espejo, sin embargo su lengua lame el metal del abrebocas. Sus pechos sangran, sin embargo, ella agita su tórax forzando más el dolor.
Es esquizofrenia pura.
"Qué paranoia, puta", piensa para sí.
Vuelve de nuevo el silencio y la quietud, ahora se ha hecho la oscuridad.
"Preciosa, hermosa, ahora enséñanos como se corre una mujer de verdad."
Es un susurro apenas audible, que le pone el vello de punta, las pinzas de los pezones se han aflojado, y con cuidado alguien las desprende.
Una luz suave ilumina el sórdido y sucio cuarto donde se encuentra.
Otras manos frotan con esponjas suaves y calientes sus pechos heridos, el ano y la vagina. La excitación le acelera el corazón, demasiado...
Demasiado, teme morir.
Unos labios han empezado a besar el clítoris, lo lamen, lo aspiran y luego lo dejan ir. Se lo imagina enorme, se lo imagina creciendo y expandiéndose en su vagina.
"Hermosa, tu coño es una fuente, qué bien lo haces, te amamos".
Siente que en su vientre se hace agua, siente que se orina.
Una  cabeza en cada pezón se aplica en mamarlos. Está enloqueciendo.
"Ahora, preciosa, ahora".
Un pene asoma sobre su monte de Venus, se exhibe durante unos segundos, dos manos ocultas han abierto su vagina más allá de lo que ya estaba abierta.
El pene entra dulcemente, y solo bastan cuatro movimientos de empuje en la vagina para que sus piernas se tensen, el torso se arquee y de su boca salga un gemido casi animal. Su caja torácica parece que va a reventar. Las venas de su cuello se han hinchado tanto que parecen a punto de reventar.
Está al límite del colapso, el orgasmo sacude cada célula de su cuerpo y prefiere morir que vivir, prefiere morir así, con todo ese placer, porque sería vivir eternamente.
No importa nada lo anterior, ha nacido una nueva estrella en su puto  coño.
"Es heroína, la más buena, la más pura, te hará bien, amada nuestra..." Y una bellísima aguja se hunde en su ingle. Suave y dulcemente su sangre se aplaca y llega a su cerebro como una marea de paz devorando todo el dolor.
Y se desvanece la consciencia, deja de existir con una sonrisa satisfecha.
La oscuridad, una bendita oscuridad y un coño latiendo, vivo como un gran corazón.

Tres cuartos de millón de pesos ha incluido la reconstrucción de los pezones y tres días de ingreso en el mejor hospital de México.
Los cuidados están siendo exquisitos.
En  la primera noche en el hospital, se acarició la vagina, y se derramó casi al instante.
Es la última noche de ingreso en el hospital, el collarín para inmovilizar el cuello se lo retirarán dentro de un mes, ha sufrido luxación en tres vértebras, podría haber quedado paralítica o muerta.
Juguetea con la tarjeta entre los dedos, un cliente, no  recuerda cual, le dijo que algo no iba bien en su coño, o en ella misma. Y le ofreció la tarjeta, un centro de rehabilitación sexual muy exclusivo para putas, era el dueño del negocio.
"Sexo vivo. Regeneración del deseo sexual en una sesión de seis horas".
Así decía la tarjeta negra con letras blancas, además de un número de teléfono de contacto.
No creía que fuera posible, le preguntó al gerente de la empresa si de verdad se creían que podrían regenerar el deseo sexual en una puta ya insensible como ella.
"Señora Margueritte, no crea que el mundo del sexo acaba solo en una habitación de hotel de lujo o con unas correas y un látigo de diseño. Le aseguro que no tendremos piedad para conseguir que su vagina se convierta en otro ser vivo en usted. Será puta, pero le aseguro que no lo sabe todo del sexo, el dolor y la crueldad" le dijo el gerente del negocio.
Se rió con vanidad y desdén. Y sobre todo, tenía demasiado dinero para gastar. Pagó la casi millonaria cifra.
Lubricaron su vagina de nuevo, pero también el alma.
Ahora siente unos felices deseos de llorar, se siente bien llorando. Ya no es una seca vida de mierda. Tal vez los lacrimales y el chocho tengan algo en común.
Con cuidado para no lastimarse los pechos vendados, se coloca de costado en la cama, y mete entre las piernas la mano con los tres dedos vendados, que tardarán más de tres meses en recuperar las uñas. Y deja que fluya todo ese humor cálido y viscoso mojando las vendas y los muslos.
Se duerme y su padre le revienta el culo, un cliente la trata como un cenicero, se aplica un escupinajo en el coño para parecer húmeda en un sórdido lavabo frente al espejo y ella solo goza.
Su coño se hace vivo y toma el poder del sueño, las riendas del placer.
Ha nacido un nuevo chocho.
Y llora... Y ríe.







Iconoclasta

El árbol humano, una novela de Iconoclasta


"La soledad es su naturaleza, o una parte de ella. Porque su otra naturaleza se marchita de pena entre savia y fibras que no acaba de asimilar como suyas.
Las noches son el descanso de los árboles, la fotosíntesis es agotadora.
El vegetal se retira y da paso al hombre.
Al hombre más solo del mundo." (Iconoclasta)

Para leer en:
http://issuu.com/alfilo15/docs/el___rbol_humano_libro
y
http://binibook.com/details.php?id=1656

22 de julio de 2014

Se vende hombre insensible en Binibook







Se vende hombre insensible.


Mejor que una mala película


17:52 de un apestoso día como otro cualquiera en una plaza comercial, en la fila de caja de una hamburguesería de esas que regala mierda con cada cajita gozosa para los niños. Y algún descerebrado de más de veinte años que también las compra, claro.
Estoy de vacaciones y cuando mi mujer trabaja, si no me la follo me aburro, así que salgo para distraerme y ver mundo.
Tengo ocho personas u objetos animados delante de mí para hacer su pedido.
Enseguida, mirando sus caras y sus ademanes, me doy cuenta de que los seis primeros y una tía buena con blusa transparente, van juntos. La tía buena resalta entre ellos una barbaridad, viendo quien es su novio, imagino que debe tener algún daño cerebral, pobre chica. O tal vez sea una furcia muy necesitada. Me inclino por su daño cerebral, porque su novio no tiene cara de poder pagar ni una mamada en el dedo índice de su dedo izquierdo. Es de mediana estatura, buenas tetas y un sostén que no es un Victoria Secrets, pero le queda bien, me gusta que transparenten su ropa interior, me ayuda a follar y masturbarme. Su piel es bastante blanca.­
Le daré mi tarjeta de visita para follármela en la fábrica de condones, luego, cuando los otros se estén cebando con lo que encarguen. La voy a volver lista abriéndole el cerebro a otras dimensiones a través del culo con la nueva gama de condones Hard Culinos from The Hell.
Los otros son una sarta de super bronceados de nacimiento, de ese tipo que crees que son sucios sin fecha de caducidad. Es curioso lo lejos que llegaron los gitanos para follar, seguro que mucho antes que Colón el maricón. Hay dos niños de unos 10 y 12 años, una niña de 14, el novio de la retrasada mental buenísima, que tiene pelo-casco de moco de gorila y negro como el tizón.  Otro muy parecido al novio, que debería llevar esponjas en los incisivos para no rayar el suelo. Mismo pelo, pero en forma de cuña, que a esta raza les mola mucho y no sé porque. Al final ni parecen mohicanos, ni soldados de fuerzas especiales. Tal vez se parezcan un poco a los dibujos de ánime, que imagino que a falta de cultura y dinero para ver otras cosas de más calidad, se han puesto hasta el culo en la infancia de ver teleseries de esos dibujos japos; cosa que deja huella quieras que no, en esos cerebros tan lisos y moldeables que hay bajo todo esos kilos de fijador a granel.
Y completa el circo una vieja de aproximadamente unos 60 años que parece tener 90. Es como un títere que solo se mueve cuando el resto de la tribu la estimula con un grito que solo ellos son capaces de entender.
La niña lleva unas plataformas en los pies de mujer de cuarenta, los niños y hombres, todos calzan zapatos muy elegantes, negros, desgastados hasta ver el forro sintético presionado por sus indudablemente largas uñas y con unas punteras que te hace pensar en las babuchas de Aladino. Deben pertenecer a una raza que se denomina Nacos. Lo he oído alguna vez.
Con dificultad, y algunos babeando, piden sus refrescos, patatas fritas y algún café; pero nada de carne, no creo que sean vegetarianos, simplemente son pobres, eso sí, con mucha gomina.
Gente humilde... Bueno, sin eufemismos, son más míseros que las ratas.
Con los pobres hay que tener mucha paciencia porque sus cerebros son tan lentos, que uno solo requiere la ayuda de otros tres de su clan para elegir el puto refresco pequeño de mierda que va a elegir.
Y si el cajero realiza alguna pregunta estúpida como: ¿azúcar o sacarina para el café?, los seis (la tía buena retrasada se ha retirado de la fi­la porque no quiere nada, seguramente su novio ya la ha hartado de leche en la choza de cubículos con catres separados por viejas lonas de propaganda de partidos políticos), clavan sus ojos negros de gruesas cejas en el rostro del cajero, se hace un silencio intenso en el local, de sus labios abiertos se deslizan unos hilitos de babas, que dulcemente se convierten en gota para caer en las largas punteras de sus calzados.
Cuando todos los clientes pensamos que nadie será capaz de responder, dice el de los dientes de morsa algo así: "ucar pché jero, ...  pta mdres". Y el cajero de alguna forma lo entiende y sonríe como un idiota. Todos respiramos aliviados tras acabar el tenso suspenso que ha provocado el cajero con su estúpida e imprudente pregunta.
Y no es por echarle más mierda a la mierda, pero son pobres por alguna cuestión genética, y cuanto más pobres, más lerdos. No es racismo, es simple biología aplicada.
Por si no hubiera habido suficiente espera, para esos lerdos endogámicos de ambiente marcadamente rural, llega la hora de pagar. Por seis productos han conseguido pagar menos de 75 pesos (si es que saben montarse unas fiestas con tan poco dinero...). Cuando el cajero les repite tres veces la suma, todos miran a la vieja de pelo cano, sucio muy sucio. Y con una cola que parece una brocha de pintor roída por el perro juguetón que siempre tienen en los tejados de sus casas todos los habitantes. La vieja no se entera, se debe pensar que le miran sus tetas, cuyos pezones llegan hasta las rodillas y apuntan con una perfecta verticalidad al suelo. Y sonríe mostrando su único incisivo feliz ella. Es pobre...
Es entonces cuando uno de los niños le da unos golpes en el codo diciendo "ela, ela". La vieja se sobresalta y con una lentitud perfecta, en la que da tiempo de calcular los ángulos de sus brazos por cada movimiento y hacer el pronóstico del tiempo con cuatro días de antelación, saca del bolsillo de su bata de casa color azul cielo, un monedero pequeñísimo, tan pequeño que nadie pensaría que pudiera llevar más que algún par de bacterias dentro.
Pues aunque nadie lo crea, consigue sacar un montón de putas monedas de un centavo y dos, que tarda en contar como si fueran quince millones. El café ya no humea en el mostrador, se ha enfriado hace un par de horas ya. Cuando se las da al cajero que le llegan en una cadena humana de seis bronceados, en la fila de al lado ya han atendido a diez clientes.
Ya solo queda delante de mí un chico bajito, de hombros caídos, cabeza hacia adelante, gruesos brazos con vello pelirrojo y cuello de toro. Es un síndrome de Down, un mongol. Así que respiro hondo para acopiar paciencia.
Está más nervioso que un desdentado queriendo partir un garbanzo frito. Apenas ha comenzado o "principiado" a retirarse la comitiva de aldeanos endogámicos con sus míseras consumiciones, el mongol se acerca rápidamente a la caja empujando a la vieja sin disimulo alguno.
Como estos individuos son dados a gangosear, le pide algo al cajero que nadie entendemos. El chico se gira hacia mí y con la mirada me pregunta si el pinche cajero es imbécil o qué. No le digo nada, solo veo con fascinación e incomodidad sus ojos bizcos que parecen mirar a alguien muy lejano tras de mí.
Se gira de nuevo hacia el cajero y le señala con insistencia lo que quiere en el tablón de productos, al tiempo que le deja un billete en el mostrador y dice algo así como "pinche puto caguego".
Tiempo de elegir tres refrescos, dos de patatas fritas y un café para los aldeanos: quince minutos.
Tiempo de elegir el menú deseado por el mongol: 3, 3 segundos, con pago incluido.
Cuando me acerco por fin a la caja, el mongol ya está sentándose en una mesa a la que ha llegado sorteando a los seis humildes que aún están decidiendo en que mesa amontonarse y embrutecerse. Por lo visto, no les ha gustado que el mongol les ganara la mesa y dicen cosas esotéricas entre ellos mirando al chico con rencor.
La tía buena se acerca a ellos acomodando ostentosamente y sin demasiada elegancia, sus grandes tetas en las copas del sostén.
El cajero me pregunta que deseo e interrumpo con un sobresalto el profundo repaso que le estoy dando a la Blancanieves que va con los cinco enanitos y la abuela con muerte cerebral.
"Un paquete de Marlboro rojo" le pido.
Me mira como si le hubiera enseñado mi enorme polla, casi ofendido.
"Aquí no se vende tabaco ni productos relacionados", me contesta.
Yo ya lo sabía, claro, pero es que cuando en el cine no dan una buena película, puedes ponerte en la fila de cualquier hamburguesería elegida al azar, con la total seguridad de que vas a pasar un buen rato distraído.
Cuando salgo por la puerta, me encuentro a la chica buena del grupo de rurales endogámicos fumándose un cigarro frente a la entrada.
"Estás buenísima, ¿te puedo dar una tarjeta de mi empresa para conseguir trabajo en mi departamento? Allí te explicarán en qué consiste.
"Sale", me responde mascando chiclé.
Me acompaña el parking subterráneo sin avisar a su tribu. Cuando abro la puerta de mi coche, se me caen dos monedas de veinte centavos y las toma rápidamente. Como poseída, me empuja y me quedo sentado frente a ella en el asiento. Me desabrocha el pantalón, me saca la polla con habilidad y se la mete en la boca. Me encanta como la chupa, en calidad y velocidad. Cuando me corro, se traga todo el semen sin dejar caer ni una gota, no me ha ensuciado nada. Es hábil la hija de puta.
Tras eructar, me pregunta si me ha gustado.
Yo respondo que ha estado genial y con una sonrisa que la convierte en idiota, me dice: "Ayer cumplí 14".
Por toda respuesta, en lugar de darle una tarjeta de mi empresa, le doy cinco pesos que hay en el cenicero y se larga contenta con las rodillas sucias y las punteras de sus zapatos de fino tacón arañadas.
Arranco el coche y me voy a buscar a mi mujer que ya me estará esperando a la puerta de su trabajo. A ver si me la follo rápido, que la putita me ha puesto caliente.
Siempre tengo razón: hay cosas mejores que una mala película para pasar el tiempo.

Siempre abundante: El Probador de Condones.







Iconoclasta

21 de julio de 2014

Nueve horas


Nueve largas e interminables horas en una ciudad de mierda, ¿y cuál no lo es?
Nueve horas... Ese número de horas no es mágico, es lógico. El número oficial y oficioso para agotar el cuerpo trabajando; pero por encima de todo, para agotarlo bailando, metiendo en sangre el suficiente licor para despreocuparse de que hay un ejemplar de ganado porcino esperando en la casa, tras las puertas del antro.
Me gustan las guarras borrachas con vestido corto que meando entre dos coches con las bragas en las rodillas, se caen sobre su propia orina riendo como subnormales.
Nueve horas es el tiempo perfecto para beber, cantar, bailar y rozar los cuerpos hasta quedar sexualmente satisfecho, o con las pollas y  los coños debidamente lubricados.
Nueve horas que son las necesarias para asentar los fracasos, las carencias y las frustraciones de las parejas que nunca llegaron a amarse. Solo frustrados soñadores con pretensiones de amor ultra terreno. Nueve horas marcan el ridículo y la vergüenza entre gritos, copas y música mala y aburrida solo para idiotas.
¡Chum-chunga, chumba, chum! Y así infinitas veces.
El borracho saca su ridículo pene del pantalón para mear en las ruedas de un contenedor de basura en las sombras de una calle.
Nueve horas son las justas y necesarias, para que el ser despreciado sepa que causa repulsión, nueve horas son las necesarias para librarse de algo que no quieres y romper las cadenas de un amor que no lo es, viciado de terceros amantes, de ascos y decepciones.
Nueve horas para fumar veinte cigarrillos y toser sangre y mierda puta.
Un coche con cuatro borrachos ensangrentados, humea contra un pilar de hormigón, la muerte no siempre es romántica, suele ser muy aburrida también.
De seis de la tarde a nueve de la noche, los falsos amantes  y sus mentiras prensadas con besos secos y sexos desganados, se relajan. Se olvidan en una descendente y suave curva, la basura que son, la tontería que han hecho durante años juntos, la porquería a medio construir que no pueden acabar.
De nueve de la noche a las doce, los impostores del amor se embriagan con copas de alcohol y bailes sensuales que creen realizar, para olvidar completamente lo que les espera al salir de ese antro encajado entre las calles de una negra, sórdida y aburrida ciudad. Como ellos... Ellos lo saben en el fondo de sus pequeños cerebros.
Se empeñan en ser indiferentes a lo que les espera en el mierdoso hogar, en la novena hora.
Hay vulvas sudadas y empapadas sentadas en las plásticas sillas, gotas de rancio sudor en escotes atrevidos, penes con restos de orina manchando los calzones y los pantalones. Hay una música estridente que alimenta el ridículo y la lástima en las tardes y las noches de las ciudades de los amores muertos.
De las doce de la noche a las tres de la madrugada, sus coños y penes están tan resbaladizos de deseo y de roces con otros cuerpos como ellos de miserables, que acaban follando o mamando los sexos de otros que no desprecian como lo que volverán a ver cuando sean las tres y un minuto.
El apestoso y mentiroso hogar...
Nueve horas son las justas para que miles de idiotas intuyan y asimilen con sus mentes ebrias, la vida fecal que se han creado.
Solo unos pocos elegidos, entienden que esas nueve horas son una liberación a un infierno de vulgaridad, cotidianidad y cobardía. Para ellos, el nueve, la novena hora , se convierte en un número mágico.
Como una bomba que estalla en esa hora tras haber estado corriendo el temporizador durante años. Reventando el techo de una caverna formada por rocas de decepciones, tristezas y amores que no pudieron ser.
Amores que intentaron ser suplantados con otros falsos en un ciclo vicioso cada vez más desalentador.
Cavernas con suelo inundado de guano; eligieron las menos malas dentro de lo malo. No tuvieron valor para aguantar la soledad el suficiente tiempo.
La novena hora tiene dos filos...
Nueve horas para los frustrados y mediocres que rozan sus cuerpos cuasi clones en danzas animales para consolarse en rebaño.
Nueve horas para la liberación de una larga prisión que pudre la confianza, el cariño y la tranquilidad.
Nueve... Un número de mierda y un número sagrado para percibir la realidad y escapar del engaño y la ponzoña.
Nueve horas pueden destruir un calvario si eres hábil.
Son las tres de la madrugada: ¿tendréis inteligencia y valor? ¿O volveréis con vuestras embriagadas y deficientes mentes al apestoso agujero del que salisteis para rozaros y emborracharos al son de una música patética en el antro del plástico y los humores rancios?
Solo sé, con una precisión absoluta, que tendréis hijos que harán lo mismo. Y vuestros nietos serán otros enfermos de vulgaridad y falacias.
Son las tres de la madrugada y algunos miramos la liberadora luz de la caverna, con el rostro lleno de mierda.
Como odio esa metralla asquerosa...
¡Bum!







Iconoclasta

20 de julio de 2014

Se vende hombre insensible


Se vende hombre insensible, a prueba de toda clase de situaciones, absolutamente indiferente a la vida de los demás y a la muerte propia.
Come lo justo y necesario para sus gustos y caprichos (es económicamente suficiente), manteniendo una razonable higiene en la cocina. Es ideal como decoración.
Por simple filantropía y generosidad, se comerá el coño de su dueña si así lo quiere ella. Eyaculará silencioso sobre la piel por la que siente indiferencia, convirtiendo el acto sexual en algo sórdido, como en las mejores películas de corte hiperrealista e intimista.
No levantará falsas ilusiones ni mentirá, porque no es necesario, porque no le importa si algo duele, incomoda, humilla o molesta. O todo junto.
El objeto de compra se compromete a mantenerse vivo por un periodo no inferior a 15 (quince) años, al cabo de los cuales, me reservo el derecho al suicidio o a avivar y promover un cáncer de pulmón. El objeto de compra es fumador y bajo ninguna circunstancia dejará de fumar cuando y donde le apetezca.
Ejerceré como elemento de seguridad en el hogar y esporádicamente puedo realizar pequeñas y superfluas tareas domésticas.
Donde realmente se encuentra mi utilidad, es en la decadencia de mi pensamiento misantrópico, y el total descontento de mí hacia el mundo e incluso hacia mí mismo.
No existe nadie tan vacío ni frío como yo. Nadie tan fuera de lugar en el mundo.
Mi función, es pues, catártica para mi dueña.
Aquella mujer que me compre, al observarme, se dará cuenta de la verdadera desolación de un ser, presumiblemente humano. Se sentirá, así, dichosa todos los días de no tener nada en común con la propiedad adquirida.
Bendecirá su buena estrella cuando cierre la puerta tras de sí dejando toda esa miseria que soy yo, encerrada en la casa.
Podrá ver cada día como me aboco cada día hacia la muerte entre altibajos emocionales propios de un desequilibrado mental. Y lo más importante, lo podrá compartir en el muro de su red social y con sus amistades.
Seré la más exóticas de las mascotas.
Puedo resultar todo lo patético que pueda proponerme, y si es el deseo de mi dueña, en una intimidad adecuada, me masturbaré con la cabeza cubierta con una bolsa de supermercado, como si me encontrara haciendo mi última voluntad ante mi verdugo.
Incluso puedo hacerme un lazo decorativo en los genitales y fotografiarme si así fuera su deseo y mi humor en ese momento para acceder a ello.
En definitiva, pues, puede sentirse libre de proponerme cualquier aberración sin que ello cause en mí ningún escándalo o escrúpulo. Si ella decidiera asesinar a alguien, yo no pondría objeción alguna.
La compradora se compromete a crear un lugar físico exclusivo para mí y para mi desarrollo como escritor acabado y frustrado, donde pueda mantener en el desorden que yo crea conveniente mis papeles, plumas, libros y ordenador.
En el caso de que la compradora se sintiera triste o decaída por un mal día o unos biorritmos hormonales impredecibles, puede hacer como que no existo, porque de hecho, no vivo, solo estoy. No me preocupa que piense en determinados momentos si soy un hijo de puta o un cerdo sin corazón. Como no me importa la ternura que pudiera inspirar cundo esconda mi rostro tras un libro o una libreta porque a nadie le importa si grito o lloro.
No garantizo ningún tipo de conversación gratuita o amable, no es mi función ser dama de compañía, sino todo lo contrario.
La razón de venderme, es que soy el hombre más solo del universo; pero por esta misantropía con la que fui parido, es mi voluntad, mi capricho y mi orgullo mostrarme ante los otros seres vivos como lo que soy, para que en algún momento pueda causar molestia o incomodidad con mi propia existencia. De la misma forma que dicen que Jesucristo nació para redimir a los hombres, yo he sido gestado y expulsado al mundo para que se sepa que la vida es una mierda y que al menos un humano ha nacido en un lugar que no debía en un tiempo que no es suyo. Y que ningún lugar o tiempo, podrían consolarlo de su propia existencia, en tanto haya un ser humano respirando a menos de 10 kilómetros (diez) a la redonda.
Soy una permanente performance, es el concepto que podría definirme.
Salvo que las performance duran poco tiempo, por lo cual, mi compradora, deberá demostrar una madurez mental perfecta para que pueda mantener un nivel de cordura aceptable y no someterse al desgaste que provoca mi presencia entre los seres humanos.
Si escupo o meo sangre, la compradora, podrá exigir mi examen médico, para preservar su propiedad, solo por los primeros 15 (quince) primeros años antes mentados. Me someteré a las curas necesarias para mantenerme vivo durante ese tiempo.
El precio se acordará en la absoluta intimidad, para que ningún estamento público pueda exigir impuestos por la transacción.







Iconoclasta

18 de julio de 2014

Euforias y desánimos

Se elevan en euforias desmedidas por intrascendencias, para acto seguido, hundirse en la más miserable apatía del cuerpo y el pensamiento.
En algún momento de la historia, un hombre y una mujer no deberían haber follado, su hijo no debería haber nacido, o en caso contrario, no debería haber sobrevivido hasta la madurez sexual, no debería haber follado, su hijo no debería haber nacido tampoco, o al menos debería haber muerto, ni dejado preñadas a cincuenta hembras idiotas como él.
¿Cómo pudo haber salido tan mal todo?
Solo por curiosidad, me gustaría saber en que época fue parido el tarado padre de todos los tarados.
Lo imbécil tiene una asombrosa capacidad reproductiva.

Tarjetitas de la sabiduría de Iconoclasta "touch"

Las Tarjetitas de la sabiduría de Iconoclasta ya no son virtuales. Ya se pueden tocar, doblar, usar como papel higiénico de emergencia, etc...


Tarjetitas de la sabiduría de Iconoclasta
Tarjetitas de la sabiduría de Iconoclasta

Tarjetitas de la sabiduría de Iconoclasta


12 de julio de 2014

Dos buenos chicos


"Qué lástima que tengas esa cara redondeada, dulce y tierna de chica manga. Eres preciosa, una Heidi deseable... Porque no te servirá de nada para que sea cuidadoso y educado contigo.
Te la voy a meter por el culo hasta que muerdas de dolor las infectas sábanas de la cama del motel.
Y luego me la chuparás con los ojos ciegos y las manos esposadas.
Estoy caliente; pero no será rápido. Te arrancaré ese precioso vello lacio del coño, con la cera de una vela negra que dejaré caer en tu raja, que mantendré abierta con unas toscas pinzas de madera.
Tu pequeño y durísimo clítoris latirá ardiendo.
Confundirás dolor y placer. Cuando de tu coño mane la leche del orgasmo, me correré en tu cara y tus manos no podrán limpiar el semen de los ojos, que se filtra por la tela negra que te mantiene ciega. Ni el de la nariz, tendrás que tragarlo o ahogarte.
Beberás tanto semen que te quedarás embarazada vía digestiva.
Si supieras, preciosa Montse, lo que destila ahora mismo mi pijo... La densidad del deseo, la pegajosa lujuria que humedece mis calzoncillos. Te masturbarías como una ninfómana, el vello castaño de tu vulva se empaparía y se pegaría a esos labios pequeños y tersos que forman tu coño.
Respirarías agitando con fuerza esas enormes tetas con los pezones endurecidos como bolas de acero, serías una asmática de la pornografía.
Te apresaría entonces el coño entero, presionándolo con la palma de la mano y cerrando los dedos hasta que entre ellos se derrame el humor que te hace puta.
Sé que eres de las que babea y se extiende toda esa ansiedad por la cara y por los pechos, pero no podrás y las comisuras de tus labios serán unos embalses desbordados.
Cerda... Cerda...
Te dilataré con el puño y no podrás mover las piernas temiendo que se te desgarre el tejido que separa el ano del coño.
Te llevaré a la confusión, donde muere el placer y nace el dolor. Aunque nunca he sabido distinguir qué es lo primero.
Te enseñaré que el dolor o el placer, nacen con la primera bofetada que hará sangrar tu respingona nariz de nena buena, para luego morder tu coño y golpear sin cuidado esa pequeña perla perfecta que escondes entre los pliegues de la vulva con el glande amoratado, henchido de sangre como una variz, como una  sanguijuela".
 Montse se siente abrumada por silenciosa e intensa mirada de Cristian. Se encuentran sentados frente a frente en una pequeña mesa de un restaurante italiano, en la zona alta de la ciudad, es caro, pero íntimo.
Es su primera cena en pareja, durante cinco semanas, hasta que han podido dejar a sus hijos (son divorciados) a cargo de los abuelos. Hasta ahora solo se han limitado a pequeños tocamientos y besos en los reservados de las discotecas.
Siente una especie de ternura en la mirada de Cristian, es un hombre bueno, amable. Tiene una ligera sensación de vacío en el estómago ante la incertidumbre de como será una noche entera con él; pero es una agradable incógnita.
¬—Tienes cara de niño bueno, esa mirada tuya tan tierna...
—Y tu coño es mío, lo maltrataré cuanto quiera ¬—le respondió al tiempo que metía el pie descalzo entre las piernas, separándole los muslos.
No supo que decir ni como reaccionar, la sonrisa afable de Cristian permanecía inmutable en su rostro. Su sexo se hacía agua, el tejido de la braguita estaba empapado.
—Te aseguro que no quedará ni un rincón de tu piel libre de mi leche.

Todo su cuerpo está dolorido, su ano parece tener enormes hemorroides y su vagina es un horno ardiendo. El monte de Venus está en carne viva por la cera derramada.
Y aún así se masturba al evocar a Cristian, el niño bueno. Le gustó especialmente que le violara la boca con sus manos atadas y los ojos vendados....
Cuando le metió mil dedos en el ano y sintió que la iba a partir por la mitad...
 Aún mancha el papel de sangre cuando se limpia.
El clítoris tan pequeño que era, ahora está inflamado como una vejiga. Lo golpeó, lo mordió, lo succionó.
La tierna Montse, la de los ojos grandes de Heidi, se está masturbando con una recia manopla de esparto para exfoliar la piel sentada en el inodoro, con un espejo de maquillaje frente a su vulva irritada e inflamada, maravillosamente inflamada.
Y a medida que le sube el orgasmo, se ríe. Ríe del gesto infantiloide de Cristian, su ademán cortés de predador cruel. Lobos vestidos de cordero...
Se apaga el cigarrillo en la ingle y aguanta el dolor sudando, sus pezones irritados y lesionados, se estremecen con el escozor de la humedad que baja desde su rostro empapado. Evoca el momento en que le arrancó un buen trozo de prepucio con los dientes.
Toda aquella hemorragia en su boca, mezclándose con el semen y la baba.
Se comportó como un hombre, gritó de dolor pero siguió bombeando en su boca, la hizo vomitar.
Con el pene mutilado... Se ha detenido en las caricias, el dolor de los labios vaginales arrasados por la manopla es insoportable. El clítoris parece que va a estallar y se moja con agua fresca que toma del lavabo haciendo cuenco con la mano.
Ella llevaba en el bolso una enorme aguja de peletería, y se dejó atravesar la piel del escroto para follarla, con cada embestida la sangre de sus huevos mojaba su vulva, respiraba dolorosamente, pero no paró hasta eyacular. Mordió los labios de Cristian hasta que sangró y la sangre se mezclaba en las dos bocas. Era una aberración de follada.
Se ha corrido, con el agua fresca aliviando los labios vaginales...
Le duele la ingle, pero no importa.
Espera impaciente otra noche con él. Lo malo no es el dolor ni las lesiones, lo malo es el tiempo que tardan las heridas en sanar para poder volver a realizar las mismas aberraciones.
Su pene mutilado en su boca... Dios...
Ella también parece una buena chica.
Y de hecho lo son.
Serán dos buenos chicos desintegrándose con mutilaciones y heridas, hasta desaparecer en la habitación del horrible motel "chino".
Un día se dejarán la vida desangrados o infectados porque no podrán esperar a que las heridas sanen. La familia y los amigos, no podrán creerlo, se les veía tan amables, tan tranquilos...
Es hermoso soñar.
Mañana irá a ver a Cristian al hospital, el prepucio se ha infectado, los médicos le habían avisado que no se masturbara mientras la herida fuera reciente.
Es tan hombre...
Heidi y Pedro el cabrero...
Está caliente otra vez.








Iconoclasta