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26 de octubre de 2016

Ya he llegado



- Ya he llegado.
- ¿A dónde?
- No lo sé, simplemente me he detenido.
- ¿Es una metáfora por muerte?
- Tal vez. Las cosas y los seres mueren; pero yo aún escribo.
- ¿Volverás pronto?
- Es tarde para volver, es pronto para saber los cuándos. No nos esperan ni esperamos. No tengo prisa por afeitarme.
- Estamos muy alejados de todo. No podríamos volver aunque no fuera tarde. Haces caminos sin retorno, es malo.
- Está bien, volver es un error, es fracaso. Más de lo mismo.
- ¿Y ahora qué hacemos?
- Respirar.
- Eso lo hacemos siempre.
- Ojalá que no.
- Va a ser muy larga la vida si solo respiramos.
- Bueno, también hay dolor. Estaremos entretenidos. Ya queda poca vida y estamos en lo mejor.
- ¿Y cómo lo sabes?
- Nos hemos detenido, las cosas ocurren por alguna razón.
- Y por azar, y por injerencias, y por errores...
- Solo estás preocupado, las conciencias sois siempre un tanto cobardes, dubitativas. Relájate.
- Saca un cigarro, necesitamos fumar.
- Por fin has acertado.
- Fumar y respirar...
- Mucho mejor que el dolor y el agobio. Lo hacemos bien.
- Sí.
- Oye, eso que ha caído y ha quedado atrás ¿no era una pierna?
- No te pases de optimista. Sigue ahí la muy puta.
- Era sarcasmo. La podríamos tirar al río, que la piquen los patos y los peces.
- Tendremos que morir con ella, como aquel que dicen murió con su cruz. Somos vanidosos los dioses, siempre más que nadie. Más dolor, más llanto, más carcajadas, más sudor, amar a tumba abierta...
- No somos dioses, no existen.
- Yo también soy sarcástico.
- Huele a tierra mojada.
- Y las tumbas también.
- Tienes razón, estaremos entretenidos en este dónde al que hemos llegado.
- Bien.
- Bien.
- ¿Otro cigarro?
- Claro, no importa un cáncer más o menos.
- No me hagas reír.
- No puede hacer daño.


Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.


21 de mayo de 2015

El dolor de la humanidad


A veces no puedo evitar pensar con cierta ternura en el dolor de los niños, de las mujeres y los hombres.
Hay ternura porque sueño en la posibilidad de un planeta hermoso.
No puedo evitar pensar con la misma ternura en las carnes ajenas rasgadas que hacen bien al planeta y a los animales irracionales que lo pueblan al verter su sangre como abono.
Porque es hermosa la sangre que mana tranquila y espesa de las heridas desmesuradamente abiertas como  grandes sonrisas banales.
La textura de una malteada roja, roja, roja...
No puedo evitar pensar cuando hay tantas calamidades, que solo así puede salvarse el mundo.
Con ternura infinita, veo a la humanidad como una plaga graciosa a la que someter a experimentos cruentos.
Un hormiguero que aplastar porque no hay cosas mejores que hacer.
Pienso en la falta de libertades, y creo firmemente que pocos las necesitan, que no quieren libertades, solo morir mediocremente.
Y está todo bien, mueren y sufren los que se lo merecen.
Y los que no, también; pero son tan pocos que no importa.
Porque las democracias son contrarias a la equidad y la razón, solo buscan multitud. Y ser iguales, uniformar el pensamiento y clasificar comportamientos en "normal" y "no es normal".
Los pensamientos importantes jamás han trascendido en miles y miles de años, solo trasciende el miedo y las supersticiones que lo conjuran. Solo hay dioses escritos en viejos papiros y en quebradizos papeles.
Los viejos les dicen a los jóvenes, no folléis como nosotros hicimos, no os embriaguéis como nosotros hicimos; es pecado, hijos de la gran puta jóvenes.
Porque la vejez hace peor a los seres humanos, se olvidan de lo que fueron y se coronan con un halo de ciudadano ejemplar y castidad.
Mierda, mierda, mierda...
Líderes que ejercen bajo hipócritas y bastardas ideologías con inconfesables avaricias chupando cigarros con pieles humanas curadas y comiendo en lujosos hoteles piernas de bebés horneadas, que guardan en refrigeradores colgados de ganchos con el pecho abierto los cocineros.
Y tanta gente disfrutando de las horas bajo el sol en la carretera para hacer absolutamente nada.
Es de risa, no hay nada importante en la humanidad; ergo su dolor, es algo que ignorar.
Incluso... Se me escapa la risa.
Es esta ternura que me conmueve.
Es mejor morir que vivir con el cerebro tan vacío y el corazón aburrido de latir siempre igual.
Si la humanidad se duele de algo,  sinceramente que tome aspirinas.
Es tarde para la misericordia, es tarde para la paciencia y es buena hora para fumar un cigarro y ver en las noticias tanta muerte de una forma completamente distendida.
No está todo tan mal, hay esperanza.
Lo dice mi discreto sonreír que no es banal, es sincero y obedece a una larga reflexión de inteligencia, vida e historia.



Iconoclasta

4 de mayo de 2015

La internacional deficiencia


Certificado: los deficientes mentales (que no son lo mismo que los idiotas, hay matices que solo un iconoclasta puede definir con quirúrgica precisión) son sorprendentes donde quiera que sea el continente que los contenga completamente descontenidos.

Soy débil, disculpad este arranque de retórica por mi parte.
Es decir, pululen por donde pululen siempre te sorprenden, al menos la primera vez; que no es poco y es de agradecer, porque así no sientes la necesidad (por la gratitud de la sorpresa) de arrearles una hostia y elevarlos al espacio exterior frío y letal.

Ya sé qué me vais a decir: "yo también he convivido con un deficiente mental (macho o hembra) en casa durante un largo tiempo, como tú"; pero esos no cuentan porque no sorprenden y si a vosotros os han sorprendido, a mí no.
Así que no me toquéis los cojones antes de empezar.
Una vez en la calle se abre todo un abanico de posibilidades para asombrarse ante la podredumbre que algunos cerebros pueden llegan a alcanzar.

Y ya no te cuestionas...

Por favor, los delicados, los seres sensibles integrados en esta sociedad de mierda, están a tiempo de dejar de leer esto. ¡Vamos, vamos, desfilando que es gerundio! Que luego no quiero oír críticas sesudas, pseudo intelectuales, escrupulosas y emotivas.

Sigamos.

Y ya no te cuestionas si es un daño congénito, una enfermedad o simplemente aplicas la navaja de Ockham pensando que todo es maravillosamente simple porque simples son sus cerebros: en el momento alegre y gozoso (es de esperar, a veces soy optimista) del acto de sexual para procrear al bicho, alguien se equivocó de agujero, se torció, se dobló, estaba borracho uno o ambos, o no estaba muy limpio ninguno de los cónyuges o copuladores.
Y salió eso.

Es sorprendente que en pleno calor mexicano, con el sol radiando en todo su esplendor sobre moi, salga el tonto de la colonia de un local oscuro como boca de lobo (a pesar de que hay sol no puedes ver ni los huevos que están delante de tus narices en el mostrador, debido a un mal entendido exceso de ahorro eléctrico en ese minisúper, miserables...) y te quiera vender Matrix en pleno calor del 2014 como una novedad. Como me puso delante de las narices el DVD, tardé un poco en darme cuenta, pero me miraba a mí, a pesar de que sus ojos miraban a alguien invisible detrás de mis hombros.

Era el ser más bizco que he visto en toda mi vida.

Porque así, de sopetón, pensé que se trataba de un cinef... cinéfago (¿se dice así, verdad? bueno, vosotros me entendéis) vendiéndome su reliquia.

Y comprendí que había topado con el típico deficiente (tonto del pueblo) de la colonia de Indecente Madero.
Entonces envié finamente a la mierda a Matrix y los retorcidos dedos que lo soportaban incómodamente cerca de mis preciosos ojos verdes.

Vuelvo a casa de recoger a la pequeña en la guardería y aparece en el horizonte sucio de cables y polvo amarillento, la gorda con el gafete colgado eternamente del cuello dispuesta a preguntarme durante más de cuarenta minutos cosas tan importantes como: ¿cómo se llama la niña? ¿eres el padre? ¿y la madre? ¿te portas bien, bebé? ¿estudias mucho? ¿es posible que no pueda comer camarones por lo caros y calientes que están?...

Pero soy listo, porque ya la había visto previamente en acción, así que se queda hablando con la pared, mientras yo voy con la pequeña de la mano hacia la casa, doscientos metros más allá de la deficiente. Tiempo transcurrido entre la primera pregunta de la gorda y el tele transporte que ejecuté: 0.8 segundos, 3 centésimas. Tengo que lucir mi super crono.
Y así ocurría en días alternos e incluso días consecutivos.
La idiotez en el mundo es imparable.

Y no hago mención del mecánico de amortiguadores, al final de la calle, ya tocando a las torres de alta tensión para que jueguen los niños alegremente trepando por ellas tras haber cruzado una calle de cinco carriles de coches de ida y otros cinco de vuelta.

No sé si era deficiente mental; pero deforme, mucho.
Si alguien recuerda la película Los Goonies y busca con velocidad 32x en el reproductor para no tardar demasiado, encontrará al hermano deforme de la familia de criminales torpes que da sentido a la película y me ahorrará la descripción. Solo hay que añadirle a la calva unos puñados de pelos hirsutos tipo quimioterapia y ya tenéis el retrato del mecánico.

Y como si fuera mi maldición, como si tuviera imán para atraer a los deficientes mentales, llego a Europa y me encuentro una mañana también muy calurosa con un tipo más grande que yo avanzando directo contra mí, con gafas también más grandes que las mías mirándome fijamente, causándome el temor a una violación; pero simplemente me pregunta balbuceando si le doy exactamente 1, 2 euros.

Pienso en lo muy refinado y exótico que es el imbécil y le digo que no. Se aleja pidiéndome perdón por las molestias y siento que he sido un poco brusco, así que me enciendo un cigarro como castigo.

Otra mañana de domingo, justo en el otro extremo de la ciudad donde tuve el primer encuentro con ese deficiente, me lo vuelvo a encontrar y me pide 1,2 euros. Y como se están celebrando festividades por algo del santo del pueblo que seguramente fue colgado por los huevos por los franceses en el año no sé cuantos antes de cristo, me siento generoso y saco el monedero.

Pues no llevaba un euro y veinte céntimos, llevaba menos.
Y encima en pequeñas monedas. Sería idiota el hombre, pero contaba como la mejor de las calculadoras casioscientific que venden de oferta en los grandes almacenes de verduras y productos a punto de caducar.
"Solo hay un euro con cinco céntimos" díjome casi llorando el hombretón.
"Bueno, pues ya te queda menos, chaval", intenté consolarlo y seguir cojeando.
"No los quiero", y me los dejó en la palma de la mano tras casi treinta segundos de estar contando moneditas con el sol cayendo en mi cabeza cubierta por una gorra marca Adidas que valía más que los zapatos del deficiente.

Estuve a punto de arrearle una hostia, porque aunque fuera más grande que yo, yo soy mucho más malvado y sé muy bien como generar mucho dolor con pocos golpes.
Lo sorprendente, dejando de lado que me devolviera el dinero, fue la velocidad con la que me dejó para ir a buscar a otro ser humano que le pudiera dar su euro con veinte.

Pensé que me seguiría eternamente esperando las monedas que le faltaban.

Por supuesto, no le pregunté para que quería esa cifra tan exacta: si no quieres oír idioteces, no preguntes.

Y esto sucedió ya hace 43 horas.

Y ahora, ya en casa, fumando, reflexionando sobre la malicia intrínseca en el ser humano y si nació idiota o lo hicieron (a toda la especie, me refiero), decido entre salir de nuevo a la calle y enfrentarme con todos esos seres de mente infecta o quedarme en casa a salvo de calor e imbéciles.

Y decido que está bien, me gusta que me sorprendan. 
Bajaré a la calle mañana y compraré más tabaco.

Como no conozco el miedo, que vengan, tengo un montón de monedas sin valor para entretenerlos como si fueran palomas picoteando salvado rancio vendido a los viejos y niños a precio de caviar en la plaza Cataluña de Barcelona.
Sí, ya sé que soy sensible y empático; pero es que están en todas partes, viaje a uno u otro continente, allí hay uno, esperando con sus gafas, con su obesidad, con su mirada bizca, con sus pelos de quimio...

También he visto por ahí al perro andaluz de Buñuel, que aún no sé en qué escena de la peli aparece, pero es muy surrealista. Soy un cinéfago aficionado.

Buen sexo, y cuidadoso.






Iconoclasta

8 de noviembre de 2014

Un escritor atormentado


Me gustaría ser un escritor romántica y carismáticamente atormentado. Un hombre triste que se emborracha al tiempo que en el papel escribe su alma con una pluma japonesa de edición limitada y  con un buen reloj.
Claro que ser materialista no es lo que me descalifica como escritor atormentado; es esta cochina erección que me incomoda la que me califica como un hombre simple, con un cerebro liso.
Maldita sea, no es elegante estar caliente.
No es elegante que la puta me esté haciendo una mamada y se me deslicen lágrimas por la cara. Debería estar escribiendo en un cuarto en penumbra con una rata como compañía.
El amor se rasga como la hoja de papel que rompo cuando no quiero reconocer lo que escribo. No es por dolor, es por vergüenza.
El amor dura el tiempo que tardas en conocer a quien crees amar. Luego se convierte en mediocridad, en monotonía y por fin en engaño.
Los hijos te aman hasta que se hacen mayores y se dan cuenta que son mejores que tú...
Así que le hago  caso a mi polla y me la toco.
Bajo el prepucio y el glande brilla baboso, con ganas de invadir o violar; es inevitable dejar una mancha de fluido en mi elegante pluma después de haber acariciado a mi alter ego.
No soy un escritor atormentado, soy salvaje en el deseo primario, me parieron demasiado cerca del bestialismo y oscilo entre el pensamiento y el instinto, sin pudor, sin reparos.
¿Cómo puedo escribir de tormentos y vicisitudes si este pene no siente absolutamente nada parecido a lo que siente mi alma corrupta?
Observo mi relojazo y el grabado de la pluma. Pienso en lo muerto y en lo que queda vivo mientras me fumo un cohiba que sabe a gloria bendita.
Intento llorar por las ilusiones que se fueron directamente a la basura; pero siempre acabo en una página de porno oriental. Es que están preciosas las jodidas japos...
Quisiera ser anti-viagra para ser más intelectual y asemejarme a esos grandes escritores que viven y mascan su tristeza con mujeres de pago en sórdidos moteles. Que escriben en mil hojas de amor y derrota sobre una pequeña mesa de madera.
Yo necesito una buena mesa organizada con espacio para tabaco, cenicero y papel. Tengo muchas cosas, no podría ser tan humilde. La humildad me la paso por el forro de los huevos. Así, sin literatura.
Porque no nací como escritor, ni pude vivir como un bohemio. Trabajé como un cabrón, prostituyéndome durante toda una vida por un puñado escaso de dinero. Sin romanticismo, sudando y desgastando mi cuerpo.
"Como todo el mundo", pensarán algunos. Solo que a mí, "todo el mundo", me importa una soberana mierda.
Al final, es razonable que no sea un escritor triste. Solo furioso y con prisa; que el tiempo corra rápido, sabiendo que el final es la nada. El amor, el odio, la paternidad, la felicidad, el dolor y la desgracia son accidentes geográficos en el mapa de la vida.
Y mi pene parece saberlo, porque cabecea inquieto y repleto de sangre en mi pantalón. Quiere salir y ser lamido, ser empuñado y apretado hasta el dolor, meterse en una elástica e inundada vagina hasta escupir un semen caliente y abundante con un gemido, con una blasfemia: "La virgen santa, la hostia puta, qué gusto..."
El atormentado queda a merced de su polla y así ella cuida de mí. Borra la vergüenza por los errores cometidos y  convierte la tristeza en un nuevo universo de posibilidades. No piensa en la muerte, solo sabe que está vivo.
Su primitivismo me contagia el ánimo...
El sosiego de la soledad es una entelequia, la soledad es algo intenso, solo los más fuertes se soportan a sí mismos. Solo los que tienen una polla inquieta pueden vivir sin pudor y sin meditar sobre el mal y el bien.
Los escritores románticos y tristes buscan cuchillas de afeitar, veneno o se balancean en el borde de las alturas y de la narcosis.
Yo aferro mi bálano y tengo que recoger un semen incontrolable que nunca va a aterrizar a sitios fáciles de limpiar.
El romanticismo es algo que solo puedo intuir, soy una bestia que ha trabajado demasiado, que ha maltratado el cuerpo y la mente. No queda tiempo para un romanticismo suicida, es hora de follar. Siempre lo es.
El otoño es el final de la época del color y el sonido, los humanos caen presas de la melancolía, de la luz que quedó atrás y las noches se hacen más largas, con más monstruos.
No soy humano, porque el otoño me alegra, apaga la actividad ajena a mí, el mundo lo es.
Ajeno... Soy un maldito error, mi padre no se la metió bien a mi madre.
No puedo ser un escritor carismático, solo soy un escritor impunemente frío. Que odia escribir en lugares deprimentes y humildes.
Alguien tiene que serlo, hay carroñeros, hay parásitos y estoy Yo.
Y mi pene.
Esta Nakito tiene un vello púbico lacio y fino... Guarras orientales.com...
A lo mejor, cuando envejezca puedo ser romántico y tierno en mi tristeza. Cuando mi pene esté cansado y la erección no se imponga a mi metafísico pensamiento.
El animal de Battiato suena en el estéreo, estoy de acuerdo en algunas cosas con la canción, pocas pero suficientes para asentir expulsando el humo de mi pecho por la nariz y la boca.
Dejo la pluma y enciendo el cigarro número mil doscientos de la mañana, toso y escupo. Y sé que nunca podré ser un escritor de la depresión y el suicidio. Así que tecleo en mi magnífico ordenador el texto, mejorándolo fríamente a plena luz del día, con una buena música y un buen café.
La vida sórdida es trabajar y llegar exhausto a tu casa sin tiempo para el pensamiento.
No me arrepiento de ser materialista y bestia. Ni de mi vanidad, me la he ganado a pulso como el cáncer de pulmón que se pudiera estar desarrollando ahora en mi pecho.





Iconoclasta