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26 de octubre de 2013

Un tamal y un atole


Un tipo camina lentamente mirando el suelo y lo que no hay en él. Un tamalero pedaleando en su triciclo amarillo con sombrilla azul, parece luchar contra la monocromía de la calle de gris asfalto roto, paredes despintadas y charcos eternos de agua que hacen espejo para las nubes de plomo. Se detiene junto al hombre que refleja en su rostro la gama de grises del mundo y el cielo.

—Buenos días, mi jefe. Tengo ricos tamales de rajas de pena y asco, con dolores pulsantes en las sienes.
— ¿Y para qué quiero eso? No tengo esposa a quien regalárselo para el desayuno. Es que me meo...
—Es mejor que esa indiferencia que le pesa en los hombros, güero. El dolor y la pena dan intensidad y color a la vida, es mejor lo malo que la nada.
—Ya he tenido de todo eso, tamalero. Me ha costado mucho tiempo y desengaños ser neutro. Me va bien la vida con la indiferencia, me gusta más. Yo elijo.
—Cómpreme aunque sea uno de frustración con salsa roja, es el último que me queda.
­—No. No me apetece, ya he tenido bastantes emociones a lo largo de mi vida. Soy mayor. Sé lo que digo y tú no tienes ni puta idea de nada.
— ¡Qué triste acabar así!
—Mira tamalero, lo triste es amasar cada día toda esa basura para hacer alimento con ella. No sigas convenciéndote de que la mierda es buena. Has fracasado y de ello haces un manjar, no tienes nada que contar más que la vulgaridad tuya de cada día.
—Es usted muy duro hablando, mi jefe, se nota que no es de aquí. ¿De dónde viene?
—Ni lo sé, ni me importa.
— Está bien, güerito, me tendré que comer este tamal y además solo.
—Tampoco me importa, tamalero. Cuando tengas de mole dulce, mi indiferencia y yo te compraremos uno en torta.
— ¡Ándele, mi jefe!
—Vete a la mierda con tus penosos tamales, falso romántico.
—Si es que un pesito cuesta mucho de ganar y quería vender antes los que se pasan más pronto. Todas las emociones mueren rápidas. Tengo uno de mole como a usted le gusta.
—Pues dámelo y déjame en paz.
—Parece que va a llover, mi jefe.
—Me suda la polla, los hay que van a morir y no importa.
—Tenga... ¿Quiere un vasito de atole?
— ¿También está hecho con penas de mierda?
—No, mi jefe, es puro maíz endulzado con piloncillo, leche y cacao. Si le digo la verdad, como el atole lo hago yo, no quiero mancharme las manos con dolores; porque de alegrías apenas hay ingredientes y van muy caros. Es mi mujer la que hace los tamales y el champurrado, que está aromatizado con enfermedad y pobreza.
—Dame un vaso; pero es que tomar maíz con maíz es lo mismo que hacerse una torta rellena de torta.
—Tiene razón, pero es barato... Acá entre nos, güero: la vida no es intensa, es siempre más de lo mismo. Tamal tras tamal, atole tras atole. Voy aprendiendo, mi jefe. Lo del dolor y la pena es pura publicidad, no le voy a engañar.
—Es tan gris este atole como yo me pensaba, precioso. No me gustan los colores banales. Me largo, no tengo nada que hacer y no quiero estar aquí más tiempo.
—Adiós, mi jefe. Cuando sea viejo, quiero ser como usted.
­— ¿Y qué importa? Tal vez mueras antes.
—Estamos muertos los dos, mi jefe.
—Lo sé, está bien. Adiós.








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