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20 de enero de 2018

Hombres-mosca




Hoy he topado con un hombre-mosca.
Uno de esos mediocres que solo son visibles porque no saben caminar en línea recta. Con un rumbo errático y aleatorio, no tienen destino u objetivo alguno. Son como los gusanos, respiran y se mueven porque los parieron, simplemente.
Su función es molestar, molestarme a mí.
Estorban con sus interrupciones, se sitúan delante de otros para luego detenerse de repente y cambiar de dirección. No tienen reflejos ni cerebro suficiente para virar de dirección sin dejar de caminar. Son repugnantes y gordas moscas que necesitan un calibre .45 para dar caza.
Como las moscas. Igual de irritantes con su vuelo, con su acercamiento al rostro.
Aún quietos, los hombres-mosca, causan un rechazo que los identifica con solo un vistazo. A lo mejor huelen mal y por ello mi cerebro los descubre con solo atisbar su repelente cogote.
Cuando los miras directamente a la cara, se puede ver su minúsculo cerebro a través de sus ojos absolutamente transparentes, vacíos. Otra característica es que no saben respirar por la nariz y caminan-zumban con la boca semi abierta, haciendo alarde de su imbecilidad profundamente genética.
Tienen el repelente carisma de las nerviosas cucarachas, me causan repulsión.
Las cucarachas las aplasto sistemáticamente, estén cerca o lejos de mí, las piso crujientemente. Porque el mundo es mejor y más higiénico sin cucarachas y sin hombres-mosca.
Si hubiera tiras-trampa para hombres-mosca, llevaría una colgada de cada oreja, y una vez enganchado el asqueroso, le pincharía los ojos con una navaja. Luego lo quemaría, antes de que muriera.
Suelen reptar-revolotear estúpidamente por los mercados semanales de los pueblos y barrios, como las ratas rondan por las noches los contenedores de basura. En todas las regiones del puto planeta.
También hay mujeres-mosca, aunque en mucha menor cantidad; pero todo lo que tiene tetas, me causa simpatía y erección; soy demasiado complicado para este mundo.
Sin poder evitarlo, me ha rozado uno y con los dedos llenos de mi propio vómito (lo he provocado al llegar a casa, me sentía sucio por dentro), he escrito esta vivencia.
Parece que no; pero cuando conviertes el asco y el odio en palabras nítidas y precisas, uno se siente mucho mejor.
Si alguien piensa que los lunes son malos, que vaya el sábado a un mercado.
Mierda.





Iconoclasta

18 de enero de 2018

Una mañana hermosa



Es una mañana preciosa, fría como mi pensamiento; que no es precioso.
Solo eficaz.
La niebla es alta y hace velo en el rostro de las montañas.
El sol luce blanco y relajado, sin presiones sobre mis hombros y ojos. Tanto, que una luna llena de gris plata se dibuja nítida en pleno día, suavizada como la piel del melocotón.
Nadie lo puede estropear, ninguna palabra, ninguna presencia. Está tan lejos la belleza, tan inalcanzable…
No deseo tocarla, me conformo con que me cubra.
El sol y la luna no parecen fuerzas antagónicas. Simplemente charlan sobre mi cabeza, mirando distraídamente el planeta. Como si la batalla planetaria fuera un trabajo y ahora descansan los dos operarios fumando un cigarrillo en el patio.
A mí no me miran, no me mira nadie. Ni lo quiero, soy un animal oculto que no deja que su animalidad y humanidad puedan ser detectadas.
Solo soy árbol de raíces incómodas e irritadas, de savia roja como la sangre oxigenada de ira.
A veces todo es perfecto, el decorado…
Tal vez debería anotar este día como efemérides, recordar que un día la luna y el sol se tomaron un café sentados en una mesa cálidamente desdibujada por una fría bruma.
Fría como mi pensamiento que jamás se toma un café charlando con la bondad si la tuviera.



Iconoclasta
Foto de Iconoclasta

16 de enero de 2018

El filo de la sonrisa


Alguien no entiende bien las cosas.
Entonces la navaja corta el abdomen y las vísceras se salen del cuerpo. Las manos intentan retenerlas, que no caigan, que no toquen la tierra. En ese instante, un certero tajo en el cuello acaba con cualquier esperanza de sonreír sinceramente algún día.
Alguien tiene que hacerlo.
Lo cierto es que no debería estar en este planeta; y si no hubiera vida en ninguna parte del cosmos; entonces no debería estar vivo.
Sonreír es mucho más difícil que llorar. Y además, son escasas las oportunidades de hacerlo.
De ahí que en el cine se hagan más dramas que comedias.
De ahí que dure más el miedo y el dolor de morir que la dicha de nacer.
De ahí que no pueda sonreír ni provocar sonrisas. He nacido para crear dolor y miedo que combatan las hipócritas felicidades. Y después la muerte. No importa, es un trabajo como otro cualquiera.
Lo intentan, ellas y ellos quieren reír de verdad; pero la sombra de la frustración se adivina en sus encías como la fiebre de la imposibilidad.
Es mejor no intentar reír, hay gente como yo que sin pretenderlo lo sabe todo.
Nacemos algunos con el don de la certeza. No existe duda alguna en mi pensamiento, al menos que sea mínimamente trascendente.
Ese don hace las infancias infelices y de la madurez, la libertad tan ansiada.
Y los intestinos se deslizan en cascada entre sus dedos crispados.
¿O tal vez autonomía? Porque el concepto de libertad cambia según lo que se piensa en un momento determinado.
Cuando corto la carne, no sé si soy libre o soy esclavo del filo hiriente que cauteriza las malas sonrisas.
La libertad es como un animal salvaje que apenas se deja ver más que un segundo.
En cualquier caso, la libertad no es sonreír, es lo contrario: no tener que humillarse ante nada ni ante nadie. La sonrisa esconde tanta humillación que me avergüenzan las ajenas.
La libertad no provoca sonrisas ni pretende crear felicidad.
La libertad es esto que cometo impunemente: saber y juzgar.
Sin que importe el resultado, a veces pueden parecer simpáticos los culpables y repugnantes lo inocentes; pero me importa lo mismo que la colilla que dejo caer al suelo de la forma más espontánea.
No mato para juzgar, asesino para evitar repeticiones, no tener que ver de nuevo lo mismo en el mismo rostro.
El mundo es un pañuelo, hay demasiadas probabilidades en la vida de cruzarte con la misma persona
Es una forma de evitar tanta monotonía.
No hay prejuicio, no importa quienes son y lo que podrían haber hecho; solo es un juicio sumario y breve a cada mirada, sonrisa o tristeza con las que me cruzo inevitablemente.
Los que ríen demasiado sin ser necesario, arrastran el estigma de la indignidad y simplemente es mejor morir que vivir humillado.
Yo pongo las cosas en su sitio. A los muertos donde deben estar: en la tierra desangrándose con el rostro contraído de miedo y dolor.
Es algo que no puedo evitar.
Por ello la soledad es descanso y paz.
Porque cuando estás solo no matas. No hay esa necesidad.
Nací solitario entre la muchedumbre.
Soy la auténtica prueba de un error de nacimiento.
Os juzgo, os he juzgado a los vivos y muertos. Apenas recuerdo siete miradas hermosas y diez palabras emocionantes en toda mi vida.
Este balance vital es una tragedia que me ayuda a no sonreír, ni siquiera a quien podría salvarme la vida. Mi descontento me hace enemigo de todos.
Sin vehemencia, sin pasión. Cuando los destripo, no sonrío, ni hay odio.
Solo hay control y objetivo: no repetir la misma miseria en un mismo rostro.
A quien amo, no mato; pero mi sabiduría y su conclusión, no me permiten vivir con quien amo, sería inviable mi vida y la suya.
Vivo en una constante ansiedad de amar y un control férreo de mi naturaleza.
Así, la sonrisa es un acto banal que traiciona la sabiduría acumulada.
Ergo me traiciona a mí.
Pudiera ser que algún día, pudiera ser detenido, es posible que ocurra antes de que muera; pero no es preocupante, no hay diferencia alguna, ya estoy en una prisión.
Una prisión dentro de otra prisión, es prisión. No se eleva al cuadrado.
Tengo muchos rostros de falsas sonrisas flotando en mi cerebro, y ya he consumido el ochenta por ciento de vida.
Será una vida plena acabe donde acabe.




Iconoclasta
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5 de enero de 2018

El espíritu y la carne


Tengo un relajante dolor y una descarada de falta de pudor.
El dolor es de amor, siempre lo es.
La impudicia es una erección y un pensamiento de una obscenidad absoluta.
¿Cómo puedo conciliar la espiritualidad del dolor con la carne dura, obscena y goteante que está firmemente presa en mi puño violento?
Tal vez pienso demasiado, tal vez la amo demasiado e inútilmente y mi organismo conjura el dolor con un bálsamo blanco que escupo como una plegaria hirviente.
No sé… No quiero entender.
Me basta correrme con tristeza, me lleva a trascender más allá de esta mediocridad.
Lo sórdido es densidad, cuanto más humilla, más importancia adquiere la vida.
Un sacrificio lácteo, un deseo rojo en mi cerebro; como la sangre fuera de las venas.
No hay conciliación de soma y psique, soy demasiado absurdo.
Son reacciones lógicas a la monstruosidad de amar y desear sin consuelo.
Solo soy una consecuencia de mí mismo.




Iconoclasta
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