Iconoclasta, provocación y otras utilidades para escapar del negro abismo del agobio.
10 de abril de 2015
9 de abril de 2015
El amor que todo lo confunde, de Iconoclasta
El amor que todo lo confunde, una novela de Iconoclasta.
Una pareja tan degradada, unos cerebros tan podridos...
El amor entre un psicópata asesino y una deficiente mental, el sexo y la sangre.
Y ahogada en todas esas miseria, un amor aberrante.
"Yo soy su muñeco de plastilina y para mí ella es una tía real a la que me follaría hasta subida en un cubo lleno de vísceras, revolcándola entre los restos de la jornada de una casquería; entre hígados y riñones podridos, entre cabezas de cordero anidadas por larvas blancas; entre ojos empañados por cataratas de muerte afilada que derraman lágrimas de sangre por el suelo. Y cuando al dejar ir la carga de mis cojones grito, las cabezas quieren cerrar los ojos, pero no tienen párpados que los protejan. Siento que las avergüenzo, que sienten asco de mí incluso muertas."
(de El amor que todo lo confunde)
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El árbol humano, una novela de Iconoclasta
"La soledad es su naturaleza, o una parte de ella. Porque su otra naturaleza se marchita de pena entre savia y fibras que no acaba de asimilar como suyas.
Las noches son el descanso de los árboles, la fotosíntesis es agotadora.
El vegetal se retira y da paso al hombre.
Al hombre más solo del mundo." (Iconoclasta)
Para leer en:
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6 de abril de 2015
Estudio del peso y tamaño de la tristeza
Se pueden escribir y describir las tristezas, enumerar, clasificar por motivos y por sensaciones innombrables, situarlas en el tiempo y el espacio; pero las palabras no pueden describir con claridad y precisión ese momento en el que los dedos se crispan sobre el corazón para dar un consuelo que no será posible, para detener esa hemorragia de pesadumbre que es obscenidad para la vida y la alegría.
Es un instante que dura un segundo, un fracción de segundo en el que el dolor es tan grande que nos aboca a la locura y la confusión.
Si alguien observara esos dedos crisparse en el corazón, apartaría la mirada como si fuera contagioso; porque conocemos ese instante caótico donde la tristeza se hace física y dimensional, nos ha atacado en algún momento de la vida. Y no queremos eso, no queremos siquiera, aproximarnos a ese estado.
Los dedos crispados nos hacen leprosos a otros humanos.
El corazón quiere otros dedos, otras voces y otro calor.
Y los dedos, confusos, hacen lo que pueden.
Pobres dedos vacíos que pretenden sosegar todo eso, se romperán al retorcerse escarbando en el pecho para sacar ese tumor del corazón.
Como si los pensamientos dolientes se hicieran piedras, algo físico.
Y buscan los dedos en el aire donde un día hubo un cariño en un pagano ritual ancestral que habla con el aire.
Hacen falta medios más técnicos y avanzados para llegar a esa descripción, a ese momento de enajenación en que el pensamiento duele tanto que los dedos creen que algo se rompe en el corazón.
Se necesita una cámara ultra rápida que pueda fotografiar en la completa oscuridad con una alta velocidad de obturación, se precisa por ello también un diafragma de una luminosidad indecente, para poder abrirlo al máximo y tener la menor profundidad de campo posible para que los dedos sean los protagonistas de ese momento de insania. Se necesitaría una película de un grano ultrafino capaz de captar el vello de los dedos en esas condiciones.
No servirían los infrarrojos, porque convierten la piel en algo que no es. Y no somos seres que viven en la oscuridad, somos seres que morimos solos y en la oscuridad, a salvo de la vergüenza de la luz.
Los infrarrojos nos convertirían en murciélagos, nos robarían trascendencia y no quiero eso.
Se necesitan unos ojos claros libres de lágrimas que puedan enfocar todo ese pesar.
Tal vez sea mejor así, sin fotografías, sin grandes medios. Que jamás nadie pueda retratar el descontrol y la paranoia en el que nos deja sumidos la tristeza.
Que baste pedir un tiempo de soledad y que nadie nos vea.
Baste decir que a veces duele tanto la vida, que no tiene sentido respirar. Que nos otorguen el beneficio de la palabra y nos libren de la humillación de una cámara de cien mil millones de megapixels.
Que me entierren cerca de las piedras viejas que dan testimonio con su milenaria vida que no fui el único loco que crispó los dedos en su pecho confundiendo alma con materia.
Porque sé que no saldré vivo de este dolor, los dedos lo intuyen.
Se rompen las uñas y los huesos.
Hostia puta, qué daño...
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2 de abril de 2015
Las frías noches
Y llegó la noche con su manto negro y frío, empujándome a lo profundo de una caverna.
Como si una oscuridad pudiera cobijarme de otra oscuridad.
Soy una bestia sin cerebro.
Mi instinto no se equivoca, me protejo del frío que llega de las estrellas; las noches son frías sea invierno o verano. Es por ellas, por las estrellas que brillan como plata. Metales fríos que hienden la piel cuando estás solo. Cuando no hay otro calor cerca.
El cielo nocturno no es para mí. Es el privilegio de otros.
El firmamento es la cúpula que da abrigo a los enamorados, los demás somos ajenos.
Con ella las estrellas devolvían calidez y amparo. Siempre había un astro brillando entre el aire de nuestros labios cuando se aproximaban para el beso.
Hundo los dedos en mi cabello, algo corre por él. Lanzo un gruñido incómodo, aunque las chinches no prestan atención.
La soledad viaja más rápida que la luz hacia las estrellas, y éstas devuelven toda esa tristeza y añoranza en forma de flechas y lanzas que obligan a buscar protección en la cueva de la vergüenza y el desasosiego.
Como si el cielo se avergonzara de mí, pedradas al perro abandonado...
Me llevo a la boca un animal pequeño y crujiente que repta por mis piernas.
Soy el origen de los hombres, cuando la calidez llegaba de la piel aún ensangrentada de animales muertos que colgaban de los brazos tras la caza. Donde no había tiempo para el amor, solo para sobrevivir esa noche.
Es todo tan sencillo otra vez...
El frío y el peligro, la soledad y la oscuridad.
Y el amor tan lejano, tan imposible, tan improbable. La paranoia de amar se convirtió en sangre y el deseo se hizo ocultación.
Soy una blasfemia para las noches estrelladas.
Hubo un tiempo para amar y hay un tiempo para esconderse.
Husmeo en el aire el aroma de alimañas y cubro mi cuerpo con la piel ensangrentada de dos perros que he matado, me arrastro hacia la grieta de una roca para ser oscuridad en la oscuridad.
Es la sangre al coagularse la que combate el frío del firmamento.
Y la profunda soledad de la caverna la que da el coraje y el valor que un día olvidé tener.
Dormito en un sueño inquieto.
Nunca debí haber sido racional.
Me masturbo con la mano encostrada de sangre seca y el placer se hace mortificación.
El frío se combate con indignidad y dolor, es la única forma, la única que conozco.
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El árbol humano, una novela de Iconoclasta
"La soledad es su naturaleza, o una parte de ella. Porque su otra naturaleza se marchita de pena entre savia y fibras que no acaba de asimilar como suyas.
Las noches son el descanso de los árboles, la fotosíntesis es agotadora.
El vegetal se retira y da paso al hombre.
Al hombre más solo del mundo." (Iconoclasta)
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26 de marzo de 2015
El árbol humano, una novela de Iconoclasta
"La soledad es su naturaleza, o una parte de ella. Porque su otra naturaleza se marchita de pena entre savia y fibras que no acaba de asimilar como suyas.
Las noches son el descanso de los árboles, la fotosíntesis es agotadora.
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6 de marzo de 2015
4 de marzo de 2015
3 de marzo de 2015
La curvatura de la dulzura
Hay voces dulces de principio a fin, premeditadamente sensuales. Desde la primera sílaba de la oración hasta la última. Son bonitas, pero su profundidad, en caso de tenerla, se diluye en la monotonía, en la regularidad.
No soy fonólogo, por eso llevo desventaja, por ello he tardado más tiempo en descubrir su secreto.
Ahora su fonética atractiva hasta la desesperación, y el misterio que conlleva, tiene una explicación, un origen.
Disfruto de ello con pleno conocimiento.
Me embrutezco...
No intentéis hacerlo en casa, porque no existe una especie igual.
La he oído cientos de veces hasta entender. Esto no es un tratado informal y romántico, es la verdad tan profunda como sus cuerdas vocales están insertadas en su hermoso cuello.
Hay que escuchar atentamente cuando amas, es una norma de obligado cumplimiento. No se trata de atender al significado de las palabras, sino su dicción, su fonética pura; es lo que da realmente sentido a todo lo incomprensible que me provoca. Es el sonido de ella misma.
Este nivel de profundidad se logra cuando se ha aceptado plenamente como algo habitual e inevitable el movimiento de sus inmensos labios, cuando dejas de colapsarte, para simplemente admirar. Como la primera vez que un cuadro te impacta y con el tiempo, aprendes a admirar los detalles y fragmentos por separado.
Así es ella, la amas de repente y luego viene el conocimiento profundo, detalle a detalle, con pasión controlada, con la admiración de descubrir un nuevo matiz en su personalidad que incluye el cuerpo. Porque el alma sería un triste vapor sin la piel y la carne del que se alimenta a través de sus sentidos.
Su técnica, que ni ella mismo podría describir, estoy seguro que no ha pensado demasiado en ello; es una depuración basada en el impacto que un depredador podría usar para inmovilizar a su presa. Solo que ella hace gala de una sensualidad desproporcionada para el actual nivel evolutivo de la raza humana.
Aunque ella, en el fondo, sabe de su arte. Ríe satisfecha, la he visto en algún momento.
A veces está triste, porque tal vez cree que no es su tiempo. No aprecian la modulada curvatura de su dulzura.
En una alarde de tierna ingenuidad, ignora su peligro, su cautivadora trampa; como si no la hubiera.
Su voz comienza con un registro alto en las frases, es rotunda y firme; demuestra determinación y sabiduría; luego en un instante, en la última sílaba o palabra, según ella decida, se desliza hacia una ternura inusitada que vuelve el mundo del revés. Y te preguntas que ha ocurrido cuando sientes ese vértigo. Cómo has llegado a sentir esa repentina punzada de atracción.
Cuando te das cuenta de que es más que atracción, ya estás irremisiblemente enamorado.
Y con la siguientes mil frases, si la amas como es debido, consigues identificar con total precisión el momento en el que inicia la curvatura hacia la frecuencia de la ternura y el amor, para suspenderte en el abismo de su propia existencia y mostrar descarnadamente, su profunda sensualidad durante una fracción de un latido del corazón.
Es un depredador sofisticado.
Un animal de amor.
Así ocurre que cuando se adquiere ese conocimiento de su ser, la amas sin atender a la sintaxis, solo a su alma.
Es complicado, puede pensar que en algún momento soy idiota porque no acaba de entender que es lo que no comprendo de una frase de dos palabras.
Entonces su propia dulzura, su sensualidad se convierte en la tuya; porque esas cosas entran directamente en el sistema nervioso a través del oído y de la imaginación zarandeada sin piedad por su voz última.
Se concluye sin justificación, razón o lógica alguna, que la curvatura modulada por su voz hacia la dulzura, que a estas alturas es una sensualidad descarada; es la curvatura de sus pechos, desde el nacimiento en su primera costilla hasta el pezón erecto.
Exactamente el camino que recorre mi lengua para luego cubrir con los labios la cumbre y succionar hasta que sus labios dejen de hablar para separarse y abrirse en un gemido ante mi vampirización.
Que me susurre al oído que es una bruja, separando sus muslos.
Es la conclusión inevitable a su desmesura, a su genética predatoria de amor.
No entiendo sus palabras, solo ese último sonido que me lleva a la sensualidad que sus cuerdas vocales emiten y a sus pechos aplastados contra el mío.
Y cuya curvatura ya confundo.
No sé en qué momento confundí su fonética con la lujuria.
Ya no sé, mi amor.
No dejes de hablar, por favor...
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2 de marzo de 2015
El juego del escondite
Ahora que soy mayor, quiero jugar de verdad al escondite.
Que alguien cuente hasta cincuenta y me dé la oportunidad de esconderme. Buscaré deprisa un lugar en la penumbra, donde estar aislado. Cualquier cosa que me libere de ser visto, de estar vivo e interactuar. El escondite es un juego de esperanza para la búsqueda del sosiego y la paz.
La gente no busca esas cosas, solo yo, que soy extraño.
Cuando te escondes, es morir, porque dejas de existir para otros si lo haces bien y no te encuentran.
El juego del escondite es un ensayo preliminar a la muerte.
Uno, dos, tres, cuatro... Y busco con ilusión el mejor lugar, no temo al ridículo, quedan aún muchos números para madurar y reconocer qué soy. Busco un lugar donde hayan vehículos destrozados con láminas metálicas cortantes. Nadie te busca si hay demasiado peligro.
Cinco, seis, siete, ocho, nueve... Un momento de duda ¿Y si me escondo mejor entre la vegetación? Es menos peligroso, pero no sería lo suficientemente dramático para mi gusto.
Diez, once, doce, trece, catorce... Hay un pozo por el que dejarse caer; pero sería morir de verdad. Recuerda, es solo un ensayo, no es necesario mayores daños; tendré suficiente con saber que desaparecer no es un trauma para nadie. Solo una efímera sorpresa. Hay tiempo de morir, no debe ser causa de aflicción cuando juegas.
Quince, dieciséis, diecisiete, dieciocho, diecinueve... Yo tuve diecinueve alguna vez; pero estaba demasiado triste y ocupado con llorar y trabajar como para maravillarme de la libertad de ser adulto e independiente. Solo era consciente de que la gente muere y esclaviza. No tuve la feliz idea de jugar al escondite.
Veinte, veintiuno, veintidós, veintitrés, veinticuatro, veinticinco, veintiséis... Si pudiera cavar rápidamente un hoyo en la tierra sería el ganador eterno del juego. Respiraría por un trozo de paja a través del barro que me cubriría mientras unos gusanos cubren mi cuerpo. No tengo tiempo para eso; pero desearlo tiene algo de macabro.
Veintisiete, veintiocho, veintinueve, treinta, treinta y uno, treinta y dos, treinta y tres... El tiempo pasa rápido hasta para esconderse. Me gusta la voz que recita los números, tan lejana, tan inocente... Esperando descubrir su ojos para encontrar a alguien, como si eso fuera buena cosa.
No imagina que soy un jugador oscuro y denso sin alegría alguna. Alguien que no gritará de sorpresa ni con alegría por haber sido descubierto.
Treinta y cuatro, treinta y cinco, treinta y seis, treinta y siete, treinta y ocho, treinta y nueve... Trepo a un árbol. Me hiero una mano porque alguien clavó hierros en el tronco. Observo caer la sangre de la palma de la mano, me gustaría saber si he interrumpido una línea de vida o amor. Algo importante. La voz que cuenta es un eco cada vez más lejano que parece venir hacia mi horizontalidad con verticalidad. Es curioso que la muerte sea horizontal y la vida vertical. Ahí está la secreta forma y proporción del esfuerzo y el descanso. La sangre no es vertical, solo se expande por la tierra y se enfría rápida, como el semen.
Cuarenta, cuarenta y uno, cuarenta y dos, cuarenta y tres, cuarenta y cuatro, cuarenta y cinco...
Me siento en el lugar donde han caído las dos gotas de sangre, las dejo entre mis piernas. No sé en que número está la cuenta. Solo interesa que las gotas han hecho dos cráteres en el polvo y desaparecen con rapidez. La tierra tiene sed. Un gato llega, se sitúa entre mis piernas y se tumba encima de la sangre. Ronronea con la panza arriba y es suave...
No le importa la sangre, ni el escondite. Solo quiere ser confortado. Me enseña que las cosas no tienen porqué ser difíciles.
Cuarenta y seis, cuarenta y siete, cuarenta y ocho, cuarenta y nueve y ¡Cincuentaaaaa! Grita triunfal la voz desde allá arriba, porque la vida está arriba y la muerte abajo. Es un hecho.
Los muertos lo demuestran por mucho que los quemen.
A menos que un día lancen los cadáveres al espacio y así vendernos viajes en atmósfera cero para el día de los muertos. La muerte puede tener el atractivo de un parque de atracciones, solo es cuestión de marketing. Bastaría meterles un circuito integrado y un pequeño propulsor en el embalsamado ano para tenerlos localizados y en órbita geoestacionaria. Los niños a través de las ventanillas de la nave, podrían disparar con pequeños punteros láser e iluminar sus muertos.
Aún así, siempre los muertos están por debajo nuestro, no hay forma de mirarlos hacia arriba aunque parezcan zepelines, la falta de vida da esa perspectiva.
Viene corriendo hacia a mí, es una mujer hermosa, más hermosa de lo que como hombre puedo merecer, así que bajo la mirada hacia el suave pelaje del gato. No ambiciono cosas fuera de mi alcance, no usurpo edades que no me corresponden.
Se detiene e intuyo que ya no sonríe, simplemente nos observa al gato y a mí en silencio durante unos segundos para irse corriendo en la dirección opuesta en la que vino.
— ¿Dónde estáis? —pregunta con ilusionada voz infantil.
Las niñas bonitas no quieren tristezas, las niñas bonitas no quieren pensamientos adultos, porque es mejor ser joven toda la vida. Porque los tristes son siempre viejos, son feos. Y las niñas bonitas son siempre jóvenes.
También hay niños jóvenes toda la vida, solo se trata de este momento; de este lugar. Es meramente accidental que cuente una niña. Hay de todo y lo que abunda, lleva el sello de la banalidad.
Acariciar ese pelaje del gato es estar muerto y observar la superficialidad que quedará en toda la tierra cuando no respire. Es oír las risas de los encontrados y los que encuentran sin que ellos mismos puedan identificar la causa de esa alegría.
Soy extrañamente ajeno a esas risas, soy ajeno a todo.
No me siento especialmente feliz por los que juegan y pierden al ser encontrados.
Está bien, morir no será una gran pérdida. Aunque no hacía falta jugar para llegar a esta conclusión.
A veces soy un ingenuo, que más que esconderse busca tener la importancia de ser encontrado. No siempre tendré el valor de confesarlo; pero ahora que nadie me encuentra, nadie me oye, puedo hablar horizontalmente conmigo mismo.
Estoy a salvo de la indignidad.
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1 de marzo de 2015
26 de febrero de 2015
La desmesura de una deidad
No me quejo; pero...
¿No podrías moderarte?
¿Qué te ocurre, cielo?
¿No te das cuenta que gravitas sobre ti misma, que cada día eres más importante?
A veces temo por ti, eres de una trascendencia casi destructiva.
¿Qué pasará conmigo cuando te conviertas en un nuevo sol que avergonzará con su luz potente y omnisciente a los seres de la penumbrosa mediocridad?
Me dejarás solo y desamparado, toda intensidad desparecerá de mi vida. Seré de nuevo lo que era antes de conocerte e intuirte.
Modérate, mi amor, porque siento el desasosiego de no ser merecedor de ti.
¿No sientes ni un poco de lástima?
Soy un masturbador que eyacula en un llanto. Quiero adorarte de rodillas para lamerte las ingles y hundir la lengua en tu vagina. Y ahogarme...
Balbucear un ruego en tu sexo apresando tus nalgas: no te hagas luz.
No trasciendas...
Lo pagano tiene el peso de la carne y lo espiritual. No trasciendas más allá, mi diosa carnal.
No me dejes sin tu cuerpo.
Deja que la penumbra los siga envolviendo. Hunde tus dedos en mi cabello, lanza tu pelvis con más fuerza contra mi boca.
¿Te das cuenta, amor?
Te puedo hacer trascender, aunque no lo parezca, amarte me hace potente. No te hagas luz, solo hazte agua en mi boca. Haz sangrar mi cuero cabelludo clavando tus uñas durante el orgasmo, cuando tu coño se convierte en supernova.
Cálmate mi amor, el placer nos hace importantes, no subas al cielo. Me convertirás en insignificancia.
Como si no lo fuera...
Moriré pronto, solo unos años de cariño. Solo son unos segundos para ti.
No te eleves allá donde está vedado para mí.
No es justo que lo que he buscado e imaginado la vida entera, se ofrezca ante mí como aquello que no supe encontrar. Un ejemplo precioso...
No siempre he sido bueno; pero te hacen daño y es inevitable ejercer la ira.
Y la ira no es justa, es una venganza descontrolada.
No. No me merezco que te hagas luz y seas la más obscena y rutilante estrella reflejada en el mar.
Como te quiero...
Estoy condenado desde el instante que te conocí, te lo dije: amarte es tragedia, la mía.
Ríes hermosa pensando que exagero con mis dedos manchados de semen acariciando tus muslos.
Y dices que soy tierno, aún así...
No trasciendas más, mi amor, no te fundas con el aire y el mar, con las plantas y la tierra.
Aún no, cielo.
Jesucristo era idiota.
Tú no. No te eleves por encima de lo consciente para iluminar los ojos de un planeta cada día más oscuro.
No te hagas sagrada, ni divina. Sé mi diosa pagana y carnal.
No se lo merecen, no te merecen.
Yo sí, he vendido veinte años de vida por una semana de amor.
No seas efímera.
Satanás ríe en algún lugar porque ha sido fácil engañarme.
Apelo a tu justicia, a apresarte por la espalda y cubrir tu vientre y tu coño con las manos y que tus pechos asomen por la tela desgarrada por este furibundo deseo.
Sé que serás una deidad y un efímero amor en mi existencia.
Solo te pido unos segundos de tu eternidad.
Haz que calle Satanás, que no se ría tan ostentosamente ante la tragedia que soy.
No tiene ninguna gracia amarte.
Es un esfuerzo agotador.
Un terror a que trasciendas...
Dile que no ría más, soy poca cosa.
Que todo el universo me ignore, excepto tú.
Temo por ti a pesar de que eres deidad.
Y como humo se va...
Así no, cielo.
Así no...
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25 de febrero de 2015
Un sueño y una mentira
Hay un sueño en el que respiramos juntos.
Caminantes cansados que se tienden a la sombra de un árbol escuchando las hojas agitadas por la bendita brisa.
Como tu vestido liviano que el aire azota dulcemente para mostrar el asomo de un pecho, de un muslo, un fragmento seductor de tu cadera...
Esas dos rendijas hermosas... Dos sonrisas que forman tus exóticos ojos cerrados. Espero el momento casi indecente de deseo, en que los abras y me mires.
No muevo la mano de tu espalda, apenas respiro. Soy cuidadoso, amor.
Es ese momento que nunca se olvida, cuando todo está bien. Es lo que buscamos largo tiempo.
La paz y la serenidad de ser nosotros. Y el mundo pasa muy por encima de nuestro amor, como si no pudiera arrasarlo. Somos trinchera y somos piel revuelta.
Los monstruos que azotan amor y felicidad, quedaron allá gritando su vanidad, soberbia y envidia tras un vidrio que no pueden romper. Mudos, inexistentes.
Sé que oyes mi corazón, como siento tus pulmones en mi mano.
Ya estamos, ya llegamos. Es hora de sonreír.
Lo alcanzamos.
Tu respiración me acaricia y mi corazón un motor que ronronea amor en tu mejilla.
¿Te parece bien si estamos aquí hasta la hora de cenar? Cuando sea de noche y el temor de que la luna combata la calidez, te susurraré si quieres una copa de buen vino.
Y caminaremos, pasearemos desapercibidos por calles iluminadas y musicales con estas sonrisas y tremendo amor.
Ya no sé si es mi sueño o el tuyo.
Y no sé donde estoy. Porque tú no me dejas ver nada que no seas tú.
Solo sé que no puedo quitar de mi mente tu piel descubierta por la lujuriosa brisa y la caricia de tu respiración.
Si alguna vez te pregunto si fue real, dime que sí. No puede hacer daño una mentira, mi diosa.
En un mundo de negaciones, tu afirmación salvará mi cordura.
No sabes cuánto te quiero...
Yo y mi brisa...
O tal vez, sí. Porque si este motor ronronea es por tu piel. Lo debes saber, cielo. Hay una sonrisa indecentemente hermosa en tu deseada boca.
Hay cosas que no se pueden olvidar y tú eres todas ellas.
Hay cosas que se olvidan porque tú arrasas con ellas, como un milagro.
¡Shh..., mi amor! Respira tranquila, descansa...
Te estoy amando y es absolutamente real.
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21 de febrero de 2015
Descontrol y paranoia
Una alucinación repetitiva como el ritmo.
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19 de febrero de 2015
El árbol humano, una novela de Iconoclasta
"La soledad es su naturaleza, o una parte de ella. Porque su otra naturaleza se marchita de pena entre savia y fibras que no acaba de asimilar como suyas.
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Tarjetitas de la sabiduría de Iconoclasta "touch"
Las Tarjetitas de la sabiduría de Iconoclasta ya no son virtuales. Ya se pueden tocar, doblar, usar como papel higiénico de emergencia, etc...
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