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8 de agosto de 2018

El otro lado del espejo



No me gusta, es más de lo mismo.
No hay magia, nunca la hubo.
Al otro lado del espejo no hay nadie que me interese.

Ningún reflejo,
ningún espejo…

¿Quién dijo de fabulosas simetrías contrarias y oscuros pensamientos invertidos?
Me siento desfallecer de hastío y decepción. Refleja exactamente lo mismo, de la misma forma. No hay misterio, solo dolor de cabeza.
El dolor en demasía se convierte en cansancio, agotamiento.
Debe ser eso, me cansa todo…

Es tarde para la fantasía.
Los excrementos secos
se reflejan espantosos
sin variedad tonal alguna.
Los mimos reptan tristes
en la suciedad de la superficie
que me escupe a la cara su fraude.

Lo intento, lucho con todas mis fuerzas por encontrar algo especial, algo inaudito y morir con un secreto…

Hay vómitos en uno y otro lado.
Un perro muerto y
un bebé se deseca al sol
bajo mi pie…
El otro lado no existe.
Solo es una calle sin salida
con grafitis deprimentes.

La vulgaridad me estrangula y germina en mi ánimo como una grama, una mala hierba.
Pienso en el semen de los ahorcados.
Es imposible, solo cuando duermo las dimensiones se desgajan y se hacen irreconocibles. los colores se corrompen y no sé quien soy yo en el sueño.
Las oscuras y profundas dimensiones se encuentran ocultas en rincones de mi cerebro que no puedo encontrar. Es puramente accidental que acceda a una de ellas. Solo cuando me pierdo en mí, entro en una dimensión que me lleva a confundir lo de dentro con lo de fuera.
Pero no es un reflejo, es otro universo, no tiene ninguna similitud. Me inquieta.

Una mujer menstrúa
piernas abajo con obscena indiferencia.

Y el reflejo de lo mismo me deprime…
En mis oscuras dimensiones puedo matar de una forma usual y morir sin pasión alguna.
Mis iris reflejan la fastuosidad absurda de un mundo en grises y rostros indiferentes que flotan muertos.

Morir no duele y además, se reinicia el juego cuando ocurre.
Nadie se mata a sí mismo. Siempre hay idiotas en el horizonte, claro.
Todos son desconocidos; pero pareciera que los conozco desde el momento que nací. 
Unos se parecen a los reales; pero la inmensa mayoría son desconocidos.
No así sus voces.
Hay un número limitado de voces en mi universo.
Y siempre es oscura la luz.
En la vida real, al otro lado del espejo hay la misma hediondez. Como quien musita un padrenuestro cada día: el mismo pan y una cabeza gacha que se golpea contra el espejo.

¿Quién puede ver misterio
en un reflejo sucio?
Los desesperados y frustrados,
los aburridos y avergonzados,
los vacíos y patéticos.
Todos buscan un lugar
por donde escapar
de ellos mismos, de esto.

No hay nada mejor ni peor en un reflejo.
El famoso misterio del otro lado del espejo es un timo.
El dolor nunca desaparece con el tiempo se hace cansancio.
Una energía podrida que se transforma…
Estoy reventado.
La vida es una carga que dejó de doler para convertirse en un saco lleno de miseria.
Y entre ella, cientos de añicos de vanos espejos rotos.

¡Añicos para clavar en ojos necios,
vendo añicos para dejaros ciegos de reflejos!

Grito en una de mis oscuras dimensiones.
Sí… Creo que soy yo.




Iconoclasta
Foto de Iconoclasta

18 de septiembre de 2016

La sabiduría es el final


¿Es posible no escribir? ¿Qué exista algún día en el que no sea necesario hacer el pensamiento táctil y visible y pueda ser interpretado de mil formas distintas por mil bastardos distintos?

Para hacer un mundo distinto, un mundo más intenso que en el que me parieron; por ello escribo con sangre.

Observo esperando con cierto aburrimiento, esperando algo por lo que asombrarme; pero a cada segundo estoy más convencido de que vivo de más.

Solo veo mi sombra cada vez menos sólida.

Me diluyo...

Porque mi tiempo se ha cumplido y no tiene sentido vivir más.

No tiene aliciente.

La sabiduría es el final de la vida.

Vivir más de lo mismo es malo, es desperdiciar momentos de muerte.

De liberación.

No queda nada nuevo, no hay nada que esperar. Todo lo he visto, lo he vivido.

Los días son iguales como los gemelos de una fertilización in-vitro.

Esto y que no existen los extraterrestres, es lo que me lleva a la muerte con alegría.

Quien ama la vida, no ha entendido nada.

Es un ignorante.




Iconoclasta
Foto de Iconoclasta

24 de abril de 2013

El sociópata perfecto




Una vez afirmó ante su mujer y su hijo e hija, que la sociedad estaba haciendo de él, el sociópata perfecto. Ellos rieron porque había un sarcasmo divertido. Es difícil discernir entre frustración e ironía si no se es viejo y perspicaz.
Demasiado trabajo y poco dinero. Demasiado esfuerzo para que otros treparan a sus espaldas para parasitar su sudor. Demasiadas obligaciones que no le dejaban espacio ni para el pensamiento.
Es un error cargar a una mente imaginativa con la monotonía y el abuso que imponen las instituciones y la vida en sociedad como una dosis de droga que se da a la chusma. El alcohol cumple su cometido.
Hay cosas que se acumulan como los índices de radiactividad.
Se despierta, caga y fuma, toma un café y fuma, toma sus bolsas de basura y fuma, sale hacia el trabajo, no fuma en el metro porque no hay lugar donde esconderse de tanta carne. Fuma en el trabajo a pesar de que está prohibido, ahí hay lugares, cagaderos donde fumar.
Un mando sin cerebro le da órdenes, él obedece pensando que es un tarado y que un día lo va a matar. Aún así se da cuenta, de que hay tantos idiotas, tantos que ponen sus huevos en su espalda y le hacen asemejar un sapo, que no los podría matar aunque naciera cien veces.
Abandona su trabajo, se mete en la sala de máquinas y fuma. Y sueña con ser malo, con dar una buena lección al mundo de mierda.
Llega a casa, la mujer aún está trabajando, sus cojones huelen a orina rancia y no se ducha. Más que nada para molestar a los demás, para que su olor de macho y cabrón ofenda el olfato de los otros.
Cuando se sienta en el sillón con un vaso de refresco y un cigarro, el vapor de sus genitales sube a su nariz y se siente muy salvaje. Son cosas instintivas. Sus sobacos huelen y a pesar de que ofenden a su esposa, no se lava.
Es una discusión sempiterna.
Por otra parte ha obedecido ya suficientes órdenes todos “los putos días de su puta vida”.
“Tiene sus prontos, pero es un buen hombre, un buen trabajador”, comenta a veces su esposa con amigas o con su madre las veces que se caga en dios o en la virgen.
Es lo mismo que decir que es un borrego al que se le permite balar de vez en cuando. Él no es un hombre bueno y afable; es un predador en esencia. Su dolor de cabeza lo confirma.
Se lleva las manos a las sienes, siente las venas irritadas y los huesos del cráneo como si se hundieran para presionarle el cerebro. Hay un tumor pulsando, aunque no lo sabe a ciencia cierta se lo imagina; siente una pelota dentro del cerebro y a veces se mueve en él.
Justo en el centro de su frente hay una presión que ningún analgésico puede aliviar y conecta directamente con su vientre, a menudo siente ganas de cagar; pero sus intestinos no tienen mierda en esos momentos.
Suena el teléfono:
—Diga —responde malhumorado porque se ha tenido que levantar del sillón.
—Papá, me tienes que venir a recoger al gimnasio a las diez.
 —Allí estaré —dice al tiempo que cuelga el teléfono.
—Coño. Me cago en dios… —no exclama, solo recita suavemente, con los dientes apretados.
Está molesto porque tendrá que bajar al parking a las nueve y media, sin haber cenado y meterse en el coche durante veinte minutos para ir a buscar a su hija, a Saray que tiene dieciséis años.
No es por cansancio, es por aburrimiento.
Enciende el televisor y escoge una película de ciencia ficción, donde los personajes están muy lejos, en lugares oscuros y sin vida donde un fallo es muerte segura. Aquí, donde él se encuentra un fallo es solo un acto más de monotonía que no trasciende.
Acaba la película y se dirige al coche.
Camino del gimnasio fuma de nuevo, a veces escupe sangre de lo irritadas que tiene las cuerdas vocales, no se da cuenta de que en la manga de su camisa hay unas gotas. Su cabello está apelmazado, cosa que ha visto y no ha reparado, más que nada para demostrar que no es un padre feliz de tener que ir a buscar a su hija cada dos putos días al gimnasio.
Está realmente cansado.
Cuando Saray sale del gimnasio, la observa como si fuera una extraña: un mallón negro delata una vagina abultada y su camiseta corta deja al descubierto un vientre plano y un ombligo con un piercing. Su hija parece tener veinticinco años.
Recuerda un pasaje de la biblia que citaban en un libro que leyó hace unos años, tal vez ayer porque el tiempo parece no transcurrir: “Ninguno de vosotros se acercará a un pariente para descubrir su desnudez. Yo Yahveh”.
Su hija no le gusta, le parece simplemente algo aburrido que ha salido de él, no le aporta ningún estímulo sexual su coño marcado o sus tetas que se mueven aún agitadas por la fatiga del spining.
—Hola papá —le saluda con un beso al sentarse a su lado.
—Hola —le responde encendiendo un cigarro.
Escupe y se le escapa la mucosidad.
—Qué asco… Deja ya de fumar un poco.
No le hace caso.
Cuando llegan a casa, acciona el mando de la puerta. El tiempo de bajar los tres pisos del garaje le ha pasado en blanco, son tantas veces que lo ha hecho, que no registra nada su cerebro de ese instante.
Cuando Saray se apea del coche, la observa subirse el mallón y ajustándolo más a su piel.
Se dirige a ella, la empuja contra el capó del coche y le mete la mano entre las piernas.
— ¿Qué haces? Esto no es una broma.
—Nada es una broma, Saray —le responde con desgana, rompiéndole de un tirón en la cintura la malla de gimnasia.
Un tanga rojo cubre escasamente su vagina. Ella le da una bofetada y él le devuelve un fuerte golpe en la sien con la almohadilla del puño. Su hija lo mira con los ojos abiertos de par en par, en el derecho se ha formado un feo derrame y de su boca cae un fino hilo de baba. Se derrumba encima del capó del coche.
Él la penetra sin quitarle el tanga. Se extraña ante la estrechez de su vagina, requiere un esfuerzo y le duele un poco el pene al penetrarla, no está acostumbrado. Ni siquiera le ha dado por culo a su mujer. De pronto siente que cede y todo su pene entra raudo de una vez, la sangre del himen rasgado corre por sus testículos. No es tan sugerente follarse a una virgen, la sangre molesta e irrita el glande con el continuo roce que exige la cópula.
Está a punto de eyacular, levanta la camiseta y descubre los perfectos pechos juveniles, le gusta como se agitan. Son iguales que los de su madre cuando era joven.
Se corre sin gemir, sin espasmos.
Sin limpiarse de sangre, se abrocha el pantalón, abre la puerta de su asiento y saca de debajo del asiento la barra antirrobo.
Golpea la cabeza de su hija hasta que el pelo se confunde con el cerebro.
Respira hondo, no hay furia y observa a su hija muerta como un problema resuelto y una lección a esta puta ciudad. Le preocupa la policía y piensa en como será la vida en la cárcel. O en un manicomio.
No quería matarla, y menos follarla; pero ha considerado que su vida necesita un cambio, le gusta imaginar lo que pensarán sus amigos y jefes, qué comentarán con la policía sobre el gran trabajador que era y lo que sin embargo, cometió. Se les pondrá la piel de gallina de pensar que ellos también podrían haber muerto en sus manos, por su simple capricho. “Era un hombre que pagaba puntual el seguro del coche”.
Cuando matas a tu propia familia, demuestras el desprecio más grande, el más obsceno.
Es así como lo ha decidido y lo ha hecho, es así como funciona de verdad y definitivamente, rompiendo todo vínculo de buen hombre y afable. No hay que ser muy listo ni muy desalmado para matar a nadie, basta con estar asqueado y aburrido.
Se siente bien porque ha hecho lo que debía, lo justo.
Sube a su casa, al quinto piso, cuando entra su mujer se está duchando.
Carlos, su hijo, no ha llegado, debe estar de camino de la universidad, tal vez se ha metido en un bar con sus compañeros a tomar una cerveza. Suele llegar a las diez, tiene veintiún años.
Entra en el baño.
—Hola Olga.
—Hola cariño, ahora salgo.
Está orinando y se observa la polla sucia de sangre con tranquilidad.
— ¿Otra vez estás fumando?
—Sí, coño.
— ¿Qué hace Saray?
—Se está cambiando de ropa en su cuarto.
Se le ocurre que podría follarse a la madre de su hija por el culo. Se dirige al cuarto y la espera tendido en la cama, no se preocupa de que la ceniza caiga en las sábanas.
— ¿Aún no te has cambiado? —le pregunta extrañada Olga al entrar en el cuarto.
—No, voy a salir dentro de poco —dice levantándose.
Se acerca a su esposa por la espalda en el momento que se envuelve la cabeza con la toalla y la lanza a la cama boca abajo para cubrirla con su cuerpo.
—Elías, que Saray puede entrar.
—Saray está muerta.
— ¿Qué has dicho?
Se saca el pene por encima del elástico del calzoncillo e intenta penetrar el ano de su mujer, pero no puede porque ella no deja de moverse y es virgen por el culo. Demasiado estrecho.
—Que me dejes, cabrón.
Olga se da la vuelta y le araña las mejillas.
Elías toma la lámpara de acero de la mesita de noche y le golpea la boca sin que Olga cese de gritar. Y la sigue golpeando hasta que las piezas dentales de la mujer saltan al suelo y a las sábanas. Hasta que la policía entra derribando la puerta de la vivienda, porque un vecino ha visto el cuerpo de Saray encima del capó del coche y ha dado el aviso.
Cuando los agentes separan los dos cuerpos, Olga tose escupiendo los dientes y las muelas, su mandíbula está deshecha. Un par de bomberos la cargan en una camilla y se la llevan a toda prisa.
— ¿Cómo puede haber hecho esto? —le dice el policía que le coloca las esposas.
—Lo dije, estaban fabricando al sociópata perfecto.
—Tú has visto demasiadas películas, hijo puta —responde el otro agente que lo encañona con el arma.
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Soy el fracaso de los psiquiatras, la vergüenza de mis padres, la decepción de mi hijo, el terror de mi esposa. En el centro de mi frente hay una presión que las drogas de los médicos no pueden aliviar, aunque yo les digo que sí, que ya no me duele.
Las sienes me laten irritadas donde tengo las cicatrices de los electrodos con los que me descargan electricidad para que me someta a ellos.
No conseguirán jamás que me someta de nuevo a nada de lo que han creado.
No importa el dolor que causo o he causado. No importa que le duela al puto Jesucristo si existiera. Mataría a mi esposa si pudiera y si resucitara el coño de mi hija, lo volvería a follar.
Mi sonrisa ha muerto, ya ni puedo ser cínico. No puedo esconder el desprecio que siento y el desencanto de vivir. Ya no puedo disimular mi hostilidad y peligrosidad. Los enfermeros me tratan con miedo y eso me proporciona erecciones.
Ayer violé a una vieja de noventa años del pabellón  de Alzheimer, me escapé tras la inyección sedante que pensaban me dejaba imbécil; pero soy listo. La vieja se lo dejó hacer todo, cuando me encontraron encima de ella, ya la había inundado de semen.
No quiero ser feliz.
No me interesa volver a aquella mierda. Aquí tengo pesadillas y experimento con algunas drogas que mi mente se escapa a lugares peores donde todo es maravillosamente desconocido y hostil. No existe la monotonía, la cotidianidad.
Podéis descargar vuestras electricidades en mis sienes; partirme los dientes con esas descargas a pesar del protector.
¿No os dais cuenta, tarados, que me faltan todas las muelas?
Las he destruido yo mismo apretando las mandíbulas cada noche al dormir, a lo largo de mi vida de mierda. Por asco, por desprecio, por una ira cancerígena que me hacía dormir tenso como la polla con la que violo.
Porque sabía que me quedaba por vivir años y años de lo mismo.
Pero rompí el conjuro.
Soy mejor matando que trabajando.
Y me alimentan igual.
Tal vez, y solo es una posibilidad, una par de minutos a lo largo de mi vida he llegado a sentirme contento a pesar de toda esa gentuza que he conocido y que pensaba que aún tenía que conocer.
Fijo la vista en un punto de las paredes alicatadas de blanco de este sanatorio y aunque cruce un humano mi campo de visión, no lo identifico, aunque lo haya conocido. La gente son cosas que se mueven.
Moribles… Matables… Violables…
He aprendido a ignorar a toda bestia viviente.
Y no me voy a dejar robar esta habilidad por muchas descargas que me deis en el cerebro, hijoputas.
Que alguien como yo haya conseguido vivir en esta sociedad y entres sus individuos, muestra una astucia en mí que no es habitual en ningún otro ser.
Si mi hija salió de mis cojones, tenía derecho a ser el primero en desvirgarla, no es malo a mis ojos (parafraseando al puto Yahveh de los judíos y cristianos).
Han pasado dos años y aún no me han doblegado. Soy tenaz.
Cuando todo el mundo pensaba que era un hombre integrado, estable y buen vecino, les enseñé una buena lección. Ahora que se metan todos sus juicios erróneos y su cultura de mierda por el culo.
Yo lo decía y pensaban los infelices que era una broma: “conmigo están creando el sociópata perfecto”.
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Han pasado cinco años y he aprendido de nuevo a ser astuto. Ahora me muestro cordial y sonrío. Los mediocres confían en mí, los títulos de medicina se rifan en una tómbola montada en un barrizal.
Me van a dar el alta, bajo vigilancia, claro. Y una paga hasta que me encuentren o encuentre trabajo.
Ahora mataré a mi hijo, mataré lo que quede de mi esposa y me volverán a encerrar y los volveré a engañar, porque los idiotas no aprenden nunca.
Odio al universo entero con una cordial sonrisa.
Soy la justicia que jamás existió.







Iconoclasta

23 de abril de 2013

Montoncitos de basura



¿Hoy es ayer o ya es mañana?
Otra vez me despierto, fumo y hay montoncitos de mierda que alguien deja en los sobres de los sitios porque le molesta ir a un cubo de basura.
Los bohemios, la gente de espíritu libre y los muy muy inteligentes son gente despistada.
Yo arrastro con el brazo la mierda al suelo, no soy inteligente ni lo podré ser. Solo soy enérgico.
Y puedo ser tan sucio como ellos, con mucha menos simpatía.
Es fácil ser sucio, los comprendo.
Hoy es ayer, tal vez estoy en otro día, la mierda es atemporal.
Montoncitos de basura…
Y los piso…

Iconoclasta