Iconoclasta, provocación y otras utilidades para escapar del negro abismo del agobio.
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17 de junio de 2015
14 de febrero de 2015
El Día De Los Enamorados
El amor se encuentra alojado en huecos ocultos, casi secretos, donde es difícil acceder. El amor se protege escondiéndose y constituye una prueba de fuego encontrarlo en esos rincones.
Si no fuera así, correría el riesgo de que muchos pudieran encontrarlo y convertirlo en algo vulgar.
Quien ha superado esa prueba, no admite nada más que lo que ama, su deseo se reduce a ellos mismos, crean su universo solos. El amor no son dudas, no provoca celos ni recelos, se limita a ser exclusivo.
Los amantes denodados temen y sufren cuando se aproxima El Día De Los Enamorados. Se esconden en sitios oscuros, se abrazan ocultos. Se juran que sobrevivirán y tiemblan de miedo ante la separación. Hay amantes que sobreviven, otros mueren juntos ante el terror de ese día; pero los más, se enamoran de nuevo, renacen en sus mentes otras esperanzas y el mundo se sigue poblando con las sonrisas idiotas de sus rostros.
Se han encerrado en el sótano de la casa, viven en la planta baja de un edificio de once pisos, ese sótano lo construyeron ellos en secreto, con cuidado. Con amor, paletada a paletada de tierra que sacaban.
Se han colocado una toalla con hielo encima del corazón y hablan en susurros.
—Tengo tanto miedo, mi bella... Este terror de cada año. Un día no lo superaré, soy fuerte; pero es tanto el castigo, mi amor...
— ¡Shhh...! No pienses en ello, mi amor. Eres el hombre más fuerte del mundo. Serénate, no te dejaré, no me separaré de ti jamás.
— ¿Cuánto queda para que pase el día?
—Veinte horas. Respira profundo, lo superaremos, como cada año.
Desde su encierro lleno de respiraciones contenidas y cautas llega el eco de las patrullas del Día De Los Enamorados: "¡Nuevas esperanzas, nueva vida, un amor apasionado! Disponemos de alianzas de oro a veinticuatro meses sin intereses. Desde tan solo seiscientos dólares. Ven a Walmart a celebrar tu nuevo amor en El Día De Los Enamorados". "¡Disponemos de las mejores fragancias a precios de escándalo! Con Sears el amor es un universo de aromas. Compra un pack especial Día De Los Enamorados y te llevas un ramo de rosas irisadas gratis. Recuerda: solo en Sears".
Los amantes se llevan las manos a los oídos, sienten que sus cerebros van a estallar. Se besan en la oscuridad torpemente por el ansia que provoca el miedo.
—Tres años no son nada, mi bella. Yo sueño con morir contigo día a día, hasta que las pieles se agoten. Si me encontraran y me indujeran el amor a otra mujer... Mátame, clávame ese cuchillo en el corazón, justo cuando el láser ilumine el pecho.
—No será necesario, no pienses en ello, cariño. No saldremos de aquí, no nos moveremos hasta que pase el día.
—Dijeron en el telediario que van rastrear las casas de los sospechosos. Los vecinos nos conocen, pueden delatarnos para llevarse un cupón de Hugo Boss. El del quinto piso ayer nos observó con mucha atención ir de la mano y sonrió de una forma rara. Si superamos este día, lo tendremos que asesinar.
—Lo haremos, dentro de un mes, cuando ya nadie se acuerde de este día, tiraremos alcohol bajo su puerta e incendiaremos su casa cuando duerme. Tiene piso laminado, lo he visto.
El hombre se encuentra cada vez más agitado, la mujer mete la mano en la bragueta del pantalón y masajea su pene rítmicamente, lentamente. El hombre se relaja, le abre la blusa con cuidado de no apartar las toalla con hielo y besa sus pechos con fuerza al ritmo que su placer crece.
—Así, mi hombre. Suéltalo, cálmate. Suelta esa carga de leche para tu amada. Soy tu puta, soy tu puta.
—¡Puta, puta, puta...! —susurra el hombre eyaculando.
Ella toma la mano de su hombre y la lleva a su vagina húmeda. Los dedos la penetran, le pellizcan el clítoris tan duro y sensible haciendo que resbale dura y repentinamente. Su orgasmo sube intenso y retiene el gemido mordiendo el cuello de su hombre.
Ahora respiran agitados, con las manos enlazadas.
Alguien toca el timbre del apartamento. Dos, tres y cuatro veces... Luego oyen el sonido de un taladro en la cerradura y la puerta se abre.
—Si hay alguien en la casa, aún están a tiempo de salir a recibir su nuevo código de amor para este año. Walmart, Sears y Hugo Boss, se lo agradecerán con un descuento del cuarenta por ciento en las compras de los regalos de sus nuevos amantes. Si los encontramos a la fuerza, recibirán el código de castración emotiva por un periodo no inferior a diez años. Serán incapaces de tener relaciones sentimentales y se les destinará a las fábricas y almacenes de nuestros patrocinadores durante ese período de tiempo en categoría de esclavitud. Muchos mueren, recapaciten —es la voz de uno de los agentes, sin interés, con frialdad; recita el discurso como una grabación.
De repente el sótano se ilumina y los agentes bajan rápidamente por la escalera de madera con sus codificadores láser iluminando las rústicas paredes hasta dar con la pareja.
La mujer se abraza a su hombre y éste, toma su cuchillo rápidamente del suelo, bajo sus piernas, retira la toalla del pecho de su amada y le destroza el corazón con un certero golpe.
Acto seguido, tira su toalla y ofrece su corazón al agente. Éste codifica su transductor con precisión durante cinco segundos.
—Gracias por su cooperación, Sr. Angelo, aquí tiene sus diez cupones de descuento. Su recompensa. Salga, salga a la calle y disfrute del Día De Los Enamorados. Hace un sol radiante.
El hombre se apresuró a subir las escaleras del sótano, se dirigió al baño, se duchó, se vistió con ropa limpia y salió a la calle con una sonrisa en la boca.
En el cruce de la calle 5 Este, se encontraba esperando que cambiara a verde el semáforo de los peatones y la vio.
— ¡Esther! No sabes lo que te he extrañado durante estos años. ¿Te acuerdas de aquella tarde en el zoo, cuando estábamos aún en la preparatoria? Te amo, siempre te he amado.
— ¡Mi Angelo... ! ¡Cuánto tiempo! Te amo...
Se tomaron de la mano y se dirigieron a Walmart Union para comprar sus alianzas de enamorados.
A la salida del comercio, se pusieron los anillos prometiéndose amor eterno.
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20 de enero de 2015
La luz de los muertos
Nos convertimos en luz continuamente.
Como en un cuento de ciencia ficción, los segundos cumplidos nos transforman en una estela que viaja por el espacio, sumando cientos de años por cada día de viaje.
La muerte es tan veloz...
Por cada latido que da nuestro corazón, nos convertimos en metralla de nuestra vida. Retazos de lo vivido catapultados a velocidades lumínicas, eternamente, como una condena sin sentido.
Porque la energía no se destruye como nuestra vida se quema.
Cada uno de nuestros segundos pasados, se propaga en línea recta y en todas direcciones rumbo a los infinitos infinitos que hay en esa pesadilla llamada espacio.
Alguien decodificará en precisos cristales de argenisca toda esa vida reflejada hasta morir. Y conocerá nuestros delitos y nuestras locuras. Nuestros deseos, amores y odios.
Estaremos muertos hará millones de años cuando alguien nos juzgará.
O tal vez observen nuestra vida con indiferencia.
Podría ser que simplemente, se masturbara ese extraño ser.
Nuestros placeres, dolores y esperanzas, serán un entretenimiento multimedia para unos seres de una civilización capaz de capturar el pasado que viaja por el cosmos peligroso y silencioso en forma de luz.
Ahora estarán viendo un documental sobre los dinosaurios en el momento que se extinguen.
Esperan las primeras luces emitidas por homínidos, mientras se llevan a la boca piojos del metano garrapiñados sentados frente a sus pantallas.
Observamos la aburrida luz de los astros muertos, fantasmas que insisten en iluminar las noches.
Fulgores de pasados milenarios, de edades tan lejanas que la mente no puede concebir.
El cielo nocturno está punteado por la luz de la destrucción.
Esa destrucción que nos baña... ¿Será por eso que la noche da miedo instintivamente a millones de humanos?
Un director de cine alienígena hará un montaje con nuestra vida. La procesará para proyectarla sobre un manto de esferas líquidas positrónicas, con núcleos congelados de átomos de helio radiados con gas inergistian, que tan de moda están en los multicines extraterrestres. Podrán ver en alta definición el semen que derramo en ella y dentro de ella.
Posiblemente, crean que ese esperma es un veneno paralizante y que los amantes están muriendo por amor, porque su reproducción es por medio de tentáculos que dejan escamas fertilizantes en su bocas y es una especie de náusea su clímax.
Tal vez lloren conmovidos por la blanca y cremosa muerte de esos seres que desaparecieron hace eones de años. Los directores de cine hacen trampa para emocionar al público. Como en todos los planetas, la verdad suele ser aburrida. Y por cada placer hay un fatal fundido en negro convenientemente insertado.
No importa, que alguien vea lo que fuimos e hicimos. No hay que ser tímidos, ni apagar la luz; es más digno exhibir la obscenidad con descaro.
Actuar como si ya estuviéramos muertos no es difícil, de hecho vivir es morir continuamente hasta agotar el tiempo.
Esos seres no podrán condenar el asesinato ni la indecencia, asistirán impotentes ante toda la maldad y la mezquindad de los humanos y otras especies planetarias que puedan ser simples y aburridos microorganismos.
La humanidad será plaga incluso muerta. Una destrucción más iluminando ojos extraños.
Como hacen los astros muertos en nuestra piel en las noches que nos soñamos.
Tú y yo no seremos reflejados. Te prometo inventar algo que destruya nuestra luz, para que nada ni nadie pueda asistir al misterio de amarte tanto.
Seremos ocultos y secretos a los ojos del universo.
Ni siquiera a millones de años luz muertos, podrá contaminar nadie nuestro amor.
Seremos oscuridad en el espacio, un secreto de nosotros mismos.
Seremos un dato irrecuperable, un vacío irrellenable en la alienígena producción cinematográfica.
No seremos una película de un mal director en algún maloliente planeta, lo juro.
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23 de diciembre de 2014
De androides y compasión
¿Qué ocurre con los androides? ¿Por qué me resultan tan emotivas y angustiosas las películas y las novelas que tratan de ellos?
Les otorgan el poder de hacer el bien, de velar por sus dueños, proteger la vida humana ante todo.
Y todo ello es pagado con humillaciones y mutilaciones. Con burlas...
Dan pena por esa indefensión.
Y es esa indefensión la que nos muestra a la humanidad en todo su mierdoso esplendor.
Pinocho podía hacer el bien y el mal, su único problema era convertir la madera en carne.
Los androides avanzados de la ciencia ficción, sienten amor y a veces están programados para sentir dolor; pero carecen de la virtud de la venganza, de devolver el mal que se les hace. Cosa que los convierte en ángeles en un lugar poblado de ignorancia, cobardía, traición y envidia.
Los santos, mártires y serafines de este siglo son los androides que nunca llegarán a existir.
Seres inocentes, en mayor grado que los animales, que son dignos de ser mutilados y humillados por los seres humanos cuando se dan cuenta de que pueden abusar de ellos impunemente.
Lo mismo que hicieron con los judíos y se hace con los indígenas de algunos países.
Solo que con los androides, los humanos se vuelven infinitamente más depravados. Más psicóticos.
Porque ante una máquina, los humanos llevan a cabo sin pudor sus depravaciones sexuales y de poder.
Por esos robots siento una infinita tristeza, cuando pienso en la posibilidad de que pudieran algún día existir tal y como vemos en el cine.
Porque estarán abandonados, a la humanidad, a su sed idiota de venganza y poder; pero sobre todo, a la envidia que suscita que algo sea mejor y más noble que el hombre mismo como especie.
Ojalá los androides sean siempre ciencia ficción, por un bien de ellos y de mi dignidad como hombre; aunque ya esté muerto.
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11 de octubre de 2013
El hijo de un violador (8 y final)
8
La decoración era minimalista con una clara
orientación oriental, los colores claros de mobiliario y paredes creaban un
ambiente diáfano, relajante. Aunque a ella le gustaban los ambientes más
íntimos, tanta luz le daba la sensación de estar expuesta al exterior; pero
pronto se adaptó a aquella atmósfera y se duchó en el gran baño de la
habitación. Con cuarenta años sus músculos estaban firmes, sus piernas bien
torneadas y sus glúteos bien marcados, su piel muy blanca entonaba con su
melena rubia, ahora recogida en una coleta.
Se dejó caer en la cama, desnuda y excitada.
Pensaba constantemente en el hermano de Fausto. Imaginaba ser penetrada por
aquello que era puro placer y se durmió acariciándose los labios vaginales sin
acabar la masturbación.
Fausto despertó, se sentía extrañamente bien y
poco a poco tomó conciencia de lo que había ocurrido. Se encontraba con las
manos esposadas a una argolla grande de una pared pintada de negro. Si no
hubiera tenido las manos inmovilizadas, hubiera golpeado sus cojones. La sola
idea, provocó un fuerte dolor en su pubis y la dulce morfina le obligó a cerar
los ojos de nuevo.
A la hora de cenar, Pilar bajó al salón
comedor, fastuoso en su modernidad. La mesa era de mármol blanco y los platos
rectangulares con las esquinas elevadas.
— ¡Adelante! Siéntese.
—Gracias, señor Solovióv, tiene una casa
preciosa. ¿Cómo se encuentra mi marido?
—Se encuentra felizmente sedado en el sótano,
está bien. Y su hermano también, incluso mejor —le explicó de buen humor—. He
hablado con mi abogado, Pilar. No hay noticia alguna de la muerte de su hija;
es demasiado pronto para dar por desaparecido legalmente a un adulto, contando
con que alguien quisiera hacerlo.
—Pero tarde o temprano mis padres o mis
suegros se preocuparán cuando no tengan noticias de nosotros, incluso hoy
seguro que me han llamado al móvil que mantengo apagado.
—Tiene que tener en cuenta que han cometido un
grave delito y de la cárcel no se van a librar. Así que voy a comprarles unos
pasaportes falsificados que descontaré de sus beneficios. Respecto al coche, lo
voy a enviar a un desguace, lo cual constituirá un gasto más ya que hay que
pagarle el favor al dueño del negocio. En definitiva, no le queda más solución
que cambiar de vida. Y por supuesto, tendrá que pasar una larga temporada sin
vida social. No creo que tenga mucho de que preocuparse.
Pilar por fin se derrumbó y rompió a llorar.
—Por favor, Candy, trae un diazepan para la
señora Abad. Necesita un poco de ayuda —dijo dirigiéndose a la criada que
llegaba a la mesa con una bandeja de parrillada de pescado, luciendo un
elegante equilibrio sobre aquellos desmesurados tacones. Bajo la minifalda
del uniforme, no llevaba ropa interior.
— ¿O tal vez prefiere algo de cocaína, Pilar?
—le preguntó con una gran sonrisa.
Se tragó el sedante y apenas probó bocado de
la cena, se limitó a escuchar los consejos del ruso sobre decoración.
— ¿Podría llevarme adonde está mi marido? —preguntó cuando Volodia se encendía un
habano.
—Por supuesto. Acompáñeme.
El ruso se levantó de la mesa y la guió hacia
la parte trasera de la casa, tomaron unas escaleras que llevaban al sótano y
una vez abajo, el hombre tecleó una combinación en el abrepuertas, se escuchó
el clic de la cerradura y le abrió la puerta dejándola pasar.
—Estaré en mi despacho por si me necesita,
buenas noches, Pilar. Podrá salir cuando quiera, la combinación es solo para
impedir la entrada a cualquier curioso.
Cuando subió las escaleras, alertó por
teléfono a sus guardaespaldas.
—Estad atentos, he llevado a la mujer al
sótano para que pase un rato con su marido, si el tipo sale de allá abajo, lo
drogáis de nuevo y lo volvéis a atar.
Cuando llegó al despacho, conectó la
videocámara de vigilancia del set de grabación y se sentó en la silla
meciéndose tranquilamente con el cigarro entre los dedos.
— ¿Vienes a ver a tu esclavo? ¿A vuestro monstruo
de feria?
Fausto hablaba con calma, lentamente, sin
pasión. La droga aún influía en su organismo.
Pilar liberó sus manos con una llave de
esposas que se encontraba colgando de la silla de un potro negro de BDSM.
— ¿Tampoco piensas en tu hija? Se está
pudriendo… Yo la maté y tú la abandonaste.
— ¿Quieres que vayamos a la cárcel y se
arruine toda nuestra vida por un accidente? Llevamos toda la vida trabajando y
tenemos solo un piso del que apenas hemos pagado la mitad del préstamo y un
coche que está por pagar también. Y no me hables de mi hija, solo yo sé de ese
dolor.
—Pues no lo parece. Te estás comportando como
una zorra. Si planeáis matarme “mi hermano” no sobrevivirá. Lo sé de una forma
natural, no puede pasar más de treinta minutos lejos de mí, moriría
deshidratado y desnutrido.
Pilar sentía los párpados pesados por la
acción del valium y su mirada se dirigía insistentemente a la bragueta de su
marido.
—Alguien tenía que tener la cabeza fría,
Fausto. Espero que lo comprendas pronto… Estoy cansada ahora. En veinticuatro
horas, hemos cambiado nuestras vidas
completamente.
Volodia prestaba atención a la conversación
del matrimonio, las imágenes llegaban nítidas y podía examinar las miradas con
el zoom de la videocámara.
Todo aquello era verdad, era un matrimonio
mediocre con un problema inimaginable para nadie. Incluso la magnitud del
fenómeno opacaba la muerte de su hija.
Si su plan había sido eliminar a la mujer,
comprendió que no sería tan fácil, cuando observó al repugnante “hermano” del
tal Fausto.
Pilar se acercaba a su marido con el paso
inseguro de los narcotizados. El marido intentó alejarla empujándola atrás con
las manos; pero su mujer recuperó el equilibrio y avanzó hacia él de nuevo,
cuando se doblaba de dolor en el suelo con las manos en la bragueta.
Fausto entró rápidamente en la inconsciencia
gimiendo de dolor. Su mujer acariciaba su paquete genital mientras lo desnudaba
de cintura para abajo. Cuando observó el pene detenidamente y sopesó aquellos
pesados testículos en su mano, se sentó frente
a su marido con las piernas abiertas. Sus bragas estaban empapadas, y el
pantalón…
Volodia apartó con repugnancia durante un
instante los ojos del monitor, cuando el pene y los testículos se desgajaron
haciendo ruido a masa líquida del pubis del marido.
Como una especie de gusano, el pene se
arrastraba dejando un rastro viscoso y rojizo, eran restos de sangre que
goteaba de las venas desconectadas y fluido lubricante. Se dirigía directo a
las piernas de Pilar.
La mujer se desabrochó el pantalón y se quitó
las bragas. Sus muslos se recogieron encima del vientre para favorecer la
penetración.
Volodia llamó a Candy a través del interfono: estaba
caliente.
Cuando la criada llamó a la puerta, apagó el
monitor para que no viera lo que ocurría. Cuando se agachó bajo la mesa y se
metió en la boca su pene, encendió de nuevo el monitor y bajó el volumen.
Era increíble… Excitante… Sería un éxito, lo
nunca visto.
El “hermano” ya se había introducido en la
vagina de la mujer y sobresalían los gordos huevos peludos, que se contraían
rítmicamente. Los muslos de la mujer temblaban y se había desabrochado la blusa
para acariciarse los pezones sin ningún cuidado. Jadeaba sin pudor, sin que le
importar si se oía. Y de hecho, podía oír sus gemidos a través de la puerta cerrada
del despacho.
El trabajo de Candy duró muy poco, Volodia
estaba demasiado excitado.
En el momento que eyaculaba en la boca de
Candy, el pene había salido del coño de la mujer y ésta lo había tomado entre
sus manos para llevárselo a la boca.
Estaba horriblemente grande, como si hubiera
crecido durante el coito. Volodia lo recordaba un poco más pequeño cuando lo
vio hacía unas pocas horas.
Y debía estar en lo cierto, porque cuando
Pilar intentó metérselo en la boca, vomitó por no estar acostumbrada a algo tan
grande.
Se aseguró de que la grabación siguiera en
funcionamiento antes de apagar el monitor.
—Gracias Candy, toma —y le alcanzó un
cigarrillo de hachís que guardaba en uno de los cajones de la mesa.
—Buenas noches, Volodia —saludó con
informalidad, Candy. En realidad se llamaba Ana.
Su jefe la siguió con la mirada hasta que salió,
seguramente se metería en la habitación de Emil, uno de los guardaespaldas. Había
sido día de paga y el personal tenía demasiado dinero en el bolsillo; Candy les
ayudaba a resolver ese problema (a ellos y la cocinera); pero sobre todo, era
la mejor actriz porno que había conocido.
Aunque Pilar se podría convertir en la próxima
Lovelace y ni ella misma lo sabía.
El pene estaba eyaculando en la boca de la
mujer, accionó el zoom y obtuvo un primer plano, el semen le salía por las
comisuras de la boca y por la nariz, bajaba por su garganta como una cascada
lenta y blanca para recrearse en sus pechos. Una gota blanca se desprendió de
uno de los pezones.
Dejó la grabación en funcionamiento y apagó el
monitor, ya vería mañana el resto.
Cerró con llave el despacho y se dirigió a su
habitación. Antes de dormir, envió un mensaje de texto a su camarógrafo
Stanislav, para que no se retrasara para el día siguiente y sobre todo, que no
llegara con su asistente de iluminación, él mismo le ayudaría.
Se durmió con su pistola cargada en la mesita
de noche, sentía una sensación de asco y desconfianza por tener a esos ¿tres?
individuos en su casa.
Pero era su trabajo, ya se había acostumbrado a
convivir durante temporadas con toda clase de tarados mentales, que solo podían
hacer alarde polla, coño y tetas, más vacíos que una cáscara de huevo.
Durmió sin soñar en nada. Fríamente como frío
era el lugar donde creció.
Fausto se despertó por un olor indescriptible
que ofendía y saturaba su olfato. Olía a mierda, orina y alguna cosa más que no
acertaba reconocer. Recordaba vagamente que su esposa lo había vuelto a
utilizar para follar con su hermano. Se encontraba lúcido, la morfina le había
dado un descanso extra que necesitaba urgentemente.
Cuando su vista se hizo clara y se acostumbró
a la luz, la vio.
Pilar se encontraba frente a él, con las
piernas abiertas; estaba inmóvil su piel estaba blanca y fría como la de la
ternera en las carnicerías, su boca estaba desmesuradamente abierta, la vejiga
y los intestinos se habían vaciado.
Y vio ese pequeño pene saliendo de su vagina,
como un feto, vomitando ante aquel aborto.
Le faltaba la respiración. Se vistió los
pantalones apresuradamente, abrió la puerta y subió las escaleras. Cuando llegó
a la planta baja, uno de los guardaespaldas le cortó el paso en el rellano.
—No puede pasar hasta que el señor Solovióv lo
ordene.
—Mi esposa está muerta allá abajo. Avise a su
jefe.
El guardaespaldas hizo una llamada a su
compañero que se encontraba rondando en el jardín.
—Emil, ven a la escalera del sótano, tengo que
revisar algo en el set de filmación. El señor Heras está nervioso y necesito
que estés con él unos minutos.
—Voy para allá, Jurgen.
A los pocos segundos entraba por la puerta el
guardaespaldas.
—Voy abajo, quédate con él un momento.
En unos instantes el hombre volvió a subir con
un ademán grave en el rostro.
—La mujer está muerta, tenemos que avisar a
Volodia.
—Solo son las seis y media de la madrugada.
—No podemos esperar, Emil.
Jurgen subió al primer piso para despertar a
su jefe. Emil llevó a la cocina a Fausto tras asegurarse de que estaba
razonablemente tranquilo, para que tomara un café y fumara un cigarrillo; al
fin y al cabo, solo era un hombre normal, nada de esos criminales o degenerados
con los que estaba acostumbrado a tratar cuando era policía en Svrenika hacía
ya quince años.
A los quince minutos y tras un par de tazas de
café, Emil recibió una llamada.
—Sí, señor Solovióv, ahora lo llevo.
—Vamos al despacho del jefe, quiere hablar con
usted.
Recorrieron el pasillo hasta el comedor, lo
cruzaron y tomaron el pasillo que daba a la puerta de la casa. El
guardaespaldas se detuvo ante la segunda puerta y llamó.
— ¡Adelante!
Volodia se había vestido con una bata de raso
negra y se le veía preocupado.
—Hay que deshacerse del cadáver, quiero que
hagáis una fosa muy profunda en el jardín, tras el invernadero. Que Xavier
plante unas flores, para que quede disimulada la tumba.
A continuación, invitó a Fausto a que tomara asiento en una
silla de plástico de jardín que se encontraba en el centro de un rectángulo de
plástico de invernadero casi opaco por el uso, frente al escritorio de mármol y
vidrio.
—Señor Heras, su esposa me contó su breve
historia; pero ella no sabía aún que lo que tenía usted entre las piernas es un
trozo de violador, algo abyecto que no debería haber ocurrido. Su mujer simplemente
estaba drogada por eso que tiene por pene. Esto es inaceptable, inviable. Usted
y su hermano son incontrolables. Unos verdaderos monstruos. ¿Sabe? Siempre he
pensado lo mismo que usted decía ayer al salir de aquí: no deberían nacer los
hijos de los violadores, todo lo que sale de lo podrido está podrido. Y ya no
quiero saber nada de toda esta porquería. Soy un pornógrafo, tal vez un ser
miserable para esta sociedad, pero tengo mi orgullo y mis prioridades. En un
principio me dejé llevar por el impacto visual, por las posibilidades de
negocio; pero ya he ganado todo el dinero que necesito. Me puedo permitir el
lujo de juzgar y actuar al margen de leyes y de escrúpulos —se acercó desde la
mesa para ofrecer un cigarro a Fausto, que aceptó—. He visto la grabación de
toda la noche y usted no puede vivir y
mantener semejante monstruo, no tiene control.
—Es lo que necesitaba oír por fin. No deberían
nace los hijos de los violadores.
—No saldrá de aquí para acudir a la policía,
no me voy a involucrar en este escándalo. Nadie sabrá lo que ha ocurrido con
ustedes ni lo que ocurrió cuando encuentren a su hija. Y tampoco voy a mantener
por ningún concepto esta mierda en mi casa.
Durante una inhalación profunda del
cigarrillo, Fausto sintió el sorprendente sonido de un escupitajo y durante un
instante todo fue luz. Luego dejó de existir al tiempo que caía de la silla al
suelo. Parte de su corazón había salido por la espalda, formando una estela de
carne cruda en el plástico del suelo.
El pene se desprendió y reptó por el suelo
unos centímetros antes de que Volodia, tomara el abrecartas de su escritorio y
lo clavara en el enorme glande. El meato parecía una boca torcida por el dolor.
Aún retorciéndose como una oruga, lo envolvió
con una esquina del plástico del suelo y lo pisoteó hasta que dejó de moverse.
Y siguió pisoteándolo hasta que dejó de parecer lo que era. Tiró la pistola y
el abrecartas en el pecho del cadáver y llamó a Jurgen por teléfono.
—Aprovechad la fosa y meted esta mierda
también allí.
A continuación presionó el botón del
interfono.
—Candy, por favor, en cuanto se levanten y
hayan desayunado Pedro y María, que vengan a limpiar el despacho a fondo. Todo
el suelo, todos los muebles, tarden lo que tarden. No quiero que quede ni una
arista sin limpiar, aunque parezca limpio. Que hagan lo mismo en el set de
grabación.
Envió un mensaje a Stanislav: “Se ha cancelado
la grabación, no vengas. Ya te avisaré”.
Metió la mano en el bolsillo y sacó una bolsa
de plástico con cierre, dentro había guardado el feto del pene que abortó la
mujer. Salió y se dirigió al almacén de materiales para el mantenimiento de la casa. Tomó un frasco
vacío de garbanzos, metió el proyecto de pene, llenó el frasco con alcohol y lo
cerró.
Con cinta de papel para pintura, hizo un
letrero y escribió: “Los hijos de los violadores no deberían nacer”. Y sonrió
porque solo él conocería el significado de aquello.
Cuando Pedro y María dieron por finalizada la
limpieza del despacho, colocó aquel frasco en un rincón de la estantería de
libros. Desentonaba con la decoración como un detalle sórdido y de mal gusto,
cosa que no le importó demasiado. Nadie creería lo que era de verdad, en eso
estaba lo divertido.
Borró la grabación del set y el video que le
adjuntó Pilar en el e-mail.
Y todo fue como una pesadilla que se
olvidaría, salvo por el hijo del violador que nunca nació, flotando en un
océano de alcohol. Muerto y olvidado.
Los pornógrafos arreglan las cosas de forma
eficiente, contra toda ley, contra toda moral.
Llamó a Candy por el interfono.
—Te espero en mi habitación.
—Ahora subo, Volodia.
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9 de octubre de 2013
El hijo de un violador (7)
7
Pilar entró en un local de internet que había
visto cuando salió en busca de la puta.
Le asignaron un ordenador en cabina
individual. Hizo una copia del video grabado en la tarjeta SD y lo bajó de
resolución para poder enviarlo por correo electrónico y luego marcó el número
telefónico de Volodia Solovióv.
—Ya tengo la grabación; se la voy a enviar
ahora mismo. Necesito que la vea enseguida y me diga algo al respecto. Estamos
en un aprieto que ya le explicaré si tenemos una charla.
—No te preocupes, lo veré ahora mismo y te
comento.
—No tarde, estoy en un ciberlocal.
Volodia abrió el correo electrónico que
apareció en el monitor en el momento en el que cerraba el teléfono.
Observó atentamente las imágenes con un gesto
de asombro. Era una grabación de baja calidad, para ser visualizada en un
tamaño muy reducido. A pesar de todo era impactante y ante la sencillez del video,
no pudo encontrar retoques ni trucaje. Aquel pene que reptaba por la cama y se
movía lentamente, parecía un ser vivo, un animal.
Pensó que si fuera un truco, valdría la pena
conocer como se había realizado para conseguir tamaño realismo; pero en modo
alguno podía aceptar que fuera real. Se encontraba excitado y confuso, era tan
realista que sentía una especie de rechazo que encajaría bien con el público
más fetichista.
Aquellas imágenes eran una agresión moral
directa al estómago del ciudadano normal. Los genitales reptando de una forma
tan viva, tan autónoma, podrían convulsionar a medio mundo con su degeneración.
Pensó en alguna especie de juguete robot
comandado a distancia, pero no consiguió identificar ningún movimiento
mecánico. El hombre que se encontraba sentado contra el cabezal de la cama
estaba realmente ido, y el proceso de cómo se desprendían los genitales de su
pubis estaba oculto, hasta que llegó la escena final y pudo ver apretando el
puño con reparo, cómo se acoplaba aquella cosa entre sus piernas.
Todo parecía tan extrañamente real que sintió
una especie de náusea.
Tomó el teléfono y llamó a Pilar Abad.
Apenas empezó a zumbar el teléfono, la mujer
respondió.
— ¿Qué le ha parecido, señor Solovióv?
—Impactante, he de confesar que no he encontrado
el truco.
—No lo hay. El siguiente paso es que lo vea en
vivo.
Solovióv no respondió, durante unos segundos
estuvo pensando en que, seguramente, sería una explicación decepcionante. Una
filmación que aporta un tremendo realismo por una simple cuestión de suerte.
Aún así decidió, como decía la mujer, verlo en vivo.
—Estamos a jueves… Podría hacerle un espacio
en mi agenda para el lunes a la tarde —dijo tras la larga pausa.
—Imposible. Le dije que estamos en un apuro
que solo puedo explicarle en persona y para el lunes, deberíamos estar, mi
marido y yo, en algún lugar oculto.
— ¿Dónde se encuentra usted ahora?
—En Alfajarín, muy cerca de su casa.
—Veo que no ha llegado hasta aquí por
casualidad. Está bien, la espero a partir de ahora durante toda la tarde. Me
encuentro en la urbanización La Rosaleda, mi casa es el 42 de Gran Zaragoza, dé
su nombre al guardia de la entrada y podrá pasar.
—Viene mi marido conmigo.
—Imagino que es el del video.
—Sí. Gracias por su atención, nos vemos en una
hora.
—Vamos a ver que ocurre. Hasta pronto, señora
Abad.
—Una cosa más señor Solovióv. Mi marido no
sabe el fin de nuestra entrevista, cree que nos va a prestar ayuda legal con el
problema que tenemos. Y seguramente se pondrá violento cuando vea que ha sido
grabado. ¿Tiene ayuda por si fuera necesario?
Por un momento, el ruso estuvo a punto de
negar la entrevista en vista de esa posibilidad; pero su experimentado olfato
le decía que valía la pena esperar.
—Estaré preparado para ello, no se preocupe.
Pilar salió deprisa del ciberlocal compró en el supermercado unos refrescos y
bocadillos y se dirigió de nuevo a la fonda.
— ¿Cómo te encuentras, cariño?
—Mal, vamos a la policía, no tenemos salida,
no hay otra opción. Puede morir más gente.
—Salimos ahora a ver al editor, él nos ayudará
con la cuestión legal. En una hora estaremos con él, y un abogado nos
acompañará al puesto de policía más cercano. Creo que es lo mejor.
— ¿Y por qué no vamos directamente?
—Porque yo quiero ir con un abogado y
justificar de alguna forma la demora y nuestra huida de casa. Nos tienen que
aconsejar qué alegar en la declaración.
—No me encuentro nada bien. Ni estoy de humor,
ni esta polla me deja tranquilo. Ni siquiera tengo ganas de discutir.
—No te preocupes, estamos nerviosos y tú más.
Todo se arreglará. Vamos al coche que en poco tiempo ya estaremos resolviendo
esto.
— ¿Seguro que es de fiar ese ruso?
—Claro que sí, es un empresario serio y sé que
es formal.
Recogieron sus equipajes, pagaron la cuenta
del alojamiento y cruzaron la pequeña ciudad. A pocos metros antes del final
del término, se encontraba el desvío hacia la urbanización. En unos minutos
llegaron a la gran casa, de Volodia Solovióv. Un palacete de dos plantas, con
fachada de mármol granate y ventanas de marcos negros. Era todo lo que se podía
ver desde fuera y por encima del muro de cemento que rodeaba la propiedad.
Pilar llevó el coche hasta el vado de entrada,
frente a una puerta negra doble, de hierro envejecido dándole un aspecto de
óxido. Bajó del coche y llamó al timbre del interfono.
— ¿Qué desea?
—Tengo una cita con el señor Solovióv. Soy Pilar
Abad y él es mi marido Fausto Heras.
—Puede pasar, aparque el coche en el parking
que se encontrará a la derecha del camino y sigan el camino de grava hasta la
casa.
Se abrieron las dos puertas automática y
silenciosamnte y Pilar condujo hasta el aparcamiento.
—Esto es la mansión de un mafioso —comentó al
ver la casa.
—Es un editor ruso con mucho dinero.
—Lo que yo te decía…
—Lo que importa es que necesitamos ayuda, y
conozco a este señor de hace tiempo. Me inspira confianza.
Frente a la entrada de la casa había dos
deportivos aparcados y una limusina negra Mercedes.
Pilar llamó a la puerta.
—Buenas tardes señora Pilar, señor Fausto —dijo
una sirvienta con uniforme y cofia, espectacularmente exuberante —. Les llevaré
al despacho del señor Solovióv.
Caminaron tras la mujer que calzaba unos
espectaculares zapatos rojos de tacón de aguja absurdamente altos.
Caminaron por el pasillo de la planta baja y
se detuvieron frente a una de las cuatro puertas, justo antes de llegar a un
salón enorme del que se podía ver una decoración de vanguardia.
La criada tocó suavemente a la puerta.
— ¡Adelante! —contestó con su fuerte acento
ruso Volodia.
Se levantó de su mesa de despacho, se presentó
con una gran sonrisa y saludó con dos besos en la mejilla a Pilar y un apretón
de manos a Fausto.
— ¿Les apetece tomar algo? ¿Un café, brandi,
vodka?
—No gracias, señor Solovióv —respondió Pilar.
Fausto se dejó caer en una de las butacas que
se encontraba frente a una mesita.
Solo preguntó si se podía fumar, el ruso le
ofreció un cigarrillo y fuego.
—Pues sentémonos y hablemos. ¿Cuál es el
problema?
—Mi marido ha sufrido una especie de
enfermedad, mutación o como quiera que se llame y ha provocado la muerte de
nuestra hija.
Cuando oyó muerte, el ruso alzó una ceja y
cambió su posición relajada con las piernas cruzadas y se inclinó hacia
adelante para escuchar con más interés.
— ¿Cuándo murió su hija?
—Ayer.
— ¿Y qué hacen aquí? Eso no se soluciona en
una tarde.
— ¡Te lo dije! La hemos cagado, deberíamos
haber ido a la policía y no huir —se encendió Fausto al escuchar la respuesta
del ruso.
— ¡Calma, señor Heras! Primero interesa saber
qué ha ocurrido exactamente y luego juzgaremos. Disculpe mi comentario, pero es
que una muerte siempre impacta. La escucho, Pilar.
En ese instante, llamaron a la puerta del
despacho.
— ¡Adelante! —gritó Volodia.
Dos hombres con traje negro entraron llevando
una bandeja de bebidas y otra con comida diversa para aperitivo.
—Disculpen, pero siempre me gusta hacer un
poco de aperitivo antes de comer.
Acto seguido, le guiñó un ojo a Pilar para que
continuara hablando con tranquilidad.
—A mi hija lo mató el “hermano” de mi marido
su pene la ahogó. Ya ha visto el video.
Fausto se puso en pie y se lanzó sobre su esposa,
la abofeteó y la llamó “hija de puta” antes de que los dos guardaespaldas
actuaran.
— ¡Asquerosa! Has hecho un video y se lo has
enviado a este mafioso. Además de puta eres subnormal —el sillón había caído al
suelo con el impacto del golpe y Pilar con él.
Fausto se abalanzaba de nuevo sobre ella
cuando los hombres lo sujetaron, sin embargó acertó a darle otro puñetazo en la
boca. Le aplicaron una descarga eléctrica y quedó aturdido. Se orinó en el
suelo.
—Dejadlo ahí. Joder, si se ha meado. Cerrad la puerta y quedaos
ahí por si os necesito.
Luego se dirigió a Pilar que se había puesto
ya en pie y se limpiaba la sangre de la boca con un pañuelo de papel.
—Parece que están metidos en un gran lío. No
hay forma de explicar a la policía porque se dieron a la fuga y dejaron el
cadáver de su hija en la casa. Ni hay forma de imaginar que no la mataran
ustedes.
—No quiero ir a la cárcel, no puedo ni quiero
separarme de esa parte de él que ahora amo.
—Yo no puedo ayudarles, no puedo involucrarme
en un delito, soy ruso, pornógrafo y con esto la policía tiene motivos más que
suficientes para vigilarme atentamente.
—Tal vez piense de otra manera cuando vea cuán
real es lo que aparece en el video.
—Esperad fuera y quedaos cerca, os llamaré
enseguida.
Pilar se acuclilló frente a su marido y lo
desnudó con dificultad de cintura para abajo ante la atenta mirada de Volodia.
—Quiero que observe bien ahora —decía Pilar
acariciando el pene que iba creciendo rápidamente entre sus dedos.
Fausto emitió un gemido y se llevó las manos
al pubis, enseguida las retiró y se relajó.
El pubis del hombre se agitaba como si tuviera
una erupción o un terremoto. Volodia se quedó impactado, fascinado. No podía
apartar la mirada.
Pilar se había sentado en el suelo frente a
las piernas abiertas de su marido.
El pene se desprendió del cuerpo con una
especie de chapoteo dejando una mancha de sangre en el suelo.
Fausto desde la niebla de una realidad vieja,
veía a su madre salir de la panadería donde trabajaba de dependienta. Eran las
nueve de la noche y su marido la esperaba en casa, muy cerca, a dos manzanas.
Isabel salió por la puerta que daba acceso a la portería del edificio. Un tipo
salió de la oscuridad y la arrastró hasta
la penumbra que había en la zona de los contadores eléctricos, bajo la
rampa de la escalera.
—No grites o te corto el cuello. Sube la falda
y bájate las bragas —le ordenó presionando el filo de un cuchillo en el cuello.
Isabel no lo hizo y el violador lanzó su
cabeza contra la pared, el golpe fue brutal. Sintió entre tinieblas como le
arrancaban las bragas y se introducía algo doloroso y ardiente en su vagina
seca. Le dolía, le dolía mientras la bestia le embestía y golpeaba de nuevo su
cabeza con cada empuje. Su sexo parecía desgarrarse por la brutalidad y la
sequedad del coito.
—Te voy a dejar preñada, niña cachonda. Vas a
tener un hijo de verdad con un hombre de verdad.
Intentó gritar, pero su boca estaba cubierta
por una mano maloliente. Perdió la noción del tiempo y cuando se dio cuenta, se
encontraba sentada en el suelo y de su vagina goteaba semen y sangre.
Juan ya estaba inquieto por la demora de su
esposa y decidió acercarse a la panadería. El dueño le dijo que ya hacía casi diez
minutos que había salido. Entones escucharon su llanto desde la puerta que daba
a la escalera. Ambulancia, médicos, policías, nervios, vecinos, humillación…
Nunca dieron con el violador.
Volodia se llevó la mano a la boca aguantando
una arcada, mientras el pene se arrastraba hasta la mujer, retorciéndose para
abrirse paso entre sus piernas.
Lo tomó en las manos, besó el glande viscoso y
le dijo que lo amaba.
El pornógrafo no salía de su asombro, su
cigarro se quemaba entre los dedos.
—Tiene que ver que es real. Observe el agujero
de mi esposo, no está hecho como un prótesis. Tome una linterna y mire, es muy
importante. No hay nada parecido en el planeta.
Venció su repugnancia y se acercó con la
pantalla del móvil para observar el agujero que en el pubis del marido. Había
gotas de sangre y unos nervios pequeños y retoridos colgando, la carne
palpitaba enrojecida donde debía encontrarse el pene y los testículos.
Pilar se puso en pie con su amor entre las
manos, acercándoselo.
—Tóquelo y lo sentirá incluso respirar. No
puede haber dudas.
Pasó un dedo a lo largo del bálano, sintió el
increíble calor de una piel viva, el tono muscular y las gruesas venas
palpitantes. Tuvo la sensación de estar tocando algo con vida propia. Retiró la
mano con temor, con asco y asombro.
—No puede ser. Es increíble.
— ¿Nos ayudará? El tiempo apremia.
—Sí. Se alojarán aquí. Tengo que pensar, ahora
no puedo hacerlo con claridad. ¿Por qué está muerta su hija?
Dejó con cuidado el pene en el suelo que se
dirigió de nuevo a su cuerpo.
Volodia volvió a quedar de nuevo fascinado por
el fenómeno.
—Él la sedujo y sintió en ella el rechazo. Usó
su fluido para que ella abriera la boca, para excitarla más allá de su
voluntad y la asfixió metiéndose en
ella.
—Entonces usted está drogada. Es una yonqui de
esa cosa.
—Desde un principio lo acepté. Llevaba semanas
soñando con él y de repente una mañana se hizo real dentro de mí y ya no pude dejar de pensar en él. Soy
adicta, estoy drogada… Llámelo como quiera, la cuestión es que solo sé que lo
amo. Me transmite amor cuando está dentro de mí o en mi boca. Encajado en el
cuerpo de mi marido me excita y me excita también cuando se arrastra por las
sábanas o por el suelo buscándome. El placer provoca que mi mente sea arrancada
de mi cuerpo y sea libre. No he sentido jamás algo parecido.
— ¿Sabe, señor Solovióv? Mientras conducía
desde Barcelona hacia aquí la noche pasada, lo llevaba metido dentro de mí, y
la cosa que es mi marido dormía, o estaba en trance. Lo he llevado metido en mi
sexo más de dos horas y no he dejado de gemir como una perra.
El ruso la observaba como quien escucha a un
loco, con cautela y fascinación. Intentó llevar la conversación a un punto más
pragmático, porque en su propia cabeza había confusión y sorpresa.
—Pilar, lo primero de todo es asesorarnos
sobre su situación legal; y por supuesto, tenemos que convencer a su marido de
que aquí estará bien, cosa que veo imposible.
—Mi marido no tiene nada que decidir. Lo
podemos mantener drogado y que actúe de recipiente de su hermano.
—No puede estar drogado toda la vida. Moriría
en poco tiempo. Hay métodos mejores y más sanos. Es de suponer, que usted no se
separará de “su novio” —dijo con sarcasmo el ruso.
—Tenemos un pacto. Señor Solovióv, debe
entender una cosa, si yo participo o yo voluntariamente accedo a que tenga sexo
con otra mujer, él actuará y se moverá con normalidad. Cuando me penetra,
cuando lo toco, todos sus sentimientos y todas sus emociones las percibo. Está
enamorado de mí desde que me casé con Fausto, solo que no había conseguido aún
crear su propia red neuronal. Y cuando yo no esté cerca o presienta que estoy
muerta, matará todo lo que se folle. Como hizo con mi hija.
Volodia se retractó en su intención de pegarle
un tiro en la frente a la mujer y enterrarla en su jardín. Tenía que ser cauto
y observar cómo era esta extraña relación, por él mismo.
—En el sótano se encuentra el set de
grabación, está bien climatizado y
limpio. Allá tenemos un cuarto especial para los actores que llegan del extranjero.
Dejaremos allí a su marido debidamente sedado de momento. Mañana haremos una
prueba de grabación, y necesito a mi mejor técnico para ello.
—No puede convertirse en un circo, no pueden
conocerlo tantas personas.
—Solo las imprescindibles. Y créame, mi gente
está bien escogida.
Conectó el altavoz del teléfono de su
escritorio.
—Candy, ven para acompañar a la señora Abad a
la habitación de invitados.
—Ahora déjeme que llame a mi abogado para que
indague si ya van tras ustedes y calibrar lo que hay que hacer con su situación
legal. Nos veremos a la hora de la cena, a las nueve y media. Mientras tanto,
mi casa es su casa.
—Gracias, señor Solovióv.
—Una última cosa, Pilar. ¿Cuál es su
pretensión económica por la “venta” de su marido y su amante.
—Lo que usted juzgue oportuno, que vaya de
acuerdo con sus ganancias si las hay. Y por supuesto, que nos cuide de la
policía; pero una cosa está clara: no me separaré de ellos.
—Me alegra saber que no está poseída por una
ambición excesiva. Haremos un buen negocio —dijo el ruso ya dando media vuelta para sentarse en la mesa de su
escritorio.
Pilar salió del despacho tras la criada, un
tanto preocupada por la sonrisa de tiburón del ruso.
Volodia mandó entrar a sus guardaespaldas.
—Sedadlo, llevadlo al sótano y atadlo, no
quiero que rompa nada.
Uno de los hombres se dirigió al mini bar bajo
el televisor y de una cajita negra sacó una jeringuilla y una ampolla con
morfina. Tras preparar la jeringuilla, la inyectó en el brazo de Fausto.
—Los hijos de los violadores no deberían nacer
—pronunciaba en un narcotizado murmullo Fausto mientras lo llevaban de los
brazos y las piernas.
Volodia sonrió al oírlo, su madre fue violada
a los dieciséis años en una fría aldea chechena, él era hijo de un violador.
—Algo de razón tienes, amigo —dijo para sí.
Cuando cerraron la puerta y se quedó por fin a
solas, se dejó caer en el sillón, y arrugó el ceño por el olor a orina que
había quedado impregnado en el aire. Tomó un sorbo de su vaso de güisqui y
empezó a poner en orden sus ideas.
Iconoclasta
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5 de octubre de 2013
El hiijo de un violador (6)
6
Fausto estaba tendido en la cama con el
televisor encendido sin sonido, un cigarro se quemaba en el cenicero, dormitaba
cuando llegó Pilar con la puta.
—Hola cariño, te presento a Sara, la secretaria
personal del señor Solovióv.
No intentó fingir su malestar, su falta de
ánimo. No saludó.
—Como ves la habitación es muy pequeña, nos
sentaremos en la cama y tú me indicas dónde se encuentra la casa de tu jefe y
cómo llegar —habló Pilar a Sara mostrándole con un guiño que estaba fingiendo.
—Te voy a escribir las indicaciones y su
número de teléfono… ¡Uy, se me ha manchado la blusa con la tinta! —exclamó con
sensual fingimiento Sara desabrochando un par de botones de la blusa gris que
llevaba muy ceñida.
Pilar se sorprendió por la rapidez y la
indisimulada falta de espontaneidad de la actuación de Sara, solo sabía hacer
de puta.
—Voy a por una toallita húmeda a ver si
podemos disimularlo un poco —se ofreció Pilar.
Antes de ir al lavabo, abrió el cajón de la
mesita y sacó la videocámara, guiñándole un ojo a Sara.
Fausto las observaba con aire aburrido sin
mover un solo dedo de la posición en la que se encontraba cuando llegaron.
Tras colocar la cámara en la pila del lavabo
de tal forma que enfocaba la cama y conectándola en grabación, volvió con un paquete de toallitas húmeda y metió la
mano por dentro de la blusa de la puta rozando los duros y operados pechos,
cosa que no le pasó desapercibida a su marido.
—Caramba, qué hermosos pechos tienes, Sara.
Qué envidia.
—Tú no estás nada mal —respondió pasando las
manos por su pecho y asomando la lengua entre los labios.
El dolor apareció de pronto en lo más profundo
del pubis, su pene se había puesto tan duro que se marcaba en la prieta tela de
sus pantalones vaqueros. Se llevó la mano a los genitales intentando no gritar.
Su mujer lo observaba y se excitaba ante la
perspectiva. Se mentalizó para besar a Sara, nunca había besado a una mujer;
pero tampoco nunca había estado tan caliente. Abrió los labios y metió la
lengua en la boca de la puta, que la recibió con fingida gula.
Fausto luchaba contra el dolor y no perder el
control de si mismo, su erección se hizo completa y su voluntad se relegó irremediablemente
a un segundo plano convirtiéndose en espectador de sus propios genitales.
Pilar había desabrochado la blusa y la
cremallera del pantaloncito de Sara. Se había acostado encima de ella rozando
su pubis con el de la puta para evitar que pudiera ver lo que le estaba
ocurriendo a su marido.
Fausto, de forma mecánica desabrochó el
pantalón y se lo bajó hasta las rodillas junto con los calzoncillos que ya
aparecían manchados de sangre.
Pilar había metido los dedos en la vagina de
la puta, que se había abandonado a su iniciativa.
Fausto ya no se movía, solo había un extraño
movimiento en sus genitales que su mujer observaba fascinada.
—Sigue… —jadeó Sara tomándole la mano que se
había quedado inmóvil en su sexo.
Pilar le hundió de nuevo la lengua en la boca
y prosiguió el masaje en la vagina de. Su sexo estaba completamente anegado,
estaba segura de que llegaría al orgasmo sin necesidad de tocarse; el hermano
de Fausto la excitaba hasta el paroxismo.
El pubis de su marido se tensó como si una mano
invisible tirara del pene; una grieta de piel ensangrentada podía verse a
través del vello del pubis.
Con cierto esfuerzo el hermano se desgajó de
entre las piernas.
Pilar creyó que iba a perder el sentido
llevada por el placer y la hipnosis que le provocaba aquel proceso.
—Te voy a tapar los ojos, Sara. Ya está muy
cachondo y te he dicho que es un poco tímido.
—Si… —suspiró la puta con su pelvis en
rotación guiada por la mano de su clienta en su coño.
El pene se arrastraba por la cama hacia las
mujeres. El único movimiento en el cuerpo de Fausto era el de los globos
oculares y en algún momento, una ligera corrección del ángulo de visión con un
breve movimiento automático de la cabeza.
Entre las piernas del hombre había un
insondable agujero negro por el que salían unos pequeños nervios negros como
rizados como raíces.
Pilar había cubierto parte de la cara y los
ojos de Sara con la blusa que le había sacado. Se desabrochó la suya, se sacó
el sujetador y se bajó la falda beige junto con las braguitas que lucían una
gran mancha oscura de humedad.
Se acercó al lavabo para verificar que la
cámara siguiera grabando.
Cuando llegó de nuevo, el pene ya estaba
cabeceando en la entrada de la vagina de Sara, se acarició el clítoris excitada
observando como el gran pene se retorcía y se abría paso en el sexo de la puta.
Sara suspiraba y jadeaba.
—Para ser tan introvertido, lo haces de
maravilla —dijo entre risas y gemidos Sara.
Pilar se acercó a ella para lamerle los
pezones para evitar que accidentalmente se le cayera la blusa de la cara. El
pene ahora se agitaba bruscamente entre sus piernas y Pilar se metió la mano en
el sexo para sacarla untada de fluido.
Le metió a la puta los dedos pringados en la
boca.
—Mira lo que me haces derramar, estoy empapada
Sarita.
Sara estaba próxima al orgasmo, su cuerpo se
comenzaba a tensar, Pilar le tomó una mano para que le acariciara el sexo. El
hermano ahora se había retirado de la vagina e iba a reptar por el vientre para
llegar a la boca. Pilar lo tomó con la mano para que no sospechara nada raro y
retirándose a un lado, le dijo a Sara:
—Fausto quiere su mamada, necesita correrse en
tu cara y en tus tetas.
Le acercó el pene en los labios y sintió que
se moría de placer por un orgasmo que le sobrevino cuando aquella cosa se acomodó
en la boca de la puta haciéndole abrir desmesuradamente la boca.
Pilar se retorcía de gusto recordando la
extraordinaria sensación de tener esa carne en la boca, del momento de la
eyaculación y cuando el semen se le derramó garganta abajo enamorándola.
Sara expulsó mocos por la nariz cuando los
testículos se contrajeron y soltaron su carga en su boca, abrió las piernas y
comenzó a masajearse bruscamente el clítoris mientras el pene daba sus últimas
sacudidas vaciándose de leche.
La puta quedó dormida, exhausta de placer.
Pilar se apresuró a quitarle el pene de la boca y lo besó, lo lamió durante un
rato.
—Tienes que volver a tu cuerpo, la zorra se va
a despertar y es mejor que no sepa nada y si puedes mantener a tu hermano dormido
un poco más de tiempo, mejor.
La media melena rubia de Pilar estaba revuelta
y ocultaba parcialmente sus intensos ojos miel.
Acercó aquella monstruosidad a las piernas de
su marido, tomó la cámara del lavabo y filmó muy de cerca como ambos se
acoplaban. El proceso le parecía tremendamente excitante.
Revisó la grabación, extrajo la tarjeta y la
guardó en el monedero. La cámara la ocultó en la maleta, se sentó en la silla
al lado de Fausto y se encendió un cigarrillo esperando que despertaran los
dos.
Fausto salió o fue expulsado por la vagina de
su madre hundiendo en la memoria todo lo que ocurrió durante su formación como
embrión y feto. En la cuna y sin que su padre se diera cuenta, la madre le daba
pequeños golpes llenos de rencor cada vez que evocaba su violación.
Mientras tanto, su hermano el pene, solo
existía como un virus, un ente que solo vivía para crear una red neuronal que
conectara con el cerebro general.
La puta despertó aturdida, el hombre aún
dormía o intentaba recuperar su voluntad y conciencia.
—Te juro que ha sido el mejor polvo de mi vida
—le decía desperezándose en la cama a su clienta en voz baja para no despertar
al macho—. La próxima vez no te cobro nada. ¿Quieres que vuelva esta noche? A
partir de las dos de la madrugada estoy libre.
—Salimos esta tarde hacia Barcelona, otra vez
será —respondió Pilar entregándole ciento cincuenta euros.
—Pues anota mi número de móvil y no llames a
la agencia para la próxima vez.
Fausto empezaba a removerse inquieto en la
cama. Pilar le había cubierto las piernas y los genitales con la sábana.
Las mujeres se despidieron con un beso en el
umbral de la puerta de la habitación.
Pilar se apresuró para vestirse y maquillarse
en el baño, cuando salió Fausto estaba fumando en pie. Su semblante estaba
furioso y confuso.
— ¡Eres una puta cerda! ¿Cómo has podido
contratar a una puta? Nuestra hija se está pudriendo en nuestra casa. ¡Sola!
¡Puta zorra! —gritó lanzando un puñetazo a la cara de su esposa.
El golpe no llegó, una rápida erección lo
dobló por el estómago. La mujer sonrió satisfecha.
—Voy a comprar algo de comida y bebida, ahora
vengo. Y no era una puta, era la secretaria del señor Solovióv. Pero ocurre
algo con tus cojones, cariño: nos pone cachondas a las mujeres, sin siquiera
verlo. Debe ser hormonal... —mintió cerrando la puerta tras de si.
Fausto se tumbó de nuevo
en la cama colapsado por el dolor. Y pensó en amputación, suicidio y asesinar a
la “puta de su esposa”.Iconoclasta
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