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La decoración era minimalista con una clara
orientación oriental, los colores claros de mobiliario y paredes creaban un
ambiente diáfano, relajante. Aunque a ella le gustaban los ambientes más
íntimos, tanta luz le daba la sensación de estar expuesta al exterior; pero
pronto se adaptó a aquella atmósfera y se duchó en el gran baño de la
habitación. Con cuarenta años sus músculos estaban firmes, sus piernas bien
torneadas y sus glúteos bien marcados, su piel muy blanca entonaba con su
melena rubia, ahora recogida en una coleta.
Se dejó caer en la cama, desnuda y excitada.
Pensaba constantemente en el hermano de Fausto. Imaginaba ser penetrada por
aquello que era puro placer y se durmió acariciándose los labios vaginales sin
acabar la masturbación.
Fausto despertó, se sentía extrañamente bien y
poco a poco tomó conciencia de lo que había ocurrido. Se encontraba con las
manos esposadas a una argolla grande de una pared pintada de negro. Si no
hubiera tenido las manos inmovilizadas, hubiera golpeado sus cojones. La sola
idea, provocó un fuerte dolor en su pubis y la dulce morfina le obligó a cerar
los ojos de nuevo.
A la hora de cenar, Pilar bajó al salón
comedor, fastuoso en su modernidad. La mesa era de mármol blanco y los platos
rectangulares con las esquinas elevadas.
— ¡Adelante! Siéntese.
—Gracias, señor Solovióv, tiene una casa
preciosa. ¿Cómo se encuentra mi marido?
—Se encuentra felizmente sedado en el sótano,
está bien. Y su hermano también, incluso mejor —le explicó de buen humor—. He
hablado con mi abogado, Pilar. No hay noticia alguna de la muerte de su hija;
es demasiado pronto para dar por desaparecido legalmente a un adulto, contando
con que alguien quisiera hacerlo.
—Pero tarde o temprano mis padres o mis
suegros se preocuparán cuando no tengan noticias de nosotros, incluso hoy
seguro que me han llamado al móvil que mantengo apagado.
—Tiene que tener en cuenta que han cometido un
grave delito y de la cárcel no se van a librar. Así que voy a comprarles unos
pasaportes falsificados que descontaré de sus beneficios. Respecto al coche, lo
voy a enviar a un desguace, lo cual constituirá un gasto más ya que hay que
pagarle el favor al dueño del negocio. En definitiva, no le queda más solución
que cambiar de vida. Y por supuesto, tendrá que pasar una larga temporada sin
vida social. No creo que tenga mucho de que preocuparse.
Pilar por fin se derrumbó y rompió a llorar.
—Por favor, Candy, trae un diazepan para la
señora Abad. Necesita un poco de ayuda —dijo dirigiéndose a la criada que
llegaba a la mesa con una bandeja de parrillada de pescado, luciendo un
elegante equilibrio sobre aquellos desmesurados tacones. Bajo la minifalda
del uniforme, no llevaba ropa interior.
— ¿O tal vez prefiere algo de cocaína, Pilar?
—le preguntó con una gran sonrisa.
Se tragó el sedante y apenas probó bocado de
la cena, se limitó a escuchar los consejos del ruso sobre decoración.
— ¿Podría llevarme adonde está mi marido? —preguntó cuando Volodia se encendía un
habano.
—Por supuesto. Acompáñeme.
El ruso se levantó de la mesa y la guió hacia
la parte trasera de la casa, tomaron unas escaleras que llevaban al sótano y
una vez abajo, el hombre tecleó una combinación en el abrepuertas, se escuchó
el clic de la cerradura y le abrió la puerta dejándola pasar.
—Estaré en mi despacho por si me necesita,
buenas noches, Pilar. Podrá salir cuando quiera, la combinación es solo para
impedir la entrada a cualquier curioso.
Cuando subió las escaleras, alertó por
teléfono a sus guardaespaldas.
—Estad atentos, he llevado a la mujer al
sótano para que pase un rato con su marido, si el tipo sale de allá abajo, lo
drogáis de nuevo y lo volvéis a atar.
Cuando llegó al despacho, conectó la
videocámara de vigilancia del set de grabación y se sentó en la silla
meciéndose tranquilamente con el cigarro entre los dedos.
— ¿Vienes a ver a tu esclavo? ¿A vuestro monstruo
de feria?
Fausto hablaba con calma, lentamente, sin
pasión. La droga aún influía en su organismo.
Pilar liberó sus manos con una llave de
esposas que se encontraba colgando de la silla de un potro negro de BDSM.
— ¿Tampoco piensas en tu hija? Se está
pudriendo… Yo la maté y tú la abandonaste.
— ¿Quieres que vayamos a la cárcel y se
arruine toda nuestra vida por un accidente? Llevamos toda la vida trabajando y
tenemos solo un piso del que apenas hemos pagado la mitad del préstamo y un
coche que está por pagar también. Y no me hables de mi hija, solo yo sé de ese
dolor.
—Pues no lo parece. Te estás comportando como
una zorra. Si planeáis matarme “mi hermano” no sobrevivirá. Lo sé de una forma
natural, no puede pasar más de treinta minutos lejos de mí, moriría
deshidratado y desnutrido.
Pilar sentía los párpados pesados por la
acción del valium y su mirada se dirigía insistentemente a la bragueta de su
marido.
—Alguien tenía que tener la cabeza fría,
Fausto. Espero que lo comprendas pronto… Estoy cansada ahora. En veinticuatro
horas, hemos cambiado nuestras vidas
completamente.
Volodia prestaba atención a la conversación
del matrimonio, las imágenes llegaban nítidas y podía examinar las miradas con
el zoom de la videocámara.
Todo aquello era verdad, era un matrimonio
mediocre con un problema inimaginable para nadie. Incluso la magnitud del
fenómeno opacaba la muerte de su hija.
Si su plan había sido eliminar a la mujer,
comprendió que no sería tan fácil, cuando observó al repugnante “hermano” del
tal Fausto.
Pilar se acercaba a su marido con el paso
inseguro de los narcotizados. El marido intentó alejarla empujándola atrás con
las manos; pero su mujer recuperó el equilibrio y avanzó hacia él de nuevo,
cuando se doblaba de dolor en el suelo con las manos en la bragueta.
Fausto entró rápidamente en la inconsciencia
gimiendo de dolor. Su mujer acariciaba su paquete genital mientras lo desnudaba
de cintura para abajo. Cuando observó el pene detenidamente y sopesó aquellos
pesados testículos en su mano, se sentó frente
a su marido con las piernas abiertas. Sus bragas estaban empapadas, y el
pantalón…
Volodia apartó con repugnancia durante un
instante los ojos del monitor, cuando el pene y los testículos se desgajaron
haciendo ruido a masa líquida del pubis del marido.
Como una especie de gusano, el pene se
arrastraba dejando un rastro viscoso y rojizo, eran restos de sangre que
goteaba de las venas desconectadas y fluido lubricante. Se dirigía directo a
las piernas de Pilar.
La mujer se desabrochó el pantalón y se quitó
las bragas. Sus muslos se recogieron encima del vientre para favorecer la
penetración.
Volodia llamó a Candy a través del interfono: estaba
caliente.
Cuando la criada llamó a la puerta, apagó el
monitor para que no viera lo que ocurría. Cuando se agachó bajo la mesa y se
metió en la boca su pene, encendió de nuevo el monitor y bajó el volumen.
Era increíble… Excitante… Sería un éxito, lo
nunca visto.
El “hermano” ya se había introducido en la
vagina de la mujer y sobresalían los gordos huevos peludos, que se contraían
rítmicamente. Los muslos de la mujer temblaban y se había desabrochado la blusa
para acariciarse los pezones sin ningún cuidado. Jadeaba sin pudor, sin que le
importar si se oía. Y de hecho, podía oír sus gemidos a través de la puerta cerrada
del despacho.
El trabajo de Candy duró muy poco, Volodia
estaba demasiado excitado.
En el momento que eyaculaba en la boca de
Candy, el pene había salido del coño de la mujer y ésta lo había tomado entre
sus manos para llevárselo a la boca.
Estaba horriblemente grande, como si hubiera
crecido durante el coito. Volodia lo recordaba un poco más pequeño cuando lo
vio hacía unas pocas horas.
Y debía estar en lo cierto, porque cuando
Pilar intentó metérselo en la boca, vomitó por no estar acostumbrada a algo tan
grande.
Se aseguró de que la grabación siguiera en
funcionamiento antes de apagar el monitor.
—Gracias Candy, toma —y le alcanzó un
cigarrillo de hachís que guardaba en uno de los cajones de la mesa.
—Buenas noches, Volodia —saludó con
informalidad, Candy. En realidad se llamaba Ana.
Su jefe la siguió con la mirada hasta que salió,
seguramente se metería en la habitación de Emil, uno de los guardaespaldas. Había
sido día de paga y el personal tenía demasiado dinero en el bolsillo; Candy les
ayudaba a resolver ese problema (a ellos y la cocinera); pero sobre todo, era
la mejor actriz porno que había conocido.
Aunque Pilar se podría convertir en la próxima
Lovelace y ni ella misma lo sabía.
El pene estaba eyaculando en la boca de la
mujer, accionó el zoom y obtuvo un primer plano, el semen le salía por las
comisuras de la boca y por la nariz, bajaba por su garganta como una cascada
lenta y blanca para recrearse en sus pechos. Una gota blanca se desprendió de
uno de los pezones.
Dejó la grabación en funcionamiento y apagó el
monitor, ya vería mañana el resto.
Cerró con llave el despacho y se dirigió a su
habitación. Antes de dormir, envió un mensaje de texto a su camarógrafo
Stanislav, para que no se retrasara para el día siguiente y sobre todo, que no
llegara con su asistente de iluminación, él mismo le ayudaría.
Se durmió con su pistola cargada en la mesita
de noche, sentía una sensación de asco y desconfianza por tener a esos ¿tres?
individuos en su casa.
Pero era su trabajo, ya se había acostumbrado a
convivir durante temporadas con toda clase de tarados mentales, que solo podían
hacer alarde polla, coño y tetas, más vacíos que una cáscara de huevo.
Durmió sin soñar en nada. Fríamente como frío
era el lugar donde creció.
Fausto se despertó por un olor indescriptible
que ofendía y saturaba su olfato. Olía a mierda, orina y alguna cosa más que no
acertaba reconocer. Recordaba vagamente que su esposa lo había vuelto a
utilizar para follar con su hermano. Se encontraba lúcido, la morfina le había
dado un descanso extra que necesitaba urgentemente.
Cuando su vista se hizo clara y se acostumbró
a la luz, la vio.
Pilar se encontraba frente a él, con las
piernas abiertas; estaba inmóvil su piel estaba blanca y fría como la de la
ternera en las carnicerías, su boca estaba desmesuradamente abierta, la vejiga
y los intestinos se habían vaciado.
Y vio ese pequeño pene saliendo de su vagina,
como un feto, vomitando ante aquel aborto.
Le faltaba la respiración. Se vistió los
pantalones apresuradamente, abrió la puerta y subió las escaleras. Cuando llegó
a la planta baja, uno de los guardaespaldas le cortó el paso en el rellano.
—No puede pasar hasta que el señor Solovióv lo
ordene.
—Mi esposa está muerta allá abajo. Avise a su
jefe.
El guardaespaldas hizo una llamada a su
compañero que se encontraba rondando en el jardín.
—Emil, ven a la escalera del sótano, tengo que
revisar algo en el set de filmación. El señor Heras está nervioso y necesito
que estés con él unos minutos.
—Voy para allá, Jurgen.
A los pocos segundos entraba por la puerta el
guardaespaldas.
—Voy abajo, quédate con él un momento.
En unos instantes el hombre volvió a subir con
un ademán grave en el rostro.
—La mujer está muerta, tenemos que avisar a
Volodia.
—Solo son las seis y media de la madrugada.
—No podemos esperar, Emil.
Jurgen subió al primer piso para despertar a
su jefe. Emil llevó a la cocina a Fausto tras asegurarse de que estaba
razonablemente tranquilo, para que tomara un café y fumara un cigarrillo; al
fin y al cabo, solo era un hombre normal, nada de esos criminales o degenerados
con los que estaba acostumbrado a tratar cuando era policía en Svrenika hacía
ya quince años.
A los quince minutos y tras un par de tazas de
café, Emil recibió una llamada.
—Sí, señor Solovióv, ahora lo llevo.
—Vamos al despacho del jefe, quiere hablar con
usted.
Recorrieron el pasillo hasta el comedor, lo
cruzaron y tomaron el pasillo que daba a la puerta de la casa. El
guardaespaldas se detuvo ante la segunda puerta y llamó.
— ¡Adelante!
Volodia se había vestido con una bata de raso
negra y se le veía preocupado.
—Hay que deshacerse del cadáver, quiero que
hagáis una fosa muy profunda en el jardín, tras el invernadero. Que Xavier
plante unas flores, para que quede disimulada la tumba.
A continuación, invitó a Fausto a que tomara asiento en una
silla de plástico de jardín que se encontraba en el centro de un rectángulo de
plástico de invernadero casi opaco por el uso, frente al escritorio de mármol y
vidrio.
—Señor Heras, su esposa me contó su breve
historia; pero ella no sabía aún que lo que tenía usted entre las piernas es un
trozo de violador, algo abyecto que no debería haber ocurrido. Su mujer simplemente
estaba drogada por eso que tiene por pene. Esto es inaceptable, inviable. Usted
y su hermano son incontrolables. Unos verdaderos monstruos. ¿Sabe? Siempre he
pensado lo mismo que usted decía ayer al salir de aquí: no deberían nacer los
hijos de los violadores, todo lo que sale de lo podrido está podrido. Y ya no
quiero saber nada de toda esta porquería. Soy un pornógrafo, tal vez un ser
miserable para esta sociedad, pero tengo mi orgullo y mis prioridades. En un
principio me dejé llevar por el impacto visual, por las posibilidades de
negocio; pero ya he ganado todo el dinero que necesito. Me puedo permitir el
lujo de juzgar y actuar al margen de leyes y de escrúpulos —se acercó desde la
mesa para ofrecer un cigarro a Fausto, que aceptó—. He visto la grabación de
toda la noche y usted no puede vivir y
mantener semejante monstruo, no tiene control.
—Es lo que necesitaba oír por fin. No deberían
nace los hijos de los violadores.
—No saldrá de aquí para acudir a la policía,
no me voy a involucrar en este escándalo. Nadie sabrá lo que ha ocurrido con
ustedes ni lo que ocurrió cuando encuentren a su hija. Y tampoco voy a mantener
por ningún concepto esta mierda en mi casa.
Durante una inhalación profunda del
cigarrillo, Fausto sintió el sorprendente sonido de un escupitajo y durante un
instante todo fue luz. Luego dejó de existir al tiempo que caía de la silla al
suelo. Parte de su corazón había salido por la espalda, formando una estela de
carne cruda en el plástico del suelo.
El pene se desprendió y reptó por el suelo
unos centímetros antes de que Volodia, tomara el abrecartas de su escritorio y
lo clavara en el enorme glande. El meato parecía una boca torcida por el dolor.
Aún retorciéndose como una oruga, lo envolvió
con una esquina del plástico del suelo y lo pisoteó hasta que dejó de moverse.
Y siguió pisoteándolo hasta que dejó de parecer lo que era. Tiró la pistola y
el abrecartas en el pecho del cadáver y llamó a Jurgen por teléfono.
—Aprovechad la fosa y meted esta mierda
también allí.
A continuación presionó el botón del
interfono.
—Candy, por favor, en cuanto se levanten y
hayan desayunado Pedro y María, que vengan a limpiar el despacho a fondo. Todo
el suelo, todos los muebles, tarden lo que tarden. No quiero que quede ni una
arista sin limpiar, aunque parezca limpio. Que hagan lo mismo en el set de
grabación.
Envió un mensaje a Stanislav: “Se ha cancelado
la grabación, no vengas. Ya te avisaré”.
Metió la mano en el bolsillo y sacó una bolsa
de plástico con cierre, dentro había guardado el feto del pene que abortó la
mujer. Salió y se dirigió al almacén de materiales para el mantenimiento de la casa. Tomó un frasco
vacío de garbanzos, metió el proyecto de pene, llenó el frasco con alcohol y lo
cerró.
Con cinta de papel para pintura, hizo un
letrero y escribió: “Los hijos de los violadores no deberían nacer”. Y sonrió
porque solo él conocería el significado de aquello.
Cuando Pedro y María dieron por finalizada la
limpieza del despacho, colocó aquel frasco en un rincón de la estantería de
libros. Desentonaba con la decoración como un detalle sórdido y de mal gusto,
cosa que no le importó demasiado. Nadie creería lo que era de verdad, en eso
estaba lo divertido.
Borró la grabación del set y el video que le
adjuntó Pilar en el e-mail.
Y todo fue como una pesadilla que se
olvidaría, salvo por el hijo del violador que nunca nació, flotando en un
océano de alcohol. Muerto y olvidado.
Los pornógrafos arreglan las cosas de forma
eficiente, contra toda ley, contra toda moral.
Llamó a Candy por el interfono.
—Te espero en mi habitación.
—Ahora subo, Volodia.
Iconoclasta