7
Pilar entró en un local de internet que había
visto cuando salió en busca de la puta.
Le asignaron un ordenador en cabina
individual. Hizo una copia del video grabado en la tarjeta SD y lo bajó de
resolución para poder enviarlo por correo electrónico y luego marcó el número
telefónico de Volodia Solovióv.
—Ya tengo la grabación; se la voy a enviar
ahora mismo. Necesito que la vea enseguida y me diga algo al respecto. Estamos
en un aprieto que ya le explicaré si tenemos una charla.
—No te preocupes, lo veré ahora mismo y te
comento.
—No tarde, estoy en un ciberlocal.
Volodia abrió el correo electrónico que
apareció en el monitor en el momento en el que cerraba el teléfono.
Observó atentamente las imágenes con un gesto
de asombro. Era una grabación de baja calidad, para ser visualizada en un
tamaño muy reducido. A pesar de todo era impactante y ante la sencillez del video,
no pudo encontrar retoques ni trucaje. Aquel pene que reptaba por la cama y se
movía lentamente, parecía un ser vivo, un animal.
Pensó que si fuera un truco, valdría la pena
conocer como se había realizado para conseguir tamaño realismo; pero en modo
alguno podía aceptar que fuera real. Se encontraba excitado y confuso, era tan
realista que sentía una especie de rechazo que encajaría bien con el público
más fetichista.
Aquellas imágenes eran una agresión moral
directa al estómago del ciudadano normal. Los genitales reptando de una forma
tan viva, tan autónoma, podrían convulsionar a medio mundo con su degeneración.
Pensó en alguna especie de juguete robot
comandado a distancia, pero no consiguió identificar ningún movimiento
mecánico. El hombre que se encontraba sentado contra el cabezal de la cama
estaba realmente ido, y el proceso de cómo se desprendían los genitales de su
pubis estaba oculto, hasta que llegó la escena final y pudo ver apretando el
puño con reparo, cómo se acoplaba aquella cosa entre sus piernas.
Todo parecía tan extrañamente real que sintió
una especie de náusea.
Tomó el teléfono y llamó a Pilar Abad.
Apenas empezó a zumbar el teléfono, la mujer
respondió.
— ¿Qué le ha parecido, señor Solovióv?
—Impactante, he de confesar que no he encontrado
el truco.
—No lo hay. El siguiente paso es que lo vea en
vivo.
Solovióv no respondió, durante unos segundos
estuvo pensando en que, seguramente, sería una explicación decepcionante. Una
filmación que aporta un tremendo realismo por una simple cuestión de suerte.
Aún así decidió, como decía la mujer, verlo en vivo.
—Estamos a jueves… Podría hacerle un espacio
en mi agenda para el lunes a la tarde —dijo tras la larga pausa.
—Imposible. Le dije que estamos en un apuro
que solo puedo explicarle en persona y para el lunes, deberíamos estar, mi
marido y yo, en algún lugar oculto.
— ¿Dónde se encuentra usted ahora?
—En Alfajarín, muy cerca de su casa.
—Veo que no ha llegado hasta aquí por
casualidad. Está bien, la espero a partir de ahora durante toda la tarde. Me
encuentro en la urbanización La Rosaleda, mi casa es el 42 de Gran Zaragoza, dé
su nombre al guardia de la entrada y podrá pasar.
—Viene mi marido conmigo.
—Imagino que es el del video.
—Sí. Gracias por su atención, nos vemos en una
hora.
—Vamos a ver que ocurre. Hasta pronto, señora
Abad.
—Una cosa más señor Solovióv. Mi marido no
sabe el fin de nuestra entrevista, cree que nos va a prestar ayuda legal con el
problema que tenemos. Y seguramente se pondrá violento cuando vea que ha sido
grabado. ¿Tiene ayuda por si fuera necesario?
Por un momento, el ruso estuvo a punto de
negar la entrevista en vista de esa posibilidad; pero su experimentado olfato
le decía que valía la pena esperar.
—Estaré preparado para ello, no se preocupe.
Pilar salió deprisa del ciberlocal compró en el supermercado unos refrescos y
bocadillos y se dirigió de nuevo a la fonda.
— ¿Cómo te encuentras, cariño?
—Mal, vamos a la policía, no tenemos salida,
no hay otra opción. Puede morir más gente.
—Salimos ahora a ver al editor, él nos ayudará
con la cuestión legal. En una hora estaremos con él, y un abogado nos
acompañará al puesto de policía más cercano. Creo que es lo mejor.
— ¿Y por qué no vamos directamente?
—Porque yo quiero ir con un abogado y
justificar de alguna forma la demora y nuestra huida de casa. Nos tienen que
aconsejar qué alegar en la declaración.
—No me encuentro nada bien. Ni estoy de humor,
ni esta polla me deja tranquilo. Ni siquiera tengo ganas de discutir.
—No te preocupes, estamos nerviosos y tú más.
Todo se arreglará. Vamos al coche que en poco tiempo ya estaremos resolviendo
esto.
— ¿Seguro que es de fiar ese ruso?
—Claro que sí, es un empresario serio y sé que
es formal.
Recogieron sus equipajes, pagaron la cuenta
del alojamiento y cruzaron la pequeña ciudad. A pocos metros antes del final
del término, se encontraba el desvío hacia la urbanización. En unos minutos
llegaron a la gran casa, de Volodia Solovióv. Un palacete de dos plantas, con
fachada de mármol granate y ventanas de marcos negros. Era todo lo que se podía
ver desde fuera y por encima del muro de cemento que rodeaba la propiedad.
Pilar llevó el coche hasta el vado de entrada,
frente a una puerta negra doble, de hierro envejecido dándole un aspecto de
óxido. Bajó del coche y llamó al timbre del interfono.
— ¿Qué desea?
—Tengo una cita con el señor Solovióv. Soy Pilar
Abad y él es mi marido Fausto Heras.
—Puede pasar, aparque el coche en el parking
que se encontrará a la derecha del camino y sigan el camino de grava hasta la
casa.
Se abrieron las dos puertas automática y
silenciosamnte y Pilar condujo hasta el aparcamiento.
—Esto es la mansión de un mafioso —comentó al
ver la casa.
—Es un editor ruso con mucho dinero.
—Lo que yo te decía…
—Lo que importa es que necesitamos ayuda, y
conozco a este señor de hace tiempo. Me inspira confianza.
Frente a la entrada de la casa había dos
deportivos aparcados y una limusina negra Mercedes.
Pilar llamó a la puerta.
—Buenas tardes señora Pilar, señor Fausto —dijo
una sirvienta con uniforme y cofia, espectacularmente exuberante —. Les llevaré
al despacho del señor Solovióv.
Caminaron tras la mujer que calzaba unos
espectaculares zapatos rojos de tacón de aguja absurdamente altos.
Caminaron por el pasillo de la planta baja y
se detuvieron frente a una de las cuatro puertas, justo antes de llegar a un
salón enorme del que se podía ver una decoración de vanguardia.
La criada tocó suavemente a la puerta.
— ¡Adelante! —contestó con su fuerte acento
ruso Volodia.
Se levantó de su mesa de despacho, se presentó
con una gran sonrisa y saludó con dos besos en la mejilla a Pilar y un apretón
de manos a Fausto.
— ¿Les apetece tomar algo? ¿Un café, brandi,
vodka?
—No gracias, señor Solovióv —respondió Pilar.
Fausto se dejó caer en una de las butacas que
se encontraba frente a una mesita.
Solo preguntó si se podía fumar, el ruso le
ofreció un cigarrillo y fuego.
—Pues sentémonos y hablemos. ¿Cuál es el
problema?
—Mi marido ha sufrido una especie de
enfermedad, mutación o como quiera que se llame y ha provocado la muerte de
nuestra hija.
Cuando oyó muerte, el ruso alzó una ceja y
cambió su posición relajada con las piernas cruzadas y se inclinó hacia
adelante para escuchar con más interés.
— ¿Cuándo murió su hija?
—Ayer.
— ¿Y qué hacen aquí? Eso no se soluciona en
una tarde.
— ¡Te lo dije! La hemos cagado, deberíamos
haber ido a la policía y no huir —se encendió Fausto al escuchar la respuesta
del ruso.
— ¡Calma, señor Heras! Primero interesa saber
qué ha ocurrido exactamente y luego juzgaremos. Disculpe mi comentario, pero es
que una muerte siempre impacta. La escucho, Pilar.
En ese instante, llamaron a la puerta del
despacho.
— ¡Adelante! —gritó Volodia.
Dos hombres con traje negro entraron llevando
una bandeja de bebidas y otra con comida diversa para aperitivo.
—Disculpen, pero siempre me gusta hacer un
poco de aperitivo antes de comer.
Acto seguido, le guiñó un ojo a Pilar para que
continuara hablando con tranquilidad.
—A mi hija lo mató el “hermano” de mi marido
su pene la ahogó. Ya ha visto el video.
Fausto se puso en pie y se lanzó sobre su esposa,
la abofeteó y la llamó “hija de puta” antes de que los dos guardaespaldas
actuaran.
— ¡Asquerosa! Has hecho un video y se lo has
enviado a este mafioso. Además de puta eres subnormal —el sillón había caído al
suelo con el impacto del golpe y Pilar con él.
Fausto se abalanzaba de nuevo sobre ella
cuando los hombres lo sujetaron, sin embargó acertó a darle otro puñetazo en la
boca. Le aplicaron una descarga eléctrica y quedó aturdido. Se orinó en el
suelo.
—Dejadlo ahí. Joder, si se ha meado. Cerrad la puerta y quedaos
ahí por si os necesito.
Luego se dirigió a Pilar que se había puesto
ya en pie y se limpiaba la sangre de la boca con un pañuelo de papel.
—Parece que están metidos en un gran lío. No
hay forma de explicar a la policía porque se dieron a la fuga y dejaron el
cadáver de su hija en la casa. Ni hay forma de imaginar que no la mataran
ustedes.
—No quiero ir a la cárcel, no puedo ni quiero
separarme de esa parte de él que ahora amo.
—Yo no puedo ayudarles, no puedo involucrarme
en un delito, soy ruso, pornógrafo y con esto la policía tiene motivos más que
suficientes para vigilarme atentamente.
—Tal vez piense de otra manera cuando vea cuán
real es lo que aparece en el video.
—Esperad fuera y quedaos cerca, os llamaré
enseguida.
Pilar se acuclilló frente a su marido y lo
desnudó con dificultad de cintura para abajo ante la atenta mirada de Volodia.
—Quiero que observe bien ahora —decía Pilar
acariciando el pene que iba creciendo rápidamente entre sus dedos.
Fausto emitió un gemido y se llevó las manos
al pubis, enseguida las retiró y se relajó.
El pubis del hombre se agitaba como si tuviera
una erupción o un terremoto. Volodia se quedó impactado, fascinado. No podía
apartar la mirada.
Pilar se había sentado en el suelo frente a
las piernas abiertas de su marido.
El pene se desprendió del cuerpo con una
especie de chapoteo dejando una mancha de sangre en el suelo.
Fausto desde la niebla de una realidad vieja,
veía a su madre salir de la panadería donde trabajaba de dependienta. Eran las
nueve de la noche y su marido la esperaba en casa, muy cerca, a dos manzanas.
Isabel salió por la puerta que daba acceso a la portería del edificio. Un tipo
salió de la oscuridad y la arrastró hasta
la penumbra que había en la zona de los contadores eléctricos, bajo la
rampa de la escalera.
—No grites o te corto el cuello. Sube la falda
y bájate las bragas —le ordenó presionando el filo de un cuchillo en el cuello.
Isabel no lo hizo y el violador lanzó su
cabeza contra la pared, el golpe fue brutal. Sintió entre tinieblas como le
arrancaban las bragas y se introducía algo doloroso y ardiente en su vagina
seca. Le dolía, le dolía mientras la bestia le embestía y golpeaba de nuevo su
cabeza con cada empuje. Su sexo parecía desgarrarse por la brutalidad y la
sequedad del coito.
—Te voy a dejar preñada, niña cachonda. Vas a
tener un hijo de verdad con un hombre de verdad.
Intentó gritar, pero su boca estaba cubierta
por una mano maloliente. Perdió la noción del tiempo y cuando se dio cuenta, se
encontraba sentada en el suelo y de su vagina goteaba semen y sangre.
Juan ya estaba inquieto por la demora de su
esposa y decidió acercarse a la panadería. El dueño le dijo que ya hacía casi diez
minutos que había salido. Entones escucharon su llanto desde la puerta que daba
a la escalera. Ambulancia, médicos, policías, nervios, vecinos, humillación…
Nunca dieron con el violador.
Volodia se llevó la mano a la boca aguantando
una arcada, mientras el pene se arrastraba hasta la mujer, retorciéndose para
abrirse paso entre sus piernas.
Lo tomó en las manos, besó el glande viscoso y
le dijo que lo amaba.
El pornógrafo no salía de su asombro, su
cigarro se quemaba entre los dedos.
—Tiene que ver que es real. Observe el agujero
de mi esposo, no está hecho como un prótesis. Tome una linterna y mire, es muy
importante. No hay nada parecido en el planeta.
Venció su repugnancia y se acercó con la
pantalla del móvil para observar el agujero que en el pubis del marido. Había
gotas de sangre y unos nervios pequeños y retoridos colgando, la carne
palpitaba enrojecida donde debía encontrarse el pene y los testículos.
Pilar se puso en pie con su amor entre las
manos, acercándoselo.
—Tóquelo y lo sentirá incluso respirar. No
puede haber dudas.
Pasó un dedo a lo largo del bálano, sintió el
increíble calor de una piel viva, el tono muscular y las gruesas venas
palpitantes. Tuvo la sensación de estar tocando algo con vida propia. Retiró la
mano con temor, con asco y asombro.
—No puede ser. Es increíble.
— ¿Nos ayudará? El tiempo apremia.
—Sí. Se alojarán aquí. Tengo que pensar, ahora
no puedo hacerlo con claridad. ¿Por qué está muerta su hija?
Dejó con cuidado el pene en el suelo que se
dirigió de nuevo a su cuerpo.
Volodia volvió a quedar de nuevo fascinado por
el fenómeno.
—Él la sedujo y sintió en ella el rechazo. Usó
su fluido para que ella abriera la boca, para excitarla más allá de su
voluntad y la asfixió metiéndose en
ella.
—Entonces usted está drogada. Es una yonqui de
esa cosa.
—Desde un principio lo acepté. Llevaba semanas
soñando con él y de repente una mañana se hizo real dentro de mí y ya no pude dejar de pensar en él. Soy
adicta, estoy drogada… Llámelo como quiera, la cuestión es que solo sé que lo
amo. Me transmite amor cuando está dentro de mí o en mi boca. Encajado en el
cuerpo de mi marido me excita y me excita también cuando se arrastra por las
sábanas o por el suelo buscándome. El placer provoca que mi mente sea arrancada
de mi cuerpo y sea libre. No he sentido jamás algo parecido.
— ¿Sabe, señor Solovióv? Mientras conducía
desde Barcelona hacia aquí la noche pasada, lo llevaba metido dentro de mí, y
la cosa que es mi marido dormía, o estaba en trance. Lo he llevado metido en mi
sexo más de dos horas y no he dejado de gemir como una perra.
El ruso la observaba como quien escucha a un
loco, con cautela y fascinación. Intentó llevar la conversación a un punto más
pragmático, porque en su propia cabeza había confusión y sorpresa.
—Pilar, lo primero de todo es asesorarnos
sobre su situación legal; y por supuesto, tenemos que convencer a su marido de
que aquí estará bien, cosa que veo imposible.
—Mi marido no tiene nada que decidir. Lo
podemos mantener drogado y que actúe de recipiente de su hermano.
—No puede estar drogado toda la vida. Moriría
en poco tiempo. Hay métodos mejores y más sanos. Es de suponer, que usted no se
separará de “su novio” —dijo con sarcasmo el ruso.
—Tenemos un pacto. Señor Solovióv, debe
entender una cosa, si yo participo o yo voluntariamente accedo a que tenga sexo
con otra mujer, él actuará y se moverá con normalidad. Cuando me penetra,
cuando lo toco, todos sus sentimientos y todas sus emociones las percibo. Está
enamorado de mí desde que me casé con Fausto, solo que no había conseguido aún
crear su propia red neuronal. Y cuando yo no esté cerca o presienta que estoy
muerta, matará todo lo que se folle. Como hizo con mi hija.
Volodia se retractó en su intención de pegarle
un tiro en la frente a la mujer y enterrarla en su jardín. Tenía que ser cauto
y observar cómo era esta extraña relación, por él mismo.
—En el sótano se encuentra el set de
grabación, está bien climatizado y
limpio. Allá tenemos un cuarto especial para los actores que llegan del extranjero.
Dejaremos allí a su marido debidamente sedado de momento. Mañana haremos una
prueba de grabación, y necesito a mi mejor técnico para ello.
—No puede convertirse en un circo, no pueden
conocerlo tantas personas.
—Solo las imprescindibles. Y créame, mi gente
está bien escogida.
Conectó el altavoz del teléfono de su
escritorio.
—Candy, ven para acompañar a la señora Abad a
la habitación de invitados.
—Ahora déjeme que llame a mi abogado para que
indague si ya van tras ustedes y calibrar lo que hay que hacer con su situación
legal. Nos veremos a la hora de la cena, a las nueve y media. Mientras tanto,
mi casa es su casa.
—Gracias, señor Solovióv.
—Una última cosa, Pilar. ¿Cuál es su
pretensión económica por la “venta” de su marido y su amante.
—Lo que usted juzgue oportuno, que vaya de
acuerdo con sus ganancias si las hay. Y por supuesto, que nos cuide de la
policía; pero una cosa está clara: no me separaré de ellos.
—Me alegra saber que no está poseída por una
ambición excesiva. Haremos un buen negocio —dijo el ruso ya dando media vuelta para sentarse en la mesa de su
escritorio.
Pilar salió del despacho tras la criada, un
tanto preocupada por la sonrisa de tiburón del ruso.
Volodia mandó entrar a sus guardaespaldas.
—Sedadlo, llevadlo al sótano y atadlo, no
quiero que rompa nada.
Uno de los hombres se dirigió al mini bar bajo
el televisor y de una cajita negra sacó una jeringuilla y una ampolla con
morfina. Tras preparar la jeringuilla, la inyectó en el brazo de Fausto.
—Los hijos de los violadores no deberían nacer
—pronunciaba en un narcotizado murmullo Fausto mientras lo llevaban de los
brazos y las piernas.
Volodia sonrió al oírlo, su madre fue violada
a los dieciséis años en una fría aldea chechena, él era hijo de un violador.
—Algo de razón tienes, amigo —dijo para sí.
Cuando cerraron la puerta y se quedó por fin a
solas, se dejó caer en el sillón, y arrugó el ceño por el olor a orina que
había quedado impregnado en el aire. Tomó un sorbo de su vaso de güisqui y
empezó a poner en orden sus ideas.
Iconoclasta
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