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13 de enero de 2020

La impúdica rama


Si fuera árbol, tal vez lo sea, no lo sé… Y tú caminaras con toda tu brutal sensualidad en la soledad y el desamparo de la fría noche, extendería mi impúdica rama preñada de deseo para atraparte, para llevarte a mi húmeda y desenfrenada oscuridad. Llenarte toda de mí en una blasfema comunión pagana. La hostia, mi semen humeante prendido como gotas de nácar en tu monte de Venus.
Y el agua del río formando un sereno canto de tragedia…
Cubrir toda tu piel, meterme en todo cuerpo por todos los huecos…
Un árbol-bestia rugiente, follándote carne y espíritu tan profundamente como el amor y su imposibilidad corren por mi savia.
Rasgarte vestiduras y lacerar tu piel hasta que tu gemido se convierta en suspiro y entre mis fuertes ramas, te vengas, te corras y maldigas mi pornográfico y terrible amor violento e impúdico. O tal vez, que mi corteza se abra sangrante con el rugiente acto de violarte.
Herirás hasta la sangre mis labios mordiéndolos con tanto deseo como puedo soñar… Ésta es mi voluntad, éste es mi sueño de humor espeso y blanquecino que mana de tu coño satisfecho en mi eterna oscuridad, con tu corazón latiendo entre mis ramas.
Y tu pensamiento, adueñándose de lo poco que queda del mío.
Al fin y al cabo, no tengo alma te la llevaste; la aspiraste con la primera mamada que me hiciste.
Y te necesito para tener algo de humanidad en esta soledad sin ti.
Tal vez sea un lobo, y tú una caperucita; pero te aseguro que no hay nada de infantil en ello.
Y la moraleja es tragedia de amarte.






Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.


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