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29 de mayo de 2012

Técnico en Miserias y Mierda



No es fácil vivir, a veces es tan difícil que la muerte se presenta como una solución.
Falta espacio y falta aire; por tanto, falta libertad. Y sin ella, la muerte es el único horizonte.
Mueren los amores por la estrechez y el aire viciado.
Las ilusiones se aplastan contra las paredes y caen al suelo mezcladas con la suciedad y la tapa de un frasco de comprimidos.
Ahí es donde entro yo si aceptan mi presupuesto.
Deberían promocionar la carrera de basurero entre los estudiantes, es más humana que la de médico. Se sobrevaloran las ciencias y las letras.
Se sobrevalora la inteligencia del ser humano; hay superávit de abogados, ingenieros y médicos. Faltan operarios de limpieza.
Yo soy el mejor limpiador de mierda y miserias. Y opero con mi Súper-Visor de Mierda GTX-FIC666XPJ5 Tócamelos del revés.
No hay suciedad que se me escape por muy incrustada y adherida que esté a las paredes, suelos y en los cerebros.
Puedo ver con una calidad matricial de un puto trillón de megapixels toda la mierda que hay a mi alrededor.
Y al vuestro.
No hay tanto cerebro como se piensan, por mucho que quieran graduar a un millón de estudiantes al año.
Y mientras unos juegan a querer ser médicos, nadie barre la mierda.
Excepto yo y alguno más que no conozco.
Los hay que no soportamos un piso sucio de sueños muertos. Los hay que intentamos limpiar; pero jamás se acaba la mierda.
Mi Súper-Visor de mierda la ha detectado a unos trescientos metros de mi almacén. A veces soy curioso.  Otras por instinto y porque soy viejo en el oficio, sé que “algo huele a podrido en Dinamarca” y si no tengo trabajo, me dedico a analizar las porquerías que detecta mi aparato. Me gusta mi trabajo, soy filósofo y cocino como dios.
También soy voyeur aficionado. Es un asco ser experto en tantas disciplinas…
Soy el hombre perfecto. Dueño de la empresa: Limpiezas de Miserias y Podredumbres Zaratustra, The Man.
Es un título rimbombante; pero como trabajo con la mierda, tenía que darle estilo y profundidad al nombre de mi empresa.
A sus pies hay un suelo cubierto de papeles pisados. Palabras sucias y avejentadas, como mi pensamiento que no sabe hacia donde expandirse sin encontrarse con una pared pintada con estuco italiano o con acrílica barata y blanca; pero siempre rezumando hastío.
Es mejor morir y que la muerte llegue rápida antes que seguir degenerando en vida sobre el manto putrefacto de las ilusiones desintegradas.
También debería haber un módulo de formación profesional dedicado al suicidio. Ser suicidador no garantiza un buen sueldo; pero siempre es edificante meter una aguja cargada con veneno en la vena de algún desgraciado que se asfixia en un mundo pequeño.
De todas formas va a morir.
Y el dinero nunca viene mal.
Me estoy formando por mi cuenta en venenos y drogas. Muchos clientes que me contratan para la limpieza suelen estar tan destrozados y hartos de basura, que se levantan la manga y me muestran la vena por si tuviera a bien inyectarles algo; pero cuando les digo que eso tiene un coste adicional, me suelen enviar a la mierda. Es redundante.
Nada nuevo, la vida es repetición tras repetición.
El amor tampoco viene mal, a veces cumple su misión de hacer volar a los hombres y mujeres batiendo las orejas como abejitas. Lo malo es que no estamos preparados para volar, los cojones y las tetas desequilibran a “abejos” y “abejas” y en lugar de libar, se emborrachan o se drogan y montan una historia romántica basada en mentiras y narcosis.
La idealización del amor es un trance por el que hemos de pasar.
Es un papel que revolotea  buscando un sitio donde aterrizar en el piso sucio. El amor solo puede formarse a partir de buenos sueños y esperanzas. No es malo, es incluso bueno; pero no deja de ser papel y palabras que se tornan borrosas.
Escribimos notas que tiramos al viento pensando que el amor llegará como el mensaje del náufrago en una botella. Es así y no existe otra forma de enamorarse.
Solo que los mensajes en una botella llegan a alguien cuando el náufrago ha muerto; o su cuerpo está tan consumido, que se rompe al rescatarlo.
No es que sea pesimista, soy realista.
También puedes pagar a una puta para que te diga: “Eres divino y te amo”. Cosa que va bien para pasar el rato; luego se le dice que barra los papeles de mierda que ha tirado por el suelo y te deje el piso limpio (hay que acordar este detalle en el servicio antes de pagar); pero a largo plazo acabas harto de gastar dinero para nada.
Y luego está la música y las películas que forman en el suelo otro estrato de inmundos restos de momentos pasados. De momentos abortados.
Las películas y canciones marcan momentos de la vida, las lecturas apenas nada; requieren demasiadas horas y son íntimas. Un libro solo nos recuerda a nosotros mismos en algún momento de nuestra vida. Algo que no compartimos. Maravillosa sea la lectura…
 Leer solo deja un rastro de cultura y de emociones que es difuso. Las palabras tan numerosas se pierden con el tiempo.
Sin embargo, las canciones y las películas son breves, se comparten. Y sobre todo, se repiten y se propagan en todos los espacios y épocas. De ahí que dejen un lastre tan pesado en el ánimo para bien o para mal.
Las canciones y películas de nuestras épocas de amor y cariño son especialmente emotivas y melancólicas
Es lógico dar un buen trago de veneno escuchándolas, cortarse distraídamente las venas. O dejar un fogón de la cocina abierto.
Si a la música o a esa película se le añade un sórdido decorado de persianas bajadas y humo de tabaco, se crea un ambiente propicio para atajar esa melancolía.
No es broma, el cerebro insiste en escuchar esas canciones una, y otra, y otra, y otra vez.
En lugar de sosegar, el pensamiento hace un descenso directo y vertiginoso a la Gran Fosa de la Tristeza.
Y si esa pena causa cobardía para seguir viviendo, se compensa con una fuerte valentía por morir.
Es lógico y de obligado cumplimiento, que esa mujer se trague en este momento, dieciséis comprimidos (justo los que quedan en el frasco) de la medicina que el psiquiatra le recetó hace unos meses.
Nadie es tan ingenuo de pensar que su depresión se va a curar en un día si en una sola toma, se traga la dosis de dos meses juntos.
Que nadie se equivoque, lo que quiere es morir. Lo último que ahora quiere es vivir; lo dice su respiración interrumpida por el llanto.
Dan ganas de morirse con ella. No parece una mala mujer. Es emotivo que muera tan sola.
No me gusta.
Pero nadie tiene tanta suerte de encontrar un compañero de suicidio.
Morimos solos.
Algunos pensarán que es una putada.
Yo pienso que es mejor así, si no has encontrado en toda tu vida a nadie con quien compartir decentemente la vida; a la hora de la muerte que no venga nadie a molestar.
El CD de éxitos de los 70, suena una y otra vez. Sus ojos no llegan a secarse y me pregunto cuántas lágrimas podemos almacenar.
El micro unidireccional del Súper-Visor, vale su peso en oro. ¡Qué maravilla!
Dicen que quien llora no mea; pero me da asco pensar que las lágrimas puedan subir de mi vejiga.
A la mujer poca gracia le hará escuchar semejante sandez y puede que no se ría cuando lagrimee más aún por la falta de aire cuando le sobrevenga el fallo cardio-respiratorio.
Morimos asfixiados, boqueando como peces en la arena buscando aire.
No puede ser agradable, ninguna muerte lo es.
Ha dejado un cigarrillo en el cenicero que se consume solo, como ella. Sin que nadie le haga caso. En  la planta de su pie, tiene enganchado un mugriento papel que dice: Adiós juventud.
Mi Súper-Visor es cojonudo, capta hasta el más mínimo detalle. Capta hasta el dolor.
No se molesta en despegarlo, no tiene a nadie que le quite la mierda de los pies. Una vez lo tuvo, un envoltorio de pastelillo de chocolate que está pegado en el pomo de la puerta de su dormitorio dice: Luis, te amaré siempre.
Nadie ha hecho caso de ese papel desde hace seis años (el Súper-Visor analiza la edad de la mierda por medio del espectro cromático). Nadie lo ha desprendido de allí para anotar otro nombre. Se pudre el papel creando moho en el metal.
Por otra parte, los restos de ese dulce pastelillo que un día protegió el envoltorio, parecen mierda seca.
Y nadie quiere tocar la mierda…
Debería haber más titulados en porquería para ayudarnos en esas tareas domésticas.
Sería bueno que los gobiernos becaran los estudios de mierda.
Y vomita no porque el chocolate ahora parezca mierda, si no porque las pastillas le están jodiendo el estómago, el medicamento se ha ido al hígado en grandes dosis. Y a su cerebro.
Siente un mareo devastador que la inmoviliza a un sillón que se agita en un mar proceloso de papeles sucios. En un barco pequeño, muy pequeño.
Muy sola…
Esta parte me gusta especialmente me suelo masturbar a pesar de que la vida es una mierda: se acaricia el sexo evocando placeres que lleva años sin sentir. El clítoris está seco y le duele. El vaivén de su barco en las turbulentas sucias la distrae del placer y no acaba de sacarle placer a ese coño aún lamible. Es extraño ver una mujer haciéndose una paja y llorando.
Mostrando su vagina desflorada a nadie. Nadie le lame el coño.
Es vieja, tiene al menos cincuenta.
Los cincuenta es una mala edad, no acaba de definirnos como viejos ni como maduros. No acaba uno de decidirse por el coito vaginal o el anal.
Tengo que ser sarcástico y divertido porque la mierda que rodea y se come a esta mujer que muere es desesperante. Me infecta el ánimo.
Dan ganas de comer su vómito para llenarme de ansiolíticos también y ayudarle a cruzar el Hades, que no lo haga sola.
Ha muerto ya, se ha puesto histérica cuando sus pulmones no han podido aspirar aire y se ha levantado del sillón, arrepentida. Ha caído al suelo y se ha destrozado la cara al caer sobre la mesita de cristal; no le importaba la cara, solo quería respirar.
No lloro, estoy meando. Los limpiadores de mierda y miseria no somos demasiado escrupulosos.
Coloco la funda de mi Súper-Visor de Mierda GTX-FIC666XPJ5 Tócamelos del revés para protegerlo de la mierda de la noche, que es más traidora. Siempre me llena de nostalgia este momento del día; pero no me voy a suicidar.
No aún.
A la mierda.









Iconoclasta


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23 de mayo de 2012

Eternidad

Con cinco minutos me bastan para no creer que he perdido la eternidad que se juró. Trescientos segundos que le robo a un bostezo con un par de pensamientos ligeros, pasan rápidos aunque yo los mire a cuentagotas deseando que no terminen nunca.
La eternidad encerrada en un reloj con cinco minutos de arena que se deshace al caer me impide darle vuelta de nuevo. Arena que se disuelve en el viaje de su caída con trampa. Debería estar acostumbrada, las opciones no venían incluidas en el paquete de mi existencia.
Se hubieran ahorrado lloriqueos si tan solo el chip de entendimiento por una eternidad no estuviera desbloqueado. O lo olvidaron o lo hicieron con mala intención… Con muy mala intención.
He pensado mucho sobre de qué manera gastarme la falsedad de eternidad. Esta que me han regalado y que compraron en fayuca sin garantía. Pensaba eternizar la alegría de mi niñez en soledad mientras los ancianos imaginarios me cuidaban en el jardín trasero del hogar en ruinas. Tal vez, ocuparía esas mediocres centenas de segundos para  un inmenso orgasmo espasmódico; lo sentí banal.
Con el reloj en la mano y la rabia de una ausencia, la multitud de recuerdos se reproducen a una velocidad de miedo. Una estación de autobús, una carta, semen derramado, el llanto en los ojos de un niño, los pétalos secos, unas gafas, el bostezo, mi clítoris,  un espejo, dios, un nombre…
Y el carrete se detiene cuando escupo  sangre para vomitar el amargo trago de bilis. Tengo la vesícula reventada y la piel comienza a notarse infecta…Como toda yo, como siempre, no hay nada raro.
La vida me ha dado sabores más repugnantes que los que hoy llevo en la garganta y el nudo es mucho más pequeño que el que he tenido que tragar por años.
Cuando pensaba en morir deseaba que fuera bajo una causa extraña; no por esto tan simple y sin emoción. No acabaré de ninguna manera fuera de lo común a como he vivido. Siempre envuelta en mierda, sangre y amargura. ¿Qué diferente tiene pasar al otro lado de la nada bajo el mismo panorama?
Cuando me regalaron la falsa eternidad, me ilusioné como una cría al principio. Mientras vas observando los detalles y lo mal que la han fabricado me di cuenta que era la misma mierda de siempre: espejismos.
Tengo el reloj a punto de poner a correr.
Creo que es buen tiempo. Un poco de calma ante tanto engaño no cae mal.
Lo siento, mi amor. Pensé que te podría alcanzar en la eternidad, pero me engañaron hasta el final. Me dieron muerte seca y sin esperanza: momentos de vida en cinco minutos que se hacen nada, sin opción.
Los granos comienzan a caer y sé que cuando caiga el último este dolor que me dobla desaparecerá por completo, la infección se apoderará bestialmente de todo tejido muerto y las larvas comerán hasta el último pliegue de mi coño, sí, ese que solías bañar con tu lengua.
¿Te das cuenta en qué invertí mis últimos segundos?
Lástima que no sea un cuadro romántico de Julieta muriendo envenenada, tampoco seré la obra interpretada en los teatros, porque soy burda hasta en mi muerte. Vestida entre vómitos y una masturbación que enuncia tu glande.
Mi boca chorrea un verde líquido espeso y sé que doy vergüenza.
Caen tan rápidas las arenas que el único alivio lo agradecerá mi sistema nervioso al dejar de sentir dolor.
Me dieron muerte a cambio de eternidad. Otra vez invadida en el engaño.  Y yo que daba brinquitos infantiles al saber que te encontraría en un mejor lugar que ni dios pudo crear. Siempre fui ingenua.
Esa es la asquerosa realidad.
No te veré jamás.

 Aragggón
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18 de mayo de 2012

Leche rancia



Despacio se desprende la gasa que retiene la supuración. El paño se ha llevado un trozo de su pezón; la sangre fétida es pálida como una lágrima  que cae sin fuerza.
La leche agria resbala en coágulos por la boquita reseca del niño con la piel de cartón. Ella agita su mandíbula rígida y cree que puede succionar. El pequeño no responde.
Trozos de placenta son amasados con los dedos de los pies para darle un poco de calma. Ella espera que en un intento de tantos el crío deje de enfriarse entre sus brazos y sus pechos vuelvan a reiniciar el mecanismo.
Nadie le cura las heridas y no quiere preocuparse por lavarlas. Sus  piernas hieden a líquido amniótico, orina y mierda. Hace días que parió al pequeño y sus gritos deambulan solo en su mente. Un parto inconcluso para ella, no lo ha escuchado llorar…
Hay madres que pueden parir vida y luego la escupen. Ella le escupe a la vida por parir un trozo de muerte con forma de niño. Y se lamenta gruñendo como una hembra lastimada. Maltrata un útero inservible y maldice a Dios por la piel de hoja resquebrajada de un hijo que se desintegra por segundos.
Prestaría su vientre al diablo para regresarle el aliento al niño y el instinto de succión comenzara a funcionar.
Pero nada de eso es cierto. Ni el bien existe ni el mal le haría un favor piadoso. Tampoco a la ciudad le interesa un ritmo pulmonar perdido, a pesar de que ella extirparía, si pudiera, el oxígeno de todos los pulmones posibles  para regalarle al pequeño una brizna de aliento.
Su mirada se pierde en algún punto imaginando el escondite de la pequeña alma.
-¿Por qué no vienes a mí?...
Sus pasos van a buscar en el agujero del muro una esperanza falsa, como si su niño jugara al escondite. Se levanta de la silla donde acuna el frío y rígido sueño y de su puño sujeta el cordón umbilical que aún no ha cortado el abdomen del bebé.
Tal vez esté ahí metido, piensa. Entre arañas y hormigas de  yeso.
Ella deambula con el cuerpo del pequeño arrastrándolo por la casa. Cortó el cordón ella misma, pero no lo soltará mientras pueda. Lo busca entre juntas y grietas mientras llega la hora de regresar a la silla e intentar de nuevo su rancia lactancia.

Aragggón

16 de mayo de 2012

Medio siglo



No sé si queda algo por lo que maravillarme, cuando cumples medio siglo de vida todo se sabe, se conoce.
Y lo que no se conoce se intuye con milimétrica precisión.
Como el final de las rosas cortadas, no hay que ser un genio.
No me fio a estas alturas de que pueda ver algo nuevo, prefiero mantener un sano escepticismo. Un cinismo nada refinado.
No hay sorpresas, solo algún que otro terremoto, alguna molestia descontrolada. Cosas que no tienen la suficiente importancia como categorizarlas en sorpresa.
La basura evoluciona (al igual que los seres vivos y los edificios), tranquila por el espacio y a mi alrededor. Hay veces que orbita demasiado cerca; pero tengo recursos para evadirla muchas veces.
Siempre hay una luz de esperanza que brilla como una ridícula vela votiva en una capilla; para que no nadie diga que soy un desencantado. Pero que algo cambie y me sorprenda es una simple lotería en la que no pongo ningún esfuerzo por interesarme.
A los cincuenta uno debería mantener los logros, recordarlos, atesorarlos como prueba de vida. Porque si no recuerdas, no has vivido.
No acabo de verlo así, no puedo porque sudo fuerza en mis músculos.
Me han dicho muchas veces a lo largo de mi vida que mi ímpetu y mis arrebatos se aplacarían con la edad. Luego me dijeron que ya debería haberme apaciguado e integrado en la vida.
Me dicen que nunca cambiaré.
No voy a escribir de lo que oigo, de las experiencias ajenas. Aún tengo demasiada leche en mis huevos.
No me mató un coágulo de sangre en el pulmón y no voy a sentirme tranquilo y relajado por tener cincuenta años de mierda.
Necesito seguir ejerciendo mi crítica, mi injusta visión de las cosas y demostrar que sin drogas, mi cerebro sigue creando las más lisérgicas, oscuras y perversas ideas.
No quiero paz, ni que cese el hambre y la miseria en el mundo. Tengo poco tiempo y no lo puedo perder en otros. Soy un egoísta nato.
No seré nunca un viejo afable. Tal vez porque no llegue a viejo o porque no sea jamás alguien amable con la humanidad y ansioso de desear buenas cosas a cualquiera.
Moriré cagándome en dios, intranquilo, insatisfecho. Encolerizado.
No se oirá de mí palabra cordial alguna hacia la humanidad.
Solo mi cariño y amor por mis queridos humanos que son muy pocos.
Nunca creí de pequeño, que ahora en mi bajada libre hacia la muerte, a la vejez; sería tan valiente avanzando hacia el final.
Superé mi miedo infantil a la muerte sin apenas darme cuenta. He pasado de ser cobarde a indiferente hacia la muerte y la vida de otros.
La muerte no me importa y la vida a veces me molesta.
Morir es un mal menor cuando pasas revista a tus errores.
Recuerdo multitud de cosas buenas; pero los errores me avergüenzan con la misma intensidad que en la época que los cometí, que los cometo.
Masturbarme no siempre me distrae de esas cosas y a veces el semen gotea espeso y triste por los dedos cerrados en el pene entre un orgasmo contaminado de algún fallo idiota. Pesan y avergüenzan sobre todo, los fallos de los otros, los que no se pueden controlar y traen consecuencias. El error de los que se mueren antes de tiempo cuando los amas, de los que me han juzgado sin tener ni puta idea. Esos errores son los que más me irritan, los de los otros. Los que son aleatorios y producto de unas cabezas que no me interesan.
Y traen consecuencias como cobrar menos dinero por un excesivo trabajo, por ejemplo. Pequeñas cosas que joden. La hipocresía que me avergüenza de ser humano.
Si de algo sirve ser cruel con uno mismo (autocrítico como eufemismo), es para serlo con los demás. Me he denigrado y despreciado tanto, que los demás, sus actos y sus pensamientos son mi comida diaria. Afilo sus huesos arrebatándoles todo el honor que hubieran podido tener. Todo su carisma me lo fumo con bocanadas profundas de mis cigarros.
Tengo cincuenta años, no puedo creer en hombres santos, benefactores y genios. No existe la justicia, solo hay leyes que me joden y coartan mi libertad. Sé cuanto dinero cuesta todo y el dinero circula en manos de un reducido grupo de puercos muy exclusivos.
Y si hay una contante universal, es que con honradez y sinceridad no se gana el suficiente dinero como para ser feliz no se triunfa en nada.
Tengo cincuenta años. Siempre he tenido los cincuenta y algo me decía que las cosas no iban a ser fáciles y que hay mucho hijo de puta envidioso controlándolo todo. Si te ven sonreír te amargan la sonrisa por pura ostentación de poder y envidia.
Fui un niño de medio siglo con miedo a la muerte, había noches que no quería dormir porque tenía miedo a no despertar.
Y ahora no quiero dormir para seguir insultando a los envidiosos. No es faltar el respeto insultar a los poderosos, a los jueces y a los millonarios. Es un acto de justicia. El mismo respeto debo que el que me han dado; en definitiva, me paso por el forro de los huevos todo ese respeto de mierda hacia las instituciones y los grandes maestros de toda disciplina.
No puedo dormir y no tengo miedo a que me estalle una arteria en el cerebro de tanto imaginar a tanto idiota despedazado y con sus rostros de deficientes mentales salpicados de mi semen.
Tengo cincuenta años y no me calmo, no me apaciguo.
Todos tuvieron un craso error al juzgarme; pero ellos no se avergüenzan, les falta cojones para verse en el espejo tal y como son.
Yo soy un espejo de medio siglo.
Y lo que con un ejercicio de candidez deseé cuando soplé las velas de la tarta, creedme, es mejor que no lo sepáis.
Buen sexo.







Iconoclasta


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11 de mayo de 2012

Yo violador



Solo necesito una navaja y mi erección para ser hombre.
Follar es lo fácil. No es una simple cuestión sexual, es puro sometimiento. Soy dominante y elijo a la hembra que voy a joder.
Quisiera vivir en la selva, en la sabana africana y perseguir y asaltar a las mujeres de cualquier edad; follarlas cuando quedan inmovilizadas por el miedo. Embarazarlas con mi semen de cazador.
En la ciudad no puedo ser tan natural y espontáneo.
Trabaja en una tienda de cosmética. Es un barrio céntrico y tranquilo, he observado a la hembra durante varios días. No sale nunca más allá de las nueve y cinco de la noche. Siempre acorta el camino por el pequeño pasaje que atraviesa la manzana de casas, la lleva directa a la boca del metro.
Tiene unos cuarenta años, sus tetas son firmes y viste de forma discreta, a pesar de ello, se aprecia que sus carnes están prietas, hace gimnasia. Hoy viste pantalón tejano, una camiseta blanca con rayas doradas imitando una piel de leopardo y unos zapatos rosas sin tacón y suela flexible. Cuelga de su hombro un bolso gris claro de saco. Está casada, o al menos eso indica su sortija.
Está a punto de salir, ya se despide de su compañera o jefa. Siempre se va antes.
Me escondo en el portal de una vieja casa, en el centro del callejón, la puerta es de madera, está medio podrida. Suele estar entornada sin llegar a cerrarse. Ayer lo estaba; pero la abrí presionando fuerte con el pie en la parte baja.
Viven dos vecinos, según se puede ver en el portero electrónico. Suele vivir gente mayor en estas viejas casas.
El callejón está apenas iluminado por cuatro farolas de luz mortecina.
Con sus zapatos de suela de goma no hace ruido, tengo que prestar especial atención asomando la cabeza por la puerta con cuidado.
Está a unos cincuenta metros y camina por la acera en la que me encuentro. Esto va bien…
Cuando alcanza el portal la tomo del brazo. Da un pequeño grito de sorpresa.
—Ni se te ocurra gritar —le digo presionando la navaja hasta herir la piel en la espalda, por debajo de las costillas.
(Artículo 366I-c del Código Penal Federal. Privación de la libertad. De tres a cinco años, según las circunstancias. Es algo circunstancial, demasiado y la privación solo es por unos minutos, no tiene importancia. Me la pela).
Intenta zafarse de mi brazo; pero la atraigo volteándola contra mi pecho, con la navaja ahora en su vientre.
—Entra aquí. Y te juro que te corto el cuello si gritas —la meto en el portal cogiéndole un puñado de cabellos color caoba por encima de la cabeza.
Con el tenue resplandor que entra de la calle, observo su pesado escote agitarse con el llanto.
—No me haga daño.
Como respuesta le doy una bofetada y le rompo los labios, me duele la mano y me pongo furioso.
(Artículo 147 del Código Penal Federal de seis meses a tres años. Es un precio excesivo por una bofetada, solo un juez hijo de puta impondría la pena máxima. Su boca no lo vale).
Le rasgo la camiseta, el sujetador blanco y calado contrasta con su piel bronceada.
—Arrodíllate.
No me hace caso, se cubre los pechos con los brazos.
—Tome el bolso, hay dinero. Déjeme ir.
La agarro por el pelo y tirando hacia abajo la obligo a arrodillarse. Me saco el pene a través de la bragueta.
—Chúpalo.
Nada.
Le golpeo la cara de nuevo.
—Chúpalo —sujetando la nuca la obligo a acercarse a mi polla.
Apoyo el filo en su cuello.
—Y si me muerdes te mato.
Ya en su boca, mi polla se inflama hasta el dolor, las náuseas que siente me dan un masaje extra en el glande. Son caricias desganadas, torpes. No me dan suficiente placer; lo que me excita es su miedo, sus intentos para que su lengua no toque mi polla, para que sus labios no cubran jamás el glande. Su asco es lo que provoca que mi picha se lubrique. Y su miedo… Percibo el miedo en el temblor de sus manos y su boca.
—Bájate el pantalón.
Se le escapa un grito que es un hilo de voz, sus pezones aparecen por encima de las copas del sujetador y le pellizco uno con la mano libre, con la izquierda.
—Que te los quites ya.
Meto la navaja en la cinturilla del pantalón y le muestro que lo cortaré. Al sentir el metal en la piel reacciona y se lo baja.
Viste un tanga de color verde pistacho, muy pequeño, muy metido en su coño. Corto una de las tiras y se lo saco arrastrando la tela entre sus muslos cerrados.
La acerco hasta la baranda de la escalera, en la parte más interior donde solo llega un tenue resplandor de la luz de la calle.
—Agárrate a la baranda y abre las piernas.
Se derrumba en llanto. La pongo en pie tirando de su brazo inerte que ha quedado casi trabado entre los barrotes.
Indolente…
Le llevo las manos a la baranda, su culo se ofrece firme, duro y redondeado ante mí cuando la obligo a separar las piernas.
Está muy bien para la edad que tiene.
La penetro y se le escapa un grito. La vagina está seca y el roce es duro, me duele y le duele. Sus piernas se doblan y desfallece; pero la tengo aferrada por el depilado monte de Venus y no dejo que se escurra hasta el suelo de nuevo.
(Artículo 265 del Código Penal Federal. Violación. De ocho a catorce años, da igual que la folle con mi polla o con un palo, es lo mismo).
—¡Basta, por favor!
Empujo con fuerza provocando que su cabeza golpee los barrotes de hierro. El único lubricante es el de mi glande. Suficiente.
Saco el pene de su vagina, me palpita.
Mi visión es negra, como una viñeta, un fundido en negro al placer. Su llanto me excita, sus nalgas se agitan y las separo, escupo en el ano y penetro.
(Artículo 265 del Código Penal Federal. Violación. De ocho a catorce años. Sería una larga discusión alegar que ha sufrido dos violaciones, a efectos prácticos es la misma, aunque siempre hay jueces de mierda que son un tanto sensibleros).
Estira su espalda intentado sacarse el tronco de bendita carne que le he metido, le duele y sangra. Aplasto su mierda, se la meto más adentro. El roce en el esfínter es duro y áspero. Quiero que me sangre la polla dentro de ella.
Ya no llora, se deja hacer y su cuerpo se mueve lacio con mis sacudidas.
Eyaculo en su coño y espero unos segundos allí hasta vaciarme completamente, dentro de esa carne cálida y trémula.
Limpio mi pene sucio de mierda y sangre frotándolo en sus nalgas y la abandono, salgo a la calle sintiéndome bien.
Soy un hombre, un cazador.
Antes de llegar al metro, entro en un supermercado para comprar una pizza congelada y una botella de vino.
Procuro infligir el mínimo daño a mis presas, al menos un daño importante; ya que si les provoco mucho dolor, éste diluirá y atenuará la sensación de ser dominadas, obligadas. Cuando se encuentran solas, es importante que recuerden la penetración, no los golpes. Eso las somete a mí durante toda su vida.
El dolor las distrae y dispersa de la humillación.
Durante días no podrá sacarse de la nariz el fuerte olor a orina de mi polla, la mierda en sus nalgas, el olor a semen en su coño que perdurará durante mucho tiempo.
Debería haber nacido en la selva, libre y salvaje.
Ahora es mía, la he marcado. Huele a mí.
Durante meses no querrá ni podrá follar con otro macho. El roce de su marido la incomodará y vomitará ante el pensamiento de ser penetrada. Se llevará la mano al coño para consolarse de esa sensación de repulsión, sintiéndose sucia por dentro y por fuera.
Y sobre todo, temerá ser cazada de nuevo.
Son las diez y media de la noche, caliento la pizza en el microondas y anoto en mi diario la caza de hoy.
Esta ha sido muy parecida a la de diecisiete meses atrás, aquella era una morena de pelo lacio que no llegaba a los treinta. Su actitud era la misma. En principio ligeramente rebelde para luego abandonarse. Lo noto en la tensión de sus anos y vaginas, se vuelven átonos y el placer es menor.
Las hay que se resisten, que su coño y el resto de su cuerpo permanecen rígidos durante todo el secuestro y violación. A éstas se les debe vigilar con más atención porque arañan y golpean. Lo intentan. Me gustan las que se resisten porque mi hombría se exhibe con más fuerza. Tiene más mérito, cazar gallinas es demasiado fácil.
No soy un enfermo, no soy un hombre con complejos, soy la representación más pura del hombre sin manipulación alguna de su esencia.
Son las doce y cuarenta de la noche. Tengo sueño, me voy a dormir.
Mañana tengo que presidir dos juicios y dictar sentencia de inocencia en dos casos de violación, y los acusados son mis compañeros, mis colegas. Si no nos echamos una mano los unos a los otros, desaparecería el verdadero hombre en pocos años.
Las violadas rara vez pueden reconocer el rostro de su violador. A menos que el mismo sujeto las haya violado dos o tres veces. Yo procuro no repetir para evitar ese riesgo.
Cualquier psicólogo dirá que bajo esas circunstancias es difícil para ellas reconocer el rostro de su agresor; además la identificación puede ser errónea, no son fiables las víctimas de este tipo de agresión. Si no hay pruebas físicas como semen, orina o sangre, piel o cabello siempre quedará en libertad el violador-cazador. Jamás castigaré a un verdadero hombre.
La mujer ha nacido para ser madre y tomada por el más fuerte. De otra forma no hubiera evolucionado la humanidad.
Es una ley natural y justa en este caso.
Y yo, juez y magistrado del Juzgado nº 22 de Primera Instancia de lo Penal, así sentencio.
Así actúo y ejecuto.







Iconoclasta

Ilustrado por Aragggón





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