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8 de mayo de 2012

Vieja sangre.



No me veas con esos ojos.
Déjame sentarme un poco en la silla. Los temblores al fin sacudieron la casa por lo que veo. Era linda con el comedor completo en tono chocolate.  ¿Me regalas agua? Sabes que no bebo café, aún me dan esas convulsiones raras por las madrugadas. Sí, trozos de pasados que me acompañan pegados como parásitos envejeciendo y renaciendo conmigo.
 No, no sé nada de ellos. Tu sabes, crecen se hacen adultos y uno ya no tiene nada que hacer más que regalar un gesto amable cuando te lo piden.
¿Y el tuyo? Aún lo extrañas tanto como esos lunes por la tarde que el silencio se hacía pesado y doloroso entre tus ojos. Es igual a ti. Solitarios y fuertes…
Con hielos, si…
¡Cómo me duelen las piernas! Cada vez se hace más pesado, pierdo habilidad y aunque repita el diálogo y lo sepa de memoria cuando vuelve a suceder pareciera que algo nuevo va a surgir, pero no es así. Tu sabes que no.
¿Aún acostumbras el ibuprofeno? Solo necesito uno para calmar el ardor en el cuello. Mi cuello…
Pocos hielos, mejor, ya sabes que me duele el tabique. Es raro que pasen los años y  nunca cierra la cicatriz.
¿Sabes? El tiempo siempre va en nuestra contra. Nací demasiado tarde para ti, aún así te encontré. Tiempo y distancia parecían los filos de una tijera cada vez más cerca de nosotros; a pesar  de eso soportamos el dolor de cualquier negra circunstancia. Hoy el tiempo me carcome las fuerzas y me vuelve más insegura de poder resistir el camino que me trae a ti. Es como si el tiempo se disfrazara de fatiga que me ablanda los huesos para llegar de nuevo.
Fue un mayo de hace varios cientos de años que te pregunté si lo volverías a hacer ¿recuerdas? Me has preguntado varias veces cómo es que lo hice. Fue sencillo. Esa tarde juré regresar cuantas veces fuera necesaria para encontrarte repetidamente.
No pensé en tu cansancio. Solo imaginé las glorias de tu imagen refrendada en la estación de autobús en el viejo noviembre.
Perdóname por la arbitrariedad de mi decisión. Fue condena o no, no lo sé. Pero la dicha de rodear tu perfil con mis dedos me envició tanto que arrastré tu alma conmigo en eso que los antiguos llamaban karma.
“No te canses” repites siempre. Y tu voz se aglutina en mis tímpanos mientras soporto el filo nocturno y asqueroso en mi vientre con la dicha de que momentos más tardes estaré mezclando mis labios con los tuyos.
Repetiré la sangre sucia y el dolor de un vientre vacio porque opté por repasar las cicatrices y abrirlas cuantas veces fueran necesarias solo por la dicha de vivir de nuevo el respiro de tus días.
Y volveré siempre con la infantil súplica de que me quieras más, porque por más que he repasado los momentos contigo tus besos me saben a poco.
Perdóname, mi dios. Te he condenado. Somos almas sin descanso viviendo en una no realidad alejada de la vida; esa que una vez tuvimos en los ojos.
Pero hoy no puede ser peor que esos tiempos. El hambre y la sed son las mismas, solo los colores han empalidecido y los fantasmas de quienes estuvieron en nuestra contra siguen apareciendo. Se condenaron con nosotros y no pudimos exorcizarlos. Ojalá hubiéramos podido aislarnos en un planeta abandonado, cerca del no nato para cuidarlo más de cerca. Sí…Todavía lo lloro.
Ya va siendo hora, mi amor. Me gustaría preguntarte si lo quisieras hacer de nuevo, pero la celotipia encarnada entre las uñas se apodera de mí y me obliga a hacerlo y no puedo darte opción. Sé de tu cansancio y del deseo de cerrar eternamente los ojos, pero no soy buena, mi cielo, nunca lo fui.
Ven abrázame y déjate caer sobre el filo de la navaja, mi fatiga hace que el corte sea más doloroso. Deja que tu peso selle por esta vez tu muerte, lo demás es cosa mía.  Sabes que beberé del piso todas tus gotas para bañarme en ti y luego continuar con lo me que toca.
Quizás en un giro de circunstancias la próxima vez podamos salir de aquí. No te angusties que no suelto tu mano. ¿Ves cómo es fácil acostumbrarse al dolor? Abrázame y ayúdame a que el corte se dirija a mi cuerpo también para que seamos parte del mismo desgarre. Dibujemos la cicatriz del dolor más puro haciendo del corte un tejido que nos une.
No me mires con esos ojos.
Pudiera ser que esta vez le ganemos al tiempo, al lugar y no tengamos que pasar tantos años de una podrida soledad separados.
Estuve tan segura de decirte que lo volvería a hacer…

Aragggón
070520122206

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