Me gustan todos esos colores fuertes y vivos,
tantos detalles: fotos, figuras, dulces, panes, licores, calaveras de dulce y
flores de color naranja que forman una cruz. Cigarrillos... mejores que dos
monedas en mis ojos muertos.
El aroma que impregna la casa de papel picado,
veladoras y flores que poco a poco se marchitan, es inconfundible como el olor
a musgo fresco en la escayola de un belén de navidad.
La ofrenda es la ingenua mirada a la muerte,
un terror rayano en la histeria que lleva a personificar el fin de la vida y
darle nombre y entidad. Un infantil intento de hacerse aliado de la muerte para
que no se los lleve antes de tiempo, y si así fuera, deben tener la firme
convicción de que estarán vivos de alguna forma al final de todo.
Les hace olvidar con una también ingenua
hipocresía, que una vez despreciaron al que está muerto, y todo fue amor y
dicha.
Es adorar a un volcán para que no los entierre
bajo su lava y cenizas, cosa que se hace también.
No hay valentía en el día de muertos, solo
eso: una temerosa e inocente forma de unirse al enemigo porque no se puede
vencer.
Hay que decorar lo sórdido y disfrazar la
cobardía con supuesta alegría para no reconocer que ha llegado el fin. Que algo
o alguien ha muerto.
Las ofrendas, las hermosas y tiernas ofrendas,
son obra del miedo y del triste recuerdo.
Son preciosas, hipnóticas. Quisiera tener
siempre una en casa solo para posar la mirada en ella e invadirme de tanto color
y tantos detalles que observar, sé que los muertos no vuelven, no están en
ningún lugar, ni siquiera existen; esa certeza le da más valor e importancia a
mi gusto por las ofrendas, son bonitas en si mismas; sin acto alguno de cobarde
fe o ritual tradicional en la forma en que las aprecio. Sirven para evadirme de
tantos errores y frustraciones, y pensar que la muerte lo arregla todo, lo deja
todo en su lugar.
Como debía ser, como debió ser antes de que todos
cometieran (cometimos) aquel error.
A veces, al mirarlas, pienso que son la
esperanza de que una mala vida pueda acabar pronto.
Las ofrendas son pequeños mundos a los que no
hay que viajar en nave espacial.
Me encantan.
Gloria a dios en las alturas y a los muertos
con su rompope y cigarrillos que nunca probarán.
Buen sexo.
Iconoclasta
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