—Nunca he comprado muertes, jefe.
—Pues sería bueno de probar.
—¿Son muy caras?
—Es un producto barato
hay mucha muerte, cliente.
La encarece la manufactura:
pringa mucho la piel
es tocarla y estremecer.
—No importa, morir no es caro
ni barato. Es decoro.
Me da vergüenza la vida.
—No mata, cliente
es un placer al dente.
Una exquisitez.
—Entonces erré
no quiero delicatessens
que no maten, que no acaben.
Es confuso el nombre
de su lúgubre comercio.
—Pruébela, siempre sorprende
el sabor a muerte prende
es vicio.
Es grata al paladar si
no es la muerte propia.
—Esa muerte tan negra...
La que gotea alquitrán
en el pedestal de la vida...
—Es añeja, alguien sufrió.
Alguien nació prácticamente
muerto.
Muerto, muerto, muerto...
—Debe ser fuerte, picante.
Desmoralizante tanta solera.
—No, cliente mío.
Es tan madura que dulce sabe.
La muerte es miel cuando
de sufrir la vida es el juego.
—¿Y cómo la cocino?
—Hiérvala diez minutos nada más,
en caldo de pollo
sazonada con romero y pena.
Y deje que enfríe.
Luego unos picatostes
como gazpacho de vida
para que suene la muerte
para que cruja
en el paladar y de alegría
a lo negro.
Y diga mierda como brindis.
—¿Me moriré?
—Solo nos mata nuestra
muerte nuestra.
Nuestra, nuestra, nuestra...
—La gente es supersticiosa, cliente.
Algo caprichosa, no saben
que solo nuestra muerte nos acaba.
La muerte ajena es vida
para los demás.
Una alegría para algunos,
si me permite la chanza.
— ¡Qué contradicción!
Filósofo charcutero de muerte
que das vida.
Cortas con guadaña.
—Tiene un gran humor
cliente mío,
más no
es contradicción
cuanta más muerte
más espacio, más aire.
—No quisiera morir y favorecer
a quien no es de menester.
—Pues así es;
más no os desaniméis.
Habéis robado espacio
y aire a otros.
Hay un equilibrio.
Equilibrio, equilibrio, equilibrio...
— ¿Y qué me dice de la muerte tierna?
Es casi blanca, una sábana
de recién nacido.
—Es un bouquet muy refinado,
se debe haber comido
mucha
muerte mucha
mucha, mucha, mucha...
para encontrarle agrado.
La más amarga de todas.
—Es curioso, cliente mío
que la muerte más tierna
sea la más recia al paladar.
Contradicciones vitae, amigo mío.
—No tengo tiempo para
apreciar muertes,
yo solo buscaba medio kilo
para echármela encima.
La vida me harta.
—Viva un poco más
para probar la muerte.
¿Le gustan las paradojas?
Bromas de buen gusto...
No puede hacer daño,
cliente mío.
—Tengo muerte seca,
pasa bien con un
negro vino divino.
Es tasajo de hombre
quemado al sol,
seco de trabajo
de venas plenas
de sangre en polvo.
Tiene el sabor de
las olivas amargas,
está tostada
sabe rica con ajo
y un poco de perejil fresco.
Más buena que papa frita.
Más buena que la vida
de muchos
de cientos.
—Deme un cuarto
y luego veré.
—Aquí tiene, cliente mío.
—Gracias charcutero con guadaña.
—Qué gracioso es, amigo mío.
—Buenos días, charcutero
de muertes muchas.
Quiero más muerte,
la seca me la comí
apenas sin sentir.
—Buenos días, cliente mío.
Ya no tengo más
hasta el martes
a más tardar.
—Siempre se acaba
demasiado pronto lo bueno.
Es hora de morir,
no se preocupe, no es por su muerte
es por mi vida.
—Yo le ayudo, cliente mío,
es lo menos que puedo hacer.
— ¡Era verdad, mi charcutero
del horror!
¡Corta con guadaña!
— ¡Ay cliente mío!
¿Cómo lo sabía?
No me haga reír más,
una guadaña corta sin esfuerzo
y es sanguinariamente romántica.
—No lo sabía, cruel charcutero
siempre he tenido suerte
para acertar lo que duele
y lo
que acaba.
—Adiós, cliente mío,
muera usted por fin.
—Gracias charcutero de muertes,
me llevo el buen sabor
a muerte seca.
—Buenos días, charcutero.
—Buenos días clienta mía.
—Este es mi hijo, lo que parí
lo que amo.
—Es un niño hermoso
a pesar de ser calvo.
—No es calvo, señor charcutero,
se lo come el cáncer
tal vez mañana muera.
Y quiero que antes
que la muerte
se lo coma,
él muerda la muerte.
— ¿Tiene dulce muerte para él?
Negro charcutero negro.
Negro, negro, negro...
Estamos cansados de lo amargo.
—Toma pequeño que vas a morir,
ésta es muerte añeja
la más dulce, la más esperada.
Es un regalo.
—Gracias
charcutero mortal,
gracias por esa negra muerte
que chorrea ahora dulce
por su boca llagada.
Te lo agradezco.
—Clienta mía, cuando
tu hijo muera mañana
ven a verme y te arrancaré
el dolor, la vida, el aire lleno de púas.
Lo haré gratis.
—Vendré mi amigo charcutero,
te lo juro.
—Adiós, que mueras feliz,
pequeño cliente mío.
Dame un abrazo.
—Adiós señor.
Iconoclasta
No hay comentarios:
Publicar un comentario