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30 de marzo de 2011

El probador de condones y un documental



Estaba viendo un documental del mar, dicen que el más caro de la historia: que si rodado en HD, que si meses de grabación, la hostia puta de horas de post-producción, no sé cuantos kilos de caviar y salmón ahumado para el director y el doble de sardina barata para el resto del equipo…
Pues para alguien tan instruido como yo, ese documental era lo mismo que todos los que había visto. La única diferencia estaba en que los pescados hacían ruidos graciosos. Incluso las anémonas hacían ruiditos dignos de una película de Walt Disney. A los cinco minutos de empezar a ver el documental, y en vista de que no salía el consabido tiburón blanco comiéndose un cachorro de foca, o bien el apareamiento de los delfines con su hocico consoladoriforme; me abrigué la picha con un condón y di descanso a mi poderosa psique.
Cuando te pasas todo el día probando condones, al final sientes la necesidad de abrigar el pene. Es inercia, costumbre. Una muy buena costumbre que relaja.
Y así, viendo como una manada de turistas se emocionaba por acariciar una ballena (cosa a la que no encuentro gracia alguna) me quedé dormido.
Será porque me paso el día follando por lo que soñé que follaba: pero en lugar de probar el condón con sabor a Algas del Caribe con la hija de la jefa de vaselinas y anilinas de la factoría de condones, soñé que me encontraba en una playa llena de asquerosas iguanas, observando con lujuria a una sirena de enormes tetas.
Yo me había calzado la polla con un vistoso condón serigrafiado con escamas en 3D metalizadas (creo que ahí radicaba mi pesadilla, temo que mi gusto pueda aproximarse al oriental).
Si mi polla es eficaz, mi cerebro también, es extraño que en un solo ser se dé tanta perfección: pero es algo que asumo con naturalidad y humildad para no hacer sentir inferiores al resto de mediocres humanos.
La sirena no hablaba, sólo emitía unos molestos chirridos. Olía fuerte, a pescado de días; pero tampoco era algo muy diferente al consabido olor a bacalao de todos los coños humanos.
Ella miraba fijamente mi polla enlucida con esas escamas en 3D y sus pezones estaban duros como los arrecifes coralíneos que se podían observar a través de la cristalina agua.
El follar es un lenguaje universal seas mamífero, pájaro, cerdo o pescadilla, todo el mundo sabe cuando se ha de meter en caliente. Bueno, todo el mundo no: sé de más de cien mil millones de idiotas que no diferencian el coño del agujero del culo.
Pero vamos, al final la interesada es quien les guía la polla al túnel del amor y pueden dejar su apestosa simiente en ese coño indefenso y triste porque todos esos millones de palurdos no saben arrancar ni un segundo de placer a su hembra.
Sólo tienen hijos y se sienten orgullosos no sé porque; yo tendría miles de hijos y no me siento especialmente orgulloso.
De cualquier forma hay mucha incultura, porque no sólo existen los condones para evitar embarazos no deseados. Un buen aborto siempre es una salida elegante. Siempre y cuando no lleves a tu santa a la curandera que vive dos casas más arriba. Porque si ella pilla una infección, tu polla también.
Maravilloso.
Y tras esta reflexión sobre el sexo y la reproducción, me dispuse a metérsela a la sirena.
Me sentía un poco desolado, incluso triste al no ver piernas abiertas, una putada…
Pero bueno, ella levantó un poco la cola y observé aquel agujero fresco.
Soy un hombre con un gran poder de adaptación al medio.
Me acerqué a ella, le pellizqué el pezón y me enseñó los dientes con hostilidad, yo creo que quería que se lo mamara, pero a mí el pescado crudo no me va. El sushi es un alimento incivilizado, bárbaro, barato y nauseabundo.
Oriental para mayor inri.
Y tampoco soy muy tolerante con las extrañas y caprichosas culturas culinarias que no tienen tiempo de pasar el pescado por la sartén aunque sea vuelta y vuelta.
Cuando la penetré, casi se me arruga la picha de lo fría que estaba. Malditos peces de sangre fría...
Luego me recorrió un escalofrío de terror al pensar en las espinas. Pero una vez dentro, yo no me retiro porque soy valiente y lanzado.
Ella profería una especie de jadeo que era un chirrido que lejos de desanimarme me la ponía dura. Me observaba como si de un momento a otro me fuera a volver loco, esperando que así ocurriera. Pero mi poderoso pene, libre de mitomanías y miedos de clásicos cómics, continuó su proceso de redención de la libido y pronto cambió sus espantosos chirridos por un claro y coloquial: “más adentro cabrón”.
Ulises las pasó muy moradas con las sirenas porque no era tan hombre como yo.
En vista de que aprendió a hablar, le metí una sardina de premio en la boca y aquello la llevó a un grito infrahumano de placer. Entre las iguanas todo era confusión y copulaban machos con machos sin ningún tipo de escrúpulo ni de vergüenza.
Pude ver desde la roca en la que me estaba tirando a la sirenita, a un turista ya entrado en años que levantó la falda a su anciana madre mientras ésta se apoyaba en la baranda del barco para vomitar por la belleza de las ballenas y la empaló tan profundamente que a la mujer se le calló la dentadura al mar y un delfín empalmado, de un salto se la puso al alcance de la mano. Y allí se quedó, llorando de alegría con los labios hundidos, la dentadura postiza en una mano y su hijo bien metido en ella.
Aunque llorando no es lo correcto, porque la vieja lanzaba unos gritos más potentes que mi puta sirena.
El incesto es tan solo un convencionalismo y los gritos de placer de la vieja madre, así lo demuestran.
A veces la naturaleza entra en armonía y todos los seres de todos los lugares se sincronizan para el precioso apareamiento.
Y ahí me desperté, como estaba muy excitado y el condón bien colocado, llamé a mi santa que estaba en la cocina preparándome la cena, que recién había llegado de trabajar.
-Chúpamela que estoy a punto.
-Cariño, tengo tus vol-au-vent a punto de salir del horno.
-Bueno, si se estropean me haces otros luego; pero ahora te necesito.
Cuando se arrodilló, ante mi pene, le pedí a mi hijo que estaba sentado a mi diestra, que bajara el volumen del televisor.
-Iconoclastito, baja ahora mismo el volumen.
-¿Y por qué no te la chupa en vuestra habitación?
-No me contestes. Mari: dile a tu hijo que no nos conteste.
-¡Nof cofteftef a tuf fadrez o de barto la cara, cabrfón” -contestó ella con su boca llena de mí.
Iconoclastito lanzó una carcajada, mi mujer se contagió y con ello le dio masaje extra a mi glande provocando que eyaculara al instante, llevado también por una risa tonta.
Los vol-au-vent olían a quemado; pero nosotros reíamos felices y yo estiraba el condón lleno de semen amenazando con dar a mi hijo o a mi santa. Al final se escapó y todos reímos felices con la cara llena de semen.
Una vez pasada la euforia, mandé a mi mujer a la cocina y a mi hijo a que se sentara en el suelo porque yo necesitaba el sillón para dormir hasta que me sirvieran la comida.
Por muchos documentales que veamos, no hay nada comparable con la familia.
Ni Costeau, ni National Geograpic. Solo consiguen repetirse hasta el aburrimiento.
Hay que follar más y ver menos tele.
Buen sexo.



Iconoclasta
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Yo puta



El nahual o nahualli (lo que es mi vestidura o piel) es un personaje
mitológico azteca con la habilidad de transformarse
en animal por las noches. N.A.

El día gris cae sobre mi espalda. Los demonios tras las puertas se esconden y escurren sus pasos mientras camino. La piel se ha craquelado, soy como el viejo árbol del parque que ya no desea dar sombra. Soy la sombra misma a la que nadie quiere acercarse. Mi frialdad escalda las pieles, he perdido la tibieza.
Doy pena.
Nadie quiere hablarle a un ser que mira con los ojos cristalinos inyectados de sangre pasada, de párpados caídos.
La gracia ha caducado.
Los labios pegados se desprenden llevándose tiras de piel. Una rendija salada se ha vuelto cristal cortante. Nadie quiere escuchar palabras mudas con olor a moho. Gesticulaciones inservibles que aburrirían al psiquiatra más experto, incluso no lo creería.
Un nahual encima del colchón rancio me vigila sentado, no se quita desde hace días, apenas deja un espacio para que pueda descansar la espalda entumida. Se saborea cuando dejo descubiertos mis omóplatos. En esta ciudad no hay buitres, pero si un nahual hambriento que espera mi muerte. No es que tenga jugosas carnes pero si hay huesos listos para triturar.
La carne ya ha sido usada tantas veces en esta vida que no queda nada.
Los tristes pezones han fallecido antes que yo, son tan pesados que los pechos son dos bolsas largas y estiradas sin rigidez alguna. No los quiero. Nadie los querría ahora. Han pasado tantas manos sobre ellos, tantas lenguas, tantos dientes, tanta baba…
Unos labios vencidos cuelgan entre mis piernas. Un pubis que no derrama más que pus y hedor. Ámpulas transparentes que mis uñas desgarran haciendo más denso el aire. Nadie se acercaría ahora a mí.
Tengo sed.
He bebido tanto semen a lo largo de mi vida, de mi puta vida, que no puedo despegar la lengua y las palabras se quedan rezagadas en el paladar de la esperanza. Si pudiera gritar ofendería a todos los que untaban sus cerdas manos en mi brillante clítoris. Solo hay un vómito revolviéndose entre mi garganta. Regurgito fluidos de billetes ya gastados que colocaban con burla enrollados en mi vagina.
Ni una sola mano pudo acariciar un trozo de carne con miserable ternura. No hubo ojos nobles que acunaran el alma abandonada con caridad. Solo hipocresías que hoy me llenan de líquido los tobillos, esos que algún día dibujaron con sus leguas hediondas, que calzaron las zapatillas por horas de noche en las aceras buscando monedas.
¿Un abrazo podría salvarme? Seguramente no.
El nahual espera mi último respiro para llevarse al aliento de vida entre los colmillos. Seré un cuello con venas colgantes entre sus mandíbulas. Y victorioso caminará hacia su transformación desquiciante.
Fui alimento de placeres pagados en falos efervescentes de lujuria barata. Una bacinica de semen colectivo recorriendo con la mirada una esperanza en las madrugadas sin luz. Una voluptuosa figura está caduca.
Llegó mi mejor postor. Ha comprado la mercancía más barata. Le tiendo mis dedos arrugados acercándome al lugar donde me espera, se agazapa con miedo a mi entrega.
He tenido un buen negocio esta noche, he vendido mierda a cambio de silencio…eterno.

Aragggón
29032011 2017

23 de marzo de 2011

Mierdosas divinidades


Si pudiera escribir a alguien que le importara algo de mi vida, le diría que la vida ha sido larga hasta ahora.
Que me siento un poco cansado.
Si ese alguien que me escucha, le importo de verdad, sólo puede ser alguien poderoso; porque sólo alguien importante podría interesarse por mis miserias.
Soy demasiado vulgar para despertar interés.
Le pediría que es hora de paz; que ha llegado el momento en el que yo, cosa inane, deje de tener protagonismo.
No valgo tanto como para que un dios de mierda me preste tanta atención, no necesito que me jodan las divinidades. Soy humilde y sencillo. Quiero pasar desapercibido para los putos dioses.
No necesito que nadie ni nada piense en mí. Sólo Ella.
No quiero que un dios de mierda con sus proverbiales y piojosos designios me siga prestando su atención. Los hay necesitados, los hay malos. Los hay que deben morir.
Yo quiero ser ignorado por ellos.
Si Cristo en persona me diera su bendición, le diría que no me amara, que no intentara redimirme. Que ni se me acerque con su mierdosa misericordia. Porque si existiera, él sería el responsable de mis años de frustración y soledad.
Le diría que gracias a mi humana fuerza y entereza, he encontrado el amor, a pesar de él, a pesar de todos los dioses y deidades de este jodido mundo.
No existo, eso les diría. Que me dejen en paz esas mierdosas divinidades.



Iconoclasta
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20 de marzo de 2011

Vida anal



Sujeta firmemente la cuchilla de afeitar y practica un profundo corte en el brazo. La carne se abre perezosa, como una sonrisa cansada. Como una especie de vulva estéril que se llena de sangre hasta rebosar.
No tiene tabaco con que distraerse.
No es un corte indoloro, como no es indolora la penetración anal.
Es más elegante el corte profundo y devastador en el brazo que mearse por un exceso de presión en la próstata. Es cuestión de disciplina mental.
Aunque con el tiempo, de la sodomización se extrae placer. Y muchas veces un pene sucio de mierda; pero no acaba de ver elitismo alguno en el esfínter herniado.
Del brazo, de ese profundo corte no sale excremento alguno, lo cual ya no aporta visión de mierda. Lo cual denota cierta elegancia.
Del brazo mana vida pura. Hay tal exceso de presión que es necesario liberar sangre. Hay poca sangre y mucho tiempo. La vida puede ser subjetivamente corta o larga. Todo depende de lo profundo del corte.
Como ocurre con la sodomización: puede ser placentera o dolorosa.
La vida es anal.
Es el corolario perfecto.
Y cuando se es tan fuerte como él, la vida no es fácil.
Porque te rompes.
Si eres fuerte no hay otra opción que partirse.
Los débiles por ser poco agraciados genéticamente por un cerebro lerdo y conformista, se doblan. Se pliegan multitud de veces sobre si mismos. Y así caben en cualquier parte, en cualquier cajón.
Y se almacenan sus ideas baratas y anodinas en el mismo vertedero donde ha acabado el papel que se ha usado para limpiar el pene sodomizador lleno de mierda.
En la punta de la polla que lo avasalla, está la foto de su hijo.
Y en los labios de su exmujer hay mierda.
No basta esa sangre que brota. No duele, ha de derramarse más. Se siente tan fuerte y con tanta energía que no encuentra cosas importantes que romper. No vale la pena destruir nada de lo que su vista enfoca, no satisface suficiente la idea de la destrucción.
Sin embargo es inevitable una ira cancerígena.
Sangre y destrucción.
¿Qué puede perder?
Cuando no queda nada no hay miedo y mucha ira. Mucho rencor.
Es delicioso sentirse libre de prejuicios y moralidades. Sentirse tan desgraciado que no importa nada.
Coloca un cd en el reproductor, pero lo ha manchado de sangre, el aparato dice que no hay disco.
Lo lanza con un grito inhumano contra el suelo y todos esos pedazos lo sumen en un breve éxtasis. Y durante ese instante de paz, todo se llena de mierda otra vez. Su cerebro ha perdido cualquier tipo de imagen o recuerdo tranquilizador.
La vida se le ha metido por el culo y le duele.
Su furia crece con un ritmo cardíaco enloquecedor. Su pene está duro; pero no es deseo sexual, solo la presión de una vida que se siente enclaustrada en un cuerpo incapaz de hacer el suficiente daño.
El dinero es importante como la sangre y cuando no hay dinero, queda la ira. El dinero es vida, el dinero es anal.
El trabajo es un pene que sodomiza y al final da cierto placer.
Ha perdido el trabajo, ha perdido el dinero. Ha perdido el placer.
La vida es anal y ahora huele a mierda.
Como le debe oler el coño a su mujer que lo ha abandonado y ahora la folla un cerdo de pene mierdoso.
Quisiera poder clavar los dedos en las paredes y derribar edificios llenos de seres humanos. De cualquier raza, sexo o condición. La ira no es racista ni clasista.
Hacer algo trascendente.
El dolor es lo que más fácilmente trasciende.
El humano es como los perros: recuerda el dolor y su comportamiento se condiciona en torno a galleta-castigo.
Se cubre con fuerza la herida del brazo con cinta adhesiva que sirvió para precintar en su momento cajas de cartón llenas de papel higiénico.
Es uno de esos días en los que las asociaciones de ideas parecen revelaciones.
La mierda conduce a la basura y la sangre derramada se limpia con un papel cuyo destino es disolverse en más porquería.
Es cuestión de cortar algo más doloroso. El pezón izquierdo cae al suelo y se caga en dios. No tiene cuidado alguno con la cuchilla y se corta los dedos índice y pulgar; pero eso no duele nada.
El pecho bañado en sangre alivia la presión con más fuerza, es mucho más efectivo. Se viste unos vaqueros y una camiseta oscura y sale a la calle a ofender e incomodar a los doblados y plegados.
La sangre empapa la ropa y la chusma no se fija en él hasta que su rostro suda con una palidez cerúlea.
Cuando las gotitas de sangre que caen de su ropaje forman ya un rastro tan obvio como las cagadas de los perros y la basura en las esquinas de las calles, los débiles no ven otra cosa que un hombre drogado, enfermo, loco…
No ven la mierda que ha salido de sus anos y que se encuentra en la punta del bálano de sus amos sodomitas.
No vale la pena matar ni destruir; pero tamopoco hay otra cosa mejor que hacer.
No tiene trabajo, no tiene placer, no puede comprar amor en ninguna parte. Las buenas putas exigen demasiado. Los hijos son caros.
Le tiene que proponer a su hijo que se fotografíe desnudo para colgar sus fotos en internet, es una forma de ganar dinero como otra cualquiera.
Al final todo es prostitución.
Es mejor morir ofendiendo. Es la única forma de ser contundente, claro y dejar un recuerdo.
La cuchilla baila en sus dedos nerviosos. Cortando.
Sirenas… Se aproximan. Son cantos de idiotez: policías que no tienen más utilidad que gastar recursos sin ningún fin.
Como los médicos que no curan. Hay gente que no merece ser curada.
Como jueces y magistrados masturbándose ante el testimonio de una violación.
El hombre está cansado, piensa que camina; pero ha apoyado la espalda en un árbol y percibe la orina de los perros por encima de los gases quemados del tráfico.
Alguien le pregunta si se encuentra bien.
Dice que sí, que salvo un asco infinito que le pudre la sangre que deja manar, todo está bien. Y salvo por el hecho de que perdió el trabajo y ya ha agotado la prestación de desempleo.
El dinero hace la felicidad, compra amor, compra vida, compra comida.
Sin dinero la vida es más anal que nunca y duele el pene que presiona en el intestino grueso.
Se arranca la cinta del brazo ante el murmullo de asco y asombro del grupo de gente que lo observa casi con miedo. Temen más a la insania que lo que la sangre pudiera llevar de enfermedades.
Su hijo le guarda el rencor de meses de malhumor, de meses sin dinero. No quiere a su hijo de la misma forma que él no lo quiere ahora.
La sangre que mana es espesa como un moco.
El dinero compra amor y compra cariños. Compra hijos.
Tal vez el que folla a su mujer también folle al hijo. La vida es anal y cuando el pequeño se dé cuenta de que caga sangre, será tarde.
Le dejará en herencia su cuchilla para que se corte la carne cuando sea necesario. Porque cuando su culo se dilate hasta lo máximo, necesitará drenar el exceso de vida.
El hombre-castigo jadea jalando de los últimos centimetros de cinta y la sangre brota con más alegría cuando se abre la herida para que entre la luz en su cuerpo. Es todo tan oscuro...
La horrible sonrisa se muestra obscena y dolorosa en el antebrazo y ahora parece una vagina tumefacta, ya infectada. Duele con solo mirar.
La policía se aproxima abriéndose paso entre la gente. El calor evapora la sangre y deja restos que huelen. El calor del planeta pudre la vida, textualmente.
Una mujer histérica se desmaya, aunque no es verdad, sólo miente para llamar la atención, alguien la sujeta para que no caiga al suelo y apenas la hacen caso, porque el hombre-castigo está levantando la camiseta para mostrar su estigma.
Donde hubo un pezón, se ha formado una costra de tela y carne. Y cuando la tela se despega, el ruido a tejido rasgado y arrancado parece subir por encima del bullicio ambiental y los vulgares que están en primera fila, se lleven las manos a los pechos como si fueran sus pezones los seccionados.
Y siguen mirando.
A través de su nebulosa visión puede ver un par de uniformes avanzando entre la chusma que lo observa. La mujer desmayada ya está en pie de nuevo porque nadie le hace puto caso.
El hombre-castigo avanza hacia ella y con parte de la cuchilla clavada en su dedos, le corta profundamente la mejilla, desde el ojo derecho hasta el maxilar inferior, hundiéndola con fuerza, sintiendo como el metal araña el hueso.
No se desmaya la mujer, solo grita como un animal. Y el resto de animales se separa de él, salen de su ensimismamiento para entrar de lleno en la dimensión del pánico. La mujer cae al suelo sujetando el tejido de su cara y derramando vida que huele a mierda. O eso es lo que el olfato del hombre le hace creer.
Se aleja con paso presuroso de los policías que ahora corren hacia él gritándole que se detenga. La chusma le ha abierto un pasadizo, temen a la casi imperciptible cuchilla que corta los dedos del loco y la carne que está próxima.
Nadie debería temer a una cuchilla tan pequeña, pero la cobardía abunda tanto como la estupidez y así, un pequeño trozo de metal inmoviliza a los idiotas como conejos frente a los focos de los coches.
Les grita a los policías que no tiene dinero para tabaco, que necesita fumar y corriendo se corta el pezón que queda. Ante ellos que le apuntan con las armas.
Y esos mastines del poder sudan ante el pecho que sangra y ante la insania, no disparan, no hay razón para matar. Desafortunadamente.
Tal vez sea porque con menos sangre se pesa menos y se gana por tanto en velocidad. El hombre-castigo consigue arrancar a sus piernas fuerza para correr, la suficiente para que pueda alejarse de los perros que lo intentan cazar. Aunque corriera a seis match, nunca se alejaría lo suficiente. Piensa que es una tontería, porque no tiene dinero ni para combustible.
Cruza la calle sin mirar y un coche lo golpea. Cae con un trallazo de dolor y el hombro dislocado es un suave dolor. Lo que duele infinito es jadear y que se muevan las heridas de su pecho. Pronto se romperá del todo y se habrá acabado la historia.
Los policías le siguen ordenando que se detenga. Han pedido por radio una ambulancia y otro par de coches patrulla se unen a la persecución e intentan mantenerse cerca del hombre-castigo.
Es una persecución imbécil y sin sentido, si los policías no fueran tan idiotas como sus amos, lo habrían apresado ya. Pero tienen miedo: sangra mucho, está demasiado alienado. Los idiotas temen que la locura se pueda contagiar. El resto de borregos observa a prudente distancia. Memorizan actos y detalles para luego contar como testigos de primera lo ocurrido en sus casas, a los amigos en el bar o en el trabajo.
Ahora corre por una calle cuesta abajo, ha perdido un zapato y ha pisado con un pie desnudo una mierda de perro, cosa que le da asco y lo enfurece. Al pasar casi rozando a un hombre que intenta dejarle vía libre corta su cuello con la cuchilla sin llegar a profundizar demasiado. Ni siquiera gravemente, es una cuchilla solamente.
Hay hombres que parecen muy fuertes, que tienen apariencia de curtidos y de ser valientes. Pero éste grita como una rata herida, está tan asustado que piensa que el corte es profundo. Debería asustarle la posibilidad de contagio de imbecilidad por una cuchilla que ha cortado demasiado en tan pocas horas.
La policía piensa que es suficiente, que es mejor disparar y matar, por otro lado están cansados de correr y trabajar.
Los primeros disparos llegan cuando atraviesa un desierto tramo de calle cerrada al público por obras. Las balas pasan muy lejos del hombre-castigo. Es difícil matar cuando no se está acostumbrado a ello.
Le gustaría comprar, antes de morir, un cajetilla de tabaco; siente curiosidad por saber si el humo del tabaco le saldría por las heridas del pecho. Y por otro lado, está un poco nervioso. Se podría sentar a fumar un par de cigarros en cualquier banco mientras los policías le disparan e intentan acertarle.
Ahora, a la par que los policías, corre personal sanitario. Le empieza a recordar las películas cómicas mudas.
Suena un alto por enésima vez y un estampido.
Ahora no pueden disparar, hay demasiada gente en la rambla.
No es que quiera hacer daño, pero hay tanta carne junta que la cuchilla entre sus dedos siempre encuentra algo que cortar.
Un ciudadano valiente lo empuja y lo hace caer al suelo, intenta mantenerlo ahí con los pies, como si fuera un animal hasta que lleguen los policías y le den una galleta como premio. El hombre-castigo consigue cortar los tendones de su empeine derecho y cae el colaboracionista muy cerca de él. Le corta un ojo por error al intentar cortar el cuello.
Se levanta de nuevo, no se había dado cuenta de lo cansado que estaba. El hecho de elevarse lo hace jadear. Su brazo es una bomba de presión. Su pecho es un ardor que se extiende desde las heridas de los pezones hasta las mismísimas ingles.
Los cuerpos le protegen la vida, no pueden disparar muy a su pesar.
Se pregunta cuando oirá la gran explosión, cuanto tardará en llenarse de gas su apartamento, si será suficiente para que esa gran colmena donde vive, caiga al suelo con todos los idiotas dentro. Cuando el compresor de la nevera se conecte, se creará una pequeña chispa y entonces habrá dolor, y no precisamente anal.
Aunque dada la metáfora, tendrá que ser cuidadoso con la limpieza de su polla, porque será el suyo el pene lleno de mierda.
La vida es anal para unos y para otros es fálica.
La filosofía es una disciplina directamente relacionada con los genitales y el sistema excretor.
Le gustaría vivir para verlo, o al menos para sentir el estruendo. Morir sabiendo que se lleva a muchos con él es una ilusión como otra cualquiera.
La gente lo empuja, le entorpece la carrera y los policías están tan cerca que huele sus culos.
Cruza la calle y se salva de morir aplastado por un camión.
Por un momento se queda atónito cuando llega a la acera de enfrente, su ojo se ha cerrado, pero cuando se lleva la mano a la cara, no es cuestión de párpados. Es cuestión de que una bala que ha entrado por la parte posterior de su cráneo, ha salido llevándose el ojo y unos cuantos huesos.
Es increíble la de cosas que se pueden pensar en los escasos segundos que tarda uno en morir; él juraría que ha oído una tremenda explosión, que ha oído gritos y que hay cuerpos enterrados entre cascotes, cuerpos quemados.
Penes llenos de mierda limpios por el fuego purificador.
Pero sabe que su cerebro está hecho puré, que bien podría ser una alucinación.
Prefiere morir feliz.
Y no tiene tiempo a concluir si ha muerto feliz.
Ha muerto, que no es poco.
El policía ha gritado eufórico: “¡Le dí!”. Se acabó correr, se acabó el ejercicio.
Una gran explosión le borra la sonrisa de la cara.
El agente se pregunta con harta desgana que habrá ocurrido, rascándose distraídamente las nalgas.



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15 de marzo de 2011

Lágrimas blancas




Lágrimas blancas en la sonrisa vertical,
resultado de la fatiga deseada en los impulsos de un cuerpo que hierve
poros abiertos y pupilas dilatadas…inmensidades en sus músculos tensos.
Un miembro enrojecido, líquido, cansado se recarga en mí.
Su desmayo rinde un gesto desdoblándose entre los labios de la sonrisa.
Lo tengo en mí.
Pulsa en convulsiones terminales que endurecen un clítoris que reina impune.
La saliva se salpica en medio de las palabras condensadas,
el vapor de los sudores desciende los párpados dejando mitades de miradas.
Derrama más lágrimas blancas que limpien las realidades,
baña mis suciedades con tu agua seminal,
lava mis dedos con la presión de tus explosiones,
dame de beber con el tibio brebaje de varón erguido.
Aragggón
120320111359

4 de marzo de 2011

Tinta roja



Me gusta la tinta roja porque nadie escribe con ella.
De pequeño me decían aquellos profesores de cerebro podrido, que era para corregir y para subrayar algunas cosas.
Y una mierda. Escribo con tinta roja los nombres de los muertos y de los coños que amo. Escribo de todo lo que conozco, desconozco, amo y odio.
¿De verdad no puedo escribir con tinta roja, profesores y educados ciudadanos integrados?
Hay que ser mucho más convincente y pagarme muy bien si queréis que os haga creer que aprendí algo de toda vuestra inmundicia cultural, de toda esa doctrina de moral y costumbres con la que intentasteis educarme.
La follo por el culo tan profundamente, que siento sus excrementos en la punta de mi pene.
Es como escribir en tinta roja, no es aconsejable joder así. No os gusta.
¿No lo debería haber escrito en rojo? ¿Es eso?

¿Cómo llamaríais al niño de seis años que mira excitado las mujeres desnudas de una baraja de cartas? Porque los niños se excitan, yo me excitaba…
¡Qué gusto tan misterioso en aquella pequeña polla que creció y se hizo un Jesucristo que ahora me redime con cada lechada que lanzo a presión!
Y ahora me diréis como si fuera verdad, que nunca os hicisteis una paja recordando la mata de pelo que a vuestra madre se le escapaba de las bragas cuando se abría de piernas sentada frente a vosotros para ayudaros a comer.
¿No os la pelabais? Por eso no usáis tinta roja. Prohibido decir secretos.
Me daban asco los muslos rozados y ennegrecidos de mi abuela.
¿No es correcto escribir con tinta roja?
No jodáis.
¿De verdad os gustaban esos muslos? ¡Qué asco!
¿Es mejor que me justifique diciendo que escribo en rojo porque corrijo tareas escolares?
Me masturbé desde el mismo momento que me llamó la atención la poderosa raja de mi madre cuando un día la vi meterse en la bañera.
¿Puede ser pedófilo un niño consigo mismo? Me tocaba impunemente.
¿Es mejor escribir con tinta roja o tocarse de niño?
No me excitó ver el culo de mi padre subiendo y bajando entre las piernas de mi madre.
A los padres les gusta follar; aunque luego, los muy hijoputas nos digan que eso no se hace y a sus hijas las protegen en nombre del puto dios de la decencia. Los padres no son tan especiales. Son campo abonado para la vulgaridad.
Mejor sigo cagando con la tinta roja.
A mí también me gusta follar, sólo que yo, además escribo con este color porque me sale de los huevos.
Porque en algún lugar, algún imbécil me reprendió por usar esa tinta cuando era pequeño.
Si yo hubiera sido mi padre, antes que metérsela a mi madre le hubiera mamado el coño, luego se la meto y me corro en su vientre.
Hay hijos que saben más que sus padres: YO.
En la primera comunión me dijeron que la hostia se debía dejar deshacer en la boca.
Yo mordí el estúpido, insulso y reseco cuerpo de Cristo con desdén. Aquella hostia sólo era una oblea con el mismo sabor insípido que los alimentos dietéticos con los que se atiborran las gordas y gordos.
Tengo mi propio misal escrito en rojo con palabras que hieren y desangran todas esas ideas podridas que me quisieron enseñar.
El coño de mi hermana era pequeño, el de mi madre enorme y de vulva abierta (posiblemente un exceso de hijos). Es mi lección de Barrio Sésamo: coño grande, coño pequeño.
Con las pollas pasa igual, la mía creció y ahora mi padre se avergonzaría de su tamaño mirando con tristeza la suya.
Tal vez no sea muy agradable leer esto, tal vez sea por culpa de que escribo en color rojo. El color rojo no os gusta salvo en los coches deportivos.
Los coches deportivos no tienen pollas grandes ni pequeñas, ni rajas de coño cerradas y abiertas.
El color de estas letras jode a muchos lo sé. Es el color de las correcciones, no debería escribirse con él.
¿No es hermosa la palabra “correcciones”, que en este contexto indica revisión y moralidades? Me paso las correcciones por los muslos repugnantes de mi abuela.
Soy inteligente y sexualmente rojo.
Escribo en rojo.
Soy la aguja que se clava en el iris.
Y tengo una erección.
Y el sabor levemente salado con restos de orina y viscoso fluido de su coño en mi boca.
El coño que amo es más grande que el coño de mi madre. Barrio Sésamo hoy escribe en rojo su guión.
Si os molesta, podéis “twitearme” el nabo. Con corrección, por supuesto.
¿Era grande el coño de vuestra madre? Cuando era pequeño aún no había cámaras digitales. Lástima… Me hubiera gustado subir su foto al “twiter” para que la votarais.
Escribo en rojo y no respeto nada. Tampoco hago daño, desgraciadamente.
La tinta roja no hace daño, descerebrados.
Lo que duele es mi bálano profundamente clavado en su ano. Y aún así gime la muy perversa pidiendo más.
Se os escapan los detalles importantes por culpa de vuestra aversión a la tinta roja.
Porque nadie debiera escribir con tinta roja.
No vosotros.
De hecho sólo se usa la tinta imbécil.


Iconoclasta
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3 de marzo de 2011

Ofrenda



Llevaba días sin beber agua, sin acercar siquiera una miga de pan a la boca. En su cerebro retumbaban como martillos en el acero los segundos del pequeño reloj de su delgada muñeca. La transparencia del lago colgado en el muro roto de su habitación le turbaba la mirada. Demonios nauseabundos le tomaban de mentón y la acercaban a la luna para ver su desnudez.
Dos pellejos colgaban arrugados y fláccidos de su pubis escamado. Las volutas de sus senos eran ya escurridos óleos desgastados, temblorosos sin resistencia a la gravedad. Sus pezones reposaban muertos en un gesto triste como su boca.
Los labios acartonados se han pegado a los dientes. El par de pómulos han atravesado la piel y resaltan en un gesto mortuorio.
No tiene deseo. Pero sus dedos de hueso insisten en reanimar un clítoris que muere en la sequedad de pubis desértico y lampiño. Tal vez tenga suerte de revivir un orgasmo. Sería perfecto morir con el último esfuerzo de su vagina varicosa.
Sus dedos se hunden en el orificio sin agua. No hay fluido que los haga resbalar. Sus uñas rasgan las pieles que un día fueron delicadas. Hoy son tristes paredes de papel que se inundan con sangre. Ojalá que el dolor no llegue a durar tanto que sea el último sentimiento antes de partir.
No hay muslos fuertes que la sostengan, son un par de ramas torcidas a punto de quebrarse y tiemblan para abrirse. Acerca con lentitud su mirada al lugar donde un día él bebió por borbotones, donde ella elevaba con fuerza su pubis mientras sostenía la cabeza de él obligándolo a que la llevara al extremo placer.
No puede llorar. No tiene lágrimas que hagan mover sus ojos sin ardor. Y la saliva se ha ido de su boca dejando la lengua como una piedra, nada que ver con la serpiente que reptaba rodeando el erecto falo de su amado, lo escupía y bebía…
El mundo de agua se ha ido. Su cuerpo es más árido que el Atacama por el que rondan insectos que avisan la muerte. Las moscas son el preludio.
La sangre espesa transita lenta y su clítoris no se endurece. Convulsiona con un orgasmo imaginado, recordado.
Un cúmulo de huesos en medio del sillón se está haciendo polvo. Un índice en la mordida y una mano cansada en un pubis abierto de cadera dislocada.
Extraña ofrenda al placer perdido…
Aragggón
030320110939

1 de marzo de 2011

Padre muerto, hijo no nato



Padre muerto, hijo que no existes:
El mundo es estático, no varía. Es plano como el electroencefalograma de un subnormal. Como el de una persona en coma.
Posiblemente como el mío.
Todos sufren, todos se cansan, ríen, lloran y descansan.
Yo no lo siento, todo resbala en mí. Soy impermeable a mierda y alegría.
Padre muerto, hijo no nato: el mundo es una película que he visto demasiadas veces. No hay sorpresas.
Lo poco que observo ya a través de mis ojos idiotas es un decorado que mi escasa imaginación puede crear con mucho esfuerzo. Un filtro que apenas me da ya consuelo. Es la única forma de sobrevivir.
Con mis últimas reservas de imaginación he podido durar un poco más.
Hijo: si hubieras nacido, si estuvieras te necesitaría. Necesitaría salir a pasear contigo, fumar acompañado aunque digan que es malo. Sólo una vez. Nadie salvo yo, sufre cáncer por fumar un cigarro.
Padre: quisiera ser pequeño y que no estuvieras muerto y que me dijeras que hay cosas nuevas por descubrir.
Construyo castillitos en el aire que se desmoronan con un soplido. Y cuando se tambalean pongo las manos. No tengo suficientes manos para sujetar las almenas y caen rompiéndose con un gemido que me duele aquí, muy adentro; en un punto de mi viejo cuerpo que no puedo definir, que no puedo identificar.
Caen con un ruido sordo, porque sordo me estoy quedando.
Ojalá no oyera nada, ni siquiera mis gemidos.
Hijo que no naciste: papá es viejo, ojalá estuvieras aquí para cuidarlo. No quiero cuidados. Me conformo con un poco de compañía mientras lo que queda de vida duele.
Padre: voy contigo, espérame. No me dejes solo cuando llegue. Soy tímido.
Entre las ruinas de mis castillos en el aire asoman pies de soldaditos muertos. No soy cruel con mi imaginación, pero a veces ocurren cosas.
Y es lo hermoso de imaginar, que ocurren…
Sorpresas de soldaditos muertos que no imaginé y ahí están.
Padre: no me acuerdo de tu cara. Tengo miedo.
Hijo: es tarde ya, me arrepiento de que no nacieras.
Mi imaginación está en crisis, se ha agotado. Es el fin, el Segador está cerca y mi yugular se defiende endureciéndose ante la proximidad del acero frío. Sólo es un acto reflejo, no me defenderé, estoy cansado.
Si mi padre no estuviera muerto me acercaría a él sin vergüenza para que supiera de mi tristeza. Sé que él no preguntaría y me posaría la mano en la espalda. Que callaría a mi lado y yo me confortaría viéndolo fumar.
Hijo: a veces sueño con abrazarte y engañarte, decirte que lo hago porque te quiero. Pero en realidad, sólo lo haría por un poco de calor, sería egoísta. Aún sin nacer, te quiero tanto que deseo tu calor. Sé que no es bueno que un padre llore en el hombro de un hijo. No es natural.
No consigo imaginar calidez, mi imaginación ya es fría como el cadáver del que hubiera podido ser tu abuelo.
¿Hubieras venido conmigo a pasear?
A veces sueño con muertos y con los que no existen. Y la soledad es devastadora y me siento héroe luchando contra la inexistencia. Hasta de la tristeza más absoluta arranco algo de sueños imposibles.
Estoy abandonado, hijo que no existes. No tengo ni alma, padre muerto.
No soy nada, ni el producto de mi imaginación.
Mi melancolía es potente, es pura e inmaculada como la virgen misma.
Suena música hermosa por la radio. Sería un buen momento para no estar sin vosotros, sería un buen momento para llorar disimuladamente en vuestra compañía. Padre, hijo, nieto… Deberíais existir.
Si me quedara suficiente imaginación…
Estoy vacío.
Algo hice mal, muy mal.
Y ya no tiene arreglo.
Mi imaginación está muerta como papá. No hay ni cadáver de ella. Como no lo hay del hijo que nunca nació.
No es bueno vivir así, no vale la pena.
Padre: no hay remedio, no pasa nada, estás muerto. Has salido bien parado en mi castillito en el aire.
Hijo: perdona que hayas muerto sin haber nacido si quiera. Te he matado sin ser necesario.
No me perdones, no sería justo para ti, mi pequeño…
Vuestros pies asoman entre las ruinas de un castillo roto.
Estáis tan muertos… Y yo también, es mi última imaginación.
Mis castillos en el aire son pura degeneración, mato lo que no nació y lo que está muerto.
¿Alguien da más? Posiblemente esta sea mi única sonrisa en lo que queda de sueños.
Es tarde, vamos a dormir.
Que el Segador nos encuentre dormidos aunque no existamos.
Os echo de menos padre e hijo muertos.


Iconoclasta
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Mi sexo liberado.



No soy un ángel. Fui creada humanamente. Ni siquiera soy un invento del hombre, como lo es el tiempo. Soy la contracción doliente de una hembra, el semen vertido de un macho sobre un útero que lo esperaba o tal vez no. Derramé las sangres en el momento del alumbramiento desgarrando la vagina de la mujer que después llamé madre. No hay duda de la especie a la que pertenezco, mi físico lo comprueba aunque existan momentos que me comporte de manera bestial.
Descubrí las primeras palpitaciones vaginales a muy corta edad, mientras las pinturas románticas al óleo me mostraban los pezones desnudos de las musas.
Tengo un clítoris que creció conmigo y fui consciente siempre de él. Probé mis fluidos sin miedo, descubrí el olor de mi sexo en los cambios hormonales, manché mis manos de sangre en mi primera menstruación, reconocí el placer de hundir mis dedos en la primera masturbación.
¿Y dices que me calle?
¿Me prohíbes enunciar mi cuerpo?
¿Cómo calmarás mi respiración involuntaria y agitada?
¿Cómo lograrás detener mis derrames?
Ya han inventado cinturones de castidad, pero no guantes que castren las letras, ni cascos que eviten los pensamientos, no hasta ahora. Los intentos han costado sangre, pero no han ganado del todo.
Soy la imagen que perturba la mirada, que la vuelve borrosa y lacera los lacrimales, la aguja en la córnea de los asexuados, la astilla en las uñas de los castrados que arrugan sus puños rabiosos de mi satisfecha condición.
Quitaré las pinzas que pellizcan mi sexo y pretenden callarlo, llevaré las marcas de sus intentos fallidos, continuaré abriendo con mis dedos la vulva que se derrama imparable mientras agito inquieta el botón de gracia que hace llagas sus rincones olvidados, donde alguna vez dejaron morir sus sexos.
Aragggón
010320111102

27 de febrero de 2011

En literatura no hay crímenes



En la literatura no hay límites.
No existe la pornografía, no existe la pederastia o pedofilia, no existe el crimen.
Los autores de thrillers de terror no son asesinos como no es un pederasta Vladimir Nabokov (autor de Lolita, una novela sobre un escritor que mantiene relaciones sexuales con una adolescente menor de edad).
Incultos míos: el hombre invisible no existe, ni existe 666. Creo violaciones de grandes y niños, descuartizamientos de humanos y perros.
Pero todo es M-E-N-T-I-R-A, como la novela de Nabokov o como la seria de Hannibal Lecter.
Yo creo un personaje y hago lo que me da la gana con él.
No existe pederastia ni asesinato en literatura. No hay nada más que personas que no están rabiatadas a leer, que por primera vez en su vida han escrito dos palabras seguidas aprovechando el tirón de internet y se creen académicos de la lengua y filólogos.
Yo puedo hacer lo que quiera con un niño que he imaginado, si queréis, os lo puedo servir cortado a cuartos y horneado con virutas de chocolate amargo.
Tal y como existe la ciencia ficción. Así es escribir y leer e imaginar.
Lo malo es cuando hay fotos de niños chupando pollas o coños, eso sí que es malo. Es malo cuando los niños mueren de hambre, es malo cuando los niños chinos se destrozan la espalda haciendo números de contorsionismo.
Es malo cuando (y esto es verdad) un jeque árabe llega con su harén de cien mujeres a una importante capital europea y se le hacen reverencias a pesar de que en su harén hay tal vez, más de seis o siete niñas a las que usa y que son sus esposas. Se las folla.
Esto sí que es real.
Así que primero, y antes de llevarse los dedos a la hipócrita vista ante un relato, pensad bien en el puto mundo en el que vivís.
Y pensad en esos jubilados reales que hacen viajes a Cuba y Tailandia para follar, algo que sabe hasta mi perro.
Vamos, fariseos hipócritas, no existe ningún delito en la literatura, porque simplemente, es todo imaginación. Deberíais aprender esto antes de leer y escribir.
También hay niños trabajando como esclavos, pero parece ser que escribir de ello, para vuestras estrechas mentes podría ser ofensivo.
Creo que mejor no salgáis del mundo de Walt Disney, hay cosas que no tienen remedio y los cerebros enclaustrados y sin humor e imaginación son el resultado del gran trabajo realizado por la Santa Inquisición (que existió e hizo más daño que el Follador Invisible o 666).
No jodáis, no tengo ganas de hablar de lo que es obvio.
Follar es sano y no es necesariamente para la reproducción, a menos que seáis vacas o cualquier otro animal.
Y si algo no os gusta como no me gusta a mí el mundo, no lo confundáis ni busquéis cosas raras ni os convirtáis en arcángeles de una puta decencia que es pura indecencia.
Cuando algo no me gusta procuro no leer, procuro no mirar. Y si puedo, insulto, porque yo no me callo ni necesito razones de orden moral para justificar ni criticar nada.
Simplemente tengo mis ideas muy alejadas de esta sociedad amoral, asesina e hipócrita.
Buen sexo para algunos.


Iconoclasta
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24 de febrero de 2011

Lo que debe hacerse



Yo no quiero morir; pero hay cosas que deben hacerse.
Porque morir no ocurre, morir es algo que hacemos.
No me da miedo, no tengo miedo al dolor; pero ¿sabes? No quiero volver a sentir que no estás. Quisiera morir y que el espíritu se pudra con el cuerpo. Tengo miedo de que el pensamiento sea otra cosa, otro ente. Y que sobreviva al cuerpo estropeado.
No quiero ir solo a cruzar el Aqueronte. No sin ti.
Tengo miedo; si la vida sin ti ha sido insufrible, la eternidad me matará día a día.
Muerte sobre muerte… Da miedo, da terror.
Pudrirse no importa, lo que importa y hace mucho daño es no tenerte a las mañanas, que anochezca sin ti.
Tengo un miedo que me muero.
Mi vida, destruye mi alma cuando haga lo que debo hacer. No quiero un óbolo en mis párpados. No quiero que Caronte me guíe por el Hades. No quiero que haya ojos que cubrir ni espíritu que guiar.
No quiero paraíso ni infierno.
No quiero estar solo, no quiero saber que sufres.
Tengo que morir, es mi deber, no hay problema con ello.
Soy valiente.
Pero asegúrate que muera completamente, dame el tiro preciso en la nuca para que ni una sola idea pueda sobrevivir a mi cuerpo.
Asegúrate, mi amor, que cuando me entierren mi alma no pueda salir, que no haya resquicios por donde evaporarse. O mejor que me incineren hasta la emoción más pequeña.
Y perdona que me vaya antes que tú; pero no puede ser de otra forma. Ni soportaría que fuera de otra forma. Los que nacemos antes nos vamos antes; es estúpido afirmar lo obvio; pero amarte confunde y me he de repetir lo más básico. Soy un deficiente mental cantando repetidamente en voz alta que ha de comprar una barra de pan.
Morir es algo que tenemos que hacer, no podemos dejar que ocurra. Tenemos que vivir intensamente con ímpetu. Y al final marchamos solos.
No quiero, otra vez solo no; por favor.
No sé si nos encontraremos; pero no quiero que duela el alma, tengo bastante con el dolor del cuerpo.
No quiero sobrevivirte, ni tampoco quiero sentir el horror del tiempo sin ti.
Tiene que existir el tiro justo y cabal que acabe con mi pensamiento cuando mi puto cuerpo deje de funcionar.
No dejes que vague solo sin ti.
No quiero otra eternidad esperándote, ya soy demasiado viejo, mi amor.
Y si algún dios, por alguna razón estúpida, existiera; blasfema en mi nombre, cágate en él y que mate lo que queda de mí.
Haré lo que debo hacer sin miedo al corazón reventado, a los pulmones sin aire.
Pero tú, mi amor, haz lo que sea por no dejar que mi alma sufra otra vez.
Hasta nunca, mi vida.


Iconoclasta
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21 de febrero de 2011

El Follador Invisible en el circo


El pequeño se mueve con rapidez, con demasiada rapidez. Parece un juguete biomecánico; ha repetido tantas veces esa contorsión que no hay voluntad en su actuación. Es un mero acto reflejo.
Sus pies están cada uno, pegado a cada uno de sus oídos; parece un balancín.
Sobre su pecho y abdomen combados se balancea; las piernas forman un óvalo casi perfecto con su espalda y ni siquiera sonríe porque sus articulaciones están en crisis.
Apenas mide un metro, tal vez tenga seis años y tal vez las manos que mantienen los pies pegados a las orejas no están demasiado castigadas por horas de arrastrarse y sostener largo tiempo su liviano cuerpo sobre ellas.
Dos hemisferios del suelo del escenario se abren dejando al pequeño acróbata manteniendo el equilibrio sobre una pasarela de apenas 15 cm. de ancho. Todo el teatro se ha oscurecido. Bajo el artista hay una profundidad oscura e insondable.
Un redoble de tambor y la estrecha pasarela lanza al pequeño al aire, a unos pocos centímetros de la pasarela. Sin mover una sola de sus extremidades el crío cae balanceándose con dificultad, intentando mantener el equilibrio con su abdomen.
Llora visiblemente.
El público adulto sonríe. Un rey de incógnito se acaricia la entrepierna y una famosa cantante de rock se quita las gafas de sol para apreciar con más intensidad el miedo en el artista.
Cuando el pequeño se ha estabilizado, la pasarela vuelve a sacudirse y esta vez lo hace con más fuerza.
El artista lanza un gemido en el aire sin variar la posición inicial y aterriza con un gesto de dolor. Se ha cruzado en la estrechísima pasarela y las dos mitades de su cuerpo se balancean sobre lo oscuro y profundo.
Le lleva más tiempo y dificultad estabilizarse y ahora sus movimientos no son mecánicos. Lucha por su vida. Cuando suelta con cuidado uno de sus pies para agarrarse con seguridad a la precaria pasarela, una voz oriental grita hostil desde las bambalinas, es una orden firme, tajante e implacable.
El niño se asusta, le teme a la voz y vuelve a adoptar la postura de contorsión moviendo con mucho cuidado los pies y las manos. En su rostro infantil hay un sufrimiento casi anciano.
Apenas ha conseguido formar la figura de balancín la pasarela se sacude de nuevo. Esta vez lo lanza más de medio metro arriba. El presidente norteamericano se levanta de su butaca con los dedos en la boca para lanzar un fuerte silbido. El magnate de la informática también se levanta para aplaudir con entusiasmo.
Demasiado alto, demasiado cansancio, demasiado entumecimiento. Demasiado miedo. Y la crueldad que viene de allá, de aquellos miles de ojos que lo observan con inmunda ansia, también es demasiada.
Es demasiado de todo para un niño tan pequeño.
Apenas puede rozar la pasarela cuando la sobrepasa cayendo en lo oscuro, la caída se hace larga, lo desconocido y la agonía dilatan el tiempo. Cree estar suspendido mientras su espalda se dirige a un lugar desconocido. Mira con los ojos tristes la pasarela que lo mantenía lejos de lo insondable.
Cayendo grita todo lo fuerte que sus pulmones le permiten.
Se apaga el abrasador foco que alumbraba el escenario y se crea una completa oscuridad. El público exhala un suspiro colectivo y el niño se siente oscuridad. Ni siquiera sabe donde están sus manos.
Un chapoteo de agua, los llantos de un niño que ha tragado agua.
El selecto público contiene la respiración.
La parte baja del escenario se ilumina de un intenso color azul que deslumbra al público y deslumbra al niño que ahora cree flotar en luz pura ante la dolorosa ceguera que le provoca esa repentina luz.
Está en un acuario y tiembla de frío y miedo.
Se puede observar con total nitidez el cuerpo infantil luchando por mantenerse a flote. Tan nítido como los dos tiburones que suben hacia él hambrientos. Dos tiburones tan grandes que el público cercano al escenario se levanta ante la proximidad de esas dos bestias que parecen poder reventar las paredes de vidrio.
El niño ni siquiera los ve cuando lo parten en tres trozos: el brazo izquierdo se lo lleva el tiburón de la aleta de punta rota. La cabeza y los hombros se los lleva de un solo bocado el tiburón de la cicatriz en el vientre.
El resto del cuerpo se hunde perezosamente hasta perderse en la profundidad.
Y el agua se tiñe de rojo.
El público se levanta de sus butacas para dar una fuerte ovación. Hay silbidos y “bravos” en todos los idiomas.
Los hemisferios del escenario se cierran y la luz del acuario se apaga.
El maestro de ceremonias aparece en el escenario, un foco lo resalta.
-Damas y caballeros, acaban de ver la actuación y muerte del pequeño She Tukei Simo. De Tianjin, China. Cinco años. Su coste: ochocientos cincuenta euros. Sus padres ya esperan otro bebé que nos venderán cuando haya pasado el periodo de lactancia. Recuerden su nombre: Liu Tukei Simo. Estamos seguros de que será tan buen acróbata como su hermano.
El público aplaude.
-Y durante el tiempo que dura la preparación del próximo número, les ofreceremos nuestro habitual refrigerio.
De las puertas laterales de la platea, salen mujeres desnudas con bandejas que se sujetan con una cinta al cuello, en ellas llevan un amplio surtido de drogas, habanos y cigarros. Luego aparecen hombres desnudos con bandejas llenas de licores y canapés variados.
El presidente italiano mete los dedos en el ano de la camarera cuando esta se agacha hacia él para inyectarle una dosis de heroína en el cuello. El premio nobel de economía de hace dos años, aspira una raya de coca con su pene erecto fuera del pantalón.
Un obispo acaricia el pene del hombre que le sirve un vaso de Cardhu con hielo de un iceberg austral.
-Por lo que pagamos por la entrada de la actuación, deberíamos cenar caviar de beluga –comenta el banquero suizo a su colega ruso.
Y mientras la princesa de ese pequeño principado europeo abre sus piernas ante la boca del macho que le ha servido su Bloody Mary, yo me encuentro observando a toda esta caterva de millonarios y poderosos disfrutando de su exclusivo circo. Aquí, en un escondido teatro-búnker tallado lujosamente en las rocas al pie de los Alpes suizos.
Sé que cambiarían sus fortunas, todas sus posesiones y su poder por ser como yo: invisible.
No siento nada de admiración por ellos, no siento envidia, no siento el más mínimo respeto. Ni siquiera me dan asco. Sólo son inferiores. Sólo son juguetes que romper.
Hay un pequeño departamento adyacente a este, donde los hijos de estos magnates pueden disfrutar de un espectáculo más suave. Disponen sala de juegos de realidad virtual y todas las putas golosinas del mundo. Están tan bien cuidados, que odian ver aparecer a sus padres.
Y a sus padres les importa una mierda que sus hijos los quieran o no.
He violado a la hija de catorce años de un fabricante de armas italiano en la sala oscura del juego de realidad virtual los Sims. Su ano ha quedado tan destrozado que cuando intenten operarlo, no sabrán distinguirlo del intestino grueso.
Ha llorado infinito y su boca ya conoce el sabor de un pene sucio. No la he matado porque posiblemente la usaré en otras ocasiones.
Sus braguitas de algodón estampadas con Hello Kitty, están colgando del pomo de la puerta. Una de las cuidadoras, al ver la prenda y entrar en la sala, grita algo en alemán con un cerrado acento austríaco. Parece la mismísima puta Eva Braun hablando.
Las quince cuidadoras están muy jodidas, porque no hay forma humana de que en este antro de seguridad absoluta e inviolable, pueda ocurrir algo así a menos que lo hayan hecho ellas.
Las otras catorce la matan allí mismo, destrozándole la cabeza con botellas de vidrio de agua mineral. Si hay una culpable y ha sido castigada, no habrá más investigaciones.
La sangre se extiende por el suelo alfombrado con pura lana virgen. El cerebro blanco y ensangrentado, ha salido del cráneo y parte de él se encuentra bajo la cara de la muerta.
Los hijos de los millonarios y poderosos no pueden sufrir este tipo de abusos.
Antes de salir he pasado por la nursería y he metido a un pequeño bebé que dormía en la cunita bajo el grifo del agua fría aprovechando la confusión. Su piel se ha tornado azul rápidamente. Su pulsera indica que es hijo de un matrimonio de actores famosos en Hollywood.
A mí me importa una mierda el séptimo arte. Yo soy el único arte.
Y aquí, paseando entre todos estos idiotas, me siento bien.
Me siento a gusto, porque es como conseguir un sueño. Medirse con lo más rico, con lo más importante del planeta y salir victorioso. Ser admirado por los más admirados y temidos. Definitivamente, si no soy dios, debería serlo.
Llegué aquí primero con el avión privado de un narcotraficante español, gallego para ser más concreto. No sabía adonde iba, sólo vi en el aeropuerto a ese tipo de avanzada edad que llevaba del brazo a una mujer demasiado joven y bella como para ser su mujer. Su coño olía a puta en dos kilómetros a la redonda. Y el capo gallego olía a cerdo inculto desde más lejos aún.
Es fácil para un hombre invisible meterse en cualquier lado. Lo difícil es contenerse y no dejarse descubrir antes de tiempo.
Así que en aquel avión particular, me senté en los asientos de la cola, que estaban libres y viajé cómodamente con el hermoso aliciente de la sorpresa, ya que en sus conversaciones no había conseguido captar hacia donde se dirigían.
Llegamos al aeropuerto de Suiza tras dos horas de vuelo; un helicóptero nos llevó hasta los pies de los Alpes. Un coche oruga nos recogió en el helipuerto para llevarnos directamente a las entrañas de ese selecto club horadado en las rocas.
Tras media hora de excesos, los degenerados poderosos atienden al escenario. Las camareras y camareros desaparecen por las disimuladas puertas laterales por donde salieron.
El maestro de ceremonias aparece en escena.
Yo estoy a su lado con toda mi invisibilidad hostil.
Tras el telón dos niñas van a bailar una complicada danza de espadas y se prevé que la niña ucraniana, corte la garganta de la gitana.
Si estoy aquí es para que algunas cosas no ocurran y otras sí. O sea, que se haga mi voluntad. Me gusta someter a los hombres y mujeres; si son poderosos, mejor aún.
Estos piojosos me la traen floja.
A una niña le falta la espada y está un poco preocupada. He visto como castigan a los pequeños cuando cometen errores.
Su espada parece flotar por encima de la cabeza del maestro de ceremonias porque la sostengo en mi mano. El público ríe y el idiota no acaba de entender por qué.
Ni siquiera, cuando lo decapito, consigue entender que está muerto.
El público aplaude enloquecido hasta que lanzo la cabeza a las primeras filas de butacas, la sangre que ensucia la ropa no gusta y menos aún si salpica la cara.
Ahora, mientras avanzo haciendo flotar la espada en el aire como una especie de número de parapsicología, los imbéciles mantienen un silencio sepulcral.
Con un rápido movimiento cerceno uno de los pezones de la yerna de la reina de Inglaterra. Ahora no solo no ríen, se sienten incómodos si a así se le puede llamar al miedo. No es algo a lo que estén habituados.
El impúdico escote se tiñe de rojo y nadie interrumpe los gritos de la aristocrática zorra. Los cerdos ya no esperan a que la espada elija otra víctima. Como una manada de torpes deficientes mentales se pisan los unos a los otros por llegar a las puertas de salida.
Tengo tiempo para clavar la espada en los pulmones de un octogenario de pelo blanco acompañado de una puta de dieciséis años que ya está saliendo del teatro.
El amor no es tan incondicional como dicen.
Cuando retiro la espada, salen burbujitas y espuma roja a través de la ropa que abriga la herida del viejo. Los pulmones siempre son un punto de dolor y ver a alguien morir ahogado en su sangre es un placer largo y satisfactorio. Lo recomiendo.
Y así es como las más influyentes mujeres y hombres del planeta, corren como ovejas asustadas hacia la salida sin acabar de avanzar con suficiente rapidez.
La anciana que sangra por los ojos porque ha sido pisoteada, tiene la dentadura torcida en su boca y se siente muy extraña cuando le meto profundamente mi pene y la ahogo con él. Eyacular en la boca de alguien que muere y que con su afán de respirar consigue masajear con gracia el glande, es otro placer que recomiendo encarecidamente.
Hay ricos con miembros rotos en los pasillos entre butacas. El personal de seguridad y sanitario los atiende. Otros reciben masajes cardíacos.
Me aburro…
Cuando salgo al vestíbulo hay gritos y se preguntan qué coño ha podido pasar para que haya ocurrido todo esto; el presidente de Venezuela cuenta cosas de espadas que vuelan y los encargados de seguridad lo escuchan con una sonrisa sarcástica.
Al abrir la puerta de vidrio, unas gotas de sangre en mis manos, en mi cara y en el pecho es lo único que se refleja de mí. Es muy extraño ver flotar sangre.
Es una noche oscura y fría, el cielo está encapotado y no se ven las estrellas. Por una discreta salida lateral del teatro los pequeños niños artistas son conducidos a un microbús blanco que dice ser El Circo Mágico de los Alpes. Un niño indio llora en su asiento, y la gitana y la ucraniana esperan su turno para subir cogidas de la mano.
No hay finales felices. Hay demasiados poderosos para que los finales felices existan. Al menos vivirán unas semanas más.
Un emir árabe se acerca al microbús, una hombrera de su costosa chaqueta está desgarrada. Se dirige al sujeto que tiene la lista en las manos y habla a su oído.
El encargado de los artistas asiente y abultado fajo de euros.
El emir coge de la mano a la gitana y ésta se resiste a ir con él. El emir la arrastra y la ucraniana la ve marchar con su mano extendida, enfriándose rápidamente sin la mano amiga.
Tomo un pie de metal de las cintas de seguridad que forman el pasillo del teatro al vehículo y cuando la extraña pareja entra de nuevo por la puerta lateral del teatro, lo clavo con fuerza en el ano del emir. No penetra, no ha tenido esa suerte; pero ha caído al suelo. La gitana no comprende nada, la niña observa hipnotizada como le pulverizo la cabeza hasta que sus jodidos sesos asoman como una sucia esponja por entre el cráneo roto. La gitana corre de nuevo hacia el microbús en busca de su amiga.
No hay finales felices, sólo pequeños momentos de justicia.
Y ahora voy a meterle mi invisible polla a la madura Madona, que la he visto cojear con los ojos sucios de rimel y la blusa rota hacia el lavabo.
Es igual que sean ricos o no, que sean poderosos o esclavos. La idiotez no sabe de clases sociales.
Yo sí que tengo finales felices.



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18 de febrero de 2011

Malo, muy malo



Soy malo, nací con un rencor enquistado en el alma que crea tumores en carne, huesos y sangre.
Yo sé que es verdad eso que dicen: que un mal estado de ánimo crea cánceres y enfermedades. Soy cáncer e infección porque soy malo.
He de puntualizarlo porque los hay que se vuelven mala gente con la enfermedad. Yo nací malo, muy malo.
Mi sangre es de un blanco leucémico, tan enferma, que se pudren las agujas que clavan en mis venas.
Algunos doctores no quieren curarme porque dicen que no me lo merezco. Las enfermeras tienen miedo de tanta insania.
Y ambos temen mi odio.
Tengo un brazo podrido que se cae a trozos, que pica la piel y el muñón sangra por la acción liberadora de mis uñas.
Ni la proximidad de la muerte puede hacerme mejor, más humano, más agradable.
Los años pasan y la podredumbre en la médula de mis huesos crece y se hacen ramas duras, óseas que se clavan como raíces en mis músculos odiadores. Y el dolor es enloquecedor.
No me canso de odiar y despreciar este infecto planeta en el que estoy prisionero.
Hubo un hijo, tal vez fuera mío. No estoy seguro porque mi semen es pus clara desde hace mucho tiempo. Ya no recuerdo desde cuando.
¿Me di cuenta en mi primera paja?
Creí amarlo; pero cuando me di cuenta de mi sangre blanca infectada y enferma, supe que no podía haber ningún tipo de cariño en mí.
Toca morir y la puta hora no llega nunca.
Y mientras pasa el tiempo, pateo caras de vagabundos en las noches, o disparo en cuerpos que no sé si son de hombre o mujer.
No hay motivo alguno, no hay móvil.
Por eso sigo libre, si se le puede llamar libertad a vivir en este planeta lleno de cosas desagradables y vulgares.
Me duelen los huesos y la piel es pura comezón.
Se me ha caído el antebrazo y el muñón ahora es rosado, no está curtido como el de la muñeca y duele solo rozarlo con la mirada. Dicen que es lepra del odio, que es lepra de la desesperación.
Debería animarme, pensar en positivo. “Un ánimo positivo y optimista es el cincuenta por ciento de la curación de un paciente”, dice el doctor.
Sólo el descuartizamiento de un cuerpo me alivia, descarga adrenalina. Una adrenalina que debe estar tan podrida como el semen que producen mis testículos.
Mi pene es oscuro, porque la sangre lo llena pero no retorna. Me masturbo como terapia para provocar la circulación sanguínea y así un día no encontrarlo entre las sábanas suelto y muerto como una morcilla de arroz y sangre de cerdo cocida.
Me queda una sola mano y dos pies para seguir matando.
Y por lo visto; poco tiempo de vida también.
Pero poco tiempo es una eternidad aquí.
Yo le digo a los médicos que se metan en el culo sus consejos, su superchería y psicología barata. Su cordialidad de mierda también. Yo solo quiero irme de aquí.
Tal vez el suicidio…
No… A pesar de este dolor, de esta vida agónica, amo el odio que me hace fuerte e indestructible. Aunque emboce el inodoro cuando defeco mis propias vísceras tumorales.
Odiar es más fuerte que amar. Y es más fácil.
Un hombre con la tez clara, barba y pelo castaños; que viste túnica y sus ojos verdes radian paz me ha dicho antes de acuchillarlo:
-Muero por ti, hermano. Mi Santo Padre te acogerá en el cielo, no te guardo rencor.
-No puedes guardarme rencor, iluminado de mierda.
Le he cortado el cuello y se ha volatilizado en el aire como si fuera humo. Creo que mi cerebro también se está pudriendo.
Ni Cristo me redime de mi maldad.
Y aunque me sangren las encías y se me desarrolle un cáncer linfático, despertaré con la mirada torva, mirando con asco el nuevo amanecer, sintiéndome enfermo con el calor de la nueva luz. Odiando la realidad que me arranca de sueños donde soy libre.
Soy malo, soy tan malo que el cáncer no tiene fuerza para matarme completamente.
El imbécil saber popular, por una vez tiene razón: mala hierba nunca muere.
La buena si muere. Y sangra, y se trocea, se quema, se tirotea…


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16 de febrero de 2011

Voladores



Todos vamos hacia la muerte, sólo que unos creen que lo hacen volando, con elegancia y carisma. Todos quieren volar.
Y todos se arrastran.
Arrastran sus cojones y sus coños por el suelo. Y a pesar de la abrasión, imaginan que vuelan.
Yo soy consciente de que voy al final de mis días arrastrándome como un gusano. No hay vuelo libre, no hay alturas liberadoras ni ingravidez. Soy un gusano que se despelleja arrastrando sus miserias por el suelo.
Ellos, los otros, vosotros… Se reflejan en un extraño espejo que les hace ver alas en sus lomos. Les hace creer en cosas de elegancia y exclusividad.
¿Qué tipo de droga o insania les hace creer que son libres, que tienen alas y libertad?
Porque sus pieles están manchadas de esputos y mierda. Como la mía. Pero yo sé cosas, yo siento que algo no va bien.
Están podridos. Sus cerebros están demasiado maduros y los pájaros picotean en ellos sacando trocitos de podredumbre. Y piensan que son colibrís libando un dulce néctar.
No viste túnicas de ángel, no tienen su piel blanca.
Tontos del culo.
Reptan patosos, con cólicos en el vientre dejando un rastro líquido y oscuro de si mismos. Sus genitales se han llenado de tierra y no es una terapia voluntaria. Es un barro cenagoso y maloliente que sus narices engañadas creen que es agua de rosas.
Mierda.
Sus hijos tampoco tienen alas ni fueron paridos en el cielo. Cayeron de entre sus piernas a una tierra sucia y caliente. Infecciosa.
No estaban envueltos entre plumas de seda. Era sangre y grasa.
Volar… Solo vuelan cuando una carga explosiva estalla a sus pies o cuando caen por un desfiladero.
Solo se vuela cuando te van a matar, porque la mente quiere escapar del dolor y el miedo. No es volar, es huir. Que nadie se confunda. Que ningún poeta cobarde os engañe.
Los humanos son babosas con mocos demasiado densos como para despegar del suelo y evitar pasar por una rama llena de espinas.
Ni siquiera sus cochinos sueños pueden volar; sus sueños e ideales son plomo en el agua. En su materia gris poco inteligente.
Al carajo aves de mal agüero que creéis volar.
Desgraciados.
Me cago en la hostia puta.
Si alguna vez llegarais a volar, vuestra imagen sería repugnante recortados contra el sucio cielo del planeta, de este planeta.
Vuestros genitales… Me da asco imaginaros cagando desde las alturas. Porque aunque os creáis seres alados, cagáis, escupís y vomitáis como cualquier marrano.
Que os jodan, si volarais, sería cazador.






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8 de febrero de 2011

666 y los perros sucios



Perros sucios, perros comidos por las pulgas.
Los hay de dos y cuatro patas.
Animales que un día se sentirán tan hambrientos que morderán cualquier cosa para arrancar un pedazo y comer.
Los neumáticos son demasiado duros y las piedras parten los dientes.
Las latas cortan el paladar.
Y yo corto todos los tejidos primates y animales.
Mis queridos perros, mis hambrientos amigos. En la ciudad sólo pueden comer restos venenosos por la fermentación y carne humana.
Si es carne indefensa, mejor. Al fin y al cabo, deben ahorrar cuanta energía puedan.
Sois demasiado idiotas para pensar con claridad. Son obra vuestra, de vuestra desidia, de vuestra incultura y desprecio. Animales abandonados de hambre alentada por vuestra idiotez.
El perro que ha devorado las extremidades del bebé, ahora menea la cola zalameramente a un grupo de obreros que desayunan en plena calle con los dedos sucios de alquitrán ya tatuado en la piel. Es un perro mediano, demasiado peludo para este clima, hace tiempo abandonado; tanto tiempo que ya nadie adivina que su pelaje era blanco puro. Sus ojos grises son sólo un poco más oscuros que su pelo.
Uno de los primates toma un cascote y acierta en la cabeza del animal que aún tiene el hocico ensangrentado de pura sangre de bebé mono, de cría de primate.
Se ríe y ríe el grupo de monos que son sus compañeros escupiendo trozos de comida.
El perro huye profiriendo gemidos. Se aleja sangrando. Ha perdido un ojo, el globo ocular se vacía poco a poco dejando una legaña de dolor y un brillo de aceite en el pelaje de su hocico.
Los perros se lamentan solo lo necesario.
Si pierden un ojo o una pata, aúllan el primer momento, más de sorpresa que de dolor, para luego seguir buscando comida. O bien para morir en paz.
Es entonces cuando buscan un lugar oculto, como si hubieran aprendido demasiado tarde que hay que alejarse de los primates.
O tal vez sean vergonzosos a la hora de morir. Cuando mueres, ocurre como cuando duermes, nunca sabes cuando se te cae la baba. Además, cuando mueres se vacía el cuerpo de toda clase de materias y fluidos y la imagen que uno deja no puede ser la mejor para ser recordado. Esto solo vale para los perros de dos patas, a los de cuatro patas les importa poco su puta imagen.
Si fuera primate, es decir, si el perro pudiera entender la vida como uno de vosotros, posiblemente hubiera vuelto al patio abierto de aquella de casa donde devoró al bebé y pediría al dueño de la casa algunas sobras de comida, que bien podrían ser el resto del cuerpo del rollizo bebé cuya carne huele y sabe aún a leche.
Pero el perro intenta acostumbrarse a su nueva visión con un solo ojo.
No se lo voy a permitir.
Alguien, algún primate no sabría si sentir pena por el perro. Los hay que sentirían más dolor por el sufrimiento del perro que por la muerte del bebé.
Y odiaríais al obrero. Comprenderíais que el perro no tiene culpa alguna de lo que ha hecho. Es entonces cuando interesa conocer la opinión de los padres del bebé devorado al respecto del sufrimiento del perro.
Ellos, a pesar de haber dejado al bebé solo tanto tiempo como para que lo pudiera devorar un perro en su sucio jardín de entrada, cerrado con una puerta rota de madera a modo de verja que cae con una patada; no se sentirán especialmente responsables.
Son pobres, aún así, la pobreza no aporta estupidez, sólo falta de cultura. Porque la cultura se compra, el sentido común y la responsabilidad va metida en el cerebro si se tiene.
Dijéramos que la cuestión de la responsabilidad es algo instintivo.
Para empezar voy a hacer lo más fácil y lo que menos me gusta: matar a la perro.
Se encuentra bajo una camioneta, tirado en un charco de aceite ennegrecido. Lo bueno de los perros abandonados es que no requieren demasiado lujo para morir.
Chasco los dedos y cuando se acerca a mí temblando a pesar del implacable sol que nos arranca vapor de la piel y cocina el alma, le abro la boca y le desgarro la mandíbula inferior, y la lanzo lejos de mí. Lo dejo caer al suelo retorciéndose de dolor y miro con calma y sosiego como muere lentamente. Unos segundos antes de que muera, le aplasta la cabeza con el pie, con una patada vertical deseando aplastar los pulmones de Dios.
Estas historias de pobreza, muerte, estupidez, perros y primates no tienen arreglo. La forma de actuar es eliminar todos los factores que son o han formado parte de la historia concreta; para evitar que se pudiera extender más el despropósito.
No soy paciente. Y vosotros sois dados a la pereza y dejáis que estas inmundicias de la vida, ocurran como algo inevitable o con cierto actitud fatalista.
No soy como vuestros dioses homosexuales que pretenden arreglarlo todo con el paso del tiempo.
Si queda algo con vida, algo que haya intervenido en esta historia; no acabaría jamás. Siempre hay alguien que abre la boca cuando la bola de mierda vuela por el aire.
Y me aburre lo que dura demasiado.
La Dama Oscura tampoco espera, es más impaciente que yo.
Viste una camiseta blanca de tirantes tan ajustada que sus oscuros pezones se transparentan a través de la tela. Sus jeans negros y ajustados montan encima de unos tremendos tacones que la obligan a caminar con un espectacular movimiento de sus musculosos glúteos.
Cuando la penetro por el culo, esas hermosas nalgas se separan en dos perfectas mitades como Dios separó el Mar Rojo para que el timorato de Moisés huyera de Egipto con sus cobardes y serviles hebreos. Mi semen brota por su ano, rezuma entre mi bálano y su esfínter como una crema que brota lenta para ganar en caudal. Y entonces todo es suavidad y mis cojones hacen tope y me duelen como me duelen las uñas que ella clava en mis antebrazos hasta hacerme sangrar.
La Dama Oscura sabe mover el culo para que los primates sientan deseos de penetrarlo, deseos que rayan el paroxismo. Ella convierte a un sacerdote en un violador en menos tiempo de lo que tardo en arrancarle las alas a un ángel.
Cuando un primate apenas ha llegado a presionar con su glande el esfínter de la Dama Oscura, se puede decir que ya está muerto. Su culo es mío, su coño también. Sólo mi falo sagrado entra en ella. Y ella así lo quiere.
Apenas unos minutos caminando por la estrecha acera repleta de puestos de tacos, burritos y jugos, llegamos al cruce donde los obreros están levantando el asfalto, donde el perro recibió la pedrada. Donde el obrero más macho y más valiente con los animales, marcó su intervención idiota en esta historia anodina de muerte y estupidez.
La Dama Oscura cruza la calle para pasar ante ellos, yo me mantengo a distancia y adopto una actitud de primate mediocre al que nadie mira.
El obrero deja de coger paladas de trozos de asfalto para admirar el culo ajustado.
-¡Ay mamacita! Ven, te voy a aflojar ese culo tan duro.
La Dama Oscura clava sus dos esferas de ébano en los pardos y sudorosos ojos del obrero y se acerca a él.
El pantalón la ciñe tanto que marca su coño. No lleva bragas y la costura se hunde en la raja que tanto he lamido. Una impúdica mancha de fluido puede apreciarse en la negra tela que se hunde entre sus muslos.
Me pregunto de donde saca tanto fluido sin llegar a deshidratarse.
-¿De verdad la tienes tan dura como para partirme el culo, cabrón?
Cogiéndola por la muñeca y retorciéndosela, el primate la atrae hacia su rostro, y ella no puede evitar hacer un mohín de desagrado al oler su aliento.
-Vamos a la bodega güerita, pa´que veas lo que es un macho.
El barracón donde se cambian de ropa los obreros es un espacio que comparte un inodoro infecto, una cocina llena de cucarachas y toda la ropa maloliente de seis primates que no valen ni su peso como abono.
El primate casi la arrastra y yo muerdo mis labios hasta que sangran para evitar ir a por él y arrancarle la cabeza ante todo el mundo y luego, comerme su lengua.
La Dama Oscura se deja arrastrar y un tirante se rompe, la areola del pezón asoma por la tela provocando hambre y sed en los primates que prestan atención a su compañero.
La Dama Oscura se desabrocha el pantalón y se lo baja, se apoya contra la pila del lavabo con las piernas abiertas y espera.
-¡Vamos, cabrón! Si te comportas como un hombre te doy veinte pesos, para unos cigarrillos.
El primate monta en ira y se baja apresuradamente los pantalones, su pene es mucho más pequeño de lo que él piensa.
Apenas roza la nalgas de la Dama Oscura, ella saca de entre sus muslos una pequeña cuchilla de afeitar sujeta con esparadrapo.
Con un rápido movimiento corta el escroto y los testículos de color marfil salpicados de sangre, se descuelgan y no caen al suelo porque están suspendidos de los conductos seminales.
El primate se mira los testículos y los sujeta con las manos gritando.
Ella cierra la puerta con el pasador para que nadie entre, con el pantalón por los tobillos, se mueve segura, sin prisas. Dejando ver su maravilloso pubis rasurado y brillante. Los labios de su vagina están hinchados de deseo. La excita tanto matar…
Yo fumo un cigarro e intento calmar mi sed de mutilar, torturar, masacrar, aniquilar. Una turista con minifalda se ha parado delante de mí para hablar por teléfono, e invado su mente mientras aspiro el humo de mi cigarro. Cuando deslizo mis dedos en su tanga y acaricio su clítoris ante toda la gente que pasea, deja de hablar por teléfono y cierra los ojos en un éxtasis. Moja mis dedos, pellizco su clítoris con una presión constante y ella cierra los muslos con fuerza aprisionando mis dedos. Su piel suda y sus ojos dejan ver un brillo de terror, su coño ya no le pertenece, ni su sistema nervioso. Está sola y aislada dentro de si misma mientras la violo delante de todos.
La Dama Oscura ha cortado los ojos del primate, los compañeros golpean la puerta al oír sus gritos. El primate llora su propio líquido ocular, como el perro. Otro corte más en la comisura del labio y corta el malar hasta el oído. La mejilla le cuelga en dos largos filetes de carne que dejan ver su dentadura.
Sangra por tantas partes que no morirá de infección.
Grita como un animal, como el perro al que le reventó el ojo.
Dios ha enviado dos ángeles que nadie ve. Uno lleva en una mano la quijada del perro en la otra, al perro entero. Dios es idiota, qué coño querrá hacer con el perro.
Los ángeles sudan como suda la puta a la que estoy metiendo los dedos. Siento como se contrae su vagina en un intenso orgasmo. Todo el que pasa mira fascinado, nadie se atreve a decir una sola palabra. Una lágrima suya se escapa de mi control y cae por su mejilla.
El clítoris lanza ráfagas de placer y dolor. Su teléfono ha caído al suelo haciéndose añicos y por sus muslos bajan dos finos ríos de sangre.
Los obreros están golpeando con mazos la puerta del barracón, cuando la Dama Oscura abre la puerta y la sangre que cubre su camiseta también oculta ahora sus pezones.
El primate está sentado en el sucio inodoro y su garganta está abierta verticalmente, desde la papada, hasta la clavícula. La Dama Oscura la ha llenado de tornillos y clavos. El resultado es espectacular. Los primates, dejan que salga sin decir palabra, mirando su cuerpo y la sangre que la baña.
Observando con horror su compañero, se santiguan. El ángel, se mueve invisible entre ellos y le cae una pluma de tristeza. Mi Dama Oscura le acaricia su estéril y vacía entrepierna con obscenidad. El querubín gira su cabeza a la derecha mirando al suelo con vergüenza.
El ángel que tiene en sus manos los trozos de perro, simplemente mueve los labios salmodiando algo ininteligible mientras sus pies se bañan con la sangre del perro.
He dejado de presionar la mente de la turista y ahora llora llevándose las manos al coño, llora avergonzada. Se ha hecho un ovillo a mis pies y las braguitas blancas están manchadas de sangre en la zona del pubis. Me temo que he presionado demasiado fuerte el clítoris. Que de gracias la mona de que no se lo he arrancado.
Un hombre se acerca y me mira con una interrogación, pidiendo permiso para ayudarla, a mí me suda la polla y paso por encima de la primate turista para encontrarme con mi Dama Oscura.
Queda trabajo aún.
Mi Dama me recibe metiendo la mano en mi pantalón, allí dentro tira de mi prepucio para descubrir mi sensible glande y yo siento deseos de arrancarle los labios de puro deseo.
Se ha descalzado, ya no quiere tacones, no quiere parecer sexual. Ahora es simplemente una bestia sedienta de más dolor ajeno. Yo me limito a aplastar su pezón izquierdo hasta que lanza un gemido de dolor con sus ojos pidiéndome más.
Soy Dios y sé que dos cuadras al este, se encuentra la casa del bebé devorado. Vosotros no lo sentís; pero la muerte deja autopistas de efluvios para los seres superiores. Y aunque sea dios, no me recéis, vuestro sufrimiento y dolor es el motor de mi existencia. Y joder a vuestro blanco dios, también.
Las calles están salpicadas de comercios de todo tipo. El olor de las especiadas comidas mexicanas es una constante junto con el ruido de los coches, el ruido de los primates, el ruido de las casas. Todo es ruido y sol que cae plano como una plancha.
La gente nos observa con desconfianza y procuran no cruzar la mirada con la nuestra.
La sangre que empapa la camiseta de la Dama Oscura se ha endurecido y huele mal. Mis dedos huelen a orina y fluido sexual de la turista. En las cutículas de mis uñas hay sangre.
Los ángeles nos siguen silenciosos y a prudente distancia. Esto se debe a que me encuentro en una región del planeta muy religiosa y Dios el melifluo cuida de sus clientes. Bueno, no es que los cuide, simplemente tiene que hacerse notar por un exceso de vanidad que no tiene motivo alguno.
-¿Qué vas a hacer?- me pregunta Dios.
-Matarlos a todos –respondo para mis adentros. Nunca le respondo directamente, no le hablo. Me pone enfermo.
-En esa familia ha habido ya mucho dolor déjalos. Mis ángeles te lo piden. Escúchalos.
No los escucho, el canto de los ángeles es como el ruido del planeta, al que te has acostumbrado como algo inevitable. Las voces de esos alados castrados me produce el mismo efecto que el ruido de un motor: ni siquiera soy consciente de que hace ruido.
El hedor a muerte y desesperación en esta casa a medio acabar es tan fuerte que se me descuelga un hilo de saliva desde mis labios. La Dama Oscura presiente mi excitación y se acaricia impúdica el sexo ante mí y el llanto de los primates.
En el patio de entrada, lleno de desperdicios aún está la vieja y cochambrosa cuna llena de sangre. Desde la puerta abierta de la casa llegan lamentaciones y gritos furiosos de un hombre. Golpes.
Mi Dama Oscura avanza hacia la casa y yo escupo en la cuna tras ella. El plástico se derrite y mi Desert Eagle .357 pesa llena de munición. El puñal que llevo enterrado en la carne de mis omoplatos parece calentarse como en una fragua.
-¡Qué poca madre! ¡Hija de la chingada! ¡Te olvidaste del Luisito hasta que se lo tragó un pinche perro! ¬–grita el mirado al tiempo que le da un golpe en la cara a la sucia primate con una sartén llena de aceite.
Un viejo tiene el cadáver del niño en los brazos, está ausente y lo mece como si el monito durmiera.
Le pego directamente un tiro en la cara y media mandíbula aparece en la fregadera de la cocina. Otro tiro más en el pecho del bebé muerto lo convierte en una hamburguesa.
El padre y marido se gira hacia a mí sorprendido mientras la mujer grita.
La Dama Oscura la agarra por los cabellos pringosos de aceite y sangre.
No tienen ni clase para hacerse daño. Con una sartén sucia…
Es que no merecen respirar más tiempo.
-¿Tú dónde estabas, primate? ¿Dónde estabas cuando tu puta hacía la comida y limpiaba tu mierda pegada al inodoro? –le pregunto sabiendo que no habrá respuesta.
Su aliento huele a cerveza rancia.
He guardado la pistola y la punta de mi ensangrentado puñal está ahora en una de sus fosas nasales. No mueve ni una pestaña el muy borracho.
La mujer grita cuando la Dama Oscura saca su navaja de afeitar y le hace una cesárea completamente innecesaria.
Ha cogido el cadáver de su hijo y se lo ha metido con más o menos habilidad donde debería estar el útero.
-No tendrías que haber parido, primate. Ahora toca “desparir” –le dice con una tranquilidad pasmosa mientras la sangre salta por todas partes.
Al primate le corto la fosa nasal y da un berrido, como el de los cerdos en la matanza y creo que con ello, se le evapora todo el alcohol en sangre.
Entran dos niños corriendo en la casa. No lo pienso un segundo y disparo cuatro veces. A la niña de seis años le desaparecen las trenzas que salen volando junto con el trozo de cráneo que las sostiene y el otro tiro entre las piernecitas la convierte en una muñeca rota.
Al niño, un poco más mayor, la bala le sale partiéndole la columna vertebral y la otra bala que entra por un ojo, no sale. Se queda dentro.
-¿Te quedan más crías aún?
No me responde el marido.
La Dama Oscura está cosiendo el vientre de la madre, que ya no se mueve, aunque respira.
Todo ocurre demasiado rápido para la mente de un primate. Invado su mente y la policía no sabe nada, el muy borracho ni siquiera ha dado el parte de lo que ha sucedido.
La policía tiene suerte, ahora podrían estar muertos.
Lo agarro por la nuca y hago que su boca se estrelle contra el lavadero de cemento.
Sus dientes se parten, con un ruido que me llega a molestar. Levanto su cabeza de nuevo y la vuelvo a golpear en el mismo sitio. Ahora su mandíbula se ha desencajado.
Los ángeles cogen pedazos de niños primates, todos los que pueden y sus salmodias parecen gritos.
-¡Callaos de una puta vez o os arrancaré las alas y con ellas la piel de vuestro lomo, idiotas! –callan y noto a Dios suspirar inquieto.
Cuando la gente sepa lo que ha ocurrido en esta choza de mierda y no encuentren un culpable, ni siquiera la forma en la que ha ocurrido, Dios va a tener mucha tarea.
Le amputo los dedos de las dos manos, no le duele demasiado. Todo el dolor se concentra en su boca. La aleta cortada de la nariz se agita con cada inspiración. El moreno primate no sabía lo que era el dolor hasta ahora. Lo sé porque se ha cagado y se ha meado.
La Dama Oscura ahora está cosiendo el coño de la mona, que apenas se agita. Le ha descoyuntado las ingles para que sus piernas se mantengan abiertas. La mona menstrua, lo que hace la tarea de sutura, algo más sucia y maloliente de lo habitual. Cosa que a mi Dama Oscura le importa poco.
Cuando ha acabado el trabajo, ya no queda vida en ese cuerpo.
Al mono borracho le he cortado los párpados y ahora lo estoy castrando. Los testículos los he dejado en un plato a medio acabar, junto a una memela roja de chicharrón y queso blanco.
Mi Dama Oscura abre con habilidad la navaja de afeitar, el mono está en el suelo sujetándose los genitales mutilados con sus manos mutiladas. ¿No es una cómica redundancia? Me río con una carcajada fuerte y atroz y el ruido del mundo ha callado por unos segundos.
Dios ha tragado saliva y a un ángel se le ha desprendido una pluma suavemente.
La Dama Oscura corta con precisión la bragueta de mi pantalón y saca mi falo. Con un cuidado que me hiela la sangre en las venas, acaricia mi glande empapado en humor sexual con el filo y cuando se lleva a la boca mi pijo, mi leche se derrama en su boca y corre por el escote diluyendo la sangre de su camiseta.
Tenso la piel de la polla para que el glande asome en toda su magnitud y que me lo limpie bien.
Y lo hace con tal maña que mis cojones se contraen en un orgasmo furioso y pisoteo la cara del primate con ira.
Aún se desprende una gota de semen de mi pene, cuando la Dama Oscura ha cercenado el glande del primate. Justo el glande. Porque el machote primate, cada vez que mee, recordará que ahora su polla es solamente la cloaca de su cuerpo. Que su estirpe muere con él. Que su estupidez no tendrá descendientes.
Y no podrá ni borracho, alardear de lo muy hombre que es.
El glande se suma al plato de testículos y memela para que cuando vengan los policías y forenses, se pregunten como coño ha podido ocurrir esto a plena luz del día y en tan poco tiempo.
La obligo a sentarse en la mesa, con las piernas abiertas. Con mi puñal rajo su pantalón, para acceder a su vagina, que inmediatamente me empapa los dedos.
El primate gime desesperado, vaciándose de sangre. No se vaciará hasta morir. Tendrá una larga vida. Y además, le hemos infectado con sífilis. Durante toda su vida deseará haber muerto.
Cojo el glande amputado y acaricio con él el clítoris duro de mi Dama.
-Quiero el tuyo, mi Dios.
-Primero quiero ver tu coño lleno de esto.
Cuando se lo introduzco, ella vomita de asco. Es alérgica a los primates, como yo. Sólo que yo no soy tan humano como ella. No soy humano.
Me gusta decirlo con vanidad.
El vómito decora con otro nuevo color su playera y ahora sí que el hedor a muerte y podredumbre en este rincón del mundo alcanza las más altas cotas de perversión.
Los ángeles cantan un aria silenciosa en el patio, porque se sienten ofendidos ante nuestra lujuria.
Dejo el glande de nuevo en el plato y cuando la penetro sin cuidado, su útero se contrae y aprisiona mi pijo con fuerza; pero resbala porque aún está manchado de cremoso semen. Cuando bombeo cuatro veces más con fuerza en ella, sus pezones se contraen hasta el dolor y abre su boca en un orgasmo jadeante. Yo le escupo más semen dentro y le clavo las uñas en las areolas de los pezones hasta que sangran.
Ella se pone en pie aún temblorosa y pasando cada pie a un lado de la cabeza del primate, se acuclilla un poco para que su vagina se abra y gotee mi semen en la boca del primate.
Con el mejor de mis acentos mexicanos, llamo a la policía dando la dirección de esta choza de mierda: - Oiga, mande una ambulancia a la Vicente Guerrero porque les acaban de partir la madre a unos vecinos.
-Deme su nombre y dirección.
-¡No mames pendeja! Chíngale o te rompo tu puta madre también.
Es ella quien corta la comunicación. Cuando me lo propongo, el viento retrocede con miedo ante mí.
Soy un puto Dios, no me cansaré de repetirlo.
-Vamos, mi Dama. Es hora de volver a nuestra húmeda y oscura cueva.
Ella me coge por la cintura y me besa la boca. Mi lengua se hace bífida y abarca la suya. Ella gime.
Ya os contaré más cosas, más secretos.
Que la muerte sea con vosotros.
Siempre sangriento: 666



Iconoclasta
Edición y revisión por Aragggón.
201102071919 (Puebla, México).