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8 de febrero de 2011

666 y los perros sucios



Perros sucios, perros comidos por las pulgas.
Los hay de dos y cuatro patas.
Animales que un día se sentirán tan hambrientos que morderán cualquier cosa para arrancar un pedazo y comer.
Los neumáticos son demasiado duros y las piedras parten los dientes.
Las latas cortan el paladar.
Y yo corto todos los tejidos primates y animales.
Mis queridos perros, mis hambrientos amigos. En la ciudad sólo pueden comer restos venenosos por la fermentación y carne humana.
Si es carne indefensa, mejor. Al fin y al cabo, deben ahorrar cuanta energía puedan.
Sois demasiado idiotas para pensar con claridad. Son obra vuestra, de vuestra desidia, de vuestra incultura y desprecio. Animales abandonados de hambre alentada por vuestra idiotez.
El perro que ha devorado las extremidades del bebé, ahora menea la cola zalameramente a un grupo de obreros que desayunan en plena calle con los dedos sucios de alquitrán ya tatuado en la piel. Es un perro mediano, demasiado peludo para este clima, hace tiempo abandonado; tanto tiempo que ya nadie adivina que su pelaje era blanco puro. Sus ojos grises son sólo un poco más oscuros que su pelo.
Uno de los primates toma un cascote y acierta en la cabeza del animal que aún tiene el hocico ensangrentado de pura sangre de bebé mono, de cría de primate.
Se ríe y ríe el grupo de monos que son sus compañeros escupiendo trozos de comida.
El perro huye profiriendo gemidos. Se aleja sangrando. Ha perdido un ojo, el globo ocular se vacía poco a poco dejando una legaña de dolor y un brillo de aceite en el pelaje de su hocico.
Los perros se lamentan solo lo necesario.
Si pierden un ojo o una pata, aúllan el primer momento, más de sorpresa que de dolor, para luego seguir buscando comida. O bien para morir en paz.
Es entonces cuando buscan un lugar oculto, como si hubieran aprendido demasiado tarde que hay que alejarse de los primates.
O tal vez sean vergonzosos a la hora de morir. Cuando mueres, ocurre como cuando duermes, nunca sabes cuando se te cae la baba. Además, cuando mueres se vacía el cuerpo de toda clase de materias y fluidos y la imagen que uno deja no puede ser la mejor para ser recordado. Esto solo vale para los perros de dos patas, a los de cuatro patas les importa poco su puta imagen.
Si fuera primate, es decir, si el perro pudiera entender la vida como uno de vosotros, posiblemente hubiera vuelto al patio abierto de aquella de casa donde devoró al bebé y pediría al dueño de la casa algunas sobras de comida, que bien podrían ser el resto del cuerpo del rollizo bebé cuya carne huele y sabe aún a leche.
Pero el perro intenta acostumbrarse a su nueva visión con un solo ojo.
No se lo voy a permitir.
Alguien, algún primate no sabría si sentir pena por el perro. Los hay que sentirían más dolor por el sufrimiento del perro que por la muerte del bebé.
Y odiaríais al obrero. Comprenderíais que el perro no tiene culpa alguna de lo que ha hecho. Es entonces cuando interesa conocer la opinión de los padres del bebé devorado al respecto del sufrimiento del perro.
Ellos, a pesar de haber dejado al bebé solo tanto tiempo como para que lo pudiera devorar un perro en su sucio jardín de entrada, cerrado con una puerta rota de madera a modo de verja que cae con una patada; no se sentirán especialmente responsables.
Son pobres, aún así, la pobreza no aporta estupidez, sólo falta de cultura. Porque la cultura se compra, el sentido común y la responsabilidad va metida en el cerebro si se tiene.
Dijéramos que la cuestión de la responsabilidad es algo instintivo.
Para empezar voy a hacer lo más fácil y lo que menos me gusta: matar a la perro.
Se encuentra bajo una camioneta, tirado en un charco de aceite ennegrecido. Lo bueno de los perros abandonados es que no requieren demasiado lujo para morir.
Chasco los dedos y cuando se acerca a mí temblando a pesar del implacable sol que nos arranca vapor de la piel y cocina el alma, le abro la boca y le desgarro la mandíbula inferior, y la lanzo lejos de mí. Lo dejo caer al suelo retorciéndose de dolor y miro con calma y sosiego como muere lentamente. Unos segundos antes de que muera, le aplasta la cabeza con el pie, con una patada vertical deseando aplastar los pulmones de Dios.
Estas historias de pobreza, muerte, estupidez, perros y primates no tienen arreglo. La forma de actuar es eliminar todos los factores que son o han formado parte de la historia concreta; para evitar que se pudiera extender más el despropósito.
No soy paciente. Y vosotros sois dados a la pereza y dejáis que estas inmundicias de la vida, ocurran como algo inevitable o con cierto actitud fatalista.
No soy como vuestros dioses homosexuales que pretenden arreglarlo todo con el paso del tiempo.
Si queda algo con vida, algo que haya intervenido en esta historia; no acabaría jamás. Siempre hay alguien que abre la boca cuando la bola de mierda vuela por el aire.
Y me aburre lo que dura demasiado.
La Dama Oscura tampoco espera, es más impaciente que yo.
Viste una camiseta blanca de tirantes tan ajustada que sus oscuros pezones se transparentan a través de la tela. Sus jeans negros y ajustados montan encima de unos tremendos tacones que la obligan a caminar con un espectacular movimiento de sus musculosos glúteos.
Cuando la penetro por el culo, esas hermosas nalgas se separan en dos perfectas mitades como Dios separó el Mar Rojo para que el timorato de Moisés huyera de Egipto con sus cobardes y serviles hebreos. Mi semen brota por su ano, rezuma entre mi bálano y su esfínter como una crema que brota lenta para ganar en caudal. Y entonces todo es suavidad y mis cojones hacen tope y me duelen como me duelen las uñas que ella clava en mis antebrazos hasta hacerme sangrar.
La Dama Oscura sabe mover el culo para que los primates sientan deseos de penetrarlo, deseos que rayan el paroxismo. Ella convierte a un sacerdote en un violador en menos tiempo de lo que tardo en arrancarle las alas a un ángel.
Cuando un primate apenas ha llegado a presionar con su glande el esfínter de la Dama Oscura, se puede decir que ya está muerto. Su culo es mío, su coño también. Sólo mi falo sagrado entra en ella. Y ella así lo quiere.
Apenas unos minutos caminando por la estrecha acera repleta de puestos de tacos, burritos y jugos, llegamos al cruce donde los obreros están levantando el asfalto, donde el perro recibió la pedrada. Donde el obrero más macho y más valiente con los animales, marcó su intervención idiota en esta historia anodina de muerte y estupidez.
La Dama Oscura cruza la calle para pasar ante ellos, yo me mantengo a distancia y adopto una actitud de primate mediocre al que nadie mira.
El obrero deja de coger paladas de trozos de asfalto para admirar el culo ajustado.
-¡Ay mamacita! Ven, te voy a aflojar ese culo tan duro.
La Dama Oscura clava sus dos esferas de ébano en los pardos y sudorosos ojos del obrero y se acerca a él.
El pantalón la ciñe tanto que marca su coño. No lleva bragas y la costura se hunde en la raja que tanto he lamido. Una impúdica mancha de fluido puede apreciarse en la negra tela que se hunde entre sus muslos.
Me pregunto de donde saca tanto fluido sin llegar a deshidratarse.
-¿De verdad la tienes tan dura como para partirme el culo, cabrón?
Cogiéndola por la muñeca y retorciéndosela, el primate la atrae hacia su rostro, y ella no puede evitar hacer un mohín de desagrado al oler su aliento.
-Vamos a la bodega güerita, pa´que veas lo que es un macho.
El barracón donde se cambian de ropa los obreros es un espacio que comparte un inodoro infecto, una cocina llena de cucarachas y toda la ropa maloliente de seis primates que no valen ni su peso como abono.
El primate casi la arrastra y yo muerdo mis labios hasta que sangran para evitar ir a por él y arrancarle la cabeza ante todo el mundo y luego, comerme su lengua.
La Dama Oscura se deja arrastrar y un tirante se rompe, la areola del pezón asoma por la tela provocando hambre y sed en los primates que prestan atención a su compañero.
La Dama Oscura se desabrocha el pantalón y se lo baja, se apoya contra la pila del lavabo con las piernas abiertas y espera.
-¡Vamos, cabrón! Si te comportas como un hombre te doy veinte pesos, para unos cigarrillos.
El primate monta en ira y se baja apresuradamente los pantalones, su pene es mucho más pequeño de lo que él piensa.
Apenas roza la nalgas de la Dama Oscura, ella saca de entre sus muslos una pequeña cuchilla de afeitar sujeta con esparadrapo.
Con un rápido movimiento corta el escroto y los testículos de color marfil salpicados de sangre, se descuelgan y no caen al suelo porque están suspendidos de los conductos seminales.
El primate se mira los testículos y los sujeta con las manos gritando.
Ella cierra la puerta con el pasador para que nadie entre, con el pantalón por los tobillos, se mueve segura, sin prisas. Dejando ver su maravilloso pubis rasurado y brillante. Los labios de su vagina están hinchados de deseo. La excita tanto matar…
Yo fumo un cigarro e intento calmar mi sed de mutilar, torturar, masacrar, aniquilar. Una turista con minifalda se ha parado delante de mí para hablar por teléfono, e invado su mente mientras aspiro el humo de mi cigarro. Cuando deslizo mis dedos en su tanga y acaricio su clítoris ante toda la gente que pasea, deja de hablar por teléfono y cierra los ojos en un éxtasis. Moja mis dedos, pellizco su clítoris con una presión constante y ella cierra los muslos con fuerza aprisionando mis dedos. Su piel suda y sus ojos dejan ver un brillo de terror, su coño ya no le pertenece, ni su sistema nervioso. Está sola y aislada dentro de si misma mientras la violo delante de todos.
La Dama Oscura ha cortado los ojos del primate, los compañeros golpean la puerta al oír sus gritos. El primate llora su propio líquido ocular, como el perro. Otro corte más en la comisura del labio y corta el malar hasta el oído. La mejilla le cuelga en dos largos filetes de carne que dejan ver su dentadura.
Sangra por tantas partes que no morirá de infección.
Grita como un animal, como el perro al que le reventó el ojo.
Dios ha enviado dos ángeles que nadie ve. Uno lleva en una mano la quijada del perro en la otra, al perro entero. Dios es idiota, qué coño querrá hacer con el perro.
Los ángeles sudan como suda la puta a la que estoy metiendo los dedos. Siento como se contrae su vagina en un intenso orgasmo. Todo el que pasa mira fascinado, nadie se atreve a decir una sola palabra. Una lágrima suya se escapa de mi control y cae por su mejilla.
El clítoris lanza ráfagas de placer y dolor. Su teléfono ha caído al suelo haciéndose añicos y por sus muslos bajan dos finos ríos de sangre.
Los obreros están golpeando con mazos la puerta del barracón, cuando la Dama Oscura abre la puerta y la sangre que cubre su camiseta también oculta ahora sus pezones.
El primate está sentado en el sucio inodoro y su garganta está abierta verticalmente, desde la papada, hasta la clavícula. La Dama Oscura la ha llenado de tornillos y clavos. El resultado es espectacular. Los primates, dejan que salga sin decir palabra, mirando su cuerpo y la sangre que la baña.
Observando con horror su compañero, se santiguan. El ángel, se mueve invisible entre ellos y le cae una pluma de tristeza. Mi Dama Oscura le acaricia su estéril y vacía entrepierna con obscenidad. El querubín gira su cabeza a la derecha mirando al suelo con vergüenza.
El ángel que tiene en sus manos los trozos de perro, simplemente mueve los labios salmodiando algo ininteligible mientras sus pies se bañan con la sangre del perro.
He dejado de presionar la mente de la turista y ahora llora llevándose las manos al coño, llora avergonzada. Se ha hecho un ovillo a mis pies y las braguitas blancas están manchadas de sangre en la zona del pubis. Me temo que he presionado demasiado fuerte el clítoris. Que de gracias la mona de que no se lo he arrancado.
Un hombre se acerca y me mira con una interrogación, pidiendo permiso para ayudarla, a mí me suda la polla y paso por encima de la primate turista para encontrarme con mi Dama Oscura.
Queda trabajo aún.
Mi Dama me recibe metiendo la mano en mi pantalón, allí dentro tira de mi prepucio para descubrir mi sensible glande y yo siento deseos de arrancarle los labios de puro deseo.
Se ha descalzado, ya no quiere tacones, no quiere parecer sexual. Ahora es simplemente una bestia sedienta de más dolor ajeno. Yo me limito a aplastar su pezón izquierdo hasta que lanza un gemido de dolor con sus ojos pidiéndome más.
Soy Dios y sé que dos cuadras al este, se encuentra la casa del bebé devorado. Vosotros no lo sentís; pero la muerte deja autopistas de efluvios para los seres superiores. Y aunque sea dios, no me recéis, vuestro sufrimiento y dolor es el motor de mi existencia. Y joder a vuestro blanco dios, también.
Las calles están salpicadas de comercios de todo tipo. El olor de las especiadas comidas mexicanas es una constante junto con el ruido de los coches, el ruido de los primates, el ruido de las casas. Todo es ruido y sol que cae plano como una plancha.
La gente nos observa con desconfianza y procuran no cruzar la mirada con la nuestra.
La sangre que empapa la camiseta de la Dama Oscura se ha endurecido y huele mal. Mis dedos huelen a orina y fluido sexual de la turista. En las cutículas de mis uñas hay sangre.
Los ángeles nos siguen silenciosos y a prudente distancia. Esto se debe a que me encuentro en una región del planeta muy religiosa y Dios el melifluo cuida de sus clientes. Bueno, no es que los cuide, simplemente tiene que hacerse notar por un exceso de vanidad que no tiene motivo alguno.
-¿Qué vas a hacer?- me pregunta Dios.
-Matarlos a todos –respondo para mis adentros. Nunca le respondo directamente, no le hablo. Me pone enfermo.
-En esa familia ha habido ya mucho dolor déjalos. Mis ángeles te lo piden. Escúchalos.
No los escucho, el canto de los ángeles es como el ruido del planeta, al que te has acostumbrado como algo inevitable. Las voces de esos alados castrados me produce el mismo efecto que el ruido de un motor: ni siquiera soy consciente de que hace ruido.
El hedor a muerte y desesperación en esta casa a medio acabar es tan fuerte que se me descuelga un hilo de saliva desde mis labios. La Dama Oscura presiente mi excitación y se acaricia impúdica el sexo ante mí y el llanto de los primates.
En el patio de entrada, lleno de desperdicios aún está la vieja y cochambrosa cuna llena de sangre. Desde la puerta abierta de la casa llegan lamentaciones y gritos furiosos de un hombre. Golpes.
Mi Dama Oscura avanza hacia la casa y yo escupo en la cuna tras ella. El plástico se derrite y mi Desert Eagle .357 pesa llena de munición. El puñal que llevo enterrado en la carne de mis omoplatos parece calentarse como en una fragua.
-¡Qué poca madre! ¡Hija de la chingada! ¡Te olvidaste del Luisito hasta que se lo tragó un pinche perro! ¬–grita el mirado al tiempo que le da un golpe en la cara a la sucia primate con una sartén llena de aceite.
Un viejo tiene el cadáver del niño en los brazos, está ausente y lo mece como si el monito durmiera.
Le pego directamente un tiro en la cara y media mandíbula aparece en la fregadera de la cocina. Otro tiro más en el pecho del bebé muerto lo convierte en una hamburguesa.
El padre y marido se gira hacia a mí sorprendido mientras la mujer grita.
La Dama Oscura la agarra por los cabellos pringosos de aceite y sangre.
No tienen ni clase para hacerse daño. Con una sartén sucia…
Es que no merecen respirar más tiempo.
-¿Tú dónde estabas, primate? ¿Dónde estabas cuando tu puta hacía la comida y limpiaba tu mierda pegada al inodoro? –le pregunto sabiendo que no habrá respuesta.
Su aliento huele a cerveza rancia.
He guardado la pistola y la punta de mi ensangrentado puñal está ahora en una de sus fosas nasales. No mueve ni una pestaña el muy borracho.
La mujer grita cuando la Dama Oscura saca su navaja de afeitar y le hace una cesárea completamente innecesaria.
Ha cogido el cadáver de su hijo y se lo ha metido con más o menos habilidad donde debería estar el útero.
-No tendrías que haber parido, primate. Ahora toca “desparir” –le dice con una tranquilidad pasmosa mientras la sangre salta por todas partes.
Al primate le corto la fosa nasal y da un berrido, como el de los cerdos en la matanza y creo que con ello, se le evapora todo el alcohol en sangre.
Entran dos niños corriendo en la casa. No lo pienso un segundo y disparo cuatro veces. A la niña de seis años le desaparecen las trenzas que salen volando junto con el trozo de cráneo que las sostiene y el otro tiro entre las piernecitas la convierte en una muñeca rota.
Al niño, un poco más mayor, la bala le sale partiéndole la columna vertebral y la otra bala que entra por un ojo, no sale. Se queda dentro.
-¿Te quedan más crías aún?
No me responde el marido.
La Dama Oscura está cosiendo el vientre de la madre, que ya no se mueve, aunque respira.
Todo ocurre demasiado rápido para la mente de un primate. Invado su mente y la policía no sabe nada, el muy borracho ni siquiera ha dado el parte de lo que ha sucedido.
La policía tiene suerte, ahora podrían estar muertos.
Lo agarro por la nuca y hago que su boca se estrelle contra el lavadero de cemento.
Sus dientes se parten, con un ruido que me llega a molestar. Levanto su cabeza de nuevo y la vuelvo a golpear en el mismo sitio. Ahora su mandíbula se ha desencajado.
Los ángeles cogen pedazos de niños primates, todos los que pueden y sus salmodias parecen gritos.
-¡Callaos de una puta vez o os arrancaré las alas y con ellas la piel de vuestro lomo, idiotas! –callan y noto a Dios suspirar inquieto.
Cuando la gente sepa lo que ha ocurrido en esta choza de mierda y no encuentren un culpable, ni siquiera la forma en la que ha ocurrido, Dios va a tener mucha tarea.
Le amputo los dedos de las dos manos, no le duele demasiado. Todo el dolor se concentra en su boca. La aleta cortada de la nariz se agita con cada inspiración. El moreno primate no sabía lo que era el dolor hasta ahora. Lo sé porque se ha cagado y se ha meado.
La Dama Oscura ahora está cosiendo el coño de la mona, que apenas se agita. Le ha descoyuntado las ingles para que sus piernas se mantengan abiertas. La mona menstrua, lo que hace la tarea de sutura, algo más sucia y maloliente de lo habitual. Cosa que a mi Dama Oscura le importa poco.
Cuando ha acabado el trabajo, ya no queda vida en ese cuerpo.
Al mono borracho le he cortado los párpados y ahora lo estoy castrando. Los testículos los he dejado en un plato a medio acabar, junto a una memela roja de chicharrón y queso blanco.
Mi Dama Oscura abre con habilidad la navaja de afeitar, el mono está en el suelo sujetándose los genitales mutilados con sus manos mutiladas. ¿No es una cómica redundancia? Me río con una carcajada fuerte y atroz y el ruido del mundo ha callado por unos segundos.
Dios ha tragado saliva y a un ángel se le ha desprendido una pluma suavemente.
La Dama Oscura corta con precisión la bragueta de mi pantalón y saca mi falo. Con un cuidado que me hiela la sangre en las venas, acaricia mi glande empapado en humor sexual con el filo y cuando se lleva a la boca mi pijo, mi leche se derrama en su boca y corre por el escote diluyendo la sangre de su camiseta.
Tenso la piel de la polla para que el glande asome en toda su magnitud y que me lo limpie bien.
Y lo hace con tal maña que mis cojones se contraen en un orgasmo furioso y pisoteo la cara del primate con ira.
Aún se desprende una gota de semen de mi pene, cuando la Dama Oscura ha cercenado el glande del primate. Justo el glande. Porque el machote primate, cada vez que mee, recordará que ahora su polla es solamente la cloaca de su cuerpo. Que su estirpe muere con él. Que su estupidez no tendrá descendientes.
Y no podrá ni borracho, alardear de lo muy hombre que es.
El glande se suma al plato de testículos y memela para que cuando vengan los policías y forenses, se pregunten como coño ha podido ocurrir esto a plena luz del día y en tan poco tiempo.
La obligo a sentarse en la mesa, con las piernas abiertas. Con mi puñal rajo su pantalón, para acceder a su vagina, que inmediatamente me empapa los dedos.
El primate gime desesperado, vaciándose de sangre. No se vaciará hasta morir. Tendrá una larga vida. Y además, le hemos infectado con sífilis. Durante toda su vida deseará haber muerto.
Cojo el glande amputado y acaricio con él el clítoris duro de mi Dama.
-Quiero el tuyo, mi Dios.
-Primero quiero ver tu coño lleno de esto.
Cuando se lo introduzco, ella vomita de asco. Es alérgica a los primates, como yo. Sólo que yo no soy tan humano como ella. No soy humano.
Me gusta decirlo con vanidad.
El vómito decora con otro nuevo color su playera y ahora sí que el hedor a muerte y podredumbre en este rincón del mundo alcanza las más altas cotas de perversión.
Los ángeles cantan un aria silenciosa en el patio, porque se sienten ofendidos ante nuestra lujuria.
Dejo el glande de nuevo en el plato y cuando la penetro sin cuidado, su útero se contrae y aprisiona mi pijo con fuerza; pero resbala porque aún está manchado de cremoso semen. Cuando bombeo cuatro veces más con fuerza en ella, sus pezones se contraen hasta el dolor y abre su boca en un orgasmo jadeante. Yo le escupo más semen dentro y le clavo las uñas en las areolas de los pezones hasta que sangran.
Ella se pone en pie aún temblorosa y pasando cada pie a un lado de la cabeza del primate, se acuclilla un poco para que su vagina se abra y gotee mi semen en la boca del primate.
Con el mejor de mis acentos mexicanos, llamo a la policía dando la dirección de esta choza de mierda: - Oiga, mande una ambulancia a la Vicente Guerrero porque les acaban de partir la madre a unos vecinos.
-Deme su nombre y dirección.
-¡No mames pendeja! Chíngale o te rompo tu puta madre también.
Es ella quien corta la comunicación. Cuando me lo propongo, el viento retrocede con miedo ante mí.
Soy un puto Dios, no me cansaré de repetirlo.
-Vamos, mi Dama. Es hora de volver a nuestra húmeda y oscura cueva.
Ella me coge por la cintura y me besa la boca. Mi lengua se hace bífida y abarca la suya. Ella gime.
Ya os contaré más cosas, más secretos.
Que la muerte sea con vosotros.
Siempre sangriento: 666



Iconoclasta
Edición y revisión por Aragggón.
201102071919 (Puebla, México).

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