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18 de febrero de 2011

Malo, muy malo



Soy malo, nací con un rencor enquistado en el alma que crea tumores en carne, huesos y sangre.
Yo sé que es verdad eso que dicen: que un mal estado de ánimo crea cánceres y enfermedades. Soy cáncer e infección porque soy malo.
He de puntualizarlo porque los hay que se vuelven mala gente con la enfermedad. Yo nací malo, muy malo.
Mi sangre es de un blanco leucémico, tan enferma, que se pudren las agujas que clavan en mis venas.
Algunos doctores no quieren curarme porque dicen que no me lo merezco. Las enfermeras tienen miedo de tanta insania.
Y ambos temen mi odio.
Tengo un brazo podrido que se cae a trozos, que pica la piel y el muñón sangra por la acción liberadora de mis uñas.
Ni la proximidad de la muerte puede hacerme mejor, más humano, más agradable.
Los años pasan y la podredumbre en la médula de mis huesos crece y se hacen ramas duras, óseas que se clavan como raíces en mis músculos odiadores. Y el dolor es enloquecedor.
No me canso de odiar y despreciar este infecto planeta en el que estoy prisionero.
Hubo un hijo, tal vez fuera mío. No estoy seguro porque mi semen es pus clara desde hace mucho tiempo. Ya no recuerdo desde cuando.
¿Me di cuenta en mi primera paja?
Creí amarlo; pero cuando me di cuenta de mi sangre blanca infectada y enferma, supe que no podía haber ningún tipo de cariño en mí.
Toca morir y la puta hora no llega nunca.
Y mientras pasa el tiempo, pateo caras de vagabundos en las noches, o disparo en cuerpos que no sé si son de hombre o mujer.
No hay motivo alguno, no hay móvil.
Por eso sigo libre, si se le puede llamar libertad a vivir en este planeta lleno de cosas desagradables y vulgares.
Me duelen los huesos y la piel es pura comezón.
Se me ha caído el antebrazo y el muñón ahora es rosado, no está curtido como el de la muñeca y duele solo rozarlo con la mirada. Dicen que es lepra del odio, que es lepra de la desesperación.
Debería animarme, pensar en positivo. “Un ánimo positivo y optimista es el cincuenta por ciento de la curación de un paciente”, dice el doctor.
Sólo el descuartizamiento de un cuerpo me alivia, descarga adrenalina. Una adrenalina que debe estar tan podrida como el semen que producen mis testículos.
Mi pene es oscuro, porque la sangre lo llena pero no retorna. Me masturbo como terapia para provocar la circulación sanguínea y así un día no encontrarlo entre las sábanas suelto y muerto como una morcilla de arroz y sangre de cerdo cocida.
Me queda una sola mano y dos pies para seguir matando.
Y por lo visto; poco tiempo de vida también.
Pero poco tiempo es una eternidad aquí.
Yo le digo a los médicos que se metan en el culo sus consejos, su superchería y psicología barata. Su cordialidad de mierda también. Yo solo quiero irme de aquí.
Tal vez el suicidio…
No… A pesar de este dolor, de esta vida agónica, amo el odio que me hace fuerte e indestructible. Aunque emboce el inodoro cuando defeco mis propias vísceras tumorales.
Odiar es más fuerte que amar. Y es más fácil.
Un hombre con la tez clara, barba y pelo castaños; que viste túnica y sus ojos verdes radian paz me ha dicho antes de acuchillarlo:
-Muero por ti, hermano. Mi Santo Padre te acogerá en el cielo, no te guardo rencor.
-No puedes guardarme rencor, iluminado de mierda.
Le he cortado el cuello y se ha volatilizado en el aire como si fuera humo. Creo que mi cerebro también se está pudriendo.
Ni Cristo me redime de mi maldad.
Y aunque me sangren las encías y se me desarrolle un cáncer linfático, despertaré con la mirada torva, mirando con asco el nuevo amanecer, sintiéndome enfermo con el calor de la nueva luz. Odiando la realidad que me arranca de sueños donde soy libre.
Soy malo, soy tan malo que el cáncer no tiene fuerza para matarme completamente.
El imbécil saber popular, por una vez tiene razón: mala hierba nunca muere.
La buena si muere. Y sangra, y se trocea, se quema, se tirotea…


Iconoclasta
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