Iconoclasta, provocación y otras utilidades para escapar del negro abismo del agobio.
30 de marzo de 2011
El probador de condones y un documental
Estaba viendo un documental del mar, dicen que el más caro de la historia: que si rodado en HD, que si meses de grabación, la hostia puta de horas de post-producción, no sé cuantos kilos de caviar y salmón ahumado para el director y el doble de sardina barata para el resto del equipo…
Pues para alguien tan instruido como yo, ese documental era lo mismo que todos los que había visto. La única diferencia estaba en que los pescados hacían ruidos graciosos. Incluso las anémonas hacían ruiditos dignos de una película de Walt Disney. A los cinco minutos de empezar a ver el documental, y en vista de que no salía el consabido tiburón blanco comiéndose un cachorro de foca, o bien el apareamiento de los delfines con su hocico consoladoriforme; me abrigué la picha con un condón y di descanso a mi poderosa psique.
Cuando te pasas todo el día probando condones, al final sientes la necesidad de abrigar el pene. Es inercia, costumbre. Una muy buena costumbre que relaja.
Y así, viendo como una manada de turistas se emocionaba por acariciar una ballena (cosa a la que no encuentro gracia alguna) me quedé dormido.
Será porque me paso el día follando por lo que soñé que follaba: pero en lugar de probar el condón con sabor a Algas del Caribe con la hija de la jefa de vaselinas y anilinas de la factoría de condones, soñé que me encontraba en una playa llena de asquerosas iguanas, observando con lujuria a una sirena de enormes tetas.
Yo me había calzado la polla con un vistoso condón serigrafiado con escamas en 3D metalizadas (creo que ahí radicaba mi pesadilla, temo que mi gusto pueda aproximarse al oriental).
Si mi polla es eficaz, mi cerebro también, es extraño que en un solo ser se dé tanta perfección: pero es algo que asumo con naturalidad y humildad para no hacer sentir inferiores al resto de mediocres humanos.
La sirena no hablaba, sólo emitía unos molestos chirridos. Olía fuerte, a pescado de días; pero tampoco era algo muy diferente al consabido olor a bacalao de todos los coños humanos.
Ella miraba fijamente mi polla enlucida con esas escamas en 3D y sus pezones estaban duros como los arrecifes coralíneos que se podían observar a través de la cristalina agua.
El follar es un lenguaje universal seas mamífero, pájaro, cerdo o pescadilla, todo el mundo sabe cuando se ha de meter en caliente. Bueno, todo el mundo no: sé de más de cien mil millones de idiotas que no diferencian el coño del agujero del culo.
Pero vamos, al final la interesada es quien les guía la polla al túnel del amor y pueden dejar su apestosa simiente en ese coño indefenso y triste porque todos esos millones de palurdos no saben arrancar ni un segundo de placer a su hembra.
Sólo tienen hijos y se sienten orgullosos no sé porque; yo tendría miles de hijos y no me siento especialmente orgulloso.
De cualquier forma hay mucha incultura, porque no sólo existen los condones para evitar embarazos no deseados. Un buen aborto siempre es una salida elegante. Siempre y cuando no lleves a tu santa a la curandera que vive dos casas más arriba. Porque si ella pilla una infección, tu polla también.
Maravilloso.
Y tras esta reflexión sobre el sexo y la reproducción, me dispuse a metérsela a la sirena.
Me sentía un poco desolado, incluso triste al no ver piernas abiertas, una putada…
Pero bueno, ella levantó un poco la cola y observé aquel agujero fresco.
Soy un hombre con un gran poder de adaptación al medio.
Me acerqué a ella, le pellizqué el pezón y me enseñó los dientes con hostilidad, yo creo que quería que se lo mamara, pero a mí el pescado crudo no me va. El sushi es un alimento incivilizado, bárbaro, barato y nauseabundo.
Oriental para mayor inri.
Y tampoco soy muy tolerante con las extrañas y caprichosas culturas culinarias que no tienen tiempo de pasar el pescado por la sartén aunque sea vuelta y vuelta.
Cuando la penetré, casi se me arruga la picha de lo fría que estaba. Malditos peces de sangre fría...
Luego me recorrió un escalofrío de terror al pensar en las espinas. Pero una vez dentro, yo no me retiro porque soy valiente y lanzado.
Ella profería una especie de jadeo que era un chirrido que lejos de desanimarme me la ponía dura. Me observaba como si de un momento a otro me fuera a volver loco, esperando que así ocurriera. Pero mi poderoso pene, libre de mitomanías y miedos de clásicos cómics, continuó su proceso de redención de la libido y pronto cambió sus espantosos chirridos por un claro y coloquial: “más adentro cabrón”.
Ulises las pasó muy moradas con las sirenas porque no era tan hombre como yo.
En vista de que aprendió a hablar, le metí una sardina de premio en la boca y aquello la llevó a un grito infrahumano de placer. Entre las iguanas todo era confusión y copulaban machos con machos sin ningún tipo de escrúpulo ni de vergüenza.
Pude ver desde la roca en la que me estaba tirando a la sirenita, a un turista ya entrado en años que levantó la falda a su anciana madre mientras ésta se apoyaba en la baranda del barco para vomitar por la belleza de las ballenas y la empaló tan profundamente que a la mujer se le calló la dentadura al mar y un delfín empalmado, de un salto se la puso al alcance de la mano. Y allí se quedó, llorando de alegría con los labios hundidos, la dentadura postiza en una mano y su hijo bien metido en ella.
Aunque llorando no es lo correcto, porque la vieja lanzaba unos gritos más potentes que mi puta sirena.
El incesto es tan solo un convencionalismo y los gritos de placer de la vieja madre, así lo demuestran.
A veces la naturaleza entra en armonía y todos los seres de todos los lugares se sincronizan para el precioso apareamiento.
Y ahí me desperté, como estaba muy excitado y el condón bien colocado, llamé a mi santa que estaba en la cocina preparándome la cena, que recién había llegado de trabajar.
-Chúpamela que estoy a punto.
-Cariño, tengo tus vol-au-vent a punto de salir del horno.
-Bueno, si se estropean me haces otros luego; pero ahora te necesito.
Cuando se arrodilló, ante mi pene, le pedí a mi hijo que estaba sentado a mi diestra, que bajara el volumen del televisor.
-Iconoclastito, baja ahora mismo el volumen.
-¿Y por qué no te la chupa en vuestra habitación?
-No me contestes. Mari: dile a tu hijo que no nos conteste.
-¡Nof cofteftef a tuf fadrez o de barto la cara, cabrfón” -contestó ella con su boca llena de mí.
Iconoclastito lanzó una carcajada, mi mujer se contagió y con ello le dio masaje extra a mi glande provocando que eyaculara al instante, llevado también por una risa tonta.
Los vol-au-vent olían a quemado; pero nosotros reíamos felices y yo estiraba el condón lleno de semen amenazando con dar a mi hijo o a mi santa. Al final se escapó y todos reímos felices con la cara llena de semen.
Una vez pasada la euforia, mandé a mi mujer a la cocina y a mi hijo a que se sentara en el suelo porque yo necesitaba el sillón para dormir hasta que me sirvieran la comida.
Por muchos documentales que veamos, no hay nada comparable con la familia.
Ni Costeau, ni National Geograpic. Solo consiguen repetirse hasta el aburrimiento.
Hay que follar más y ver menos tele.
Buen sexo.
Iconoclasta
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