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30 de noviembre de 2011

Romper el silencio



Sorbo un café con el cigarro entre los dedos y Tchaikovsky suena dando ritmo al delicioso silencio.
La pluma se desliza en el papel derramando ideas, orquestando emociones como un virtuoso director.
Hay espectaculares momentos de hermosa intimidad. Para llegar a esto, lo imprescindible es amar y ser amado; solo así es posible escribir con serenidad.
Tal vez este estado es lo que llaman plenitud; sin embargo no me siento pleno. No es algo que se dé en mí esporádicamente: estar en el lugar y momento adecuados es mi privilegio habitual, mi día a día.
Es mi estado natural.
Lo terrorífico era antes, lo tortuoso era no sentirse a gusto con Tchaikovsky. Ni con mi buena estilográfica.
Es el momento de trazar unas letras de armonía esperando que llegue mi amada a desbaratar el silencio.
Solo podría aguantar unas pocas horas más sin ella. No soy resistente, no soy paciente más que para un corto tiempo pactado. Cuando su ausencia se prolonga más allá de mi paciencia, la música se distorsiona y me irrita. Los violines son un chirrido de alta frecuencia que arrasa mis oídos y evapora el silencio para agitar mi ánimo con los sonidos de banales vidas ajenas a mí, a nosotros. Sonidos de deprimente cotidianidad.
Y todo está mal y voy a morir pronto.
No importa la lógica, la razón queda fuera de mi alcance cuando la necesito, cuando la añoro. Todo el amor pesa, todas las ansias destrozan mi paz.
El paso del tiempo es una lija para el alma cuando amas y esperas.
Desesperas…
Pero no es el momento, ahora no.
Ahora me pregunto como ingeniármelas para hacer algo bello. Aún que la paz está conmigo y siento en mis labios el calor de los suyos.
Estas cosas se resuelven solas cuando se ama, la belleza está en cada rincón, en cada momento. Solo hay que prestar atención para encontrar la obra maestra de cada día; hermosa, efímera y profunda como un mar.
El sonido de la pluma rasgando en la cuartilla se eleva por encima de la música (qué bellos son los Cantos Canarios que obligan a mis ojos vencerse ante los violines). El sutil golpeteo al trazar tildes, comas y puntos. El crujido del papel…
Bendito universo…
Hay quien siente un placer especial por el pan caliente a la mañana, por el agua fría en la cara al mediodía. Yo solo quiero mi papel, mi crujiente y melódico papel lleno de amor y emociones. Necesito pasar las cuartillas que se acumulan a mi diestra. Su sonido es la banda sonora de mis días como ella es mi reposo.
Solo por ella escribo de amor y sosiego. El amor aglutina la música, la tinta, el papel y el silencio.
Pronto vendrá, ya queda poco.
Tic-tac…
¡Joder, ya debería estar aquí!
Tic-tac…
La vida es una mierda. Lleva casi media hora fuera de casa.
Tic-tac…
Las personas mueren desesperadas de soledad. Esas cosas ocurren.
Tic-tac…
Ya me está dando por culo esta puta música.
Tic-tac…
No te preocupes cielo. Es broma, aún disfruto del concierto de música y letras que cada día te dedico.
Tic-tac…
Pero no tardes, ven pronto.
Hay un hombre que pende de ti.
Tic-tac…
Sé que vendrás, nunca me abandonaste hace años. El médico miente por envidia.
Tic-tac…
La succinilcolina que me inyecta el enfermero en el brazo es como tú: rompe mi silencio con dulzura. Todo está bien.
Tic-tac…
Tengo sueño, mi amor. Es hora de dormir. Has tardado más de lo habitual.
Tic-tac…
Afloja las correas cuando llegues, cielo. Me hieren la piel y sangro.



Iconoclasta

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Al filo de la palabra nº 12

http://alfilodelapalabra.wordpress.com/2011/11/29/al-filo-de-la-palabra-no-12/

29 de noviembre de 2011

Retorno

Estoy a la orilla de su puño,

escondida en el orificio del meato

mojada en un pantano transparente

esperando la cálida lluvia blanca que me impulsará.

Y regresaré a mi boca

Tragando el deseo empujado con la lengua.

Los ojos se van al descanso…

Retorno.



Aragggón

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24 de noviembre de 2011

Sin cerebro


Si meto la mano entre sus piernas, consigo sacar la esencia de la vida, que es la de su coño, lo más profundo. Su viscosidad es lo que limpia mis manos de la basura que me infecta. Frotar mi bálano con mis manos empapadas de ella es un masaje cardíaco que me parte el podrido el corazón.
De su coño mana mi paz y mi descanso.
Mis pulmones se abrasan anegados de su cálida agua.
De su vagina mana el jugo que despierta mi hambre y provoca mi salvaje erección. Su vida líquida se desliza entre los pliegues de unos labios gruesos y da brillo al clítoris que es mi órgano de placer. Mi glande está sujeto a su puto centro del inhumano orgasmo.
Salvaje…
Hundo mis dedos en su coño y mi sangre abandona el cerebro. Se va directa a mi polla.
Donde quiero que esté.
Donde la necesito.
No quiero ni necesito sangre en mi cabeza cuando ella está.
Una polla en lugar de cerebro ¿por qué no? Mi puto cerebro no sirve para nada si ella no está, solo es una molestia durante la vigilia, un cine durante el sueño. Una película pornográfica de tres dimensiones donde no puedo respirar porque mi boca y mi nariz están tan metidos en su coño que me crecen agallas.
A veces pienso que eyacula, que de su vagina sale un esperma suave que me ciega los ojos. Bombeo en contra, bombeo dentro de ella para quedarme seco, para dejarle todo mi amor untado en lo más íntimo.
Tampoco necesito corazón, lo que bombea la sangre por mi cuerpo son sus dedos presionando mi pijo. “Hazme daño” le digo. Que maltrate mi puto cerebro, mi infecto pensamiento. Porque no soy nada ni quiero serlo. Soy la lefa que se desliza de su boca, simplemente.
Y clava sus uñas en las venas de mi pensamiento, en mi pene.
Soy una eyaculación que se queda prendida en sus muslos, como un escupitajo a la decencia. Un vómito de amor que se derrama entre su puño cerrado, que salpica su pelo.
Mi cerebro es mi polla, y está en su coño. No puedo saberlo cuando el orgasmo es una lanzadera a la mismísima cara del Sagrado Corazón que se supone está en el cielo.
Mi pensamiento imbécil está en el techo, o bajo tierra; o en un enorme vertedero de basura, no soy romántico. Mi anclaje a la realidad son mis dientes clavados en sus pezones duros y oscuros como la sangre de una menstruación.
No, no quiero cerebro, no quiero pensamiento.
Mi pensamiento gotea de mi pijo amoratado, mi cerebro está licuado en semen y deseo. No hay nada, ni ideas, ni frustraciones, ni ilusiones. No hay inteligencia, ni lógica. La moralidad radica en lo más profundo de su vagina. La ética está metida en su coño, ahí la buscaré. Solo existe en mí la firme voluntad de hundir mi pijo en ella y empalarla. Que pague caro el convertirme en un ser vacío.
Y el vacío duele por la veloz contracción de mis cojones impulsando un esperma hirviendo impactando en su coño.
Su coño derramando semen cuando se levanta da descanso a mi polla.
A mi cerebro.
Es lo mismo.
No necesito cerebro cuando mi polla la tiene ella.



Iconoclasta

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22 de noviembre de 2011

No... sólo.

No te amo.

Sólo abro mi coño con los dedos.

No te quiero.

Sólo te enseño los hilos pegajosos.

No te quise.

Sólo hundo mi índice soltando un quejido.

No te amaría.

Sólo sorbo los dedos con mi lengua.

No te amé.

Sólo agito el clítoris clavándome en tu mirada.

No me importas.

Sólo tengo convulsiones en mi vientre.

No me dueles.

Sólo cuelgo el cuello en el estallido que se aproxima.

No te deseo.

Sólo masajeo mi ano.

No eres mi fantasía.

Sólo se derrama el orgasmo calentando mi mano.

No quiero verte.

Sólo me orino en cuclillas.

No te dejo.

Sólo amordazo tu pene.

No me dejes.

Sólo quiero tu semen dentro.

¡No!

Aragggón

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El coño de una madre


Madre que un día me diste la vida, dame ahora tu amor con una mamada, sabes que soy pobre que no puedo pagar una puta. Madre, si me diste la vida, dame el placer.
No tengo trabajo, no puedo desahogarme con otra mujer.
Da igual que tuviera trabajo y fuera el hombre más rico del mundo, desearía correrme en tu arrugada faz. Me diste tanto cariño…
Te amo más que a mi puta vida.
Madre, deja que te la meta.
Padre es ciego, está muriendo con el cuerpo cortado a trozos, allá donde su dulce sangre pudre las extremidades.
Madre, tú que un día besaste mi pene infantil, bésalo ahora que está duro y erecto. Me masturbo continuamente con la foto en la que me besabas mi pilila de bebé. Dame consuelo, acaba lo que un día comenzaste. Yo te devolveré la leche que tú un día me diste.
¿Por qué no ahora? Padre va a morir, a padre solo le falta que se le gangrene el cuello para que le corten la cabeza. Tal vez ni tenga pene, mea con sonda.
Madre, te noto triste, creo que necesitas de mí como yo necesito de ti.
Padre no te la mete. No te la meterá y si no te das prisa, morirás con el coño taponado de telarañas y vejez.
Recuerdo los pelos de tu coño salir por entre las bragas y con ello mis primeros deseos, mis primeras erecciones.
Mi primera eyaculación era la imagen de tu vagina abierta lavándote en el bidé, el espejo reflejaba cada oscuro pliegue de tu vulva inmensa. Mi pene despertó a la vida contigo.
Te amo tanto madre…
Deja que me hunda en ti, que vuelva a tu útero penetrándote.
Sé que padre no te da ya placer, te he visto en la cocina pensativa y estrujándote el coño con la mano crispada de deseo. Sé que te devora el ánimo la fantasía de tu sexo reventado por un bálano incansable; lo noto en tu mirada aguada, en tus expresiones amargadas.
Hace unas semanas dejaste que por demasiado tiempo mi mano reposara en tus pechos. Hasta que azorada te levantaste caliente y temerosa de no poder evitar llevar mi mano entre tus piernas.
Reconozco la vejez en tus pechos, los siento blandos y sin forma; me recuerdan a los de la abuela. Ella me tocaba, ella clavó sus desdentadas encías en la polla y me aspiró toda la leche que había en mis huevos muchas veces; me doblaba en dos de placer besando su coño reseco.
Tu anciana madre era la boca y el coño que daba consuelo a mi adolescente deseo por ti.
A los doce años, en su oscura habitación llena de fotografías en blanco y negro de gente antigua, abuela me llevó al interior de su coño bajando con fuerza el prieto escroto de mi pene rasgándolo. Y sangrando se la metí. Ella dijo sentir añoranza de los tiempos en los que menstruaba al ver su arrugada vagina de vello ralo sucia de sangre. Me dibujó una caricia en la frente con sus dedos pringados de semen. La dentadura postiza estaba sumergida en un vaso de agua turbia y yo me reflejaba en él con la boca temblorosa.
El olor rancio de la vejez y la podredumbre me excitaba.
Yo le dije que te amaba, que te necesitaba. Sonreía afable jugueteando con su clítoris minúsculo y metió su impía lengua en mi boca dejando su apestoso aliento infectando mi imaginación y llevándome a otra enloquecedora erección. “La follarás, conozco a mi hija y sé que la tendrás. Nuestros coños son iguales, son voraces. No podemos vivir sin una polla que nos joda”.
Abuela era afable. Era la mejor abuela que un crío pudiera imaginar.
Madre, estoy caliente, y tú te retuerces de deseo. Deja que lama tu coño, que te quite la mugre acumulada de años sin follar. Que te arranque la frustración de ver como a tu hombre, cada cierto tiempo le cortan un pedazo. Deja de ser lazarillo de un ciego sin polla. Deja que te enseñe lo que es gemir con un rabo resbaladizo enterrado entre tus piernas.
Yo te daré el descanso, y el placer que no has tenido en años y que se te ha enquistado en el coño como una verruga vieja.
Lameré tu verruga como la abuela limpió con su lengua la sangre de mi pijo aún primerizo.
Fóllame ante padre que está ciego, abre las telarañas de tu beato coño cansado de dar tanto por los demás y deja que la putidad se meta en tu cuerpo y erice tus oscurecidos pezones.
Madre, hace dos años en el velatorio de la abuela, cuando ya no había nadie ante el cadáver y ante la madrugada; acaricié el coño de tu madre. Su coño frío lleno de muerte, seco como el bacalao. Y se le abrieron los ojos cuando metí los dedos en sus gélidas entrañas. Pensaba en ti, pensaba en tu coño aún cálido.
No esperemos a que padre muera, no es incompatible tu trabajo de lazarillo. Te puedo lamer el coño y amordazar tu boca para que el placer que subirá a tus labios, no alarme a lo que queda de padre.
Seré discreto metiéndotela.
Padre nunca supo follar, lo sé cuando recuerdo tus manos nerviosas limpiar con vehemencia mis imberbes genitales. Recuerdo tu llanto en la soledad con las manos entre las piernas.
Madre, padre muere triste por ser un inútil. Padre muere a cortado a trozos como castigo a su falta de hombría.
Yo te amo y te deseo, debería ser yo tu marido. Deseo ser la polla en tu vejez, el suspiro de placer que exhalen tus viejos pulmones en el fin de todo.
Permite que sienta tus artríticas articulaciones crujir en el sagrado momento en el que te corras.
Con todo amor:
Tu hijo que te adora.
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El marido dormitaba.
El ciego no se percató de las brutales caricias que su anciana mujer se infligía en el sexo leyendo la carta de su hijo.
Tomó el teléfono, marcó el número de su hijo y le dijo: “Sí, mi amor”.
Su pecho sobresalía por encima del sujetador color carne hasta descansar en el vientre, su pezón no tenía capacidad para endurecerse; pero estaba empapado de su propia saliva y aún deformado como un pequeño pene por las fuertes succiones. Lo devolvió a su lugar y se subió las bragas cubriendo su sexo poblado de vello cano.
Por primera vez en toda una vida su rostro se mostró risueño, casi joven.
Alguien llamó a la puerta y llevó al hombre sin piernas empujando la silla de ruedas al cuarto de invitados. Cerró la puerta a la miseria.
Observó el retrato de su madre y pensó: “Vieja puta, que bien te lo guardaste”.
Cuando abrió la puerta, su hijo entró y la abrazó sosteniéndose sobre la única pierna que tenía y una muleta.
Su beso resultó dulce como la sangre que su padre le heredó.



Iconoclasta

Ilustrado por Aragggón.


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16 de noviembre de 2011

Estuche


Es tan hermoso guardar los globos oculares en la cajita de argollas nupciales. Hace que el amor se convierta en un lindo sueño rosa constante. Solo enfoca el brillo del oro y los nombres perfectamente grabados.

Tengo mucho de Eva.

La obediencia no es lo mío.

Necia atornillo los ojos, conecto las venas, enchufo la razón y la puta verdad se pone en “ON”.

La película muestra besos sin mi nombre, miradas dirigidas a unos muslos que no son los míos, cordialidades sucias con un deseo escondido.

Flirteos de mierda.

Los latidos del corazón laten una asquerosa sonata.

No encuentro el destornillador para soltar mi nuca.

Es tan rojo el paisaje y yo que creía que era el exceso de sangre irrigada en mis párpados.

Quiero regresar mi mirada al estuche de anillos, no quiero ver la farsa en mi tiempo… Que nadie lo abra jamás, por piedad.

Aragggón

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15 de noviembre de 2011

Dos palos cruzados



Dos palos cruzados…
Una marca de idiotas para idiotas.
El verdadero significado de la cruz es una simple señal de aviso entre ignorantes con deficiencia de entendimiento y lenguaje: “Aquí puedes cagar, la cruz lo indica”.
Debería haber más logopedas.
No es que quiera ofender, solo soy académico. Los hay que tienen titulación universitaria, yo lo sé todo de una forma natural, espontánea. Jocosa…
Porque… ¿Quién no ha deseado alguna vez suicidarse con la cruz metida en el ano?
Sería mi última y gran dramatización surrealista. Que giren la cara ante mi cadáver descompuesto y se rifen con palitos quien me saca la cruz del culo para cerrar el ataúd.
Tengo una virgen en mi escritorio que sostiene al niño dios por las pelotas. Y se ríe (la virgen, el niño no parece reír).
Si uno se fija bien, sus pezones están duros y se muerde la lengua. Se ríe de su virginidad como yo de la cruz.
Dos palos cruzados es una señal llamativa. Cualquier estúpido sabría que indica algo. Antiguamente nuestros hijos no tenían cagaderos, era cuestión de higiene elaborar un símbolo fácil que cualquier troglodita pudiera hacer y entender.
Aunque tampoco me inspira respeto alguno ese seboso Buda o el Confucio con sus consejos para campesinos que no acaban de saber si caerá granizo o no (es el precursor de Pseudo-filosofía for dummys,un éxito editorial de cojones).
Nada explica porque la persona más imbécil y menos apta ocupa un cargo o puesto de poder. Porque los peores artistas alcanzan la fama.
Tirad los dados y suerte. Porque si algún dios con diarrea creó el mundo, la mierda aún llueve.
Crucifica al hambriento porque le suda la polla si además le dan por culo. Cuando su cuerpo se pudra irá al cielo como premio a su desdicha y humildad. Siempre llueve sobre mojado (que diría Confucio y cualquier pastor de cabras. Incluso yo mismo).
Se me escapa la risa como a mi virgen del escritorio.
Cura: confieso que cuando veo una cruz, me pica el culo y me dan ganas de suicidar a alguien, a algún pecador sin importancia. Algo banal; pero que desahogue cierta incomodidad que me preocupa.
La blasfemia solo existe para el crédulo y el coño de la virgen está en venta en algún sucio local de Saigón, donde los jubilados follan niños al precio de tercera edad.
Los burdeles asiáticos son cruces que indican algo roñoso.
Los brujos son viejos porque aprendieron con la edad a ganarse las gallinas sin trabajar. La vejez no es sabiduría, es un cúmulo de trucos para ganar mucho trabajando poco.
La sabiduría de los ancianos está sobrevalorada, solo son ingeniosos a veces. Lo que comúnmente se conoce como listillo.
La religión es vieja y producto de la envidia: “Es pecattum ser mejor que yo, vanidosus” (diría el viejo).
La religión es vieja, ergo…
La envidia es el gen común de todos los humanos, algún mono hijoputa fue demasiado fuerte (Darwin tenía razón).
Es tan fácil la teología cuando no hay misterio alguno de un parto virginal… O de un esquizofrénico que se cree una santísima trinidad de cerebro podrido.
El hambre adquiere importancia cuando se multiplican panes y peces que nadie puede disfrutar. Y yo sigo pensando que la cruz está clavada a los pies de un rimero de mierda en el monte del Cagódromo.
Menesterosos que cagáis, limpiaos con nopal sin limpiar, os mortificará y os hará acreedores de más felicidad en el paraíso de los tontos.
Perdóneme viejo porque he follado más que usted y sin pagar. ¿Quiere que le enseñe antes de morir la verdad que su religión esconde? ¿Me quiere dar algún consejo que yo no sepa ya, aunque sea más joven que tú?
Dos palos cruzados… Mejor tiro los dados y luego me toco hasta que mi pene se haga del tamaño de la cruz del nazareno esperando que me jodan de nuevo.
Me gusta lo resbaladizo de mi glande, me disgustan las astillas de una cruz mal hecha. Prefiero el chile en el culo ajeno, sinceramente.
Soy el infecto sacerdote de los Dos Palos Cruzados.
Aunque no busco discípulos, mi religión es solo mía, no quiero que ningún iluminado la tergiverse. No quiero millones de estúpidos con el culo mirando al cielo y en el ano un crucifijo. Eso no es calvario, es adocenamiento.
Quiero que ella se confiese: como se toca, como sus piernas se separan y deja una reguero de humedad en la sábana y sus dedos descubren un clítoris duro al que le importa nada el hambre, la pobreza, la enfermedad y la santidad. Quiero que me lo confiese arrodillada ante mí, aunque no la entienda bien. De hecho, no quiero entender nada, solo eyacular en un lugar cálido y húmedo.
Ved viejos y religiosos la verdad absoluta y el premio que nadie valora: la erección por encima de todas las cosas, de todos los dolores, de todas las moralidades y éticas. Mi proteínico pene hace olvidar la desgracia y la maldad que hay en el mundo.
Al menos hace más llevadera la enfermedad. ¿A quién no le han regalado una revista pornográfica mientras se recupera en el hospital de una operación (a moi sí que se la han regalado y juro que durante tres minutos apenas he pensado en la infección que me mataba).
Dos palos cruzados…
Ahora hay más diseño gráfico, se pueden hacer cruces con todo tipo de cosas duras. Y cuando digo duras, me refiero a cosas sexuales.
También se pueden hacer con metales cortantes, con zanahorias y pepinos.
Las cruces son tan vulgares, hay tantas…
Tampoco soy demasiado exigente, no soy artista plástico. Mejor cruzaré dos palos, es sencillo y rápido. Mi religión no es complicada.
Que su boca se confiese ante mí y yo diré donde le plantaré un palo como señal de penitencia. De gozosa penitencia.
Perdóneme cura porque soy sucio… ¡Ja!
La Santa Congregación de los Dos Palos Cruzados, es benévola y propugna el placer en vida. El mío y el de ella, no se admiten más adeptos.
Buscaos vuestros palos y cruzadlos si aún tenéis imaginación.
Amén.


Iconoclasta

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11 de noviembre de 2011

Castigando la lascivia


Contiene entre las uñas la lujuria.
Busca un placer que nadie otorga y sus pechos están henchidos de la más dolorosa sed.
Ojalá mi glande fuera herido por sus uñas de negra laca, que mi pene sea aplastado y herniado por esos pechos heridos.
Que mi lengua de paz a sus pezones erizados de púas de lascivia.
Que mi semen sea la lujuria incontenida.
Que sus pechos maltratados formen el canal de la más incontenible lujuria blanca.
Oscuros pezones, blanco semen… Un damero pornográfico.



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Por y para Aragggón.
Modelo: Aragggón.



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10 de noviembre de 2011

Dulce desidia



Tal vez mi reina está cansada, tal vez sea el bendito desfallecimiento tras la escalada al placer.
O el descenso… No sé donde se encuentran los polos, ni el sol, ni la tierra cuando mi semen empapa mi pubis o el de ella.
Solo me guía su cuello indefenso y vulnerable, una vena que late potente y tranquila.
Son mi cénit sus labios de pura carne suave y tierna, congelados en un suspiro.
Hay quien se siente Dios por su poder, otros por su sabiduría, otros por su bondad.
Yo no, yo soy Dios porque congelo el más bello instante.
Yo soy su Divino Objetivo, embotado de sangre que palpita aún furiosa ante su visión.
Quisiera ser su dulce desidia.
Y soy su obscena fatiga.



Iconoclasta
Para y por Aragggón.
Modelo: Aragggón.


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9 de noviembre de 2011

Tentación



No hay nada elegido al azar. Cada gen, cada trozo de piel y cada cabello han sido diseñados por algo o alguien no-humano con una concepción desmesurada y alienígena de la provocación.
Alguien la programó para que la tela negra que cubre sus pechos, resbalara por su piel y mis humanos ojos asistieran a un eterno discurrir del deseo.
No tengo alma, la he vendido por ella.
Su piel es blanca y repele el negro encaje, provoca la destrucción de la tela por manos y bocas colapsadas y crispadas de una tentación ya delictiva.
No sé distinguir la imperceptible frontera entre la desesperación y la tentación.
Solo sé que soy un bálano herido de lujuria del que cuelga una gota densa sin llegar a desprenderse nunca.
Ella es mi tentación, y mi tortuosa gota que busca su blanca piel para extenderse.
Para evaporarse.


Iconoclasta
Por y para Aragggón.
Modelo: Aragggón.


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8 de noviembre de 2011

Sin piedad



No hay descanso, se acabó la chica buena.
El cabello está alborotado de deseo. Es hembra en celo, no reproductora. Predadora de deseos y voluntades.
Seré su alimento sin poder evitarlo. Sin quererlo…
Bellísima en su agresividad, como mantis religiosa de implacable mirada, es trama y trampa de cuerpo lujurioso. Es pura selección natural en lucha cruenta por un placer.
Vive en la cima de la cadena alimentaria, yo soy su alimento.
Soy víctima de la más terrible hipnosis del mundo animal, alimento entre su piel. Un pene amputado en lo profundo de su sexo ávido.
Ella sin piedad, yo sin opción.
Sin perdón.



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Por y para Aragggón.
Modelo: Aragggón.

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1 de noviembre de 2011

Escribir sin música


Envidio a los cantantes: lo que sienten lo convierten en un placer melódico que proporciona deleite a los sentidos.
Pueden cantar de lo horrible de la soledad o de la plenitud del amor, cantan de celos y muerte. Y transmiten una pena y un placer; provocan que el cuerpo de extraños a sus sentimientos se meza en una hipnótica cadencia. Y se apropian de los sentimientos del cantante para hacerlos suyos.
Usurpan maravillas y miserias ajenas para bailar al son de la paranoia de un autor.
Cierro los dedos en un puñado de cristales rotos y no consigo arrancar ni un gemido a mis labios.
Estoy vacío.
Quisiera crear una música que hiciera sangrar los puños de extraños, que los apretaran fuertemente en un tormento del que no puedan librarse. Así de potente.
Así de eficaz.
¡Tachán, tachán!
Estoy acabado.
No tengo imaginación, no tengo habilidad y lo que hay en mi cerebro es lo que plasmo en el papel: basura.
Yo no puedo hablar de melancolía y provocar que el lector cierre los ojos y se deje llevar por un cadencioso ritmo. Cuento de añoranzas de tiempos de inocencia y de ilusión; pero el universo se queda mudo y mis letras vagan sin ánimo, con la sinuosidad de una víbora convertidas en luz por el espacio.
De pequeño era especial, podía llegar a cualquier parte. Era fuerte y lo sabía todo. No moriría. Me la metieron hasta hacerme sangrar.
Y se repite la historia con la cadencia de una música que no es. No hay banda sonora para el cerebro podrido.
La luz se transmite en línea recta en todas direcciones en el espacio. Mis letras se arrastran desgastándose por estériles asteroides sin que nadie mueva un solo dedo con el chirrido del alma haciéndose pedazos.
Tal vez sea mi voluntad, tal vez después de tantos años por fin soy isla. Por fin no interfiero ni me interfieren con melodías que antes provocaban que me retorciera con emociones que ya no recuerdo. Con notas que no puedo reproducir en mi mente pobre y escasa.
Sin embargo, siento como un dolor el silencio de mis letras, siento que la obra no está como debiera. No me mueve, no me provoca movimiento involuntario en el cuerpo.
Mis dos manos eran dos luchadores encarnando el bien y el mal. Peleaban entre ellas sentado en el inodoro, y yo tarareaba algo ¿qué era? Ahora las miro y son solo manos, ya no hay magia. Mis padres eran dioses, ahora son humanos, tanto como yo; ya no tienen poder para conjurar el miedo por las noches. Pobres padres que ya no son lo importantes que un día fueron.
Me avergüenzo de haber jugado con mis manos, de haber creído que eran héroes y villanos. Perdí el tiempo.
Escribo de cosas pasadas, del cariño de un padre muerto, de una infancia ya lejana, del candor. Y no hay música. Solo sangre que corre veloz por mis venas, como si quisiera huir de mí. El corazón, el muy cerdo, late con más fuerza para que se forme hemorragia en los poros de la piel.
Me acuerdo de canciones que me hicieron sentir feliz, que tarareaba con amigos como si de himnos de camaradería y alegría se tratara. No sirvió de nada, de mis letras sale un silencio vergonzoso. No pude aprender nada.
Nadie baila, nadie se mueve con mi letras mudas.
Un disparo en la cabeza, una fuente de sangre mana en la sien derecha.
Sangre que se avergüenza de si misma. Solo hay un sonido, y es el del fin. No puedo sonreír o llorar cantando mi vergüenza. Mi fracaso.
No es música la sangre que mana a presión.
No hay registro de emociones.
Mi sangre me quiere dejar porque mi angustia no aporta música. Mi sangre está triste. Mi sangre está quieta. No entorna los ojos de nadie soñando y creando una mirada ilusa y húmeda. No hay un ritmo que provoque un distraído movimiento de pies o cabeza.
Me falta armonía y arte para hacer una obra que transmita algo a quien sea.
Mis ideas son la letra pequeña de una noticia en un periódico que se lee sin pena ni gloria.
Que provoca un bostezo.
Que me deja solo con mi palidez.
Aburro a mi sangre y a mi corazón. Le robo calor a los cuerpos con toda esta mediocridad. Los dejo tibios, ni calientes ni fríos.
A temperatura ambiente.
Los cadáveres parecen fríos; pero todo depende de la época del año en el que están. Independientemente de una melodía.
Un réquiem siempre va bien para ellos, es oportuno.
Debería meterme un catéter por el culo, una larga aguja que saliera por la boca y con el rasgar de las entrañas provocar un sonido.
Alguien baila y otros lloran ante la potente emoción de una canción. Me corroe la envidia.
Mis letras caen pesadas en el papel sin un solo sonido. Ni siquiera se puede hacer nadie una idea del ruido de mi respiración rítmicamente enfisematosa que producen mis pulmones abrasados por miles de cigarrillos ansiosos y amusicales.
Siempre supe que de mi sangre no podría sacar un solo ritmo. Siempre conocí mi incapacidad para provocar emociones. De pequeño no entendía estas cosas. Ahora las entiendo como mi fracaso. Debería haber sido menos inocente.
Soy un fallo, una genética defectuosa para un cerebro con deseos de hacer sentir. Mi mente no puede enlazar dos notas. No puede imaginar los tonos.
Solo puede describir aislamiento y un resentimiento hacia lo humano que desanima a mi propia piel.
Leer mis palabras es desear tirar a la basura el papel y hacer funcionar el estéreo. Yo también deseo colocar un CD de mierda y que suene la música, que ahogue mi pensamiento arrítmico. Que se emborronen las letras.
Cada ser vivo tiene una música; pero yo carezco de ella. No soy permeable a ciertas frecuencias. O dejé de serlo en algún momento, en el instante mismo en que supe lo que era y lo que me esperaba. En ese mismo instante un piano cayó veloz y mortífero desde un quinto piso de altura y sus cuerdas al saltar, cortaron mis emociones.
Las teclas muertas del piano ya no hacían música.
El alma se puede romper en pedazos, lo supe. Lo sentí. Dolió la verdad.
Y como siempre, la verdad es algo que se escupe a la cara con rabia, la verdad es una bofetada que hiere, la verdad es un redoble de tambores que destroza los tímpanos. La verdad arruina la ilusión. La verdad ni siquiera necesita música para impactar. Es demoledora.
Vamos Maestro, enséñeme su secreto, dígame como ponerle música a esta mierda de vida. Dígame cual es la presión justa en el gatillo, el calibre acertado para que acabe todo pronto con un rítmico estampido y lo rojo de la sangre sea un videoclip acorde con toda la pena y la añoranza. Con todos los resentimientos acumulados en medio siglo de vida.
Que alguien baile al son de mis letras.
Porque el réquiem en mi funeral no es mi música, jamás lo oiré.
Es el gusto de otros, es algo aleatorio. Sin voluntad mía.
Y estoy cansado de escuchar músicas que no son mías, que nunca lo fueron.



Iconoclasta

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26 de octubre de 2011

El destino de las almas


¡Qué mierda! Aún recuerdo con vergüenza, la ilusión con la que esperaba un cuerpo para nacer cuando era una simple alma.
Nuestro destino no es cuestión del destino, ni de los jodidos designios de un ser superior. Y si fuera el caso, ese dios o ese destino, serían idiotas.
La cosa funciona así:
Eres una suave bolita de nube, algo de materia pulsando como una estrella en un lugar que no hace frío ni calor, ni es oscuro ni luminoso.
Algo completamente insípido y aséptico.
Y hay miles y miles de bolitas botando nerviosas que dicen continuamente: ble, ble, ble. Como si de una congregación de deficientes mentales se tratara.
Todas las bolitas avanzamos como borregos hacia adelante (es por concretar alguna dirección en ese estúpido limbo). Felices y nerviosos (deberían proporcionar tabaco, las almas no padecen cáncer).
Y como somos tantas bolitas diciendo todas la misma estupidez y tan apretujadas las unas con las otras, apenas se puede reaccionar cuando te ves al borde de un tobogán que parece un precipicio del tamaño de las cataratas del Niágara.
Todos los subnormales que hay detrás te empujan con su imbécil: ble, ble, ble.
Y quieras o no, caes por el cochino tobogán.
Hay un letrero en la rampa de aceleración que dice:
Todo aquel que caiga al vacío, que salta la baranda de protección, nacerá en un bebé muerto.
Es jodido, porque después de toda la espera y los apretujones, te encuentras dentro del cuerpo de un bebé muerto al nacer, y tienes que volver a iniciar el ciclo: vuelve a ese jodido limbo y haz cola con una caterva multitudinaria de vulgares pelotas de materia anímica.
Después de tres horas de resbalar a match seis por la sucia superficie de ese tobogán y cuando ya te has hecho a la idea de que estás muerto o permanecerás en estado de velocidad supersónica durante toda la eternidad, sin darte tiempo a reaccionar el tobogán se divide en dos: Buena vida y Asco de vida.
Vamos a ver: no es justo, porque cuando por ese tobogán de un par de metros de ancho, bajan contigo otras cinco mil almas más, no tienes tiempo de mierda para elegir lo que quieres y el subnormal que llevas al lado, que no sabe decir bien: ble, ble, ble, se va por la buena vida (es un hecho que todos los idiotas tienen suerte) y yo arañando la baranda y clavando las uñas con un ruido que erizaría los pelos del coño a vuestra madre, me deslizo hacia Asco de vida pensando ya en la cantidad de idiotas y subnormales con los que me voy a encontrar, así es como funciona esta mierda de sorteo.
Y todo esto a una velocidad que encogería los testículos de un toro hasta parecer canicas.
Bajando veloz por mi destino, me voy haciendo ya a la idea de lo que es “asco de vida” y con cierto fatalismo, lo único que quiero es acabar ya esa vertiginosa carrera hacia lo que será una vida sin ningún tipo de alegría.
Aunque no estoy seguro, porque junto con los que se han venido conmigo (alguno voluntariamente, me consta), los hay que hacen imbecilidades como dar botecitos más altos y luego hacer dos saltos mortales con ble, ble, ble de retrasado incluido.
Yo tengo mucha más clase y durante el trayecto, he podido tirar a dos tarados por la baranda del tobogán al vacío. Que se jodan; nacerán en cuerpos muertos y soportarán los llantos del padre, la madre, los abuelos y la puta que los parió al ver a su pequeñín azulado por falta de oxígeno y tendrán que volver a repetir la historia.
Ellos me gritan: Ble, ble, ble (pedazo de cabrón) y a mí me la pela.
Siempre te sorprenden, desde que eres alma, te sorprenden para mal y cuando piensas que ya nada puede empeorar el tobogán se divide en dos de nuevo; algún hijoputa no debía tener muy clara la velocidad de deslizamiento, porque el letrero de aviso lo colocan a escasos dos kilómetros de la bifurcación y a velocidad de seis match, significa que tienes menos de un parpadeo de tiempo para dar codazos, mutilar y asesinar a los que sean necesarios para elegir el lado que te apetece.
Las dos opciones a elegir si puedes son: Inteligentes e Idiotas.
Juro que en esos milisegundos que tuve para pensar me dije: Asco de vida e idiota es algo congruente, todo puede salir bien en ese caso. Es jodido ser inteligente si te toca vivir un Asco de vida. Con mi ágil razonamiento empujé a quince bolitas hacia la izquierda para ser idiota con decisión y valentía; pero por un segundo ese lado se atascó y comencé a friccionar entre millones y millones de bolitas que querían ser idiotas y ni clavando los dientes en el metal, conseguí hacerme sitio y me precipité hacia inteligentes, por el lado derecho y derecho a una vida de infierno.
Durante tres horas me vi solo por el tobogán hasta que me adelantaron tres bolitas, que bajaban dándose impulso diciendo: Ble, ble, ble, ble (que chachi es ser inteligente en un Asco de vida, sacaremos una pasta entre los idiotas, vamos a montar un cártel de drogas, putas y juegos). Uno de ellos, el más veloz, calló fuera del tobogán.
Los otros se reían como si pertenecieran a una familia de montañeses endogámicos: ble, ble, ble…
Seguí mi descenso ya con sumo aburrimiento y pensaba ya en saltar la baranda de protección y empezar de nuevo (en vista la mierda que me esperaba) cuando el tobogán se bifurcó de nuevo:
Suertudos u Obreros.
Sólo bajaba con seiscientos mil compañeros, había espacio y tiempo para elegir Suertudos; pero los asquerosos de mantenimiento, habían cerrado esa rama porque se había desgastado el metal y todos caían al vacío. Nos paramos todas las almas y quedamos atascadas frente a la valla que anunciaba Suertudos.
Me cago en dios… Todos fuimos a obreros a pesar de que decíamos que podíamos esperar los años que hicieran falta para que repararan el suelo de esa rampa, resulta que alguien hizo vibrar el tobogán y le dio más inclinación y continuamos nuestra supersónica carrera, ahora hacia Obreros.
Yo pensaba que tal como estaban las cosas, la próxima bifurcación sería de Espalda Bífida o Síndrome de Down.
Pero no, tuvimos suerte y la desviación indicaba: Salud o Cáncer.
Yo ya estaba hasta la mismísima polla de aquello, así que cuando vi la multitud que se desviaban hacia Salud, sentí como un poco de asco, y me dejé deslizar por Cáncer.
Y por fin nací de una puta vez y dejé de irritarme el culo por aquella mierda de tobogán.
Designios del señor y toda esa mierda…
Me vi de golpe arrastrando mis orejas por un coño enorme que estaba peligrosamente cerca del culo, el que se suponía que era mi padre estaba filmando con una cámara de video y mi madre gritando: “esto me pasa por puta, y tú cabrón deja de filmar, que se te caiga la polla a trozos, violador”.
Precioso.
Las delicadas manos del médico, me tiraron de la mandíbula con fuerza y pensé que me dejaría parapléjico al nacer. Pero no, me metió un dedo en el culo por equivocación y me puse a llorar.
En realidad lloraba de rabia, de ira. Me daba mucho coraje haber nacido en un asco de vida, inteligente, obrero y con cáncer.
Es injusto.
Y así es como me encontré en medio de una familia de tarados.
Una familia con dos hermanitos, el mayor tenía tres años más que yo y era un triunfador, se veía en el brillo de sus ojos. Y una hermanita un año mayor que yo. Por lo visto, los subnormales de mi papá y mamá no llevaban bien el asunto del follar y la zorra de mi madre casi se pasa un año y medio embarazada de una sentada.
Así empezó mi vida con cuerpo.
Como alma era muy cándida; pero cuando me acoplé a aquel cerebro, mis buenos y malos instintos se desataron como un torrente imparable de emociones y deseos. De miedos y decisiones.
Y aunque con poca suerte, pude abrirme camino en la vida evitando algunas humillaciones, aunque claro, no todas. Dijéramos que no pude evitar ni una cuarta parte de todas a las que me vi sometido.
Había momentos, cuando contaba con unos meses de vida, en los que cerraba los ojos y aún sentía el vértigo de la velocidad por la que me precipitaba por aquel tobogán. Y junto con el humo de los cigarros que mi padre me tiraba a la cara, entraba en una dulce narcosis soñando con bolitas de color amarillo zambulléndose en una piscina llena de sangre.
Delicioso.
Cuando ya conoces tu destino, no en detalle, sino a grandes rasgos, te importa unos céntimos de euro esas cosas de ética y moralidad.
Y el tobogán podía ser divertido, emocionante; pero cuando me deslizaba por él, sentía en mi pequeño ser de bolita, toda la verdad del universo. Y yo me sentía ble, ble, ble…
Crecí con bastante normalidad, aunque al año, mi padre borracho me quemó alguna vez los genitales con sus cigarrillos y mi madre me dejó más de un día sin comer porque se gastaba el dinero en las máquinas tragaperras. A pesar de ello, a los tres años ya era un niño espabilado.
Y nunca olvidé mi forma de expresarme primigenia: ble, ble, ble.
A mi hermano mayor le pregunté como le había ido en el sorteo del destino; me miró de forma extraña, me dio una bofetada y me llamó imbécil.
Intenté sondear a mi hermana sobre el mismo tema y díjome la muy puta con cuatro años.
—Te lo digo si me enseñas el pito.
Le enseñé el pito, me lo acarició y me dijo que las únicas bolitas que había visto, eran las pelotas de nuestro padre cuando se ducha.
Y concluí que solo yo era capaz de recordar esas cosas.
Mi hermano mayor era de los suertudos, siempre ganaba cosas en las rifas del colegio, sus exámenes eran brillantes. Y sabiéndose superior a mí, me convirtió en su esclavo: le hacía la compra, las copias, los deberes más sencillos y limpiaba la habitación porque la zorra de mi madre no daba un palo al agua. Yo no sacaba nada a cambio, me conformaba con que no me pegara demasiado fuerte.
Esperaba impaciente a crecer un poco más. Yo tenía ya doce años y sacaba los estudios adelante con mucho esfuerzo y con resultados muy humildes. Suficiente en todos los aspectos.
Mi hermana con trece años ya tenía unas buenas tetas y usaba tangas minúsculos, cuando le llegó su primera menstruación, me enseñó sin pudor sus bragas manchadas y gocé de una buena erección.
Era consciente de que un día u otro me atacaría el cáncer, y desarrollé una prematura actividad sexual.
Mi hermanita era la más idiota y sus hormonas dictaban sus actos y emociones. A través de la rendija de la puerta de la habitación de mis padres, pude ver como mi papá borracho y mi madre depresiva la obligaron a desnudarse. Mi padre se rozó el pene por sus puntiagudas tetas hasta correrse. Mi madre se masturbaba frotándose furiosa su oscuro coño.
Aquella fue la mejor de mis pajas.
Mi hermano con quince años, ya daba clases de refuerzo a niños más pequeños e incluso ganó algún premio como escritor. Como sabía que nuestros padres eran unos cerdos, atesoraba a escondidas su dinero para un día largarse de casa. Yo sabía en que parte del fondo del armario escondía el dinero.
Con veinte euros que le robé, le compré a mi hermana mi primera follada, contaba con trece años.
Me sentí dios dentro de aquel coño, cuando mi aún mediano pene entró en aquella suave cueva de carne, mis testículos bulleron y me salió un chorro de leche que creí que me deshidrataría, nada comparado con las pajas que me hacía en solitario. Mi hermana dijo no disfrutar y tras darme unos besitos, me obligó a hacerlo bien.
Chillaba como una rata mientras se corría.
Unos meses más adelante, comprendí que no sangró porque mi padre ya la había estrenado, yo aún tenía la candidez propia de las almas puras… Esperaba poder ser el primero en romper su himen, ya que sus tetas habían sido suficientemente sobadas y regadas. Ella ya tenía catorce y era toda una mujer.
Contaba con quince años cuando ya había superado la secundaria y en lugar de inscribirme en la universidad (sabía que no era tan inteligente como mi hermano) me inscribí en un módulo profesional de mecánica de automoción. Mientras mi hermano estudiaba su carrera de ingeniería con becas (nuestros padres apenas aportaban lo justo para darnos algo de comer y pagar sus vicios) y la casa se deshacía en humedad y mierda, yo encontré trabajo clandestino en un taller mecánico del barrio y cuando salía de clase me metía bajo los motores para aflojar el tapón del cárter y vaciar de aceite el motor, al dueño le parecía sucio hacer ese trabajo y me pagaba una mierda por ello; pero suficiente para mis gastos.
Aprendía en la escuela y en el taller. A los diecinueve ya era un buen operario, con un sueldo vulgar; pero mayor que lo ganaba mi padre como basurero.
Mi hermano me humillaba con sus sarcasmos sobre mi trabajo y me explicaba los grandes triunfos que le esperaban y la porquería que yo ganaba. Yo ya tenía mi coche, una porquería de utilitario cochambroso; pero él iba en tren a la universidad, lo que ganaba con sus pequeños trapicheos de escritor no llegaba a mi sueldo.
Un día, me pidió que lo llevara a la universidad, a unos veinte kilómetros de casa, se había despertado tarde y había perdido el tren. Me desvíe por una senda de tractores en una pequeña loma y le acuchillé los ojos con un destornillador hasta que murió. Lo senté en el asiento del conductor, regué el interior del coche con gasolina y lo precipité montaña abajo tras tirar una cerilla encendida en el interior.
He de reconocer que soy un indeseable, ble, ble… Pero con la vida que me tocó vivir, se me podía pasar por alto se detalle.
Andando hasta la estación volví a casa en tren y denuncié el robo del coche.
La policía es idiota y no tiene ganas de complicarse, y menos con una familia de idiotas como era la nuestra.
Mis padres, borrachos ya los dos, soltaron algunas lágrimas en el entierro y mi hermana colocada con maría y ácido, se reía como una estúpida. Su sangre estaba podrida por alguna infección. Se había quedado en cuarenta kilos y bien podría ser la modelo de una campaña en contra de la anorexia. O a favor, las modas cambian.
Se la encontraron muerta cuando contaba con veinticinco años en un descampado de drogadictos, estaba desnuda de cintura para abajo y había sido violada. Había muerto de sobredosis (y no de polla) y hemorragia, a juzgar por los cortes en las tetas, el cuello y el vientre.
A mí me daba igual, desde que empecé a ganar dinero no la follé más, ya que me daban asco sus amistades y por tanto, lo que había en su coño. Yo estaba limpio, con un trabajo de mierda, con unos padres a los que deseaba matar con todas mis fuerzas y a la espera de contraer un cáncer de cualquier tipo.
Empecé a fumar a los catorce años, y cuando contaba con veinticinco, me fumaba tres cajetillas diarias. Sesenta cigarros no está mal, era muy macho.
Tenía que darme prisa en hacer lo que me apeteciera, ya que el tiempo corría en contra. Aquel “ble,ble, ble del destino” (puto tobogán en español, en el original) no era ninguna broma y todo se cumplía como en un plan elaborado por algún dios mierdoso.
Había momentos en los que sentía envidia de los que se deslizaron por el lado bueno; pero cuando pensé en mi hermano, ejemplo vivo de perfección, me convencí para consolarme, de que no todos tenían idéntica buena suerte. Yo era el factor crítico y eso me gustaba.
Aún conservaba parte de mi candor de alma y buscaba entre la gente a alguien que se acordara de que un día fue una bolita de nube.
—¿Ble, ble, ble? —le pregunté a un hombre con el cabello castaño hasta los hombros, con ojos color miel y una mirada bondadosa, lucía barba también castaña y vestía túnica y sandalias. En cada una de las palmas de sus manos había un agujero.
Me era muy familiar el mendigo.
Se encontraba recogiendo cartones de un contenedor que olía a huevos podridos.
Me ilusioné como cuando era un alma cándida, una bolita de energía suave y sedosa, cuando lo oí hablar.
—Ble, ble, ble bleble ¿ble? (Qué putada de toboggan ¿eh? —me respondió antes de convertirse en paloma y salir volando.
Me cagué en dios dándole una patada a una botella de vidrio que al romperse una esquirla me reventó un ojo.
Me favorece el parche negro, y para lo que me queda de vida, con un solo ojo tengo suficiente.
Mi padre murió de cirrosis cuando cumplí los veintinueve. Yo le compraba botellas de vodka a las que añadía una jeringuilla de alcohol etílico; poca cosa; pero lo suficiente para que al perro le hiciera mucho daño y más rápido. Me daba un gran placer ver morir a los que me habían tocado como familia en el “asco de vida”. Por lo menos había sacado algo de inteligencia para ello.
Había conseguido un estudio de alquiler por muy poco dinero al mes, era un sótano sin ventilación y siempre vivía en una permanente nube de humo de tabaco. Por fin perdí a mi madre de vista. Se había engordado, y en sus piernas aparecieron profundas llagas llenas de pus que tenían que curarle cada dos días con apósitos especiales. Tenía más azúcar en la sangre que el café que yo endulzaba con siete cucharadas.
Hace ya cuatro meses que la visité en casa, le llevé pastelitos de chocolate y nata para que le subiera el índice de glucosa en sangre y cuando se quedó dormida la ballena, coloqué el calefactor pegado a las sábanas de su cama y rompí la goma de la bombona de gas.
Todos concluyeron que era un final lógico para la gorda asquerosa y para la familia del piso de arriba, que bajó con todos los escombros hasta la planta baja.
Nunca he sentido remordimientos, al final no soy el culpable, si lo piensas bien, es una cuestión de mala suerte mía, yo soy el que la ha padecido. Los otros no me importan, ellos también fueron bolitas y posiblemente tuvieron más suerte que yo.
Este es el resumen de mi vida, y el valioso testimonio de cómo funciona el cuento de las almas y su destino.
Es solo una simple y puta lotería y como siempre, cuanto más idiota eres, más suerte tienes.
Ble, ble, ble…
Y por lo que respecta al cáncer, todo va bien. Fumo mis tres cajetillas de cigarros, me alimento de fritos y grasas, hago pesas para tener mayor masa muscular y follar con más facilidad a las idiotas niñatas sin pagar ni un centavo y tengo con ello el sobrepeso ideal.
Acabo de escupir mi primera bocanada de sangre que ha salido con un acceso de tos. Me duele horrores la espalda, por debajo de las costillas. Es un dolor punzante, como si tuviera una llaga profunda.
Sé que es cáncer de pulmón, leo mucho.
Me enciendo un cigarro sin miedo alguno, he llegado al final.
No sé si suicidarme ahora mismo, o dejar que la enfermedad me haga sufrir y con ello provocar más gasto y molestias al personal sanitario.
Prefiero joderme aquí un rato más que volver a bajar por la repugnante rampa del destino otra vez.
Lo que me jode, es que estuve demasiado tiempo bajando por aquel puto tobogán para vivir unos segundos.
Desde luego, no soy un alma con suerte.
Cuando mi cuerpo escupa ya la última gota de sangre y los pulmones negros asomen por la boca, yo saldré como una preciosa bolita peluda y vaporosa, flotando para caer en una gran piscina llena de sangre serena y cálida.
Eso me gustaría.
No quiero vivir más; pero las bolitas de alma no mueren, vuelven siempre arriba. Flotamos como globitos hacia un lugar abarrotado de bles, bles, bles.
Ahora que conozco la posición de las bifurcaciones, me colocaré en los lugares adecuados con tiempo.
Aunque los subnormales de los de mantenimiento, seguramente habrán cambiado los letreros. Fijo.
¡Qué asco de vida!
Ble, ble, ble…




Iconoclasta


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19 de octubre de 2011

Lección de preescolar para hipócritas

*pornografía. (De pornógrafo). 1. f. Carácter obsceno de obras literarias o artísticas.
*obsceno, na. (Del lat. obscēnus). 1. adj. Impúdico, torpe, ofensivo al pudor.
*Extraído del diccionario de la Real Academia Española

Vamos a ver si lo entendéis con unos ejemplos. ¿Habéis leído las definiciones de pornografía y obsceno? ¿No?
Pues ahora mismo os vais al inicio de este ensayo y lo leéis, coño. Que sois muy mirados y muy probos ciudadanos; pero la lectura no se os da nada bien.
Pornografía u obscenidad:


Esto no se les puede enseñar a los jóvenes, es impúdico.
Vamos a ver ahora donde tenéis vuestro pudor de mierda:


El niño muerto sí que es para decorar la habitación de vuestros niños y una obra de arte.
Os entiendo más de lo que quisiera, mis estúpidos fariseos.
¿Es más impúdico ésto:


qué ésto?:

Por mí os la podéis pelar con lo que queráis; pero mi hijo me agradece más esto:


Que esto:

Bueno, ahora me diréis según el diccionario, que es lo que os hiere más el pudor y según lo que penséis, pensad que vuestra sensibilidad está podrida.
Y vuestra mentalidad está más cerrada que los pulmones de esos niños muertos.
Y tenéis el gusto en el culo.
Es que no hay otra forma de enseñaros, fariseos.
Buen sexo.



Iconoclasta


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15 de octubre de 2011

Escribir jode



A veces falta algo, una distracción, algo que no sea el papel y las putas letras.
No falta nada, se trata de impaciencia. Hay mucha presión para continuar escupiendo una quimera tras otra aún aleteando en mi boca. Esos horribles peces me miran y sienten vergüenza de ser tan feos y venenosos. Y grandes, porque cuanto más grande se es, más empeora todo (la discreción es importante cuando se es un mierda, y procuro esconderme en la oscuridad, con las musarañas). La naturaleza los hizo así, yo los he colocado en el borde de la repugnancia, si algo es feo, no tiene derecho a existir. No en mi mente. Que se desintegre su ignominiosa faz de la tierra.
—No nos hagas esto —lloran deshaciéndose.
La vista está cansada, me duele la cabeza. Más presión.
Debo descansar.
Debo escribir todas las putas aberraciones que pueda en el menor tiempo posible; tengo poca vida de tiempo.
Un elefante aplasta el cráneo de un niño y debo escribirlo y describirlo.
La madre toma al pequeño entre sus brazos y el cerebro se escurre como una tripa lavada entre los huesos aplastados. Es hermoso el drama de la muerte con sus impactantes emociones. El payaso llora chorros a presión de orina y el tigre lame la sangre en la arena. La madre mete los dedos en la cabeza vacía, intenta acariciar el alma de su niño.
Es un estallido de color el de la desesperación…
Hay mucho dolor y mucha desolación por escribir.
Se escurre una parte de mis sesos por la nariz, es un moco que no me puedo despegar de los dedos. Me asfixia. Respiro por la boca y cae un cuerpo sin extremidades ni cabeza.
Debo escribir que soy Saturno vomitándome a mí mismo. Y una vagina enorme escupe mi cabeza sin ojos, y como una calabaza, hay una vela en su interior encendida prendiendo fuego a los sueños.
Es posible, todo es posible.
No quiero escribir más, me duelen los dedos y se aferran con fuerza al bolígrafo y rasgo el papel. Las gafas se empañan por el aliento hirviente de Satán que ha metido un palillo chino en mi oreja. Profundo…
Un Satán que he creado yo por obra y gracia de mi locura.
Me deslizo suave y dulcemente a la demencia. Olvido el lugar y la atmósfera, no soy presencia. Soy todas las pesadillas, soy todas las ilusiones pervertidas. Que nadie se ofenda, no me voy por mala educación. Me voy porque un cáncer con forma de rata me está destrozando las entrañas. El dolor enloquece.
La cordura es ahora una tira de piel seca y translúcida. Había un rastro de sangre y rápidamente se ha secado adquiriendo un color marrón, parece mierda.
¿Es posible que deje el bolígrafo un rastro de gemidos entre la tinta?
No lloro, yo solo sufro con una sonrisa. Los locos sonríen en su universo por muy pútrido que sea. Se ríen burlonamente de la realidad y se tocan la polla sin preocupación.
Quiero vaciarme, escribirlo todo de una vez por todas, no quiero más ideas en mi cabeza.
El anzuelo se ha prendido en alguna parte de mis entrañas, porque intentar pescar la cordura es un acto vano, es lanzar el sedal en el arrecife de los idiotas donde flotan paquetes de tabaco deshechos. Saco intestinos sin ningún tipo de poesía, son tripas llenas de mierda.
Al tirar de la caña sale un hijo muerto, el anzuelo atraviesa su mejilla creando una sonrisa de espanto y pena, es demasiado pequeño, corto el anzuelo y lo devuelvo muerto al agua. Si no puede nadar, que flote; pero que se aleje de mí el dolor.
Separo los labios y la vulva me ofrece el clítoris perfecto, el áureo placer. Ostentoso en su tamaño, me llena la boca y un ángel mete su virginal dedo en mi ano. Acaricia mi próstata sensible y me orino mordiendo el placer; y el amor se va en forma de espiral de humo por un ventilador en el techo.
Escribir me jode, es un dedo angelical, es un palillo en la oreja.
El ying y el yang son dos hijos de puta uno a cada lado del espejo y el coño bendito la ilusión rota. La lengua que no llega.
Las semillas del kiwi son trozos de cristal, vomito sangre. No compraré más kiwis si tuviera tiempo de ello.
Mi polla no es un adorno, no puedo amar olvidándome de mi pene. El perro lo lame y no está mal hasta que arranca un pedazo de glande. No hay dolor; pero da miedo el perro, da miedo no tener polla.
No tener sexo.
—Tenemos que irnos —dice mi padre desnudo lleno de llagas.
—¿A dónde?
—La muerte no es lugar ni tiempo. Deja el perro, deja que te coma la pilila, no te hará falta.
—Lárgate, padre. Esto no es muerte, es mi mente enferma, solo puedes empeorar.
Aferro al perro por la cabeza sintiendo la garrapata henchida cerca de la oreja, lo elevo hasta mí y muerdo su nariz arrancándosela. Ya no sé de quien es la sangre.
Padre se ha marchado triste con las manos en los bolsillos de su decadente y decrépita desnudez, vuelve al infierno. Solo quería compañía; pero tengo que escribir aunque joda. Aunque amara a mi padre, seguiría escribiendo mierda, aunque muriera de nuevo.
Aunque resucitara con las vísceras por fuera.
Escribir jode.
Y debo escribir mientras haya un solo ser vivo a quien ofender, a quien despreciar. Yo mismo soy uno.
Bajo el párpado deslizo un mondadientes, me pica el globo ocular. Escribir es una alergia. No hay antihistamínicos, solo una cuchilla afilada que libera presión en el tejido y el alma.
Y el alma es un conjunto de porquerías debidamente ordenada por emociones, por falsas emociones, por ilusiones, por la muerte que ronda.
Es mejor follar sin nada en el cerebro, es mejor meter mi destrozada polla en un agujero de carne y olvidar que soy, que existo.
Escribir jode; pero no es joder.
¡Qué puta gracia!




Iconoclasta

Ilustrado por:


Aragggón



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12 de octubre de 2011

La mamada



La puta aceptó pensando que era un loco. Un loco que agitaba cuatro billetes de cien euros hacia ella.
Demasiado dinero.
Por tanto dinero, no podía ser un servicio normal, ella era una puta tirada, de la calle pura y dura.
Se acercó al anodino coche del que salía la mano que ondeaba el dinero.
El obsceno poder del dinero… Su coño tenía un precio distinto según el cliente y según la ocasión. Y su alma también. Al fin y al cabo la prostitución es un estado mental y dices amar a quien te follas, a quien se la chupas.
Se es puta de pensamiento y de coño.
Si le pedían un beso en la boca, no hacía remilgos idiotas.
Sobre las altas plataformas de sus zapatos blancos movía sus aún bien conservadas nalgas, a pesar de los veintiún años, haciendo de puta el cuerpo se estropea mucho. Su coño estaba blando y sus pezones casi encallecidos. Una blusa de tul negro a medio abotonar dejaba ver parte de las areolas, le llegaba al ombligo y no cubría el culotte blanco de encaje que mostraba sin pudor una franja negra de vello en su monte de venus. Hay que cuidar la presentación, a las putas no se las quiere por simpatía o por inteligencia. Es solo carne para ser follada y untada en semen.
Cuando se acercó el cliente miró directamente a su coño, sin expresión alguna.
—Necesito una mamada; pero saldrá algo más que leche —le dijo el tipo de pelo ralo, de barba desigual.
—No importa, por esa pasta te saco lo que quieras.
La voz de la puta estaba rasgada por alcohol, tabaco y demasiado esperma.
Una noche como otra cualquiera, nada extraño. Mamada y dinero.
La puta, antes de subir al coche observó la calle: dos amigas suyas se habían metido en sendos coches y ya estaban felando los penes que les habían pagado. Un grupo de cinco putas hablaba animadamente frente a la sala de baile. Eran las tres de la madrugada.
Vació una bolsita de coca en el dorso de su mano y la esnifó dando la vuelta al coche por la parte posterior. Cuando se sentó al lado del cliente aún se limpiaba la nariz.
—¿Te la chupo aquí mismo? —dijo acariciando los genitales del tipo por encima del pantalón.
—No. Preferiría en una habitación.
—Está bien, tú pagas. Dos calles más arriba está la pensión.
El hombre olía mal, estaba sucio. Nada extraño, había mamado pollas con olor a vómito y mierda.
No hablaron durante el corto trayecto. En un acto casi de amabilidad, el hombre metió la mano dentro de sus bragas y le acarició el vello con escaso interés.
En la funcional habitación observó el cuerpo desnudo: estaba enfermizamente delgado.
Su pene fláccido. No quería estar demasiado tiempo con el tipo, tendría que emplearse a fondo para que eyaculara y poder volver a su sitio para conseguir otro cliente.
—¿Quieres que me desnude?
—No. Solo quiero que me la chupes.
—Si no me avisas y te corres en mi boca, te cobraré doscientos más. Me da igual que sea semen con sangre o chocolate.
—No sé si te podré avisar a tiempo. Toma los doscientos —le ofreció cuatro billetes de cincuenta que sacó del bolsillo del pantalón tirado en la cama.
A pesar de su aspecto enfermizo y desastrado, la mirada del hombre era cálida, sus ademanes tranquilos. No había amenaza en sus ojos; tal vez algo de tristeza.
Era de esos tipos que no te das cuenta de que existen, que ellos mismos son conscientes de lo poco que pesan en el planeta. Importan poco, son invisibles.
A pesar de su negativa, desabrochó la blusa y dejó libres sus pechos grandes, los duros pezones tan castigados por las caricias y pellizcos de cientos de dedos. Tomó una almohada para ponerla en el suelo y aliviar la dureza en las rodillas.
Se arrodilló, él está atravesado en la cama con las piernas abiertas y los pies en el suelo. Una posición cómoda para la puta.
Aferró su pene y bajó el prepucio para descubrir un glande sin apenas color, los glandes hambrientos tienen un color morado por tanta sangre agolpada. Aquel glande era de un rosado pálido como el de un niño.
El olor de los genitales ya no la ofendía, aunque era capaz de apreciar la falta de higiene por la calidad del olor.
Y aquel olía especialmente mal.
Él miraba al techo con las manos bajo su cabeza. Solo su vientre se había contraído al sentir las manos de la mujer sobarlo y desnudar el glande.
Se lo metió en la boca y con los labios acarició desde la mitad del bálano hasta la punta del glande. El hombre respondió tensando las piernas y la polla adquiriendo rigidez.
Con la mano libre acariciaba y estimulaba los testículos. El hombre ya había variado imperceptiblemente la respiración por algún placer. Eso creía ella.
No había placer en su expresión, se concentraba y tensaba el abdomen más de lo habitual. Se metió la mano en la boca cuando su erección fue total y brotaron lágrimas de sus ojos.
Eran lágrimas de dolor, las putas distinguen esas cosas.
—¿Estás enfermo?
—Sí.
—Yo también, tengo el sida —respondió ella.
—Lo mío no tiene nombre…
Y calló de repente tenso por una fuerte convulsión, se mordió la mano con fuerza, hasta sangrar, por algún alienante dolor-placer. Las venas de su vientre eran varices a punto de estallar.
El glande se ensanchó en la boca de la puta y le separó las mandíbulas. Se asustó.
—No me dejes ahora, no ocurrirá nada, puta. Sigue mamando y te daré cuatrocientos más.
Ella aceptó sin poder remediarlo con todo su miedo, con todo su asco.
El hombre gritaba a la vez que lanzaba su pelvis hacia arriba, hundiendo más el pene en la boca de la puta, provocándole náuseas y dolor en las mandíbulas. No podía abrir más la boca para liberarse de aquella puta polla.
Algo viscoso y blando sintió en la boca, algo se agitaba en su lengua a medida que el pene disminuía de tamaño. El cliente se relajaba y sus gritos se convirtieron en jadeos, en gemidos de placer y cansancio.
Entre un vómito salió de su boca una oruga ambarina, parecía vieja como la tierra misma: una oruga del tamaño de su dedo corazón. Se retorcía en el vómito, como si la hubieran sacado de su atmósfera. El gusano agonizaba. El hombre la aplastó con el pie desnudo y se limpió en las sábanas.
Unas gotas de sangre cayeron de la nariz de la puta.
—No te asustes, es solo una reacción alérgica a la podredumbre, se pasará pronto.
La puta vomitó otra vez al sentir de nuevo el hedor de aquel gusano en su boca.
El hombre la abrazó, la consoló. Ella lloraba.
Sus mejillas tenían ahora color, se le veía menos enfermo. Más fuerte y seguro.
—Soy la nueva generación humana, soy el primero de una nueva especie. La mutación de la corrupción humana. Mi semen es lo que la humanidad ha creado. Soy hijo de una pareja de idiotas, de dos seres tan vulgares que solo tienen parangón con los gusanos.
La puta oía aquellas palabras como una locura, como un delirio. Aunque el gusano en su boca, fue tan real como repugnante.
El hombre se vistió y alcanzó el picaporte de la puerta.
—Me ha gustado, lo has hecho bien. No siento tu asco y tu incomprensión. Todo yo soy podredumbre, huelo mal como los pensamientos humanos. Huelo mal como la mediocridad de los millones de humanos y no siento nada por vosotros. Soy el hambre y la hipocresía. Y mi semen es la semilla de todo ello. Soy la religión y el respeto. Gusanos en mis huevos. Y éstos fertilizarán óvulos. Y pudrirán a la madre que morirá momentos después de haber parido. Has tenido suerte, puta. Te podría haber follado.
El hombre podredumbre se marchó.
La puta entró en el lavabo y se limpió de vómito la ropa y las tetas. Se llenó varias veces la boca de agua y la escupió, lamentó no llevar pasta ni cepillo de dientes.
Se sentó con las piernas abiertas en el bidé y mientras dejaba que se llenara con agua fría pensó en la maldita naturaleza, en las mutaciones y en la podredumbre. En la humanidad repugnante que le importaba una mierda que su cuerpo se descompusiera por dentro por un virus. Que sus uñas se cayeran y le salieran llagas en los pliegues de la piel.
Se untó una crema en la vagina, y como le enseñó su madre, tiró fuerte de sus labios vaginales para abrir la vulva cuanto pudiera. Respiró profunda y repetidamente y emergió de su sexo la inquieta cabeza de una cucaracha que se ahogó en el agua. Era del tamaño de su mano.
Se preguntó si antes de morir por la infección, podría comprar una mamada a un chapero para poder soltar su cosa en la boca. Que otro tragara como ella había tragado.
No es justo no tener dinero para darse un placer como ese podrido se había dado con ella.
Una nueva especie… Tal vez sí, tal vez el gusano sea más discreto que las cucarachas que salen de su coño.
—Me da igual el puto gusano que la cucaracha —dijo en voz alta con el enorme insecto muerto en su puño— que se jodan todos como me joden a mí.
Mordió la cabeza de la cucaracha y la escupió, se puso la blusa y se ajustó las bragas para que se marcara la raja de su coño. Salió de la habitación hacia su esquina, a la puta calle de nuevo.



Iconoclasta

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