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15 de octubre de 2011

Escribir jode



A veces falta algo, una distracción, algo que no sea el papel y las putas letras.
No falta nada, se trata de impaciencia. Hay mucha presión para continuar escupiendo una quimera tras otra aún aleteando en mi boca. Esos horribles peces me miran y sienten vergüenza de ser tan feos y venenosos. Y grandes, porque cuanto más grande se es, más empeora todo (la discreción es importante cuando se es un mierda, y procuro esconderme en la oscuridad, con las musarañas). La naturaleza los hizo así, yo los he colocado en el borde de la repugnancia, si algo es feo, no tiene derecho a existir. No en mi mente. Que se desintegre su ignominiosa faz de la tierra.
—No nos hagas esto —lloran deshaciéndose.
La vista está cansada, me duele la cabeza. Más presión.
Debo descansar.
Debo escribir todas las putas aberraciones que pueda en el menor tiempo posible; tengo poca vida de tiempo.
Un elefante aplasta el cráneo de un niño y debo escribirlo y describirlo.
La madre toma al pequeño entre sus brazos y el cerebro se escurre como una tripa lavada entre los huesos aplastados. Es hermoso el drama de la muerte con sus impactantes emociones. El payaso llora chorros a presión de orina y el tigre lame la sangre en la arena. La madre mete los dedos en la cabeza vacía, intenta acariciar el alma de su niño.
Es un estallido de color el de la desesperación…
Hay mucho dolor y mucha desolación por escribir.
Se escurre una parte de mis sesos por la nariz, es un moco que no me puedo despegar de los dedos. Me asfixia. Respiro por la boca y cae un cuerpo sin extremidades ni cabeza.
Debo escribir que soy Saturno vomitándome a mí mismo. Y una vagina enorme escupe mi cabeza sin ojos, y como una calabaza, hay una vela en su interior encendida prendiendo fuego a los sueños.
Es posible, todo es posible.
No quiero escribir más, me duelen los dedos y se aferran con fuerza al bolígrafo y rasgo el papel. Las gafas se empañan por el aliento hirviente de Satán que ha metido un palillo chino en mi oreja. Profundo…
Un Satán que he creado yo por obra y gracia de mi locura.
Me deslizo suave y dulcemente a la demencia. Olvido el lugar y la atmósfera, no soy presencia. Soy todas las pesadillas, soy todas las ilusiones pervertidas. Que nadie se ofenda, no me voy por mala educación. Me voy porque un cáncer con forma de rata me está destrozando las entrañas. El dolor enloquece.
La cordura es ahora una tira de piel seca y translúcida. Había un rastro de sangre y rápidamente se ha secado adquiriendo un color marrón, parece mierda.
¿Es posible que deje el bolígrafo un rastro de gemidos entre la tinta?
No lloro, yo solo sufro con una sonrisa. Los locos sonríen en su universo por muy pútrido que sea. Se ríen burlonamente de la realidad y se tocan la polla sin preocupación.
Quiero vaciarme, escribirlo todo de una vez por todas, no quiero más ideas en mi cabeza.
El anzuelo se ha prendido en alguna parte de mis entrañas, porque intentar pescar la cordura es un acto vano, es lanzar el sedal en el arrecife de los idiotas donde flotan paquetes de tabaco deshechos. Saco intestinos sin ningún tipo de poesía, son tripas llenas de mierda.
Al tirar de la caña sale un hijo muerto, el anzuelo atraviesa su mejilla creando una sonrisa de espanto y pena, es demasiado pequeño, corto el anzuelo y lo devuelvo muerto al agua. Si no puede nadar, que flote; pero que se aleje de mí el dolor.
Separo los labios y la vulva me ofrece el clítoris perfecto, el áureo placer. Ostentoso en su tamaño, me llena la boca y un ángel mete su virginal dedo en mi ano. Acaricia mi próstata sensible y me orino mordiendo el placer; y el amor se va en forma de espiral de humo por un ventilador en el techo.
Escribir me jode, es un dedo angelical, es un palillo en la oreja.
El ying y el yang son dos hijos de puta uno a cada lado del espejo y el coño bendito la ilusión rota. La lengua que no llega.
Las semillas del kiwi son trozos de cristal, vomito sangre. No compraré más kiwis si tuviera tiempo de ello.
Mi polla no es un adorno, no puedo amar olvidándome de mi pene. El perro lo lame y no está mal hasta que arranca un pedazo de glande. No hay dolor; pero da miedo el perro, da miedo no tener polla.
No tener sexo.
—Tenemos que irnos —dice mi padre desnudo lleno de llagas.
—¿A dónde?
—La muerte no es lugar ni tiempo. Deja el perro, deja que te coma la pilila, no te hará falta.
—Lárgate, padre. Esto no es muerte, es mi mente enferma, solo puedes empeorar.
Aferro al perro por la cabeza sintiendo la garrapata henchida cerca de la oreja, lo elevo hasta mí y muerdo su nariz arrancándosela. Ya no sé de quien es la sangre.
Padre se ha marchado triste con las manos en los bolsillos de su decadente y decrépita desnudez, vuelve al infierno. Solo quería compañía; pero tengo que escribir aunque joda. Aunque amara a mi padre, seguiría escribiendo mierda, aunque muriera de nuevo.
Aunque resucitara con las vísceras por fuera.
Escribir jode.
Y debo escribir mientras haya un solo ser vivo a quien ofender, a quien despreciar. Yo mismo soy uno.
Bajo el párpado deslizo un mondadientes, me pica el globo ocular. Escribir es una alergia. No hay antihistamínicos, solo una cuchilla afilada que libera presión en el tejido y el alma.
Y el alma es un conjunto de porquerías debidamente ordenada por emociones, por falsas emociones, por ilusiones, por la muerte que ronda.
Es mejor follar sin nada en el cerebro, es mejor meter mi destrozada polla en un agujero de carne y olvidar que soy, que existo.
Escribir jode; pero no es joder.
¡Qué puta gracia!




Iconoclasta

Ilustrado por:


Aragggón



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