Powered By Blogger

15 de octubre de 2013

Charcutería de muertes


—Nunca he comprado muertes, jefe.
—Pues sería bueno de probar.
—¿Son muy caras?
—Es un producto barato
hay mucha muerte, cliente.
La encarece la manufactura:
pringa mucho la piel
es tocarla y estremecer.
­—No importa, morir no es caro
ni barato. Es decoro.
Me da vergüenza la vida.
­—No mata, cliente
es un placer al dente.
Una exquisitez.
—Entonces erré
no quiero delicatessens
que no maten, que no acaben.
Es confuso el nombre
de su lúgubre comercio.
­—Pruébela, siempre sorprende
el sabor a muerte prende
es vicio.
Es grata al paladar si
no es la muerte propia.
­—Esa muerte tan negra...
La que gotea alquitrán
en el pedestal de la vida...
—Es añeja, alguien sufrió.
Alguien nació prácticamente
muerto.
Muerto, muerto, muerto...
­—Debe ser fuerte, picante.
Desmoralizante tanta solera.
­—No, cliente mío.
Es tan madura que dulce sabe.
La muerte es miel cuando
de sufrir la vida es el juego.
—¿Y cómo la cocino?
—Hiérvala diez minutos nada más,
en caldo de pollo
sazonada con romero y pena.
Y deje que enfríe.
Luego unos picatostes
como gazpacho de vida
para que suene la muerte
para que cruja
en el paladar y de alegría
a lo negro.
Y diga mierda como brindis.
—¿Me moriré?
—Solo nos mata nuestra
muerte nuestra.
Nuestra, nuestra, nuestra...
­—La gente es supersticiosa, cliente.
Algo caprichosa, no saben
que solo nuestra muerte nos acaba.
La muerte ajena es vida
para los demás.
Una alegría para algunos,
si me permite la chanza.
— ¡Qué contradicción!
Filósofo charcutero de muerte
que das vida.
Cortas con guadaña.
­—Tiene un gran humor
cliente mío,
 más no es contradicción
cuanta más muerte
más espacio, más aire.
—No quisiera morir y favorecer
a quien no es de menester.
—Pues así es;
más no os desaniméis.
Habéis robado espacio
y aire a otros.
Hay un equilibrio.
Equilibrio, equilibrio, equilibrio...
­— ¿Y qué me dice de la muerte tierna?
Es casi blanca, una sábana
de recién nacido.
­—Es un bouquet muy refinado,
se debe haber comido
 mucha muerte mucha
mucha, mucha, mucha...
para encontrarle agrado.
La más amarga de todas.
­—Es curioso, cliente mío
que la muerte más tierna
sea la más recia al paladar.
Contradicciones vitae, amigo mío.
—No tengo tiempo para
apreciar muertes,
yo solo buscaba medio kilo
para echármela encima.
La vida me harta.
—Viva un poco más
para probar la muerte.
¿Le gustan las paradojas?
Bromas de buen gusto...
No puede hacer daño,
cliente mío.
­—Tengo muerte seca,
pasa bien con un
negro vino divino.
Es tasajo de hombre
quemado al sol,
seco de trabajo
de venas plenas
de sangre en polvo.
Tiene el sabor de
las olivas amargas,
está tostada
sabe rica con ajo
y un poco de perejil fresco.
Más buena que papa frita.
Más buena que la vida
de muchos  de cientos.
—Deme un cuarto
y luego veré.
­—Aquí tiene, cliente mío.
—Gracias charcutero con guadaña.
—Qué gracioso es, amigo mío.

­—Buenos días, charcutero
de muertes muchas.
Quiero más muerte,
la seca me la comí
apenas sin sentir.
—Buenos días, cliente mío.
Ya no tengo más
hasta el martes
a más tardar.
—Siempre se acaba
demasiado pronto lo bueno.
Es hora de morir,
no se preocupe, no es por su muerte
es por mi vida.
—Yo le ayudo, cliente mío,
es lo menos que puedo hacer.
— ¡Era verdad, mi charcutero
del horror!
¡Corta con guadaña!
— ¡Ay cliente mío!
¿Cómo lo sabía?
No me haga reír más,
una guadaña corta sin esfuerzo
y es sanguinariamente romántica.
—No lo sabía, cruel charcutero
siempre he tenido suerte
para acertar lo que duele
 y lo que acaba.
—Adiós, cliente mío,
muera usted por fin.
­—Gracias charcutero de muertes,
me llevo el buen sabor
a muerte seca.

­—Buenos días, charcutero.
—Buenos días clienta mía.
—Este es mi hijo, lo que parí
lo que amo.
—Es un niño hermoso
a pesar de ser calvo.
—No es calvo, señor charcutero,
se lo come el cáncer
tal vez mañana muera.
Y quiero que antes
que la muerte  se lo coma,
él muerda la muerte.
­— ¿Tiene dulce muerte para él?
Negro charcutero negro.
Negro, negro, negro...
Estamos cansados de lo amargo.
­—Toma pequeño que vas a morir,
ésta es muerte añeja
la más dulce, la más esperada.
Es un regalo.
—Gracias  charcutero mortal,
gracias por esa negra muerte
que chorrea ahora dulce
por su boca llagada.
Te lo agradezco.
—Clienta mía, cuando
tu hijo muera mañana
ven a verme y te arrancaré
el dolor, la vida, el aire lleno de púas.
Lo haré gratis.
—Vendré mi amigo charcutero,
te lo juro.
­­—Adiós, que mueras feliz,
pequeño cliente mío.
Dame un abrazo.

—Adiós señor.









Iconoclasta

11 de octubre de 2013

El hijo de un violador (8 y final)



8
La decoración era minimalista con una clara orientación oriental, los colores claros de mobiliario y paredes creaban un ambiente diáfano, relajante. Aunque a ella le gustaban los ambientes más íntimos, tanta luz le daba la sensación de estar expuesta al exterior; pero pronto se adaptó a aquella atmósfera y se duchó en el gran baño de la habitación. Con cuarenta años sus músculos estaban firmes, sus piernas bien torneadas y sus glúteos bien marcados, su piel muy blanca entonaba con su melena rubia, ahora recogida en una coleta.
Se dejó caer en la cama, desnuda y excitada. Pensaba constantemente en el hermano de Fausto. Imaginaba ser penetrada por aquello que era puro placer y se durmió acariciándose los labios vaginales sin acabar la masturbación.
Fausto despertó, se sentía extrañamente bien y poco a poco tomó conciencia de lo que había ocurrido. Se encontraba con las manos esposadas a una argolla grande de una pared pintada de negro. Si no hubiera tenido las manos inmovilizadas, hubiera golpeado sus cojones. La sola idea, provocó un fuerte dolor en su pubis y la dulce morfina le obligó a cerar los ojos de nuevo.
A la hora de cenar, Pilar bajó al salón comedor, fastuoso en su modernidad. La mesa era de mármol blanco y los platos rectangulares con las esquinas elevadas.
— ¡Adelante! Siéntese.
—Gracias, señor Solovióv, tiene una casa preciosa. ¿Cómo se encuentra mi marido?
—Se encuentra felizmente sedado en el sótano, está bien. Y su hermano también, incluso mejor —le explicó de buen humor—. He hablado con mi abogado, Pilar. No hay noticia alguna de la muerte de su hija; es demasiado pronto para dar por desaparecido legalmente a un adulto, contando con que alguien quisiera hacerlo.
—Pero tarde o temprano mis padres o mis suegros se preocuparán cuando no tengan noticias de nosotros, incluso hoy seguro que me han llamado al móvil que mantengo apagado.
—Tiene que tener en cuenta que han cometido un grave delito y de la cárcel no se van a librar. Así que voy a comprarles unos pasaportes falsificados que descontaré de sus beneficios. Respecto al coche, lo voy a enviar a un desguace, lo cual constituirá un gasto más ya que hay que pagarle el favor al dueño del negocio. En definitiva, no le queda más solución que cambiar de vida. Y por supuesto, tendrá que pasar una larga temporada sin vida social. No creo que tenga mucho de que preocuparse.
Pilar por fin se derrumbó y rompió a llorar.
—Por favor, Candy, trae un diazepan para la señora Abad. Necesita un poco de ayuda —dijo dirigiéndose a la criada que llegaba a la mesa con una bandeja de parrillada de pescado, luciendo un elegante equilibrio sobre aquellos desmesurados tacones. Bajo la minifalda del  uniforme, no llevaba ropa interior.
— ¿O tal vez prefiere algo de cocaína, Pilar? —le preguntó con una gran sonrisa.
Se tragó el sedante y apenas probó bocado de la cena, se limitó a escuchar los consejos del ruso sobre decoración.
— ¿Podría llevarme adonde está mi marido?  —preguntó cuando Volodia se encendía un habano.
—Por supuesto. Acompáñeme.
El ruso se levantó de la mesa y la guió hacia la parte trasera de la casa, tomaron unas escaleras que llevaban al sótano y una vez abajo, el hombre tecleó una combinación en el abrepuertas, se escuchó el clic de la cerradura y le abrió la puerta dejándola pasar.
—Estaré en mi despacho por si me necesita, buenas noches, Pilar. Podrá salir cuando quiera, la combinación es solo para impedir la entrada a cualquier curioso.
Cuando subió las escaleras, alertó por teléfono a sus guardaespaldas.
—Estad atentos, he llevado a la mujer al sótano para que pase un rato con su marido, si el tipo sale de allá abajo, lo drogáis de nuevo y lo volvéis a atar.
Cuando llegó al despacho, conectó la videocámara de vigilancia del set de grabación y se sentó en la silla meciéndose tranquilamente con el cigarro entre los dedos.
— ¿Vienes a ver a tu esclavo? ¿A vuestro monstruo de feria?
Fausto hablaba con calma, lentamente, sin pasión. La droga aún influía en su organismo.
Pilar liberó sus manos con una llave de esposas que se encontraba colgando de la silla de un potro negro de BDSM.
— ¿Tampoco piensas en tu hija? Se está pudriendo… Yo la maté y tú la abandonaste.
— ¿Quieres que vayamos a la cárcel y se arruine toda nuestra vida por un accidente? Llevamos toda la vida trabajando y tenemos solo un piso del que apenas hemos pagado la mitad del préstamo y un coche que está por pagar también. Y no me hables de mi hija, solo yo sé de ese dolor.
—Pues no lo parece. Te estás comportando como una zorra. Si planeáis matarme “mi hermano” no sobrevivirá. Lo sé de una forma natural, no puede pasar más de treinta minutos lejos de mí, moriría deshidratado y desnutrido.
Pilar sentía los párpados pesados por la acción del valium y su mirada se dirigía insistentemente a la bragueta de su marido.
—Alguien tenía que tener la cabeza fría, Fausto. Espero que lo comprendas pronto… Estoy cansada ahora. En veinticuatro horas, hemos cambiado  nuestras vidas completamente.
Volodia prestaba atención a la conversación del matrimonio, las imágenes llegaban nítidas y podía examinar las miradas con el zoom de la videocámara.
Todo aquello era verdad, era un matrimonio mediocre con un problema inimaginable para nadie. Incluso la magnitud del fenómeno opacaba la muerte de su hija.
Si su plan había sido eliminar a la mujer, comprendió que no sería tan fácil, cuando observó al repugnante “hermano” del tal Fausto.
Pilar se acercaba a su marido con el paso inseguro de los narcotizados. El marido intentó alejarla empujándola atrás con las manos; pero su mujer recuperó el equilibrio y avanzó hacia él de nuevo, cuando se doblaba de dolor en el suelo con las manos en la bragueta.
Fausto entró rápidamente en la inconsciencia gimiendo de dolor. Su mujer acariciaba su paquete genital mientras lo desnudaba de cintura para abajo. Cuando observó el pene detenidamente y sopesó aquellos pesados testículos en  su mano, se sentó frente a su marido con las piernas abiertas. Sus bragas estaban empapadas, y el pantalón…
Volodia apartó con repugnancia durante un instante los ojos del monitor, cuando el pene y los testículos se desgajaron haciendo ruido a masa líquida del pubis del marido.
Como una especie de gusano, el pene se arrastraba dejando un rastro viscoso y rojizo, eran restos de sangre que goteaba de las venas desconectadas y fluido lubricante. Se dirigía directo a las piernas de Pilar.
La mujer se desabrochó el pantalón y se quitó las bragas. Sus muslos se recogieron encima del vientre para favorecer la penetración.
Volodia llamó a Candy a través del interfono: estaba caliente.
Cuando la criada llamó a la puerta, apagó el monitor para que no viera lo que ocurría. Cuando se agachó bajo la mesa y se metió en la boca su pene, encendió de nuevo el monitor y bajó el volumen.
Era increíble… Excitante… Sería un éxito, lo nunca visto.
El “hermano” ya se había introducido en la vagina de la mujer y sobresalían los gordos huevos peludos, que se contraían rítmicamente. Los muslos de la mujer temblaban y se había desabrochado la blusa para acariciarse los pezones sin ningún cuidado. Jadeaba sin pudor, sin que le importar si se oía. Y de hecho, podía oír sus gemidos a través de la puerta cerrada del despacho.
El trabajo de Candy duró muy poco, Volodia estaba demasiado excitado.
En el momento que eyaculaba en la boca de Candy, el pene había salido del coño de la mujer y ésta lo había tomado entre sus manos para llevárselo a la boca.
Estaba horriblemente grande, como si hubiera crecido durante el coito. Volodia lo recordaba un poco más pequeño cuando lo vio hacía unas pocas horas.
Y debía estar en lo cierto, porque cuando Pilar intentó metérselo en la boca, vomitó por no estar acostumbrada a algo tan grande.
Se aseguró de que la grabación siguiera en funcionamiento antes de apagar el monitor.
—Gracias Candy, toma —y le alcanzó un cigarrillo de hachís que guardaba en uno de los cajones de la mesa.
—Buenas noches, Volodia —saludó con informalidad, Candy. En realidad se llamaba Ana.
Su jefe la siguió con la mirada hasta que salió, seguramente se metería en la habitación de Emil, uno de los guardaespaldas. Había sido día de paga y el personal tenía demasiado dinero en el bolsillo; Candy les ayudaba a resolver ese problema (a ellos y la cocinera); pero sobre todo, era la mejor actriz porno que había conocido.
Aunque Pilar se podría convertir en la próxima Lovelace y ni ella misma lo sabía.
El pene estaba eyaculando en la boca de la mujer, accionó el zoom y obtuvo un primer plano, el semen le salía por las comisuras de la boca y por la nariz, bajaba por su garganta como una cascada lenta y blanca para recrearse en sus pechos. Una gota blanca se desprendió de uno de los pezones.
Dejó la grabación en funcionamiento y apagó el monitor, ya vería mañana el resto.
Cerró con llave el despacho y se dirigió a su habitación. Antes de dormir, envió un mensaje de texto a su camarógrafo Stanislav, para que no se retrasara para el día siguiente y sobre todo, que no llegara con su asistente de iluminación, él mismo le ayudaría.
Se durmió con su pistola cargada en la mesita de noche, sentía una sensación de asco y desconfianza por tener a esos ¿tres? individuos en su casa.
Pero era su trabajo, ya se había acostumbrado a convivir durante temporadas con toda clase de tarados mentales, que solo podían hacer alarde polla, coño y tetas, más vacíos que una cáscara de huevo.
Durmió sin soñar en nada. Fríamente como frío era el lugar donde creció.
Fausto se despertó por un olor indescriptible que ofendía y saturaba su olfato. Olía a mierda, orina y alguna cosa más que no acertaba reconocer. Recordaba vagamente que su esposa lo había vuelto a utilizar para follar con su hermano. Se encontraba lúcido, la morfina le había dado un descanso extra que necesitaba urgentemente.
Cuando su vista se hizo clara y se acostumbró a la luz, la vio.
Pilar se encontraba frente a él, con las piernas abiertas; estaba inmóvil su piel estaba blanca y fría como la de la ternera en las carnicerías, su boca estaba desmesuradamente abierta, la vejiga y los intestinos se habían vaciado.
Y vio ese pequeño pene saliendo de su vagina, como un feto, vomitando ante aquel aborto.
Le faltaba la respiración. Se vistió los pantalones apresuradamente, abrió la puerta y subió las escaleras. Cuando llegó a la planta baja, uno de los guardaespaldas le cortó el paso en el rellano.
—No puede pasar hasta que el señor Solovióv lo ordene.
—Mi esposa está muerta allá abajo. Avise a su jefe.
El guardaespaldas hizo una llamada a su compañero que se encontraba rondando en el jardín.
—Emil, ven a la escalera del sótano, tengo que revisar algo en el set de filmación. El señor Heras está nervioso y necesito que estés con él unos minutos.
—Voy para allá, Jurgen.
A los pocos segundos entraba por la puerta el guardaespaldas.
—Voy abajo, quédate con él un momento.
En unos instantes el hombre volvió a subir con un ademán grave en el rostro.
—La mujer está muerta, tenemos que avisar a Volodia.
—Solo son las seis y media de la madrugada.
—No podemos esperar, Emil.
Jurgen subió al primer piso para despertar a su jefe. Emil llevó a la cocina a Fausto tras asegurarse de que estaba razonablemente tranquilo, para que tomara un café y fumara un cigarrillo; al fin y al cabo, solo era un hombre normal, nada de esos criminales o degenerados con los que estaba acostumbrado a tratar cuando era policía en Svrenika hacía ya quince años.
A los quince minutos y tras un par de tazas de café, Emil recibió una llamada.
—Sí, señor Solovióv, ahora lo llevo.
—Vamos al despacho del jefe, quiere hablar con usted.
Recorrieron el pasillo hasta el comedor, lo cruzaron y tomaron el pasillo que daba a la puerta de la casa. El guardaespaldas se detuvo ante la segunda puerta y llamó.
— ¡Adelante!
Volodia se había vestido con una bata de raso negra y se le veía preocupado.
—Hay que deshacerse del cadáver, quiero que hagáis una fosa muy profunda en el jardín, tras el invernadero. Que Xavier plante unas flores, para que quede disimulada la tumba.
A continuación,  invitó a Fausto a que tomara asiento en una silla de plástico de jardín que se encontraba en el centro de un rectángulo de plástico de invernadero casi opaco por el uso, frente al escritorio de mármol y vidrio.
—Señor Heras, su esposa me contó su breve historia; pero ella no sabía aún que lo que tenía usted entre las piernas es un trozo de violador, algo abyecto que no debería haber ocurrido. Su mujer simplemente estaba drogada por eso que tiene por pene. Esto es inaceptable, inviable. Usted y su hermano son incontrolables. Unos verdaderos monstruos. ¿Sabe? Siempre he pensado lo mismo que usted decía ayer al salir de aquí: no deberían nacer los hijos de los violadores, todo lo que sale de lo podrido está podrido. Y ya no quiero saber nada de toda esta porquería. Soy un pornógrafo, tal vez un ser miserable para esta sociedad, pero tengo mi orgullo y mis prioridades. En un principio me dejé llevar por el impacto visual, por las posibilidades de negocio; pero ya he ganado todo el dinero que necesito. Me puedo permitir el lujo de juzgar y actuar al margen de leyes y de escrúpulos —se acercó desde la mesa para ofrecer un cigarro a Fausto, que aceptó—. He visto la grabación de toda la noche y usted no puede vivir  y mantener semejante monstruo, no tiene control.
—Es lo que necesitaba oír por fin. No deberían nace los hijos de los violadores.
—No saldrá de aquí para acudir a la policía, no me voy a involucrar en este escándalo. Nadie sabrá lo que ha ocurrido con ustedes ni lo que ocurrió cuando encuentren a su hija. Y tampoco voy a mantener por ningún concepto esta mierda en mi casa.
Durante una inhalación profunda del cigarrillo, Fausto sintió el sorprendente sonido de un escupitajo y durante un instante todo fue luz. Luego dejó de existir al tiempo que caía de la silla al suelo. Parte de su corazón había salido por la espalda, formando una estela de carne cruda en el plástico del suelo.
El pene se desprendió y reptó por el suelo unos centímetros antes de que Volodia, tomara el abrecartas de su escritorio y lo clavara en el enorme glande. El meato parecía una boca torcida por el dolor.
Aún retorciéndose como una oruga, lo envolvió con una esquina del plástico del suelo y lo pisoteó hasta que dejó de moverse. Y siguió pisoteándolo hasta que dejó de parecer lo que era. Tiró la pistola y el abrecartas en el pecho del cadáver y llamó a Jurgen por teléfono.
—Aprovechad la fosa y meted esta mierda también allí.
A continuación presionó el botón del interfono.
—Candy, por favor, en cuanto se levanten y hayan desayunado Pedro y María, que vengan a limpiar el despacho a fondo. Todo el suelo, todos los muebles, tarden lo que tarden. No quiero que quede ni una arista sin limpiar, aunque parezca limpio. Que hagan lo mismo en el set de grabación.
Envió un mensaje a Stanislav: “Se ha cancelado la grabación, no vengas. Ya te avisaré”.
Metió la mano en el bolsillo y sacó una bolsa de plástico con cierre, dentro había guardado el feto del pene que abortó la mujer. Salió y se dirigió al almacén de materiales para  el mantenimiento de la casa. Tomó un frasco vacío de garbanzos, metió el proyecto de pene, llenó el frasco con alcohol y lo cerró.
Con cinta de papel para pintura, hizo un letrero y escribió: “Los hijos de los violadores no deberían nacer”. Y sonrió porque solo él conocería el significado de aquello.
Cuando Pedro y María dieron por finalizada la limpieza del despacho, colocó aquel frasco en un rincón de la estantería de libros. Desentonaba con la decoración como un detalle sórdido y de mal gusto, cosa que no le importó demasiado. Nadie creería lo que era de verdad, en eso estaba lo divertido.
Borró la grabación del set y el video que le adjuntó Pilar en el e-mail.
Y todo fue como una pesadilla que se olvidaría, salvo por el hijo del violador que nunca nació, flotando en un océano de alcohol. Muerto y olvidado.
Los pornógrafos arreglan las cosas de forma eficiente, contra toda ley, contra toda moral.
Llamó a Candy por el interfono.
—Te espero en mi habitación.

—Ahora subo, Volodia.








Iconoclasta

9 de octubre de 2013

El hijo de un violador (7)


7
Pilar entró en un local de internet que había visto cuando salió en busca de la puta.
Le asignaron un ordenador en cabina individual. Hizo una copia del video grabado en la tarjeta SD y lo bajó de resolución para poder enviarlo por correo electrónico y luego marcó el número telefónico de Volodia Solovióv.
—Ya tengo la grabación; se la voy a enviar ahora mismo. Necesito que la vea enseguida y me diga algo al respecto. Estamos en un aprieto que ya le explicaré si tenemos una charla.
—No te preocupes, lo veré ahora mismo y te comento.
—No tarde, estoy en un ciberlocal.
Volodia abrió el correo electrónico que apareció en el monitor en el momento en el que cerraba el teléfono.
Observó atentamente las imágenes con un gesto de asombro. Era una grabación de baja calidad, para ser visualizada en un tamaño muy reducido. A pesar de todo era impactante y ante la sencillez del video, no pudo encontrar retoques ni trucaje. Aquel pene que reptaba por la cama y se movía lentamente, parecía un ser vivo, un animal.
Pensó que si fuera un truco, valdría la pena conocer como se había realizado para conseguir tamaño realismo; pero en modo alguno podía aceptar que fuera real. Se encontraba excitado y confuso, era tan realista que sentía una especie de rechazo que encajaría bien con el público más fetichista.
Aquellas imágenes eran una agresión moral directa al estómago del ciudadano normal. Los genitales reptando de una forma tan viva, tan autónoma, podrían convulsionar a medio mundo con su degeneración.
Pensó en alguna especie de juguete robot comandado a distancia, pero no consiguió identificar ningún movimiento mecánico. El hombre que se encontraba sentado contra el cabezal de la cama estaba realmente ido, y el proceso de cómo se desprendían los genitales de su pubis estaba oculto, hasta que llegó la escena final y pudo ver apretando el puño con reparo, cómo se acoplaba aquella cosa entre sus piernas.
Todo parecía tan extrañamente real que sintió una especie de náusea.
Tomó el teléfono y llamó a Pilar Abad.
Apenas empezó a zumbar el teléfono, la mujer respondió.
— ¿Qué le ha parecido, señor Solovióv?
—Impactante, he de confesar que no he encontrado el truco.
—No lo hay. El siguiente paso es que lo vea en vivo.
Solovióv no respondió, durante unos segundos estuvo pensando en que, seguramente, sería una explicación decepcionante. Una filmación que aporta un tremendo realismo por una simple cuestión de suerte. Aún así decidió, como decía la mujer, verlo en vivo.
—Estamos a jueves… Podría hacerle un espacio en mi agenda para el lunes a la tarde —dijo tras la larga pausa.
—Imposible. Le dije que estamos en un apuro que solo puedo explicarle en persona y para el lunes, deberíamos estar, mi marido y yo, en algún lugar oculto.
— ¿Dónde se encuentra usted ahora?
—En Alfajarín, muy cerca de su casa.
—Veo que no ha llegado hasta aquí por casualidad. Está bien, la espero a partir de ahora durante toda la tarde. Me encuentro en la urbanización La Rosaleda, mi casa es el 42 de Gran Zaragoza, dé su nombre al guardia de la entrada y podrá pasar.
—Viene mi marido conmigo.
—Imagino que es el del video.
—Sí. Gracias por su atención, nos vemos en una hora.
—Vamos a ver que ocurre. Hasta pronto, señora Abad.
—Una cosa más señor Solovióv. Mi marido no sabe el fin de nuestra entrevista, cree que nos va a prestar ayuda legal con el problema que tenemos. Y seguramente se pondrá violento cuando vea que ha sido grabado. ¿Tiene ayuda por si fuera necesario?
Por un momento, el ruso estuvo a punto de negar la entrevista en vista de esa posibilidad; pero su experimentado olfato le decía que valía la pena esperar.
—Estaré preparado para ello, no se preocupe.
Pilar salió deprisa del ciberlocal  compró en el supermercado unos refrescos y bocadillos y se dirigió de nuevo a la fonda.
— ¿Cómo te encuentras, cariño?
—Mal, vamos a la policía, no tenemos salida, no hay otra opción. Puede morir más gente.
—Salimos ahora a ver al editor, él nos ayudará con la cuestión legal. En una hora estaremos con él, y un abogado nos acompañará al puesto de policía más cercano. Creo que es lo mejor.
— ¿Y por qué no vamos directamente?
—Porque yo quiero ir con un abogado y justificar de alguna forma la demora y nuestra huida de casa. Nos tienen que aconsejar qué alegar en la declaración.
—No me encuentro nada bien. Ni estoy de humor, ni esta polla me deja tranquilo. Ni siquiera tengo ganas de discutir.
—No te preocupes, estamos nerviosos y tú más. Todo se arreglará. Vamos al coche que en poco tiempo ya estaremos resolviendo esto.
— ¿Seguro que es de fiar ese ruso?
—Claro que sí, es un empresario serio y sé que es formal.
Recogieron sus equipajes, pagaron la cuenta del alojamiento y cruzaron la pequeña ciudad. A pocos metros antes del final del término, se encontraba el desvío hacia la urbanización. En unos minutos llegaron a la gran casa, de Volodia Solovióv. Un palacete de dos plantas, con fachada de mármol granate y ventanas de marcos negros. Era todo lo que se podía ver desde fuera y por encima del muro de cemento que rodeaba la propiedad.
Pilar llevó el coche hasta el vado de entrada, frente a una puerta negra doble, de hierro envejecido dándole un aspecto de óxido. Bajó del coche y llamó al timbre del interfono.
— ¿Qué desea?
—Tengo una cita con el señor Solovióv. Soy Pilar Abad y él es mi marido Fausto Heras.
—Puede pasar, aparque el coche en el parking que se encontrará a la derecha del camino y sigan el camino de grava hasta la casa.
Se abrieron las dos puertas automática y silenciosamnte y Pilar condujo hasta el aparcamiento.
—Esto es la mansión de un mafioso —comentó al ver la casa.
—Es un editor ruso con mucho dinero.
—Lo que yo te decía…
—Lo que importa es que necesitamos ayuda, y conozco a este señor de hace tiempo. Me inspira confianza.
Frente a la entrada de la casa había dos deportivos aparcados y una limusina negra Mercedes.
Pilar llamó a la puerta.
—Buenas tardes señora Pilar, señor Fausto —dijo una sirvienta con uniforme y cofia, espectacularmente exuberante —. Les llevaré al despacho del señor Solovióv.
Caminaron tras la mujer que calzaba unos espectaculares zapatos rojos de tacón de aguja absurdamente altos.
Caminaron por el pasillo de la planta baja y se detuvieron frente a una de las cuatro puertas, justo antes de llegar a un salón enorme del que se podía ver una decoración de vanguardia.
La criada tocó suavemente a la puerta.
— ¡Adelante! —contestó con su fuerte acento ruso Volodia.
Se levantó de su mesa de despacho, se presentó con una gran sonrisa y saludó con dos besos en la mejilla a Pilar y un apretón de manos a Fausto.
— ¿Les apetece tomar algo? ¿Un café, brandi, vodka?
—No gracias, señor Solovióv —respondió Pilar.
Fausto se dejó caer en una de las butacas que se encontraba frente a una mesita.
Solo preguntó si se podía fumar, el ruso le ofreció un cigarrillo y fuego.
—Pues sentémonos y hablemos. ¿Cuál es el problema?
—Mi marido ha sufrido una especie de enfermedad, mutación o como quiera que se llame y ha provocado la muerte de nuestra hija.
Cuando oyó muerte, el ruso alzó una ceja y cambió su posición relajada con las piernas cruzadas y se inclinó hacia adelante para escuchar con más interés.
— ¿Cuándo murió su hija?
—Ayer.
— ¿Y qué hacen aquí? Eso no se soluciona en una tarde.
— ¡Te lo dije! La hemos cagado, deberíamos haber ido a la policía y no huir —se encendió Fausto al escuchar la respuesta del ruso.
— ¡Calma, señor Heras! Primero interesa saber qué ha ocurrido exactamente y luego juzgaremos. Disculpe mi comentario, pero es que una muerte siempre impacta. La escucho, Pilar.
En ese instante, llamaron a la puerta del despacho.
— ¡Adelante! —gritó Volodia.
Dos hombres con traje negro entraron llevando una bandeja de bebidas y otra con comida diversa para aperitivo.
—Disculpen, pero siempre me gusta hacer un poco de aperitivo antes de comer.
Acto seguido, le guiñó un ojo a Pilar para que continuara hablando con tranquilidad.
—A mi hija lo mató el “hermano” de mi marido su pene la ahogó. Ya ha visto  el video.
Fausto se puso en pie y se lanzó sobre su esposa, la abofeteó y la llamó “hija de puta” antes de que los dos guardaespaldas actuaran.
— ¡Asquerosa! Has hecho un video y se lo has enviado a este mafioso. Además de puta eres subnormal —el sillón había caído al suelo con el impacto del golpe y Pilar con él.
Fausto se abalanzaba de nuevo sobre ella cuando los hombres lo sujetaron, sin embargó acertó a darle otro puñetazo en la boca. Le aplicaron una descarga eléctrica y quedó aturdido. Se orinó en el suelo.
—Dejadlo ahí. Joder,  si se ha meado. Cerrad la puerta y quedaos ahí por si os necesito.
Luego se dirigió a Pilar que se había puesto ya en pie y se limpiaba la sangre de la boca con un pañuelo de papel.
—Parece que están metidos en un gran lío. No hay forma de explicar a la policía porque se dieron a la fuga y dejaron el cadáver de su hija en la casa. Ni hay forma de imaginar que no la mataran ustedes.
—No quiero ir a la cárcel, no puedo ni quiero separarme de esa parte de él que ahora amo.
—Yo no puedo ayudarles, no puedo involucrarme en un delito, soy ruso, pornógrafo y con esto la policía tiene motivos más que suficientes para vigilarme atentamente.
—Tal vez piense de otra manera cuando vea cuán real es lo que aparece en el video.
—Esperad fuera y quedaos cerca, os llamaré enseguida.
Pilar se acuclilló frente a su marido y lo desnudó con dificultad de cintura para abajo ante la atenta mirada de Volodia.
—Quiero que observe bien ahora —decía Pilar acariciando el pene que iba creciendo rápidamente entre sus dedos.
Fausto emitió un gemido y se llevó las manos al pubis, enseguida las retiró y se relajó.
El pubis del hombre se agitaba como si tuviera una erupción o un terremoto. Volodia se quedó impactado, fascinado. No podía apartar la mirada.
Pilar se había sentado en el suelo frente a las piernas abiertas de su marido.
El pene se desprendió del cuerpo con una especie de chapoteo dejando una mancha de sangre en el suelo.
Fausto desde la niebla de una realidad vieja, veía a su madre salir de la panadería donde trabajaba de dependienta. Eran las nueve de la noche y su marido la esperaba en casa, muy cerca, a dos manzanas. Isabel salió por la puerta que daba acceso a la portería del edificio. Un tipo salió de la oscuridad y la arrastró hasta  la penumbra que había en la zona de los contadores eléctricos, bajo la rampa de la escalera.
—No grites o te corto el cuello. Sube la falda y bájate las bragas —le ordenó presionando el filo de un cuchillo en el cuello.
Isabel no lo hizo y el violador lanzó su cabeza contra la pared, el golpe fue brutal. Sintió entre tinieblas como le arrancaban las bragas y se introducía algo doloroso y ardiente en su vagina seca. Le dolía, le dolía mientras la bestia le embestía y golpeaba de nuevo su cabeza con cada empuje. Su sexo parecía desgarrarse por la brutalidad y la sequedad del coito.
—Te voy a dejar preñada, niña cachonda. Vas a tener un hijo de verdad con un hombre de verdad.
Intentó gritar, pero su boca estaba cubierta por una mano maloliente. Perdió la noción del tiempo y cuando se dio cuenta, se encontraba sentada en el suelo y de su vagina goteaba semen y sangre.
Juan ya estaba inquieto por la demora de su esposa y decidió acercarse a la panadería. El dueño le dijo que ya hacía casi diez minutos que había salido. Entones escucharon su llanto desde la puerta que daba a la escalera. Ambulancia, médicos, policías, nervios, vecinos, humillación… Nunca dieron con el violador.
Volodia se llevó la mano a la boca aguantando una arcada, mientras el pene se arrastraba hasta la mujer, retorciéndose para abrirse paso entre sus piernas.
Lo tomó en las manos, besó el glande viscoso y le dijo que lo amaba.
El pornógrafo no salía de su asombro, su cigarro se quemaba entre los dedos.
—Tiene que ver que es real. Observe el agujero de mi esposo, no está hecho como un prótesis. Tome una linterna y mire, es muy importante. No hay nada parecido en el planeta.
Venció su repugnancia y se acercó con la pantalla del móvil para observar el agujero que en el pubis del marido. Había gotas de sangre y unos nervios pequeños y retoridos colgando, la carne palpitaba enrojecida donde debía encontrarse el pene y los testículos.
Pilar se puso en pie con su amor entre las manos, acercándoselo.
—Tóquelo y lo sentirá incluso respirar. No puede haber dudas.
Pasó un dedo a lo largo del bálano, sintió el increíble calor de una piel viva, el tono muscular y las gruesas venas palpitantes. Tuvo la sensación de estar tocando algo con vida propia. Retiró la mano con temor, con asco y asombro.
—No puede ser. Es increíble.
— ¿Nos ayudará? El tiempo apremia.
—Sí. Se alojarán aquí. Tengo que pensar, ahora no puedo hacerlo con claridad. ¿Por qué está muerta su hija?
Dejó con cuidado el pene en el suelo que se dirigió de nuevo a su cuerpo.
Volodia volvió a quedar de nuevo fascinado por el fenómeno.
—Él la sedujo y sintió en ella el rechazo. Usó su fluido para que ella abriera la boca, para excitarla más allá de su voluntad  y la asfixió metiéndose en ella.
—Entonces usted está drogada. Es una yonqui de esa cosa.
—Desde un principio lo acepté. Llevaba semanas soñando con él y de repente una mañana se hizo real dentro de mí  y ya no pude dejar de pensar en él. Soy adicta, estoy drogada… Llámelo como quiera, la cuestión es que solo sé que lo amo. Me transmite amor cuando está dentro de mí o en mi boca. Encajado en el cuerpo de mi marido me excita y me excita también cuando se arrastra por las sábanas o por el suelo buscándome. El placer provoca que mi mente sea arrancada de mi cuerpo y sea libre. No he sentido jamás algo parecido.
— ¿Sabe, señor Solovióv? Mientras conducía desde Barcelona hacia aquí la noche pasada, lo llevaba metido dentro de mí, y la cosa que es mi marido dormía, o estaba en trance. Lo he llevado metido en mi sexo más de dos horas y no he dejado de gemir como una perra.
El ruso la observaba como quien escucha a un loco, con cautela y fascinación. Intentó llevar la conversación a un punto más pragmático, porque en su propia cabeza había confusión y sorpresa.
—Pilar, lo primero de todo es asesorarnos sobre su situación legal; y por supuesto, tenemos que convencer a su marido de que aquí estará bien, cosa que veo imposible.
—Mi marido no tiene nada que decidir. Lo podemos mantener drogado y que actúe de recipiente de su hermano.
—No puede estar drogado toda la vida. Moriría en poco tiempo. Hay métodos mejores y más sanos. Es de suponer, que usted no se separará de “su novio” —dijo con sarcasmo el ruso.
—Tenemos un pacto. Señor Solovióv, debe entender una cosa, si yo participo o yo voluntariamente accedo a que tenga sexo con otra mujer, él actuará y se moverá con normalidad. Cuando me penetra, cuando lo toco, todos sus sentimientos y todas sus emociones las percibo. Está enamorado de mí desde que me casé con Fausto, solo que no había conseguido aún crear su propia red neuronal. Y cuando yo no esté cerca o presienta que estoy muerta, matará todo lo que se folle. Como hizo con mi hija.
Volodia se retractó en su intención de pegarle un tiro en la frente a la mujer y enterrarla en su jardín. Tenía que ser cauto y observar cómo era esta extraña relación, por él mismo.
—En el sótano se encuentra el set de grabación, está bien climatizado  y limpio. Allá tenemos un cuarto especial para los actores que llegan del extranjero. Dejaremos allí a su marido debidamente sedado de momento. Mañana haremos una prueba de grabación, y necesito a mi mejor técnico para ello.
—No puede convertirse en un circo, no pueden conocerlo tantas personas.
—Solo las imprescindibles. Y créame, mi gente está bien escogida.
Conectó el altavoz del teléfono de su escritorio.
—Candy, ven para acompañar a la señora Abad a la habitación de invitados.
—Ahora déjeme que llame a mi abogado para que indague si ya van tras ustedes y calibrar lo que hay que hacer con su situación legal. Nos veremos a la hora de la cena, a las nueve y media. Mientras tanto, mi casa es su casa.
—Gracias, señor Solovióv.
—Una última cosa, Pilar. ¿Cuál es su pretensión económica por la “venta” de su marido y su amante.
—Lo que usted juzgue oportuno, que vaya de acuerdo con sus ganancias si las hay. Y por supuesto, que nos cuide de la policía; pero una cosa está clara: no me separaré de ellos.
—Me alegra saber que no está poseída por una ambición excesiva. Haremos un buen negocio —dijo el ruso ya dando  media vuelta para sentarse en la mesa de su escritorio.
Pilar salió del despacho tras la criada, un tanto preocupada por la sonrisa de tiburón del ruso.
Volodia mandó entrar a sus guardaespaldas.
—Sedadlo, llevadlo al sótano y atadlo, no quiero que rompa nada.
Uno de los hombres se dirigió al mini bar bajo el televisor y de una cajita negra sacó una jeringuilla y una ampolla con morfina. Tras preparar la jeringuilla, la inyectó en el brazo de Fausto.
—Los hijos de los violadores no deberían nacer —pronunciaba en un narcotizado murmullo Fausto mientras lo llevaban de los brazos y las piernas.
Volodia sonrió al oírlo, su madre fue violada a los dieciséis años en una fría aldea chechena, él era hijo de un violador.
—Algo de razón tienes, amigo —dijo para sí.

Cuando cerraron la puerta y se quedó por fin a solas, se dejó caer en el sillón, y arrugó el ceño por el olor a orina que había quedado impregnado en el aire. Tomó un sorbo de su vaso de güisqui y empezó a poner en orden sus ideas.









Iconoclasta