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19 de diciembre de 2011

Mi hijo, mi amigo (Pablo López Bergós)


Te digo sin voz que cuando estuve a punto de morir, todo mi afán era evitarte la angustia de sufrir mi muerte como yo sufrí la de mi padre.
Respiraba despacio escupiendo la sangre que había en mis pulmones, respiraba poquito para que no reventaran. Y aguanté dolor y miedo por más de veinticuatro horas.
Es lo que un padre debe hacer: mantenerse vivo para su amigo, para su hijo.
Eras el motivo por el cual valía la pena ese esfuerzo.
En la maldita silla de despacho con ruedas me movía con la pierna rota porque el dolor era insoportable, la sangre en los pulmones arde como nada que haya conocido.
Una tos y una sangre en el pañuelo…
Medía la sangre que escupía para controlar mi mejoría. Necesitaba que vieras que dejaba de escupir sangre de una puta vez.
Porque desde que jugábamos peleando en la cama, sé de tu cariño. Nunca te he preguntado si me quieres, porque lo sé de la misma forma que sé que voy a morir.
Amarte me hizo Supermán.
Imaginar mi muerte y el dolor que comportaría no era aceptable. Una mierda. No en aquel momento, eras muy pequeño, amigo mío.
Y lamento aquel largo año del dos mil cinco en el que con doce años te hiciste responsable de mí. Me ayudaste en la invalidez y con tu prematura madurez, me diste ánimo y combatiste mi miedo y mi inutilidad.
Siento mucho haberte fallado todo aquel año, amigo-hijo.
Hijo mío…
Por ti caminé de nuevo. Un padre ha de pasear al lado de su hijo, han de salir a desayunar y comprar juntos. No siempre, pero de vez en cuando.
Es una constante universal como la idiotez en el ser humano.
Como los idiotas sin cerebro que van a ver a los travestis al campo del Barça.
Pronto hará un año que nos despedimos en un sórdido aeropuerto; pero toda mi voluntad y toda mi fuerza trabaja para encontrarnos en un abrazo, para repetir desayunos de silencioso placer (a veces cerrabas los ojos dejando que el paladar disfrutara), para un paseo tranquilo charlando de intrascendentes cosas.
Intrascendentes cosas que se convierten en valiosos datos que uso para concluir lo que tu inmensa personalidad es capaz de observar y analizar.
Recuerdo tu valentía y hombría para realizar tus deseos como algo de lo que yo carecí.
Yo no te di esa valentía, no la he tenido nunca; es solo tuya. No debes agradecer nada a genética alguna heredada. Eres tú solo, tú irrepetible.
Tú mi hijo y mi amigo.
¡Qué orgullo siento!
Y aquí es donde un hombre ama a otro hombre. Sin ningún tipo de concesiones.
Hablamos de hipocresías y “santos varones” cuando otros padres e hijos hablaban de fútbol, películas y músicas baratas. Criticábamos profesores y padres sin cerebro.
¿No está mal verdad, compañero?
No importa lo lejos, no importa el tiempo.
No importa lo que quedó por decir, por ver y hablar. Por vivir…
Queda tiempo, amigo.
Llevo cada instante de mi vida contigo profundamente escarificada en el alma.
Recuerdo tu nacimiento con miedo, esa lucha por tomar la primera bocanada de aire. Recuerdo la inmensa inocencia de tu mirada como un trallazo hiriente a mi cinismo.
Recuerdo lágrimas que provoqué en esa inocencia con altas voces. Recuerdo con vergüenza momentos en los que puse a prueba tu valentía infantil con gritos de impaciencia y cansancio adulto. Pequeñas lágrimas que apenas trascendieron; pero para mí fueron las primeras y más dolorosas. Y no pesan, son solo una pequeña venganza por un error de padre idiota. Uno de esos errores que hacen mi vida más vergonzosa. Pero hasta la vergüenza que llega de ti me da paz y sosiego.
No puedo olvidar que cuanto más crecías más eras mi amigo y menos mi hijo. Estábamos a cada hora más cerca de ser hombres ambos.
Sentía la cercanía de esa amistad, el desarrollo lento y seguro.
Te esperaba en cada momento, que un día me alcanzaras.
Te quería por encima de todo como hijo. Te necesito como la única amistad que jamás podré tener.
No importa amigo-hijo lo poco que nos podamos encontrar. Sé que eres hombre y mi compañero.
Mi único y posible amigo.
Un día nos encontraremos de nuevo y no necesitaré decirte cuanto te eché de menos. Solo me sentiré mierda en silencio por no haber sido testigo de tu vida. No me necesitas amigo-hijo.
Soy yo el necesitado de ti.
Tú eres la prueba de que en algún momento hice algo bien.
Tus fotos demuestran que eres mejor que yo, tus logros ya han superado todo lo que jamás hice. Con eso me basta. Con eso me siento como un padre genial. Un amigo privilegiado.
Soy tu compañero y da la casualidad que también padre… A veces todo fluye como debe.
Te espero, te busco e imagino en todo lugar.
Y callo porque soy muy hombre, la fatiga del tiempo que pasa sin sentir tu voz, tus sonidos, tu música y la tranquila noche disfrutando de una película que nos gusta.
Echo de menos despertarte y decirte: Pablo… A dormir.
Y aunque somos amigos, muchas noches (todas) siento que a mi mejilla le falta el roce de la tuya.
Es mi única maldición como padre. Porque como amigo y compañero de vida, eres lo que siempre creí que debían ser dos hombres.
Te debo yo a ti el milagro de la madurez. De las conversaciones trascendentales.
A veces siento la necesidad de arrancarte unas palabras, pasear contigo.
Y perdona que te eche en cara estas añoranzas, amigo Pablo.
Pero si algunas veces he sido injusto o poco paciente, ahora lo soy con voluntad y firme decisión para sacudir tu alma con todo mi cariño. Porque es lo único que tengo.
Y es tan palpable que a veces este cariño avasallador detiene mi corazón como el golpe de un ariete imparable.
Así pues, mi amigo, recibe la admiración y el abrazo de tu amigo lejano.
Recibe el beso de tu padre en el mismísimo corazón.
Nos vemos mi amigo, no lo dudes un segundo.
Dile a Draco que lo echo de menos.


Iconoclasta

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Rindo honor a la vida



Ya tengo recuerdos, ya tengo razones para defender la vida y no repudiar más a la memoria.
Con sus pechos entre mis dedos…
A mi puta memoria que trae la vergüenza del error y el tiempo perdido.
A veces ocurre, aunque tarde más o una eternidad: que deje de odiarse el pasado, el mío.
Es normal que muramos odiando el pasado.
Habitual…
Y lucho inconscientemente contra lo que deseo, pensando que el amor es un espejismo engañoso que atravieso y del cual solo siento el abrasador calor del asfalto.
“Desconfía”, me decía con cinismo.
Antes de que hubiera crecido sabía que no sería fácil. Es bueno recelar en un mundo infecto. De hecho es la única opción para no ser como ellos.
Como el resto.
Hay que proteger la ilusión que ellos se encargan de rasgar en burdos jirones que ni el viento mueve de pesados que son.
Prefiero abortar ilusiones a dejar que otros las despedacen.
Mi ano se dilata con facilidad para estas cuestiones.
Y hoy siento en mi vida un soplo de aire fresco en el infierno.
Rindo honor a la vida y a los recuerdos con una sonrisa, con paz, con música tranquila. Con el sabor de su sexo en mi boca.
Dejando que su mano se deslice por mi vientre en busca de mi pene debatiéndose en espasmos de ansia ante la cercanía de un placer cuasi paranoide.
Ocurre que los malos recuerdos retroceden ante los anticuerpos del amor, ocurre pocas veces. Es maravilloso.
Y ahora no quiero morir, no es necesario.
Es cuanto necesito: su compañía, su cuerpo.
Lamer y penetrar su esencia.
Vivir ha sido agotador, vivir sin ella ha sido un viaje espacial en el que solo he recibido parásitas transmisiones sin sentido, pequeños proyectos de vida abortados en un gemido mudo y frío.
Las rosas se rompían congeladas en el vacío cósmico, como cristal que cae al suelo. Rojos rubís de mate sangre flotaban como cadáveres de ilusiones en mi nave intertragedial.
No eran las cosas como debían.
Rindo honor a mi corta vida; porque ahora lo es. Es vida.
Ahora es cuando late el corazón con un fin.
Y a los muertos dejo en paz, dejo de envidiar.
La banalidad se ha agazapado rabiosa en su madriguera y el amor y el ánimo rugen victoria frente a sus fauces llenas de espumarajos.
Mi baba se desliza entre sus piernas con pereza, humectando.
Acalorando.
Y su sexo es la puerta a la dimensión que siempre busqué.
Mi pene embutido en ella cierra la frontera entre los dos universos: una escotilla hermética de un submarino que baja a las profundidades para reventar por la presión.
Para que nada contamine el amor.
Se ha roto lo sórdido, han explotado como cargas de profundidad el ansia y la inquietud de no ser, de no estar.
Mi semen es un solo fluido con el suyo, un bebé podría crecer de esa sola gota, sin necesidad de útero o sangre. En el suelo, entre nuestros pies. En la placenta de las sábanas empapadas.
Rindo honor a la vida y a ella.
Profundamente.
Adentro, muy adentro.
Mi pene desdibuja y funde los bordes de su vagina para amalgamarse conmigo. Estoy en ella y soy ella.
Palpitamos al unísono.
Cabalgamos la vida sin deseos de apearnos de ella.
Hoy rindo y rendimos homenaje a la vida y al amor eyaculando y embarrando resbaladizamente los sexos. Revolcándonos entre los pétalos sangrantes de una rosa congelada que flotaba en mi memoria.
Fundiéndolos.
Lanzamos las copas a nuestras espaldas, que se rompan los recuerdos aciagos. Que se jodan, que se jodan, que se jodan, que se jodan…
Es tiempo de vivir.
De follar.



Iconoclasta

Ilustrado por Aragggón



Feliz cumpleaños, mi vida.
Te amo Aragggón.
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7 de diciembre de 2011

Yo no soy esquizofrénico


Yo no soy esquizofrénico, sin embargo tengo una doble personalidad.
Estoy yo y está Él: el Dios Polla, el Pene que vive su propia vida. El maldito ser que me traiciona; que pone de manifiesto mi deseo quiera o no.
Necesito hablar seriamente, siento la necesidad de ser racional; pero ella me mira de cintura para abajo y sabe que no lo conseguiré y ríe con su cómplice. Con mi segunda personalidad que acapara la suficiente sangre para dejarme el cerebro seco.
Mi pene no entiende de palabras ni emociones, se endurece ante ella, ante el recuerdo de sus manos descapullando el placer, besándolo, lamiéndolo. Tragando todo el amor que mi pornógrafa personalidad escupe dentro y en su piel. En sus ojos, en su cabello…
Está hermosa, mi pene la hace intensamente guapa.
No la puedo apartar de mi mente, no puedo dejar esta erección dolorosa, inconsolable.
Me duele…
Pero no me hace caso. Su función es joderla. Siempre acabo rendido ante los deseos de ambos: de ella, de él. Del que vive entre mis piernas, el que parasita mi riego sanguíneo y me obliga a acariciarme, a descubrir mi baboso glande a la atmósfera. Bendito frescor el del aire en mi capullo recalentado…
Con los dedos entre mis pesados testículos y el bálano, se me tensa el vientre y descargo a presión, sin control. El ombligo se inunda y todo es paz durante ese desfallecimiento del Dios que me esclaviza.
No puedo afirmar que estoy triste sin ser traicionado por mi otro yo. Es imposible que me tome en serio cuando mi erección tensa la ropa que cubre mi polla.
Mi puta polla…
No odio a mi pene, no pretendo extirparlo; pero me hace imbécil.
A veces creo que piensa cosas feroces, cosas hostiles para la ternura. Y decide invadir su coño bendito, alojarse, apretarse y soltar su carga de semen contra toda emoción racional de amor y ternura.
Yo me rindo ante la indecente violación de su cuerpo. Y soy un instrumento en poder de mi pene.
Es un dios que se muestra impertérrito ante el llanto, la risa o el miedo.
Él no se preocupa más que de endurecerse, empaparse y penetrarla ante la sola visión de sus labios.
Soñamos con restregarnos por sus pechos y dejar un río blanco en su torso, un río que se extienda hasta el mismo vértice de su coño y se haga dos inundando la vulva que besamos, lamemos y penetramos.
No puedo consolarla cuando está triste, porque mi esquizofrenia presiona y palpita ante el calor de su cuerpo.
Otra vez sin sangre para pensar, otra vez mi miembro intenta alojarse entre sus piernas, busca penetrarla. Yo solo puedo presionar contra ella y dejar que fluya este líquido viscoso que me lleva a la desesperación.
Orino y está presente en la gota que se prolonga y que cuelga de mi meato demasiado sensible. Cierro los ojos y dejo que pese la gota, que se balancee.
La gota me masturba en sórdidos urinarios, en malolientes lugares. Mi esquizofrenia no considera los decorados.
Mi pene es obsesivo, cada día exige más. Cada día la ama más, quiere amar más que yo. Quiere poseerla más que yo.
Yo no soy Jeckill, no soy docto; pero mi mister Hyde, no tiene piedad de mí.
Ella no tiene piedad con su desmesurada sensualidad. Con su erotismo a flor de piel.
A flor de mi polla.
Yo no soy esquizofrénico y si lo fuera no desearía tratamiento.
No es una alucinación lo que tengo entre mis manos palpitando.
No lo soy.



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1 de diciembre de 2011

666 y el filo de la navaja


Paso el dedo por el filo de la navaja…
Es infame la precisión con la que corta. La sangre se va de casa en cuanto abres la puerta. La sangre no ve la luz y está tan llena de vida… Qué injusto fue el Creador encerrándola en el cuerpo. Tantos glóbulos, tantas plaquetas, tantos anticuerpos. Las tripas…
La ponzoña está en la oscuridad, en mi corazón si tuviera.
YO no tengo sangre.
Y pienso en la libertad y en los miles de intestinos humanos que deberían correr hacia la luz.
¡Corred, corred! Desparramaos dulcemente, víboras ciegas y tontas. Naced del vientre y la sangre, de una placenta de dolor.
Deseo la libertad de las vísceras primates. Soy el Comandante Sangre de un camposanto que nadie quiere aún reconocer.
El final no está cerca, ni lejos; el final soy yo a cada segundo. Vuestras tripas serán libres.
El filo en la vagina de mi Dama Oscura es una amenaza que la excita, su clítoris se endurece a pesar del peligro insalvable. No le daré libertad, solo un placer que la esclavizará a mí. A mi polla desgarradora. Está condenada…
Vosotros no.
Soy vuestro líder revolucionario en contra de la dictadura de un Dios idiota y superfluo.
El filo de preciso corte de la navaja es el recto y sutil camino hacia la libertad. Y os haré libres a todos, sin excepción. Hombres, mujeres y niños desparramaréis vuestras tripas al son de un himno sin música.
Y resbalaré entre vuestros restos pisando esas serpientes repletas de inmundicia.
El filo… Lo infame es lo que tenéis dentro.
Adoro el lirismo… Soy bueno declamando.
Siempre sangriento: 666



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30 de noviembre de 2011

Romper el silencio



Sorbo un café con el cigarro entre los dedos y Tchaikovsky suena dando ritmo al delicioso silencio.
La pluma se desliza en el papel derramando ideas, orquestando emociones como un virtuoso director.
Hay espectaculares momentos de hermosa intimidad. Para llegar a esto, lo imprescindible es amar y ser amado; solo así es posible escribir con serenidad.
Tal vez este estado es lo que llaman plenitud; sin embargo no me siento pleno. No es algo que se dé en mí esporádicamente: estar en el lugar y momento adecuados es mi privilegio habitual, mi día a día.
Es mi estado natural.
Lo terrorífico era antes, lo tortuoso era no sentirse a gusto con Tchaikovsky. Ni con mi buena estilográfica.
Es el momento de trazar unas letras de armonía esperando que llegue mi amada a desbaratar el silencio.
Solo podría aguantar unas pocas horas más sin ella. No soy resistente, no soy paciente más que para un corto tiempo pactado. Cuando su ausencia se prolonga más allá de mi paciencia, la música se distorsiona y me irrita. Los violines son un chirrido de alta frecuencia que arrasa mis oídos y evapora el silencio para agitar mi ánimo con los sonidos de banales vidas ajenas a mí, a nosotros. Sonidos de deprimente cotidianidad.
Y todo está mal y voy a morir pronto.
No importa la lógica, la razón queda fuera de mi alcance cuando la necesito, cuando la añoro. Todo el amor pesa, todas las ansias destrozan mi paz.
El paso del tiempo es una lija para el alma cuando amas y esperas.
Desesperas…
Pero no es el momento, ahora no.
Ahora me pregunto como ingeniármelas para hacer algo bello. Aún que la paz está conmigo y siento en mis labios el calor de los suyos.
Estas cosas se resuelven solas cuando se ama, la belleza está en cada rincón, en cada momento. Solo hay que prestar atención para encontrar la obra maestra de cada día; hermosa, efímera y profunda como un mar.
El sonido de la pluma rasgando en la cuartilla se eleva por encima de la música (qué bellos son los Cantos Canarios que obligan a mis ojos vencerse ante los violines). El sutil golpeteo al trazar tildes, comas y puntos. El crujido del papel…
Bendito universo…
Hay quien siente un placer especial por el pan caliente a la mañana, por el agua fría en la cara al mediodía. Yo solo quiero mi papel, mi crujiente y melódico papel lleno de amor y emociones. Necesito pasar las cuartillas que se acumulan a mi diestra. Su sonido es la banda sonora de mis días como ella es mi reposo.
Solo por ella escribo de amor y sosiego. El amor aglutina la música, la tinta, el papel y el silencio.
Pronto vendrá, ya queda poco.
Tic-tac…
¡Joder, ya debería estar aquí!
Tic-tac…
La vida es una mierda. Lleva casi media hora fuera de casa.
Tic-tac…
Las personas mueren desesperadas de soledad. Esas cosas ocurren.
Tic-tac…
Ya me está dando por culo esta puta música.
Tic-tac…
No te preocupes cielo. Es broma, aún disfruto del concierto de música y letras que cada día te dedico.
Tic-tac…
Pero no tardes, ven pronto.
Hay un hombre que pende de ti.
Tic-tac…
Sé que vendrás, nunca me abandonaste hace años. El médico miente por envidia.
Tic-tac…
La succinilcolina que me inyecta el enfermero en el brazo es como tú: rompe mi silencio con dulzura. Todo está bien.
Tic-tac…
Tengo sueño, mi amor. Es hora de dormir. Has tardado más de lo habitual.
Tic-tac…
Afloja las correas cuando llegues, cielo. Me hieren la piel y sangro.



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Al filo de la palabra nº 12

http://alfilodelapalabra.wordpress.com/2011/11/29/al-filo-de-la-palabra-no-12/

29 de noviembre de 2011

Retorno

Estoy a la orilla de su puño,

escondida en el orificio del meato

mojada en un pantano transparente

esperando la cálida lluvia blanca que me impulsará.

Y regresaré a mi boca

Tragando el deseo empujado con la lengua.

Los ojos se van al descanso…

Retorno.



Aragggón

291120111058

24 de noviembre de 2011

Sin cerebro


Si meto la mano entre sus piernas, consigo sacar la esencia de la vida, que es la de su coño, lo más profundo. Su viscosidad es lo que limpia mis manos de la basura que me infecta. Frotar mi bálano con mis manos empapadas de ella es un masaje cardíaco que me parte el podrido el corazón.
De su coño mana mi paz y mi descanso.
Mis pulmones se abrasan anegados de su cálida agua.
De su vagina mana el jugo que despierta mi hambre y provoca mi salvaje erección. Su vida líquida se desliza entre los pliegues de unos labios gruesos y da brillo al clítoris que es mi órgano de placer. Mi glande está sujeto a su puto centro del inhumano orgasmo.
Salvaje…
Hundo mis dedos en su coño y mi sangre abandona el cerebro. Se va directa a mi polla.
Donde quiero que esté.
Donde la necesito.
No quiero ni necesito sangre en mi cabeza cuando ella está.
Una polla en lugar de cerebro ¿por qué no? Mi puto cerebro no sirve para nada si ella no está, solo es una molestia durante la vigilia, un cine durante el sueño. Una película pornográfica de tres dimensiones donde no puedo respirar porque mi boca y mi nariz están tan metidos en su coño que me crecen agallas.
A veces pienso que eyacula, que de su vagina sale un esperma suave que me ciega los ojos. Bombeo en contra, bombeo dentro de ella para quedarme seco, para dejarle todo mi amor untado en lo más íntimo.
Tampoco necesito corazón, lo que bombea la sangre por mi cuerpo son sus dedos presionando mi pijo. “Hazme daño” le digo. Que maltrate mi puto cerebro, mi infecto pensamiento. Porque no soy nada ni quiero serlo. Soy la lefa que se desliza de su boca, simplemente.
Y clava sus uñas en las venas de mi pensamiento, en mi pene.
Soy una eyaculación que se queda prendida en sus muslos, como un escupitajo a la decencia. Un vómito de amor que se derrama entre su puño cerrado, que salpica su pelo.
Mi cerebro es mi polla, y está en su coño. No puedo saberlo cuando el orgasmo es una lanzadera a la mismísima cara del Sagrado Corazón que se supone está en el cielo.
Mi pensamiento imbécil está en el techo, o bajo tierra; o en un enorme vertedero de basura, no soy romántico. Mi anclaje a la realidad son mis dientes clavados en sus pezones duros y oscuros como la sangre de una menstruación.
No, no quiero cerebro, no quiero pensamiento.
Mi pensamiento gotea de mi pijo amoratado, mi cerebro está licuado en semen y deseo. No hay nada, ni ideas, ni frustraciones, ni ilusiones. No hay inteligencia, ni lógica. La moralidad radica en lo más profundo de su vagina. La ética está metida en su coño, ahí la buscaré. Solo existe en mí la firme voluntad de hundir mi pijo en ella y empalarla. Que pague caro el convertirme en un ser vacío.
Y el vacío duele por la veloz contracción de mis cojones impulsando un esperma hirviendo impactando en su coño.
Su coño derramando semen cuando se levanta da descanso a mi polla.
A mi cerebro.
Es lo mismo.
No necesito cerebro cuando mi polla la tiene ella.



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22 de noviembre de 2011

No... sólo.

No te amo.

Sólo abro mi coño con los dedos.

No te quiero.

Sólo te enseño los hilos pegajosos.

No te quise.

Sólo hundo mi índice soltando un quejido.

No te amaría.

Sólo sorbo los dedos con mi lengua.

No te amé.

Sólo agito el clítoris clavándome en tu mirada.

No me importas.

Sólo tengo convulsiones en mi vientre.

No me dueles.

Sólo cuelgo el cuello en el estallido que se aproxima.

No te deseo.

Sólo masajeo mi ano.

No eres mi fantasía.

Sólo se derrama el orgasmo calentando mi mano.

No quiero verte.

Sólo me orino en cuclillas.

No te dejo.

Sólo amordazo tu pene.

No me dejes.

Sólo quiero tu semen dentro.

¡No!

Aragggón

221120111026

El coño de una madre


Madre que un día me diste la vida, dame ahora tu amor con una mamada, sabes que soy pobre que no puedo pagar una puta. Madre, si me diste la vida, dame el placer.
No tengo trabajo, no puedo desahogarme con otra mujer.
Da igual que tuviera trabajo y fuera el hombre más rico del mundo, desearía correrme en tu arrugada faz. Me diste tanto cariño…
Te amo más que a mi puta vida.
Madre, deja que te la meta.
Padre es ciego, está muriendo con el cuerpo cortado a trozos, allá donde su dulce sangre pudre las extremidades.
Madre, tú que un día besaste mi pene infantil, bésalo ahora que está duro y erecto. Me masturbo continuamente con la foto en la que me besabas mi pilila de bebé. Dame consuelo, acaba lo que un día comenzaste. Yo te devolveré la leche que tú un día me diste.
¿Por qué no ahora? Padre va a morir, a padre solo le falta que se le gangrene el cuello para que le corten la cabeza. Tal vez ni tenga pene, mea con sonda.
Madre, te noto triste, creo que necesitas de mí como yo necesito de ti.
Padre no te la mete. No te la meterá y si no te das prisa, morirás con el coño taponado de telarañas y vejez.
Recuerdo los pelos de tu coño salir por entre las bragas y con ello mis primeros deseos, mis primeras erecciones.
Mi primera eyaculación era la imagen de tu vagina abierta lavándote en el bidé, el espejo reflejaba cada oscuro pliegue de tu vulva inmensa. Mi pene despertó a la vida contigo.
Te amo tanto madre…
Deja que me hunda en ti, que vuelva a tu útero penetrándote.
Sé que padre no te da ya placer, te he visto en la cocina pensativa y estrujándote el coño con la mano crispada de deseo. Sé que te devora el ánimo la fantasía de tu sexo reventado por un bálano incansable; lo noto en tu mirada aguada, en tus expresiones amargadas.
Hace unas semanas dejaste que por demasiado tiempo mi mano reposara en tus pechos. Hasta que azorada te levantaste caliente y temerosa de no poder evitar llevar mi mano entre tus piernas.
Reconozco la vejez en tus pechos, los siento blandos y sin forma; me recuerdan a los de la abuela. Ella me tocaba, ella clavó sus desdentadas encías en la polla y me aspiró toda la leche que había en mis huevos muchas veces; me doblaba en dos de placer besando su coño reseco.
Tu anciana madre era la boca y el coño que daba consuelo a mi adolescente deseo por ti.
A los doce años, en su oscura habitación llena de fotografías en blanco y negro de gente antigua, abuela me llevó al interior de su coño bajando con fuerza el prieto escroto de mi pene rasgándolo. Y sangrando se la metí. Ella dijo sentir añoranza de los tiempos en los que menstruaba al ver su arrugada vagina de vello ralo sucia de sangre. Me dibujó una caricia en la frente con sus dedos pringados de semen. La dentadura postiza estaba sumergida en un vaso de agua turbia y yo me reflejaba en él con la boca temblorosa.
El olor rancio de la vejez y la podredumbre me excitaba.
Yo le dije que te amaba, que te necesitaba. Sonreía afable jugueteando con su clítoris minúsculo y metió su impía lengua en mi boca dejando su apestoso aliento infectando mi imaginación y llevándome a otra enloquecedora erección. “La follarás, conozco a mi hija y sé que la tendrás. Nuestros coños son iguales, son voraces. No podemos vivir sin una polla que nos joda”.
Abuela era afable. Era la mejor abuela que un crío pudiera imaginar.
Madre, estoy caliente, y tú te retuerces de deseo. Deja que lama tu coño, que te quite la mugre acumulada de años sin follar. Que te arranque la frustración de ver como a tu hombre, cada cierto tiempo le cortan un pedazo. Deja de ser lazarillo de un ciego sin polla. Deja que te enseñe lo que es gemir con un rabo resbaladizo enterrado entre tus piernas.
Yo te daré el descanso, y el placer que no has tenido en años y que se te ha enquistado en el coño como una verruga vieja.
Lameré tu verruga como la abuela limpió con su lengua la sangre de mi pijo aún primerizo.
Fóllame ante padre que está ciego, abre las telarañas de tu beato coño cansado de dar tanto por los demás y deja que la putidad se meta en tu cuerpo y erice tus oscurecidos pezones.
Madre, hace dos años en el velatorio de la abuela, cuando ya no había nadie ante el cadáver y ante la madrugada; acaricié el coño de tu madre. Su coño frío lleno de muerte, seco como el bacalao. Y se le abrieron los ojos cuando metí los dedos en sus gélidas entrañas. Pensaba en ti, pensaba en tu coño aún cálido.
No esperemos a que padre muera, no es incompatible tu trabajo de lazarillo. Te puedo lamer el coño y amordazar tu boca para que el placer que subirá a tus labios, no alarme a lo que queda de padre.
Seré discreto metiéndotela.
Padre nunca supo follar, lo sé cuando recuerdo tus manos nerviosas limpiar con vehemencia mis imberbes genitales. Recuerdo tu llanto en la soledad con las manos entre las piernas.
Madre, padre muere triste por ser un inútil. Padre muere a cortado a trozos como castigo a su falta de hombría.
Yo te amo y te deseo, debería ser yo tu marido. Deseo ser la polla en tu vejez, el suspiro de placer que exhalen tus viejos pulmones en el fin de todo.
Permite que sienta tus artríticas articulaciones crujir en el sagrado momento en el que te corras.
Con todo amor:
Tu hijo que te adora.
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El marido dormitaba.
El ciego no se percató de las brutales caricias que su anciana mujer se infligía en el sexo leyendo la carta de su hijo.
Tomó el teléfono, marcó el número de su hijo y le dijo: “Sí, mi amor”.
Su pecho sobresalía por encima del sujetador color carne hasta descansar en el vientre, su pezón no tenía capacidad para endurecerse; pero estaba empapado de su propia saliva y aún deformado como un pequeño pene por las fuertes succiones. Lo devolvió a su lugar y se subió las bragas cubriendo su sexo poblado de vello cano.
Por primera vez en toda una vida su rostro se mostró risueño, casi joven.
Alguien llamó a la puerta y llevó al hombre sin piernas empujando la silla de ruedas al cuarto de invitados. Cerró la puerta a la miseria.
Observó el retrato de su madre y pensó: “Vieja puta, que bien te lo guardaste”.
Cuando abrió la puerta, su hijo entró y la abrazó sosteniéndose sobre la única pierna que tenía y una muleta.
Su beso resultó dulce como la sangre que su padre le heredó.



Iconoclasta

Ilustrado por Aragggón.


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16 de noviembre de 2011

Estuche


Es tan hermoso guardar los globos oculares en la cajita de argollas nupciales. Hace que el amor se convierta en un lindo sueño rosa constante. Solo enfoca el brillo del oro y los nombres perfectamente grabados.

Tengo mucho de Eva.

La obediencia no es lo mío.

Necia atornillo los ojos, conecto las venas, enchufo la razón y la puta verdad se pone en “ON”.

La película muestra besos sin mi nombre, miradas dirigidas a unos muslos que no son los míos, cordialidades sucias con un deseo escondido.

Flirteos de mierda.

Los latidos del corazón laten una asquerosa sonata.

No encuentro el destornillador para soltar mi nuca.

Es tan rojo el paisaje y yo que creía que era el exceso de sangre irrigada en mis párpados.

Quiero regresar mi mirada al estuche de anillos, no quiero ver la farsa en mi tiempo… Que nadie lo abra jamás, por piedad.

Aragggón

161120111425

15 de noviembre de 2011

Dos palos cruzados



Dos palos cruzados…
Una marca de idiotas para idiotas.
El verdadero significado de la cruz es una simple señal de aviso entre ignorantes con deficiencia de entendimiento y lenguaje: “Aquí puedes cagar, la cruz lo indica”.
Debería haber más logopedas.
No es que quiera ofender, solo soy académico. Los hay que tienen titulación universitaria, yo lo sé todo de una forma natural, espontánea. Jocosa…
Porque… ¿Quién no ha deseado alguna vez suicidarse con la cruz metida en el ano?
Sería mi última y gran dramatización surrealista. Que giren la cara ante mi cadáver descompuesto y se rifen con palitos quien me saca la cruz del culo para cerrar el ataúd.
Tengo una virgen en mi escritorio que sostiene al niño dios por las pelotas. Y se ríe (la virgen, el niño no parece reír).
Si uno se fija bien, sus pezones están duros y se muerde la lengua. Se ríe de su virginidad como yo de la cruz.
Dos palos cruzados es una señal llamativa. Cualquier estúpido sabría que indica algo. Antiguamente nuestros hijos no tenían cagaderos, era cuestión de higiene elaborar un símbolo fácil que cualquier troglodita pudiera hacer y entender.
Aunque tampoco me inspira respeto alguno ese seboso Buda o el Confucio con sus consejos para campesinos que no acaban de saber si caerá granizo o no (es el precursor de Pseudo-filosofía for dummys,un éxito editorial de cojones).
Nada explica porque la persona más imbécil y menos apta ocupa un cargo o puesto de poder. Porque los peores artistas alcanzan la fama.
Tirad los dados y suerte. Porque si algún dios con diarrea creó el mundo, la mierda aún llueve.
Crucifica al hambriento porque le suda la polla si además le dan por culo. Cuando su cuerpo se pudra irá al cielo como premio a su desdicha y humildad. Siempre llueve sobre mojado (que diría Confucio y cualquier pastor de cabras. Incluso yo mismo).
Se me escapa la risa como a mi virgen del escritorio.
Cura: confieso que cuando veo una cruz, me pica el culo y me dan ganas de suicidar a alguien, a algún pecador sin importancia. Algo banal; pero que desahogue cierta incomodidad que me preocupa.
La blasfemia solo existe para el crédulo y el coño de la virgen está en venta en algún sucio local de Saigón, donde los jubilados follan niños al precio de tercera edad.
Los burdeles asiáticos son cruces que indican algo roñoso.
Los brujos son viejos porque aprendieron con la edad a ganarse las gallinas sin trabajar. La vejez no es sabiduría, es un cúmulo de trucos para ganar mucho trabajando poco.
La sabiduría de los ancianos está sobrevalorada, solo son ingeniosos a veces. Lo que comúnmente se conoce como listillo.
La religión es vieja y producto de la envidia: “Es pecattum ser mejor que yo, vanidosus” (diría el viejo).
La religión es vieja, ergo…
La envidia es el gen común de todos los humanos, algún mono hijoputa fue demasiado fuerte (Darwin tenía razón).
Es tan fácil la teología cuando no hay misterio alguno de un parto virginal… O de un esquizofrénico que se cree una santísima trinidad de cerebro podrido.
El hambre adquiere importancia cuando se multiplican panes y peces que nadie puede disfrutar. Y yo sigo pensando que la cruz está clavada a los pies de un rimero de mierda en el monte del Cagódromo.
Menesterosos que cagáis, limpiaos con nopal sin limpiar, os mortificará y os hará acreedores de más felicidad en el paraíso de los tontos.
Perdóneme viejo porque he follado más que usted y sin pagar. ¿Quiere que le enseñe antes de morir la verdad que su religión esconde? ¿Me quiere dar algún consejo que yo no sepa ya, aunque sea más joven que tú?
Dos palos cruzados… Mejor tiro los dados y luego me toco hasta que mi pene se haga del tamaño de la cruz del nazareno esperando que me jodan de nuevo.
Me gusta lo resbaladizo de mi glande, me disgustan las astillas de una cruz mal hecha. Prefiero el chile en el culo ajeno, sinceramente.
Soy el infecto sacerdote de los Dos Palos Cruzados.
Aunque no busco discípulos, mi religión es solo mía, no quiero que ningún iluminado la tergiverse. No quiero millones de estúpidos con el culo mirando al cielo y en el ano un crucifijo. Eso no es calvario, es adocenamiento.
Quiero que ella se confiese: como se toca, como sus piernas se separan y deja una reguero de humedad en la sábana y sus dedos descubren un clítoris duro al que le importa nada el hambre, la pobreza, la enfermedad y la santidad. Quiero que me lo confiese arrodillada ante mí, aunque no la entienda bien. De hecho, no quiero entender nada, solo eyacular en un lugar cálido y húmedo.
Ved viejos y religiosos la verdad absoluta y el premio que nadie valora: la erección por encima de todas las cosas, de todos los dolores, de todas las moralidades y éticas. Mi proteínico pene hace olvidar la desgracia y la maldad que hay en el mundo.
Al menos hace más llevadera la enfermedad. ¿A quién no le han regalado una revista pornográfica mientras se recupera en el hospital de una operación (a moi sí que se la han regalado y juro que durante tres minutos apenas he pensado en la infección que me mataba).
Dos palos cruzados…
Ahora hay más diseño gráfico, se pueden hacer cruces con todo tipo de cosas duras. Y cuando digo duras, me refiero a cosas sexuales.
También se pueden hacer con metales cortantes, con zanahorias y pepinos.
Las cruces son tan vulgares, hay tantas…
Tampoco soy demasiado exigente, no soy artista plástico. Mejor cruzaré dos palos, es sencillo y rápido. Mi religión no es complicada.
Que su boca se confiese ante mí y yo diré donde le plantaré un palo como señal de penitencia. De gozosa penitencia.
Perdóneme cura porque soy sucio… ¡Ja!
La Santa Congregación de los Dos Palos Cruzados, es benévola y propugna el placer en vida. El mío y el de ella, no se admiten más adeptos.
Buscaos vuestros palos y cruzadlos si aún tenéis imaginación.
Amén.


Iconoclasta

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11 de noviembre de 2011

Castigando la lascivia


Contiene entre las uñas la lujuria.
Busca un placer que nadie otorga y sus pechos están henchidos de la más dolorosa sed.
Ojalá mi glande fuera herido por sus uñas de negra laca, que mi pene sea aplastado y herniado por esos pechos heridos.
Que mi lengua de paz a sus pezones erizados de púas de lascivia.
Que mi semen sea la lujuria incontenida.
Que sus pechos maltratados formen el canal de la más incontenible lujuria blanca.
Oscuros pezones, blanco semen… Un damero pornográfico.



Iconoclasta
Por y para Aragggón.
Modelo: Aragggón.



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10 de noviembre de 2011

Dulce desidia



Tal vez mi reina está cansada, tal vez sea el bendito desfallecimiento tras la escalada al placer.
O el descenso… No sé donde se encuentran los polos, ni el sol, ni la tierra cuando mi semen empapa mi pubis o el de ella.
Solo me guía su cuello indefenso y vulnerable, una vena que late potente y tranquila.
Son mi cénit sus labios de pura carne suave y tierna, congelados en un suspiro.
Hay quien se siente Dios por su poder, otros por su sabiduría, otros por su bondad.
Yo no, yo soy Dios porque congelo el más bello instante.
Yo soy su Divino Objetivo, embotado de sangre que palpita aún furiosa ante su visión.
Quisiera ser su dulce desidia.
Y soy su obscena fatiga.



Iconoclasta
Para y por Aragggón.
Modelo: Aragggón.


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9 de noviembre de 2011

Tentación



No hay nada elegido al azar. Cada gen, cada trozo de piel y cada cabello han sido diseñados por algo o alguien no-humano con una concepción desmesurada y alienígena de la provocación.
Alguien la programó para que la tela negra que cubre sus pechos, resbalara por su piel y mis humanos ojos asistieran a un eterno discurrir del deseo.
No tengo alma, la he vendido por ella.
Su piel es blanca y repele el negro encaje, provoca la destrucción de la tela por manos y bocas colapsadas y crispadas de una tentación ya delictiva.
No sé distinguir la imperceptible frontera entre la desesperación y la tentación.
Solo sé que soy un bálano herido de lujuria del que cuelga una gota densa sin llegar a desprenderse nunca.
Ella es mi tentación, y mi tortuosa gota que busca su blanca piel para extenderse.
Para evaporarse.


Iconoclasta
Por y para Aragggón.
Modelo: Aragggón.


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8 de noviembre de 2011

Sin piedad



No hay descanso, se acabó la chica buena.
El cabello está alborotado de deseo. Es hembra en celo, no reproductora. Predadora de deseos y voluntades.
Seré su alimento sin poder evitarlo. Sin quererlo…
Bellísima en su agresividad, como mantis religiosa de implacable mirada, es trama y trampa de cuerpo lujurioso. Es pura selección natural en lucha cruenta por un placer.
Vive en la cima de la cadena alimentaria, yo soy su alimento.
Soy víctima de la más terrible hipnosis del mundo animal, alimento entre su piel. Un pene amputado en lo profundo de su sexo ávido.
Ella sin piedad, yo sin opción.
Sin perdón.



Iconoclasta
Por y para Aragggón.
Modelo: Aragggón.

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1 de noviembre de 2011

Escribir sin música


Envidio a los cantantes: lo que sienten lo convierten en un placer melódico que proporciona deleite a los sentidos.
Pueden cantar de lo horrible de la soledad o de la plenitud del amor, cantan de celos y muerte. Y transmiten una pena y un placer; provocan que el cuerpo de extraños a sus sentimientos se meza en una hipnótica cadencia. Y se apropian de los sentimientos del cantante para hacerlos suyos.
Usurpan maravillas y miserias ajenas para bailar al son de la paranoia de un autor.
Cierro los dedos en un puñado de cristales rotos y no consigo arrancar ni un gemido a mis labios.
Estoy vacío.
Quisiera crear una música que hiciera sangrar los puños de extraños, que los apretaran fuertemente en un tormento del que no puedan librarse. Así de potente.
Así de eficaz.
¡Tachán, tachán!
Estoy acabado.
No tengo imaginación, no tengo habilidad y lo que hay en mi cerebro es lo que plasmo en el papel: basura.
Yo no puedo hablar de melancolía y provocar que el lector cierre los ojos y se deje llevar por un cadencioso ritmo. Cuento de añoranzas de tiempos de inocencia y de ilusión; pero el universo se queda mudo y mis letras vagan sin ánimo, con la sinuosidad de una víbora convertidas en luz por el espacio.
De pequeño era especial, podía llegar a cualquier parte. Era fuerte y lo sabía todo. No moriría. Me la metieron hasta hacerme sangrar.
Y se repite la historia con la cadencia de una música que no es. No hay banda sonora para el cerebro podrido.
La luz se transmite en línea recta en todas direcciones en el espacio. Mis letras se arrastran desgastándose por estériles asteroides sin que nadie mueva un solo dedo con el chirrido del alma haciéndose pedazos.
Tal vez sea mi voluntad, tal vez después de tantos años por fin soy isla. Por fin no interfiero ni me interfieren con melodías que antes provocaban que me retorciera con emociones que ya no recuerdo. Con notas que no puedo reproducir en mi mente pobre y escasa.
Sin embargo, siento como un dolor el silencio de mis letras, siento que la obra no está como debiera. No me mueve, no me provoca movimiento involuntario en el cuerpo.
Mis dos manos eran dos luchadores encarnando el bien y el mal. Peleaban entre ellas sentado en el inodoro, y yo tarareaba algo ¿qué era? Ahora las miro y son solo manos, ya no hay magia. Mis padres eran dioses, ahora son humanos, tanto como yo; ya no tienen poder para conjurar el miedo por las noches. Pobres padres que ya no son lo importantes que un día fueron.
Me avergüenzo de haber jugado con mis manos, de haber creído que eran héroes y villanos. Perdí el tiempo.
Escribo de cosas pasadas, del cariño de un padre muerto, de una infancia ya lejana, del candor. Y no hay música. Solo sangre que corre veloz por mis venas, como si quisiera huir de mí. El corazón, el muy cerdo, late con más fuerza para que se forme hemorragia en los poros de la piel.
Me acuerdo de canciones que me hicieron sentir feliz, que tarareaba con amigos como si de himnos de camaradería y alegría se tratara. No sirvió de nada, de mis letras sale un silencio vergonzoso. No pude aprender nada.
Nadie baila, nadie se mueve con mi letras mudas.
Un disparo en la cabeza, una fuente de sangre mana en la sien derecha.
Sangre que se avergüenza de si misma. Solo hay un sonido, y es el del fin. No puedo sonreír o llorar cantando mi vergüenza. Mi fracaso.
No es música la sangre que mana a presión.
No hay registro de emociones.
Mi sangre me quiere dejar porque mi angustia no aporta música. Mi sangre está triste. Mi sangre está quieta. No entorna los ojos de nadie soñando y creando una mirada ilusa y húmeda. No hay un ritmo que provoque un distraído movimiento de pies o cabeza.
Me falta armonía y arte para hacer una obra que transmita algo a quien sea.
Mis ideas son la letra pequeña de una noticia en un periódico que se lee sin pena ni gloria.
Que provoca un bostezo.
Que me deja solo con mi palidez.
Aburro a mi sangre y a mi corazón. Le robo calor a los cuerpos con toda esta mediocridad. Los dejo tibios, ni calientes ni fríos.
A temperatura ambiente.
Los cadáveres parecen fríos; pero todo depende de la época del año en el que están. Independientemente de una melodía.
Un réquiem siempre va bien para ellos, es oportuno.
Debería meterme un catéter por el culo, una larga aguja que saliera por la boca y con el rasgar de las entrañas provocar un sonido.
Alguien baila y otros lloran ante la potente emoción de una canción. Me corroe la envidia.
Mis letras caen pesadas en el papel sin un solo sonido. Ni siquiera se puede hacer nadie una idea del ruido de mi respiración rítmicamente enfisematosa que producen mis pulmones abrasados por miles de cigarrillos ansiosos y amusicales.
Siempre supe que de mi sangre no podría sacar un solo ritmo. Siempre conocí mi incapacidad para provocar emociones. De pequeño no entendía estas cosas. Ahora las entiendo como mi fracaso. Debería haber sido menos inocente.
Soy un fallo, una genética defectuosa para un cerebro con deseos de hacer sentir. Mi mente no puede enlazar dos notas. No puede imaginar los tonos.
Solo puede describir aislamiento y un resentimiento hacia lo humano que desanima a mi propia piel.
Leer mis palabras es desear tirar a la basura el papel y hacer funcionar el estéreo. Yo también deseo colocar un CD de mierda y que suene la música, que ahogue mi pensamiento arrítmico. Que se emborronen las letras.
Cada ser vivo tiene una música; pero yo carezco de ella. No soy permeable a ciertas frecuencias. O dejé de serlo en algún momento, en el instante mismo en que supe lo que era y lo que me esperaba. En ese mismo instante un piano cayó veloz y mortífero desde un quinto piso de altura y sus cuerdas al saltar, cortaron mis emociones.
Las teclas muertas del piano ya no hacían música.
El alma se puede romper en pedazos, lo supe. Lo sentí. Dolió la verdad.
Y como siempre, la verdad es algo que se escupe a la cara con rabia, la verdad es una bofetada que hiere, la verdad es un redoble de tambores que destroza los tímpanos. La verdad arruina la ilusión. La verdad ni siquiera necesita música para impactar. Es demoledora.
Vamos Maestro, enséñeme su secreto, dígame como ponerle música a esta mierda de vida. Dígame cual es la presión justa en el gatillo, el calibre acertado para que acabe todo pronto con un rítmico estampido y lo rojo de la sangre sea un videoclip acorde con toda la pena y la añoranza. Con todos los resentimientos acumulados en medio siglo de vida.
Que alguien baile al son de mis letras.
Porque el réquiem en mi funeral no es mi música, jamás lo oiré.
Es el gusto de otros, es algo aleatorio. Sin voluntad mía.
Y estoy cansado de escuchar músicas que no son mías, que nunca lo fueron.



Iconoclasta

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26 de octubre de 2011

El destino de las almas


¡Qué mierda! Aún recuerdo con vergüenza, la ilusión con la que esperaba un cuerpo para nacer cuando era una simple alma.
Nuestro destino no es cuestión del destino, ni de los jodidos designios de un ser superior. Y si fuera el caso, ese dios o ese destino, serían idiotas.
La cosa funciona así:
Eres una suave bolita de nube, algo de materia pulsando como una estrella en un lugar que no hace frío ni calor, ni es oscuro ni luminoso.
Algo completamente insípido y aséptico.
Y hay miles y miles de bolitas botando nerviosas que dicen continuamente: ble, ble, ble. Como si de una congregación de deficientes mentales se tratara.
Todas las bolitas avanzamos como borregos hacia adelante (es por concretar alguna dirección en ese estúpido limbo). Felices y nerviosos (deberían proporcionar tabaco, las almas no padecen cáncer).
Y como somos tantas bolitas diciendo todas la misma estupidez y tan apretujadas las unas con las otras, apenas se puede reaccionar cuando te ves al borde de un tobogán que parece un precipicio del tamaño de las cataratas del Niágara.
Todos los subnormales que hay detrás te empujan con su imbécil: ble, ble, ble.
Y quieras o no, caes por el cochino tobogán.
Hay un letrero en la rampa de aceleración que dice:
Todo aquel que caiga al vacío, que salta la baranda de protección, nacerá en un bebé muerto.
Es jodido, porque después de toda la espera y los apretujones, te encuentras dentro del cuerpo de un bebé muerto al nacer, y tienes que volver a iniciar el ciclo: vuelve a ese jodido limbo y haz cola con una caterva multitudinaria de vulgares pelotas de materia anímica.
Después de tres horas de resbalar a match seis por la sucia superficie de ese tobogán y cuando ya te has hecho a la idea de que estás muerto o permanecerás en estado de velocidad supersónica durante toda la eternidad, sin darte tiempo a reaccionar el tobogán se divide en dos: Buena vida y Asco de vida.
Vamos a ver: no es justo, porque cuando por ese tobogán de un par de metros de ancho, bajan contigo otras cinco mil almas más, no tienes tiempo de mierda para elegir lo que quieres y el subnormal que llevas al lado, que no sabe decir bien: ble, ble, ble, se va por la buena vida (es un hecho que todos los idiotas tienen suerte) y yo arañando la baranda y clavando las uñas con un ruido que erizaría los pelos del coño a vuestra madre, me deslizo hacia Asco de vida pensando ya en la cantidad de idiotas y subnormales con los que me voy a encontrar, así es como funciona esta mierda de sorteo.
Y todo esto a una velocidad que encogería los testículos de un toro hasta parecer canicas.
Bajando veloz por mi destino, me voy haciendo ya a la idea de lo que es “asco de vida” y con cierto fatalismo, lo único que quiero es acabar ya esa vertiginosa carrera hacia lo que será una vida sin ningún tipo de alegría.
Aunque no estoy seguro, porque junto con los que se han venido conmigo (alguno voluntariamente, me consta), los hay que hacen imbecilidades como dar botecitos más altos y luego hacer dos saltos mortales con ble, ble, ble de retrasado incluido.
Yo tengo mucha más clase y durante el trayecto, he podido tirar a dos tarados por la baranda del tobogán al vacío. Que se jodan; nacerán en cuerpos muertos y soportarán los llantos del padre, la madre, los abuelos y la puta que los parió al ver a su pequeñín azulado por falta de oxígeno y tendrán que volver a repetir la historia.
Ellos me gritan: Ble, ble, ble (pedazo de cabrón) y a mí me la pela.
Siempre te sorprenden, desde que eres alma, te sorprenden para mal y cuando piensas que ya nada puede empeorar el tobogán se divide en dos de nuevo; algún hijoputa no debía tener muy clara la velocidad de deslizamiento, porque el letrero de aviso lo colocan a escasos dos kilómetros de la bifurcación y a velocidad de seis match, significa que tienes menos de un parpadeo de tiempo para dar codazos, mutilar y asesinar a los que sean necesarios para elegir el lado que te apetece.
Las dos opciones a elegir si puedes son: Inteligentes e Idiotas.
Juro que en esos milisegundos que tuve para pensar me dije: Asco de vida e idiota es algo congruente, todo puede salir bien en ese caso. Es jodido ser inteligente si te toca vivir un Asco de vida. Con mi ágil razonamiento empujé a quince bolitas hacia la izquierda para ser idiota con decisión y valentía; pero por un segundo ese lado se atascó y comencé a friccionar entre millones y millones de bolitas que querían ser idiotas y ni clavando los dientes en el metal, conseguí hacerme sitio y me precipité hacia inteligentes, por el lado derecho y derecho a una vida de infierno.
Durante tres horas me vi solo por el tobogán hasta que me adelantaron tres bolitas, que bajaban dándose impulso diciendo: Ble, ble, ble, ble (que chachi es ser inteligente en un Asco de vida, sacaremos una pasta entre los idiotas, vamos a montar un cártel de drogas, putas y juegos). Uno de ellos, el más veloz, calló fuera del tobogán.
Los otros se reían como si pertenecieran a una familia de montañeses endogámicos: ble, ble, ble…
Seguí mi descenso ya con sumo aburrimiento y pensaba ya en saltar la baranda de protección y empezar de nuevo (en vista la mierda que me esperaba) cuando el tobogán se bifurcó de nuevo:
Suertudos u Obreros.
Sólo bajaba con seiscientos mil compañeros, había espacio y tiempo para elegir Suertudos; pero los asquerosos de mantenimiento, habían cerrado esa rama porque se había desgastado el metal y todos caían al vacío. Nos paramos todas las almas y quedamos atascadas frente a la valla que anunciaba Suertudos.
Me cago en dios… Todos fuimos a obreros a pesar de que decíamos que podíamos esperar los años que hicieran falta para que repararan el suelo de esa rampa, resulta que alguien hizo vibrar el tobogán y le dio más inclinación y continuamos nuestra supersónica carrera, ahora hacia Obreros.
Yo pensaba que tal como estaban las cosas, la próxima bifurcación sería de Espalda Bífida o Síndrome de Down.
Pero no, tuvimos suerte y la desviación indicaba: Salud o Cáncer.
Yo ya estaba hasta la mismísima polla de aquello, así que cuando vi la multitud que se desviaban hacia Salud, sentí como un poco de asco, y me dejé deslizar por Cáncer.
Y por fin nací de una puta vez y dejé de irritarme el culo por aquella mierda de tobogán.
Designios del señor y toda esa mierda…
Me vi de golpe arrastrando mis orejas por un coño enorme que estaba peligrosamente cerca del culo, el que se suponía que era mi padre estaba filmando con una cámara de video y mi madre gritando: “esto me pasa por puta, y tú cabrón deja de filmar, que se te caiga la polla a trozos, violador”.
Precioso.
Las delicadas manos del médico, me tiraron de la mandíbula con fuerza y pensé que me dejaría parapléjico al nacer. Pero no, me metió un dedo en el culo por equivocación y me puse a llorar.
En realidad lloraba de rabia, de ira. Me daba mucho coraje haber nacido en un asco de vida, inteligente, obrero y con cáncer.
Es injusto.
Y así es como me encontré en medio de una familia de tarados.
Una familia con dos hermanitos, el mayor tenía tres años más que yo y era un triunfador, se veía en el brillo de sus ojos. Y una hermanita un año mayor que yo. Por lo visto, los subnormales de mi papá y mamá no llevaban bien el asunto del follar y la zorra de mi madre casi se pasa un año y medio embarazada de una sentada.
Así empezó mi vida con cuerpo.
Como alma era muy cándida; pero cuando me acoplé a aquel cerebro, mis buenos y malos instintos se desataron como un torrente imparable de emociones y deseos. De miedos y decisiones.
Y aunque con poca suerte, pude abrirme camino en la vida evitando algunas humillaciones, aunque claro, no todas. Dijéramos que no pude evitar ni una cuarta parte de todas a las que me vi sometido.
Había momentos, cuando contaba con unos meses de vida, en los que cerraba los ojos y aún sentía el vértigo de la velocidad por la que me precipitaba por aquel tobogán. Y junto con el humo de los cigarros que mi padre me tiraba a la cara, entraba en una dulce narcosis soñando con bolitas de color amarillo zambulléndose en una piscina llena de sangre.
Delicioso.
Cuando ya conoces tu destino, no en detalle, sino a grandes rasgos, te importa unos céntimos de euro esas cosas de ética y moralidad.
Y el tobogán podía ser divertido, emocionante; pero cuando me deslizaba por él, sentía en mi pequeño ser de bolita, toda la verdad del universo. Y yo me sentía ble, ble, ble…
Crecí con bastante normalidad, aunque al año, mi padre borracho me quemó alguna vez los genitales con sus cigarrillos y mi madre me dejó más de un día sin comer porque se gastaba el dinero en las máquinas tragaperras. A pesar de ello, a los tres años ya era un niño espabilado.
Y nunca olvidé mi forma de expresarme primigenia: ble, ble, ble.
A mi hermano mayor le pregunté como le había ido en el sorteo del destino; me miró de forma extraña, me dio una bofetada y me llamó imbécil.
Intenté sondear a mi hermana sobre el mismo tema y díjome la muy puta con cuatro años.
—Te lo digo si me enseñas el pito.
Le enseñé el pito, me lo acarició y me dijo que las únicas bolitas que había visto, eran las pelotas de nuestro padre cuando se ducha.
Y concluí que solo yo era capaz de recordar esas cosas.
Mi hermano mayor era de los suertudos, siempre ganaba cosas en las rifas del colegio, sus exámenes eran brillantes. Y sabiéndose superior a mí, me convirtió en su esclavo: le hacía la compra, las copias, los deberes más sencillos y limpiaba la habitación porque la zorra de mi madre no daba un palo al agua. Yo no sacaba nada a cambio, me conformaba con que no me pegara demasiado fuerte.
Esperaba impaciente a crecer un poco más. Yo tenía ya doce años y sacaba los estudios adelante con mucho esfuerzo y con resultados muy humildes. Suficiente en todos los aspectos.
Mi hermana con trece años ya tenía unas buenas tetas y usaba tangas minúsculos, cuando le llegó su primera menstruación, me enseñó sin pudor sus bragas manchadas y gocé de una buena erección.
Era consciente de que un día u otro me atacaría el cáncer, y desarrollé una prematura actividad sexual.
Mi hermanita era la más idiota y sus hormonas dictaban sus actos y emociones. A través de la rendija de la puerta de la habitación de mis padres, pude ver como mi papá borracho y mi madre depresiva la obligaron a desnudarse. Mi padre se rozó el pene por sus puntiagudas tetas hasta correrse. Mi madre se masturbaba frotándose furiosa su oscuro coño.
Aquella fue la mejor de mis pajas.
Mi hermano con quince años, ya daba clases de refuerzo a niños más pequeños e incluso ganó algún premio como escritor. Como sabía que nuestros padres eran unos cerdos, atesoraba a escondidas su dinero para un día largarse de casa. Yo sabía en que parte del fondo del armario escondía el dinero.
Con veinte euros que le robé, le compré a mi hermana mi primera follada, contaba con trece años.
Me sentí dios dentro de aquel coño, cuando mi aún mediano pene entró en aquella suave cueva de carne, mis testículos bulleron y me salió un chorro de leche que creí que me deshidrataría, nada comparado con las pajas que me hacía en solitario. Mi hermana dijo no disfrutar y tras darme unos besitos, me obligó a hacerlo bien.
Chillaba como una rata mientras se corría.
Unos meses más adelante, comprendí que no sangró porque mi padre ya la había estrenado, yo aún tenía la candidez propia de las almas puras… Esperaba poder ser el primero en romper su himen, ya que sus tetas habían sido suficientemente sobadas y regadas. Ella ya tenía catorce y era toda una mujer.
Contaba con quince años cuando ya había superado la secundaria y en lugar de inscribirme en la universidad (sabía que no era tan inteligente como mi hermano) me inscribí en un módulo profesional de mecánica de automoción. Mientras mi hermano estudiaba su carrera de ingeniería con becas (nuestros padres apenas aportaban lo justo para darnos algo de comer y pagar sus vicios) y la casa se deshacía en humedad y mierda, yo encontré trabajo clandestino en un taller mecánico del barrio y cuando salía de clase me metía bajo los motores para aflojar el tapón del cárter y vaciar de aceite el motor, al dueño le parecía sucio hacer ese trabajo y me pagaba una mierda por ello; pero suficiente para mis gastos.
Aprendía en la escuela y en el taller. A los diecinueve ya era un buen operario, con un sueldo vulgar; pero mayor que lo ganaba mi padre como basurero.
Mi hermano me humillaba con sus sarcasmos sobre mi trabajo y me explicaba los grandes triunfos que le esperaban y la porquería que yo ganaba. Yo ya tenía mi coche, una porquería de utilitario cochambroso; pero él iba en tren a la universidad, lo que ganaba con sus pequeños trapicheos de escritor no llegaba a mi sueldo.
Un día, me pidió que lo llevara a la universidad, a unos veinte kilómetros de casa, se había despertado tarde y había perdido el tren. Me desvíe por una senda de tractores en una pequeña loma y le acuchillé los ojos con un destornillador hasta que murió. Lo senté en el asiento del conductor, regué el interior del coche con gasolina y lo precipité montaña abajo tras tirar una cerilla encendida en el interior.
He de reconocer que soy un indeseable, ble, ble… Pero con la vida que me tocó vivir, se me podía pasar por alto se detalle.
Andando hasta la estación volví a casa en tren y denuncié el robo del coche.
La policía es idiota y no tiene ganas de complicarse, y menos con una familia de idiotas como era la nuestra.
Mis padres, borrachos ya los dos, soltaron algunas lágrimas en el entierro y mi hermana colocada con maría y ácido, se reía como una estúpida. Su sangre estaba podrida por alguna infección. Se había quedado en cuarenta kilos y bien podría ser la modelo de una campaña en contra de la anorexia. O a favor, las modas cambian.
Se la encontraron muerta cuando contaba con veinticinco años en un descampado de drogadictos, estaba desnuda de cintura para abajo y había sido violada. Había muerto de sobredosis (y no de polla) y hemorragia, a juzgar por los cortes en las tetas, el cuello y el vientre.
A mí me daba igual, desde que empecé a ganar dinero no la follé más, ya que me daban asco sus amistades y por tanto, lo que había en su coño. Yo estaba limpio, con un trabajo de mierda, con unos padres a los que deseaba matar con todas mis fuerzas y a la espera de contraer un cáncer de cualquier tipo.
Empecé a fumar a los catorce años, y cuando contaba con veinticinco, me fumaba tres cajetillas diarias. Sesenta cigarros no está mal, era muy macho.
Tenía que darme prisa en hacer lo que me apeteciera, ya que el tiempo corría en contra. Aquel “ble,ble, ble del destino” (puto tobogán en español, en el original) no era ninguna broma y todo se cumplía como en un plan elaborado por algún dios mierdoso.
Había momentos en los que sentía envidia de los que se deslizaron por el lado bueno; pero cuando pensé en mi hermano, ejemplo vivo de perfección, me convencí para consolarme, de que no todos tenían idéntica buena suerte. Yo era el factor crítico y eso me gustaba.
Aún conservaba parte de mi candor de alma y buscaba entre la gente a alguien que se acordara de que un día fue una bolita de nube.
—¿Ble, ble, ble? —le pregunté a un hombre con el cabello castaño hasta los hombros, con ojos color miel y una mirada bondadosa, lucía barba también castaña y vestía túnica y sandalias. En cada una de las palmas de sus manos había un agujero.
Me era muy familiar el mendigo.
Se encontraba recogiendo cartones de un contenedor que olía a huevos podridos.
Me ilusioné como cuando era un alma cándida, una bolita de energía suave y sedosa, cuando lo oí hablar.
—Ble, ble, ble bleble ¿ble? (Qué putada de toboggan ¿eh? —me respondió antes de convertirse en paloma y salir volando.
Me cagué en dios dándole una patada a una botella de vidrio que al romperse una esquirla me reventó un ojo.
Me favorece el parche negro, y para lo que me queda de vida, con un solo ojo tengo suficiente.
Mi padre murió de cirrosis cuando cumplí los veintinueve. Yo le compraba botellas de vodka a las que añadía una jeringuilla de alcohol etílico; poca cosa; pero lo suficiente para que al perro le hiciera mucho daño y más rápido. Me daba un gran placer ver morir a los que me habían tocado como familia en el “asco de vida”. Por lo menos había sacado algo de inteligencia para ello.
Había conseguido un estudio de alquiler por muy poco dinero al mes, era un sótano sin ventilación y siempre vivía en una permanente nube de humo de tabaco. Por fin perdí a mi madre de vista. Se había engordado, y en sus piernas aparecieron profundas llagas llenas de pus que tenían que curarle cada dos días con apósitos especiales. Tenía más azúcar en la sangre que el café que yo endulzaba con siete cucharadas.
Hace ya cuatro meses que la visité en casa, le llevé pastelitos de chocolate y nata para que le subiera el índice de glucosa en sangre y cuando se quedó dormida la ballena, coloqué el calefactor pegado a las sábanas de su cama y rompí la goma de la bombona de gas.
Todos concluyeron que era un final lógico para la gorda asquerosa y para la familia del piso de arriba, que bajó con todos los escombros hasta la planta baja.
Nunca he sentido remordimientos, al final no soy el culpable, si lo piensas bien, es una cuestión de mala suerte mía, yo soy el que la ha padecido. Los otros no me importan, ellos también fueron bolitas y posiblemente tuvieron más suerte que yo.
Este es el resumen de mi vida, y el valioso testimonio de cómo funciona el cuento de las almas y su destino.
Es solo una simple y puta lotería y como siempre, cuanto más idiota eres, más suerte tienes.
Ble, ble, ble…
Y por lo que respecta al cáncer, todo va bien. Fumo mis tres cajetillas de cigarros, me alimento de fritos y grasas, hago pesas para tener mayor masa muscular y follar con más facilidad a las idiotas niñatas sin pagar ni un centavo y tengo con ello el sobrepeso ideal.
Acabo de escupir mi primera bocanada de sangre que ha salido con un acceso de tos. Me duele horrores la espalda, por debajo de las costillas. Es un dolor punzante, como si tuviera una llaga profunda.
Sé que es cáncer de pulmón, leo mucho.
Me enciendo un cigarro sin miedo alguno, he llegado al final.
No sé si suicidarme ahora mismo, o dejar que la enfermedad me haga sufrir y con ello provocar más gasto y molestias al personal sanitario.
Prefiero joderme aquí un rato más que volver a bajar por la repugnante rampa del destino otra vez.
Lo que me jode, es que estuve demasiado tiempo bajando por aquel puto tobogán para vivir unos segundos.
Desde luego, no soy un alma con suerte.
Cuando mi cuerpo escupa ya la última gota de sangre y los pulmones negros asomen por la boca, yo saldré como una preciosa bolita peluda y vaporosa, flotando para caer en una gran piscina llena de sangre serena y cálida.
Eso me gustaría.
No quiero vivir más; pero las bolitas de alma no mueren, vuelven siempre arriba. Flotamos como globitos hacia un lugar abarrotado de bles, bles, bles.
Ahora que conozco la posición de las bifurcaciones, me colocaré en los lugares adecuados con tiempo.
Aunque los subnormales de los de mantenimiento, seguramente habrán cambiado los letreros. Fijo.
¡Qué asco de vida!
Ble, ble, ble…




Iconoclasta


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