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13 de agosto de 2011

Un muerto y un cínico



Entran marido y esposa en el tanatorio, el tío de la mujer ha muerto tras seis meses de cáncer de estómago.
El marido camina quedándose atrás, es lento caminando y más cuando no se siente especialmente afectado por la muerte de alguien.
Tiene ganas de fumar apenas ha cruzado la puerta del teatro de los plañideros (aunque puede reconocer que alguien llora por verdadero amor a su o sus muertos).
La familia se encuentra. La esposa habla con todos y especialmente con los hijos del muerto. Hablan tanto que siente dolor de cabeza y no quiere estar ahí, es aburrido, es más de lo mismo.
El marido se apoya en una pared y prefiere evitarse el espectáculo de: a ver quien llora más y quien ama más al muerto que nadie.
En los tanatorios las paredes suelen estar revestidas de mármol. Es bueno porque alivia el calor. No es por otra cosa, porque los muertos tienen una toma de aire acondicionado directa para que no se pudran ante los ojos de quienes le lloran con demasiada rapidez. La espalda del hombre cínico agradece esa frialdad aunque sea mortal. Piensa que él también puede matar, es un derecho que todos tenemos.
El hombre, apoyado en una pared de la sala de duelos, espera que se estropee el aire acondicionado. Se sonríe y recuerda que ha de fumar.
Se dirige a la salida y procura pasar lejos del corrillo donde su mujer habla y habla con los ojos rojos. Piensa el cínico que tal vez algo quería a su tío, todo puede ocurrir.
La mujer lo intercepta y lo llama.
—Ahí está mi tía, salúdala, por favor —le dice en voz baja, confidencialmente.
No responde y con malos modos da media vuelta para dirigirse a la reciente viuda.
—La acompaño en el sentimiento.
—Gracias, él te apreciaba mucho.
“Y una mierda”, piensa el hombre cínico. A ese hombre solo lo vio tres veces en veinte años y le parecía un patán de esos que se pasan toda la puta vida trabajando en su casa para sentarse por las noches a ver su mierda de televisión super-grande bebiendo cerveza barata. Un mediocre sin más importancia. Mueren muchos de ellos.
—Si quieres puedes pasar a verlo, lo han dejado muy guapo.
—Con su permiso —respondió entrando en el velatorio.
El ataúd era de madera clara y ocupaba casi todo el estrecho habitáculo. Un candelabro de pie en cada esquina de la habitación perfumaba el ambiente muy frío con unos cirios blancos y ya casi agotados.
La luz fría de un fluorescente empotrado en el techo no aportaba demasiada calidez y dificultaba la visión de las tres personas más que rezaban ante el ataúd.
No les saludó.
Cuando se asomó por encima del ataúd, pudo apreciar que había una tapa de zinc con una mirilla de vidrio sucio que dejaba ver la cara del muerto. Tampoco era algo que le emocionara mucho observar la cara de un muerto; pero ya que estaba allí no se iba a ir con la curiosidad.
Casi da un silbido al ver el rostro del muerto. Era un hombre de cincuenta y nueve años y parecía tener ochenta.
Lo conoció cuando pesaba más de cien kilos. Y algo más pesaba un año atrás cuando se lo encontró en la calle y se saludaron. Aquel rostro era de un tipo que se había quedado en cincuenta kilos. El cuello de la camisa permitía el paso de un puño entre la tela y la nuez. El cáncer lo había consumido como si fuera tabaco seco.
Un reflejo no le dejaba observar con detalle la cara e hizo pantalla con las manos: la boca se había hecho enorme, la nariz espantosamente grande y las orejas parecían pequeñas sábanas. Sus dientes asomaban por entre los labios arrugados y algo le decía que en el momento que sacaran la tapa de zinc, los operarios irían bien preparados con unas buenas mascarillas.
Una mujer joven lo miraba casi con admiración, pensaba que estaba diciéndole alguna intimidad al muerto.
El hombre cínico pasó la mano por encima del vidrio para borrar el vaho que había dejado. La mujer que lo observaba sonrió con ternura ante lo que ella creía que era una caricia de despedida. Se acercó a él.
—Yo era muy amiga de su hija y lo conocía desde pequeña. Si gusta, puede dejar una frase en el libro que hay a la entrada.
—Gracias, lo haré.
El hombre cínico salió del velatorio y abrió el libro de condolencias.
Escribió: Serenidad es un buen lugar, nos veremos allí.
No creía en toda esa mierda de la serenidad, el descanso eterno y los encuentros tras la muerte; pero se le daba bien escribir.
Firmó orgulloso de su regalo al muerto y salió con prisa de la sala de duelos para fumar.
Alguien le dijo que lo sentía, él dijo que también sin saber a quién.
“La peña tiene ganas hasta de dar el pésame por el simple gusto de socializar. Qué mierda”, pensó.
A través de las vidrieras podía ver como su esposa hablaba con unos y con otros.
Le hubiera gustado más asistir a la cremación del cadáver, aquello era muy aburrido.


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11 de agosto de 2011

Semen Cristus (12)



—¿María?
—Hola Martín, dime.
—Ya he encontrado un chico. Le he dado tus señas y te llamará esta tarde; pero le he tenido que dar cien euros para que acceda a verte.
—No te preocupes, te los pagaré. ¿Cómo se llama?
—David. Sin familia en la provincia, tiene diecinueve años. No te preocupes, parece un crío; está en los huesos. Y no creo que le quede mucho tiempo de vida. Tiene la sangre tan llena de caballo, que un día le saldrán alas en la espalda y se convertirá en el cabronazo Pegaso.
—Gracias Martín, llámame mañana, te comentaré como ha ido y quedaremos para pagarte los servicios y de paso encargarte algunas cosas.
—Hasta mañana.
María colgó el teléfono sin saber quién o qué era el “cabronazo de Pegaso”.
Se dirigió al cuarto de su hijo decidida a limpiar las manchas de sangre: le dio la vuelta al colchón y metió las sábanas en la lavadora. No hizo nada por el olor a sangre podrida, porque su olfato ya no podía distinguir ese hedor nauseabundo.
Sobre las cinco de la tarde sonó el teléfono.
—¿Señora María?
—Sí, yo misma.
—Soy David. Martín ya le habrá hablado de mí.
—¿Te importaría trabajar en el campo? Se trata de limpiar el establo, cuidar del huerto, limpieza y asuntos domésticos.
—En absoluto, estoy buscando trabajo.
—Bien, pues pásate por aquí mañana, sobre las diez y te mostraré lo que quiero. Eso sí, no te podré pagar más de seiscientos euros al mes. El alojamiento y la comida serán gratis.
David guardó silencio durante una eternidad.
—Me parece bien.
María le dictó la dirección y se despidieron hasta el día siguiente.
A las nueve cuarenta del día siguiente, llamaron al timbre.
María abrió la puerta y se encontró con un hombre famélico, vestía un deshilachado jersey de lana, unos pantalones de loneta sucios y el pelo aplastado y mugriento. Era un chico de ojos oscuros y cejas pobladas. Sus labios gruesos le daban un aire de imbécil, cosa que se confirmaba en cuanto con una voz rasposa y apocada, se presentó.
David nunca había trabajado en el campo; pero podía aprender.
Mientras hablaban sentados ambos en el sofá frente al televisor, el chico se rascaba con insistencia los antebrazos.
A la media hora de charla sudaba copiosamente y dijo encontrarse mal, necesitaba ir al lavabo.
—Puedes inyectarte aquí, no me molesta. Mi hijo lo solía hacer. Ya estoy acostumbrada.
El mono era tan fuerte que David, como respuesta se levantó la pernera del pantalón y sacó un bulto envuelto en plástico que llevaba sujeto al tobillo con una goma elástica.
En medio del silencio y con el rostro bonachón de la jefa observándolo, se inyectó la heroína.
Cuando sus ojos intentaban cerrarse, María posó la mano en su muslo y acabó llevándola hasta los genitales. David, en pleno viaje, dejó escapar un suspiro y cuando María metió la mano por la bragueta y aferró el pene, éste se encontraba duro y palpitante.
La boca cálida de María envolviendo su glande lo sumió aún más en los delirios del caballo y eyaculó en apenas unos segundos. Se quedó dormido durante una hora sin saber que María se masturbaba una y otra vez con el puño cerrado en su pene.
Tampoco sintió como se le inyectaba otra dosis, y tampoco supo que se trataba de hormonas para ganado. Cualquier cosa que entrara en la sangre con una aguja, era buena.
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Era mediodía y habían pasado ya dos días desde que enterró a Semen Cristus. Candela se encontraba en la habitación, tumbada en la cama sin ánimo de salir a la calle, tan solo vestida con unas bragas negras.
Sus muslos bien torneados y firmes se encontraban separados y sus brazos extendidos. En su profunda depresión, soñaba con Semen Cristus y su pene. Le pareció escuchar el zumbido del vibrador cuando se metió los dedos en la vulva y la masajeó primero lentamente. A medida que producía más fluido, su ritmo aceleraba.
—Tírame tu leche, ahógame con ella mi Señor —musitaba entre jadeos.
Fernando entró en casa y escuchó aquellos gemidos ahogados en la habitación de sus padres.
Cuando se acercó a la puerta entornada, vio a su madre masturbarse, se retorcía en la cama con la mano entre las piernas y sus pechos se agitaban espasmódicamente con cada arremetida de placer.
Sintió un fuerte dolor en la base del cráneo, como si en la nuca le hubieran clavado un puñal, intentó ahogar un gemido. Y algo en su mente pareció arder. Fernando se vio como espectador de si mismo, sin miedo. Algo había entrado en su cabeza y gobernaba su cuerpo. Había una paz inmensa y un fulgor blanco que parecía bañarlo y protegerlo. El era luz y la luz le confortaba. Olvidó su cuerpo y se convirtió en ente. En ese mismo instante, con un fogonazo de dolor que no pudo transformar en grito, el único asomo de voluntad se rasgó como un trapo viejo. Su cuerpo no era suyo y su alma era una ceniza al viento rozando las rugosidades de un cerebro joven y fresco. Fernando se convirtió en una presencia ajena a su propio cuerpo.
Se desnudó, su pene parecía una monstruosidad envuelta en venas. El glande estaba tan amoratado e inflamado, que el prepucio parecía cortar el riego sanguíneo.
Entró en la habitación dejando a Cándela atónita con los dedos profundamente metidos en la vulva.
—Ego te absolvo, Candela. Bebe mi semen, toma mi carne. Bésala. Puta, puta, puta... Besa a tu Señor, mama de él y serás conducida al reino del éxtasis. A la vera de Dios Padre. Junto a Jesucristo mi hermano.
Candela sintió el horror de lo imposible, y cuando Semen Cristus se plantó de rodillas en la cama, con el pene encima de su cara, ella abrió la boca y se dejó llenar.
El cuerpo joven y atlético se agitó con el orgasmo y la leche entró en la nariz de Candela, en su boca, rezumó por sus labios y se acarició los pezones con aquella crema divina.
¿Estaba loca? ¿Era aquello realidad?
—No lo dudes, Candela. Semen Cristus no puede morir, soy el Espíritu Santo, soy dios y soy mi hermano Jesucristo. Soy alma y soy materia que vive en cuerpos. Fernando está con nos. El te ama, te espera.
La voz profunda y grave de lo que era su hijo cambió y volvió a ser la misma.
—Mamá, yo estoy bien. El paraíso es inexplicable, es todo luz, es una sonrisa, es un agua cálida que no moja. Cuando sea la voluntad de Dios, nos veremos aquí, mamá. Ama a nuestro Señor. Venéralo.
Y su hijo el que parió, crió y amó; calló.
Para siempre.
Cogió con sus manos el pene de Semen Cristus y limpió cuidadosamente los restos de semen con la lengua.
—Candela, no podemos abandonar nuestra misión ahora. Sé fuerte. Yo te bendigo. Y maldigo a María. Maldigo al impostor que está creando y maldigo a todo aquel que representa una amenaza para mi cometido en la tierra.
Aquel cuerpo no era su hijo; se sentía profundamente aliviada.
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María hablaba con Martín por teléfono.
—Quiero que me traigas diez papelinas de heroína, necesito otra caja de hormonas y cinco gramos de coca. ¡Ah! y tres cajas de Diazepan.
—Dentro de una hora paso por tu casa ¿Qué te ha parecido el chico?
—Estupendo, ya está trabajando para mí. No tardes.
David dormía. El día anterior, tras despertar de su viaje, María le hizo limpiar la casa. Aún no le había enseñado el establo; pero para eso lo necesitaba colocado, muy colocado.
Eran las nueve de la mañana y despertó a David.
—Buenos días, María.
María vestía un camisón transparente que dejaba entrever su cuerpo gordo y celulítico. David no era delicado, y tenía una de las erecciones más fuertes y ardorosas que nunca había experimentado. La mujer miraba directamente la montaña que su pene creaba en la colcha.
Sintió deseos de follar antes que meterse heroína.
—Ven aquí María.
Y a pesar de aquel olor a mierda que la gorda despedía, gozó como nunca lo había hecho. Su eyaculación había sido más intensa y el semen salía con más fuerza y cantidad de lo que recordaba; aunque había practicado algo de sexo en tres años, todo era meterse mierda en el cuerpo y masturbarse.
A los dieciséis abandonó la casa de sus padres a mil kilómetros de allí, para seguir a un colega que le prometía el paraíso más al sur. Y el paraíso no pasó de ser un mero purgatorio donde su vida transcurría en una plácida y sucia semi-inconsciencia.



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10 de agosto de 2011

Una imagen que sangra



Doblo la fotografía, procuro esconder cosas, solo me gusta el saturado cielo azul con nubes de algodón. Es algo puramente casual, un acto de aburrimiento. Una foto en la cartera siempre es motivo de pasatiempo.
Lo mismo hago con las servilletas de papel en los bares; pero la fotografía sangra.
¿Es que no puedo tener un momento relajado?
Es normal que me sangren los oídos y la nariz. Es algo habitual cuando se padece necrosis de los sesos. Que mi sangre moje el pan que como, es algo normal, los bultos en el cerebro hacen esas cosas.
Distraídamente, casualmente la foto también se ha sentido molesta. En una mente podrida estas cosas ocurren.
Creo que no quiero conocer el origen de esa hemorragia imposible.
Todo se estropea y el hermoso cielo se ha convertido en una marea roja que no posee belleza alguna y ensucia mi dedo pulgar.
Muerdo la uña del dedo corazón y tiro de ella. El dolor resta tristeza a la mancha sanguínea.
Y río sin alegría.
Río con pena y con vergüenza; tengo miedo de que mi experimentada y cínica sonrisa se convierta en una lágrima. Solo una porque no lloro demasiado, lo llevo con la misma discreción que si se tratara de las almorranas de un borracho que no quiere reconocer que lo es.
Yo no sé si existe en nosotros una buena y una mala conciencia. Creo que hay una conciencia tranquila y otra inquieta que todo lo quiere saber. La muy curiosa…
A mí me suda la polla saber más o menos, sé todo lo necesario para vivir, no tengo curiosidad alguna, no me interesa demasiado saber porque sangra una puta fotografía.
La conciencia cotilla y chismosa quiere saber porque los dedos han sido manchados de sangre. Exige saber, la muy puta, qué venas se han partido en la imagen.
Porque si hay sangre es que hay vasos capilares seccionados.
Es lógico hasta en el papel fotográfico.
Tengo pavor a desdoblar la foto. Saber no ocupa lugar. Y el dolor tampoco; pero martiriza.
El dolor duele.
Y los idiotas que observan mi sonrisa con curiosidad, que se vayan a tomar por culo. Como si no tuviera bastante con esta sangre. Voy a hacer una foto de todos estos idiotas y luego la doblaré, para que sangren.
Me cago en dios…
Hay un trozo de piel clara entre la sangre y el cielo. Yo diría que es tan clara como la de mi hijo cuando era pequeño.
Sé que es la piel de mi hijo.
Soy un hijo de puta, he hecho daño a lo que un día creé.
No soy un buen padre.
Soy un padre que busca un cielo azul, simplemente algo de aire. No tenía que hacer daño. No pretendía causar lesiones.
Hay idiotas que tratan mal a sus hijos y sus fotos no sangran.
Hoy debe ser el día en el que me han de joder especialmente. Me cago en el día del padre y en el de los idiotas y las fotos sangrantes.
He desdoblado la cuarta parte de la foto y mi hijo sonríe encima de una pequeña bici; yo estoy a su lado.
Yo sólo quería ver el cielo limpio.
Desdoblo la mitad del papel; lo había doblado por la cintura y su pantalón caqui está inundado de sangre. Su sonrisa hermosa permanece impoluta. El cerdo que está a su lado, YO, sonríe también y aunque estoy doblado, no sangro. Me gustaría no ser tan fuerte y tan irrompible y así poder sangrar con mi hijo.
No es justo. No es justo para mí, que mi niño sangre.
Era solo un juego, simplemente pretendía ocultar todo aquello que me preocupa, todo aquello que amo y sentirme libre por unos segundos en un cielo azul. No soy un monstruo, solo era un juego inocente.
Es triste recordar tiempos de amor que ya no volverán, es triste la ternura perdida. La inocencia de unas pequeñas manos que te buscan como si fueras un dios o un superhéroe que todo lo soluciona.
He doblado la realidad para soñar libre por unos segundos. No es pecado mortal. No soy especialmente malvado.
Sentía un tremendo vacío, sólo quería viajar al límpido cielo y no ser nada, no tener conciencia de haber perdido o haber ganado.
No quería hacerle daño, porque si alguien o algo le hace daño a mi hijo, yo me arranco los ojos.
En algún momento lo dejé, pensaba que ya era mayor, que se valía por si mismo.
No me acordaba de la foto en la cartera.
Solo la doblaba para evitar penas, para no llorar la única lágrima.
No respeto semáforos cuando no conduzco un coche, es un acto de rebeldía muy bien estudiado. No tengo matrícula en el culo, no me pueden multar y cruzo la calle cuando y por donde me da la gana.
Solo que esta vez no espero a que no haya coches que se aproximen, es curiosa mi mala suerte. Ahora que necesito tráfico, no hay coches.
Me enciendo un cigarro, el tráfico se ha detenido por un semáforo a medio kilómetro de distancia de aquí; tal vez pueda dar un par de chupadas al cigarro antes de que irrumpa la estampida de acero y colores de mierda.
La foto no deja de sangrar, y se crea un charquito de sangre al lado de mi zapato.
He desdoblado del todo la realidad, pero no hay cura, no hay quien pare esta hemorragia.
Yo buscaba libertad. No soy idiota como la humanidad, sé que no existe la libertad. Era un ensayo banal.
Pues ahora la voy a tener y voy a abandonar este puto mundo de fotografías sangrantes.
A la mierda. Mi hijo me quiere por mucho que la foto se desangre.
El camión se aproxima veloz, es del color rojo de la sangre, siempre me han gustado los coches rojos y nunca he podido tener uno porque la mierda de modelos que he elegido no se fabricaban en rojo.
La cuestión es dar por culo.
Mira por donde que un vehículo rojo me va a proporcionar la paz de una vez por todas.
Qué puta y burlona es la vida.
Segunda chupada al cigarro. Está bueno.
Oculto la foto de mi hijo pequeño sangrando en mi pecho, encima del corazón; como está empapada de sangre se adhiere a mi piel.
Es tibia, me da consuelo al corazón helado.
Me sangra la nariz, el bulto en mi cerebro continúa presionando.
El camión no puede frenar ni yo tampoco, avanzo un paso y mi cara estalla, lo veo todo rojo.



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29 de julio de 2011

Semen Cristus (11)



En el campamento de chabolas los drogadictos hablaban entre si un idioma desconocido, un farfullo solo comprensible para los cerebros hechos papilla. Sentados frente a las ruinosas casas se abrazaban las rodillas balanceándose, intentado contener el ansia por chutarse. El que le vendía las hormonas y otras drogas, suministraba en aquel barrio.
En uno de los callejones sin salida, se encontraba estacionado un Audi negro, y un chico tembloroso de “mono” se encontraba hablando con el conductor. Metió la mano en el interior del coche y la volvió a sacar para meterla enseguida en el bolsillo de la cazadora vaquera. Cuando salió a la calle principal, giró la cabeza a izquierda y derecha y emprendió camino cabizbajo.
El conductor del coche se encendió un cigarrillo.
María se mordía el labio inferior nerviosa dentro de la furgoneta.
Acercó el vehículo al bordillo y estacionó frente al callejón, delante del parachoques del Audi.
El conductor hizo sonar el claxon varias veces con enfado. Gesticulaba con las manos indicándole que aparcara a un lado, no allí delante.
Cuando María bajó de la furgoneta, el hombre dejó de hacer sonar el claxon tras reconocerla.
María, al igual que el yonqui, se agachó para hablar a través de la ventanilla.
El hombre accionó un pulsador en la puerta y la luna bajó rápidamente.
—Hola, Martín.
—Hola María. Menudo susto me has dado. No sabía si eras una poli o un mugriento yonqui de éstos. ¿Qué necesitas con tanta urgencia que te ha traído hasta aquí?
—Necesito unos cuantos sedantes, valium o diazepan. Y también que me digas cual es el chico más necesitado, el que se prestaría a venir conmigo para trabajar en casa. Alguien sin familia o que nadie pregunte por él.
—Puedes encontrar a patadas de esos por aquí, no tienes más que elegir uno al azar.
—Lo quiero muy joven, no he visto a ninguno así por aquí. Te pagaré seiscientos euros si me envías a un chico a casa de entre quince y dieciséis años. Que venga pensando en tareas de granja. Estará servido de cualquier cosa a la que esté enganchado.
—¿Se puede saber qué tramas?
—Estoy cansada para limpiar la mierda del establo y atender además a mi consulta. Y mi hijo quiere irse del pueblo y conocer otros lugares. No me quiero quedar sola.
—¿Sabes en lo que te vas a meter? Esta gente, en cuanto siente el mono, son intratables.
—No te preocupes por eso, lo tendré contento. Y sabes que siempre te he pagado, yo cumplo —le pasó un papel doblado.
—Esto es mi dirección y teléfono, que llame antes de venir.
—¿Y los seiscientos?
—Cuando el chico esté trabajando para mí, te compraré más mierda. Y en ese momento te pagaré lo acordado.
—Está bien, a ver si encuentro alguno entre toda esta basura. Te llamaré en cuanto sepa algo —le entregó una bolsita llena de pastillas a María—. Esto son ciento cincuenta.
María sacó el dinero del bolso y se lo entregó.
—Que sea rápido, Martín. Tengo prisa.
Cuando María ya se dirigió hacia su furgoneta, Martín arrugó la nariz con disgusto por el olor que desprendía María la loca.
—Te hace falta ayuda y jabón, so guarra —pensó.
María se volvió hacia él con una mirada de intenso odio y Martín temió haber pensado en voz alta; pero la mujer se subió a la furgoneta sin decir nada.
Cuando llegó a casa, el contestador acumulaba un gran número de mensajes. Eran las feligresas, querían su misa.
Llamó a Candela.
—¿Estás más tranquila, Candela?
—Estoy que me va a dar un ataque de nervios. No puedo ni dormir ni pensar.
—Necesitas a Semen Cristus.
—Necesito olvidar que mataste a tu hijo y yo lo enterré.
—Entonces date prisa en olvidar, porque no será bueno ni para ti ni para mí que alguien sepa lo ocurrido.
—¿Y qué harás cuando pregunten por tu hijo?
—Encontraré su reencarnación y volveremos a celebrar la misa del Gran Placer. Ten fe.
—Estás loca.
—Te avisaré cuando esté lista la próxima misa.
Candela colgó el teléfono y todo el autocontrol que había conseguido reunir se hizo añicos. Sintió su corazón palpitar con latidos arrítmicos. Estaba a punto de sufrir una crisis de ansiedad. Tenía que hacer cosas, olvidar.
Salió de casa con el carrito de la compra y en lo que menos pensaba era en lo que iba a comprar.
La única opción que tenía, era conservar su trato con María y convencerla de que no hablaría jamás de aquello.
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Carlos escuchaba la radio confortablemente sentado en su tractor, yendo y viniendo de un extremo a otro del campo, arando la tierra por enésima vez en seis meses, infinita en toda su vida. Pensaba en Candela, en la rápida depresión en la que se estaba sumiendo. Dando vueltas a la cabeza para encontrar las palabras adecuadas para convencerla que debía acudir al psicólogo. No sería la primera mujer de un agricultor que debía acudir en busca de ayuda médica.
Se desvió y llegó hasta situarse discretamente lejano de la casa de María. La mujer estaba apeándose de la furgoneta. Su hijo no iba con ella.
Debería hablar con ella. Comentarle que Candela se encontraba distante y triste, consultarla como cliente y conocer así más de cerca a la loca. No podía ser casualidad que Candela hubiera pasado de un estado de tranquilidad inicial cuando comenzó sus visitas y de pronto cayera en especie de apatía y tristeza.
Pero por alguna razón dejaría que el cura se informara discretamente, a un lugar donde solo van mujeres, un hombre aunque sea un vecino conocido, causaría desconfianza.
Esa misma mañana, se acercó a la parroquia y habló con el padre José.
—Buenos días, José.
—Buenos días, Carlos. ¿Qué te trae por aquí tan pronto?
—Tengo que consultarte algo, porque Candela se encuentra muy decaída. ¿Sabes por casualidad que tipo de tratamientos ofrece la María a las mujeres? Candela inició sus visitas hace ya meses y parecía que iba bien; pero hace unos días ya que va deprimida.
—Pues te parecerá extraño; pero con la cantidad de mujeres que acuden a casa de la María, no tengo ni un solo chisme de ninguna. Y María misma, es una asidua a misa. Pero no cuesta imaginar que siempre se trata de remedios caseros y un poco de cuento y supersticiones. En definitiva, creo que se curan por distracción, de tanto hablar entre ellas, que por las infusiones o pomadas que prepara.
—No sé que decirte, José. Candela anda muy triste y sigue acudiendo a la consulta de esa curandera, que por cierto, huele que apesta y se trae ese mismo olor a casa.
—Un día de la próxima semana tengo que ir a la parroquia vecina y me pilla de paso la casa de María, haré una visita de cortesía y de paso le pediré un remedio para el dolor de pies, y veremos que prepara. Te comentaré lo que vea. Pero yo no me preocuparía, Carlos.
—Gracias, José. Me dejas más tranquilo.
Cuando Carlos se metió en su auto, el padre José entró en la parroquia y se sorprendió al ver que Jobita, la mujer de Gerardo lo miraba con intriga.
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26 de julio de 2011

Muérete humanidad



Me encuentro cercado por mala gente en un planeta pequeño, caliente y apestoso.
Nadie puede sentirse tan contaminado, sucio e infectado como yo.
No puedo alejarme del planeta, mi puerca naturaleza no me deja volar al espacio, no puedo respirar vacío, mi porcina piel no puede tolerar los rayos gamma que vienen de esa asquerosa estrella que llaman sol.
Siempre hay un roce de alguien en la calle que molesta. No tengo escapatoria. Estoy tan prisionero y condenado que mejor sería estar muerto.
No hay suficientes muertes que me satisfagan.
Imagino un mundo cuya tierra está plagada por fin de muertos. Camino sobre cuerpos corruptos y estoy maravillosamente solo.
No camino descalzo, llevo botas de pescar que he encontrado en una tienda a cuyo dependiente muerto se le escapa su hígado negro por la boca.
Mis botas me mantienen a salvo de la corrupción, necesito cosas artificiales porque mi repugnante naturaleza no es suficientemente fuerte.
No hay suficientes muertos cuando abro los ojos…
No siempre estoy a salvo de los infecciosos humores de los muertos, cuando piso sus vientres siempre les rezuma por la nariz un líquido venenoso que es sangre, mocos y vísceras. Me da mucho asco que salpiquen mi pantalón los muertos.
He deseado tanto sus muertes… La humanidad aniquilada es mi gran ilusión.
Y en este bendito mundo no lloro de felicidad porque no soy demasiado sensible; pero me encuentro en paz a pesar de esta peste que desprende la carne muerta.
En fin, no hay nada perfecto…
¡Me cago en la virgen! Todos los muertos huelen de forma repugnante por muy buenos que se hubieran creído en vida.
Incluso odio que estén muertos porque no puedo reprocharles lo apestosos que son.
Incluso muertos son molestos.
Los niños pequeños deberían oler mejor.
Sólo los viejos tienen un aroma a podrido algo más suave. Es normal, están más secos.
Sus tórax no crujen, no se rompen al pisarlos (los piso porque ellos me pisaron a mí, soy rencoroso), tiene que pasar más tiempo, se han de pudrir mucho más. Quiero tener tiempo para verlo.
La serosidad ambarina de sus bocas es una constante en sus rostros.
No hay cuervos ni buitres comiendo de ellos, en mi mundo perfecto nadie quiere comer tanta mierda.
Estoy seguro de que este repugnante hedor con el tiempo desaparecerá. Es muy reciente.
Estoy lo más cerca de la felicidad que puedo estar.
No quiero abrir los ojos, no quiero volver al planeta que me mantiene prisionero. Quiero aspirar el olor a carne podrida antes que sentir el roce de los vivos.
No quiero estar con ellos, entre ellos. No quiero respirar parte de lo que sus mediocres pulmones expulsan.
¿Tan difícil es que ocurra una catástrofe?
No quiero morir, me conformo con la aniquilación de la humanidad. Son odios que me mantienen vivo e ilusionado.
Si pudiera crear de la nada como Dios, regaría la tierra con muerte, con mi orina ácida y que sus vapores mataran y corroyeran hasta el último hálito de vida.
Pero si no hay más remedio, si no puedo mantener esta ilusión y tengo que volver a despertar en este planeta inmundo con la humanidad como plaga, mejor me arranco los pulmones con un gancho.
No quiero volver aquí, no hay libertad, no hay espacio ni para el pensamiento.
Muérete humanidad, ten piedad.
Moriros todos antes de que deje de imaginar y así se haga realidad mi sueño.
No tenéis mucho valor y yo necesito espacio.
Por una vez en tu puta historia, humanidad de mierda, haz realidad mis sueños y déjame cerca unas botas de pescar para no ensuciarme.




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22 de julio de 2011

El Probador de Condones reflexiona de su trabajo



¿Cómo es la vida profesional de un probador de condones?
Pues no es tan alegre y hedonista como pueda parecer. Cuando se folla por trabajo, puede uno caer en el hastío. A mí aún, tras diecinueve años de trabajo, no me ha pasado; pero por alguna casualidad se podría dar el caso. Es normal pensar en estas cosas cuando ves a hombres aburridos beber cerveza tras cerveza en el bar con sus dedos grasientos de aceites minerales viejos y nada de vaselina, semen o fluidos femeninos.
Hay días en los que necesito desligarme de mi trabajo y es por ello que de vez en cuando voy con putas para liberar tensiones, pagar es una forma de hacerlo por gusto y necesidad, como si fuera un hombre normal. Ese es todo el trauma que me causa mi trabajo. Y a mi mujer también porque no le acaba de hacer gracia que me vaya de putas a pesar de que sirva de alivio a mis momentos de desánimo. Es una egoísta.
Bendigo mi suerte a pesar de este detalle sin importancia.
Tengo el privilegio de no pasarme ocho horas en una fábrica atornillando los intermitentes de un coche como un pobre ingeniero.
Yo diría que quien peor lleva mi trabajo es mi mujer porque después de haber hecho los desayunos, comida, cena, la limpieza y unas lavadoras; ya no siente la misma alegría de antaño al ver mi polla erecta. Parece un poco desencantada tras quince años de matrimonio.
No me la mama con entusiasmo.
Y no siempre le ocurre, yo creo que se hace mayor.
Las mujeres que conozco envejecen peor que yo. A cambio han vivido momentos de intenso e inigualable placer, un placer que yo obsequio con generosidad aunque jamás me lo devuelven con la misma intensidad. Cosa que no les reprocho, ya que genéticamente no hay mujeres que puedan dar un placer comparable al que yo proporciono.
A veces uno se siente solo, más o menos como los superhéroes de las películas.
Los superhéroes son una especie de superdotados, como yo; pero con poderes menos carnales y mucho más banales.
La singularidad y el elitismo provocan soledad. Esto no se trata de un problema, ya que dado mi nulo carácter social, se convierte en una ventaja.
Recuerdo hace años, que mientras follábamos, nuestro hijo de un año cayó de la cama al suelo, el ruido no fue demasiado fuerte, no le salió chillón y aunque le hubiera salido, teníamos semen de sobras para untarle en la frente.
Recuerdo como reíamos, yo lamiendo su coño y ella con mi pene en la boca. Eran tiernos momentos. Iconoclastito lloraba desconsoladamente y ahora no sé si es porque no le chupaban o no chupaba.
Tal vez mi santa echa de menos aquellos tiempos. Nuestro hijo ya no quiere estar con nosotros al follar. Le insistimos para que aprenda; pero ya está en esa edad de los catorce años en la que prefiere hacerse pajas con las fotos de las aborígenes desnudas de los reportajes del National Geographic que compro cada mes.
En fin, que cuando Mari acaba sus tareas domésticas, ya no está tan interesada en adorar mi enorme rabo como lo estaba hace ya unas horas.
Cuando por fin se sienta cansada en el sofá y no dan nada en la tele que a mí me guste, le cuento cómo me follo a la hija del gobernador (estudia farmacología y presta sus servicios como becaria en mi empresa; todas las niñas pudientes sueñan con mi departamento). Cuando le explico que su vagina es muy estrecha y que incluso aún, tras cuarenta y ocho horas de haberle destrozado el himen, llora emocionada, a mi mujer se le ponen los pezones de punta.
—A veces eres tan guarro… ¿Y su orgasmo es rápido? —me pregunta separando las rodillas.
—Se corre en dos minutos. Con lo estrecho que es su coño, al penetrarla se le tensa el clítoris mucho y sus mini-pezones se ponen duros como canicas.
—¿Y grita?
—Como una cerda. Cuanto más ricas son, más guarras. La semana pasada me quitó el condón para que me corriera en su boca. Toda la prueba del lote se fue a la mierda. Tuvimos que repetirla y lo pagó con un coño más irritado que el culo de Ahmed. La regañé y la sancioné con dos pruebas anales extras. A propósito de Ahmed, vino a darle un buen repaso con la lengua porque estaba ya más seca que la mojama.
—¿Y cómo ha aguantado esa penetración anal siendo virgen?
—No la ha aguantado, cuando llegó a su casa tras la jornada peta-culos, su madre la oyó gritar cagando en el lavabo y a la mañana siguiente se presentó en el despacho del director de la fábrica con la niña de la mano y las bragas sucias de sangre para quejarse. El director me la envió a mi departamento y entró con su niña cogida de la mano y con permiso para insultarme.
—¿Qué te dijo?
—Me llamó “cabrónhijolagranputa” y que si tenía lo que hay que tener, se lo hiciera a ella. Le respondí que la respetaba como gobernadora que era; y que le podía hacer una demostración de cómo había sido lo de su hija. “Usted ya tiene experiencia y seguro que lo entenderá” le dije. Se sonrojó un poco al darse cuenta de su poco oportuno berrinche y se suavizó cuando me bajé el pantalón para colocarme el condón Penetrations Matures (el más gordo para provocar un mayor roce vaginal en las mujeres ya menopaúsicas).
—Disculpe mis modos; pero mi hija es lo que más quiero y pensar que abusan de ella me pone histérica —me dijo hipnotizada por mi pene enfundado en tan grueso condón.
—Lo entiendo gobernadora. Pero esto es un trabajo y su hija debe comprender que no es una broma, las pruebas de integridad de los lotes son un bien para la sociedad y hay mucha responsabilidad en ello.
La gobernadora me lanzó una sonrisa encantadora y le dijo a su hija:
—Lo que dice el Sr. Iconoclasta es cierto. Es una gran responsabilidad y si te duele el culo, te jodes —dijo bajándose la falda y las bragas.
A esta altura de nuestra conversación, mi santa ya me había sacado la polla del pantalón del pijama y me la comía. Yo la penetré sentándola en mis rodillas y pellizcándole el clítoris me corrí pensando en la hija del gobernador y su estrecho chocho de dieciséis años (a esa edad no se suele ir a la universidad, a menos que aunque seas subnormal, tu padre pague lo suficiente para hacerte pasar por genio). También pensaba en la madre que me devoró la polla con aquel carnoso culo más holgado que su vagina.
Ya no pude contarle que la gobernadora tenía el culo herniado por las embestidas de su marido gobernador y del secretario del gobernador. Ni que su hija acabó lamiéndome los cojones mientras a su madre le llenaba ese culazo inmenso que era capaz de tragarse un melón entero atravesado.
Mari pensaba también en el culo dilatado de la hija de la gobernadora cuando se corría; pero no es tortillera, lo juro. Simplemente se puso en su lugar, las fantasías sexuales son impredecibles.
Y así es como mi mujer, durante unos momentos, dejó de sentir esa pequeña depresión por mi trabajo.
A pesar de que llevo tantos años realizando este bendito trabajo para el que nací, sigo acudiendo casi ilusionado todos los días. Lo único que ahora me está aburriendo un poco, es la gobernadora. El director de la fábrica la ha invitado a participar en las pruebas con su hija durante todo el mes a cambio de un permiso especial para poder colocar dispensadores de condones en las entradas de los ministerios.
Y es que siempre el mismo plato cansa.
Y a pesar de todo, consigo que mi mujer de vez en cuando muestre algunas expresiones de ilusión cuando la elevo a los cielos con una buena follada.
Hay que cuidar el matrimonio porque de lo contrario te quedas sin chacha para la limpieza.
No hay trabajos aburridos; pero sí mujeres malfolladas.




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17 de julio de 2011

El Probador de Condones y los amores platónicos



El amor platónico hoy en día es el inicio de unos tremendos cuernos cuando el que lo padece y la que es la protagonista de sus sueños está casada o arrejuntada.
Ahí es cuando el marido o pareja o novio de la platónicamente adorada, tiene que empezar a sacar brillo a sus cuernos.
En otros tiempos, cuando los amantes se comunicaban por correspondencia postal, ya que no había internet, ni teléfono móvil y ni siquiera había divorcio; los cuernos no llegaban a lucirse lo bien que se lucen ahora. Es que da gusto ver a cornudos y cornudas paseando sus osamentas por las avenidas y calles de los pueblos y ciudades.
Porque ocurre que ella sonríe complacida al sentirse la gran diva de los sueños de un hombre. La vanidad de saber que se es hermosa es una auténtica apisonadora imparable. Campo abonado para los cuernos.
(También valdría narrarlo al revés, desde la perspectiva de que es el hombre el que le pone los cuernos a la mujer; pero soy hombre y me siento más a gusto así).
Yo mismo me puedo hacer tremendas pajas con las palabras de amor y mensajes de gran humor y cordialidad que puedes ver en los muros de las redes sociales. Y es que imaginarse a una mujer hermosa masturbándose ante la cara (vía messenger, yahoo o skype) del que la ama platónicamente es una imagen de impactante y eréctil erotismo.
Salen ruiseñores de su coño (del hombre no quiero imaginar lo que sale porque me dan asco todas las pollas menos la mía).
El proceso es que ella empieza a sentirse más feliz que nunca con los pequeños mensajes de humor y amistad (qué asco) que son cada vez más esperados en el ordenador y en el móvil. Y en poco tiempo, se encuentra mirando a su hombre habitual con cierto asco.
Y piensa: ¿Con ésto me he juntado yo?
Sí ya sé que narrado así suena asqueroso; pero la realidad la puedes maquillar con los colores que te salgan del coño o los huevos; pero sigue siendo así de simple y divertida para los que lo vemos desde las gradas del Estadio Olímpico de los Cuernos Virtuales y Reales.
En la otra dimensión, el amante platónico se mata a pajas virtuales y recurre a todos los medios gráficos para encontrar con que excitar a la bella. Y lo más efectivo suelen ser los mensajes de no más de tres o cuatro palabras. Cosa que me hace pensar que la bella, además de serlo, debe ser idiota o cuanto menos, imbécil. Pero se le puede perdonar porque está buena.
En la dimensión más práctica y triste, está el hombre habitual de la bella, que empieza a ser una especie de bulto aburrido que es incapaz de provocarle las sonrisas que ella lanza a su teléfono móvil.
Es inevitable que a uno se le escape la risa al observar una pareja de este tipo, ella pegada al teléfono, él pegado a sus cuernos mirando un triste plato de sopa mal cocinada.
Esto es un proceso habitual en todos los casos. Yo lo sé todo, porque soy el que provoca que las mujeres miren más el teléfono que a su hombre y ellas follan pensando en mí.
No es por vanidad, porque la vanidad es cosa de las bellas. Es porque si alguien confiesa a su platónico/a amante su amor enloquecido, es para follar y no por vanidad.
Yo no me paso el día follando para pensar que las nenas que se ofrecen voluntarias para probar los condones de la fábrica donde trabajo, están enamoradas de mí. Simplemente desean a alguien muy hombre llenando sus coños.
Normalmente, las parejas de amor platónico duran un mal polvo y mientras tanto con sus parejas habituales entran en conflictos tremendos que les lleva a estados de estrés y ansiedad, siendo el culpable, precisamente, el cornudo.
Y aunque los amantes platónicos se toquen frente a una cámara, el hombre de la bella, ya puede ir afilando sus cuernos, porque le servirán para pinchar aceitunas cuando el camarero se olvide de servir palillos. Se toquen con las patas de pollo del caldo o con las alas de un ángel, el cornudo no pierde dramatismo alguno en su estatus.
Hay cosas que ocurren cada día y ésta es la más evidente y más habitual, porque si de algo sirve internet, es para buscar pareja virtual artificial o real y lucirse como un humano de unas aptitudes que rayan en la divinidad; pero esto solo entre los amantes.
Porque el cornudo piensa de ellos que son dos cerdos del tamaño de un tren mercancías.
Esta es la más vulgar, la más adocenada de las relaciones que se dan por internet.
Este proceso degenerativo para el cornudo no debería ser demasiado doloroso a menos que sea imbécil, porque si convives con alguien, hay que ser muy idiota para no darse cuenta de los pequeños cambios que se operan en la mujer (me la pela que me llaméis machista, pero yo nunca pienso como mujer) que es adorada platónicamente por otro hombre. Lo ideal es pasarse por el forro todo ese amor que quedó en el pasado y empezar a buscarse la vida por otro lado. Con un par.
El momento culminante llegará cuando ella le diga: “Cariño, tengo que pasar un par de días en la Columbia británica porque formo parte del jurado de una revista que otorga premios literarios, y que sólo existe allá. ¿No te sabe mal verdad?”.
Yo es que me parto de risa.
Total, él hubiera hecho lo mismo si hubiera tenido un amor platónico femenino.
Y es que con internet, cualquiera que sepa poner bien los signos icónicos que se usan con paréntesis, dos puntos, la X, la D y la madre que los parió a todos, se convierte en el amante perfecto. En el más simpático de los seres y en el que la bella piensa en muchas horas al día arrepintiéndose de haber elegido un hombre tan aburrido como pareja real.
El amor platónico en internet, es más barato y fácil que gastarse el dinero en putas para quitarse la frustración del poco follar. Y por otro lado, si el adorado o la adorada es feliz, el público dará palmas de alegría ante tan maravillosa relación. Ya que verán en ello, que ellos también podrán ser así de dichosos.
Pero la culpa no es de internet, que nadie se engañe, la culpa es que siempre hay quien tiene una polla más gorda que la nuestra y que sus dedos son más ágiles para pulsar iconos y decir cosas tan aburridas que nunca entenderemos como es posible enamorar con ellas a una idiota.
Bueno, mientras os folláis los unos a los otros virtualmente y en el mejor de los casos, escasamente. Yo me voy a probar el lote de condones Andorransdiv11122xytelamamo, que son especiales para los viajes a Andorra de las parejas un tanto promiscuas y platónicamente enamoradizas.
Los cornudos: tranquilos, no desesperéis porque es algo que siempre llega, os largáis a otro sitio que hay más mujeres que subnormales. Tampoco es un gran drama.
Buen sexo.
Siempre abundante: El Probador de Condones.




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15 de julio de 2011

Semen Cristus (10)



Era imposible apartar de su cabeza la imagen de Semen Cristus sangrando, el pavoroso ataque de su madre. La locura que había en sus ojos, incluso en el ojo abierto del cadáver del mesías.
Tiene que resucitar, los mesías resucitan y dan una segunda oportunidad a la humanidad.
Se asustó de su propia locura.
Sonó el teléfono y se sobresaltó.
—¿Candela?
—Dime Lía.
—¿Sabes algo de Semen Cristus? María me ha dicho que está enfermo y no se pueden hacer misas hasta que nos avisen. ¿Qué puede tener?
—No tengo ni idea. Debe ser algo sin importancia; Nuestro Señor es un chico fuerte.
—Que el Señor te oiga. Lo necesito, no sé que me ocurriría si no pudiera sentir su hostia. Ya he tenido bastante mala suerte —la viuda lanzó un sonoro suspiro de paciencia.
—Mañana la llamaré. A ver si consigo que me explique lo que le ocurre a Semen Cristus y para cuándo podremos volver a celebrar la misa.
—Te noto cansada, tienes la voz tomada. Seguro que ya estás incubando una gripe.
Candela se secó las lágrimas de la cara y limpió la nariz goteante.
—Seguro que sí. A ver si acaban de una vez la dichosa capilla del desván. Hace mucho frío en el establo.
—No todo el tiempo; yo salgo sudando siempre —bromeó Lía riendo.
A Candela le fue imposible sonreír y se quedó muda en el auricular.
—Buenas noches, churri.
—Buenas noches, Lía.
----------------------------------------------------------------
—Tú no te encuentras bien. Algo te está pasando. Te noto tensa, nerviosa.
—¡Que no, coño! Ya te he dicho que me ha de bajar la regla y me duelen los ovarios. Estoy cansada.
Carlos dejó de insistir y continuó cenando en silencio. Su hijo miraba la televisión y esporádicamente el plato para acertar a pinchar un trozo de beicon.
La mujer se levantó de la mesa para ir a la habitación.
—¡Qué rara está tu madre!
—Esta tarde no estaba cuando he llegado. Ha estado en casa de la María la loca. Parecía que lloraba.
—¿Ah, si? Pues normalmente viene de buen humor. Seguro que se ha discutido con alguien en el grupo.
Carlos sabía que no era así. Candela estaba pasando por un mal momento, se lo decían sus huesos que la conocían desde hacía muchos años.
Y se preocupó. Cayó en la cuenta, de que al entrar en casa, olió de nuevo, aunque levemente, ese desagradable olor a mierda y podrido que desprendía la María a pesar de la colonia con la que se duchaba. El mismo hedor que en el coche de Gerardo.
Recuerda a un anciano vecino que tenía cerdos y al que tenía que ayudar cada tres días a limpiar el establo. Era el mismo desagradable olor. Mierda y paja fermentada.
No le costó mucho imaginar que el establo tenía que ser el “consultorio”.
¿Y por qué le ocultó Candela que estaba allí cuando él llegó la mañana que el tractor se encalló en el barro?
No hay nada al aire libre que huela como un establo sucio.
Cuando vives cada día igual al anterior durante años y años, te sensibilizas a los cambios por pequeños e imperceptibles que puedan parecer.
Y lo peor, era que Candela, no era ella. Nunca la conoció como se encuentra ahora.
¿Y si los remedios de la María eran tóxicos? Muchos curanderos y sanadores recurren a hierbas con principios tóxicos o con alguna droga que pudiera afectar al organismo si se toma con demasiada frecuencia.
Durante la partida de dominó de aquella tarde en el bar, los amigos comentaban de nuevo cómo las mujeres del pueblo acudían con frecuencia a la curandera. María la loca…
Fue un comentario de Alberto el que despertó un pequeño recuerdo sin importancia.
—Será muy buena con las hierbas y curando; pero es una guarra de cuidado. Mi mujer vino a casa con olor a mierda fermentada. Ni que pasaran consulta en la cochinguera.
Se rieron y uno de los jugadores dio un fuerte golpe en la mesa al plantar la ficha y decir: Me doblo.
Algunos maldijeron y otros simplemente se levantaron de las sillas para ir a casa a cenar.
El olor a se hizo más patente al pensar en ello y cuando entró en la habitación, lo notó flotando en el aire como una presencia insana.
Tenía que informarse mejor de lo que ocurría en aquella casa, el párroco algo debía saber de aquello.
Y pensó que durante la mañana, se acercaría a la iglesia para preguntar al padre José si sabía algo por medio de las habladurías, de lo que realmente hacía María la loca en su casa.
Candela soñaba con Semen Cristus. Revivía sus placeres una y otra vez y se masturbaba incluso con el recuerdo de su cadáver: la piel pálida, la sangre contrastando vivamente. Su ojo partido en dos... Se frotaba el sexo con la tierra que cubría su cadáver. Y lloraba ante la desesperación de no sentir el milagro del placer.
Soñó que se revolcaba en el sucio establo entre paja podrida penetrada por Semen Cristus.
Jadeando como una cerda.
Soñó con su hijo. Fernando estaba clavado en la cruz y ella abría sus piernas a él.
—Madre bendita, lóame con tus gemidos.
Y ella se arrancó las bragas hiriéndose la piel. Y metió sus dedos en la vulva mojada y blanda, subió por la escalera a la cruz y puso los dedos en los labios de su hijo. Este los chupaba y succionaba, el zumbido del tubo que agitaba su pene era un crescendo que reverberaba en su vagina hirviendo. Cuando alcanzó el clímax, sus manos se aflojaron y cayó de la escalera. Su cabeza se clavó a un rastrillo y murió agitándose como una muñeca rota con la mano entre las piernas.
Despertó repentinamente y corrió al lavabo. No vomitó nada y su estómago se contrajo hasta el dolor.
—Candela, por el amor de Dios ¿Qué te ocurre? Voy a llamar al médico ahora mismo ¬—dijo José que entró en el baño al oír sus arcadas.
—No quiero que llames al médico, es un malestar de la regla, ya te lo he dicho. Vete a dormir, estoy bien.
No, no estaba bien, pensaba Carlos. Se metió en la cama sin dormirse.
La cabeza de Candela giraba en círculos en torno a Semen Cristus, María y todas las mujeres que disfrutaron de las misas del placer ante un chico de dieciséis años. Era el peso de la vergüenza lo que la angustiaba. Y aún así, no podía evitar sentir una triste sensación de falta. Aquella certeza de que no volvería a sentir el milagro del placer puro la hizo romper a llorar más que ninguna otra cosa.
Se acostó de nuevo al lado de su marido; pero tampoco durmió.
Por unos segundos le pareció que olía a podrido en la habitación y después llegó el amanecer y un terrible día lleno de comprensión y miedo iba a comenzar.
----------------------------------------------------------------
María había despertado a las dos horas de su “alucinación”, el dedo le dolía horriblemente donde se había alojado la espina. Su cabeza estaba orientada hacia el pequeño televisor apagado que la reflejaba y sus ojos miraban directamente dentro de ella, a su locura.
Tras beberse una cerveza, quedó dormida de nuevo, arropada por Dios.
Cuando despertó a la mañana siguiente, seguía en la silla de la cocina y un intenso dolor lumbar provocó un quejido y una blasfemia cuando se incorporó.
Orinó y abrió la puerta del patio trasero, Semen Cristus no había resucitado. Su propio hijo había sido rechazado por Dios para continuar con su reinado del placer.
Ahora que su hijo era un simple cadáver, que ya no era la encarnación del Mesías, escupió sobre su tumba, cerró la puerta del patio y bloqueó cualquier sentimiento que alguna vez hubiera sentido por él.
Se vistió con unos vaqueros y una blusa vieja de cuello redondo con estampado a base de rombos negros y rosas.
Condujo la furgoneta hasta el centro comercial del pueblo vecino.
Apenas rebasó la batería de anuncios de tiendas que bordeaban la carretera, giró a la izquierda y se alejó de allí.
Cinco minutos tardó en el llegar hasta una barriada de chabolas, en las que los yonquis, algunos morían al sol y otros andaban gritando a algún ser invisible. Dos pequeños y sucios niños, se lanzaban piedras y las lanzaron también a la furgoneta.
Atravesó la única calle de aquel poblado y llegó hasta el vertedero ilegal.
Allí se reunían putas y chaperos de sangre venenosa, para ganarse unos euros por una mamada o una penetración. Muchas veces cobraban papelinas de caballo o cocaína y otras veces, cuando ya sus cerebros se habían deshecho, eran liquidados por algún sicario de un camello sólo allí poderoso.
Tan acostumbrada estaba al fuerte hedor en el que vivía, que cuando bajó la ventanilla, no sintió ofendido su olfato.
María necesitaba encontrar a Semen Cristus reencarnado. Lo necesitaban sus devotas amantes. Lo necesitaba el mundo entero para experimentar su mensaje de placer y gloria. Y en medio de su esquizofrenia, algo de lucidez le hizo saber que necesitaba el dinero para mantener su casa. Tenía que hacer creer que Leo seguía vivo.
Matar a Cándida que lo sabía todo.


Iconoclasta

Las imágenes son de la autoría de Aragggón




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10 de julio de 2011

¿Dónde te escondes?



¿Dónde te escondes?
En un trozo de pensamiento.
¿Dónde te escondes?
Entre los pliegues de mi piel y mi carne.
¿Dónde te escondes?
En tu coño.
¿Dónde te escondes?
En tu húmedo coño.
¿Dónde te escondes?
En tu abierto coño.
¿Dónde te escondes?
En tu bendito coño.
¿Dónde te escondes?
Anido en las heces de mis propios intestinos fermentando emociones.
¿Dónde te escondes?
Estoy en el semen que llena tu sexo, que se derrama por tus muslos.
¿Dónde te escondes?
Entre tus pechos.
¿Dónde te escondes?
Hay planetas que no existen. Estoy en ellos.
¿Dónde te escondes?
En la miseria humana, su desdicha me alimenta.
¿Dónde te escondes?
En ataúdes cerrados.
¿Dónde te escondes?
En el gemido de tu orgasmo.
¿Dónde te escondes?
En la tinta que tatúa tu nombre en mi piel.
¿Dónde te escondes?
En tu boca que lame mi pene recio y duro.
¿Dónde te escondes?
En añicos de ilusiones.
¿Dónde te escondes?
En mi polla.
¿Dónde te escondes?
En los clavos de Cristo, en las mantecas de Buda.
¿Dónde te escondes?
No me escondo, estoy.
¿Dónde te escondes?
Entre los vivos.
¿Dónde te escondes?
En mi lóbrego cerebro.
¿Dónde te escondes?
Entre las páginas de una biblia obscena.
¿Dónde te escondes?
No me escondo, no tengo miedo.
¿Dónde te escondes?
No me escondo, anido.
¿Dónde te escondes?
Soy dios, me escondo en la humana banalidad.
¿Dónde te escondes?
En las llagas de los enfermos.
¿Dónde te escondes?
Donde todo el mundo teme, donde nadie quiere estar.
¿Dónde te escondes?
En la bendita muerte.



Iconoclasta

La imagen es de la autoría de Aragggón



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9 de julio de 2011

CaterpillarMan



Soy un mazo que no para. No dejo ni un solo resquicio al amor y a la ternura, destruyo sistemáticamente todo rastro de cariño.
No es un capricho, cuando el amor no sobrevive, cuando has intentado algunas veces cultivar cariño y has fracasado, te das cuenta de que no sirves para estar enamorado.
Soy el mazo que destruye ruinas y pulveriza recuerdos. Soy un tractor demoledor sin freno, sin gobierno. “Caterpillar” dice la placa que tengo pegada en mis genitales.
Soy un martillo pilón ciego de frustración. Con la polla ardiendo.
Es tan extraño destruir todo acto de amor con el glande derramando semen…
Me gusta la ira de la soledad, la tremenda carga de mi semen blanco mojando el hormigón demolido del Páramo de los Cariños.
Riego con semen para evitar que llegue a mis pulmones el polvo cancerígeno de los recuerdos hermosos.
Mis puños sangrando.
Mi pene latiendo.
Solo el deseo y la lujuria se sobreponen al puto amor. La ira duele, es un derrame de sangre; y aún así hace rígido mi miembro hostil al amor.
La ternura es algo inaccesible.
¿Alguna vez fui tierno? ¿Alguna vez amé?
Me cago en dios.
Y en la virgen también.
No creo en mitologías, pero estas cosas molestan a los crédulos. Hay muchos crédulos que creen en el amor eterno.
Idiotas… Están locos.
Tengo un agujero en el colchón lleno de semen seco y un poco de sangre de los cortes que los restos solidificados provocan en mi pijo.
En mi bendito pijo…
Soy el martillo que perfora lo estéril, el que fertiliza recuerdos ya muertos.
Mi desesperación nace de no follar, no es por falta de amor. Quiero hundir mi sacratísimo pene en un coño profundo y caliente.
Y no hay coño.
No hay agujero tierno.
Sólo hay ruinas de hormigón que he derruido con descontrolado indecoro.
El agujero cortante en el colchón se hace deseable a pesar de oler a bebés muertos, a corruptos amores.
Soy un martillo hidráulico y machaco hasta la esperanza, la aplasto contra la tierra, la aplasto aferrando mi bálano con dureza, con un intencionado descontrol.
“Caterpillar” es lo que llevo tatuado en la muñeca de la mano masturbadora. De la mano demoledora.
Quedo vacío durante unos instantes, unos momentos para fumar, para llenar de nuevo mis cojones de semen.
Es tan duro el amor, son tantos los recuerdos…
Tengo que seguir trabajando, no puedo dejar nada en pie en el Páramo de los Cariños.
No soy Atila: por donde escupo mi semen, ahogo hasta los recuerdos.
No soy Atila, soy CaterpillarMan y desintegro el amor. Todo el amor.



Iconoclasta

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5 de julio de 2011

Semen Cristus (9)



Cuando María abrió la puerta de su casa, se santiguó y esperó que la madre de nuestro Señor, la santificara y bendijera. Candela deseaba la bendición del Otro. María era solo un trámite por el que debía pasar.
María la acompañó hasta el cuarto de Semen Cristus. Este respiraba muy débilmente, sus tremendas ojeras no hacían más que acentuar su rostro demacrado por la fiebre y el dolor. Sufría breves espasmos musculares que le hacían lanzar las piernas al aire con un sobresalto.
Candela tocó su frente:
—Te amo mi Señor. María, tu hijo está ardiendo, hemos de llamar al médico enseguida o no pasará de mañana.
—No puedo, no quiero volver al manicomio.
—¿De qué me hablas?
—Me harán responsable de su muerte. Soy esquizofrénica.
—¿Entonces todo es una farsa? ¿Tu hijo es esquizofrénico también?
—No somos unos farsantes, mi hijo es Semen Cristus el nuevo mesías, al que habéis adorado tantas veces y os ha hecho mujeres cuando simplemente erais un objeto de trabajo, una sirvienta para vuestra familia. El os ha redimido de vuestra vida vacía. El ha hecho la alegría en vuestros coños. ¿Es un farsante? En tal caso, vosotras con vuestra gran devoción a su polla, no sois más que unas fariseas. Mi hijo y yo estamos locos a vuestros ojos; pero vosotras sois unas sucias putas que tan solo buscáis que llenen vuestra entrepierna de placer como ningún hombre lo ha conseguido.
Candela sintió el peso de la frustración y de su vergüenza ¿Cómo había llegado a adorar a una pareja de locos? ¿Cómo no se dio cuenta?
El sexo le palpitaba con tanta fuerza la primera vez que asistió con Lía a la misa de Semen Cristus, que tal vez borró toda duda. Tal vez ni siquiera se planteó si era cierto o no. Era puro placer.
Y la repetición constante del ritual, las maneras... Se crearon verdades y fe en base a la locura. Adoraban a dos seres enfermos de gran magnetismo.
Tenía razón María, eran unas hipócritas, unas zorras con el coño ardiendo.
Semen Cristus debía continuar su misión en la tierra.
No. Estaban locas.
—Basta ya María, hay que llamar a una ambulancia. Y tú tienes que curarte, has de medicarte. Tú eres la enferma, nosotras las zorras...
—Jamás volveré al manicomio. Ni por mi hijo ni por nadie.
Los ojos de María se tornaron brillantes de delirio. Metió la mano bajo la camiseta y sacó un cuchillo carnicero de la cintura del pantalón y lo clavó en el estómago de su hijo sin demasiada prisa. Fríamente. Y otra vez en el corazón, y en la cara. Semen Cristus despertó de su enfermedad con un grito de dolor. Candela se abalanzó sobre ella, María la empujó con fuerza y la tiró al suelo.
Cuando Candela se incorporó, Semen Cristus estaba inmóvil, con un nuevo y profundo corte en la cara y un ojo destrozado. Vomitó bilis y sintió el terror que la invadía y le quitaba la razón.
—¿Qué has hecho María? —Candela lloraba, tenía la blusa manchada de la sangre de Semen Cristus.
—No volveré al manicomio. Y si abres la boca, todo el mundo sabrá de nuestras misas, daré todos vuestros nombres, las horas y los días en los que habéis asistido a las misas de Semen Cristus ante su cuerpo menor de edad crucificado. ¿Qué te pensabas, puta? ¿Qué soy tan idiota? Ayúdame a esconderlo.
Todo se precipitó en la mente de Candela y el horror a la vergüenza superó el del asesinato.
Envolvieron el cuerpo de Leo con las sábanas ensangrentadas y lo llevaron al patio trasero de la casa. Ya había una fosa cavada. Lo tiraron dentro y María le ofreció una pala a Candela. En media hora cubrieron el cadáver y aplanaron la tierra cuanto pudieron con golpes de pala.
—Límpiate y ve a casa. No hables con nadie de esto, porque antes de matarme, lo escribiré todo y lo enviaré al cuartel de la Guardia Civil.
Candela se lavó la cara y las manos. María limpió las manchas de su blusa con jabón líquido y un poco de agua hasta que no resultaron tan escandalosas.
Cuando salió de la casa sin decir palabra, pensó que jamás llegaría a su casa, le flaqueaban las piernas y una náusea constante le oprimía el estómago.
De alguna forma llegó y entró en casa en silencio, sabiendo que su hijo estaba en su cuarto, seguramente escuchando música con los auriculares mientras hacía las tareas de la escuela.
Se fue a su cuarto y se desnudó con prisa para meterse en la ducha.
Con el pelo aún empapado se vistió con un pijama e hizo jirones la ropa que se había quitado, incluso la ropa interior y los calcetines. Lo tiró todo a la basura.
Hizo acopio de valor y abrió la puerta del cuarto de Fernando.
—Hola cariño ¿Tienes muchos deberes? —le dio un beso en la mejilla y Fernando torció la cara con disgusto, como adolecente que era.
—Como siempre —respondió con parquedad.
Temeroso de que invadieran su intimidad.
Candela sintió que rompía a llorar, el “como siempre” ya nada sería como había sido antes. El “como siempre” ya provocaba añoranza en ella; había dejado de existir y de repente sintió la urgente necesidad de despertar de aquella pesadilla. Abrir los ojos y pensar que todo fue una terrible alucinación.
Salió del cuarto de Fernando y se sentó en la mesa de la cocina a llorar lo que necesitaba.
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María, tras bañarse salió al patio de la casa y rodeó la tumba con tantos cirios encendidos como encontró.
Oraba a Dios pidiendo perdón, lloraba su propia desgracia y ofrecía la muerte de su hijo como un sacrificio.
Le rogaba al Nuevo Mesías que resucitaría emergiendo de esa tumba, que cuando llegara ante Dios Padre, intercediera por ella. Ante la sepultura se masturbaba evocando el necrótico pene.
Evocaba los momentos de placer, manteniendo la psicótica esperanza, de que de un momento a otro, aquel cuerpo resucitaría con un alma más pura y su pene erecto, de su glande manaría aquel fluido denso y viscoso que lo lubricaba.
Durante su orgasmo, los cirios parecían ser atacados por un viento que no había, su llama se estiraba, se encogía y cuando parecían apagarse, reanudaban su fulgor.
Su mirada quedó prendida en uno de aquellos pabilo, en ellos comenzó a entrever una figura formándose. Era Cristo Crucificado. La cruz suspendida de la nada, se colocó a unos centímetros a lo largo de la tumba.
María se santiguó el sexo y las tetas. La mano derecha de Jesucristo se estaba tensando, desclavándose de la madera, desgarrándose por la cabeza del clavo que la sujetaba. Jesús lloraba ante la tumba de su hijo mojando de lágrimas la tierra.
Su mano avanzaba a lo largo del clavo y la sangre caía espesa para formar un barro rojizo. Jesús suspiraba de cansancio y dolor.
Pidió ayuda a su Padre, pero nadie le respondió. Con un último esfuerzo, lanzando un grito apagado, la mano venció la resistencia del clavo y destrozando el dorso, por fin quedó libre.
La usó para acariciar la tierra, y untarse la cara con ella.
—Mi hermano… Voy a por ti, por tu espíritu. Te guiaré y juntos iremos con nuestro Padre y demostraremos con nuestras muertes y cicatrices que hemos hecho todo lo posible por el ser humano, que nada nos queda ya de sangre para poder ofrecer. Que nuestro Padre nos de perdón y descanso, Hermano mío.
Jesucristo giró la cabeza hacia María, al hacerlo su corona de espinas cayó encima de la tumba de Semen Cristus.
—Dios no te pidió esto, María. Mi padre no te pidió que asesinaras a mi Hermano. Eres una enferma, pudriste a tu hijo. Dios no quería que lo convirtieras en una máquina de placer carnal. Ni tu locura te absuelve de tus pecados. Te abandonamos a ellos, no velaremos por ti, tu alma está condenada, podrida María. Y que Nuestro Padre me perdone por tanto odiarte.
Jesucristo se esfumó en el aire gimiendo de dolor, con su voz grave y agónica, eternamente cansada por respirar crucificado; dejando la corona de espinas gotas de sangre en la sucia tierra de aquel inmundo sepulcro.
La cara de María estaba salpicada de la Sagrada Sangre.
Se asustó de su alucinación y lavándose la cara de sangre, le escocían los dedos, donde se clavaron las púas de la corona de espinas que retiró de la tumba de su hijo.
Y sólo por un momento, deseó que alguien le metiera mil voltios en el cerebro y borrara esa alucinación de su mente. Y que desapareciera la maldita espina que le dolía entre uña y carne.
Se durmió con el pecho apoyado en la mesa de la cocina comiendo tocino rancio con pan y aceite.
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Iconoclasta

Las ilustraciones son de la autoría de Aragggón



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