Iconoclasta, provocación y otras utilidades para escapar del negro abismo del agobio.
10 de agosto de 2011
Una imagen que sangra
Doblo la fotografía, procuro esconder cosas, solo me gusta el saturado cielo azul con nubes de algodón. Es algo puramente casual, un acto de aburrimiento. Una foto en la cartera siempre es motivo de pasatiempo.
Lo mismo hago con las servilletas de papel en los bares; pero la fotografía sangra.
¿Es que no puedo tener un momento relajado?
Es normal que me sangren los oídos y la nariz. Es algo habitual cuando se padece necrosis de los sesos. Que mi sangre moje el pan que como, es algo normal, los bultos en el cerebro hacen esas cosas.
Distraídamente, casualmente la foto también se ha sentido molesta. En una mente podrida estas cosas ocurren.
Creo que no quiero conocer el origen de esa hemorragia imposible.
Todo se estropea y el hermoso cielo se ha convertido en una marea roja que no posee belleza alguna y ensucia mi dedo pulgar.
Muerdo la uña del dedo corazón y tiro de ella. El dolor resta tristeza a la mancha sanguínea.
Y río sin alegría.
Río con pena y con vergüenza; tengo miedo de que mi experimentada y cínica sonrisa se convierta en una lágrima. Solo una porque no lloro demasiado, lo llevo con la misma discreción que si se tratara de las almorranas de un borracho que no quiere reconocer que lo es.
Yo no sé si existe en nosotros una buena y una mala conciencia. Creo que hay una conciencia tranquila y otra inquieta que todo lo quiere saber. La muy curiosa…
A mí me suda la polla saber más o menos, sé todo lo necesario para vivir, no tengo curiosidad alguna, no me interesa demasiado saber porque sangra una puta fotografía.
La conciencia cotilla y chismosa quiere saber porque los dedos han sido manchados de sangre. Exige saber, la muy puta, qué venas se han partido en la imagen.
Porque si hay sangre es que hay vasos capilares seccionados.
Es lógico hasta en el papel fotográfico.
Tengo pavor a desdoblar la foto. Saber no ocupa lugar. Y el dolor tampoco; pero martiriza.
El dolor duele.
Y los idiotas que observan mi sonrisa con curiosidad, que se vayan a tomar por culo. Como si no tuviera bastante con esta sangre. Voy a hacer una foto de todos estos idiotas y luego la doblaré, para que sangren.
Me cago en dios…
Hay un trozo de piel clara entre la sangre y el cielo. Yo diría que es tan clara como la de mi hijo cuando era pequeño.
Sé que es la piel de mi hijo.
Soy un hijo de puta, he hecho daño a lo que un día creé.
No soy un buen padre.
Soy un padre que busca un cielo azul, simplemente algo de aire. No tenía que hacer daño. No pretendía causar lesiones.
Hay idiotas que tratan mal a sus hijos y sus fotos no sangran.
Hoy debe ser el día en el que me han de joder especialmente. Me cago en el día del padre y en el de los idiotas y las fotos sangrantes.
He desdoblado la cuarta parte de la foto y mi hijo sonríe encima de una pequeña bici; yo estoy a su lado.
Yo sólo quería ver el cielo limpio.
Desdoblo la mitad del papel; lo había doblado por la cintura y su pantalón caqui está inundado de sangre. Su sonrisa hermosa permanece impoluta. El cerdo que está a su lado, YO, sonríe también y aunque estoy doblado, no sangro. Me gustaría no ser tan fuerte y tan irrompible y así poder sangrar con mi hijo.
No es justo. No es justo para mí, que mi niño sangre.
Era solo un juego, simplemente pretendía ocultar todo aquello que me preocupa, todo aquello que amo y sentirme libre por unos segundos en un cielo azul. No soy un monstruo, solo era un juego inocente.
Es triste recordar tiempos de amor que ya no volverán, es triste la ternura perdida. La inocencia de unas pequeñas manos que te buscan como si fueras un dios o un superhéroe que todo lo soluciona.
He doblado la realidad para soñar libre por unos segundos. No es pecado mortal. No soy especialmente malvado.
Sentía un tremendo vacío, sólo quería viajar al límpido cielo y no ser nada, no tener conciencia de haber perdido o haber ganado.
No quería hacerle daño, porque si alguien o algo le hace daño a mi hijo, yo me arranco los ojos.
En algún momento lo dejé, pensaba que ya era mayor, que se valía por si mismo.
No me acordaba de la foto en la cartera.
Solo la doblaba para evitar penas, para no llorar la única lágrima.
No respeto semáforos cuando no conduzco un coche, es un acto de rebeldía muy bien estudiado. No tengo matrícula en el culo, no me pueden multar y cruzo la calle cuando y por donde me da la gana.
Solo que esta vez no espero a que no haya coches que se aproximen, es curiosa mi mala suerte. Ahora que necesito tráfico, no hay coches.
Me enciendo un cigarro, el tráfico se ha detenido por un semáforo a medio kilómetro de distancia de aquí; tal vez pueda dar un par de chupadas al cigarro antes de que irrumpa la estampida de acero y colores de mierda.
La foto no deja de sangrar, y se crea un charquito de sangre al lado de mi zapato.
He desdoblado del todo la realidad, pero no hay cura, no hay quien pare esta hemorragia.
Yo buscaba libertad. No soy idiota como la humanidad, sé que no existe la libertad. Era un ensayo banal.
Pues ahora la voy a tener y voy a abandonar este puto mundo de fotografías sangrantes.
A la mierda. Mi hijo me quiere por mucho que la foto se desangre.
El camión se aproxima veloz, es del color rojo de la sangre, siempre me han gustado los coches rojos y nunca he podido tener uno porque la mierda de modelos que he elegido no se fabricaban en rojo.
La cuestión es dar por culo.
Mira por donde que un vehículo rojo me va a proporcionar la paz de una vez por todas.
Qué puta y burlona es la vida.
Segunda chupada al cigarro. Está bueno.
Oculto la foto de mi hijo pequeño sangrando en mi pecho, encima del corazón; como está empapada de sangre se adhiere a mi piel.
Es tibia, me da consuelo al corazón helado.
Me sangra la nariz, el bulto en mi cerebro continúa presionando.
El camión no puede frenar ni yo tampoco, avanzo un paso y mi cara estalla, lo veo todo rojo.
Iconoclasta
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