Iconoclasta, provocación y otras utilidades para escapar del negro abismo del agobio.
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2 de agosto de 2014
Un aire de mi mundo
Hace tanto calor y el sol molesta tanto mis ojos, que el amargo café se hace dulce en mi boca y el humo del cigarro es aire fresco en mis pulmones. Estoy tan cansado de andar, que la incómoda silla del bar es un trono a la sombra de un edificio, en una calle extraña a pesar de mil veces visitada.
No es extraña, es ajena.
Y de repente llega una brisa suave, fresca... Como un premio, como una bendición para un católico, para un humano.
Es un aire que arranca las cosas malas de mi piel y de mi cabeza. Dolores y carencias. Ardores y vergüenzas.
Me llena de calma y me da paz. Cierro los ojos para aislarme en ese placer sensorial y me abandono a una melancolía que provoca lo que no fue, lo que no sucedió.
No importa, todo eso se lo lleva mi viento amigo. Me transporta al mundo inhóspito e ignoto, un mundo inalcanzable, como una maldición cuando el sol y el polvo de esta tierra me envuelven y me hacen débil.
Un viento que trae aromas de picantes y refrescantes cítricos que alguna vez olí.
Moho y antiguas aguas estancadas.
Ruina y eternidad.
Un mundo de dolor, muerte, lucha, vida y amor...
La trascendencia en estado puro.
Y pienso que no es tarde. No es tarde.
Sé que no lo es.
Tengo tiempo, aún puedo llegar.
El viento golpea mi pecho como las palmadas de un amigo que hace tiempo no veía. Hace una caricia en el cuello y atraviesa mi cabello convirtiéndolo en espigas frescas al alba. El cigarrillo se me cae de los dedos relajados y el humo que aún sale de mi nariz se arremolina como un tornado alejándose de mí.
Deseo con toda mi alma (porque cuando el aire me conforta, siento tener alma) ir allá, a aquel horizonte de donde llega el viento, un cielo de nubes negras que de tan pesadas, parecen aplastar lo que hay bajo ellas y hundirse en esta tierra indecente.
Son de una belleza letal, imponentes y sinceras en sus tormentosos y amenazantes cúmulos verticales hasta el cosmos, como si fuera una sólida torre al infinito.
Quiero cobijarme allá donde nadie quiere estar, donde nadie quiere ir.
Donde los árboles muertos se convierten en bestias pétreas.
Donde la oscuridad del fin del mundo aterroriza a los demás.
En esos momentos en el que el aire me aísla de esta banalidad y agita con una ráfaga de ternura, vislumbro el mundo maravilloso oculto en aquellas peligrosas nubes. Y todo está bien, sé que soy bienvenido y habrá una complicidad inevitable entre esos seres y yo. Porque ambos somos ajenos a este mundo, solo que yo, en algún momento me perdí.
Ya no habrán silencios incómodos, no seré extraño en el planeta, no más presencias forzadas. Se acabó el trabajo agotador para soportar y ser soportado. Se acabaron los recuerdos de amados muertos y los de amados vivos ya inaccesibles, ya lejanos.
Allí, en las grises rocas celestes que bajan del espacio a la tierra, corren lobos con el lomo cubierto de rosas azules.
Qué bellos son los colores donde nadie quiere estar.
No quiero abrir los ojos, no quiero que cese el viento, dame unos segundos más, dame una eternidad. Mi Aire, dame el tiempo necesario para llegar allá.
Los dientes de los lobos imposibles están manchados de sangre, con los ojos encendidos de hambre y ferocidad, pupilas rojas, niñas amarillas... Un oso lucha contra ellos, sus garras han herido sus lomos y de ellos brotan serpentinas de hiedra que los convierte en setos en un jardín para enamorados que huele a amor y muerte.
Es algo importante, es algo trascendente.
En la glorieta, ella llora por mi muerte, yo lloraré por perderla y renaceremos tantas veces como sea necesario para hacerlo intenso hasta la desesperación. Hacemos padecer a las carnes el dolor de la pérdida y la desolación y hacer del próximo encuentro una felicidad esquizofrénica.
Es importante morir con una violencia y dolor inhumanos por amor y ser héroes, amados y deseados. Es algo por lo que vale la pena cerrar los ojos ante el viento de un universo que es el mío.
A veces ocurren errores...
Viento amigo, no sé si es error mío o vuestro, pero no me dejes morir aquí. No quiero una enfermedad triste, ni morir en la indiferencia de los humanos. Soy un guerrero perdido, llévame ahora, aunque muera en el ascenso a mi mundo perdido.
No me dejes aquí, viento mío.
¿No ves que me duele el cuerpo? Si no fuera un guerrero de verdad, lloraría. Y mis ojos están secos como la tierra que piso cada día.
Soy valiente, puedo aguantar el dolor. Necesito el dolor de mi mundo, las emociones sangrantes, los amores que matan.
Un hombre que me cae bien, lucha desnudo contra un águila grande como un avión. El animal clava sus garras en su pecho y le arranca un corazón de bronce. El hombre grita de dolor al tiempo que muere, es un segundo.
En la glorieta, mi semen corre ajeno a la muerte por la boca y pechos de mi hembra. Y sé que todo está bien. Mi pene es un latido que se escucha en medio de un silencio sepulcral expulsando las últimas gotas en el rostro de la que amo.
Hay árboles que dejan caer una lluvia de hojas frescas verdes, rojas y marrones. Pequeños frutos en forma de ataúdes.
¿Por qué eres tan precioso e inaccesible, mundo mío?
Los lobos han dejado de ser setos, han mudado a su pelaje y respiran. Buscan con gruñidos la caricia de mi amada desnuda.
Ráfagas de viento portadoras de ilusiones, robáis mi recelo y mi sabiduría y me siento tontamente ilusionado. Viento mío, haces de mi cinismo candidez, de mi abatimiento ilusión.
El águila deja caer el corazón de bronce, que al tocar el suelo, crea una placenta que arraiga en las sólidas nubes donde intensamente vivimos. Renace el hombre gritando a una nueva vida. Le ayudamos a subir a la glorieta de madera blanca cubierta de rosas rojas que sangran y hacen regueros de pasión que llegan al suelo haciendo florecer cuchillos de brillantes filos.
—No eres nuevo, has llegado por fin —me dice ofreciéndome un cigarro—. Recuerdo que hace eones, el universo rotó en un accidente sismicosmológico, y tú caíste porque estabas luchando en el mar contra un kraken. Salían naranjas de tu pecho cuando morías, cuando el pico de la bestia destrozó tu tórax. Tuviste mala suerte, amigo. Caíste a la tierra de lo posible y nadie pudo salvarte. Ella lloró y te esperó...
Besé a mi mujer , la besé deseando morir de amor y mi corazón dejó de latir para ser un héroe para ella. El dolor apenas me dejaba hablar.
—El viento a veces me encuentra, pero algo se debió romper cuando caí. Tengo miedo, amigo. No quiero volver allá, donde morimos en la calle, donde una gripe detiene el corazón, un bulto se come el cerebro, donde no hay monstruos, ni amores inmortales. Donde todos mueren de hemorragias, no hay flores ni metales preciosos saliendo por las carnes abiertas...
Los humanos huelen mal cuando mueren. Yo oleré mal.
Mi amada y mi amigo se disuelven lentamente.
Y la sensación de pérdida hace agua mis entrañas, en un llanto invisible.
Viento amigo, no me dejes.
Contigo no temo al ridículo, viento de las nubes negras, solo tú sabes ilusionarme.
Sigue amigo mío, sigue sacudiendo de mi piel y mis huesos toda esta tristeza.
Dame más sensacionesde un mundo que extraño y sin embargo no recuerdo. Hazme creer que muy pronto estaré ahí, con los seres que no existen.
Donde todos somos secretos y ocultos. Donde la muerte es puro juego y la vida cacería, risas y un buen follar.
El viento ha cesado de repente. Y toda esa ilusión se ha esfumado, observo la cajetilla de cigarros, enciendo uno y pido otro café. El lejano cielo de tormenta se ha deshilachado.
Pienso en el tabaco y el cáncer, en el calor y la sed, en la tierra caliente y los pies sangrando.
Me trago las lágrimas de la decepción con cada sorbo de café y con cada bocanada del cigarrillo.
La reminiscencia de un olor a naranjas evoca una añoranza de un lugar o tiempo donde lo importante, era luchar, morir, vivir...
He de comprar pan y tomates, jabón y...
Algo no está bien...
Iconoclasta
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Pablo López Albadalejo,
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