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17 de julio de 2011

El Probador de Condones y los amores platónicos



El amor platónico hoy en día es el inicio de unos tremendos cuernos cuando el que lo padece y la que es la protagonista de sus sueños está casada o arrejuntada.
Ahí es cuando el marido o pareja o novio de la platónicamente adorada, tiene que empezar a sacar brillo a sus cuernos.
En otros tiempos, cuando los amantes se comunicaban por correspondencia postal, ya que no había internet, ni teléfono móvil y ni siquiera había divorcio; los cuernos no llegaban a lucirse lo bien que se lucen ahora. Es que da gusto ver a cornudos y cornudas paseando sus osamentas por las avenidas y calles de los pueblos y ciudades.
Porque ocurre que ella sonríe complacida al sentirse la gran diva de los sueños de un hombre. La vanidad de saber que se es hermosa es una auténtica apisonadora imparable. Campo abonado para los cuernos.
(También valdría narrarlo al revés, desde la perspectiva de que es el hombre el que le pone los cuernos a la mujer; pero soy hombre y me siento más a gusto así).
Yo mismo me puedo hacer tremendas pajas con las palabras de amor y mensajes de gran humor y cordialidad que puedes ver en los muros de las redes sociales. Y es que imaginarse a una mujer hermosa masturbándose ante la cara (vía messenger, yahoo o skype) del que la ama platónicamente es una imagen de impactante y eréctil erotismo.
Salen ruiseñores de su coño (del hombre no quiero imaginar lo que sale porque me dan asco todas las pollas menos la mía).
El proceso es que ella empieza a sentirse más feliz que nunca con los pequeños mensajes de humor y amistad (qué asco) que son cada vez más esperados en el ordenador y en el móvil. Y en poco tiempo, se encuentra mirando a su hombre habitual con cierto asco.
Y piensa: ¿Con ésto me he juntado yo?
Sí ya sé que narrado así suena asqueroso; pero la realidad la puedes maquillar con los colores que te salgan del coño o los huevos; pero sigue siendo así de simple y divertida para los que lo vemos desde las gradas del Estadio Olímpico de los Cuernos Virtuales y Reales.
En la otra dimensión, el amante platónico se mata a pajas virtuales y recurre a todos los medios gráficos para encontrar con que excitar a la bella. Y lo más efectivo suelen ser los mensajes de no más de tres o cuatro palabras. Cosa que me hace pensar que la bella, además de serlo, debe ser idiota o cuanto menos, imbécil. Pero se le puede perdonar porque está buena.
En la dimensión más práctica y triste, está el hombre habitual de la bella, que empieza a ser una especie de bulto aburrido que es incapaz de provocarle las sonrisas que ella lanza a su teléfono móvil.
Es inevitable que a uno se le escape la risa al observar una pareja de este tipo, ella pegada al teléfono, él pegado a sus cuernos mirando un triste plato de sopa mal cocinada.
Esto es un proceso habitual en todos los casos. Yo lo sé todo, porque soy el que provoca que las mujeres miren más el teléfono que a su hombre y ellas follan pensando en mí.
No es por vanidad, porque la vanidad es cosa de las bellas. Es porque si alguien confiesa a su platónico/a amante su amor enloquecido, es para follar y no por vanidad.
Yo no me paso el día follando para pensar que las nenas que se ofrecen voluntarias para probar los condones de la fábrica donde trabajo, están enamoradas de mí. Simplemente desean a alguien muy hombre llenando sus coños.
Normalmente, las parejas de amor platónico duran un mal polvo y mientras tanto con sus parejas habituales entran en conflictos tremendos que les lleva a estados de estrés y ansiedad, siendo el culpable, precisamente, el cornudo.
Y aunque los amantes platónicos se toquen frente a una cámara, el hombre de la bella, ya puede ir afilando sus cuernos, porque le servirán para pinchar aceitunas cuando el camarero se olvide de servir palillos. Se toquen con las patas de pollo del caldo o con las alas de un ángel, el cornudo no pierde dramatismo alguno en su estatus.
Hay cosas que ocurren cada día y ésta es la más evidente y más habitual, porque si de algo sirve internet, es para buscar pareja virtual artificial o real y lucirse como un humano de unas aptitudes que rayan en la divinidad; pero esto solo entre los amantes.
Porque el cornudo piensa de ellos que son dos cerdos del tamaño de un tren mercancías.
Esta es la más vulgar, la más adocenada de las relaciones que se dan por internet.
Este proceso degenerativo para el cornudo no debería ser demasiado doloroso a menos que sea imbécil, porque si convives con alguien, hay que ser muy idiota para no darse cuenta de los pequeños cambios que se operan en la mujer (me la pela que me llaméis machista, pero yo nunca pienso como mujer) que es adorada platónicamente por otro hombre. Lo ideal es pasarse por el forro todo ese amor que quedó en el pasado y empezar a buscarse la vida por otro lado. Con un par.
El momento culminante llegará cuando ella le diga: “Cariño, tengo que pasar un par de días en la Columbia británica porque formo parte del jurado de una revista que otorga premios literarios, y que sólo existe allá. ¿No te sabe mal verdad?”.
Yo es que me parto de risa.
Total, él hubiera hecho lo mismo si hubiera tenido un amor platónico femenino.
Y es que con internet, cualquiera que sepa poner bien los signos icónicos que se usan con paréntesis, dos puntos, la X, la D y la madre que los parió a todos, se convierte en el amante perfecto. En el más simpático de los seres y en el que la bella piensa en muchas horas al día arrepintiéndose de haber elegido un hombre tan aburrido como pareja real.
El amor platónico en internet, es más barato y fácil que gastarse el dinero en putas para quitarse la frustración del poco follar. Y por otro lado, si el adorado o la adorada es feliz, el público dará palmas de alegría ante tan maravillosa relación. Ya que verán en ello, que ellos también podrán ser así de dichosos.
Pero la culpa no es de internet, que nadie se engañe, la culpa es que siempre hay quien tiene una polla más gorda que la nuestra y que sus dedos son más ágiles para pulsar iconos y decir cosas tan aburridas que nunca entenderemos como es posible enamorar con ellas a una idiota.
Bueno, mientras os folláis los unos a los otros virtualmente y en el mejor de los casos, escasamente. Yo me voy a probar el lote de condones Andorransdiv11122xytelamamo, que son especiales para los viajes a Andorra de las parejas un tanto promiscuas y platónicamente enamoradizas.
Los cornudos: tranquilos, no desesperéis porque es algo que siempre llega, os largáis a otro sitio que hay más mujeres que subnormales. Tampoco es un gran drama.
Buen sexo.
Siempre abundante: El Probador de Condones.




Iconoclasta

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30 de marzo de 2011

El probador de condones y un documental



Estaba viendo un documental del mar, dicen que el más caro de la historia: que si rodado en HD, que si meses de grabación, la hostia puta de horas de post-producción, no sé cuantos kilos de caviar y salmón ahumado para el director y el doble de sardina barata para el resto del equipo…
Pues para alguien tan instruido como yo, ese documental era lo mismo que todos los que había visto. La única diferencia estaba en que los pescados hacían ruidos graciosos. Incluso las anémonas hacían ruiditos dignos de una película de Walt Disney. A los cinco minutos de empezar a ver el documental, y en vista de que no salía el consabido tiburón blanco comiéndose un cachorro de foca, o bien el apareamiento de los delfines con su hocico consoladoriforme; me abrigué la picha con un condón y di descanso a mi poderosa psique.
Cuando te pasas todo el día probando condones, al final sientes la necesidad de abrigar el pene. Es inercia, costumbre. Una muy buena costumbre que relaja.
Y así, viendo como una manada de turistas se emocionaba por acariciar una ballena (cosa a la que no encuentro gracia alguna) me quedé dormido.
Será porque me paso el día follando por lo que soñé que follaba: pero en lugar de probar el condón con sabor a Algas del Caribe con la hija de la jefa de vaselinas y anilinas de la factoría de condones, soñé que me encontraba en una playa llena de asquerosas iguanas, observando con lujuria a una sirena de enormes tetas.
Yo me había calzado la polla con un vistoso condón serigrafiado con escamas en 3D metalizadas (creo que ahí radicaba mi pesadilla, temo que mi gusto pueda aproximarse al oriental).
Si mi polla es eficaz, mi cerebro también, es extraño que en un solo ser se dé tanta perfección: pero es algo que asumo con naturalidad y humildad para no hacer sentir inferiores al resto de mediocres humanos.
La sirena no hablaba, sólo emitía unos molestos chirridos. Olía fuerte, a pescado de días; pero tampoco era algo muy diferente al consabido olor a bacalao de todos los coños humanos.
Ella miraba fijamente mi polla enlucida con esas escamas en 3D y sus pezones estaban duros como los arrecifes coralíneos que se podían observar a través de la cristalina agua.
El follar es un lenguaje universal seas mamífero, pájaro, cerdo o pescadilla, todo el mundo sabe cuando se ha de meter en caliente. Bueno, todo el mundo no: sé de más de cien mil millones de idiotas que no diferencian el coño del agujero del culo.
Pero vamos, al final la interesada es quien les guía la polla al túnel del amor y pueden dejar su apestosa simiente en ese coño indefenso y triste porque todos esos millones de palurdos no saben arrancar ni un segundo de placer a su hembra.
Sólo tienen hijos y se sienten orgullosos no sé porque; yo tendría miles de hijos y no me siento especialmente orgulloso.
De cualquier forma hay mucha incultura, porque no sólo existen los condones para evitar embarazos no deseados. Un buen aborto siempre es una salida elegante. Siempre y cuando no lleves a tu santa a la curandera que vive dos casas más arriba. Porque si ella pilla una infección, tu polla también.
Maravilloso.
Y tras esta reflexión sobre el sexo y la reproducción, me dispuse a metérsela a la sirena.
Me sentía un poco desolado, incluso triste al no ver piernas abiertas, una putada…
Pero bueno, ella levantó un poco la cola y observé aquel agujero fresco.
Soy un hombre con un gran poder de adaptación al medio.
Me acerqué a ella, le pellizqué el pezón y me enseñó los dientes con hostilidad, yo creo que quería que se lo mamara, pero a mí el pescado crudo no me va. El sushi es un alimento incivilizado, bárbaro, barato y nauseabundo.
Oriental para mayor inri.
Y tampoco soy muy tolerante con las extrañas y caprichosas culturas culinarias que no tienen tiempo de pasar el pescado por la sartén aunque sea vuelta y vuelta.
Cuando la penetré, casi se me arruga la picha de lo fría que estaba. Malditos peces de sangre fría...
Luego me recorrió un escalofrío de terror al pensar en las espinas. Pero una vez dentro, yo no me retiro porque soy valiente y lanzado.
Ella profería una especie de jadeo que era un chirrido que lejos de desanimarme me la ponía dura. Me observaba como si de un momento a otro me fuera a volver loco, esperando que así ocurriera. Pero mi poderoso pene, libre de mitomanías y miedos de clásicos cómics, continuó su proceso de redención de la libido y pronto cambió sus espantosos chirridos por un claro y coloquial: “más adentro cabrón”.
Ulises las pasó muy moradas con las sirenas porque no era tan hombre como yo.
En vista de que aprendió a hablar, le metí una sardina de premio en la boca y aquello la llevó a un grito infrahumano de placer. Entre las iguanas todo era confusión y copulaban machos con machos sin ningún tipo de escrúpulo ni de vergüenza.
Pude ver desde la roca en la que me estaba tirando a la sirenita, a un turista ya entrado en años que levantó la falda a su anciana madre mientras ésta se apoyaba en la baranda del barco para vomitar por la belleza de las ballenas y la empaló tan profundamente que a la mujer se le calló la dentadura al mar y un delfín empalmado, de un salto se la puso al alcance de la mano. Y allí se quedó, llorando de alegría con los labios hundidos, la dentadura postiza en una mano y su hijo bien metido en ella.
Aunque llorando no es lo correcto, porque la vieja lanzaba unos gritos más potentes que mi puta sirena.
El incesto es tan solo un convencionalismo y los gritos de placer de la vieja madre, así lo demuestran.
A veces la naturaleza entra en armonía y todos los seres de todos los lugares se sincronizan para el precioso apareamiento.
Y ahí me desperté, como estaba muy excitado y el condón bien colocado, llamé a mi santa que estaba en la cocina preparándome la cena, que recién había llegado de trabajar.
-Chúpamela que estoy a punto.
-Cariño, tengo tus vol-au-vent a punto de salir del horno.
-Bueno, si se estropean me haces otros luego; pero ahora te necesito.
Cuando se arrodilló, ante mi pene, le pedí a mi hijo que estaba sentado a mi diestra, que bajara el volumen del televisor.
-Iconoclastito, baja ahora mismo el volumen.
-¿Y por qué no te la chupa en vuestra habitación?
-No me contestes. Mari: dile a tu hijo que no nos conteste.
-¡Nof cofteftef a tuf fadrez o de barto la cara, cabrfón” -contestó ella con su boca llena de mí.
Iconoclastito lanzó una carcajada, mi mujer se contagió y con ello le dio masaje extra a mi glande provocando que eyaculara al instante, llevado también por una risa tonta.
Los vol-au-vent olían a quemado; pero nosotros reíamos felices y yo estiraba el condón lleno de semen amenazando con dar a mi hijo o a mi santa. Al final se escapó y todos reímos felices con la cara llena de semen.
Una vez pasada la euforia, mandé a mi mujer a la cocina y a mi hijo a que se sentara en el suelo porque yo necesitaba el sillón para dormir hasta que me sirvieran la comida.
Por muchos documentales que veamos, no hay nada comparable con la familia.
Ni Costeau, ni National Geograpic. Solo consiguen repetirse hasta el aburrimiento.
Hay que follar más y ver menos tele.
Buen sexo.



Iconoclasta
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18 de noviembre de 2010

Papel higiénico, una odisea en México D.F.



La vida es muy puta, a veces no sabes lo que te puede ocurrir.
No puedes pretender tenerlo todo controlado.
Y menos si tu esposa es una reina a veces caprichuda y otras berrinchuda como bien le gusta definirse a si misma.
Esta es la historia de una angustia, de un inesperado momento de tremenda tensión. Cuando tus fantasías sexuales se ven de golpe amenazadas por algo tan extraño y a la vez tan simple, te cuestionas inmediatamente si vale la pena seguir viviendo en estado sereno.
Estaba yo pensando en darle “al que te pego” mientras mi entonces novia hacía sus necesidades en el baño de la habitación de un hotel cuyo nombre y que con el paso del día se convertiría en fuente de confusión. Pero esto es un poco más adelante, no es importante comparado con el batido de cacao mental que mi reina hizo con mis meninges.
Estaba yo acomodándome los cojones debidamente para el rito nupcial, cuando ella, con su voz dulce y hermosa dice: “Qué lejos han puesto el papel higiénico”.
Te puedes esperar oír un pedo, puedes esperar el chapoteo de los coprolitos al estrellarse contra el agua del inodoro. Pero aquella frase me hizo sudar y comprendí que sería difícil mantener ayuntamiento carnal con la maciza de mi novia.
Yo no soy exigente y si tengo que estirar los dedos un poquito para coger papel, no me lamento.
No hay nada como estar junto a quien amas en los momentos más íntimos para conocer la verdadera faz de la soberbia.
Yo pensé que lo próximo que diría sería algo así como: “Menuda mierda de hotel has ido a reservar”. O peor aún:”Ve a recepción y que instalen el portarrollos donde debe estar”. Yo sólo pensaba que el mejor sitio del portarrollos para mi reina, sería en una atmósfera cero, donde flotara continuamente muy cerca de ella. Casi rozando sus dedos para que lo tuviera casi íntimamente cerca. No hay una ingeniería suficientemente avanzada como para hacer eso.
También en ese mismo instante pensé en ofrecerle mis propios servicios para alcanzarle el papel, llamar a recepción para que subiera un botones con un rollo en la mano y además, mi poderoso cerebro ya estaba imaginando la distancia y posición en la que mi novia debía tener el papel higiénico en el baño de su casa. Hice planos mentales; pero no conseguía concentrarme, tenía ganas de follar. Muchas.
Tal vez, tenía a su disposición un enano o un mono amaestrado que le trajera el trozo de papel sin que ella tuviera que inclinarse ni a un lado ni a otro. Ni arriba ni abajo.
¿Cómo iba a imaginar nadie que podría salir algo mal por un accesorio del baño?
Acto seguido, la oí resoplar, como si realizara un gran estiramiento y las costillas presionaran los pulmones forzando así la respiración.
Yo pensé en alguna hernia discal, en un exceso de celo limpiándose e incluso que estaba estreñida. Cuando estás confuso, piensas en mil cosas diferentes.
Cuando salió debidamente satisfecha, parecía incluso cansada.
¬–Nunca había visto que se colocara el papel bajo el lavabo –insistió.
Yo pensé que aquella insistencia era por la simple maldad de mortificarme y hacerme sentir mal por no haber reservado habitación en un hotel de diez mil estrellas. Es caprichosa mi reina.
Miré adentro del baño, con los ojos fuera de las órbitas, como haría un caracol asustado, pero no pude encontrar esa tremenda distancia que había provocado su comentario.
Poco duró ese momento de angustia, porque enseguida la abracé y le saqué el tanga que se había puesto hacía unos instantes. Respondió con delicia y ternura. Le susurré unas cuantas veces “puta” al oído, y se me derramó en la boca y en los dedos. No somos de esas parejas que están viendo todo el santo día pajaritos azules a su alrededor portando florecitas en sus patas. Nos amamos en alma y carne.
Carne... Me gusta su carne porque cuando la acaricias te olvidas de la situación del portarrollos del baño y...
Ya estaba divagando de nuevo, menos mal que no me ha oído escribir esto, de lo contrario se pone ante mí con cualquier prenda que pille al vuelo y se pone a doblarla mirándome el alma con sus profundos ojos y diciéndome así: “Calla de una vez, corazón”.
Como iba diciendo, cuando acabamos de darle “al que te pego”, la miré de reojo, con un poco de desconfianza pensando en el papel higiénico. Me fijé bien en su anatomía: su cuerpo era perfecto, sus brazos largos y estilizados, sus caderas perfectas. Su vientre... Bueno su vientre ahora estaba precioso aunque resbaladizo de mi semen y saliva. No soy un hombre delicado y ella no quiere que lo sea. Y pensé que en medio de toda esa perfección, se le podía pasar por alto su muestra de soberbia por algo tan banal como el papel higiénico.
Me dormí como una marmota con la polla aún latiendo y mi cerebro concluyó que lo del papel se debió a un lógico fallo de los nervios ante la carga sexual de aquel momento.
Al día siguiente, despertándola y soportando sus patadas (no tiene un dulce despertar e incluso creo que por alguna razón desconocida me odia, cosa que me pone), llegó el turno de ir al lavabo.
Yo ya no pensaba en el papel higiénico, sólo fumaba y acariciaba mi pene porque mi novia me tiene caliente todo el día.
–¡Pero si está aquí el papel!
Me tragué el cigarro lleno de confusión y temí que me esperaría un largo día. Que el papel del culo estuviera lejos, pase; pero que encima caminara alegremente por el baño, me hacía pensar seriamente en la estabilidad mental de mi futura esposa.
–¡Mierda! –mascullé escupiendo la ceniza y el tabaco.
–¿No te habrá dado los buenos días, verdad cielo? –le pregunté intentando integrarme con naturalidad en su mente.
–Es que lo tapaba lo toalla... Y yo creyendo que eran los papeles de debajo del lavabo. Ya me parecía que era muy fino eso de limpiarse el culo con kleenex.
Yo pensé que no era cómodo, el kleenex es demasiado suave, no “arrastra” y por otra parte es tan delicado que acabas traspasando el papel y te limpias directamente el culo con los dedos. Me ha pasado.
Entonces lo comprendí todo y respiré aliviado, todo se debía a una pequeña deficiencia óptica.
La amé con más fuerza y acto seguido me doblé como un yogui riendo sin pudor alguno.
A partir de aquel momento, cada vez que entraba en el lavabo para mear, cagar o masturbarme, me reía y como resultado, o bien me meaba fuera de la taza por culpa del movimiento de la risa o bien cagaba con más prisa por el esfuerzo.
Lavarme los dientes imaginando a mi novia estirarse hacia el servidor de toallitas del lavabo, me hacía parecer un perro rabioso. La pica estaba siempre llena de espumarajos expulsados entre carcajadas. Ya no recuerdo si follé mucho, pero reí lo que en mi vida había reído. Ella también, pero ya empezaba a mirarme de forma hostil, amenazándome que si mis risas continuaban, me iba a follar con mi madre.
La amo, pero tiene esa soberbia... Es tan soberbia que me excita como unos cascabeles en el cuello del Diablo de Tasmania.
Hasta los pecados capitales en ella se convierten en virtudes.
Y aquí no acaba todo, aún quedan más cosas que de tan absurdas, eróticas y divertidas, uno se podría esperar ver a Buñuel discutiendo alguna escena con Dalí mientras filman El perro andaluz.
Larga vida a la Reina.
Buen sexo.


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(Basado en hechos reales, aunque nadie se lo crea)
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28 de octubre de 2010

Todo lo que quiso saber sobre una muerte apacible y temía preguntar



Estoy seguro de que si muero soñando algo bello, viviré ese sueño eternamente, es decir: los minutos o segundos que tarde el cerebro en consumir el oxígeno que le queda tras la parada cardíaca, convertirían ese sueño en una deliciosa eternidad.
Y así habré disfrutado de una dulce, apacible y envidiable muerte.
Claro... Y las cabras leen a Marx y a Kierkegaard con gafas.
Sólo un idiota sin cerebro podría morir feliz cuando el corazón se para y los pulmones luchan como cabrones por coger el bendito aire. Un aire que casualmente, en ese preciso instante, se ha retirado un par de metros lejos de la boca y la nariz.
Es de risa, estamos rodeados de apestoso aire toda la vida y cuando lo necesitamos de verdad, se arrincona en un lugar y no se deja respirar.
Ya estaba divagando de nuevo, el sexo me apasiona y me pierdo por retorcidos vericuetos de mi analítica mente.
En definitiva, no hay muerte dulce. El que ha muerto en la cama ha sufrido muchísimo eternizando así su agonía; sin poder abrir los ojos, ni pedir auxilio. Plenamente consciente de que la palmaba solo como un perro.
Decir con el cadáver presente que el individuo ha muerto en paz es alevosa hipocresía y alevosa cobardía. Nada de lo que sentirse orgullosos.
No hay que ser muy listo para darse cuenta de ello. Podéis ser todo lo cobardes e hipócritas que queráis respecto a la muerte; pero taparos la nariz y la boca y aguantad sin respirar todo lo que podáis y luego me decís lo felices que habéis sido.
Si es que sois como críos, esto es una lección de Barrio Sésamo.
Que lo hagáis para prolongar un orgasmo, me parece bien. Pero eso sería confundir la velocidad con el tocino (bacon para los sajones).
Observando detenidamente el cadáver del que ha muerto “dulcemente”, veo sus dedos crispados, como si retuviera con ahínco un billete de veinte euros del que no quiere desprenderse, y alguna uña levantada (el de la funeraria no ha hecho un buen trabajo), la lengua mordida, las mandíbulas tan contraídas que hay piezas dentales rotas asomando entre sus labios y las costillas hundidas. Todo esto lleva a concluir que si el finado ha tenido una muerte feliz, yo soy Blancanitos rodeado por los siete enanieves.
Yo me parezco a un muerto así, después de que mi mujer (maciza y divina ella), me ha hecho una paja con ese brío que le da al puño y a la lengua. Pero tampoco es lo mismo.
El del ataúd no ha tenido mi suerte. No ha chillado como un cochino tras un cremoso final feliz.
Ni de coña.
Conozco a su mujer que es mi tía, y a ese no le han tocado el rabo otros dedos más que los suyos en veinte años.
Joder... Si uno se despierta hasta por el zumbido de una mosca. ¿Cómo no se va a enterar de que no puede coger aire?
¿De verdad os creéis esa falacia de la muerte tranquila y apacible?
¿Cómo no se va a enterar de que el corazón se le ha partido en dos y sus pulmones se están anegando de sangre?
No quiero desanimar a nadie ni dar malos rollos; pero del que dicen que ha muerto “apaciblemente”, puede deberse a:
1: es mentira.
2: se ha chutado tanto jaco en vena, que en sus pupilas dilatadas aún flotan elefantes rosas con topitos azules, como en una lámpara de bebé.
La cobardía no es una virtud, y cuando se es cobarde hasta para pensar, la mezquindad os hace insoportables, chavales.
Como la de mis ex¬¬-suegros y mi ex-mujer...
Hablando de ellos, os diré que si un día muero “apaciblemente”, se encargarán de decir a los cuatro vientos que es mentira y sufrí más que Amundsen para encenderse un cigarro en el Polo Sur.
Yo también les deseo una apacible muerte.
Además... ¿Quién quiere una muerte apacible? Se debe morir luchando y sufriendo.
¡A ver! Que dé un paso al frente el que odie la muerte dulce de un cerebro paralítico.
A la mierda, menuda valentía.
Tanto hablar y demostrar para nada.
Margaritas a los cerdos.
Podríamos ponerles borlas a las mortajas y ni aún así sacaríamos un ápice de alegría del muerto.
Ni hay alegría, ni los muertos estén guapos. Su piel da grima tanto por el color de cera, como la textura fofa. Y no hablemos de su rigidez, secos como la mojama.
No hay muerte plácida: vamos a repetir todos juntos y luego pasamos a la canción del cinco que en el culo te la hinco.
No quisiera ser se pájaro de mal agüero (la verdad es que me atrae la idea); pero si la muerte os pilla en la cama, de sufrir los minutos más embarazosos de vuestra vida no os libra nadie.
Siempre será mejor la violencia de un tiro o un degollamiento. ¡Dónde vas a parar!
¿RIP? Y una mierda.
No seais chochos.
Buen sexo.


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5 de julio de 2010

Yo Cupido



¡Hola!
Soy Cupido. Y la verdad, no es que sea algo como para tirar cohetes multicolores en forma de pene que estallan con crakeling en la palmera plateada final que metaforiza una eyaculación.
Mi trabajo es fácil, lo hago bien y a veces me siento lleno. Como todo hijo de vecino.
Salvo por el detalle por el que me suelen representar.
Los pintores y dibujantes han sido unos hijos de puta toda la vida: siempre me han dibujado como un bebé rollizo, con mi sonrosado culito al aire. Le dan mejor color a mi culo que a mi cara. Casi nunca se muestra mi pene (como si no tuviera o bien lo llevara metido en la raja del culo), o en el mejor de los casos, me dibujan una patética picha que sólo causa ternura en las mujeres y una sonrisilla imbécil en los machos, que piensan que prefieren ser víctimas del amor que arqueros, y que no quieren un pene tan tonto e inocuo como el mío ni que vivan mil años.
¡Mal! Tengo un pene monstruoso y un poblado pubis. Siempre dejo perdido de pelos de polla el inodoro. Y el culo lo tengo lleno de pelarros y granos. Lo único sonrojado es mi pijo.
¡Gilipollas!
Pero no tengo Cupida.
Yo no vivo sólo de la satisfacción de los enamorados. No soy el tonto de San José que se sonreía como un deficiente mental cuando María gemía lujuriosa en brazos del Espíritu Santo. Hay que ser hipócrita para afirmar que María era virgen después de saber como la trató el sagrado ente.
Aquello sí que era un falo que deprimiría a la más ilustre polla de la industria de la pornografía.
Recuerdo el ruido que hacían los testículos del palomo contra la mesa de madera donde se beneficiaba a María.
Aún me la pelo evocando los gritos y jadeos de la susodicha beata.
Y San José, mientras tanto, dale que te pego al cepillo en plan autista.
Aquello era de lo más absurdo.
Pero está visto que en casa del herrero, cuchillo de palo. Y yo voy más salido que mis alas. Y no son esas ridículas alas de pollo que me pintan. Mis alas son enormes del carajo.
Mi pene, mis testículos y mis alas, tienen la proporción áurea. Sólo que los pintores son unos envidiosos de la hostia.
Para lo que me sirven...
No hay nadie que me lance una flecha y me dé una compañera. Llevo una eternidad pagando para poder tener ayuntamiento con hembra. Las putas pasan de flechas y me señalan el lavabo cuando les guiño un ojo intentando conquistarlas.
Y de ahí mi venganza. Yo también soy rencoroso y perverso.
Muchos que comentan que hoy en día hay más maricas y tortilleras que en ninguna otra época, tienen razón.
Seré bondadoso, pero mi paciencia tiene un límite.
Hoy es un día de esos que no estoy de buen humor, por decir poco, por decir lo mínimo.
Cuando llega el calor, toda/os los idiotas se van a la playa y se ponen cachondos mirando los cuerpos casi desnudos. Cosa que me toca los huevos porque tengo que trabajar a pleno sol, lo que me obliga a aplicar en mi delicada piel crema protectora de factor dos mil setecientos. Y así se me resbalan las flechas entre los dedos y me convierto en el hazmerreír de los dioses.
Acabo de enamorar a una tía con una pierna ortopédica y a un chulo de playa cargado de cadenas de oro, gafas de Elvis y tanga rojo ajustado hasta el asco. Yo quería disparar al parapléjico que estaba un poco más allá para que se sintieran en mayor armonía esos dos tullidos seres. Esta crema es una mierda.
El muy cabrón del chulo, encelado perdido, ya le ha arrancado la pata de plástico y se la quiere beneficiar en plan cómodo, de pie y por un lado. Ella se queja pero aparta el muñón la muy rijosa y se sujeta a la sombrilla mientras se deja embestir.
Unos niños con la boca manchada de arena y crema de cacao los miran con interés.
Así de fácil es enamorar.
El amor es ciego y yo estoy hasta mis rizos púbicos de tanto flechazo al sol.
Y me está poniendo cachondo la manca, hay que ver como guardan el equilibrio los tullidos cuando se trata de follar. Y que comodidad sin la pierna...
Mi pene está listo para la acción y ya no aguanto más, necesito aligerar los testículos porque me cuesta volar.
El año pasado por estas fechas, estaba tan empalmado como hoy y localicé entre toda la borregada que había en la arena a una maciza en topless, tomando el sol con las piernas abiertas. Muy abiertas.
Su novio estaba en la orilla ligando con una mulata que tenía más tetas que cerebro y más culo que tetas. Era más puta que las gallinas de Jericó que aprendieron a nadar para chingarse a los patos. Lo llevaba escrito en la frente con un rótulo de neón del tamaño de un rinoceronte. Pero leer es algo que no se le da muy bien a mucha peña.
Así que a la desatendida maciza le aparté un poco la braguita del biquini después de haberle pegado un buen flechazo en su minúsculo cerebro, cosa que la sumió en un erótico sueño.
Me la tiré con ganas, flotando encima, agitando mis alas rápidamente como un colibrí. Recuerdo haber pensado lo molestas que eran las piernas (la suerte que ha tenido el chulo que se está tirando a la tullida ahora mismo).
Como resultado de aquello, la chica quedó impactada por su sueño y le buscaba alas a su novio. También buscaba el miembro que la llenó y la elevó a la cúpula del placer. Pero claro, el novio no daba la talla y de volar, ni batiendo las orejas a quince mil revoluciones por minuto.
La maciza entró en un estado de ansiedad que la llevó a un tratamiento de seis meses con ansiolíticos y a su novio a una clínica para agrandar el pene si no quería perderla.
Cuarenta grados a la sombra y yo aquí sudando y sin Cupida.
Me limpio bien las manos con arena para evitar que me resbale la flecha, tenso el arco y suelto la flecha que impacta en el corazoncito de un gay que toma el sol con una gorra alemana de cuero negro. Se levanta con su tanga, también de cuero negro y se acerca al patriarca gitano que preside una de esas tiendas que tanto les gusta hacer con toallas y palos de sombrilla robados. El gitano, clase ni tiene ni la ha conocido en toda su vida, su reloj de oro es más falso que un billete del monopoly. La uña larga de su meñique con la que se escarba la nariz y el culo alternativamente, provocan cierto vómito en mi candorosa alma. Y su sombrero negro tiene más mierda que el palo de un gallinero. Eso sí, tiene muchos hijos, muchos churumbeles.
Le pego un buen flechazo que le impacta en su vieja barriga y automáticamente recibe al gay duro con unos besitos en los labios.
Las gitanas lo miran alucinadas, pero tienen que atender a sus hijos que están robando todo lo que encuentran en la playa si no quieren acabar en el trullo en menos de media hora.
Gitano y gay duro, se dirigen al cercano hotel Culo’s and Loca’s bien pertrechados con una caja de condones extra-fuertes y un par de tubos de vaselina.
A la puta mierda el amor. Y este calor de las narices.
Voy a ver si hago un par de lesbianas y me largo a echarme una siesta en las mazmorras del Coliseo.
Otra jornada más a la mierda y yo sin Cupida.
Seguro que la culpa la tienen esos malditos pintores con la estúpida imagen que han creado de mí.
Mañana buscaré un buen pintor para que me retrate en acción con la Janine del puticlub de la carretera de Matalascabras a Despeñachanchas, que es muy exótica y refinada. Y que me dibuje el rabo en todo su esplendor de una puta vez, coño.


Iconoclasta
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26 de marzo de 2010

El probador de condones en la estación espacial



¿Quién podría imaginar que la industria del follar precisara ir al espacio para el diseño de unos simples condones?
Yo no, no soy tan idiota como esos investigadores de lo absurdo e inútil.
Acabo de regresar de la estación espacial anglo-germana-hispano-rumana Lechazo I.
La industria de los profilácticos sexuales está tan cargada de tonterías e idioteces como la de los detergentes para las mujeres y sus lavadoras.
Porque me parece (y “me parece” es un forma de ser amable y dar una oportunidad a esos idiotas), que si el semen flota o los condones son más ligeros, es algo que no tiene aplicación alguna.
A mí me va essssstupendo porque me pagan una pasta gansa en dietas extra planetarias; pero ni de coña me voy a convencer de que tiene alguna utilidad. Si acaso, sólo como excusa para subir el precio de las gomas.
Pero aún así, es una idiotez: existe la mentira para hacer uso de ella y se ganaría más dinero si yo me quedara en la tierra follándome a la hija del consejero delegado y que los de publicidad escribieran la mentira para excusar el alto precio de los condones: “Nuestros productos han sido especialmente diseñados y ensayados en el espacio bajo rigurosos controles de calidad científicos”. Yo lo escribiría, al fin y al cabo, cuando te pones un condón no es para disfrutar de la literatura y menos de la que luce la caja. Ser empresario no libra a nadie de ser idiota, les pasa a los empresarios como a los obreros, que son idiotas en mayor o menor grado.
Así que allí me encontraba yo: flotando en la estación espacial, sin ser necesario.
Había un tufillo académico un tanto hostil, la tripulación estaba formada por ingenieros, doctores, biólogos y hasta el que limpiaba los tubos de cagar de los trajes espaciales, tenía un doctorado en mierda. Les costó un huevo darme la mano, y cuando les dije que era probador de condones, me miraron el paquete pollal buscando una explicación evidente a mi afortunado trabajo. Algo que evidenciara el porque me ganaba la vida de forma tan bohemia.
Se presentaron uno a uno presumiendo de su currículum académico, y mientras soltaban su parrafada de títulos, yo buscaba el tabaco que me habían quitado antes de subir a la lanzadera.
—Yo me llamo Iconoclasta y puedo dar ayuntamiento carnal hasta doce veces al día, más otras cuatro por placer. No tengo títulos; pero mi pene es la prueba viva de que poseo también una excelencia y que fui bendecido por ella. Y si queréis os regalo un llavero a escala 1:10 de mi polla, que es el regalo promocional de mi empresa, lo podéis usar para seguir vuestros complicados cálculos o como punto de lectura. Y para metéroslo en el culo.
Tampoco eran la hostia puta de inteligentes, no se habían enterado de una mierda de todo lo que dije, salvo de “polla”, parece que junto con “coño” se conoce en todos los idiomas.
Normalmente no soy tan borde, pero aquellos ingleses y alemanes, no me caían bien. Al rumano ni lo miré, era el que limpiaba los tubos excrementicios de los trajes y me daba asco por razones obvias.
También me endosaron como ayudante de los ensayos a una maciza contratada especialmente para este tipo de pruebas. Mis compañeros de la fábrica se reían con cierta perversidad cuando me la presentaba el director de la fábrica.
Se llamaba Pandora, que no sé que coño significa; pero me dio muy mal rollo porque hacía babear a la tripulación que reían simpáticos pronunciando su nombre y mirando sus enormes tetas con indisimulada curiosidad no científica, mientras jugueteaban con la cremallera de su traje y hacían sonidos extraños de explosiones.
Da igual que seas científico, filósofo o papa de Roma, al final, ante unas buenas tetas, todos los humanos machos descienden cuatro o cinco escalones en la escala evolutiva.
Mi cultura a veces raya la sabiduría gracias a los documentales televisivos de naturaleza en la sobremesa de National Geographic. No hay nada como hacerte una paja y que entres en la fase rem del sopor pajillero contemplando a un hipopótamo nadar grácilmente en el río Kikicicococuctucocagán.
O algo parecido.
Nuestro reducido departamento de ensayos era un cuartucho acolchado en rojo para que nos pareciera un burdel, con un banco de acero inoxidable fijado al suelo y una almohadilla para que Pandora se sintiera cómoda durante la prueba de esta edición de lotes ingeniosamente bautizada por el departamento de publicidad como: Polvo Orbital Lácteo: Guerra de orgasmos.
Nos habían aconsejado, que debido a la nula gravedad de la estación, Pandora se sujetara al banco de pruebas con unos cinturones de seguridad para evitar accidentes cuando la embistiera.
Tiene su lógica, a veces los idiotas tienen algún arranque de genialidad.
— ¿Qué tienes de especial para haber sido elegida para esta misión? —le pregunté abriendo ya la primera caja del lote.
—Me da vergüenza decirlo, Ico —dijo con un simpático rubor de mejillas.
Con los dedos haciendo estiramientos de los labios vaginales para calentar el coño.
Estaba buena que te cagas.
— ¿Me estás mostrando las muelas del juicio a través de tu chocho y te da vergüenza decirme por qué te eligieron?
Se bajó la cremallera del traje y dejó salir sus dos enormes tetas coronadas por dos morenos pezones que parecían de chocolate. Mi pene respondió con violencia y el glande golpeó la caja de condones que tenía en las manos y la lanzó contra la pared y de esta rebotó a la de enfrente y de enfrente a un lado y al otro y al otro y al...
Y me quedé viendo evolucionar la caja de la misma forma que observo atentamente como gira la pizza en el microondas. Pensando en cosas de complicados cálculos cosmológicos... Hasta que se metió los dedos en la boca, los embadurnó generosamente con su saliva y se mojó los pezones que respondieron con dureza instantánea. La caja me golpeó irritantemente suave en la frente y la cogí sujetándola bien por encima de mi pene que ante aquella nula gravedad, las venas lucían como gruesos cables de acero enviando la sangre de forma enérgica y violenta a todo el cavernoso músculo.
Luego se untó con generosidad la vulva y el tono brillante que adquirió, me hizo babear notoriamente.
Yo ya había hidratado mi pene y el condón casi había caído cubriéndolo de lustroso y terso que me había quedado el pellejo.
—Verás, Ico. Tengo un pequeño problema de nervios: cuando algo me aburre, mi vientre se suelta y me tiro pedos.
— ¿Cómo? ¿Así?
Acto seguido, me tiré uno bueno, con tanto entusiasmo que temí que se me hubiera escapado algo. Los científicos que nos miraban a través de la mirilla de la puerta del departamento, empalidecieron y se apresuraron a bajar el volumen de sonido.
Yo diría que alguno escupió al suelo con asco; como si se hubiera tragado un pelo de mi culo que salió despedido por la fuerza de mis gases.
Me sentí catapultado adelante por la fuerza propulsora de mi propio pedo y frené apoyando mi glande en el coño de Pandora. Abrió la boca en un gemido a la espera de que entrara del todo; me retuve para recuperar el equilibrio.
Se reía con una gracia... Le hubiera follado la boca en lugar del coño. Deliciosa.
— ¿Y eso te da vergüenza? ¿Y cómo sabré que te aburro? No quiero salir despedido al espacio.
Se rió de buena gana acariciando distraídamente mi glande enfundado en el metalizado y dorado condón.
—Seguro que no me aburres, mi astronauta.
Entonces embestí con fuerza. Me pasé y soltó un gritito de dolor, follar en gravedad cero es como super-follar y todo adquiere una rapidez y una profundidad enriquecedoras. Épicas, que diría un académico de la lengua.
Y que fácil... Así en cámara lenta: mete y saca mete y saca...
A veces me entra la vena poética.
Los científicos, recuperados de mi pedo, se agolpaban en la mirilla de la puerta y sus ojos no tenían nada de sabios. Yo diría que se le estaban pelando, pero hablando con propiedad, se estaban haciendo una paja a juzgar por el continuo golpeteo en la puerta.
El condón parecía resistir bien el veloz trabajo de rozamiento en tales condiciones de gravedad.
— ¡Puta! Me voy a correr.
Siempre me ataca el romanticismo cuando el semen está a punto de salir.
El condón pareció desintegrarse en la última y más vigorosa embestida antes de penetrarla de nuevo.
Una hermosa y vistosa gota se quedó flotando en el aire para formar una hermosa bola blanca. Era mágico.
Y sentí calor.
Así que abrí la puerta para ventilar el cuartucho y los tres científicos aparecieron ante nosotros medio encogidos con sus penes asomando por la bragueta de los espaciales pantalones.
—Tranquila Pandora, que acabo con la boca. Júrame que no te tirarás un pedo.
Se río con ganas y se tiró un pedo con alegría.
Tuve reflejos para asirme a la mesa y dejé que el metano agitara mis cabellos. Con la otra mano hacía pinza en la nariz.
Pero aquella ventosidad no había hecho más que desencadenar un hecho sino trágico, al menos terrorífico para la tripulación.
La bola de semen que flotaba fue empujada por los vientos fétidos que lanzó Pandora (aún me sigo preguntando por ese extraño nombre) y aceleró de cero a mil doscientos en apenas un milisegundo.
La bola iba hacia los científicos que dijeron “¡Oh dios mío!” en inglés, francés, rumano, italiano, esperanto y suajili. Incluso me pareció entender algo en cantonés, cosa extraña porque faltaban idiotas para tantos idiomas.
Se pusieron histéricos y ni siquiera se guardaron las pollas cuando vieron que la pelota iba directamente hacia ellos.
Gritaban histéricos, se agarraban los unos a los otros para adelantarse, y gritaban cosas como “¡Mamá! ¡Qué asco! ¡Corred que eso se seca y luego queda duro en la ropa! ¿Alguien tiene una mascarilla? ¡Cerrad la boca por lo que más queráis!”
Todo esto era pronunciado en tal algarabía de idiomas, que parecía la estación espacial Babel.
Me hizo cierta gracia esa cobardía. A veces me masajeo la cara con mi propia leche como bálsamo tras el afeitado. Huele mal, pero me deja una piel preciosa y tal vez por eso, en lugar de besarme las mejillas, mis compañeras de trabajo me las lamen. Me postré frente a las piernas abiertas de Pandora y lamí su coño sin hacer caso al follón de gritos y carreras que hacía la tripulación. No cesaron de gritar y corretear durante los cinco minutos que tardé en hacer que se corriera la bella Pandora, unas seis veces.
Cada vez que esa belleza se corría, me decía: “Hijo puta, hijo puta...”
Me enamoré de ella y desde ese momento mi mujer se hizo cornuda a miles de miles de kilómetros de distancia.
Menuda energía la de Pandora. Los super-pedos en el espacio son super-mega-pedos. Y la leche se extiende por el espacio-tiempo voluptuosa y veleidosa buscando una piel, una boca o unos ojos donde descansar. Mis pequeños iconoclastitos buscando descanso... Un útero en el frío cosmos...
El espacio es inspirador.
Pandora tenía el coño tan empapado, que un denso y brillante hilo de baba y fluido se desprendía desde la mesa al suelo.
Y cuando me estaba encendiendo un cigarro de un paquete que me guardé en los cojones previendo que me los confiscarían, se escuchó un grito desgarrador.
— ¡Arghhhhhhhhhhhh!
Era un grito de asco en alemán. Corrí hacia ellos sin acordarme de meter el falo en el pantalón, Pandora se liberó del arnés y me siguió con sus enormes tetas flotando en cámara lenta.
Cuando el inglés y el rumano me vieron correr hacia ellos con el rabo enhiesto, aplastaron contra la pared sus culos mirándome con los ojos llenos de pánico.
— ¿Qué ha pasado?
El alemán se encontraba de rodillas en el suelo doblado sobre su propio estómago.
—Se lo dijimos: cierra la boca, cierra la boca... Dios mío... —lloraba en inglés el inglés, sacudiendo la cabeza arriba y abajo mecánicamente.
Había llegado al límite de la cordura aquel hombre.
Puse una mano en el hombro del cabeza cuadrada y como si fuera el mismísimo Jesucristo le consolé.
—Vamos amigo, eso no es nada, déjame ver. Vamos, tranquilo.
Alzó su cara hacia a mí.
La verdad, era mi propio semen; pero no era una estampa agradable. De las pestañas le colgaban dos pequeñas gotas blancas que le enturbiaban la visión. De la punta de su nariz pendía un moco perfectamente redondo y la comisura de sus labios estaba impregnada de semen.
Su traje espacial estaba lleno de restos de pollo y arroz deshidratado. El hedor era insoportable.
Así que me sentí samaritano y le limpié la cara con mis calzoncillos, que llevaba en la mano, porque de allí había sacado el tabaco.
No fue perfecto porque le quedó un vello rizado enganchado en la mejilla, pero por lo menos ya podía respirar sin temor a tragarse otro chupito leche.
La cosa mejoró cuando fijó su mirada en los enormes pezones de Pandora.
Le di unas palmadas en la espalda y lo ayudé a incorporarse.
— ¿Por qué no le acompañáis a la ducha para que se lave? No lo dejéis solo en estos momentos.
Sus compañeros miraban mi polla ahora dura de nuevo con desconfianza cuántica.
—Y nosotros vamos a seguir con lo nuestro que aún quedan diez lotes que probar antes de que nos vengan a recoger dentro de de tres días.
Pandora se postró ante mí, cogió sus enormes tetas entre sus manos y me hizo una paja con ellas. Eso no era trabajo, era jodienda pura y dura.
La ayudé a manejar las tetas para que se acariciara el clítoris, que asomaba tímido pero muy duro entre sus dedos. Resbaladizo y poderoso como una enana blanca.
Decidí hacerme el macho en aquella nula gravedad. La levanté en brazos y sujetándola por las nalgas, le comí el coño hasta que sentí como se corría en mi boca.
Mi pene cabeceaba en la ingravidez y otra lefa quedó flotando cual nívea medusa en el aséptico (hasta hacía unos minutos) clima de la estación espacial.
Cuando se corrió gritó de nuevo cariñosamente: “Hijo puta, hijo puta” y yo le contesté: “Mi puta, mi puta”, nos dirigimos a nuestro departamento a seguir trabajafollando sin descanso.
Yo no estaba presente; pero gracias a las cintas de video, pude ver durante la cena lo que aconteció durante nuestra jornada laboral.
El rumano se encontraba en la cocina preparándose un sobre de polvos de lechón al horno y unas cuantas patatas fritas en brick espacial sin darse cuenta de que la bola de leche que había quedado suspendida en el aire, se acercaba a él.
Y lo que son las coincidencias de la vida, al aburrido astronauta le dio por dejar en el aire un chorro de yogur líquido para luego tragárselo como si fuera un caramelo. Como esas viejas demostraciones que hacían los astronautas en los documentales televisivos para que los ignorantes televidentes se sintieran profundamente emocionados por tal derroche tecnológico. Miles de millones de dólares para que un idiota se tomara un vaso de leche como si comiera un bombón flotando.
¿No es cierto que algo está fallando en la evolución de la humanidad? Nace cualquier cosa.
En definitiva, la bola de semen avanzó hasta colocarse al lado de la de yogur. Si eres inteligente; lo más probable es que tu semen lo sea también.
El rumano, miró con total ausencia de inteligencia las dos bolas volubles y trémulas que se agitaban ante sus ojos y le echó un vistazo a la botella de yogur que tenía en la mano. En su frente se iluminó en letras de neón: “¿Habré dejado escapar dos tragos en lugar de uno?”.
Ni corto ni perezoso, abrió la boca como un pez que come tranquilamente entre los arrecifes coralinos y se tragó una de las bolas. Cerró los ojos con cierto placer y se relamió.
Si no hubiera sido tan glotón...
Abrió de nuevo la boca y se tragó la segunda. Los ojos que estaban cerrados ante el placer del dulce manjar se abrieron como platos. La textura, no es la misma y el rumano no debía ser trigo limpio porque se dio cuenta demasiado pronto de que se estaba tragando una mamada ya fría. Aquel tío era un profesional.
Y parece que tienen el estómago muy delicado los astronautas, porque vomitó como una fuente.
Y todo aquello quedó flotando en el aire.
Alarmados ante el rugido a cloaca rumana, el alemán y el francés acudieron a la cocina y al entrar, sus rostros se toparon con la papilla.
Como en la canción del elefante que se balanceaba en la tela de araña y llamó a otro elefante que se empezó a balancear también, ellos también lo hicieron, me refiero a vomitar.
Se puso en marcha el dispositivo de emergencia porque los filtros purificadores de aire se obturaron. Se quedaron encerrados y aislados en la cocina hasta que se tragaron todo lo que flotaba y el aire quedó razonablemente limpio.
Más tarde, cuando mi bella Pandora y yo acudimos a la cocina, los encontramos sentados en silencio. Nos miraban con un odio atroz mientras cenábamos y mirábamos con una amplia sonrisa el video de los hechos. Ahora comprendo lo dura que debía resultar la convivencia entre los antiguos marineros que tenían que soportarse meses y meses a lo largo de una travesía sin fin.
Pero no pensaba que en el espacio ocurriera tan rápido. Aunque si las velocidades son mayores, es lógico que el hastío también sea más veloz en presentarse.
Ni lo sé ni me importa.
Pandora, con sus felinos ojos negros brillando aún de lujuria y ante el deprimente espectáculo dijo:
— ¡Por Dios, qué muermo de gente! Aburren a las ovejas.
Y ni corto ni perezoso se tiró uno bueno.
Los científicos ya no gritaron, lloraron de forma queda directamente y yo le di una palmada en el culo a mi diosa. Me encendí un cigarro y prendió una ligera llamarada que nos chamuscó a todos el pelo y el sistema anti-incendios se puso en marcha dejando ir una gélida neblina helada.
—Pues ya sólo falta que granice mierda —dijo el alemán en alemán.
Los científicos furiosos, nos apresaron, nos encerraron en nuestro departamento de folleteo y nos lanzaron al espacio rumbo a La Tierra.
Son unos idiotas intolerantes los cientifistas todos.
Los odio.
Cuando nos rescataron en el mar, mi amada se encontraba evidentemente aburrida y se tiró un pedo que despeinó a los marineros cuando abrieron la puerta de la cápsula de emergencia.
La besé profundamente y me tiré un pedo con ella.
El amor nos hace tan primitivos...
Dicen que llegamos a tierra firme en un tiempo récord, que jamás un barco había surcado tan rápido el océano.
Cuando llegué a casa, la que ya no quería me preparó una buena tortilla de patatas y me la follé sin ninguna alegría pensando en Pandora.
Un tímido pedo se me escapó en la noche.
— Cerdo —díjome cariñosamente la que no quiero.
Buen sexo.


Iconoclasta
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18 de marzo de 2010

Leyes y necesidades



No creo que haya un serio problema en mi cerebro. Todo lo contrario: soy puro instinto sin grandes complicaciones.
La única ley que puedo entender es la que dicta mi lógica y mi instinto. La que dicta mi necesidad.
Las leyes creadas por otros hombres inferiores a mí en inteligencia, fuerza y valor son completamente intrascendentes y si transijo con algunas de ellas es solo para poder vivir cómoda y relajadamente.
Esta amabilidad por mi parte, esta tolerancia hacia la imbecilidad, desaparece en el momento en que se convierten las leyes y normas en un obstáculo para la consecución de mi objetivo o la solución a un problema. Normalmente, YO y las leyes nos toleramos bastante bien. No hago caso de ellas y ellas no hacen caso de mí.
Por obstáculo considero el lento proceder de las administraciones de los gobiernos. Y me parece lento cuando la espera se prolonga más allá de quince minutos.
Quince minutos es el tiempo que aguanta mi corazón a un ritmo tranquilo cuando necesito algo. Pasados los quince minutos, mi corazón se acelera y ya me siento liberado del cumplimiento o respeto de cualquier ley o norma.
Mi tiempo es tan valioso como el de cualquier ministro o cualquier lerdo funcionario.
Ni necesito ni quiero que nada ni nadie guíe mis pasos.
No soy como otros que se comportan como mi perro, que cuando lo suelto de la correa, durante un tiempo no sabe que hacer con su libertad.
Así pues, es perfectamente justo y justificable que emplee la violencia para imponerme a otro cuando las leyes no me dan soluciones.
No voy a esperar a ser anciano para que alguien me devuelva lo que me ha robado, por poner un ejemplo. Si alguien me roba, le arranco los pulmones.
Porque de esto se trata convivir en sociedad: imponerse a otros haciendo uso de las leyes y normas. Subiendo así en el escalafón de dinero, posición social y poder.
Los hay que hacen uso de leyes y normas y estoy yo que hago lo que me conviene.
Si la ley actúa rápido, soy su más seguro servidor (y una mierda). Si es más lenta, entonces sueño con vientres abiertos y vísceras resbalando por enormes tajos que vacían de sangre los cuerpos en muy pocos segundos.
También me gusta ser lírico además de pragmático.
No es algo socialmente aceptable, pero me importa el rabo de la vaca loca ser aceptable o no.
Sinceramente, mi simpleza es ejemplar y si todos fuerais como yo, la raza humana evolucionaría más rápidamente y mejor.
A ver, que las mujeres deseosas de ser madres de sanos , vigorosos y hermosos bebés levanten el dedo y se quiten las bragas. Tengo para todas.
Hay que saber que cobardía, conformismo, integración y colectividad, no son cosas de las que sentirse orgulloso y que van en contra del instinto predador con el que nacemos.
El otro día sin ir más lejos, una retrasada mental gorda como un tonel, apestosa y con la ropa pringada de restos tóxicos procedentes de su continuo hociquear entre la basura, me exigió un cigarrillo y unas monedas.
Yo no le hice ni puto caso. Además, me daba asco.
Pues la subnormal se puso tras de mí y siguiéndome por el paseo gitaba: “¡Este payo no me ayuda! ¡Este payo quiere que me muera de hambre! ¡Este payo quiere que sude por un cigarrito!”.
Con mucha educación y evitando acercarme a aquella bola de sucia manteca (¿he apuntado que carezco de empatía alguna?), le dije:
—¿Quieres hacer el favor de dejarme en paz?
—Si no me das un cigarrillo y unas monedas no me voy.
“Me cago en diosssssss”, pensé yo intentando no llamarla “sucia hija de perra” (sic).
No habían pasado ni cinco minutos; pero mi corazón se aceleró (los quince minutos de paciencia se pueden acortar en función de la irritación).
Así que en lugar de acudir o pedir ayuda. Cogí un tubo de hierro de un contenedor de escombros y le di un buen golpe con él en el muslo izquierdo.
Soy un macho fuerte que practico habitualmente el levantamiento de pesas y soporto estoicamente la imbecilidad diaria, con lo cual puedo afirmar con una rotunda claridad de mis preciosos ojos verdes, que soy fuerte como un toro.
Ser fuerte de espíritu está bien cuando vives en un asilo o en un manicomio. Cuando eres libre, tienes que tener una buena masa muscular para imponerte. Sobre todo, si no te hacen ni pizca de gracia las leyes y tienes que apañártelas tú solo.
O sea, que cuando golpeé lo hice a conciencia, intentando ser devastador.
Darwin se masturbaría con lágrimas en los ojos sabiendo de mi precisa adaptación al medio. Soy el eslabón perdido que todas las mujeres desean.
Y acerté. Pegó un berrido ensordecedor y cayó al suelo destocinándose, rodando sobre sus michelines, derramándose a si misma por todas partes. Como una masa informe. Estoy seguro de que sus padres no se sentirían orgullosos de ella.
Parecía una masa de gelatina aullando.
Había bastante gente por la calle; pero el rebaño sí que es empático y decidió ser cauto y no meterse donde no le llaman, porque era fácil imaginar (y a mí más) que me quedaba hierro y fuerza para rato.
Nadie ayudó a la cerda. Y nadie me molestó.
Si hubiera avisado a un policía para que me sacara de encima a la zampabollos, aún estaría hablando del tema.
Y tengo cosas que hacer. Tenía que comprarme una nueva edición de El Quijote encuadernada lujosamente, e ilustrada por un dibujante que dicen que es lo que rima con joya de bueno. Quería vaciar el libro de hojas y usar las tapas como decoración en una nueva estantería que no compré en Ikea. Seré pobre; pero tengo mi orgullo.
Me gustaba la Odisea; pero era pelo más estrecho el lomo y no me convenció.
Alguien podría decir que soy un tanto misántropo. Pues se equivoca, yo no voy a misa jamás y menos en trompo.
Soy gracioso cosa mala.
La gorda se levantó la falda para mirarse el golpe. Era asqueroso, estaba aún más sucia por dentro que por fuera y de sus ennegrecidos muslos emanaba un asqueroso hedor a orina y menstruación seca. Podría ahorrarme los detalles; pero me apetece incomodar. Y si yo me jodo, que se jodan los demás.
Es lo que hace la ley, los jueces, los abogados y los que los sobornan; que nadie me juzgue a la ligera.
Se le formó en la cara exterior del muslo una aparatosa ampolla hemorrágica que se estaba hinchando de sangre. Por lo visto se había roto un capilar. Y el edema empezaba a ser espectacular. A veces las cosas salen bien sin pensar demasiado.
Lloraba sin poder tocarse por el dolor del épico hematoma; pero no me dijo ni una palabra cuando la miré a los ojos con el tubo de hierro en la mano aún.
Estos bichos aprenden rápido.
Comportamiento condicionado: Si lo haces bien galleta y si no, latigazo.
Soy instruido, además de cultivar el sexo, el cuerpo y la marihuana, también cultivo la mente.
Di media vuelta como un valiente torero ante el astado y me encendí un cigarrillo con el ritmo cardíaco ya más tranquilo.
Leyes... Yo no soy un buen ciudadano, no quiero ser siquiera ciudadano. No tengo esa ambición.
Conque me dejen tranquilo tengo suficiente.
Y en efecto, cuando al cabo de dos horas y con mi precioso libro bajo el brazo, pasé por aquel lugar, de la gorda sólo quedaba una mancha de sudor en el suelo.
Y mirad, ¿veis como tengo razón? Ahí tenéis a la retrasada mental frente al estanco esperando que salga algún cliente para pedirle tabaco y dinero.
La miro, ella me mira. Le sonrío afable mostrando todos mis dientes amarillentos del tabaco pero de formas preciosas. Y ella se acaricia un poco el muslo.
Eso sí, hay rencor en su mirada; el bicho está resentido. A veces debería llevar cáscaras de fruta para darles algo de premio.
Pues bien, no me dice nada, no me pide un cigarrillo ni tabaco, ni hace ademán de acercarse. Estoy a punto de pensar que no es tan deficiente mental como parece.
Lo que yo os diga, la única justicia que hay es la que uno mismo aplica.
La única norma es la que te dicta el instinto para hacer lo correcto en el momento adecuado. Y la prueba está en que el instinto le ha dicho a la gorda que no era buena idea molestarme y lo ha puesto en práctica.
Hay cosas tan obvias como un truño* en la nieve.
*(Nota del autor. Truño: una mierda como un puño)
Y coñorín coñorado, este cuento se ha acabado.
Moraleja: dale caña y tira. Si tienes que esperar que la ley te ayude, lo tienes crudo.
Tic, tac, tic, tac...
Alea iacta est y veni, vidi, vici.
(Sé latín).
Llevad siempre una buena barra de hierro encima, no siempre encontraréis material didáctico a mano.
¡Eseso-eseso-esesostodo amigos! (Porky Pig, nuestro rey favorito, sin igual)
Precioso...



Iconoclasta

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21 de noviembre de 2009

Sexo en el Sistema Solar: Vagilonia



Estaba fumando un cigarro con Estrella, la jefa de contabilidad de la fábrica de condones, que se había ofrecido a probar con su boca la integridad del lote de preservativos 36B. Es una mujer simpática, pero con unos dientes demasiado grandes. Tras la felación le pedí que me aplicara crema hidratante al bálano mientras yo fumaba. Y ella aplicaba crema una, y otra, y otra, y otra vez.
—Si quieres, mi prima llega mañana de Vagilonia, ella sí que tiene una buena boca.
—¿Qué es Vagilonia? —pregunté sumamente intrigado.
Estrella me contó entre beso y beso en mi desnudo glande, que Vagilonia es un pequeño planeta en los límites del Sistema Solar y que no sale en los libros para evitar la masificación de emigrantes y turistas en un planeta que vive exclusivamente de un amor intenso y donde el sexo se eleva a la categoría de milagro por su divinidad.
A pesar de las angustiosas situaciones que viví durante mi odisea sexual por los planetas más adocenados del Sistema Solar, sentí la necesidad de volver con renovadas energías a mi faceta de sexólogo interestelar.
Me faltaron piernas para salir con mi rabo aún lleno de crema, hacia el despacho del Consejero Delegado, para que me subvencionara un viaje a aquel planeta exótico, erótico y con toda probabilidad humedótico. Mi léxico no será muy ortodoxo, pero es claro como la mierda en la nieve.
Se resistió a darme permiso y por supuesto a soltarme ese puñado de sistemas que costaba el viaje. Yo le insinué que si no me dejaba ir, los lotes de condones comenzarían a salir defectuosos sin ninguna razón clara. Incluso, que empezaba a sentir dolor de polla y posiblemente tuviera que coger la baja laboral.
Durante dos eternos segundos estuvo pensando, para decir al fin:
—Está bien, que Ahmed se ponga en el potro, que los próximos lotes de la serie Hard Culo’s Maricuelas Team, los probará con él mi sobrino. Ya tiene quince años y ha de empezar a conocer el oficio.
—Y Ahmed va a ser más feliz que mierda en bote —ironicé sutil yo— A mí eso me suda la polla. ¿Me da la visa? Voy a salir esta tarde hacia Vagilonia.
Estrella aún se encontraba en mi departamento, se acariciaba distraídamente el coño mirando las fotos de mi pene en acción, unos panfletos publicitarios que la empresa regalaba a los colegios de primaria y sus alumnos cuando acudían a la fábrica como visita escolar para conocer la industria del látex en la asignatura de Tecnología.
—Ya está. Esta tarde parto a Vagilonia. ¿Te vienes?
—Conociendo a mi prima, ya tengo bastante. La última vez que estuvo aquí, consiguió que cuatro ligones de discoteca se tiraran a las vías del metro desesperados de amor.
Como respuesta, solté una gran carcajada. Yo no me enamoro, yo sólo follo y ellas me adoran. Es una constante universal.
—El amor es un sentimiento que nace directamente en los cojones —respondí.
Ella sonrió un tanto perversa, y apoyó el dedo índice que olía a su coño encima de los labios.
—Qué boquita tienes, cielo. Buen viaje —y se largó riendo.
Al salir de la fábrica, cogí quince cajas de condones del almacén y compré ciento ochenta cajetillas de tabaco. Cargué las provisiones en la bodega de mi nueva y flamante nave: Láctea Intruder. Y salí disparado hacia el infinito y más allá, como diría Buzzlightyear.
He aquí mis vivencias.
Vagilonia es el planeta de la sensualidad elevada al grado divino. No hay putas, allí te enamoran sin más preámbulos y luego si puedes follas.
Este planeta se encuentra tras los Cuernos Estelares de la galaxia en espiral La Cabra en Celo que Mira las Hespérides con las Mamas Hinchadas.
Resumiendo, giras por Venus a la izquierda, y en el cúmulo de asteroides que parecen talmente cagadas de caballo, giras a la derecha y te saltas la raya continua sin que nadie te vea. Son unos hijoputas los policías de tráfico que rondan los Cuernos Estelares.
Sinceramente, Vagilonia me parece un derivado de la palabra coño y esperaba ver un planeta con esa forma, no me preguntéis porque; pero mi mente eficaz es así de soñadora.
Así que no entiendo porque coño le llaman Vagilonia a Vagilonia. Si es un planeta redondo.
Y para mayor inri son todo mujeres.
Nacen hombres que las fecundan una vez; pero en lugar de ser decapitados por las hembras como hacen las mantis religiosas con sus machos en plena cópula, ellos salen llorando y se tiran de cabeza al Despeñadero del Amor. Llegan a lanzarse tantos machos por día, que a mitad de la tarde, el que se lanza al vacío sale ileso por la acumulación de cuerpos. Y tiene ochocientos metros de caída libre.
Fotografié el terrible, dantesco y dramático espectáculo de un suicidio y le pedí al macho nativo de Vagilonia (me parece indigno llamar vagilonenses a esos hombres tan bien dotados, un insulto a la masculinidad. Los machos debemos apoyarnos entre nosotros, sea cual sea el planeta donde nos encontremos follando) que me saludara mientras lo filmaba. Me sonrió llorando vivamente y dijo algo así: “Claspicranticrosticosfrigileniospubistastics”, repetido seis veces exactamente). Gracias a mi habilidad innata con los idiomas he podido transcribir el último deseo de un macho que ha tenido la suerte de fecundar a un hembra. En definitiva dijo: “Dile que la amé, que la amaba, que la amo y la amaré”. Era patético porque tenía el rabo más duro que pata de cabra. No era nada estético aquel perfil.
La única prenda que vestían era un tanga. Coñoland (entre los anglo-latinos es más fácil de usar este nombre que Vagilonia) es un planeta con un clima privilegiado y de los árboles, brotan hojas de oro. Y una mierda, es hermoso, pero no para tanto.
Yo bostezaba sonoramente escuchando el mensaje del suicida y cuando al fin se lanzó al vacío, tuvo la suerte (digo suerte, porque de no haber salido bien, tendría que haber vuelto a subir para intentarlo de nuevo) de dejarse el cerebro contra un canto rodado, en un pequeño espacio entre sesenta cadáveres que apestaban. Yo no le hice ni puto caso, llegué allí para follar, no para hacer de mensajero.
Aquel ser se suicidó porque el amor que sentía por la vagilonesa con la que se apareó era insoportable. La naturaleza en todos los lugares del universo se las ingenia para que ninguna especie llegue a nivel de plaga. La Tierra es la excepción a esta regla y los que van a la playa, son la prueba y resultado de esta excepción.
Tiré la colilla de mi cigarro a los muertos y me dirigí a Vagilonia Land (capital de Vagilonia City) para encontrar una maciza de buenas tetas a las que agarrarme cuando todo mi ser sucumbiera ante el orgasmo anhelado.
Debería haber pensado que algo huele a podrido en Dinamarca, cuando la agente de aduanas, bellísima, hermosa y de rotundos pechos, me preguntó:
—¿Lleva algún tipo de droga: ansiolíticos, bartitúricos o bebidas alcohólicas?
—No —dije muy serio y definitivo.
—¿Y por qué no? —contestome ella mirándome como un bicho raro.
—¡Qué valiente eres, mi amor! —gritó con los ojos llenos de admiración.
La intenté besar y fue ella la que saltó el mostrador me abrazó y me morreó.
—Te amo —le respondí
Casi lloré como una mujer recién perdido su virgo.
Fue una meláncolica tristeza extraña, con una anómala y escandalosa erección.
Y en ese momento entró una andanada de turistas alemanes que me empujó lejos de ella, entre una lluvia de escupinajos de chucrut.
Sentí un inmenso vacío en mi corazón cuando me arrancaron de sus brazos y mi pene continuaba endureciéndose dentro de mis pantalones. Ella besaba en ese momento a dos alemanes de barriga cervecera, perdidamente enamorada. Así que una lágrima celosa surcando mi rostro curtido y hermoso, me acomodé bien el paquete genital y salí del aeródromo. Fue entonces cuando vi correr al suicida, llorando como una mujerzuela y lo seguí.
Habían pasado ya casi cuarenta minutos desde que aterricé en Vagilonia y me encontraba más sensible que una menopáusica seca de estrógenos.
Se me escapaban aún unas lágrimas de amor pensando en la agente de aduanas. Y el sucida me preguntó si me quería suicidar con él. Durante el tiempo que vivió el desgraciado, tuvimos una gran amistad.
En el espacio infinito, el tiempo te hace malas pasadas y los minutos pueden llegar a tener hasta sesenta y dos segundos.
Horrible.
Al llegar al centro de la ciudad, a cada momento se podía escuchar algún chirrido de frenos por culpa de un macho que se suicidaba lanzándose bajo las ruedas de un coche, ya que el Despeñadero del Amor les quedaba muy alejado.
En el Boulevard de la Vagina Sagrada se encontraba el centro neurálgico del Amor, llamarlo sexo, según las vagilonesas, era algo frívolo. No entendí bien el porque hasta que llegué a la tierra y el tratamiento causó efecto.
Había un grupo de mujeres, que talmente parecían putas. Saqué mi dinero y me dijo la más bella de ojos negros como el azabache y pezones rosados y tiernos:
—Hola mi amor; no cobramos, mi dios. Sólo amamos.
Yo me quedé atónito abanicándome con el fajo de sistemas el rostro.
Sentí que se me convertían en agua las tripas.
—¡Eres bello! —insistió.
Qué pena de miopía en aquellos enormes ojos.
Juro por la vida del rey de mi país, que no soy un hombre dado a la sensiblería facilona. Pues bien, sentí ganas de escribir poesía. Cosa inaudita porque yo sólo sé una rima: mi polla es una joya. Lloré como una mujer terráquea a la que le ha tocado un crucero por las islas griegas en un concurso de la tele. Me abrazó, me giró de espaldas al suelo, sosteniéndome ella a mí (no soy machista y si me lleva la mujer, me parece bien) y me dio un beso que bajó directamente a mi polla dura, rebotó en los testículos, subió al corazón, se dio una vuelta por mis tres neuronas y luego quedé perdidamente enamorado.
—Vamos, mi hombre, ven conmigo. —y de la mano me llevó a una pensión.
No eran putas; pero la verdad, se comportaban como tales. Solo que era imposible llamarlas putas, porque cuando amas a alguien, no puedes insultarle. Pero que no se fíen.
Yo la amaba.
Subimos al primer piso, era una habitación limpia, con paredes de color salmón y techo azul. Dos ventanas pequeñitas con cortinas de flores y lamparitas de tulipa de papel en las mesitas de noche. Casi esperaba ver salir a Blancanieves del armario de madera con forma de capilla primorosamente barnizado.
—¿Te has tomado la psico-medicina, mi amor?
—No estoy enfermo, mi vida. No necesito nada.
Me miró con sus grandes ojos a lo profundo de mi alma y dijo:
—Tú mismo —con una sensualidad que me puso el miembro duro con la rapidez de un calambrazo.
Llevó la mano al bulto de mi pantalón (estaba enamorado, pero ni de coña me iba a vestir con un simple tanga), y sentí todo ese calor de su mano penetrar directamente por mi hipersensibilizado glande.
Eyaculé vergonzosamente rápido y ella se arrodilló ante mi paquete ahora viscoso, bajó la cremallera, deslizó una lengua hábil para acariciar mis testículos aún hirviendo (rompió la cremallera del pantalón para hacer sitio a tantos órganos allí) y con sus manos recogió todo aquel semen que se untó en los pechos. Una parte de mí se cagaba en la puta madre que la parió por haberme provocado aquella humillante eyaculación de adolescente para mi edad y experiencia. Pero fue sólo una idea fugaz. Por momentos la amaba más y necesitaba besarla desesperadamente.
Y allí en aquella habitación digna de Disneylandia, con ella arrodillada ante mí, con sus tetas chorreando semen y mi polla colgando a media asta por la bragueta del pantalón, protagonizamos la más tierna historia de amor que yo jamás pueda recordar y que no olvidaré jamás.
Se puso en pie para besarme la boca con aquellos labios aún húmedos de mi requesón y la abracé llorando en su hombro .Ella me daba palmadas en la espalda y sentí el ya frío semen untado en sus pechos, manchar mi camisa. Siempre me he maravillado de lo rápido que se enfría el semen con lo caliente que sale. No usamos buen material los humanos, no conserva nada bien el calor la leche. Es muy molesto cuando te das la vuelta en la cama y te pringas con un gotarrón frío de leche.
Cuando he acabado de dar placer a la mujer y me doy la vuelta (pierdo el interés en cuanto me corro), más de una vez, me he acostado sobre mi propio semen (nunca he entendido porque se encuentra por todas partes, y porque no son más cuidadosas las mujeres cuando brota la leche) y arqueo inmediatamente la espalda con un gritito agudo ante la sensación de frío. Cosa que aprovecha la hembra que tengo al lado para tomárselo como otra nueva invitación a cabalgar.
Si no tienes un carácter fuerte para disfrutar en Vagilonia, cuando vuelves a La Tierra, uno se pegaría un tiro sumido en la mayor de las desesperaciones.
Cuando miras a las vagilonesas se te pone dura. Cuando te dicen que te aman, ardes en deseos de abrazarlas y apenas las has abrazado, se ponen de rodillas y te hacen una mamada que eyaculas riendo, llorando y gimiendo de placer como un gorrino con trastorno bipolar.
Uno no sabe que pensar ante todo ese cúmulo de emociones, yo diría que junto con el semen corre la baba de la idiocia más profunda por nuestros pragmáticos y terráqueos rostros.
Con ella entre mis brazos, volví a tener una fuerte erección y ella dijo con una sonrisa perversa, tirándose de espaldas en la cama impoluta con las piernas muy separadas.
—Mi Dios... Este coño os pertenece.
Yo puedo ser muy romántico, sensible y todo eso; pero cuando se trata de follar, no soy delicado. Le abrí más las piernas con mis poderosos brazos y la penetré con una fuerte embestida. Ella gimió como una perra en celo.
—Mi Dios... Si supieras como te siento aquí en mi vientre —decía acariciándose el monte de Venus.
—Párteme en dos con ese rabo duro, mi cabrón.
Me gustan esas salidas obscenas de las mujeres que están gozando conmigo como ningún otro hombre las ha hecho gozar. Y siento pena por ellas, porque muchas acaban frígidas perdidas al no poder disfrutar de la experiencia que las hago vivir con otros machos.
Al décimo pistonazo, contraje el culo y lancé mi andanada de pequeños y futuros probadorcitos de condones sobre su pubis. Salió una cantidad respetable, a pesar de ser la segunda eyaculación en siete minutos.
Ella se agitaba en unos espasmos tan fuertes, que sentí deseos de buscar una cuchara de madera para ponérsela en la boca. A mí me parecía epilepsia pura y dura.
Estaba preciosa... La amaba, la amé, la amo, la amaré...
Sentí deseos de ir a fumarme un cigarro al Despeñadero del Amor.
Si los selenitas son románticos, las vagilonesas son hijas directas del Dios Eros y les gusta. Se siente bien. Y cuando tienen un orgasmo, son tan poco discretas como las putas marcianas, sólo que con mejor voz. Cosa que no es nada buena para ser frío y maduro a la hora de partir de regreso a la Tierra, dejando a la mujer más bella y que más amas en el mundo allí, en aquel planeta hermoso y lujurioso.
Nunca había llorado con un llanto tan profundo como dura era la erección.
Es de locos.
Aún ahora, siento correr unas lágrimas estúpidas y beso el condón con el que la bella Galatabriendomajalatía jugó obscenamente metiéndoselo en la boca y estirándolo infantilmente como si fuera un chicle.
El nombre de mi amada, era un tanto complicado y se trata sólo del diminutivo; pero cuando amas de la verdad, te la pela la longitud del nombre. Incluso lo pronunciaba con rapidez supersónica en mis delirios cuando me sedaron.
El amor nos suele vestir de un manto melífluo del cual es difícil evadirse.
A veces tengo estos arrebatos de lirismo que me hacen ser simpático e incluso culto. Son pequeños recursos literarios para hacer el texto más intrigante.
Cuando me dirigí a una de las pequeñitas ventanas, con el rabo duro otra vez y unos lagrimones surcando mis sonrosadas mejillas, ella lloraba emocionada.
—No hagas eso, hombre amado, tú no eres nativo, no tienes porque hacerlo. Lloraré tu ausencia durante toda mi vida; pero no te mates por el amor que nunca volverás a sentir más que conmigo.
Si uno lo mira fríamente, esto es, cuando te han metido doce pastillas de valium en el cubata de ron; caes en la cuenta de que esas mujeres no son nada buenas psicólogas y tienen una extraña manera de intentar convencer a sus machos para que no se maten.
O son de verdad tan espirituales y místicas, o es que se las come la maldad pura. Pero no podía ser, ella lloraba casi tanto como yo.
Galatabriendomajalatía reaccionó a tiempo, se arrodilló ante mí y se metió de nuevo mi polla en la boca, con lo cual tuve que detener mi avance hacia la muerte. Me detuve sumiso hipando con un llanto quedo; ya que es mejor follar que matarse, pensé lleno de confusión y contento de que mi instinto de supervivencia aún funcionara.
Y mientras mi amor intentaba decir lo muy hombre que yo era, con la otra mano usaba el teléfono móvil. Estaba hermosa con sus mofletitos llenos de mi polla. Una monada...
En unos minutos, unos machos con los ojos tapados y guiados por una hermosa vagilonesa no-puta de pelo dorado, entraron en la habitación. Sin ningún tipo de cuidado me inyectaron algo en el cuello y me quedé profundamente dormido.
—Mi Dios... Te esperaré eternamente —oí aún que decía.
—¿A mí? —respondieron al unísono los sanitarios.
— Galatabriendomajalatía ¿Es que no puedes callarte?
—Estoy en celo —respondió mi amor.
—Anda y vete a casa o al final vas a matar a un turista —le respondió irritada la hermosa del pelo dorado.
Y me dormí con la polla tiesa, asomando fuera del pantalón.
Aún insconsciente me metieron en mi nave, conectaron el piloto automático rumbo a La Tierra y pusieron una piedra encima del acelerador.
En apenas dos meses, ya estaba de nuevo en mi planeta con una resaca del carajo.
De vez en cuando, aún lloro alguna noche de pie en el borde del vertedero de basuras mirando al universo infinito, esperando que mi bella Galatabriendomajalatía sea feliz.
Eso sí, con el rabo muy tieso, que el espíritu no vale una mierda sin la carne.
Los cosmonautas del sexo, somos hombres de recio carácter, prácticos y duros que siempre saben sobreponerse al embrujo del voraz amor.
Sonó la alarma de mi teléfono móvil vibrando suave y muy cerca de mis cojones, y me tragué cuatro comprimidos de diazepán.
Precioso.
Estrella, aún se ríe de lo que aconteció entre mamada y mamada de los lotes de control.
Me cago en su prima.
Buen sexo.



Iconoclasta
Gracias, Aragón, tuya es la idea. Besos.


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12 de octubre de 2009

Mi vida como oso hormiguero



¡Hola! Soy un oso hormiguero.
Soy simpático y tengo una trompa y una lengua muy larga.
Zzzzzzz... Y muy rápida... ¡Qué buenaz laz hormiguitaz, laz termitaz...!
Indecentemente larga y voluptuosa.
¿Los osos hormigueros son tan salidos como me siento yo ahora mismo?
Esto tiene que ser un sueño, fijo. Me gustaría saber de donde coño ha sacado el subnormal de mi subconsciente la idea de convertirme en oso hormiguero. Joder, si no he visto documentales de naturaleza en varios meses. Y seguro que no hay referencia alguna al oso hormiguero en el libro de los sueños, es un asco ser tan profundo.
Venga, a disfrutar, no te jode...
Debo ser un oso hormiguero extraño y neurótico, porque los osos hormigueros no miramos el culo de las humanas pensando en que nuestra lengua es algo más que una tira insecticida para atrapar hormigas o termitas, o algún que otro coleóptero de pequeño tamaño, pocket-coleópteros para ser más técnicos.
Y tampoco es lógico que un oso hormiguero sienta asco de comer hormigas. Es más, me apetece un bocadillo de tortilla de atún con queso, patatas fritas de luxe con salsa de ajo, kétchup, coca cola y un batido de chocolate con mucha nata por encima y pasarle la lengua por el coño a la camarera que está como un queso de buena.
Vaya mierda; esto debe ser uno de esos sueños que se intuyen largos. La gilipollas de mi mujer me despierta cuando estoy soñando con la del tercero, como si lo supiera. Y cuando me ha de pegar un codazo para sacarme de una pesadilla angustiosa, no hace nada.
No pienso meterle mi larga lengua y mucho menos mi nariz entre las piernas, ella se lo pierde por borde.
De momento el sueño no está mal, tiene sus ventajas ser oso hormiguero. Cuando soy hombre y me levanto de la cama, tengo que hacer a un lado mi órgano genésico por lo erecto y lozano que está, es difícil doblarse con aquella obscenidad dura entre las piernas. Es una pesada carga la erección matinal.
Tampoco hay que exagerar, al menos ayuda a llevar la toalla mientras te enciendes un cigarro camino de la ducha.
En las patas de atrás el dulce báculo del amor es mucho menos molesto.
Me siento lírico, imagino que los osos hormigueros son seres sensibles. Porque normalmente lo llamo polla.
Y los cojones quedan mucho más recogidos, donde vas a parar.
¡Me cago en dios! A la mierda las nike de ciento cincuenta euros, con esta mierda de uñas...
Es muy dura la vida de un oso hormiguero. Malo si andas sobre dos patas y malo si andas sobre cuatro. ¡Qué asco de vida!
Y de fumar rien de rien, acabo de destrozarme un ojo con estas garras.
Me parece que no soy tan simpático. Ya lo dice el refrán: el ojo del culo del amo es más gordo que el del caballo y lo engorda.
Los osos hormigueros no sabemos de refranes.
Me voy a pasear a ver si pillo unos escarabajos para desayunar. Hay que ver como tira el instinto, cómo los animales nos adaptamos con suma efectividad a un nuevo medio. Empiezo a sentir asco por la salsa de ajo.
Y si de paso me puedo cepillar a una osa hormiguera... ¿Estamos en peligro de extinción los hormigueros osos?
No, no quiero ser un oso amoroso, no jodamos, que ya bastante cruz arrastro con este pedazo de rabo peludo que ya ha roto toda la colección de cajitas de música del recibidor. Que se joda mi mujer, que sólo me quiere por mi cuerpo.
Anda que no gritan los humanos. Los niños no tanto, los niños más que nada son molestos porque me tiran las envolturas de las golosinas que sus madres les compran para librarse de hacerles la merienda, y las cáscaras de las pipas. Son unos hijoputas. Las madres gritan y cogen a sus hijos como si yo fuera Godzilla.
— ¡Qué asco de bicho! —gritan.
—Seguro que es un ornitorrinco.
Está visto que ser inculta no es ningún obstáculo para ser madre; si fuera humano les diría que su madre sí que es una mala bestia.
Hay que estar en el lado de la irracionalidad para darse cuenta de la cobardía y la falaz personalidad intrínseca íntimamente ligada e intrincada en el tejido espiritual del ser humano.
Está visto que me he convertido en un oso hormiguero con estudios. Con lo anterior he querido decir que menuda caterva de subnormales son los humanos.
Sin embargo, me limito a soltar con total tranquilidad un buen chorro de orina perfumada en la arena donde juegan los niños. Tengo la esperanza de que haya una osita hormiguera por aquí cerca.
Una mujer con gafas negras y un bastoncito blanco, sentada en el banco frente a una valla de cemento (mira que hay sitio para dirigir la vista y ésta mirando al muro... ¡Qué bueno Pink Floyd!) pregunta en voz alta que es lo que está ocurriendo, se parece a aquel negro cantante, el estiviguonder moviendo la cabeza de un lado a otro. En el bolso lleva pegado un posit que dice: Ojos que no ven, es que además de ciega eres tonta.
Seguro que si fuera humano, me reiría, porque se me ha escapado un aire extraño por esta larga nariz, como una leve ventosidad; pero exenta de porcentaje alguno de metano.
La observo con curiosidad y lanzo mi lengua entre sus muslos porque me ha parecido ver que le sube una hormiga por las piernas.
Yo que estaba preparado para el grito... No entenderé nunca a los humanos.
Se ha quedado callada y con la boca abierta mientras rebusco con mi larga lengua entre su falda la apetecible hormiga.
Yo diría que le he tocado algún punto nervioso y las convulsiones le hacen castañetear los dientes. Me he de dar prisa en encontrar la hormiga. Yo diría que se está meando. Y que espeso...
La gente, a prudente distancia, nos mira en silencio; algunos mascan chicle rápidamente y otros se mojan los labios con la lengua.
— ¡Joder con la ciega! Pues no es puta... —dice una madre que protege con sus grandes tetas a su cría redonda y oronda, con evidente envidia.
Yo no sé a que se refieren, pero mi instinto me lleva a buscar ositas hormigueras, la orina de la ciega debía estar cargada de feromonas y ahora mi naturaleza animal ha adquirido pleno esplendor. Incluso he de ser cuidadoso al trotar, ya que las largas uñas arañan deliciosamente mi hermoso dolmen de la fertilidad.
¡Y ahora me pica!
Un momento... Tengo una lengua larga, una nariz larga y como hacen los perros, yo también puedo hacerlo en mitad de la calle.
La ilusión de mi vida se ha hecho realidad, al fin puedo pasarme la lengua para limpiar la dura y cremosa protuberancia del amor. Me gusta este romántico vocabulario. Los osos hormigueros somos en verdad seres sensibles donde los haya.
¿Es normal que los osos hormigueros tengamos tal riqueza léxica?
¿Qué dice la güiquipedia al respecto de la psicología de los osos hormigueros y su afición por lamerse continuamente su dulce bastión del placer voluptuoso?
Tendré que meterme en un cibercafé, esto de ser culto como oso hormiguero empieza a angustiarme, a llenarme de inquietudes.
No puede ser...
Una osa hormiguera acaba de cruzar la calle, la gente no es discreta, cacarean como gallinas asustadas.
—¡Osita hormiguerita! No corras.
—Hola Oso de gran pseudo-probóscide —me saluda esquivando un envase vacío de yogur que por el color de los restos, debía de ser de menta.
Empiezo a estar cansado de los académicos de la lengua.
— ¿Quieres que ejerzamos nuestro derecho a la reproducción mediante el cortejo pre-nupcial, un dulce cunillingus y una felación con nuestras largas lenguas para después pasar al coito directamente?
¿He dicho que estoy hasta los mismísimos de los académicos de la lengua?
¿Por qué tienen que ser tan complicados los sueños? Ahora sí que se empieza a convertir esto en una pesadilla.
— Preferiría que me lamieras el coño y me la metieras —respondióme sutil y con vivo ingenio sorprendiéndome así.
Joder, ya era hora...
Madavillozo...
— Icono, cariño... Despierta tienes una pesadillaaaaghfffff
La osa hormiguera se está transformando en algo enorme y sin pelo, como el muñeco michelín, a medida que su lengua acaricia mi membrillo de la fertilidad...
Mi mujer, a la cual quiero y que no quepa duda (obsérvese como silbo a un lado distraídamente ante la flagrante mentira) siempre me tiene que despertar en el momento más oportuno, mira que ha tenido rato para hacerlo, no te jode.
Pues ahora no se la saco de la boca hasta que sufra mi dulce petit morte acompañada de cremosa erupción pseudo-láctea enriquecida con aminoácidos esenciales sin que se le derrame una sola gota de la boca.
Esto sí que es enseñanza inducida durante el sueño.
Si va a vomitar...


Iconoclasta

8 de septiembre de 2009

Amor de madre


Está visto que ni en el medio rural y sanote se puede uno zafar de la estupidez, si a ello le sumamos que es patológicamente rústica, podemos imaginar al palurdo en cuestión con una gorra de propaganda de abonos y con unas ubres de vaca en lugar de genitales.

Es desagradable la imagen.

Pero no más que el tatuaje que llevaba en el antebrazo: amor de madre.

Me encontraba en la terraza del único y pequeño bar de la aldea tomándome una venenosa coca-cola (los recios amantes del vino y el buen beber dicen que eso sí que es una bebida mala y artificial; ante lo cual miro mi hermoso paquete genital y mis poderosos brazos preguntándome porque siempre me toca escuchar las cosas más molestas y estúpidas. Reflexionando si mi destino es una broma de mal gusto o simplemente fui muy hijoputa en una vida anterior y ahora purgo mis pecados tropezando con tanto imbécil), cuando el andoba en cuestión, que se encontraba en la mesa situada a mi siniestra le dijo a otro cateto remangándose la camisa y mostrando el antebrazo: “Ésta es la única que nunca me traicionaría y la única que me quiere”.

En el antebrazo y tatuado con tinta azul (seguro que con un vulgar y baratísimo bolígrafo bic) estaba dibujado el rostro de algo parecido a una mujer y debajo de esa cosa horrenda se podía leer una infantiloide caligrafía: Amor de madre.

Pedí otra coca-cola nervioso perdido, se me encendió solo en los labios un nuevo Montecristo nº 1 y mi poderoso cerebro empezó a elucubrar.

Realicé una profunda y dolorosa introspección al infierno de los subnormales.

Es inevitable como el cáncer que mi mente afilada como un bisturí se sumerja en los superficiales cerebros de los otros humanos menos favorecidos por la genética que yo.

Esos tiparracos que se tatúan la sentencia, tienen un tremendo y refrescante morbo. No es que me exciten; a mí un tarado sólo me da asco; pero el rústico palurdo me hizo pasar un entretenido rato aspirando el delicioso humo del tabaco y dejando que la glucosa del refresco me inundara en aquel lugar de infecto olor y calor, abandonándome a mi poderosa imaginación.

A los “amores de madre” los imagino acariciando la cara interna de los muslos de quienes los parieron, con el rabo muy tieso y susurrándoles obscenidades en los oídos: “Guarra, trágatela entera, querida madre. Que no caiga ni una sola gota, mamá” y demás lindezas de este tipo.

Es algo sucio de imaginar, porque viendo como son los hijos, te puedes hacer una idea de cómo será la madre, y prefiero masturbarme mirando al hombre elefante antes que a sus guarras y queridas mamás.

Yo adoro a las mujeres en general y tengo muy buen gusto, no me tiro cualquier cosa; pero estos palurdos enamorados de su madre no se cortan ni un pelo y dicen abiertamente al mundo lo mucho que quieren a su madre y lo putas que son el resto de mujeres.

Me hacen sentir molesto, por decir poco. Por decir lo mínimo.

Y parece ser que a la peña se la pela bastante, nadie se siente necesariamente mal por este tipo de amor. Como aún tenía en mente a la dependiente de la tocinería, mi erección dispersaba y suavizaba mi ira.

Es el único caso de incesto ampliamente aceptado por la sociedad, incluso provoca ternura el rabo del hijo entre las piernas de la madre.

Lo precioso y sentido del tatuaje...

Y llegué así a pensar en la tremenda, dramática y a la vez romántica redundancia que la vida ofrece con estos seres: hacer madre a la madre de nuevo.

¿No es graciosa la endogamia rural y a la vez un poco inquietante?

Esto del amor de madre, es algo que no llegaré a entender jamás. Mi madre no me pone ni un poco y las embarazadas me desmotivan sexualmente.

Jamás podría tirarme a mi madre como lo hacen los que la quieren tanto, e incluso se lo tatúan.

Y tampoco considero a mi madre como algo beatificable, hay en el planeta mujeres más simpáticas y más follables, e incluso menos mentirosas.

Aún así, la imagen de esos hombres enamorados de su mama, arrodillados frente al chocho que les dio la vida y babeando profusamente, me parece de una ternura exquisita.

Cuando me acabé el puro entré en el lavabo, me masturbé pensando en las tetas duras y de marcados pezones de la dependienta y luego, como un romántico adolescente bulímico, me metí los dedos en la boca para purgarme de toda esa mierda de amor de madre.

Si es que me acosan los imbéciles. Al igual que en un conjuro, me acosan en todo tiempo y desde todas las direcciones.

Es un asco ser tan listo, tan macho.

Buen sexo.



Iconoclasta