Iconoclasta, provocación y otras utilidades para escapar del negro abismo del agobio.
28 de octubre de 2010
Todo lo que quiso saber sobre una muerte apacible y temía preguntar
Estoy seguro de que si muero soñando algo bello, viviré ese sueño eternamente, es decir: los minutos o segundos que tarde el cerebro en consumir el oxígeno que le queda tras la parada cardíaca, convertirían ese sueño en una deliciosa eternidad.
Y así habré disfrutado de una dulce, apacible y envidiable muerte.
Claro... Y las cabras leen a Marx y a Kierkegaard con gafas.
Sólo un idiota sin cerebro podría morir feliz cuando el corazón se para y los pulmones luchan como cabrones por coger el bendito aire. Un aire que casualmente, en ese preciso instante, se ha retirado un par de metros lejos de la boca y la nariz.
Es de risa, estamos rodeados de apestoso aire toda la vida y cuando lo necesitamos de verdad, se arrincona en un lugar y no se deja respirar.
Ya estaba divagando de nuevo, el sexo me apasiona y me pierdo por retorcidos vericuetos de mi analítica mente.
En definitiva, no hay muerte dulce. El que ha muerto en la cama ha sufrido muchísimo eternizando así su agonía; sin poder abrir los ojos, ni pedir auxilio. Plenamente consciente de que la palmaba solo como un perro.
Decir con el cadáver presente que el individuo ha muerto en paz es alevosa hipocresía y alevosa cobardía. Nada de lo que sentirse orgullosos.
No hay que ser muy listo para darse cuenta de ello. Podéis ser todo lo cobardes e hipócritas que queráis respecto a la muerte; pero taparos la nariz y la boca y aguantad sin respirar todo lo que podáis y luego me decís lo felices que habéis sido.
Si es que sois como críos, esto es una lección de Barrio Sésamo.
Que lo hagáis para prolongar un orgasmo, me parece bien. Pero eso sería confundir la velocidad con el tocino (bacon para los sajones).
Observando detenidamente el cadáver del que ha muerto “dulcemente”, veo sus dedos crispados, como si retuviera con ahínco un billete de veinte euros del que no quiere desprenderse, y alguna uña levantada (el de la funeraria no ha hecho un buen trabajo), la lengua mordida, las mandíbulas tan contraídas que hay piezas dentales rotas asomando entre sus labios y las costillas hundidas. Todo esto lleva a concluir que si el finado ha tenido una muerte feliz, yo soy Blancanitos rodeado por los siete enanieves.
Yo me parezco a un muerto así, después de que mi mujer (maciza y divina ella), me ha hecho una paja con ese brío que le da al puño y a la lengua. Pero tampoco es lo mismo.
El del ataúd no ha tenido mi suerte. No ha chillado como un cochino tras un cremoso final feliz.
Ni de coña.
Conozco a su mujer que es mi tía, y a ese no le han tocado el rabo otros dedos más que los suyos en veinte años.
Joder... Si uno se despierta hasta por el zumbido de una mosca. ¿Cómo no se va a enterar de que no puede coger aire?
¿De verdad os creéis esa falacia de la muerte tranquila y apacible?
¿Cómo no se va a enterar de que el corazón se le ha partido en dos y sus pulmones se están anegando de sangre?
No quiero desanimar a nadie ni dar malos rollos; pero del que dicen que ha muerto “apaciblemente”, puede deberse a:
1: es mentira.
2: se ha chutado tanto jaco en vena, que en sus pupilas dilatadas aún flotan elefantes rosas con topitos azules, como en una lámpara de bebé.
La cobardía no es una virtud, y cuando se es cobarde hasta para pensar, la mezquindad os hace insoportables, chavales.
Como la de mis ex¬¬-suegros y mi ex-mujer...
Hablando de ellos, os diré que si un día muero “apaciblemente”, se encargarán de decir a los cuatro vientos que es mentira y sufrí más que Amundsen para encenderse un cigarro en el Polo Sur.
Yo también les deseo una apacible muerte.
Además... ¿Quién quiere una muerte apacible? Se debe morir luchando y sufriendo.
¡A ver! Que dé un paso al frente el que odie la muerte dulce de un cerebro paralítico.
A la mierda, menuda valentía.
Tanto hablar y demostrar para nada.
Margaritas a los cerdos.
Podríamos ponerles borlas a las mortajas y ni aún así sacaríamos un ápice de alegría del muerto.
Ni hay alegría, ni los muertos estén guapos. Su piel da grima tanto por el color de cera, como la textura fofa. Y no hablemos de su rigidez, secos como la mojama.
No hay muerte plácida: vamos a repetir todos juntos y luego pasamos a la canción del cinco que en el culo te la hinco.
No quisiera ser se pájaro de mal agüero (la verdad es que me atrae la idea); pero si la muerte os pilla en la cama, de sufrir los minutos más embarazosos de vuestra vida no os libra nadie.
Siempre será mejor la violencia de un tiro o un degollamiento. ¡Dónde vas a parar!
¿RIP? Y una mierda.
No seais chochos.
Buen sexo.
Iconoclasta
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