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18 de noviembre de 2010

Papel higiénico, una odisea en México D.F.



La vida es muy puta, a veces no sabes lo que te puede ocurrir.
No puedes pretender tenerlo todo controlado.
Y menos si tu esposa es una reina a veces caprichuda y otras berrinchuda como bien le gusta definirse a si misma.
Esta es la historia de una angustia, de un inesperado momento de tremenda tensión. Cuando tus fantasías sexuales se ven de golpe amenazadas por algo tan extraño y a la vez tan simple, te cuestionas inmediatamente si vale la pena seguir viviendo en estado sereno.
Estaba yo pensando en darle “al que te pego” mientras mi entonces novia hacía sus necesidades en el baño de la habitación de un hotel cuyo nombre y que con el paso del día se convertiría en fuente de confusión. Pero esto es un poco más adelante, no es importante comparado con el batido de cacao mental que mi reina hizo con mis meninges.
Estaba yo acomodándome los cojones debidamente para el rito nupcial, cuando ella, con su voz dulce y hermosa dice: “Qué lejos han puesto el papel higiénico”.
Te puedes esperar oír un pedo, puedes esperar el chapoteo de los coprolitos al estrellarse contra el agua del inodoro. Pero aquella frase me hizo sudar y comprendí que sería difícil mantener ayuntamiento carnal con la maciza de mi novia.
Yo no soy exigente y si tengo que estirar los dedos un poquito para coger papel, no me lamento.
No hay nada como estar junto a quien amas en los momentos más íntimos para conocer la verdadera faz de la soberbia.
Yo pensé que lo próximo que diría sería algo así como: “Menuda mierda de hotel has ido a reservar”. O peor aún:”Ve a recepción y que instalen el portarrollos donde debe estar”. Yo sólo pensaba que el mejor sitio del portarrollos para mi reina, sería en una atmósfera cero, donde flotara continuamente muy cerca de ella. Casi rozando sus dedos para que lo tuviera casi íntimamente cerca. No hay una ingeniería suficientemente avanzada como para hacer eso.
También en ese mismo instante pensé en ofrecerle mis propios servicios para alcanzarle el papel, llamar a recepción para que subiera un botones con un rollo en la mano y además, mi poderoso cerebro ya estaba imaginando la distancia y posición en la que mi novia debía tener el papel higiénico en el baño de su casa. Hice planos mentales; pero no conseguía concentrarme, tenía ganas de follar. Muchas.
Tal vez, tenía a su disposición un enano o un mono amaestrado que le trajera el trozo de papel sin que ella tuviera que inclinarse ni a un lado ni a otro. Ni arriba ni abajo.
¿Cómo iba a imaginar nadie que podría salir algo mal por un accesorio del baño?
Acto seguido, la oí resoplar, como si realizara un gran estiramiento y las costillas presionaran los pulmones forzando así la respiración.
Yo pensé en alguna hernia discal, en un exceso de celo limpiándose e incluso que estaba estreñida. Cuando estás confuso, piensas en mil cosas diferentes.
Cuando salió debidamente satisfecha, parecía incluso cansada.
¬–Nunca había visto que se colocara el papel bajo el lavabo –insistió.
Yo pensé que aquella insistencia era por la simple maldad de mortificarme y hacerme sentir mal por no haber reservado habitación en un hotel de diez mil estrellas. Es caprichosa mi reina.
Miré adentro del baño, con los ojos fuera de las órbitas, como haría un caracol asustado, pero no pude encontrar esa tremenda distancia que había provocado su comentario.
Poco duró ese momento de angustia, porque enseguida la abracé y le saqué el tanga que se había puesto hacía unos instantes. Respondió con delicia y ternura. Le susurré unas cuantas veces “puta” al oído, y se me derramó en la boca y en los dedos. No somos de esas parejas que están viendo todo el santo día pajaritos azules a su alrededor portando florecitas en sus patas. Nos amamos en alma y carne.
Carne... Me gusta su carne porque cuando la acaricias te olvidas de la situación del portarrollos del baño y...
Ya estaba divagando de nuevo, menos mal que no me ha oído escribir esto, de lo contrario se pone ante mí con cualquier prenda que pille al vuelo y se pone a doblarla mirándome el alma con sus profundos ojos y diciéndome así: “Calla de una vez, corazón”.
Como iba diciendo, cuando acabamos de darle “al que te pego”, la miré de reojo, con un poco de desconfianza pensando en el papel higiénico. Me fijé bien en su anatomía: su cuerpo era perfecto, sus brazos largos y estilizados, sus caderas perfectas. Su vientre... Bueno su vientre ahora estaba precioso aunque resbaladizo de mi semen y saliva. No soy un hombre delicado y ella no quiere que lo sea. Y pensé que en medio de toda esa perfección, se le podía pasar por alto su muestra de soberbia por algo tan banal como el papel higiénico.
Me dormí como una marmota con la polla aún latiendo y mi cerebro concluyó que lo del papel se debió a un lógico fallo de los nervios ante la carga sexual de aquel momento.
Al día siguiente, despertándola y soportando sus patadas (no tiene un dulce despertar e incluso creo que por alguna razón desconocida me odia, cosa que me pone), llegó el turno de ir al lavabo.
Yo ya no pensaba en el papel higiénico, sólo fumaba y acariciaba mi pene porque mi novia me tiene caliente todo el día.
–¡Pero si está aquí el papel!
Me tragué el cigarro lleno de confusión y temí que me esperaría un largo día. Que el papel del culo estuviera lejos, pase; pero que encima caminara alegremente por el baño, me hacía pensar seriamente en la estabilidad mental de mi futura esposa.
–¡Mierda! –mascullé escupiendo la ceniza y el tabaco.
–¿No te habrá dado los buenos días, verdad cielo? –le pregunté intentando integrarme con naturalidad en su mente.
–Es que lo tapaba lo toalla... Y yo creyendo que eran los papeles de debajo del lavabo. Ya me parecía que era muy fino eso de limpiarse el culo con kleenex.
Yo pensé que no era cómodo, el kleenex es demasiado suave, no “arrastra” y por otra parte es tan delicado que acabas traspasando el papel y te limpias directamente el culo con los dedos. Me ha pasado.
Entonces lo comprendí todo y respiré aliviado, todo se debía a una pequeña deficiencia óptica.
La amé con más fuerza y acto seguido me doblé como un yogui riendo sin pudor alguno.
A partir de aquel momento, cada vez que entraba en el lavabo para mear, cagar o masturbarme, me reía y como resultado, o bien me meaba fuera de la taza por culpa del movimiento de la risa o bien cagaba con más prisa por el esfuerzo.
Lavarme los dientes imaginando a mi novia estirarse hacia el servidor de toallitas del lavabo, me hacía parecer un perro rabioso. La pica estaba siempre llena de espumarajos expulsados entre carcajadas. Ya no recuerdo si follé mucho, pero reí lo que en mi vida había reído. Ella también, pero ya empezaba a mirarme de forma hostil, amenazándome que si mis risas continuaban, me iba a follar con mi madre.
La amo, pero tiene esa soberbia... Es tan soberbia que me excita como unos cascabeles en el cuello del Diablo de Tasmania.
Hasta los pecados capitales en ella se convierten en virtudes.
Y aquí no acaba todo, aún quedan más cosas que de tan absurdas, eróticas y divertidas, uno se podría esperar ver a Buñuel discutiendo alguna escena con Dalí mientras filman El perro andaluz.
Larga vida a la Reina.
Buen sexo.


Iconoclasta
(Basado en hechos reales, aunque nadie se lo crea)
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