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21 de noviembre de 2009

Sexo en el Sistema Solar: Vagilonia



Estaba fumando un cigarro con Estrella, la jefa de contabilidad de la fábrica de condones, que se había ofrecido a probar con su boca la integridad del lote de preservativos 36B. Es una mujer simpática, pero con unos dientes demasiado grandes. Tras la felación le pedí que me aplicara crema hidratante al bálano mientras yo fumaba. Y ella aplicaba crema una, y otra, y otra, y otra vez.
—Si quieres, mi prima llega mañana de Vagilonia, ella sí que tiene una buena boca.
—¿Qué es Vagilonia? —pregunté sumamente intrigado.
Estrella me contó entre beso y beso en mi desnudo glande, que Vagilonia es un pequeño planeta en los límites del Sistema Solar y que no sale en los libros para evitar la masificación de emigrantes y turistas en un planeta que vive exclusivamente de un amor intenso y donde el sexo se eleva a la categoría de milagro por su divinidad.
A pesar de las angustiosas situaciones que viví durante mi odisea sexual por los planetas más adocenados del Sistema Solar, sentí la necesidad de volver con renovadas energías a mi faceta de sexólogo interestelar.
Me faltaron piernas para salir con mi rabo aún lleno de crema, hacia el despacho del Consejero Delegado, para que me subvencionara un viaje a aquel planeta exótico, erótico y con toda probabilidad humedótico. Mi léxico no será muy ortodoxo, pero es claro como la mierda en la nieve.
Se resistió a darme permiso y por supuesto a soltarme ese puñado de sistemas que costaba el viaje. Yo le insinué que si no me dejaba ir, los lotes de condones comenzarían a salir defectuosos sin ninguna razón clara. Incluso, que empezaba a sentir dolor de polla y posiblemente tuviera que coger la baja laboral.
Durante dos eternos segundos estuvo pensando, para decir al fin:
—Está bien, que Ahmed se ponga en el potro, que los próximos lotes de la serie Hard Culo’s Maricuelas Team, los probará con él mi sobrino. Ya tiene quince años y ha de empezar a conocer el oficio.
—Y Ahmed va a ser más feliz que mierda en bote —ironicé sutil yo— A mí eso me suda la polla. ¿Me da la visa? Voy a salir esta tarde hacia Vagilonia.
Estrella aún se encontraba en mi departamento, se acariciaba distraídamente el coño mirando las fotos de mi pene en acción, unos panfletos publicitarios que la empresa regalaba a los colegios de primaria y sus alumnos cuando acudían a la fábrica como visita escolar para conocer la industria del látex en la asignatura de Tecnología.
—Ya está. Esta tarde parto a Vagilonia. ¿Te vienes?
—Conociendo a mi prima, ya tengo bastante. La última vez que estuvo aquí, consiguió que cuatro ligones de discoteca se tiraran a las vías del metro desesperados de amor.
Como respuesta, solté una gran carcajada. Yo no me enamoro, yo sólo follo y ellas me adoran. Es una constante universal.
—El amor es un sentimiento que nace directamente en los cojones —respondí.
Ella sonrió un tanto perversa, y apoyó el dedo índice que olía a su coño encima de los labios.
—Qué boquita tienes, cielo. Buen viaje —y se largó riendo.
Al salir de la fábrica, cogí quince cajas de condones del almacén y compré ciento ochenta cajetillas de tabaco. Cargué las provisiones en la bodega de mi nueva y flamante nave: Láctea Intruder. Y salí disparado hacia el infinito y más allá, como diría Buzzlightyear.
He aquí mis vivencias.
Vagilonia es el planeta de la sensualidad elevada al grado divino. No hay putas, allí te enamoran sin más preámbulos y luego si puedes follas.
Este planeta se encuentra tras los Cuernos Estelares de la galaxia en espiral La Cabra en Celo que Mira las Hespérides con las Mamas Hinchadas.
Resumiendo, giras por Venus a la izquierda, y en el cúmulo de asteroides que parecen talmente cagadas de caballo, giras a la derecha y te saltas la raya continua sin que nadie te vea. Son unos hijoputas los policías de tráfico que rondan los Cuernos Estelares.
Sinceramente, Vagilonia me parece un derivado de la palabra coño y esperaba ver un planeta con esa forma, no me preguntéis porque; pero mi mente eficaz es así de soñadora.
Así que no entiendo porque coño le llaman Vagilonia a Vagilonia. Si es un planeta redondo.
Y para mayor inri son todo mujeres.
Nacen hombres que las fecundan una vez; pero en lugar de ser decapitados por las hembras como hacen las mantis religiosas con sus machos en plena cópula, ellos salen llorando y se tiran de cabeza al Despeñadero del Amor. Llegan a lanzarse tantos machos por día, que a mitad de la tarde, el que se lanza al vacío sale ileso por la acumulación de cuerpos. Y tiene ochocientos metros de caída libre.
Fotografié el terrible, dantesco y dramático espectáculo de un suicidio y le pedí al macho nativo de Vagilonia (me parece indigno llamar vagilonenses a esos hombres tan bien dotados, un insulto a la masculinidad. Los machos debemos apoyarnos entre nosotros, sea cual sea el planeta donde nos encontremos follando) que me saludara mientras lo filmaba. Me sonrió llorando vivamente y dijo algo así: “Claspicranticrosticosfrigileniospubistastics”, repetido seis veces exactamente). Gracias a mi habilidad innata con los idiomas he podido transcribir el último deseo de un macho que ha tenido la suerte de fecundar a un hembra. En definitiva dijo: “Dile que la amé, que la amaba, que la amo y la amaré”. Era patético porque tenía el rabo más duro que pata de cabra. No era nada estético aquel perfil.
La única prenda que vestían era un tanga. Coñoland (entre los anglo-latinos es más fácil de usar este nombre que Vagilonia) es un planeta con un clima privilegiado y de los árboles, brotan hojas de oro. Y una mierda, es hermoso, pero no para tanto.
Yo bostezaba sonoramente escuchando el mensaje del suicida y cuando al fin se lanzó al vacío, tuvo la suerte (digo suerte, porque de no haber salido bien, tendría que haber vuelto a subir para intentarlo de nuevo) de dejarse el cerebro contra un canto rodado, en un pequeño espacio entre sesenta cadáveres que apestaban. Yo no le hice ni puto caso, llegué allí para follar, no para hacer de mensajero.
Aquel ser se suicidó porque el amor que sentía por la vagilonesa con la que se apareó era insoportable. La naturaleza en todos los lugares del universo se las ingenia para que ninguna especie llegue a nivel de plaga. La Tierra es la excepción a esta regla y los que van a la playa, son la prueba y resultado de esta excepción.
Tiré la colilla de mi cigarro a los muertos y me dirigí a Vagilonia Land (capital de Vagilonia City) para encontrar una maciza de buenas tetas a las que agarrarme cuando todo mi ser sucumbiera ante el orgasmo anhelado.
Debería haber pensado que algo huele a podrido en Dinamarca, cuando la agente de aduanas, bellísima, hermosa y de rotundos pechos, me preguntó:
—¿Lleva algún tipo de droga: ansiolíticos, bartitúricos o bebidas alcohólicas?
—No —dije muy serio y definitivo.
—¿Y por qué no? —contestome ella mirándome como un bicho raro.
—¡Qué valiente eres, mi amor! —gritó con los ojos llenos de admiración.
La intenté besar y fue ella la que saltó el mostrador me abrazó y me morreó.
—Te amo —le respondí
Casi lloré como una mujer recién perdido su virgo.
Fue una meláncolica tristeza extraña, con una anómala y escandalosa erección.
Y en ese momento entró una andanada de turistas alemanes que me empujó lejos de ella, entre una lluvia de escupinajos de chucrut.
Sentí un inmenso vacío en mi corazón cuando me arrancaron de sus brazos y mi pene continuaba endureciéndose dentro de mis pantalones. Ella besaba en ese momento a dos alemanes de barriga cervecera, perdidamente enamorada. Así que una lágrima celosa surcando mi rostro curtido y hermoso, me acomodé bien el paquete genital y salí del aeródromo. Fue entonces cuando vi correr al suicida, llorando como una mujerzuela y lo seguí.
Habían pasado ya casi cuarenta minutos desde que aterricé en Vagilonia y me encontraba más sensible que una menopáusica seca de estrógenos.
Se me escapaban aún unas lágrimas de amor pensando en la agente de aduanas. Y el sucida me preguntó si me quería suicidar con él. Durante el tiempo que vivió el desgraciado, tuvimos una gran amistad.
En el espacio infinito, el tiempo te hace malas pasadas y los minutos pueden llegar a tener hasta sesenta y dos segundos.
Horrible.
Al llegar al centro de la ciudad, a cada momento se podía escuchar algún chirrido de frenos por culpa de un macho que se suicidaba lanzándose bajo las ruedas de un coche, ya que el Despeñadero del Amor les quedaba muy alejado.
En el Boulevard de la Vagina Sagrada se encontraba el centro neurálgico del Amor, llamarlo sexo, según las vagilonesas, era algo frívolo. No entendí bien el porque hasta que llegué a la tierra y el tratamiento causó efecto.
Había un grupo de mujeres, que talmente parecían putas. Saqué mi dinero y me dijo la más bella de ojos negros como el azabache y pezones rosados y tiernos:
—Hola mi amor; no cobramos, mi dios. Sólo amamos.
Yo me quedé atónito abanicándome con el fajo de sistemas el rostro.
Sentí que se me convertían en agua las tripas.
—¡Eres bello! —insistió.
Qué pena de miopía en aquellos enormes ojos.
Juro por la vida del rey de mi país, que no soy un hombre dado a la sensiblería facilona. Pues bien, sentí ganas de escribir poesía. Cosa inaudita porque yo sólo sé una rima: mi polla es una joya. Lloré como una mujer terráquea a la que le ha tocado un crucero por las islas griegas en un concurso de la tele. Me abrazó, me giró de espaldas al suelo, sosteniéndome ella a mí (no soy machista y si me lleva la mujer, me parece bien) y me dio un beso que bajó directamente a mi polla dura, rebotó en los testículos, subió al corazón, se dio una vuelta por mis tres neuronas y luego quedé perdidamente enamorado.
—Vamos, mi hombre, ven conmigo. —y de la mano me llevó a una pensión.
No eran putas; pero la verdad, se comportaban como tales. Solo que era imposible llamarlas putas, porque cuando amas a alguien, no puedes insultarle. Pero que no se fíen.
Yo la amaba.
Subimos al primer piso, era una habitación limpia, con paredes de color salmón y techo azul. Dos ventanas pequeñitas con cortinas de flores y lamparitas de tulipa de papel en las mesitas de noche. Casi esperaba ver salir a Blancanieves del armario de madera con forma de capilla primorosamente barnizado.
—¿Te has tomado la psico-medicina, mi amor?
—No estoy enfermo, mi vida. No necesito nada.
Me miró con sus grandes ojos a lo profundo de mi alma y dijo:
—Tú mismo —con una sensualidad que me puso el miembro duro con la rapidez de un calambrazo.
Llevó la mano al bulto de mi pantalón (estaba enamorado, pero ni de coña me iba a vestir con un simple tanga), y sentí todo ese calor de su mano penetrar directamente por mi hipersensibilizado glande.
Eyaculé vergonzosamente rápido y ella se arrodilló ante mi paquete ahora viscoso, bajó la cremallera, deslizó una lengua hábil para acariciar mis testículos aún hirviendo (rompió la cremallera del pantalón para hacer sitio a tantos órganos allí) y con sus manos recogió todo aquel semen que se untó en los pechos. Una parte de mí se cagaba en la puta madre que la parió por haberme provocado aquella humillante eyaculación de adolescente para mi edad y experiencia. Pero fue sólo una idea fugaz. Por momentos la amaba más y necesitaba besarla desesperadamente.
Y allí en aquella habitación digna de Disneylandia, con ella arrodillada ante mí, con sus tetas chorreando semen y mi polla colgando a media asta por la bragueta del pantalón, protagonizamos la más tierna historia de amor que yo jamás pueda recordar y que no olvidaré jamás.
Se puso en pie para besarme la boca con aquellos labios aún húmedos de mi requesón y la abracé llorando en su hombro .Ella me daba palmadas en la espalda y sentí el ya frío semen untado en sus pechos, manchar mi camisa. Siempre me he maravillado de lo rápido que se enfría el semen con lo caliente que sale. No usamos buen material los humanos, no conserva nada bien el calor la leche. Es muy molesto cuando te das la vuelta en la cama y te pringas con un gotarrón frío de leche.
Cuando he acabado de dar placer a la mujer y me doy la vuelta (pierdo el interés en cuanto me corro), más de una vez, me he acostado sobre mi propio semen (nunca he entendido porque se encuentra por todas partes, y porque no son más cuidadosas las mujeres cuando brota la leche) y arqueo inmediatamente la espalda con un gritito agudo ante la sensación de frío. Cosa que aprovecha la hembra que tengo al lado para tomárselo como otra nueva invitación a cabalgar.
Si no tienes un carácter fuerte para disfrutar en Vagilonia, cuando vuelves a La Tierra, uno se pegaría un tiro sumido en la mayor de las desesperaciones.
Cuando miras a las vagilonesas se te pone dura. Cuando te dicen que te aman, ardes en deseos de abrazarlas y apenas las has abrazado, se ponen de rodillas y te hacen una mamada que eyaculas riendo, llorando y gimiendo de placer como un gorrino con trastorno bipolar.
Uno no sabe que pensar ante todo ese cúmulo de emociones, yo diría que junto con el semen corre la baba de la idiocia más profunda por nuestros pragmáticos y terráqueos rostros.
Con ella entre mis brazos, volví a tener una fuerte erección y ella dijo con una sonrisa perversa, tirándose de espaldas en la cama impoluta con las piernas muy separadas.
—Mi Dios... Este coño os pertenece.
Yo puedo ser muy romántico, sensible y todo eso; pero cuando se trata de follar, no soy delicado. Le abrí más las piernas con mis poderosos brazos y la penetré con una fuerte embestida. Ella gimió como una perra en celo.
—Mi Dios... Si supieras como te siento aquí en mi vientre —decía acariciándose el monte de Venus.
—Párteme en dos con ese rabo duro, mi cabrón.
Me gustan esas salidas obscenas de las mujeres que están gozando conmigo como ningún otro hombre las ha hecho gozar. Y siento pena por ellas, porque muchas acaban frígidas perdidas al no poder disfrutar de la experiencia que las hago vivir con otros machos.
Al décimo pistonazo, contraje el culo y lancé mi andanada de pequeños y futuros probadorcitos de condones sobre su pubis. Salió una cantidad respetable, a pesar de ser la segunda eyaculación en siete minutos.
Ella se agitaba en unos espasmos tan fuertes, que sentí deseos de buscar una cuchara de madera para ponérsela en la boca. A mí me parecía epilepsia pura y dura.
Estaba preciosa... La amaba, la amé, la amo, la amaré...
Sentí deseos de ir a fumarme un cigarro al Despeñadero del Amor.
Si los selenitas son románticos, las vagilonesas son hijas directas del Dios Eros y les gusta. Se siente bien. Y cuando tienen un orgasmo, son tan poco discretas como las putas marcianas, sólo que con mejor voz. Cosa que no es nada buena para ser frío y maduro a la hora de partir de regreso a la Tierra, dejando a la mujer más bella y que más amas en el mundo allí, en aquel planeta hermoso y lujurioso.
Nunca había llorado con un llanto tan profundo como dura era la erección.
Es de locos.
Aún ahora, siento correr unas lágrimas estúpidas y beso el condón con el que la bella Galatabriendomajalatía jugó obscenamente metiéndoselo en la boca y estirándolo infantilmente como si fuera un chicle.
El nombre de mi amada, era un tanto complicado y se trata sólo del diminutivo; pero cuando amas de la verdad, te la pela la longitud del nombre. Incluso lo pronunciaba con rapidez supersónica en mis delirios cuando me sedaron.
El amor nos suele vestir de un manto melífluo del cual es difícil evadirse.
A veces tengo estos arrebatos de lirismo que me hacen ser simpático e incluso culto. Son pequeños recursos literarios para hacer el texto más intrigante.
Cuando me dirigí a una de las pequeñitas ventanas, con el rabo duro otra vez y unos lagrimones surcando mis sonrosadas mejillas, ella lloraba emocionada.
—No hagas eso, hombre amado, tú no eres nativo, no tienes porque hacerlo. Lloraré tu ausencia durante toda mi vida; pero no te mates por el amor que nunca volverás a sentir más que conmigo.
Si uno lo mira fríamente, esto es, cuando te han metido doce pastillas de valium en el cubata de ron; caes en la cuenta de que esas mujeres no son nada buenas psicólogas y tienen una extraña manera de intentar convencer a sus machos para que no se maten.
O son de verdad tan espirituales y místicas, o es que se las come la maldad pura. Pero no podía ser, ella lloraba casi tanto como yo.
Galatabriendomajalatía reaccionó a tiempo, se arrodilló ante mí y se metió de nuevo mi polla en la boca, con lo cual tuve que detener mi avance hacia la muerte. Me detuve sumiso hipando con un llanto quedo; ya que es mejor follar que matarse, pensé lleno de confusión y contento de que mi instinto de supervivencia aún funcionara.
Y mientras mi amor intentaba decir lo muy hombre que yo era, con la otra mano usaba el teléfono móvil. Estaba hermosa con sus mofletitos llenos de mi polla. Una monada...
En unos minutos, unos machos con los ojos tapados y guiados por una hermosa vagilonesa no-puta de pelo dorado, entraron en la habitación. Sin ningún tipo de cuidado me inyectaron algo en el cuello y me quedé profundamente dormido.
—Mi Dios... Te esperaré eternamente —oí aún que decía.
—¿A mí? —respondieron al unísono los sanitarios.
— Galatabriendomajalatía ¿Es que no puedes callarte?
—Estoy en celo —respondió mi amor.
—Anda y vete a casa o al final vas a matar a un turista —le respondió irritada la hermosa del pelo dorado.
Y me dormí con la polla tiesa, asomando fuera del pantalón.
Aún insconsciente me metieron en mi nave, conectaron el piloto automático rumbo a La Tierra y pusieron una piedra encima del acelerador.
En apenas dos meses, ya estaba de nuevo en mi planeta con una resaca del carajo.
De vez en cuando, aún lloro alguna noche de pie en el borde del vertedero de basuras mirando al universo infinito, esperando que mi bella Galatabriendomajalatía sea feliz.
Eso sí, con el rabo muy tieso, que el espíritu no vale una mierda sin la carne.
Los cosmonautas del sexo, somos hombres de recio carácter, prácticos y duros que siempre saben sobreponerse al embrujo del voraz amor.
Sonó la alarma de mi teléfono móvil vibrando suave y muy cerca de mis cojones, y me tragué cuatro comprimidos de diazepán.
Precioso.
Estrella, aún se ríe de lo que aconteció entre mamada y mamada de los lotes de control.
Me cago en su prima.
Buen sexo.



Iconoclasta
Gracias, Aragón, tuya es la idea. Besos.


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