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26 de marzo de 2010

El probador de condones en la estación espacial



¿Quién podría imaginar que la industria del follar precisara ir al espacio para el diseño de unos simples condones?
Yo no, no soy tan idiota como esos investigadores de lo absurdo e inútil.
Acabo de regresar de la estación espacial anglo-germana-hispano-rumana Lechazo I.
La industria de los profilácticos sexuales está tan cargada de tonterías e idioteces como la de los detergentes para las mujeres y sus lavadoras.
Porque me parece (y “me parece” es un forma de ser amable y dar una oportunidad a esos idiotas), que si el semen flota o los condones son más ligeros, es algo que no tiene aplicación alguna.
A mí me va essssstupendo porque me pagan una pasta gansa en dietas extra planetarias; pero ni de coña me voy a convencer de que tiene alguna utilidad. Si acaso, sólo como excusa para subir el precio de las gomas.
Pero aún así, es una idiotez: existe la mentira para hacer uso de ella y se ganaría más dinero si yo me quedara en la tierra follándome a la hija del consejero delegado y que los de publicidad escribieran la mentira para excusar el alto precio de los condones: “Nuestros productos han sido especialmente diseñados y ensayados en el espacio bajo rigurosos controles de calidad científicos”. Yo lo escribiría, al fin y al cabo, cuando te pones un condón no es para disfrutar de la literatura y menos de la que luce la caja. Ser empresario no libra a nadie de ser idiota, les pasa a los empresarios como a los obreros, que son idiotas en mayor o menor grado.
Así que allí me encontraba yo: flotando en la estación espacial, sin ser necesario.
Había un tufillo académico un tanto hostil, la tripulación estaba formada por ingenieros, doctores, biólogos y hasta el que limpiaba los tubos de cagar de los trajes espaciales, tenía un doctorado en mierda. Les costó un huevo darme la mano, y cuando les dije que era probador de condones, me miraron el paquete pollal buscando una explicación evidente a mi afortunado trabajo. Algo que evidenciara el porque me ganaba la vida de forma tan bohemia.
Se presentaron uno a uno presumiendo de su currículum académico, y mientras soltaban su parrafada de títulos, yo buscaba el tabaco que me habían quitado antes de subir a la lanzadera.
—Yo me llamo Iconoclasta y puedo dar ayuntamiento carnal hasta doce veces al día, más otras cuatro por placer. No tengo títulos; pero mi pene es la prueba viva de que poseo también una excelencia y que fui bendecido por ella. Y si queréis os regalo un llavero a escala 1:10 de mi polla, que es el regalo promocional de mi empresa, lo podéis usar para seguir vuestros complicados cálculos o como punto de lectura. Y para metéroslo en el culo.
Tampoco eran la hostia puta de inteligentes, no se habían enterado de una mierda de todo lo que dije, salvo de “polla”, parece que junto con “coño” se conoce en todos los idiomas.
Normalmente no soy tan borde, pero aquellos ingleses y alemanes, no me caían bien. Al rumano ni lo miré, era el que limpiaba los tubos excrementicios de los trajes y me daba asco por razones obvias.
También me endosaron como ayudante de los ensayos a una maciza contratada especialmente para este tipo de pruebas. Mis compañeros de la fábrica se reían con cierta perversidad cuando me la presentaba el director de la fábrica.
Se llamaba Pandora, que no sé que coño significa; pero me dio muy mal rollo porque hacía babear a la tripulación que reían simpáticos pronunciando su nombre y mirando sus enormes tetas con indisimulada curiosidad no científica, mientras jugueteaban con la cremallera de su traje y hacían sonidos extraños de explosiones.
Da igual que seas científico, filósofo o papa de Roma, al final, ante unas buenas tetas, todos los humanos machos descienden cuatro o cinco escalones en la escala evolutiva.
Mi cultura a veces raya la sabiduría gracias a los documentales televisivos de naturaleza en la sobremesa de National Geographic. No hay nada como hacerte una paja y que entres en la fase rem del sopor pajillero contemplando a un hipopótamo nadar grácilmente en el río Kikicicococuctucocagán.
O algo parecido.
Nuestro reducido departamento de ensayos era un cuartucho acolchado en rojo para que nos pareciera un burdel, con un banco de acero inoxidable fijado al suelo y una almohadilla para que Pandora se sintiera cómoda durante la prueba de esta edición de lotes ingeniosamente bautizada por el departamento de publicidad como: Polvo Orbital Lácteo: Guerra de orgasmos.
Nos habían aconsejado, que debido a la nula gravedad de la estación, Pandora se sujetara al banco de pruebas con unos cinturones de seguridad para evitar accidentes cuando la embistiera.
Tiene su lógica, a veces los idiotas tienen algún arranque de genialidad.
— ¿Qué tienes de especial para haber sido elegida para esta misión? —le pregunté abriendo ya la primera caja del lote.
—Me da vergüenza decirlo, Ico —dijo con un simpático rubor de mejillas.
Con los dedos haciendo estiramientos de los labios vaginales para calentar el coño.
Estaba buena que te cagas.
— ¿Me estás mostrando las muelas del juicio a través de tu chocho y te da vergüenza decirme por qué te eligieron?
Se bajó la cremallera del traje y dejó salir sus dos enormes tetas coronadas por dos morenos pezones que parecían de chocolate. Mi pene respondió con violencia y el glande golpeó la caja de condones que tenía en las manos y la lanzó contra la pared y de esta rebotó a la de enfrente y de enfrente a un lado y al otro y al otro y al...
Y me quedé viendo evolucionar la caja de la misma forma que observo atentamente como gira la pizza en el microondas. Pensando en cosas de complicados cálculos cosmológicos... Hasta que se metió los dedos en la boca, los embadurnó generosamente con su saliva y se mojó los pezones que respondieron con dureza instantánea. La caja me golpeó irritantemente suave en la frente y la cogí sujetándola bien por encima de mi pene que ante aquella nula gravedad, las venas lucían como gruesos cables de acero enviando la sangre de forma enérgica y violenta a todo el cavernoso músculo.
Luego se untó con generosidad la vulva y el tono brillante que adquirió, me hizo babear notoriamente.
Yo ya había hidratado mi pene y el condón casi había caído cubriéndolo de lustroso y terso que me había quedado el pellejo.
—Verás, Ico. Tengo un pequeño problema de nervios: cuando algo me aburre, mi vientre se suelta y me tiro pedos.
— ¿Cómo? ¿Así?
Acto seguido, me tiré uno bueno, con tanto entusiasmo que temí que se me hubiera escapado algo. Los científicos que nos miraban a través de la mirilla de la puerta del departamento, empalidecieron y se apresuraron a bajar el volumen de sonido.
Yo diría que alguno escupió al suelo con asco; como si se hubiera tragado un pelo de mi culo que salió despedido por la fuerza de mis gases.
Me sentí catapultado adelante por la fuerza propulsora de mi propio pedo y frené apoyando mi glande en el coño de Pandora. Abrió la boca en un gemido a la espera de que entrara del todo; me retuve para recuperar el equilibrio.
Se reía con una gracia... Le hubiera follado la boca en lugar del coño. Deliciosa.
— ¿Y eso te da vergüenza? ¿Y cómo sabré que te aburro? No quiero salir despedido al espacio.
Se rió de buena gana acariciando distraídamente mi glande enfundado en el metalizado y dorado condón.
—Seguro que no me aburres, mi astronauta.
Entonces embestí con fuerza. Me pasé y soltó un gritito de dolor, follar en gravedad cero es como super-follar y todo adquiere una rapidez y una profundidad enriquecedoras. Épicas, que diría un académico de la lengua.
Y que fácil... Así en cámara lenta: mete y saca mete y saca...
A veces me entra la vena poética.
Los científicos, recuperados de mi pedo, se agolpaban en la mirilla de la puerta y sus ojos no tenían nada de sabios. Yo diría que se le estaban pelando, pero hablando con propiedad, se estaban haciendo una paja a juzgar por el continuo golpeteo en la puerta.
El condón parecía resistir bien el veloz trabajo de rozamiento en tales condiciones de gravedad.
— ¡Puta! Me voy a correr.
Siempre me ataca el romanticismo cuando el semen está a punto de salir.
El condón pareció desintegrarse en la última y más vigorosa embestida antes de penetrarla de nuevo.
Una hermosa y vistosa gota se quedó flotando en el aire para formar una hermosa bola blanca. Era mágico.
Y sentí calor.
Así que abrí la puerta para ventilar el cuartucho y los tres científicos aparecieron ante nosotros medio encogidos con sus penes asomando por la bragueta de los espaciales pantalones.
—Tranquila Pandora, que acabo con la boca. Júrame que no te tirarás un pedo.
Se río con ganas y se tiró un pedo con alegría.
Tuve reflejos para asirme a la mesa y dejé que el metano agitara mis cabellos. Con la otra mano hacía pinza en la nariz.
Pero aquella ventosidad no había hecho más que desencadenar un hecho sino trágico, al menos terrorífico para la tripulación.
La bola de semen que flotaba fue empujada por los vientos fétidos que lanzó Pandora (aún me sigo preguntando por ese extraño nombre) y aceleró de cero a mil doscientos en apenas un milisegundo.
La bola iba hacia los científicos que dijeron “¡Oh dios mío!” en inglés, francés, rumano, italiano, esperanto y suajili. Incluso me pareció entender algo en cantonés, cosa extraña porque faltaban idiotas para tantos idiomas.
Se pusieron histéricos y ni siquiera se guardaron las pollas cuando vieron que la pelota iba directamente hacia ellos.
Gritaban histéricos, se agarraban los unos a los otros para adelantarse, y gritaban cosas como “¡Mamá! ¡Qué asco! ¡Corred que eso se seca y luego queda duro en la ropa! ¿Alguien tiene una mascarilla? ¡Cerrad la boca por lo que más queráis!”
Todo esto era pronunciado en tal algarabía de idiomas, que parecía la estación espacial Babel.
Me hizo cierta gracia esa cobardía. A veces me masajeo la cara con mi propia leche como bálsamo tras el afeitado. Huele mal, pero me deja una piel preciosa y tal vez por eso, en lugar de besarme las mejillas, mis compañeras de trabajo me las lamen. Me postré frente a las piernas abiertas de Pandora y lamí su coño sin hacer caso al follón de gritos y carreras que hacía la tripulación. No cesaron de gritar y corretear durante los cinco minutos que tardé en hacer que se corriera la bella Pandora, unas seis veces.
Cada vez que esa belleza se corría, me decía: “Hijo puta, hijo puta...”
Me enamoré de ella y desde ese momento mi mujer se hizo cornuda a miles de miles de kilómetros de distancia.
Menuda energía la de Pandora. Los super-pedos en el espacio son super-mega-pedos. Y la leche se extiende por el espacio-tiempo voluptuosa y veleidosa buscando una piel, una boca o unos ojos donde descansar. Mis pequeños iconoclastitos buscando descanso... Un útero en el frío cosmos...
El espacio es inspirador.
Pandora tenía el coño tan empapado, que un denso y brillante hilo de baba y fluido se desprendía desde la mesa al suelo.
Y cuando me estaba encendiendo un cigarro de un paquete que me guardé en los cojones previendo que me los confiscarían, se escuchó un grito desgarrador.
— ¡Arghhhhhhhhhhhh!
Era un grito de asco en alemán. Corrí hacia ellos sin acordarme de meter el falo en el pantalón, Pandora se liberó del arnés y me siguió con sus enormes tetas flotando en cámara lenta.
Cuando el inglés y el rumano me vieron correr hacia ellos con el rabo enhiesto, aplastaron contra la pared sus culos mirándome con los ojos llenos de pánico.
— ¿Qué ha pasado?
El alemán se encontraba de rodillas en el suelo doblado sobre su propio estómago.
—Se lo dijimos: cierra la boca, cierra la boca... Dios mío... —lloraba en inglés el inglés, sacudiendo la cabeza arriba y abajo mecánicamente.
Había llegado al límite de la cordura aquel hombre.
Puse una mano en el hombro del cabeza cuadrada y como si fuera el mismísimo Jesucristo le consolé.
—Vamos amigo, eso no es nada, déjame ver. Vamos, tranquilo.
Alzó su cara hacia a mí.
La verdad, era mi propio semen; pero no era una estampa agradable. De las pestañas le colgaban dos pequeñas gotas blancas que le enturbiaban la visión. De la punta de su nariz pendía un moco perfectamente redondo y la comisura de sus labios estaba impregnada de semen.
Su traje espacial estaba lleno de restos de pollo y arroz deshidratado. El hedor era insoportable.
Así que me sentí samaritano y le limpié la cara con mis calzoncillos, que llevaba en la mano, porque de allí había sacado el tabaco.
No fue perfecto porque le quedó un vello rizado enganchado en la mejilla, pero por lo menos ya podía respirar sin temor a tragarse otro chupito leche.
La cosa mejoró cuando fijó su mirada en los enormes pezones de Pandora.
Le di unas palmadas en la espalda y lo ayudé a incorporarse.
— ¿Por qué no le acompañáis a la ducha para que se lave? No lo dejéis solo en estos momentos.
Sus compañeros miraban mi polla ahora dura de nuevo con desconfianza cuántica.
—Y nosotros vamos a seguir con lo nuestro que aún quedan diez lotes que probar antes de que nos vengan a recoger dentro de de tres días.
Pandora se postró ante mí, cogió sus enormes tetas entre sus manos y me hizo una paja con ellas. Eso no era trabajo, era jodienda pura y dura.
La ayudé a manejar las tetas para que se acariciara el clítoris, que asomaba tímido pero muy duro entre sus dedos. Resbaladizo y poderoso como una enana blanca.
Decidí hacerme el macho en aquella nula gravedad. La levanté en brazos y sujetándola por las nalgas, le comí el coño hasta que sentí como se corría en mi boca.
Mi pene cabeceaba en la ingravidez y otra lefa quedó flotando cual nívea medusa en el aséptico (hasta hacía unos minutos) clima de la estación espacial.
Cuando se corrió gritó de nuevo cariñosamente: “Hijo puta, hijo puta” y yo le contesté: “Mi puta, mi puta”, nos dirigimos a nuestro departamento a seguir trabajafollando sin descanso.
Yo no estaba presente; pero gracias a las cintas de video, pude ver durante la cena lo que aconteció durante nuestra jornada laboral.
El rumano se encontraba en la cocina preparándose un sobre de polvos de lechón al horno y unas cuantas patatas fritas en brick espacial sin darse cuenta de que la bola de leche que había quedado suspendida en el aire, se acercaba a él.
Y lo que son las coincidencias de la vida, al aburrido astronauta le dio por dejar en el aire un chorro de yogur líquido para luego tragárselo como si fuera un caramelo. Como esas viejas demostraciones que hacían los astronautas en los documentales televisivos para que los ignorantes televidentes se sintieran profundamente emocionados por tal derroche tecnológico. Miles de millones de dólares para que un idiota se tomara un vaso de leche como si comiera un bombón flotando.
¿No es cierto que algo está fallando en la evolución de la humanidad? Nace cualquier cosa.
En definitiva, la bola de semen avanzó hasta colocarse al lado de la de yogur. Si eres inteligente; lo más probable es que tu semen lo sea también.
El rumano, miró con total ausencia de inteligencia las dos bolas volubles y trémulas que se agitaban ante sus ojos y le echó un vistazo a la botella de yogur que tenía en la mano. En su frente se iluminó en letras de neón: “¿Habré dejado escapar dos tragos en lugar de uno?”.
Ni corto ni perezoso, abrió la boca como un pez que come tranquilamente entre los arrecifes coralinos y se tragó una de las bolas. Cerró los ojos con cierto placer y se relamió.
Si no hubiera sido tan glotón...
Abrió de nuevo la boca y se tragó la segunda. Los ojos que estaban cerrados ante el placer del dulce manjar se abrieron como platos. La textura, no es la misma y el rumano no debía ser trigo limpio porque se dio cuenta demasiado pronto de que se estaba tragando una mamada ya fría. Aquel tío era un profesional.
Y parece que tienen el estómago muy delicado los astronautas, porque vomitó como una fuente.
Y todo aquello quedó flotando en el aire.
Alarmados ante el rugido a cloaca rumana, el alemán y el francés acudieron a la cocina y al entrar, sus rostros se toparon con la papilla.
Como en la canción del elefante que se balanceaba en la tela de araña y llamó a otro elefante que se empezó a balancear también, ellos también lo hicieron, me refiero a vomitar.
Se puso en marcha el dispositivo de emergencia porque los filtros purificadores de aire se obturaron. Se quedaron encerrados y aislados en la cocina hasta que se tragaron todo lo que flotaba y el aire quedó razonablemente limpio.
Más tarde, cuando mi bella Pandora y yo acudimos a la cocina, los encontramos sentados en silencio. Nos miraban con un odio atroz mientras cenábamos y mirábamos con una amplia sonrisa el video de los hechos. Ahora comprendo lo dura que debía resultar la convivencia entre los antiguos marineros que tenían que soportarse meses y meses a lo largo de una travesía sin fin.
Pero no pensaba que en el espacio ocurriera tan rápido. Aunque si las velocidades son mayores, es lógico que el hastío también sea más veloz en presentarse.
Ni lo sé ni me importa.
Pandora, con sus felinos ojos negros brillando aún de lujuria y ante el deprimente espectáculo dijo:
— ¡Por Dios, qué muermo de gente! Aburren a las ovejas.
Y ni corto ni perezoso se tiró uno bueno.
Los científicos ya no gritaron, lloraron de forma queda directamente y yo le di una palmada en el culo a mi diosa. Me encendí un cigarro y prendió una ligera llamarada que nos chamuscó a todos el pelo y el sistema anti-incendios se puso en marcha dejando ir una gélida neblina helada.
—Pues ya sólo falta que granice mierda —dijo el alemán en alemán.
Los científicos furiosos, nos apresaron, nos encerraron en nuestro departamento de folleteo y nos lanzaron al espacio rumbo a La Tierra.
Son unos idiotas intolerantes los cientifistas todos.
Los odio.
Cuando nos rescataron en el mar, mi amada se encontraba evidentemente aburrida y se tiró un pedo que despeinó a los marineros cuando abrieron la puerta de la cápsula de emergencia.
La besé profundamente y me tiré un pedo con ella.
El amor nos hace tan primitivos...
Dicen que llegamos a tierra firme en un tiempo récord, que jamás un barco había surcado tan rápido el océano.
Cuando llegué a casa, la que ya no quería me preparó una buena tortilla de patatas y me la follé sin ninguna alegría pensando en Pandora.
Un tímido pedo se me escapó en la noche.
— Cerdo —díjome cariñosamente la que no quiero.
Buen sexo.


Iconoclasta
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