Pasear por Bangkok y sus feos barrios humildes
es una delicia si no tienes miedo a nada ni a nadie. Hay tanto tarado y enfermo
que no encuentras un humano sano en varios kilómetros cuadrados, es decir, en
todo Bangkok. Esto que os voy a contar es de hace apenas un mes; en uno de mis
múltiples viajes intentando hacer daño allá donde me sea posible.
Para empezar os diré que me gustan mucho las
mujeres bien formadas, me refiero a que sean mujeres maduras y voluptuosas,
porque cuando me las tiro son las que de verdad disfrutan de la dolorosa
penetración a la que las someto.
Si alguna vez habéis estado en Bangkok en una
temporada casi otoñal para nosotros, os habréis dado cuenta de que la
temperatura es agradable en un primer instante, y cuando uno lleva caminando
apenas cinco minutos, unos chorros de sudor le dan al cabello ese aspecto
mojado que tanto gusta a los que se engominan cotidianamente. Lo peor es que
acompaña una sensación de suciedad, como si esa humedad se te pegara
viscosamente en la piel pringándote y te resbalan las gotas desde la cara al
pecho, y siguen bajando de tal forma que si tu ropa es holgada y no llevas
calzoncillos, las gotas llegan hasta el mismísimo pene excitándolo de un modo
salvaje y nada discreto. Pues así iba yo con mi polla bien tiesa y elegante
creando un llamativo bulto en el pantalón.
Supongo que mi pene era el encargado en esos momentos
de llevar el mando y el cerebro se dejaba llevar con esa holgazanería producto
del bochornazo. Estos asiáticos no deben tener sangre en las venas, porque no
sudan. No mojan sus camisas. Aunque tampoco tienen un torso como el mío.
Así que las únicas mujeres que veo son putas
sidosas y enfermas de cualquier otra cosa, a muchas jóvenes les faltaban piezas
dentales y no me gustaban. No eran discretas, las putas no son discretas en ningún
lado.
Llevan escrito “puta” en la frente.
Así que en esa estrecha calle atestada de gente
y puestos ambulantes de comida ya venenosa, sentí el roce en un brazo de unos
pechos pequeños y duros. Era una mujer joven, de una delgadez extrema producto
del hambre; iba del brazo de su madre cuyos brazos estaban llagados. A pesar de
tener escasamente los cuarenta años aparentaba los sesenta. Las manos escamadas
por la soriasis y su boca de encías sangrantes me sonrieron por unos segundos
cuando las miré.
Era pleno mediodía y a través de las oscuras
nubes el sol intentaba rasgar esa opacidad y el relumbrón me hacía entrecerrar
los ojos. Así, con esta climatología yo me encontraba un poco lerdo y tardé
casi tres segundos en reaccionar. Di media vuelta y le dije a la madre que me
quería follar a su hija a la vez que le pasaba un apretado rollo de billetes. La
madre cogió la mano de su hija y me la cedió señalándome una asquerosa casa con
dos viejas putas desdentadas sentadas en esos bancos de eskay de la entrada.
Olía a opio con sólo mirar hacia allí.
Para llegar, pasamos frente a uno de esos
puestos ambulantes tirando por el suelo un canasto lleno de mangos, el idiota
del vendedor me llamó hijo puta y me detuve frente a él, con la chica cogida de
mi mano y llorando. Esperaba que el jodido oriental siguiera hablándome, que me
alzara de nuevo la voz. Después de un segundo interminable para él, en el que
se arrepintió de haberme hablado, comenzó a recoger su mierda de frutos y yo
entré en la pensión. La mujercita lloraba y gritaba en dirección a su madre, no
quería venir conmigo; pegué un violento tirón de su brazo, trastabilló y le di
un golpe con la mano plana en la nuca. Algunas voces rieron ante el llanto de
la chica, su madre se había sentado frente a uno de esos carritos de carnes de
ave cocidas y comía algo con el dinero que le había dado por su hija. Con la
mano le decía que se callara y que me siguiera sin rechistar.
El tipo de la pensión me guiñó un ojo cuando le
pagué la habitación. Una de esas viejas putas me propuso que la dejara subir
con nosotros para hacer una escena tortillera. La aparté de un empujón y se
golpeó la cabeza con un extintor, sonó su cabeza con un tono doloroso del que
me sentí orgulloso.
Apenas cerré tras de nosotros la puerta de la
habitación, saqué un ácido y lo corté en cuatro partes, una de ellas se lo di a
la chica con un vaso de agua. No quería tomar la pastilla así que levanté la
mano para cruzarle la cara, el lenguaje de la violencia es universal y
perfectamente claro. Llorando se llevó la pastilla y el vaso a la boca.
Extendí una colcha encima de la pequeña mesa
frente a la única ventana, la cogí en brazos y la tumbé en ella. Me la follaría
de pie. Además su cuerpo oriental era tan menudo, que no sabía si aguantaría mis
embestidas. Follándola conmigo encima temía que la aplastaría y no podría verle
la cara y sus tetas, ver el dolor y los pechos erizados, hace que mi eyaculación
sea más aparatosa. Su entrepierna olía a meados y a mierda, llené una palangana
con agua y le froté el culo y el coño con la esponja mojada de agua fría y
jabón.
El ácido hizo su efecto y dejó de llorar, relajó
las piernas y sentí como su vagina se distendía y se excitaba con mi repetido
masaje. Entrecerró los ojos ya más relajada.
Os juro que nunca me había tirado a una mujercita
oriental tan drogada.
Básicamente para mí los hombres y mujeres más
jóvenes son objeto de tortura y malos tratos para crear en un futuro predadores,
gente tan maltratada que luego no sientan reparo alguno en asesinar y violar a
su vez y que equilibren así, este exceso de nacimientos, los humanos sois como
ratas, que folláis y folláis para al final tener que comeros a vuestras propias
crías para que no os devoren ellas.
Le estaba pasando la lengua desde el culo a su
escondido y pequeño clítoris y la sentí jadear tímidamente. Se tocó las pequeñas
tetas y sus pezones se habían endurecido.
Cuando toqué uno de ellos al tiempo que la preparaba
para la penetración hurgándole la vagina con el dedo, suspiró desinhibidamente.
Era muy pequeña respecto a mi tamaño, respecto a
mi edad milenaria y respecto a mi poder. Si se comportaba bien no la degollaría.
Su pubis estaba poblado de un vello lacio y
suave del cual de vez en cuando tiraba obligándola a que alzara la cintura
provocadoramente.
Sudaba y se mordía el labio inferior con los
ojos cerrados. Le costaba un poco respirar, imagino que la dosis de ácido, a
pesar de ser una cuarta parte, debía ser aún grande para su peso corporal.
Alcé sus piernas para situar su vagina a la
altura de mi pubis y la penetré. Se quejó y frunció el ceño cuando comencé a
bombearla; pero en pocos segundos se volvió a relajar y noté como resbalaba
desde su ano a mis testículos, la sangre de su himen desgarrado.
Volvía otra vez a suspirar tímidamente y tocarse
los pezones con las puntas de los dedos. Sus piernas tan pequeñas y delgadas no
me acababan de excitar, pero sí su pequeño coño tan dilatado por mi pene. Al
cabo de unos minutos, ella, asombrosamente frágil y pequeña comenzó a tener las
convulsiones del clímax. Yo me corrí dentro de ella, rugiendo y dejando caer mi
saliva en su pubis. El semen le chorreaba coño abajo. Se sujetaba la vagina con
ambas manos mientras su hombros aún se agitaban con espasmos de uno o varios
orgasmos.
Se quedó adormecida y yo aproveché para
limpiarme la polla de sangre y semen.
Cuando salí del lavabo, al verla allí en la mesa
con las piernas abiertas y el sexo manchado de sangre me volví a excitar y me
hice una paja. El semen se deslizó perezosamente por mi puño y lo sacudí contra
el suelo. Me puse los pantalones y la camisa y la despejé de su sopor narcótico
dándole una hostia en los labios, se le reventó uno. Se puso las bragas aún
adormecida y el feo y raído vestido, por el cual se veían sus pequeñas tetas a
través de la sisa.
Cuando salimos a la calle, caminaba con
dificultad intentado sin poder juntar las piernas.
Se sentó al lado de su madre y ésta me preguntó
si me lo había pasado bien, le contesté con un puñetazo en la cara que le
alcanzó también medio ojo derecho y le volví a soltar otro fajo de ese puto
dinero.
Los que miraban sonreían entendiendo y sin
extrañeza. Yo seguí mi camino y comenzó a llover de una forma intempestuosa, cosa
que agradecí deseando que una inundación ahogara a todo ese barrio entero.
Me quedé más tranquilo que dios. A propósito,
Santo Tomás estuvo presente durante todo el coito, rezando y rogándole a Dios
que hiciera algo por evitar aquello. Pero no le hice mucho caso a pesar de sus
santurronas lágrimas. Son cosas que sólo yo puedo ver.
Llamadme lo que queráis, porque lo soy. Soy lo
más malvado de vuestro mundo. Y soy muy tramposo porque... ¿Qué es mejor:
follarla y darle un montón de dinero; o acaso dejar que muera de hambre al lado
de su madre muerta, con el vientre hinchado y los ojos vidriosos?
Le he dado tiempo de vida, le he dado salud, y
comida.
¿Os escandaliza? Pues no debería, porque yo soy
un anti-dios; y ningún primate de entre vosotros es Dios, ni siquiera un
querubín en proyecto. Y hacéis cosas peores.
Gilipollas… Os debería visitar en vuestras casas
y arrancaros los cojones retorciendo el escroto.
¿Os acordáis del jeque árabe que compra niñas
para su harén y las revienta con su polla? No es una mierda de dios, ni
siquiera un jodido ángel. Es sólo un puto y repugnante primate.
¿Y las mujeres de esas tribus africanas que dan
a sus pequeñas hijas en matrimonio a un cuarentón que las matará a palos en
pocos meses?
Muchos hacéis bien en ir a esas procesiones a
castigaros; primero os masturbáis con lo que os he contado y cuando habéis
purgado vuestros pecados con unos latigazos y una borrachera, ya no os acordáis
de toda la mierda que queda en la trastienda. Ni de los millonarios que compran
niños y que muchos de esos hombrecitos y mujercitas, no saldrán del antro en el
que han entrado. Los humanos no sois tan buenos como pensáis y os creéis íntimamente.
Vuestra hipocresía hace daño a los pequeños que no están protegidos. Mucho más
que mi maldad.
Y todo al final se justifica: si es un jeque el
que lo hace es por su religión. Si es el negro se debe a su tradición.
Y a quien fotografía niños desnudos; a ese, sí
que hay que condenarlo a muerte ¿verdad? ¿Tal vez porque no lo hace en nombre
de Dios? Sois unos mierdas, fariseos. Deberíais cortarle los cojones al puto
pederasta y quemar en la hoguera al follador musulmán.
Pero aún puedo ser muy cruel, en mi reino los
crueles disfrutamos con los hipócritas como vosotros.
Si un día me encuentro de tan buen humor como
ahora, os contaré lo que le hice a una vieja abuela que castigaba continuamente
sus nietos por decir mentiras. Me gustó mucho más que tirarme a esa pequeña
oriental.
Ya os contaré. Sé muchas cosas.
Siempre sangriento: 666
Iconoclasta
Ilustrador por Aragggón
2 comentarios:
Gracias por pasar por mi despensa de pensamientos, un saludo desde la Guatemaya del 2012, y siga escribiendo con sangre.
Así lo haré, Lester.
Gracias por tu atención, por tu comentario.
Saludos.
Buen sexo.
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