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7 de septiembre de 2012

Honrarás a tus muertos




El cementerio tiene muchos pasillos formados por los mini edificios de nichos, casitas de juguete de muertos…
Unos cientos de metros más abajo, a los pies de la loma están los muertos ricos, los que han sido enterrados en fosas con grandes lápidas, los que encima de su cadáver soportan el peso de un panteón a menudo adornado por una escultura tosca y sin gracia de un ángel de alas rotas y sucias. Cagado por los pájaros.
—Rezar a los muertos es una forma más de relajarse o dormir, solo que más molesta porque no hay asientos frente a la tumba, ni siquiera una máquina de bebidas—piensa metiendo la mano en la bragueta excitando el pene.
Tiene una forma un tanto particular de visitar y rezar a los muertos.
De honrarlos.
Se encuentra en la agrupación de nichos más alta de la montaña, hay una buena panorámica del cementerio que se extiende por toda la ladera sur y se prolonga a sus pies casi un kilómetro en forma de valle de tumbas.
Se debería extender cientos de kilómetros.
Se interna entre el pasillo que forman dos edificios para situarse frente al 430-1, en la hilera más baja de los cinco pisos. La lápida dice: Familia Hurtado.  Josefina Lara, esposa de Ramón Hurtado, 1930-2012. Tu hijo y tu marido no te olvidan.
Tiene una cosa entre las piernas que a veces se hace notoria y se lleva gran parte de la sangre de su organismo para alimentarse y crecer.
Y no es precisamente un rosario.
Es bueno que eso ocurra, que se haga grande y se expanda como el gas liberado. Es bueno que el cerebro se quede seco para dejar de existir y ser uno con ellos, con los muertos. Ser frío como sus huesos…
Ellos miran y callan sin poder decir nada, ellos tragan el semen y el olvido. Los muertos no expresan su asco. O no deberían; algunos no se relajan.
Su oración es húmeda, un gemido obsceno ante la muerte.
Ocurre cuando una tristeza innombrable le embarga el ánimo y la promesa le pesa como una losa. Cada mes, cada treinta días de mierda. Es bueno su organismo sobreviviendo. Cuando todo es insoportable, la polla se expande en el espacio y el ritmo de la vida lo marca su puño. Cuando la soledad pesa demasiado, se acuerda de madre y que padre pronto estará con ella.
Y salpica con semen el marco de acero que protege la lápida de mármol. La lefa habría salpicado la foto de su madre. No tardará mucho en salpicar la de su padre que aún está encerrado en el manicomio agonizando con una sonda en la polla. Su próstata está tan hipertrofiada por un tumor, que no puede soltar una sola gota de orina a pesar de su incontinente locura. Dentro de poco le enseñará también como reza a los muertos.
En la consola del comedor de su casa no hay más foto que la de su madre muerta, cuando muera su padre, colocará otra, solo dos fotos en una gran superficie… Se ve un poco vacía sin los muertos; pero no ha habido nada más que fotografiar a lo largo de su “cochina inexistencia”.
Piensa que las únicas fotos que debería haber en una casa, son las de los muertos. A los vivos mejor no ponerlos en fotos, porque cambian; un día los amas y otros deseas su muerte. Los vivos son demasiado inestables.
Cuando mueren no hay problema con sus fotos, porque siempre se odian, se recuerdan tal y como murieron, con la misma sensación de asco de saber que vivieron demasiado. Con la repugnancia de saber que se comparte una sangre o un gen con ellos.
No importa que se vea vacía la consola del comedor, no es su deseo tener otra compañía u otros muertos que recordar.
Tiene buenas fotos de tigres del National Geographic.
Y de cerdos…
Solos los humanos, se hacen bestias y huraños, cosa que está bien si no hay a quien hablar, a quien hacer caso.
Para morir de asco, mejor hacerlo empapado en semen. Con los muertos pasa igual, mejor regarlos y por supuesto, no va a ir con una regadera en el autobús teniendo una polla tan hermosa heredada del cruce ocasional entre padre y madre.
El semen se muere rápidamente, se enfría y da algo de paz al puto calor que genera el planeta. Es una reflexión que nace de frotar una gota de leche entre los dedos.
Porque estar vivo  es ser acumulador de calor.
Los cadáveres se refrigeran enseguida, es la ventaja de estar muerto. Sus palabras quedan como recuerdos congelados en algún lugar de la cabeza, una molestia que se puede soportar de vez en cuando.
El semen frío en la fría piel de un cadáver.
Maravilloso, las cosas encajan por si solas.
Si no se arriesgara a ir a la cárcel, sacaría el ataúd y se correría en la calavera de madre.
Ha sido una masturbación rápida, siempre se corre más rápido en el cementerio que en su casa, tal vez la emoción del riesgo de ser sorprendido.
Las flores marchitas de los pequeños y oxidados jarroncitos no mejoran con las gotas de semen. No hay peor rocío que una densa gota de esperma estéril rompiendo una flor: la muerte se pega a la muerte.
Toma una con las manos y se resquebraja entre los dedos, un pequeño pétalo amarillento ha caído rápidamente sin encontrar resistencia al aire, el peso del semen muerto e inocuo…
Su pene asoma aún duro y húmedo, el reflejo del vidrio del nicho crea una imagen miserable.
Y entre ella la cara de su madre aparece manchada de esperma.
— ¿Por qué me haces esto?
—Me hiciste prometer que acudiría una vez al cementerio para recordarte. Te recuerdo, recuerdo cada día de tu amargura, de tus palabras vulgares y tu mediocre forma de pensar. De tu continuo lamento de ser una madre abnegada. Papá debería haberte follado más a menudo. Yo te compenso.
—No sabes lo que duele, César. Aquí hay soledad, hay encierro. No necesito que me escupas nada, basta con una oración. No vengas más, te libero de tu promesa.
— Hasta podrida te quejas, madre. Sabes de siempre que solo creo en esto —responde César agarrando el pene y meneándolo frente a los ojos sin vida de su madre—. Me gusta este momento. Tu marido va a morir muy pronto, lo enterraré ahí dentro, contigo. ¿Los muertos disfrutáis del sexo?
— Calla, César. Los muertos deberíamos descansar. No hay nada más que paz, tenemos siempre miedo, esperamos algo que no sabemos que es y nunca llega. Los días no se diferencian el uno del otro.
— Es lo mismo que cuando estabas viva, madre, tu vida era peor aún que la muerte. A mí los días me corrían deprisa entre paliza y paliza de padre. ¿Te acuerdas cómo te encerrabas en la cocina cuando me pegaba y no salías hasta que la comida casi se quemaba? Me correré cada mes ante ti, en tu cara. Tal vez abra la puerta de vidrio para que te llegue más cerca el semen que tu cochino marido nunca te hizo beber.
— Estoy cansada y tengo miedo. Hay madres aquí que se sienten confortadas por la visita de sus hijos. Ya he pagado, estoy muerta.
— No es cuestión de pagar, es cuestión de que a mí me guste hacerlo. ¿Sabes que voy a visitar a padre al manicomio? El alzheimer le llegó demasiado viejo, me hubiera gustado que su cerebro se hubiera podrido hace quince años, para que sufriera más. ¿Sabes que voy para mover la sonda que tiene metida en la polla? No tiene cerebro ni para gritar; pero sus costillas se marcan bajo la piel por el dolor y continúo meneando el tubo hasta que aparece una gota de sangre. Y entonces llamo a la enfermera: “Señorita Marga, la sonda está sucia de sangre ¿es malo?”. “No se preocupe, a veces es normal”, me dice. Y la vuelve a mover tanteando si sigue en su sitio, la empuja más adentro para asegurarla, mientras padre se rompe los dientes apretándolos de dolor. Sin soltar una sola palabra. Pronto me correré en su cara también. Os rezaré y regaré a los dos.
Suena una melodía electrónica en su bolsillo, el teléfono sobresalta a su madre.
— ¿Quién es? —pregunta el reflejo de la vieja muerta intentando sacar la cabeza de la superficie  de vidrio
— Cállate, coño —le responde su hijo, dando una patada al vidrio —. ¿Diga?
— Gracias, no se preocupe, estoy bien. Voy para allá ahora mismo. ¿Cómo? Sí, tengo  la póliza a mano, ahora llamo a la funeraria. Buenos días.
— Tu marido por fin ha muerto, has tenido suerte, dentro de tres días volveré a enseñarte lo muy hombre que es tu hijo y con tu marido ahí dentro, tendremos un ménage à trois. ¿Crees que muerto estará igual de loco?
Lanza un escupitajo contra el vidrio y se aleja.
Todos los rostros de los muertos se reflejan con sus tristes ojos apagados de vida en todos los cristales de los nichos, observándolo marchar.
— ¿Problemas con tu hijo, Pepita? —le preguntan a coro.
El reflejo de la madre se retira al interior del ataúd.
— Al menos no la olvida —dice algún muerto.
— Y lo bien dotado que está… —responde otra muerta.
— Habrá que conocer al padre —responde un tercero.
Los reflejos retornan a sus tumbas contando chistes y el único lamento en toda la agrupación es el de la madre.

César saca una cámara del bolsillo y fotografía el cadáver de su padre aún en la cama del hospital, antes de que lo vista y maquille el servicio funerario.
— Ahora te toca a ti, padre. No te olvido, no te olvidaré nunca.
En ese instante, se extiende una mancha de sangre en la sábana, entre las piernas del muerto.
César sonríe.
— Sí, padre, para mearse de risa. Es que me parto también…
 







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5 de septiembre de 2012

22 de agosto de 2012

Morir es más fuerte que amar




Esperan un abrazo, un beso, un ánimo; pero es difícil encontrar el instante porque no abunda, aún así les gusta la vida: son los optimistas.
Hay múltiples variables para que todo salga mal. Y esperan, ansían, desean de forma incansable.
No hay mucho que decir de ellos, su vida está bien. Es lo habitual.
“Dios proveerá” acabarán diciendo si algo les falta.
Dios me tiene metida su sagrada polla en el culo.
Hay errores que son inevitables. Sorpresas que no era posible prever.
Morir es más fuerte que amar, dicen los pesimistas.
Afirmo.
Y joder es el único placer que experimentan, cuando el semen ha corrido o la vagina se ha derramado, no queda ningún mal recuerdo porque siempre suele acabar igual: con unos gemidos de placer y la respiración agitada.
El semen se enfría tan rápido… Tantos niños muertos se secan en las sábanas…
Follar es suficiente; es bueno. Mejor que vivir.
Mejor que un puto partido de fútbol.
Porque cuando las sorpresas y los errores tienen más masa que la presión atmosférica en nuestros hombros, se dan cuenta los consternados que la montaña de fallos es enorme, insalvable. Los pesimistas cuentan con muchos años a sus espaldas y saben lo que dicen.
Y así, de una forma natural, coloquial y afable se preguntan: ¿cuándo coño voy a morir?
Follar no arregla nada, solo retrasa lo inevitable.
No es que tengan prisa por morir, simplemente están desesperados y la vida no es para tanto, no vale la pena respirar tanta amargura; hace los años eternos.
La muerte es un coño húmedo y abierto, listo para penetrar, para hundirse en él.
Cuando no hay sexo, hay masturbación. Los dedos se encargan de lo que el cerebro no puede dar o suministrar: algo de placer.
Es mentira lo que dicen vuestros padres y abuelos, hacerse pajas no estropea la vista. La hace más clara y ágil.
También tienen sus recursos los pesimistas y un buen cómic para esperar a que alguna enfermedad llegue.
Morir es la salida de emergencia. Es alarmante en un principio, cuando se dan cuenta que están pensando en la muerte como solución; pero cuando esa idea ha germinado, ya se han hecho todo lo valientes que se puede ser y es imposible detenerse ante el arrebato de muerte. Y desean en silencio que algo falle en su organismo: un tumor, pulmones podridos, un corazón con una brecha…
Se callan los dolores, y deciden no ir al médico. Dicen estar bien con un esputo de sangre entre los labios. Nadie quiere seguir viviendo con ese cúmulo de errores demasiado tiempo (los optimistas sí, porque piensan que los errores tienen solución se pueden subsanar, no piensan en la vergüenza). “La vida es una mierda y luego te mueres”, es correcto, está bien expresado; pero el detalle que no revela el dicho, es que te mueres cuando has sufrido lo indecible. Te mueres cuando estás cansado de todo.
Es mejor morir feliz.
Morir de un ictus lamiendo un coño, por ejemplo, es una idea romántica; podría ser incluso optimista. No se ha de perder la esperanza de mierda.
Hay tómbolas que rifan un peluche y los idiotas se matan por conseguir un Snoopy mal hecho. Las esperanzas suelen ser banales.
Se murmuran jaculatorias al cáncer y a la infección, al coágulo que hay tras un dolor de cabeza, riñones muertos, cirrosis…
Morir es más fuerte que amar.
Es más fuerte que mi polla dura.
Cualquier tumor, cualquier hígado podrido, da menos miedo que la presión de la vida para los pesimistas. Ellos entienden de eso y saben que tras una cucharada de mierda, llega otra y otra y otra y otra…
El pene corrupto de un leproso que no sirve más que para mear, no espera nada más que se le desprenda del cuerpo.
A veces ocurren cosas buenas; pero cuando se desea la muerte, tiene más fuerza que el amor. Y por una simple cuestión de convicción y sabiduría, desean la muerte aunque estén follando. Están locos los pesimistas.
Con amor todo se supera: error.
Con el amor se comparten las miserias; pero la felicidad se va tiñendo de negro y la muerte es el verdadero amante que se busca.
Y cuando el corazón se desboca por amor, yo pesimista, pido que al mismo tiempo se infarte. Que se parta por la mitad y morir con la polla tiesa.
Se desea con más fuerza morir que amar.
Morir es insuperable, es sublime; porque te libera del tormento de amar y frustrar. Una vez el amante se ha desengañado, el amor ya no tiene fuerza alguna para mantener con vida al amante que ha defraudado.
Estas cosas pasan continuamente; pero pocos tienen la suerte de morir en el momento adecuado.
La muerte libera, más años de vida solo consiguen empeorarlo todo. Y al final la vamos a palmar; vale la pena ahorrarse unos disgustos.
El pesimista no puede permitirse el lujo de suicidarse porque es traición a los que te aman. El pesimista espera la muerte, se dice que con su mala suerte, un tumor en sus cojones hará metástasis para luego subir al cerebro. Algo así, porque si algo sabe el pesimista, es que no va a tener una vida feliz.
Lo único feliz será el final: la muerte, el descanso, el reposo del guerrero.
Morir está bien, suicidarse  daña a otros. Y el pesimista ama, suele tener la desgracia de amar; es su mala suerte.
Los suicidados suelen ser cadáveres maltratados o que huelen mal. Morir entre vómitos de enfermedad tampoco es como para tirar cohetes; pero siempre dirán los optimistas: luchó como un león por la vida.
Y una mierda.
Morir es más fuerte que amar (oración agnóstica, atea y anti-vida para tipos con demasiados años, con demasiados errores que recordar).
No hay nada que relaje tanto como imaginarse muerto.
También relajan los balnearios y los baños de barro húmedo; pero no estoy de humor para ensalzar sus cualidades psico-terapeúticas.
No se puede entender el deseo o la indiferencia a la muerte hasta que la vida te ha apretado demasiado las tuercas. Y cuando eso ocurre, el organismo tiende a infectarse, pudrirse, mutar, hablamos solos…
Ser pesimista no es alegre; pero da una valentía cuasi suicida, cosa que es ética en estos tiempos.
Cuando un pesimista folla, se pregunta que otra porquería le espera tras el orgasmo. Y evocar la muerte se convierte en la sonrisa tranquila. Hay más esperanzas de morir que de vivir más tiempo. A veces los pesimistas tienen suerte, aunque no se lo crean.
Puede que a un pesimista le toque la lotería y aún así deseará morir rodeado de toda clase de comodidades. Los pesimistas no se venden por nada, cuando la vida te ha enseñado sus sucias tetas, ya no hay dinero para comprar la suficiente esperanza.
La única mamada que te apetece es la que la muerte realiza arrancándote el aire de los pulmones.
Y mientras esperamos la solución y el descanso, es bueno no dejar de fumar, no bajar jamás la guardia. Hay que inyectar todo lo malo que se pueda en el organismo para que llegue pronto la muerte.
Antes de sufrir más, si es posible.
La muerte es más fuerte que el amor.
Más fuerte que la vida misma.
Es hora de morir, no más retrasos, plis.









Iconoclasta


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12 de agosto de 2012

La Madre de Todas las Penas

El video del relato La Madre de Todas las Penas, de Iconoclasta.

https://vimeo.com/47381186

10 de agosto de 2012

La Madre de Todas las Penas


Doce años presa; pero ya hace tiempo que es su voluntad, su deseo, su espera.
Su deseado tortuoso y doloroso desenlace.
Doce años de un maldito, penoso y venenoso embarazo. Es la elegida.
Mil oraciones de diez mil devotos la convencieron. La enloquecieron.
Y a veces sus dedos sin uñas estrangulan ratas que luego se mete en la boca, saboreando los miasmas de lo hediondo.
Los Oscuros Padres Dolorosos la raptaron el día de su primera y espantosa menstruación. Madre le bajó la falda, le separó las piernas, metió los dedos en su vagina y frotó la sangre entre sus dedos: era oscura como ninguna otra. Fue en busca del Padre Muerte y éste le dijo:
—Tu hija es la Elegida, su vientre será el pútrido útero de nuestro Doloroso.
—Yo me arrodillo ante ti, Madre de Todas las Penas y Todos los Dolores —dijo el sacerdote vestido con traje oscuro y corbata negra, arrodillándose ante ella y posando sus labios en la ensangrentada vagina.
Entre madre y padre, bajo la letanía de obscenas maldades que el sacerdote recitaba por la calle y a plena luz del día, la llevaron a la Catedral de los Despojos Humanos. Se encontraba a treinta metros bajo tierra, el colector de todas las cloacas. Le aterraba el rugido de las seis enormes cataratas de agua sucia de todas las materias que la humanidad crea, plena de excrementos, orina y el semen de los desgraciados, de todos los seres humanos que malviven en la putrefacta ciudad. Seis enormes tubos del diámetro de la altura de un hombre, arrojaban toda la inmundicia humana posible, en todas sus combinaciones. Compresas manchadas de una sangre más clara que la de su menstruación eran festín de las ratas, las predicadoras de la miseria que pregonaban en el exterior entre la basura y las casas rotas, la venida al mundo del Hijo de Todas las Penas.
Y con sus muslos manchados de sangre, entre los gritos casi enmudecidos por el hedor y el estruendo de la  Catedral, agujerearon su monte de Venus apenas poblado de un vello oscuro, con botellas rotas para meter en sus entrañas tubos mugrientos que la llenaban de todas las miserias innombrables. De todos los espermas de todos los hombres, de la sangre de menstruaciones. Pus y restos de enfermos, mutilados y heridos.
Flotaban en el agua ciento un fetos roídos que comían los discípulos y creyentes durante las misas que dedicaban a su vulva púrpura de necrosis, siempre abierta ante ellos.
No murió infectada, era la elegida. La real Madre de Todas las Penas y Todos los Dolores.
Con veinticuatro años su vagina eternamente expuesta a la mierda, es una costra oscura e insondable, la carne de sus nalgas son llagas que no curan nunca, hogar de larvas que anidan en ellas retorciéndose, canibalizándose. La piel blanca es un mapa de oscuras venas que se arraciman en los pezones para extenderse como un virus por todo el cuerpo, regando cada rincón de su organismo con infección y corrupción.
Sus dientes están podridos y un incisivo cuelga de su filamento nervioso, cuando balbucea plegarias ininteligibles de oscuros vómitos. Su mente está perdida en el dolor  y el hedor.
Es ella en verdad, la Madre de Todas las Penas y Todos los Dolores.
De todas las infecciones e insanias.
Doce años de un embarazo leproso y ahora ante la letanía de los miembros de la Santa Podrida Iglesia del Dolor, se desprenden las costras de su coño por la dilatación del útero, va a parir.
“Negra Madre Virgen de Todas las Penas y todos los Dolores, que tu pena y la orina de tu sangre que pudre las venas, se extienda por la humanidad”.
Son los rezos de los innombrables.
La Madre grita y sus adoradores, de caras vendadas con telas sucias de icores venenosos y sangre vieja se llevan las manos a las sienes gritando su dolor también. Sus muslos gordos y albinos manchados de mierda se separan y de su coño sale un hedor que asciende a la superficie por los conductos sarnosos de la ciudad causando asco en la gente luminosa, en los de arriba, en los cobardes que adoran dioses de madera y mentiras piadosas.
Rompe aguas colmadas de cabezas de negras antenas y patas de insectos.
“Oh Madre de Toda la Podredumbre, danos nuestro rey, danos la oscuridad. Que se pudran los benditos y los limpios, los que en su vida tuvieron suerte y todo lo tienen, los que esperan una muerte dulce y un premio de miel. Oh, Madre de Todas las Penas y Todos los Dolores, que el Bastardo de los Humanos Despojos, sea escupido por tu Sucio Coño”.
El Padre Muerte encabeza y dirige las plegarias de las diez mil mentes podridas.
— ¡Jamás llegó a renacer Cristo, no hubo una segunda venida! Escupid al feto que fue arrebatado de su madre virgen antes de su alumbramiento —sermonea a la multitud mostrando un frasco de vidrio en cuyo interior flota un feto humano con los brazos y las piernas rotas.
En el frasco, escrito con mierda figuran las palabras: Iesus Cristus, segunda venida.
— ¡Jamás llegó a nacer la Bestia! El anticristo murió a manos de la Santa Iglesia Podrida del Dolor —ruge con furia el Padre Muerte, mutilándose el lóbulo de la oreja con una navaja de afeitar —. Ni siquiera Satanás ha conocido el dolor y el asco, nunca lo imaginó así.
Eleva a la congregación otro frasco con el feto de un bebé con cabeza de macho cabrío. “Maléficus Satanás”, reza en el frasco.
— Todas las religiones han errado. Se han perdido en la hipocresía y la estafa, en el abuso y el engaño. Ahora pagarán y no habrá redención. Nos alimentamos de mierda y despojos, nos alimentamos de dioses y diablos.
—Ella es virgen, ella está infectada del Espíritu Corrupto, miradla parir.
La Madre de Todas las Penas vuelve a gritar y su cuerpo se agita con el dolor del parto. Los tubos insertados en el pubis se desprenden por la violencia de las contracciones. Sus pezones se han resquebrajado como cristal, pero apenas sale nada de ellos.
Cinco ratas lamen el corrupto líquido amniótico que ha dado protección en el sucio vientre al Bastardo de los Humanos durante doce años.
— ¡Cómo me duele este puto coño, me cago en Dioooos! —grita la Madre de Todas las Penas ante cientos de miserables que se masturban ante ella.
El bebé sale de entre sus muslos para caer al suelo lleno de agua sucia, liado con el cordón umbilical y una placenta verdosa. Un perro famélico la devora y rasga el cordón ante la mirada agresiva de las ratas.
— ¡Ha nacido, el Bastardo de los Humanos Despojos! Que se alimente de tus miserias, Madre de Todas las Penas y Todos los Dolores! Dale lágrimas y asco con la que alimentarse y hacerse Dios. Que comience el Nuevo y Pútrido Mundo —grita el Padre Muerte.
—¡Que mame el Bastardo! ¡Que mame el Bastardo! Que la Madre Puta de los Dolores lo cebe con lágrimas y penas.
El bebé no llora, su boca se abre mostrando unas afiladas encías y los dedos de uñas partidas se mueven ansiosos. Sus piernas atrofiadas se debaten en un pataleo en el aire. Se revuelca en el suelo mostrando su columna vertebral descubierta y deforme.
Hay hombres y mujeres que se clavan los unos a los otros  trozos de vidrio en la espina dorsal descubierta por una largo corte que se mantiene abierto gracias a alambres y tenedores viejos. Sus gritos de dolor apagan el ruido de las Sagradas Cataratas de la Ponzoña.
Un niño de cuencas vacías toma al recién nacido en brazos, la Catedral se ha inundado de silencio.
Cojeando se lo entrega a la Madre de Todas las Penas.
Lo toma en su regazo y lo lleva a su pecho, para que mame.
El Bastardo clava sus encías en el pezón derecho, y la carne se rompe, como algo seco, algo sin vida.
No hay leche en los pezones, ni sangre. Las mamas están secas y repletas de orina y lágrimas cristalizadas que crujen como el vidrio e inundan la boca del Bastardo.
El pequeño mastica toda esa inmundicia y su boca se hiere. Mana la sangre que inunda su pecho. Y su primer grito de puro dolor y asco que asusta a hombres y ratas, se extiende por toda la catedral, por todas las superficies.
En la ciudad, la gente vomita sin saber bien porque. Cuando los fetos de las embarazadas caen muertos en el suelo, el hedor en toda la atmósfera es insoportable. Cuando los gritos de miles de enfermos salen por las cloacas y desagües de las calles y casas, ya es tarde. La infección ha hecho presa en los felices, en los luminosos y las iglesias se derrumban, cae todo lo que una vez fue bendito, sacro o santo.
Es la Nueva Era del Dolor. La Verdad la estuvimos pisando, cagándonos en ella.
Ahora la Verdad se caga en nosotros. Y nos mata.
Que la Podredumbre sea con nosotros.







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18 de julio de 2012

Una historia con mi madre

 
Se ha muerto la madre que me parió, a mí, mi hermano y mi hermana.
Y ha dejado una historia, como rastro de su vida.
Setenta y dos años… Es una historia modesta en su longitud, hay gente que vive más. No importa, si su historia hubiera sido más corta, la habría querido más aún. Soy un cabrón amando y no me soborna el tiempo ni el dinero.
Hubiera preferido que se hubiera muerto antes un rey, una reina, un presidente de cualquier país, o cualquier persona de relevancia social, política o económica.
Pero es un mundo imperfecto, legalizado e injusto.
Mi madre no era artista, ni especialmente culta, cosa que me parece bien porque me paso el arte y la cultura por el forro de los huevos.
Mi madre pasó hambre, fue casi abandonada y no llegó a conocer a su padre. Su marido (nuestro padre) murió pronto; y todas estas cosas no quebrantaron su ánimo. Sufrió durante el tiempo necesario sin que ello amargara su carácter de forma permanente.
Con toda naturalidad nos contaba que de pequeña se alimentaba de pieles de plátanos chafadas en la calle de la Barcelona de la posguerra. Y que un señor la tomó en brazos para llevarla a unas monjas, porque cagando en mitad de la calle se le salieron los intestinos.
No era un lamento, era una forma de enseñarnos que en la vida ocurren cosas malas y que no tienes que romperte por ellas.
Sin embargo, toda esa mierda que vivió (un pequeño porcentaje de su vida), le marcó la salud y le vedó una vejez tranquila y lúcida. De tal forma, que de repente toda la porquería pasada irrumpió en su cerebro ya más débil por la edad encharcándolo de sangre. Luchó en los momentos lúcidos por no enloquecer.
A tomar por culo, madre. Los que no se lo merecen tienen una vida sana y amable; ojalá hubieran muerto otros antes que tú.
La vida es imperfecta, una soberana mierda.
A veces hablabas de encontrarte con el papa en la muerte. No creo en esas cosas; aún así, deseo que estéis juntos. Es una hermosa e inofensiva mentira, no puede hacer daño.
Y si continúo con la mentira, pronto nos veremos también, he estado a punto de ganarte. Soy veloz para algunas cosas.
Sobre todo para las malas, para la mala suerte.
Y la mala suerte es también saber que has muerto.
No lo creo, no lo digo con fe, no nos encontramos con nadie al morir. Solo alardeo de un optimismo y una ilusión que no tengo, como homenaje a mi madre.
Desapareceré, no hay otra cosa tras la muerte; pero mientras vivo, amo tu memoria y nuestra historia.
Lo importante no ha sido tu muerte. Tu muerte ha sido solo dramática.
Lo importante ha sido tu vida y toda, absolutamente toda nuestra historia contigo.
Un beso mamá, te quiero.
A mi madre Mercedes Albaladejo Candela 6/6/1940 – 17/7/2012









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