Doce años presa; pero ya hace tiempo que es su
voluntad, su deseo, su espera.
Su deseado tortuoso y doloroso desenlace.
Doce años de un maldito, penoso y venenoso
embarazo. Es la elegida.
Mil oraciones de diez mil devotos la
convencieron. La enloquecieron.
Y a veces sus dedos sin uñas estrangulan ratas
que luego se mete en la boca, saboreando los miasmas de lo hediondo.
Los Oscuros Padres Dolorosos la raptaron el
día de su primera y espantosa menstruación. Madre le bajó la falda, le separó
las piernas, metió los dedos en su vagina y frotó la sangre entre sus dedos:
era oscura como ninguna otra. Fue en busca del Padre Muerte y éste le dijo:
—Tu hija es la Elegida, su vientre será el
pútrido útero de nuestro Doloroso.
—Yo me arrodillo ante ti, Madre de Todas las
Penas y Todos los Dolores —dijo el sacerdote vestido con traje oscuro y corbata
negra, arrodillándose ante ella y posando sus labios en la ensangrentada
vagina.
Entre madre y padre, bajo la letanía de obscenas
maldades que el sacerdote recitaba por la calle y a plena luz del día, la
llevaron a la Catedral de los Despojos Humanos. Se encontraba a treinta metros
bajo tierra, el colector de todas las cloacas. Le aterraba el rugido de las seis
enormes cataratas de agua sucia de todas las materias que la humanidad crea,
plena de excrementos, orina y el semen de los desgraciados, de todos los seres
humanos que malviven en la putrefacta ciudad. Seis enormes tubos del diámetro
de la altura de un hombre, arrojaban toda la inmundicia humana posible, en
todas sus combinaciones. Compresas manchadas de una sangre más clara que la de
su menstruación eran festín de las ratas, las predicadoras de la miseria que
pregonaban en el exterior entre la basura y las casas rotas, la venida al mundo
del Hijo de Todas las Penas.
Y con sus muslos manchados de sangre, entre
los gritos casi enmudecidos por el hedor y el estruendo de la Catedral, agujerearon su monte de Venus
apenas poblado de un vello oscuro, con botellas rotas para meter en sus
entrañas tubos mugrientos que la llenaban de todas las miserias innombrables.
De todos los espermas de todos los hombres, de la sangre de menstruaciones. Pus
y restos de enfermos, mutilados y heridos.
Flotaban en el agua ciento un fetos roídos que
comían los discípulos y creyentes durante las misas que dedicaban a su vulva
púrpura de necrosis, siempre abierta ante ellos.
No murió infectada, era la elegida. La real
Madre de Todas las Penas y Todos los Dolores.
Con veinticuatro años su vagina eternamente
expuesta a la mierda, es una costra oscura e insondable, la carne de sus nalgas
son llagas que no curan nunca, hogar de larvas que anidan en ellas
retorciéndose, canibalizándose. La piel blanca es un mapa de oscuras venas que
se arraciman en los pezones para extenderse como un virus por todo el cuerpo,
regando cada rincón de su organismo con infección y corrupción.
Sus dientes están podridos y un incisivo
cuelga de su filamento nervioso, cuando balbucea plegarias ininteligibles de
oscuros vómitos. Su mente está perdida en el dolor y el hedor.
Es ella en verdad, la Madre de Todas las Penas
y Todos los Dolores.
De todas las infecciones e insanias.
Doce años de un embarazo leproso y ahora ante
la letanía de los miembros de la Santa Podrida Iglesia del Dolor, se desprenden
las costras de su coño por la dilatación del útero, va a parir.
“Negra Madre Virgen de Todas las Penas y todos
los Dolores, que tu pena y la orina de tu sangre que pudre las venas, se
extienda por la humanidad”.
Son los rezos de los innombrables.
La Madre grita y sus adoradores, de caras vendadas
con telas sucias de icores venenosos y sangre vieja se llevan las manos a las
sienes gritando su dolor también. Sus muslos gordos y albinos manchados de
mierda se separan y de su coño sale un hedor que asciende a la superficie por
los conductos sarnosos de la ciudad causando asco en la gente luminosa, en los de
arriba, en los cobardes que adoran dioses de madera y mentiras piadosas.
Rompe aguas colmadas de cabezas de negras
antenas y patas de insectos.
“Oh Madre de Toda la Podredumbre, danos
nuestro rey, danos la oscuridad. Que se pudran los benditos y los limpios, los
que en su vida tuvieron suerte y todo lo tienen, los que esperan una muerte
dulce y un premio de miel. Oh, Madre de Todas las Penas y Todos los Dolores,
que el Bastardo de los Humanos Despojos, sea escupido por tu Sucio Coño”.
El Padre Muerte encabeza y dirige las
plegarias de las diez mil mentes podridas.
— ¡Jamás llegó a renacer Cristo, no hubo una
segunda venida! Escupid al feto que fue arrebatado de su madre virgen antes de
su alumbramiento —sermonea a la multitud mostrando un frasco de vidrio en cuyo
interior flota un feto humano con los brazos y las piernas rotas.
En el frasco, escrito con mierda figuran las
palabras: Iesus Cristus, segunda venida.
— ¡Jamás llegó a nacer la Bestia! El
anticristo murió a manos de la Santa Iglesia Podrida del Dolor —ruge con furia
el Padre Muerte, mutilándose el lóbulo de la oreja con una navaja de afeitar —.
Ni siquiera Satanás ha conocido el dolor y el asco, nunca lo imaginó así.
Eleva a la congregación otro frasco con el
feto de un bebé con cabeza de macho cabrío. “Maléficus Satanás”, reza en el
frasco.
— Todas las religiones han errado. Se han
perdido en la hipocresía y la estafa, en el abuso y el engaño. Ahora pagarán y
no habrá redención. Nos alimentamos de mierda y despojos, nos alimentamos de
dioses y diablos.
—Ella es virgen, ella está infectada del
Espíritu Corrupto, miradla parir.
La Madre de Todas las Penas vuelve a gritar y
su cuerpo se agita con el dolor del parto. Los tubos insertados en el pubis se
desprenden por la violencia de las contracciones. Sus pezones se han
resquebrajado como cristal, pero apenas sale nada de ellos.
Cinco ratas lamen el corrupto líquido
amniótico que ha dado protección en el sucio vientre al Bastardo de los Humanos
durante doce años.
— ¡Cómo me duele este puto coño, me cago en
Dioooos! —grita la Madre de Todas las Penas ante cientos de miserables que se
masturban ante ella.
El bebé sale de entre sus muslos para caer al
suelo lleno de agua sucia, liado con el cordón umbilical y una placenta
verdosa. Un perro famélico la devora y rasga el cordón ante la mirada agresiva
de las ratas.
— ¡Ha nacido, el Bastardo de los Humanos
Despojos! Que se alimente de tus miserias, Madre de Todas las Penas y Todos los
Dolores! Dale lágrimas y asco con la que alimentarse y hacerse Dios. Que
comience el Nuevo y Pútrido Mundo —grita el Padre Muerte.
—¡Que mame el Bastardo! ¡Que mame el Bastardo!
Que la Madre Puta de los Dolores lo cebe con lágrimas y penas.
El bebé no llora, su boca se abre mostrando
unas afiladas encías y los dedos de uñas partidas se mueven ansiosos. Sus
piernas atrofiadas se debaten en un pataleo en el aire. Se revuelca en el suelo
mostrando su columna vertebral descubierta y deforme.
Hay hombres y mujeres que se clavan los unos a
los otros trozos de vidrio en la espina
dorsal descubierta por una largo corte que se mantiene abierto gracias a
alambres y tenedores viejos. Sus gritos de dolor apagan el ruido de las
Sagradas Cataratas de la Ponzoña.
Un niño de cuencas vacías toma al recién
nacido en brazos, la Catedral se ha inundado de silencio.
Cojeando se lo entrega a la Madre de Todas las
Penas.
Lo toma en su regazo y lo lleva a su pecho,
para que mame.
El Bastardo clava sus encías en el pezón
derecho, y la carne se rompe, como algo seco, algo sin vida.
No hay leche en los pezones, ni sangre. Las
mamas están secas y repletas de orina y lágrimas cristalizadas que crujen como
el vidrio e inundan la boca del Bastardo.
El pequeño mastica toda esa inmundicia y su
boca se hiere. Mana la sangre que inunda su pecho. Y su primer grito de puro
dolor y asco que asusta a hombres y ratas, se extiende por toda la catedral,
por todas las superficies.
En la ciudad, la gente vomita sin saber bien
porque. Cuando los fetos de las embarazadas caen muertos en el suelo, el hedor
en toda la atmósfera es insoportable. Cuando los gritos de miles de enfermos
salen por las cloacas y desagües de las calles y casas, ya es tarde. La
infección ha hecho presa en los felices, en los luminosos y las iglesias se
derrumban, cae todo lo que una vez fue bendito, sacro o santo.
Es la Nueva Era del Dolor. La Verdad la
estuvimos pisando, cagándonos en ella.
Ahora la Verdad se caga en nosotros. Y nos mata.
Que la Podredumbre sea con nosotros.
Iconoclasta
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