Esperan un abrazo, un beso, un ánimo; pero es
difícil encontrar el instante porque no abunda, aún así les gusta la vida: son
los optimistas.
Hay múltiples variables para que todo salga
mal. Y esperan, ansían, desean de forma incansable.
No hay mucho que decir de ellos, su vida está
bien. Es lo habitual.
“Dios proveerá” acabarán diciendo si algo les
falta.
Dios me tiene metida su sagrada polla en el
culo.
Hay errores que son inevitables. Sorpresas que
no era posible prever.
Morir es más fuerte que amar, dicen los
pesimistas.
Afirmo.
Y joder es el único placer que experimentan,
cuando el semen ha corrido o la vagina se ha derramado, no queda ningún mal
recuerdo porque siempre suele acabar igual: con unos gemidos de placer y la
respiración agitada.
El semen se enfría tan rápido… Tantos niños
muertos se secan en las sábanas…
Follar es suficiente; es bueno. Mejor que
vivir.
Mejor que un puto partido de fútbol.
Porque cuando las sorpresas y los errores
tienen más masa que la presión atmosférica en nuestros hombros, se dan cuenta
los consternados que la montaña de fallos es enorme, insalvable. Los pesimistas
cuentan con muchos años a sus espaldas y saben lo que dicen.
Y así, de una forma natural, coloquial y afable
se preguntan: ¿cuándo coño voy a morir?
Follar no arregla nada, solo retrasa lo
inevitable.
No es que tengan prisa por morir, simplemente
están desesperados y la vida no es para tanto, no vale la pena respirar tanta
amargura; hace los años eternos.
La muerte es un coño húmedo y abierto, listo
para penetrar, para hundirse en él.
Cuando no hay sexo, hay masturbación. Los
dedos se encargan de lo que el cerebro no puede dar o suministrar: algo de
placer.
Es mentira lo que dicen vuestros padres y
abuelos, hacerse pajas no estropea la vista. La hace más clara y ágil.
También tienen sus recursos los pesimistas y
un buen cómic para esperar a que alguna enfermedad llegue.
Morir es la salida de emergencia. Es alarmante
en un principio, cuando se dan cuenta que están pensando en la muerte como
solución; pero cuando esa idea ha germinado, ya se han hecho todo lo valientes
que se puede ser y es imposible detenerse ante el arrebato de muerte. Y desean
en silencio que algo falle en su organismo: un tumor, pulmones podridos, un
corazón con una brecha…
Se callan los dolores, y deciden no ir al
médico. Dicen estar bien con un esputo de sangre entre los labios. Nadie quiere
seguir viviendo con ese cúmulo de errores demasiado tiempo (los optimistas sí,
porque piensan que los errores tienen solución se pueden subsanar, no piensan
en la vergüenza). “La vida es una mierda y luego te mueres”, es correcto, está
bien expresado; pero el detalle que no revela el dicho, es que te mueres cuando
has sufrido lo indecible. Te mueres cuando estás cansado de todo.
Es mejor morir feliz.
Morir de un ictus lamiendo un coño, por
ejemplo, es una idea romántica; podría ser incluso optimista. No se ha de
perder la esperanza de mierda.
Hay tómbolas que rifan un peluche y los idiotas
se matan por conseguir un Snoopy mal hecho. Las esperanzas suelen ser banales.
Se murmuran jaculatorias al cáncer y a la
infección, al coágulo que hay tras un dolor de cabeza, riñones muertos,
cirrosis…
Morir es más fuerte que amar.
Es más fuerte que mi polla dura.
Cualquier tumor, cualquier hígado podrido, da
menos miedo que la presión de la vida para los pesimistas. Ellos entienden de
eso y saben que tras una cucharada de mierda, llega otra y otra y otra y otra…
El pene corrupto de un leproso que no sirve
más que para mear, no espera nada más que se le desprenda del cuerpo.
A veces ocurren cosas buenas; pero cuando se
desea la muerte, tiene más fuerza que el amor. Y por una simple cuestión de
convicción y sabiduría, desean la muerte aunque estén follando. Están locos los
pesimistas.
Con amor todo se supera: error.
Con el amor se comparten las miserias; pero la
felicidad se va tiñendo de negro y la muerte es el verdadero amante que se
busca.
Y cuando el corazón se desboca por amor, yo
pesimista, pido que al mismo tiempo se infarte. Que se parta por la mitad y
morir con la polla tiesa.
Se desea con más fuerza morir que amar.
Morir es insuperable, es sublime; porque te
libera del tormento de amar y frustrar. Una vez el amante se ha desengañado, el
amor ya no tiene fuerza alguna para mantener con vida al amante que ha
defraudado.
Estas cosas pasan continuamente; pero pocos
tienen la suerte de morir en el momento adecuado.
La muerte libera, más años de vida solo
consiguen empeorarlo todo. Y al final la vamos a palmar; vale la pena ahorrarse
unos disgustos.
El pesimista no puede permitirse el lujo de
suicidarse porque es traición a los que te aman. El pesimista espera la muerte,
se dice que con su mala suerte, un tumor en sus cojones hará metástasis para
luego subir al cerebro. Algo así, porque si algo sabe el pesimista, es que no
va a tener una vida feliz.
Lo único feliz será el final: la muerte, el
descanso, el reposo del guerrero.
Morir está bien, suicidarse daña a otros. Y el pesimista ama, suele tener
la desgracia de amar; es su mala suerte.
Los suicidados suelen ser cadáveres
maltratados o que huelen mal. Morir entre vómitos de enfermedad tampoco es como
para tirar cohetes; pero siempre dirán los optimistas: luchó como un león por
la vida.
Y una mierda.
Morir es más fuerte que amar (oración
agnóstica, atea y anti-vida para tipos con demasiados años, con demasiados
errores que recordar).
No hay nada que relaje tanto como imaginarse
muerto.
También relajan los balnearios y los baños de
barro húmedo; pero no estoy de humor para ensalzar sus cualidades
psico-terapeúticas.
No se puede entender el deseo o la
indiferencia a la muerte hasta que la vida te ha apretado demasiado las
tuercas. Y cuando eso ocurre, el organismo tiende a infectarse, pudrirse,
mutar, hablamos solos…
Ser pesimista no es alegre; pero da una
valentía cuasi suicida, cosa que es ética en estos tiempos.
Cuando un pesimista folla, se pregunta que
otra porquería le espera tras el orgasmo. Y evocar la muerte se convierte en la
sonrisa tranquila. Hay más esperanzas de morir que de vivir más tiempo. A veces
los pesimistas tienen suerte, aunque no se lo crean.
Puede que a un pesimista le toque la lotería y
aún así deseará morir rodeado de toda clase de comodidades. Los pesimistas no
se venden por nada, cuando la vida te ha enseñado sus sucias tetas, ya no hay
dinero para comprar la suficiente esperanza.
La única mamada que te apetece es la que la
muerte realiza arrancándote el aire de los pulmones.
Y mientras esperamos la solución y el
descanso, es bueno no dejar de fumar, no bajar jamás la guardia. Hay que
inyectar todo lo malo que se pueda en el organismo para que llegue pronto la
muerte.
Antes de sufrir más, si es posible.
La muerte es más fuerte que el amor.
Más fuerte que la vida misma.
Es hora de morir, no más retrasos, plis.
Iconoclasta