Iconoclasta, provocación y otras utilidades para escapar del negro abismo del agobio.
27 de abril de 2012
Caminando a cuatro patas
24 de abril de 2012
21 de abril de 2012
El amor no se busca
4 de abril de 2012
De salud y cobardía
No hay mucho que temer, no hay que preocuparse demasiado por la salud, hay demasiadas cosas que pueden estropearse y se desperdicia tiempo con ellas.
Los cuerpos se estropean, los estómagos funcionan demasiado tiempo y los genitales y los anos no cesan de orinar y excretar.
Mucho desgaste…
Se agotan, se erosionan, se irritan…
Y el cerebro siempre pensando.
El cerebro es digestor, además es carroñero y por tanto se traga toda la mierda que le echan. Aún más que el corazón. No hay uno sin el otro; pero con un cerebro inservible ¿quién quiere un corazón sano? Es mejor morir cuando el cerebro se estropea; en un momento de lucidez suicidarse con los medios que se disponga.
Y así, salvado lo más importante que es el cerebro, no hay razón alguna para preocuparse. Los enfermos no pagan culpa alguna; es una mera cuestión genética y hagan lo que hagan, ese tumor o corazón débil, florecerá o se partirá en dos.
Es curioso que durante el proceso de una enfermedad grave que el paciente no reconoce (simplemente tiene molestias), cuando el médico le comunica su gravedad, se viene abajo anímicamente y empeora y degenera a velocidad aeroespacial.
Y entonces ese paciente ya no hace caso a su pensamiento, su único consuelo son las esperanzas de mejora tras cada visita. Que el médico le diga que se cura, es algo que le ayudará a sobreponerse, al menos anímicamente.
La salud solo ha de preocupar cuando nos falta el aire y eso dura solo unos minutos; los dolores están presentes toda la vida, cada articulación y cada músculo es imperfecto, las vísceras y su química a veces se desequilibran y solo cabe esperar con calma, que se equilibren de nuevo o bien, nos maten sin prolongar demasiado la agonía.
Cuando te permiten fumar en la habitación de un hospital, es que estás con un pie en la tumba. Sin embargo, no sentía esa agonía, mi cerebro me decía que no estaba tan mal. No podía creer la gravedad de mi estado. La reconocí cuando tosí y escupí sangre; pero eso había pasado.
Yo sabía perfectamente cuando mi estado era de muerte, no necesitaba médicos, ni calmantes, ni ánimos.
Y eso me enseñó que preocuparme por la salud era una pérdida de tiempo, y que solo yo puedo conocer el estado de mi cuerpo. Mi cerebro funciona como un reloj suizo de putos cientos miles de euros.
El cerebro lanza una señal de alarma, cuando algo no va bien. Una señal terrorífica que te dice que vas a morir. No tengo miedo a ello.
Y ahí es cuando se cumple aquello de que cuanto mejor te trata la vida, más duro resulta morir.
Es mentira, morir siempre es más dulce que vivir.
Y seamos prácticos y sinceros, los que más adoran y se aferran a la vida, son los millonarios y gente poderosa que lo tienen casi todo.
Casi… Porque les falta valor y capacidad para soportar el dolor.
A mí no me gusta la cobardía ni la debilidad.
Pueden irse a tomar por culo con todo su poder y cobardía.
Yo no le como la polla ni al mismísimo Jesucristo si se me apareciera.
A lo sumo le podría decir que creo en sus dementes alucinaciones de milagros para sacarle algo de dinero. Le diría: soy pobre, Jesús. Dame dinero.
Pero sin fe alguna, sinceramente. No creo en los barbudos de dulce mirada y palmas sangrantes.
Que venga una enfermedad no es preocupante y no existe remedio; lo que ha de preocupar realmente es que la pobreza y la cobardía es el peor mal de todos.
El colmo de la pobreza es ser además cobarde. Más desgracia no puede haber en una sola persona.
Y bueno, me preocupa más las ganas de petarme el culo que tiene un “joderoso” (por poderoso), que el cáncer de garganta que se me está gestando.
Tengo más huevos que cualquier presidente de mierda de cualquier país piojoso (todos).
No me jodáis con un dolor de cabeza, coño.
Iconoclasta
Buen sexo.
3 de abril de 2012
Mi alma egoísta
Hay algo que no funciona correctamente, mi tiempo se acaba; como siempre en la puta vida lo bueno es breve.
Le voy a pedir que acepte el compromiso de morir conmigo.
La necesito hasta en la muerte.
Aún así, el tiempo pasa rápido, debo hacer algo al respecto; algún trato con el diablo si existiera; mi alma que se pudra en el infierno, no importa. Lo que quiero es más tiempo para follarla y otras cosas, le podría arrancar al puerco Satanás unos años más con mi alma. Eso espero; porque mi alma es fuerte, es dura como el acero; demasiado para esos seres celestiales de algodón de mierda blanca. Y quiero la lujuria de su cuerpo, el calor de sus labios y sus palabras en mis oídos antes que la paz eterna.
Que se metan la paz en el culo.
No es una cuestión de cobardía no querer morir. Es egoísmo puro. Lo fácil es estar con mi amada; lo difícil es dejar este mundo solo.
Vivir con ella no es un sacramento, no es norma. No tengo elección: no puedo vivir sin mi amor.
Así que hablemos de la muerte.
Le llevo años de ventaja, es algo que me obsesiona. Me molesta que la muerte me deje sin ella.
Soy muy valiente, muy despegado de la vida y cínico. Pero me voy antes y no me gusta. Necesito toda la eternidad a su lado. ¿Cuánto me das por mi alma egoísta, Satanás?
Tampoco puedo proponerle que se venga conmigo. Debería asesinarla y luego suicidarme; pero no tengo cojones más que a acariciarla y perderme en la indecente suavidad de sus pechos, de su vagina anegada que unta mis dedos de ella misma.
La amo demasiado para hacerle daño. ¿Qué coño pasa…? ¿Por qué es todo tan complejo?
No veo solución.
No sé si el diablo tenga a bien darme un par de años más y durante los cuales, tal vez en un accidente muramos los dos juntos.
Amarte me hace egoísta y peligroso.
Es una reacción normal dado mi carácter. Te quiero exclusivamente a todas horas. Exijo todo el tiempo del mundo.
Te ofrezco mi culo Satanás y yo beso el tuyo por ella.
No me gusta perder.
No entiendo el amor si no estoy a su lado, no me es posible ser feliz amando porque la vida sin ella se acaba. Es un problema difícil de resolver. Cuando se ama nunca hay suficiente tiempo.
Ella hace lo que puede, es omnipresente en mi pensamiento; pero eso no basta.
Tenemos que conocer juntos muchas más cosas y los días pasan rápidos como los besos.
No hay suficientes besos y no existen días enteros. La semana es una sucesión de medios días. Todo corre demasiado rápido a su lado.
Soy una mecha rápida. Demasiado rápida.
Que Satanás me ayude, es el único que puede hacer la contra al Puto Dios Misericordioso de mis huevos peludos.
No tengo más remedio que blasfemar ante la ira, ante mi rabia que hace descolgarse hilos de baba hostil de mis belfos.
Que alguien maldiga este amor, que nos haga malditos y eternos, esta es mi solución. Es mi utopía.
Mi indecente y egoísta utopía.
Iconoclasta
27 de marzo de 2012
Mis hijos idiotas
Donde nacen los hombres y mujeres no es ningún lugar sagrado ni especial. No hay más que espermatozoides y un óvulo que creará una desgracia más.
Otro error.
La procreación es una masturbación avanzada en demasiadas ocasiones. Carece de interés.
La maternidad y la paternidad no son sacramentos sagrados ni conforman misterio alguno. No hay nada que explicar sobre ello y no deberían gastar tanta saliva en semejantes estupideces. Los cerdos son madres y padres también.
Un idiota folla a una idiota y si no van con cuidado, si no saben follar con inteligencia, engendrarán a otro idiota.
Siempre se preguntan si el condón hay que ponérselo en la lengua o en la polla durante el tiempo que rasgan el envoltorio con los dientes.
Lo malo es que no es una posibilidad, lo malo es que es una certeza. Los idiotas se reproducen como roedores, follan mal y tienen hijos. Muchos, asaz.
Y aquí está mi principal arma y estímulo para mi gran obra.
La rareza y la excelencia se hallan en la reproducción entre seres inteligentes y elegantes.
Donde nace el gran porcentaje de hombres y mujeres es una horma de zapato de carne sanguinolenta, un útero adocenado. Algo demasiado vulgar. No se debería celebrar el noventa y nueve por ciento de los nacimientos.
Yo no celebro el nacimiento de los prosaicos; pero colaboro en la población del planeta. Que se joda el puto mundo.
Los coños de las idiotas no son de oro, no brillan ni son tan hermosos como en las películas pornográficas. Los penes de los idiotas no son grandes, no llenan las bocas de sus anodinas hembras. Sus glandes son grises.
Ellos y ellas piensan que sí, que sus genitales y sus rostros son hermosos. Se sobrevaloran, ergo sobrevaloran a sus crías.
Si tuvieran algo de entendimiento más allá de comer, dormir, follar y dejarse deslumbrar por sus amos y las migajas que les regalan, ahogarían a sus hijos al nacer.
No es odio, es puro desprecio. Puedo vivir rodeado de idiotas sin sentirme infectado. Es una cuestión de sabiduría, de reconocerse único.
Ella es idiota; pero está buena, es como una carcasa pulida y bien pintada con un motor defectuoso. Me he corrido en su vagina con un gruñido viejo, una mezcla de molestia y placer. Es la número cincuenta y tres de mi colección de mamás cachondas.
Me la he tirado, y se va a quedar embarazada de la misma forma que la orina huele mal. Es un hecho.
Mi leche las preña, mi semen es poderoso y especial. No existe nada que pueda detener mis espermatozoides, no hay píldoras que puedan frenar mi leche inundando y permeando su coño y su útero.
No hay antibiótico ni antiviral para acabar con mis genes y su poder reproductivo. Soy Supersemen, el héroe de marvel que avergüenza a los bienhechores.
Es tan poderosamente imbécil esta mamá, que sus genes arrollarán los míos inteligentes y perfectos. Es algo que no importa, es algo que tengo controlado. La subnormalidad siempre anula la inteligencia y la fantasía. Lo sabe todo aquel que no es deficiente mental. Yo y unos pocos más.
No pienso reconocer como mío a ese bebé con mirada de imbécil que nacerá. La idiota está casada con otro tarado y mantendrán juntos a la criatura. Será mi regocijante secreto.
Ni siquiera guardaré memoria de su nacimiento.
Mis espermatozoides me importan el rabo de la vaca, no me importa que solo sirvan para dar un cuerpo sano a una criatura con cerebro de mierda. Ojalá naciera sin sesos.
Será mi justa aportación a este mundo de mierda tan lleno de miseria y vulgaridad.
Es mi harén de mujeres idiotas casadas con otros idiotas. En mi despacho de director las jodo por el culo, las asfixio metiéndoles mi lustroso pijo en la boca y me corro en sus coños, en lo más profundo. Nacerán bebés rollizos y hermosos con una larga vida, con unos buenos cojones o una vagina poderosa para la reproducción; pero serán tan vulgares como sus madres y los padres que trabajarán para alimentarlos como si fueran suyos. Y esos bebés gilipollas, a su vez, tendrán tantos hijos como veces les metan la polla a su mujeres. O sus parejas se corran dentro de ellas. Y otra andanada de idiotas nacerán de esos bastardos míos para llenar las calles y alimentar a jueces, políticos y funcionarios de mierda.
Adoro la progresión geométrica cuando me lleva al orgasmo.
Una de ellas, la número cuarenta y nueve quedó embarazada la semana pasada tras penetrarla analmente. El semen que rebosaba entre su esfínter y mi pene, se escurrió como una serpiente viva en su vagina.
Me gusta follarlas, me gusta joder a las mamás idiotas que traen a sus hijos a mi colegio; pero no me gusta desperdiciar mi excepcional semen. Si mis hijos son idiotas, obedece a mi voluntad.
Mi primogénito, el que ame, será inteligente como yo. Su madre es la profesora de matemáticas que he contratado. Me adora y le encanta que la joda en horas lectivas. Sentarse en mis muslos cuando estoy en mi sillón y a través de las cortinas observando a los niños jugar en el patio, llegar a un intenso orgasmo y desclavarse de mí con su coño goteando semen. Piensa que sus anticonceptivos sirven de algo.
Ya es una embarazada inteligente, lo sé por su forma de expresarse, sus maneras de seducirme y usarme, el tono de sus gemidos cuando se la meto.
Mi hijo, el amado, será el más joven de todos esos bebés idiotas.
Tengo algo que las humedece. Detectan mi especial naturaleza, por encima de mi capa de amabilidad y cultura hay algo ponzoñoso que las excita. Mi semen huele aunque esté dentro de mis cojones; ellas aspiran el aroma entrecerrando los ojos. No son estudios, es mi experiencia.
Sean idiotas o inteligentes, mis testículos desprenden un vapor que las prepara para abrirse de piernas y dejar regar sus úteros con mi esperma elegante e inteligente.
Toda mi energía se dirige a mi cerebro para interferir en la selección genética de la humanidad, y a mi polla para crear muchos estúpidos.
Mi ansia por hacer daño a la humanidad no es locura, es una decisión tranquila y meditada. Quiero que mi vida transcurra plácida, no tiene porque ser traumático ni demencial ser malvado.
Los hay que cometen masacres. Yo simplemente hago que nazcan más idiotas y además me gano bien la vida.
Si no me causara demasiadas molestias, podría apretar el botón rojo de una explosión nuclear a nivel planetario mientras me como unas patatas fritas al punto de sal.
Ya me he follado a cincuenta y tres madres, y como idiotas que son, se han quedado embarazadas por segunda, tercera o cuarta vez. No aprenden, se pueden pasar años embarazadas con una sonrisa estúpida en la cara.
Algunas de ellas ya no me miran a los ojos; saben que si dejan de traer a sus hijos a la escuela por algún estúpido remordimiento, enviaré una carta a sus maridos para que sepan de quien es el segundo o el tercer hijo que alimentan. Evidentemente, ninguno de esos maridos subnormales me va a encontrar, tengo demasiado dinero como para quedarme a su alcance y unos buenos cojones para seguir embarazando a idiotas en cualquier otro lugar. Además, vendo mi semen muy caro, las clínicas de fertilización me tienen muy bien considerado.
Me casaré con la profesora de matemáticas y criaré a mi hijo a mi imagen y semejanza, porque mi futura esposa es buena e inteligente; pero es demasiado amable con la chusma y querrá dar una educación demasiado relajada y bonancible a mi primogénito.
Mi hijo crecerá y se educará en mis propias aulas, rodeado de todos esos cincuenta y tres bastardos que he creado. Cincuenta y tres idiotas entre los que aprenderá a abusar de ellos, a engañarlos, a ser superior y usarlos para sus medios.
Hasta los nietos de los bastardos serán de utilidad a mi hijo. A mi amado hijo.
Ellas están preñadas para que mi hijo se haga grande y poderoso a costa de ellos, de los idiotas.
Tal vez nazca alguno con síndrome de Down por la avanzada edad de algunas de las que me he follado, no importa, le daré clases también.
Dejar preñada a una mujer está sobrevalorado. Ser padre es una cuestión que muy pocos entienden más allá de enseñarles a jugar al fútbol y darles de comer mierda.
Esta capacidad mía para procrear hombres y mujeres idiotas, es lo que me hace superior a ojos de mí mismo. Ellas, las cincuenta y tres madres, son estúpidas; pero sé que por dentro se arrepienten, que algo no funcionó bien a pesar de cómo gozaron. Tal vez porque cuando me corrí dentro de cada una de ellas con total precisión, se dieron cuenta de que fueron usadas y que no era tan excitante como pensaban. Cuando tras correrte apartas a una tía sin amabilidad, cuando le empujas la espalda para que salga del despacho y no le das las gracias por el buen rato que te ha hecho pasar, pasas a ser un mamón y un poco despreciado.
Aún así, la mayoría seguirán viniendo a mi despacho hasta que sus barrigas les impidan follar con comodidad.
Sus bastardos entrarán cogidos de sus manos en mis clases y entre ellos se desarrollará mi hijo, el auténtico.
Hay que tirar estiércol para que el fruto crezca grande y pleno.
He creado cincuenta y tres sacos de abono. No ha sido laborioso. No es trabajo que te coman la polla y luego hundirla en las entrañas idiotas de tantas mujeres. Y es que además, las madres estúpidas, son las que mejor follan. Lo he disfrutado, lo gozo.
Cincuenta y tres sacos de mierda serán suficientes para que mi hijo se parezca a mí.
¿No es gracioso? Tal vez se folle a su propia hermana a los quince años en los lavabos de mi escuela y la deje preñada de otro bebé de mirada imbécil; continuando así mi trabajo, mi educación. Mi sofisticada forma de ver la vida.
Sin violencia; pero con asco.
Estropeándolo todo desde el génesis.
De hecho, siempre lo han hecho así los curas, los jueces, los millonarios, los políticos y los pervertidos que tienen el poder; solo que yo lo hago con gracia y mi polla es gorda.
Mi hijo los convertirá en mierda cuando cumpla tan solo los dieciocho años, a los que ahora están en el poder por una mera cuestión de azar y que son idiotas también. Ni con todo el dinero del mundo podrían tener mi poderoso semen para crear más ciudadanos a los que violar.
Mis hijos son idiotas porque es mi voluntad.
Mis hijos son idiotas porque yo así lo he querido.
Ni siquiera son mis hijos.
Iconoclasta
20 de marzo de 2012
La alineación de Venus y Júpiter
Venus y Júpiter se alinearon de forma horizontal como los focos de un avión lejano, como los de un coche que se va estrellar como nosotros. Como ojos fríos de un juez o magistrado, como la mirada obscena del sacerdote que se toca en el confesionario.
Tal vez se alineen en vertical en otro momento, para mostrar como copulan los planetas. ¿Júpiter se folla a Venus o al revés? Es igual, se lo pueden montar por turnos. No me importa demasiado la astronomía, solo es curiosa, no afecta a mi ánimo, ni mi voluntad; pero me ratifica algo: hasta el firmamento es cambiante y no como la vida en este pequeño planeta donde nada se mueve.
Si Júpiter con su gran tamaño destrozara a Venus, la gente se deprimiría y pensaría en catástrofes y en que algo no está bien en el Universo.
Yo digo que el Universo es atroz y devora y mata toda la vida que puede. La Tierra está en un proceso que para nosotros dura una eternidad; pero para el Sol y otros planetas, nuestra vida acaba de empezar, somos un error que hay que apagar.
Es solo una hipótesis, es solo una ilusión, mi ilusión, de que no todo está tan muerto ahí afuera, me gusta pensar en las largas distancias y que éstas sirvan para algo. Que sirvan para hacerse inaccesibles los seres mejores. Que se encuentren a salvo de la plaga humana. De todas sus leyes podridas, de sus jueces y magistrados de penes siempre erectos ante la violación que cometen a diario con los inocentes. Jueces y magistrados lamiéndose el ano el uno al otro, sodomizándose en alineación vertical. Follan los planetas y follan los hijos de puta que marcan y dictan las leyes para sus amos más poderosos. Encierran y hunden a los inocentes en nombre tan solo de la polla de su amo rico.
Se limpian el culo con sentencias y exhortos.
Hay sacerdotes follando niños en el nombre del Cordero Divino. Sacerdotes de ano negro, cuyo ojo está representado en el Triángulo Divino del Verbo. No es un ojo brillante, eso es pura alegoría. Las religiones son anales y el único ojo por el que observan es el del culo.
Hay un iris ovalado que todo lo ve desde el cosmos: es el meato de un pene divino. No hay misterios en la Santísima Trinidad. No hay esoterismo en ninguna religión, solo mandatos por el que los sacerdotes de todas las épocas, puedan seguir metiéndosela a los pobres y a los ignorantes, de la misma forma que jueces y magistrados se tocan y se ensucian las togas con el esperma que escupen encima de los inocentes.
La humanidad acepta el Legal Ano y la Carne en Barra Divina como si les protegieran de algo. Quieren pensar que ese olor a humor sexual rancio que infecta a padres, hijos y nietos, es algo normal, el precio de un bienestar.
Ven a Júpiter y a Venus como dos trozos de piedra lejanos, no ven que un día en una fracción de segundo, todo se apagará. Y jueces, magistrados, sacerdotes, papas, gurús, etc… Reventarán en el mismo momento en el que sus penes bombeen en los esfínteres y almas de inocentes y pecadores sin que a la hora de la muerte, tengan algún tipo de gloria. El semen de los marranos solo apesta y se hace rancio entre el excremento de los culos inocentes.
Todo es tan sencillo… Las leyes son escritas por degenerados al servicio de más degenerados. La religión es una sarta de mentiras para ignorantes y débiles anímicos. Cobardes...
Es necesario que mueran todos para que todas las leyes y todas las normas queden suspendidas en una órbita de algún planeta hasta desintegrarse.
Que las biblias, los coranes y todas las palabras religiosas escritas, floten en el espacio como basura helada .
Una imagen de la virgen colisiona contra un código civil y se rompen en mil pedazos de cristal ante la mirada congelada del juez que sodomiza a la mujer de los ojos ensangrentados por los puñetazos de un macho que ríe en el estrado.
Es la única alineación que me gustaría ver.
La alineación de los planetas solo me deprime, me obliga a pensar que este mundo de mierda es un error y todos los seres que hay en él también.
Cierro los ojos y flotan los cuerpos congelados en el vacío cosmogónico: el papa bendice el feto arrancado del coño de una niña-monja y el sacerdote hace hisopo con el semen que derrama su polla.
Una negra sucia de muslos oscurecidos le arranca el clítoris a una niña con el borde de una lata oxidada.
Flotan en el espacio y tarde o temprano no quedará nada de esos muertos cerdos.
Se desintegrarán… Es mi consuelo.
No hay constelaciones de horóscopos en mi espacio, solo degeneración, abuso e injusticia.
Hay muertos por fin.
Júpiter y Venus se han alineado para dar un poco de consuelo espiritual a mi mente presa en este lugar.
Lo malo es que Venus y Júpiter, son solo dos idiotas testigos que jamás podrán hacer nada por nadie.
Y los jueces penetrarán las bocas de todos los padres, las madres y los hijos que no tengan suficiente dinero.
Y los sacerdotes de las religiones todas, continuarán sacudiendo sus manos en un púlpito resbaladizo de sangre y esperma, cegando los ojos de los crédulos. De los ignorantes.
Apenas ha servido ni para hacer una buena foto esa alineación.
O tal vez, solo haya sido alienación, un error semántico.
Iconoclasta
29 de febrero de 2012
La mujer de la mala suerte
No es de risa, no tiene gracia.
Encontró a un hombre que casi la mata a palos.
Y a otro con el que tuvo un hijo producto del amor; pero fue efímero.
Y duele el recuerdo de lo que no fue.
Otro cabrón la robó, dejó huellas en su cuello con sus manos obesas, la engañó y la embarazó de algo que casi la mata.
¿Por qué llueve sobre mojado? Siempre…
No es justo, hermosa mujer, que haya tanta mala suerte en tu vida.
Un día creyó ver un príncipe azul; pero solo era un espejismo en sus ojos anegados de anhelos y lágrimas desesperadas.
Y con su flamante “príncipe azul”, descubrió algo atroz: la cancerígena mediocridad. El hastío de los días iguales. De sueños que se hicieron grises lienzos sin relieve y sin movimiento.
Días lisos…
Vida apagada…
Mujer de mala suerte, si no te rasgan el coño, te rasgan el alma.
Y otro desengaño más.
La desesperación y la soledad no son buenas para elegir un amor.
Se equivocó.
Es normal equivocarse cuando el miedo y la soledad es una atmósfera de la que no hay más remedio que respirar. No tiene que pagar culpa alguna.
No es mala, es demasiado buena; ahí radica el error, la envidia de ellos. La nuestra.
Tampoco es buena la madre que es mala.
¡Qué mierda! Bella mujer de mala suerte.
Nunca juegues al azar, no lo hagas, valiente señora. Solo los idiotas ganamos algo en las apuestas.
Lucha.
Tenía razón aquel idiota que dijo: “No existen los príncipes azules”.
Toda la sangre es tan vulgar, la mía. La aristocracia es un peluca llena de piojos y chinches.
Sé que sus deseos de amar son comparables a su belleza. Su mala suerte es de idéntica proporción. Las proporciones a veces son peores que la desproporción.
Los seres excepcionales no son afortunados y los mediocres los intentamos anular.
Mediocres y avaros.
Yo tampoco tengo suerte con mi idiosincrasia. Me veo en el espejo y sale vómito de la boca de la imagen. Supongo que es la mía, a veces no me conozco.
Lamento la nueva piedra hiriente en tu camino.
Otra llaga más en el cuerpo, otra en el alma.
Los príncipes azules humillan. Y humilla al propio príncipe que no lo es. Humilla al hombre mediocre cuando cierra los ojos y escucha su propia respiración. Hace mierda su orgullo, lo que quede.
Ni siquiera tienes una madre medio mala que te sirva de consuelo.
Pobre mujer de mala suerte…
Hay en tu horizonte heroínas muertas con las que sueñas ser como ellas y escapar de esta vida vulgar y banal.
Pero sobre todo dolorosa.
Necesitas vivir sus intensos amores, tan lejanos de los que has conocido. Vivir con trágica intensidad.
Y la vida solo te ha dado la tragedia, se ha olvidado de la intensidad.
Caímos en los lodos movedizos y sin fondo de una ilusión formada por frustraciones, por faltas.
No podía acabar bien este viaje.
Y el desierto se extiende ante mí. Es lo que busco, mi destino. Una soledad que me haga arder de una vez por todas. Me ha tocado un premio en la lotería de la mierda.
No tengo tan mala suerte como tú, mujer hermosa. Porque ante ti se extiende aquello de lo que huyes: la soledad.
Cuando el desierto me calcine, y si hay dioses; intercederé por ti, para que te otorguen un beneficio, un amor que no sea un error.
Muerto no seré mediocre y seré un ectoplasmático príncipe azul del color de la arcilla sucia y un cuerpo que se pudre. Tendré más suerte que tú, o al menos la mía llegará más rápida.
Mantente firme, no te rindas, bella mujer de mala suerte.
Hay tiempo regado con lágrimas; pero tiempo al fin.
Que la suerte te acompañe, es un deseo tan banal y adocenado, como sincero y triste.
Iconoclasta
28 de febrero de 2012
Deflagración
La última gana de llorar se ha absorbido en la almohada dejando salitres de recuerdos con una mancha indefinida oscureciendo la tela, volviéndola sepia.
Las lágrimas finales habían salido color marrón. Son muestras del rezago, un bagazo de fragilidad convertido en costras diluidas al fin derramadas por los lacrimales.
Nadie duda que ha llorado toda la noche. Pero fue su última vez y le reconforta.
Dicen que hubo un Cristo que lloró sangre un día.
Hoy se han crucificado sus penas y el llanto marrón es la muestra de un dolor elevado. No espera la resurrección, solo muta.
Cambia lentamente y se mimetiza cristalizando las corneas; sus huesos crujen al volverse trozos de madera y en breves espasmos la estopa reemplaza lo que un día fue carne.
Va dejando con sus pasos acartonados rastros de pelo que murieron hace tiempo…pestañas, cejas, vellos, gruesos y delgados, púbicos, invisibles… todos caen dejándole la piel llena de realidad molesta y lampiña.
Solo falta que la memoria se vaya colada entre los mechones que caen al suelo.
Tragos de parafina se diluyen en su garganta para que le hagan olvidar su incomprendida sed de lustros sin manantiales.
Es un capullo de nudos enredados como una bola de cuerda rígida llena de espasmos.
Sus ojos de vidrio ya no se empañan más. Ya no hay luz que le alumbre el gesto, solo ruidos que le atemorizan y le muestran un órgano raro moviéndose en el gran cojín donde algún día estuvo su pecho.
Y reza. Reza ante algo que no cree, que no ve ni siente porque el abandono es su única estancia.
El cirio se deshace en lágrimas de cera que caen al vacío mientras acerca su boca para tragar bocanadas de calor remembrando un beso.
Sus labios se carcomen con la flama del cirio y el pabilo ha rozado un trozo de mejilla. Quiere arder. Ser una hoguera propia de huesos de leña embraveciendo la débil llama. Sus pecados buscan la deflagración. Venas de resina alimentado las llamaradas.
La habitación solo repite los crujidos de un cuerpo tragados por el rojo que hace sombras tiritantes en las paredes enardecidas que se tiñen de grietas cociendo el barro de los ladrillos mal construidos.
Tiznes de una vida de agua salada convertida en cenizas.
Alguien recoge el polvo negro con los dedos. La cera aún derretida se adhiere a las suela de unos zapatos de pasos tardíos.
No hay ave Fenix que renazca en un planeta donde la fantasía está exiliada. La habitación es el mundo de las cenizas de un ser desaparecido. No se permite llorar, es vergonzoso.
No esperaba la resurrección.
Solo mutó. En este segundo es un polvo negro que no llorará más.
Aragggón.
23 de febrero de 2012
Suturando horrores
Puntadas lentas y profundas suturan su vagina entre riadas de fluido lechoso.
Está desesperada y su coño es una fuente que la deshidrata. Ante el espejo de la habitación, sentada a los pies de la cama con las piernas abiertas, atraviesa los labios mayores con la aguja curvada, hace correr el hilo cerrando su coño con el esfuerzo de un dolor mortificante. Una baba sexual y densa se derrama de su vagina; la aguja resbala entre los dedos y una gota de orina que se escapa por una puntada especialmente dolorosa se esparce por el plástico transparente que protege la sábana de raso negro.
La sangre que sale perezosa entre las puntadas enturbia la claridad de sus dedos y de la carne que cose.
Una boca sellada a cualquier polla que quiera entrar sin su permiso, sin su venia.
Ojalá fuera tan sencillo, un deseo tan claro…
Entre dos puntos asoma el clítoris duro e irreverente, por muy fuerte que sea el dolor, se eriza, se desespera, se rebela ante el encierro. Entre todo ese dolor, una caricia suave en ese duro botón provoca que un jadeo profundo y oscuro se escape de su boca.
Siente la tentación de tocarlo más tiempo, de oprimirlo. Abre más las piernas y la sutura en su vagina se tensa. Un trallazo de dolor le provoca un escalofrío en los muslos y algo de excremento asoma por sus nalgas; una marea oscura deslizándose por el protector plástico.
Sexo, sangre, orina y mierda. Y el dolor lo enmarca todo: deseo y paranoia.
Un horror que la realidad esconde…
Un fotógrafo enfermo oprime el obturador y las lágrimas del deseo oscuro crean ríos negros en el rostro de la degenerada.
El fotógrafo desaparece de su mente enfebrecida y ante el espejo se muestra una mujer con algo sangrante entre las piernas sellado por negros hilos. Inflamado y tumefacto. Unos pechos llenos que se rebelan contra el sujetador, rebosando las areolas por las copas, parecen recibir los ecos del corazón. Suben y bajan con desasosiego con el suave roce de su dedo en un clítoris palpitante que deja hambriento.
Se reconoce puta y cierra su coño al mundo, a ella misma.
Se encierra en el dolor.
Se derrama yodo en el coño herido y el frío líquido da sosiego a su corazón acelerado.
Se traga un analgésico ayudada por un sorbo de café frío y se deja caer de espalda en la cama aspirando un cigarrillo, sin hacer caso al excremento frío que ahora toca su coxis.
—Soy una cerda… —y ríe olvidando el tormento de su mutilación.
La humillación es otro dolor, está bien.
Despierta de un sueño que no es más que el desmayo de una mente perturbada y las piernas no se atreven a cerrarse, su vagina está dura, encostrada y siente que late con furia. Alza la cabeza para mirarse en el espejo. Su coño está dilatado, los labios son carne enrollada y prieta. No conocía la magnitud de su sexo.
Sus nalgas están sucias de mierda.
Grita cuando se incorpora para dirigirse a la ducha, la sutura está dura y siente ganas de orinar.
Con la ducha en la mano, dirige el chorro a la vagina. El agua tibia le da paz y deja escapar la orina que se filtra por sus heridas y la obliga a doblarse de dolor.
No seca la vagina, no puede ni rozarla. Con cuidado, se coloca una compresa.
Camina con cuidado y se acuerda de cuando parió hace diez años. La habitación apesta y recoge con cuidado y asco el plástico protector.
Se prepara un sándwich de queso que vomita al instante. Se deja caer en el sofá con las piernas abiertas. La compresa está sucia de sangre y se transparenta en la braga blanca calada. Es un reflejo deforme ante el televisor apagado.
Hace cuatro horas que cosió su sexo y le duele como si solo hubieran pasado cinco segundos. No puede sacar de su mente su imagen reflejada en el espejo, el hilo corriendo y tirando de esa carne suave que tanto placer le proporciona. Su clítoris vuelve a rebelarse a pesar de todo ese daño auto-infligido.
No lo toca, en lugar de ello, toma hielo del congelador y lo mete entre la compresa y su carne.
Su hijo la observa con una sonrisa desde el marco de una foto en la mesita. Sonríe con una cacatúa en el hombro, hace cinco años de aquella foto en la reserva de aves; su padre estaba tras la cámara. Ella se sentía feliz y no tenía el coño hecho mierda.
Llora ante su hijo muerto y rememora el accidente. Un automóvil invade el carril y consigue evitar el choque completo frontal. El impacto lo recibe el lado derecho, donde su hijo va sentado y todos los vidrios del mundo les van al rostro, lacerando la piel lentamente. La puerta se dobla y se convierte en una cuchilla que se clava en el lado derecho de su hijo, rompiendo costillas y cortando pulmones.
Entre la sangre que lloran sus ojos, observa a su hijo intentar coger aire. Solo se le escapa sangre por la boca. Los coches unidos por el impacto, por fin se detienen y queda frente al conductor muerto que asoma su cabeza deshecha y vaciándose de sesos por el parabrisas roto. No le importa, intenta tomar a su hijo en brazos, pero el metal casi lo ha partido en dos y lo aprisiona. Ella desespera y no se da cuenta cuando un médico le inyecta algo y la desconecta.
Era un día hermoso, claro y con un cielo saturado y salpicado de enormes nubes de algodón. Cristian tenía siete años y miraba arriba soñando con algún día poder saltar en esas nubes. Clara se reía ante la ocurrencia, sonreía cuando vio demasiado cerca la cara del conductor que los iba a destrozar.
Despertó en el hospital con un intenso dolor entre las piernas, una parte del eje del volante, se había roto y se había incrustado en el monte de Venus desgarrando la vagina y parte del vientre. Gaspar, su marido se encontraba a su lado cuando despertó. Era médico en ese mismo hospital.
Aprendió que un dolor podía ocultar otro. Y su mente se abrió al placer enfermo a través de las manos de su marido actuando en su espantosa herida.
Las curas dolorosas: gasas empujadas al interior de la carne, coño adentro para limpiar y prevenir la infección. Los tirones de la sutura en su parte más sensible. La monstruosidad de un coño reventado… Su hijo casi en partido en dos a su lado competía por ser un dolor más agudo que el que había entre sus piernas y su vientre.
Los dolores se pelean por ser importantes.
Y la mente aprende a sacar provecho de ello. Aún a costa de la cordura.
La depresión es un caldo de cultivo para las paranoias. Y ahora su coño late de ansia esperando a su médico, a Gaspar.
—¡Clara! ¿Lo has hecho otra vez?
La despierta zarandeándola, tras abrir su bata y descubrir las bragas manchadas de sangre.
Se abraza a él aún sentada y besa sus genitales a través del pantalón.
—Me duele mucho, Gaspar. Me duele hasta el mismo corazón.
Hace meses que el tiempo ha dado un protagonismo demente al dolor de su coño. Es necesario hacerse daño para combatir el horror de Cristian muerto.
Hace meses que Gaspar no puede evitar sentirse arrastrado por su mujer a la misma depravación del dolor. A él también le duele.
Se arrodilla ante ella, y ante la mirada de Cristian.
De su maletín de primeros auxilios saca las tijeras y corta la braguita de Clara.
—Abre más las piernas —le exige con rudeza.
—No puedo, me duele mucho.
Gaspar separa con las manos las rodillas con fuerza y decisión, ella gime. Siente una erección húmeda crecer entre su ropa cuando ve el humor sanguíneo que mana de la sutura prieta.
Se saca el pene por la cremallera del pantalón ante la incomodidad y la visión del clítoris brillando entre todo ese daño.
Ella ha desabotonado completamente su bata y le ofrece los pechos endurecidos, Gaspar coloca una pinza quirúrgica en cada pezón y las aprieta hasta que Clara gime, hasta que los dientes de metal, están a punto de romper la tenue y sensible piel.
Por la vagina se desliza una baba rojiza que Gaspar lame suavemente a pesar de que ella intenta aplastarle la boca contra su sexo, agarrando su nuca con las manos.
La tijera entra veloz en el primer punto, el más cercano al ano y corta de golpe. La mujer eleva las piernas por el dolor intentando apartarse de su marido, él no lo permite y corta otro punto más.
—No te muevas… —le dice al tiempo que pellizca su vagina en la zona superior, sobre el clítoris.
Clara hace rechinar los dientes de dolor y placer. Permanece quieta y expectante con el corazón bombeando pura adrenalina.
Él frota ahora sus labios cosidos con el pene, presionando con fuerza, sintiendo las contracciones de dolor de su mujer. Ella tira de las pinzas consiguiendo desgarrar la piel de los pezones.
Gaspar corta rápidamente los once puntos de sutura que aún restan y Clara se muerde los labios por no gritar. Siente el placer de la liberación de su coño y el dolor que la lleva al placer más insano.
—Métemela ya. Jódeme, cabrón.
—Tendrás que hacer algo por mí —dice Gaspar incorporándose y abandonando el coño húmedo de sangre y baba sexual.
Se arrodilla en sillón, a su lado, y le hace coger su pene.
—Descubre el glande, Clara.
La mujer cierra el puño y tira del prepucio. Exhala un suspiro de placer al observar el meato cosido con dos puntos de sutura, los cabos están sueltos.
—Tira de ellos con los dientes.
Con los dientes estira los hilos y la sangre mana cubriendo el glande. Gaspar empalidece ante el dolor y sus testículos se contraen. Se ha mordido el labio hasta hacerlo sangrar.
Clara le da consuelo metiéndose profundamente el bálano, hasta la úvula y provocándose una arcada.
Ante la mirada de Cristian, hacen un coito ensangrentado con un dolor que le haría girar la cara a dios si existiera.
El dolor es el remedio a su horror.
Un día aparecerán desangrados unidos por sus sexos mutilados.
Suturando horrores, combatiendo el dolor con más dolor. Como si fuera posible…
Cristian continuará sonriendo con su cacatúa al hombro.
Todos muertos, ya no hay dolor.
Iconoclasta
22 de febrero de 2012
Iconoclasta, la bestia
He decidido no existir, he decidido que toda vuestra mierda no me atañe. Conjuro el cáncer de pulmón y de garganta para hacerme miseria ante vosotros y que sintáis asco. Que sepáis que os puede ocurrir, que vuestros sueños sean gobernados por el miedo a la decadencia del cuerpo y de un alma corrupta como la mía. Soy un ejemplo de miseria y quiero que sigáis mi camino.
Si yo me jodo, que se joda la humanidad.
Es justificable sentirme infectado, es lógico que os infecte también. El respeto y el amor por mis semejantes (que no lo son) es una tira de papel de periódico que me salva cuando no hay del suave para limpiarme el culo.
Los muertos no hablan y yo he de demostrar mi odio antes de morir.
Iconoclasta, la bestia.
Iconoclasta