Me encontraba cómodamente sentado en el sillón
tras la cena, comiendo pastelillos de crema y fumando. Mi santa se pintaba las
uñas sin apenas hacer caso al programa de televisión. Se trataba de un
documental de NatGeo Xtreme, la vida de una manada de chimpancés en pleno
centro de la selva Lacachondona que queda por el nordeste de México fronterizo
con Argentina si no recuerdo mal. De cualquier forma, lo que importa son las
emociones, la cultura la uso de lubricante peneano muy a menudo.
Lo mejor fue cuando se mostró como el grupo de
machos jóvenes, descuartizaba al viejo jefe de la manada. Se me cayó al suelo
un trozo de pastelillo en esa escena que me emocionaba vivamente.
—Mari, se ha caído un trozo de pastel.
—Pues que lo recoja tu madre —dijo sin alzar la
vista de las uñas.
Y observando su braguita blanca manchada de
rojo, pensé en la menstruación y sus efectos secundarios.
En el momento en el que uno de los chimpancés
jóvenes le devoraba la oreja al viejo, le dije a mi esposa para relajar el
ambiente.
—Mira como se parece a tu padre comiendo con
ansia en el bufet libre ese chimpancé.
—Y tu madre es puta —me respondió, otra vez,
sin dejar de trabajar sus uñas.
Tenía mucha regla, era mejor no hablarle.
Y me enfrasqué en mis reflexiones, evoqué
momentos de mi vida y las escenas de los monos pasaban monótona y aburridamente
ante mis ojos y las uñas de mi santa.
Reflexioné sobre la 3ª edad, los jubilados y
pensionistas. De cómo se comen con voracidad todo aquello que es gratis y de
bufet libre, aunque sea mierda, durante sus viajes baratos a destinos turísticos
en temporada baja.
Como es habitual en todas las fábricas, se
organizan visitas para promocionar sus productos y demostrar su calidad a la
ciudadanía, sobre todo a los colegios.
Debido a la cantidad tan grande que hay de
pensionistas que necesitan distraerse y comer barato, muchos no encuentran plazas
en las ofertas que la administración pública ofrece en las agencias de viajes.
El gobierno español se puso en contacto con las empresas para que ofrecieran a
los viejos parte de sus productos caducos y de promoción: baratijas, llaveros,
bolígrafos, comida pasada, condones rotos, bolsas de plástico sucias con
propaganda de aceites automotrices para llevar el pan, etc…
De esta forma la empresas tenían publicidad
casi gratis, ya que solo costeaban una parte de los autocares y las bebidas
(también caducadas y de oferta) que les ofrecían durante la visita a la
fábrica.
Y bueno, a los viejos mediocres les das un
asiento en algo que se mueve, un poco de pan duro gratis con tocino rancio y
algunas baratijas para que se metan en sus bolsos y van más contentos que mierda
en bote. Se pelean como niños por conseguir más basura que sus compañeros de
viaje y se pasan el día la hostia puta de distraídos.
Aquel día recibí la visita en mi departamento
de la relaciones públicas (public relations para ser más snob) de la fábrica de
condones.
—Buenos días, Iconoclasta. Dentro de una hora
y media llega de visita un grupo de ancianos para hacer el tour por la fábrica.
¿Podrías hacer unas pruebas de lotes cuando ellos lleguen?
— Claro, no faltaba más, Marga. ¿Vas a hacer
el test del lote conmigo? Hace tiempo que no te apuntas.
— No podré, tengo que preparar otras visitas y
chupársela a mi jefe dentro de un cuarto de hora para que me apruebe una subida
de sueldo.
—No jodas… Pues ve con cuidado, porque el otro
día Lourdes necesitaba un permiso de dos días y dijo que tenía una llaga
purulenta en el glande.
—Pues sí, y ya vengo preparada —dijo mostrándome
una crema antibiótica que sacó del bolso y subiéndose la falda para mostrar que
no llevaba ropa interior.
Yo pensé en la discriminación laboral de la
mujer, mientras mi alter ego (mi polla) lo hacía en meterse dentro de aquel
apetecible coño.
—Entre los ancianos repartiremos boletos para
que participen en el test. Pedrito el mongol te traerá un par de cajas con
números, deberás sacar ante ellos uno para mujeres y otro para hombres. Los que
ganen harán el test contigo.
—Ah, no… Yo no me tiro a un vejestorio.
—Cobrarás las horas a precio de extras —me
contestó.
—Podríamos dar más oportunidades y que puedan
ser cuatro los elegidos —contesté llevado por mi cariño hacia los ancianos.
Ya eran las doce del mediodía, cuando escuché
alboroto por el pasillo. Vi a una caterva de veinte ancianos y ancianas casi
trotando en dirección al ventanal de demostraciones de mi cubículo. O sea, hacia mí, contra mí.
Algunos llevaban andaderas y avanzaban poco a
poco obstaculizando el paso a los demás para hacerse sitio ante el ventanal;
pero los más ágiles saltaron por encima de ellos y los adelantaron.
El guía (Jenaro, el encargado de la limpieza
de los aseos), les decía algo pero nadie le hacía caso, así que enseguida se
perdió para fumarse un cigarro. Lo sé porque se estaba sacando el paquete de
tabaco del bolsillo. Soy sagaz.
Y sentí envidia.
A los pocos minutos llegó Pedrito, el mongol
(también conocido como síndrome de Down, tengo cultura) que repartía el correo
por las distintas áreas y departamentos de la empresa.
— ¡Hola Iconoclazzta! Te traigo lozz numedozz
para el zzorteo de loz viejozzz.
— ¿Quieres quedarte? Te dejo que hagas una
prueba del smartcondón, cuando llegas al orgasmo envía un estado de felicidad
al feisbuk y al tuiter.
—Una mied-da a mí no me guz-ztan laz viejaz.
Ademáz, me ha pedido Mad-ga que vaya a folladla porque zu jefe le ha dado el
aumento, pedo no la ha dejado a guzto y no quiede maztudbadze zola.
—Pues vete a la mierda, deficiente mental
desagradecido.
—Tu puta mad-dre —dijo cerrando la puerta.
Los viejos ya habían ensuciado el cristal con
sus babas y estaban ansiosos por saber quien sería el ganador, me mostraban sus
boletos agitándolos en las manos y golpeando la ventana con sus miradas
pletóricas de ambición y lujuria.
Sentí un vacío en el estómago al sentirme un
hombre objeto, una cosa sexual; pero como soy de naturaleza ególatra me quité
los pantalones y los calzoncillos y estimulé el pene para que se pusiera erecto
ante el público. Todos sudaban, unos por envidia, otros por deseo. Cuando me
unté lentamente el pene con lubricante y descubrí mi glande estratégicamente
expuesto bajo el foco de la luz para que brillara como una gema, una mujer de
unas dos toneladas de peso tuvo una lipotimia y no se cayó al suelo porque
estaba apretada por el resto de cuerpos. Supe de su desmayo cuando acabó la
demostración, al ver el cuerpo tendido en el suelo; cuando Jenaro el guía les
invitó a que continuaran la visita en el departamento de lubricantes. Allí les
entregarían a cada uno un tubito promocional que caducó hace cinco años. Los
viejos y viejas corrieron como los niños atletas griegos en las efebías delante
de un látigo. Incluso la gorda de la lipotimia, pareció querer incorporarse al
oír la palabra “obsequio”.
En fin, que como tengo mi propio “esclavo”
para ciertos trabajos, llamé a Ahmed el mal pagado y sin papeles moro marroquí
para que viniera a ayudarme. Él existe y cobra lo poco que cobra para hacer lo
que yo no quiero, y esto es: los test anales. En mi culo no entra nada más que
mis dedos cuando me limpio después de cagar. Para esto están las razas
inferiores, él lo sabe, yo lo sé y todos los sabemos: para que les den por culo.
Según lo que haya que llevarse a la boca también están para eso. De vez en
cuando, le invito a fumar si noto que se siente muy inferior y aliento su ánimo
con una hipócrita cordialidad.
Cuando colgué el teléfono decidí darle más
clase e interés a la demostración: arrastré el glande por la ventana y un viejo
con un ya notable alzheimer, pretendía cogerlo con ademanes de subnormal. Me lo
pasé un rato bien con aquel idiota.
Acto seguido saqué el número 13 de la caja de
mujeres y el 11,5 de los hombres, pensé en Pedrito y sus nuevas clases tardías
de números decimales.
Los expuse ante la congregación matusalénica y
una vieja comenzó a saltar de alegría con su boleto en la mano, parecía un
escupitajo en una plancha caliente. Le señalé con el dedo que entrara en el
cubículo. El viejo que estaba muy contento también con su número en la mano, se
sujetaba algo bajo la camisa mientras recibía las felicitaciones envidiosas de
sus colegas.
—Buenos días, señor Iconoclasta, no sabe lo
contenta que estoy.
— ¿Cómo te llamas?
—Gumersinda Riduarejo de la Paz Santa.
—Encantado de conocerte, Gumer. Vamos a
empezar el test: primero me has de hacer una mamada, luego te penetraré hasta
que tu cuello se ponga tieso como el de una gallina de las de tu pueblo.
Me sonrió, pareció no sentirse ofendida por mi
forma brusca de hablar, pero vi que usaba audífonos cuando se bajaba las enormes
bragas arremangándose el vestido. Era un poco sorda.
El pelo de su coño estaba blanco como el de su
cabeza y cerré los ojos para no perder la erección.
La vieja se sacó la dentadura postiza
empujándola con la lengua y la metió en el vaso de cerveza que usamos de
cenicero yo y mis colegas (creo que su visión tampoco era muy aguda). A pesar
de tener unas rodillas artríticas como troncos de olivos, se arrodilló sin
titubeos y se tragó mi pene como si fuera el chocolate que les regalan a los
jubilados en los viajes baratos de fin de semana a Suiza.
A mitad de mamada, cuando ya me aburría de lo
mal que lo hacía, irrumpió en el cubículo uno de los ancianos llevado por el
vicio y la avaricia propia de los viejos sin clase que toda su vida fueron unos
vulgares, es decir, comérselo todo si es gratis. Era el marido de la mamadora.
Llevaba el boleto ganador de su compañero en la mano, ya que éste se había
tenido que ir a cambiar la bolsa de la sonda de orina al servicio médico y se
lo cedió porque estaba a su lado, no por amistad. El resto de viejos, apretaban
sus caras arrugadas contra la ventana para no perder detalle. Había más mocos
que narices arrastrándose y a pesar de ser un vidrio grueso, se les oía
insultarse los unos a los otros.
—Soy su marido y tengo el número ganador de
los hombres.
—Y a mí me suda la polla —le dije con los ojos
entrecerrados de placer.
—Déjame un poco a mí —le dijo a su mujer
apartándola y ocupando su lugar.
— ¡Cerdo! —le contestó ella sin cordialidad.
El tipo no tuvo tantos miramientos como su
mujer, no se sacó la dentadura postiza. Abrió mucho la boca como quien va a
comerse un plátano muy, muy, muy, muy gordo y se metió el pene sujetándome los
huevos, con maestría y experiencia.
Ante aquella boca recia y temblorosa, eyaculé
en dos segundos y le llamé con cariño cerdo de mierda.
El viejo estaba contentísimo de haberse
llevado el premio gordo. Su mujer le llamó borde, se metió en el bolso unos
condones usados de la papelera (como si no la viera) y muy digna ella, metió la
mano en el vaso y se puso la dentadura. Antes de salir por la puerta con aire
enojado, escupió una colilla.
El marido se relamió una vez más para recoger
unos restos de semen en las comisuras de la boca, rebuscó con la mirada en el
cuarto y localizó la papelera. Sacó de allí un trozo de pan con fuagrás que no
quise comerme hace tres días y esperó escupiendo migas de pan duras como diamantes,
a que empezara el test de los hombres.
— ¿Cómo te llamas?
—Gumersindo —qué mierda de vida, pensé.
— Muy bien, Gumer —me sentía incómodamente
redundante—, ya puedes ir bajándote los pantalones y los calzoncillos. Pronto
vamos a por el siguiente test.
Sus cojones eran grandísimos y colgaban mucho,
por lo que imaginé que estaban rellenos de intestino por alguna hernia o algo
parecido.
El pene sin embargo, era tan pequeño que sentí
pena por él. Sería difícil calzarle un condón y que se le aguantara. Ahmed había
tenido suerte.
Es bueno que los seres más inferiores gocen de
algo de fortuna de vez en cuando.
Y Ahmed entró.
— ¡Hola Iconoclasta!
— Te presento al ganador del tour de hoy:
Gumer el bien dotado.
Ahmed le tendió la mano.
— Yo soy Ahmed. Espero que no empujes mucho
con esa bestia que tienes entre las piernas, quiero poder cagar en los próximos
quince días.
Y nos pusimos a reír como locos mientras
encendíamos unos cigarros y el viejo Gumer estiraba el labio inferior
demostrando que no acababa de entender la sutileza del comentario de Ahmed.
—Yo también fumo —dijo Gumer.
—Los invitados no pueden fumar, son las
normas.
—Ahmed, prepárate en el potro sodomita,
mientras busco un condón de la medida de este macho man. Imagino que lubricante
no vas a querer —le dije en voz alta y clara.
Y empezaron nuestras risas de nuevo. Los
espectadores nos veían reír y se reían con nosotros a pesar de no entender una
mierda.
Así que tomé del brazo a Gumer, y lo coloqué
frente al ventanal para que el público pasara un buen rato mirando al bien
dotado.
Al final encontré un trozo de film plástico
para envolver comida y enfundé el pene de Gumer con media vuelta.
—Y ahora vamos a por esa erección. Ahmed,
tócalo por favor, no quiero estar aquí todo el día.
Ahmed que tenía una tranca que le llegaba casi
a las rodillas fue ovacionado por hombres y mujeres cuando se colocó frente al
ventanal. Le cogió el pene con la punta de los dedos y lo agitó rápidamente,
después de cinco minutos no conseguimos que aquello se pusiera duro y se le
cayó la funda de film transparente al suelo.
Tomé cuatro viagras del botiquín, las
pulvericé y las mezclé con agua, cargué con aquello una jeringuilla y se la
inyecté en la vena del brazo a Gumer.
En dos minutos estaba tiesa como un mástil,
aunque seguía siendo ridículamente pequeña.
Ahmed se acomodó de nuevo en el potro, le
coloqué media vuelta de film transparente al mini pene y lo llevé hasta el culo
de Ahmed.
—Venga Gumer, follátelo, machote. Vamos a ver
la calidad que tiene este condón.
—Solo veo una niebla azul —se quejó.
—Los pitufos vendrán luego, por el camino de
los champiñones —dijo Ahmed tirándose un pedo y sobresaltando al viejo.
Tomé el mini pene otra vez con las puntas de
los dedos y lo introduje en el ano de Ahmed, luego con la mano empuje el culo
del viejo para que aquella piltrafa no se saliera.
—Y ahora dale que te pego, Gumer. Quiero ver
como te corres enseguida.
— ¿Ya me la ha metido? Solo siento que me
empuja y es un poco molesto.
—Pues
sí, la tienes toda dentro
Y nos pusimos a fumar y escuchar música mientras
el viejo jadeaba como una cerda pariendo y sus huevos se bamboleaban pesados y
tumorales contra los muslos de Ahmed.
Fue una conversación agradable en un ambiente
tranquilo, a excepción de los vejestorios de fuera que animaban a su compañero.
A los diez minutos y tras tres cigarrillos, dijo
con un hálito de voz mínimo:
— Ya.
Unas gotitas de semen habían caído en sus
zapatos y el trozo de plástico se había quedado en el culo de Ahmed.
Como no lo veía bien debido a tanta viagra, le
ayudé a subirse los calzoncillos y los pantalones. Le metí el trozo de plástico
del culo de Ahmed en el bolsillo de la camisa junto con otros condones usados
que su mujer no había cogido-robado de la papelera.
Aún así, cuando pasamos cerca de mi mesa,
cogió un lápiz mordisqueado que exhibía el nombre de la empresa.
Cuando se fueron todos por fin hacia la sección
de lubricantes y tras despedirlos con hipocresía desde la ventana, salimos yo y
Ahmed hacia la máquina del café y allí nos fumamos otros cuantos cigarros.
Nos encontramos con Pedrito el subnormal.
— ¿Quieres un café, Pedrito? —le invité.
—Zí, y bien cargado porque me duelen loz
huevoz. La Mad-ga ze ha puesto hiztérica cuando ha vizto loz cojonez que tengo
y me loz ha expdimido cuando me cod-día. Es una puta de mied-da.
— ¿Quieres un cigarrillo? —lo aceptó y se lo
fumó sujetándose los cojones y sudando copiosamente.
—Y la próxima vez que te invite a que te
folles a alguien en mi departamento, acepta, no te pasará eso.
—De acued-do Iconoclazta.
Y así acabó aquella jornada dedicada a la
tercera edad.
El documental pasaba ahora el rito de
apareamiento de dos chimpancés con una chimpancesa, no sabía que pudieran hacer
cosas así, tan complicadas y artísticas.
—Estoy pensando que podría invitar a tus
padres para hacer un tour de visita en la fábrica —le dije a Mari.
—Pues llámalos, se pondrán contentos.
—Yo también —pensé marcando el número en mi
nuevo smart teléfono con capacidad para dieciocho mil videos pornos y dos
canciones.
Pensé en Ahmed y cinco pastillas de Viagra
para mi suegro, para que disfrutara de una buena metida anal y en Pedrito para
que le comiera el coño a mi suegra, su lengua gorda y siempre burbujeante le
encantará.
A la mona la han dejado de joder y se acaricia
los pezones tranquilamente mirando la copa de un árbol acostada entre polvos y
piedras.
Precioso, pero ya estoy hasta las pelotas del
NatGeo por hoy.
Siempre abundante: El
Probador de Condones.
Iconoclasta