El tiempo no es ecuación, ni tampoco es
infinito.
No es relativo, es insultantemente obvio y
voraz.
Solo existe para destruir la vida y almacenar
cuantas imágenes quepan en el cerebro.
Y sin embargo el tiempo es movimiento, es
energía. Es paradoja, una broma de mal gusto.
El tiempo se acaba y sin embargo, benditos los
que sufren a cada segundo porque su vida se triplica.
Benditos de mierda…
Es frágil el tiempo, un cristal que se rompe
en pequeñas partículas (algo cuántico diría un físico, yo digo que es algo
simplemente doloroso) a cada instante, al atravesarlo con cada paso, con cada
respiración. Las horas se fragmentan en millones de minutos y en trillones de
segundos. Todas esas fracciones cortan y erosionan el cuerpo y los ojos. Y así
el tiempo también es letal e inicuo para la esperanza. Los pequeños cristales
refractan la sangre y le dan un trágico cromatismo a la vida. El sudor a través
de su transparencia parece orina, agua engañosamente dorada.
Y mientras se rompe nuestro tiempo, nada
ocurre alrededor. Es tan cotidiano como escupir o mear. No es trágico el
estallido de un segundo, la metralla del tiempo es indolora por repetición, porque
uno se acostumbra a sus cortes desde el nacimiento.
Sin embargo, observas tus manos dañadas,
cubiertas de cristales y meditas sobre la cantidad de alegría y dolor que el
tiempo aporta. El injusto balance a favor de lo amargo.
Todos esos añicos de horas y segundos son
recuerdos; lo que ocurrió un instante atrás. Algunos son más afilados que
otros, más hirientes. Pero todos cortan y se clavan.
Es el atributo del vidrio o el tiempo. Sea
malo o menos malo.
Hay cristales que vale la pena meterse en los
genitales aunque duela y rozarse con ellos hasta sangrar de placer. El cristal
guarda la gota de semen, el fluido blanquecino que moja los labios de su coño,
suficiente para masturbarse en un brindis al pasado si es necesario.
Mi glande parece una obra Swarovski, su coño
una mina de diamantes…
Las pieles destellan por todo ese vidrio
clavado en ellas y los amantes suicidas se rozan a pesar del dolor que producen
los intensos minutos que se restriegan cortantes por el cuerpo. A pesar de la
sangre.
Tal vez por la sangre…
Recogemos lo que podemos, lo que nos queda.
Porque una vez fragmentado el tiempo, no hay marcha atrás. No se puede volver.
Entre carne y uña tengo innumerables vidrios
incrustados. Mis dedos son vitrales en miniatura de recuerdos arañados a tanto
tiempo.
Es imprescindible recoger ese caos de añicos caducos
para tener un testimonio de que un día existimos en cierto tiempo y cierto
lugar. Las cosas tienden a olvidarse, y los recuerdos de miles de seres se
mezclan, esos cristales a veces usurpan sangres que no son las suyas originales;
hay tanta mediocridad, que algunos desean los cortantes recuerdos de otros; la
envidia forma parte del cristal; es una de sus materias primas como lo es del
humano pensamiento.
Es importante vivir con pocos seres alrededor
para que no se mezclen nuestros recuerdos con los extraños. Es difícil encontrar
algo auténtico y personal entre tanto individuo, cada día más.
A medida que pasa el tiempo...
Hay que evitar que nadie pise lo que un día
fuimos y acabe nuestra vida pasada clavada en la suela de un zapato sucia de
mierda.
Sería triste ver marchar el pasado pegado en
una bota, dan ganas de llorar.
Los hay que no pueden llorar porque no les quedan
lágrimas, se han secado por un exceso de minutos. Es bueno meterse un trozo de
tiempo-vidrio bajo el párpado para estimular su secreción.
Hay a quien se los metería en el culo.
El tiempo se hace añicos para convertirse en
el beso más deseado, en la cuchillada más dolorosa… El tiempo es un hijo y un
amante. Tiempo es sonrisa y llanto y son unos brazos en cruz bajo la lluvia.
Vale la pena destrozarse las uñas para
mantener la memoria. Una vez muertos, no habrá más cristal que romper, no
quedará nada de nosotros salvo esos vidrios cuánticos sin dueño regando el
planeta; no debemos abandonar u olvidar lo que aconteció. Nuestro tiempo se
acorta a cada milisegundo.
Si uno se fija bien, las horas son una lluvia
de muy sutiles cambios; pero desgarradoramente notables cuando sangran nuestros
dedos acariciando los cristales del pasado haciéndonos conscientes de lo
erosionada que está la piel y el alma.
El presente solo adquiere movimiento y vida,
porque hay precedentes con los que cotejarlo.
Es bueno, es fascinante ver caer el tiempo
hecho añicos como las lágrimas de una lámpara de cristal. Saber que cada
segundo es un cúmulo de cristales que estallan en una dimensión fundida e
integrada en nuestra realidad, sin dolor; pero con esa inconfundible e
irracional melancolía que da la certeza de que no volverán los buenos tiempos y
los que nos esperan, puede que no sean tan felices. Tal vez no valga la pena destrozarse
los dedos y las uñas para seguir recogiendo los fragmentos del pasado.
Aún así, mientras hay tiempo, hay esperanza de
que algo nos sorprenda y con un cristal clavado en la palma de la mano,
esperamos recoger uno mejor, tal vez un diamante. No es tarde para la esperanza
comedida.
Un diamante es una buena
pieza para morir con una sonrisa.Iconoclasta
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