Iconoclasta, provocación y otras utilidades para escapar del negro abismo del agobio.
5 de septiembre de 2012
22 de agosto de 2012
Morir es más fuerte que amar
Esperan un abrazo, un beso, un ánimo; pero es
difícil encontrar el instante porque no abunda, aún así les gusta la vida: son
los optimistas.
Hay múltiples variables para que todo salga
mal. Y esperan, ansían, desean de forma incansable.
No hay mucho que decir de ellos, su vida está
bien. Es lo habitual.
“Dios proveerá” acabarán diciendo si algo les
falta.
Dios me tiene metida su sagrada polla en el
culo.
Hay errores que son inevitables. Sorpresas que
no era posible prever.
Morir es más fuerte que amar, dicen los
pesimistas.
Afirmo.
Y joder es el único placer que experimentan,
cuando el semen ha corrido o la vagina se ha derramado, no queda ningún mal
recuerdo porque siempre suele acabar igual: con unos gemidos de placer y la
respiración agitada.
El semen se enfría tan rápido… Tantos niños
muertos se secan en las sábanas…
Follar es suficiente; es bueno. Mejor que
vivir.
Mejor que un puto partido de fútbol.
Porque cuando las sorpresas y los errores
tienen más masa que la presión atmosférica en nuestros hombros, se dan cuenta
los consternados que la montaña de fallos es enorme, insalvable. Los pesimistas
cuentan con muchos años a sus espaldas y saben lo que dicen.
Y así, de una forma natural, coloquial y afable
se preguntan: ¿cuándo coño voy a morir?
Follar no arregla nada, solo retrasa lo
inevitable.
No es que tengan prisa por morir, simplemente
están desesperados y la vida no es para tanto, no vale la pena respirar tanta
amargura; hace los años eternos.
La muerte es un coño húmedo y abierto, listo
para penetrar, para hundirse en él.
Cuando no hay sexo, hay masturbación. Los
dedos se encargan de lo que el cerebro no puede dar o suministrar: algo de
placer.
Es mentira lo que dicen vuestros padres y
abuelos, hacerse pajas no estropea la vista. La hace más clara y ágil.
También tienen sus recursos los pesimistas y
un buen cómic para esperar a que alguna enfermedad llegue.
Morir es la salida de emergencia. Es alarmante
en un principio, cuando se dan cuenta que están pensando en la muerte como
solución; pero cuando esa idea ha germinado, ya se han hecho todo lo valientes
que se puede ser y es imposible detenerse ante el arrebato de muerte. Y desean
en silencio que algo falle en su organismo: un tumor, pulmones podridos, un
corazón con una brecha…
Se callan los dolores, y deciden no ir al
médico. Dicen estar bien con un esputo de sangre entre los labios. Nadie quiere
seguir viviendo con ese cúmulo de errores demasiado tiempo (los optimistas sí,
porque piensan que los errores tienen solución se pueden subsanar, no piensan
en la vergüenza). “La vida es una mierda y luego te mueres”, es correcto, está
bien expresado; pero el detalle que no revela el dicho, es que te mueres cuando
has sufrido lo indecible. Te mueres cuando estás cansado de todo.
Es mejor morir feliz.
Morir de un ictus lamiendo un coño, por
ejemplo, es una idea romántica; podría ser incluso optimista. No se ha de
perder la esperanza de mierda.
Hay tómbolas que rifan un peluche y los idiotas
se matan por conseguir un Snoopy mal hecho. Las esperanzas suelen ser banales.
Se murmuran jaculatorias al cáncer y a la
infección, al coágulo que hay tras un dolor de cabeza, riñones muertos,
cirrosis…
Morir es más fuerte que amar.
Es más fuerte que mi polla dura.
Cualquier tumor, cualquier hígado podrido, da
menos miedo que la presión de la vida para los pesimistas. Ellos entienden de
eso y saben que tras una cucharada de mierda, llega otra y otra y otra y otra…
El pene corrupto de un leproso que no sirve
más que para mear, no espera nada más que se le desprenda del cuerpo.
A veces ocurren cosas buenas; pero cuando se
desea la muerte, tiene más fuerza que el amor. Y por una simple cuestión de
convicción y sabiduría, desean la muerte aunque estén follando. Están locos los
pesimistas.
Con amor todo se supera: error.
Con el amor se comparten las miserias; pero la
felicidad se va tiñendo de negro y la muerte es el verdadero amante que se
busca.
Y cuando el corazón se desboca por amor, yo
pesimista, pido que al mismo tiempo se infarte. Que se parta por la mitad y
morir con la polla tiesa.
Se desea con más fuerza morir que amar.
Morir es insuperable, es sublime; porque te
libera del tormento de amar y frustrar. Una vez el amante se ha desengañado, el
amor ya no tiene fuerza alguna para mantener con vida al amante que ha
defraudado.
Estas cosas pasan continuamente; pero pocos
tienen la suerte de morir en el momento adecuado.
La muerte libera, más años de vida solo
consiguen empeorarlo todo. Y al final la vamos a palmar; vale la pena ahorrarse
unos disgustos.
El pesimista no puede permitirse el lujo de
suicidarse porque es traición a los que te aman. El pesimista espera la muerte,
se dice que con su mala suerte, un tumor en sus cojones hará metástasis para
luego subir al cerebro. Algo así, porque si algo sabe el pesimista, es que no
va a tener una vida feliz.
Lo único feliz será el final: la muerte, el
descanso, el reposo del guerrero.
Morir está bien, suicidarse daña a otros. Y el pesimista ama, suele tener
la desgracia de amar; es su mala suerte.
Los suicidados suelen ser cadáveres
maltratados o que huelen mal. Morir entre vómitos de enfermedad tampoco es como
para tirar cohetes; pero siempre dirán los optimistas: luchó como un león por
la vida.
Y una mierda.
Morir es más fuerte que amar (oración
agnóstica, atea y anti-vida para tipos con demasiados años, con demasiados
errores que recordar).
No hay nada que relaje tanto como imaginarse
muerto.
También relajan los balnearios y los baños de
barro húmedo; pero no estoy de humor para ensalzar sus cualidades
psico-terapeúticas.
No se puede entender el deseo o la
indiferencia a la muerte hasta que la vida te ha apretado demasiado las
tuercas. Y cuando eso ocurre, el organismo tiende a infectarse, pudrirse,
mutar, hablamos solos…
Ser pesimista no es alegre; pero da una
valentía cuasi suicida, cosa que es ética en estos tiempos.
Cuando un pesimista folla, se pregunta que
otra porquería le espera tras el orgasmo. Y evocar la muerte se convierte en la
sonrisa tranquila. Hay más esperanzas de morir que de vivir más tiempo. A veces
los pesimistas tienen suerte, aunque no se lo crean.
Puede que a un pesimista le toque la lotería y
aún así deseará morir rodeado de toda clase de comodidades. Los pesimistas no
se venden por nada, cuando la vida te ha enseñado sus sucias tetas, ya no hay
dinero para comprar la suficiente esperanza.
La única mamada que te apetece es la que la
muerte realiza arrancándote el aire de los pulmones.
Y mientras esperamos la solución y el
descanso, es bueno no dejar de fumar, no bajar jamás la guardia. Hay que
inyectar todo lo malo que se pueda en el organismo para que llegue pronto la
muerte.
Antes de sufrir más, si es posible.
La muerte es más fuerte que el amor.
Más fuerte que la vida misma.
Es hora de morir, no más retrasos, plis.
Iconoclasta
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12 de agosto de 2012
La Madre de Todas las Penas
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10 de agosto de 2012
La Madre de Todas las Penas
Doce años presa; pero ya hace tiempo que es su
voluntad, su deseo, su espera.
Su deseado tortuoso y doloroso desenlace.
Doce años de un maldito, penoso y venenoso
embarazo. Es la elegida.
Mil oraciones de diez mil devotos la
convencieron. La enloquecieron.
Y a veces sus dedos sin uñas estrangulan ratas
que luego se mete en la boca, saboreando los miasmas de lo hediondo.
Los Oscuros Padres Dolorosos la raptaron el
día de su primera y espantosa menstruación. Madre le bajó la falda, le separó
las piernas, metió los dedos en su vagina y frotó la sangre entre sus dedos:
era oscura como ninguna otra. Fue en busca del Padre Muerte y éste le dijo:
—Tu hija es la Elegida, su vientre será el
pútrido útero de nuestro Doloroso.
—Yo me arrodillo ante ti, Madre de Todas las
Penas y Todos los Dolores —dijo el sacerdote vestido con traje oscuro y corbata
negra, arrodillándose ante ella y posando sus labios en la ensangrentada
vagina.
Entre madre y padre, bajo la letanía de obscenas
maldades que el sacerdote recitaba por la calle y a plena luz del día, la
llevaron a la Catedral de los Despojos Humanos. Se encontraba a treinta metros
bajo tierra, el colector de todas las cloacas. Le aterraba el rugido de las seis
enormes cataratas de agua sucia de todas las materias que la humanidad crea,
plena de excrementos, orina y el semen de los desgraciados, de todos los seres
humanos que malviven en la putrefacta ciudad. Seis enormes tubos del diámetro
de la altura de un hombre, arrojaban toda la inmundicia humana posible, en
todas sus combinaciones. Compresas manchadas de una sangre más clara que la de
su menstruación eran festín de las ratas, las predicadoras de la miseria que
pregonaban en el exterior entre la basura y las casas rotas, la venida al mundo
del Hijo de Todas las Penas.
Y con sus muslos manchados de sangre, entre
los gritos casi enmudecidos por el hedor y el estruendo de la Catedral, agujerearon su monte de Venus
apenas poblado de un vello oscuro, con botellas rotas para meter en sus
entrañas tubos mugrientos que la llenaban de todas las miserias innombrables.
De todos los espermas de todos los hombres, de la sangre de menstruaciones. Pus
y restos de enfermos, mutilados y heridos.
Flotaban en el agua ciento un fetos roídos que
comían los discípulos y creyentes durante las misas que dedicaban a su vulva
púrpura de necrosis, siempre abierta ante ellos.
No murió infectada, era la elegida. La real
Madre de Todas las Penas y Todos los Dolores.
Con veinticuatro años su vagina eternamente
expuesta a la mierda, es una costra oscura e insondable, la carne de sus nalgas
son llagas que no curan nunca, hogar de larvas que anidan en ellas
retorciéndose, canibalizándose. La piel blanca es un mapa de oscuras venas que
se arraciman en los pezones para extenderse como un virus por todo el cuerpo,
regando cada rincón de su organismo con infección y corrupción.
Sus dientes están podridos y un incisivo
cuelga de su filamento nervioso, cuando balbucea plegarias ininteligibles de
oscuros vómitos. Su mente está perdida en el dolor y el hedor.
Es ella en verdad, la Madre de Todas las Penas
y Todos los Dolores.
De todas las infecciones e insanias.
Doce años de un embarazo leproso y ahora ante
la letanía de los miembros de la Santa Podrida Iglesia del Dolor, se desprenden
las costras de su coño por la dilatación del útero, va a parir.
“Negra Madre Virgen de Todas las Penas y todos
los Dolores, que tu pena y la orina de tu sangre que pudre las venas, se
extienda por la humanidad”.
Son los rezos de los innombrables.
La Madre grita y sus adoradores, de caras vendadas
con telas sucias de icores venenosos y sangre vieja se llevan las manos a las
sienes gritando su dolor también. Sus muslos gordos y albinos manchados de
mierda se separan y de su coño sale un hedor que asciende a la superficie por
los conductos sarnosos de la ciudad causando asco en la gente luminosa, en los de
arriba, en los cobardes que adoran dioses de madera y mentiras piadosas.
Rompe aguas colmadas de cabezas de negras
antenas y patas de insectos.
“Oh Madre de Toda la Podredumbre, danos
nuestro rey, danos la oscuridad. Que se pudran los benditos y los limpios, los
que en su vida tuvieron suerte y todo lo tienen, los que esperan una muerte
dulce y un premio de miel. Oh, Madre de Todas las Penas y Todos los Dolores,
que el Bastardo de los Humanos Despojos, sea escupido por tu Sucio Coño”.
El Padre Muerte encabeza y dirige las
plegarias de las diez mil mentes podridas.
— ¡Jamás llegó a renacer Cristo, no hubo una
segunda venida! Escupid al feto que fue arrebatado de su madre virgen antes de
su alumbramiento —sermonea a la multitud mostrando un frasco de vidrio en cuyo
interior flota un feto humano con los brazos y las piernas rotas.
En el frasco, escrito con mierda figuran las
palabras: Iesus Cristus, segunda venida.
— ¡Jamás llegó a nacer la Bestia! El
anticristo murió a manos de la Santa Iglesia Podrida del Dolor —ruge con furia
el Padre Muerte, mutilándose el lóbulo de la oreja con una navaja de afeitar —.
Ni siquiera Satanás ha conocido el dolor y el asco, nunca lo imaginó así.
Eleva a la congregación otro frasco con el
feto de un bebé con cabeza de macho cabrío. “Maléficus Satanás”, reza en el
frasco.
— Todas las religiones han errado. Se han
perdido en la hipocresía y la estafa, en el abuso y el engaño. Ahora pagarán y
no habrá redención. Nos alimentamos de mierda y despojos, nos alimentamos de
dioses y diablos.
—Ella es virgen, ella está infectada del
Espíritu Corrupto, miradla parir.
La Madre de Todas las Penas vuelve a gritar y
su cuerpo se agita con el dolor del parto. Los tubos insertados en el pubis se
desprenden por la violencia de las contracciones. Sus pezones se han
resquebrajado como cristal, pero apenas sale nada de ellos.
Cinco ratas lamen el corrupto líquido
amniótico que ha dado protección en el sucio vientre al Bastardo de los Humanos
durante doce años.
— ¡Cómo me duele este puto coño, me cago en
Dioooos! —grita la Madre de Todas las Penas ante cientos de miserables que se
masturban ante ella.
El bebé sale de entre sus muslos para caer al
suelo lleno de agua sucia, liado con el cordón umbilical y una placenta
verdosa. Un perro famélico la devora y rasga el cordón ante la mirada agresiva
de las ratas.
— ¡Ha nacido, el Bastardo de los Humanos
Despojos! Que se alimente de tus miserias, Madre de Todas las Penas y Todos los
Dolores! Dale lágrimas y asco con la que alimentarse y hacerse Dios. Que
comience el Nuevo y Pútrido Mundo —grita el Padre Muerte.
—¡Que mame el Bastardo! ¡Que mame el Bastardo!
Que la Madre Puta de los Dolores lo cebe con lágrimas y penas.
El bebé no llora, su boca se abre mostrando
unas afiladas encías y los dedos de uñas partidas se mueven ansiosos. Sus
piernas atrofiadas se debaten en un pataleo en el aire. Se revuelca en el suelo
mostrando su columna vertebral descubierta y deforme.
Hay hombres y mujeres que se clavan los unos a
los otros trozos de vidrio en la espina
dorsal descubierta por una largo corte que se mantiene abierto gracias a
alambres y tenedores viejos. Sus gritos de dolor apagan el ruido de las
Sagradas Cataratas de la Ponzoña.
Un niño de cuencas vacías toma al recién
nacido en brazos, la Catedral se ha inundado de silencio.
Cojeando se lo entrega a la Madre de Todas las
Penas.
Lo toma en su regazo y lo lleva a su pecho,
para que mame.
El Bastardo clava sus encías en el pezón
derecho, y la carne se rompe, como algo seco, algo sin vida.
No hay leche en los pezones, ni sangre. Las
mamas están secas y repletas de orina y lágrimas cristalizadas que crujen como
el vidrio e inundan la boca del Bastardo.
El pequeño mastica toda esa inmundicia y su
boca se hiere. Mana la sangre que inunda su pecho. Y su primer grito de puro
dolor y asco que asusta a hombres y ratas, se extiende por toda la catedral,
por todas las superficies.
En la ciudad, la gente vomita sin saber bien
porque. Cuando los fetos de las embarazadas caen muertos en el suelo, el hedor
en toda la atmósfera es insoportable. Cuando los gritos de miles de enfermos
salen por las cloacas y desagües de las calles y casas, ya es tarde. La
infección ha hecho presa en los felices, en los luminosos y las iglesias se
derrumban, cae todo lo que una vez fue bendito, sacro o santo.
Es la Nueva Era del Dolor. La Verdad la
estuvimos pisando, cagándonos en ella.
Ahora la Verdad se caga en nosotros. Y nos mata.
Que la Podredumbre sea con nosotros.
Iconoclasta
18 de julio de 2012
Una historia con mi madre
Se ha muerto la madre que me parió, a mí, mi
hermano y mi hermana.
Y ha dejado una historia, como rastro de su
vida.
Setenta y dos años… Es una historia modesta en
su longitud, hay gente que vive más. No importa, si su historia hubiera sido
más corta, la habría querido más aún. Soy un cabrón amando y no me soborna el
tiempo ni el dinero.
Hubiera preferido que se hubiera muerto antes
un rey, una reina, un presidente de cualquier país, o cualquier persona de
relevancia social, política o económica.
Pero es un mundo imperfecto, legalizado e
injusto.
Mi madre no era artista, ni especialmente
culta, cosa que me parece bien porque me paso el arte y la cultura por el forro
de los huevos.
Mi madre pasó hambre, fue casi abandonada y no
llegó a conocer a su padre. Su marido (nuestro padre) murió pronto; y todas
estas cosas no quebrantaron su ánimo. Sufrió durante el tiempo necesario sin
que ello amargara su carácter de forma permanente.
Con toda naturalidad nos contaba que de
pequeña se alimentaba de pieles de plátanos chafadas en la calle de la
Barcelona de la posguerra. Y que un señor la tomó en brazos para llevarla a
unas monjas, porque cagando en mitad de la calle se le salieron los intestinos.
No era un lamento, era una forma de enseñarnos
que en la vida ocurren cosas malas y que no tienes que romperte por ellas.
Sin embargo, toda esa mierda que vivió (un
pequeño porcentaje de su vida), le marcó la salud y le vedó una vejez tranquila
y lúcida. De tal forma, que de repente toda la porquería pasada irrumpió en su
cerebro ya más débil por la edad encharcándolo de sangre. Luchó en los momentos
lúcidos por no enloquecer.
A tomar por culo, madre. Los que no se lo
merecen tienen una vida sana y amable; ojalá hubieran muerto otros antes que
tú.
La vida es imperfecta, una soberana mierda.
A veces hablabas de encontrarte con el papa en
la muerte. No creo en esas cosas; aún así, deseo que estéis juntos. Es una
hermosa e inofensiva mentira, no puede hacer daño.
Y si continúo con la mentira, pronto nos
veremos también, he estado a punto de ganarte. Soy veloz para algunas cosas.
Sobre todo para las malas, para la mala
suerte.
Y la mala suerte es también saber que has
muerto.
No lo creo, no lo digo con fe, no nos
encontramos con nadie al morir. Solo alardeo de un optimismo y una ilusión que
no tengo, como homenaje a mi madre.
Desapareceré, no hay otra cosa tras la muerte;
pero mientras vivo, amo tu memoria y nuestra historia.
Lo importante no ha sido tu muerte. Tu muerte
ha sido solo dramática.
Lo importante ha sido tu vida y toda,
absolutamente toda nuestra historia contigo.
Un beso mamá, te quiero.
A mi madre Mercedes Albaladejo Candela
6/6/1940 – 17/7/2012
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10 de julio de 2012
El hombre heroico
Mercé Rodoreda dijo y dijo mal (con buena intención):
“El hombre de hoy no es heroico. Le basta con sentirse poderoso”.
Es un error, los escritores llevados por el romanticismo y un exceso de filantropía cargada con sobredosis de psicología de salón, se equivocan muchísimo. Hay que desconfiar de esa idealización.
En este caso, el error se encuentra en: “el hombre de hoy”. La segunda afirmación de la escritora, es totalmente verdadera, y por supuesto se cumple en toda época.
El hombre como especie, como humano sea macho o hembra; jamás ha sido heroico, en ninguna época.
Han existido y existen héroes. Yo mismo soy uno; pero eso no incluye a la especie humana.
Los héroes tienen nombre, identidad propia y méritos exclusivos, personales e intransferibles. A la chusma no se le puede dar el mérito de los individuos éticos y valientes que existieron en otro tiempo, o sus contemporáneos.
Es un error romántico, sin malas intenciones; pero me molesta que mi forma de ser le dé puntos extras a la humanidad aborregada, cobarde, servil, conformista y envidiosa.
Nacen escasos individuos con inteligencia y habilidad; que no usurpen los mediocres sus méritos. La humanidad solo avanza con una buena vara azotando sus lomos.
La genialidad (y por tanto heroísmo) es producto del individualismo y se pudre entre la mente del hormiguero. El trabajo en equipo mata a la creación.
Edison descubrió la lámpara eléctrica, y Einstein sentó las leyes de la relatividad. No lo hizo la humanidad. Que nadie se sobrevalore de una forma tan pueril e infantil.
La humanidad es una piara de cerdos que hociquean gruñendo cansinos buscando trufas sin acabar de encontrarlas, hasta que viene alguien inteligente y se las pones en el hocico.
Si la humanidad se adjudica los grandes logros y descubrimientos, se adjudica de igual forma que es asesina como Hitler, Mussolini, Franco, Pinochet, Stalin, Idi Amín…
La Capilla Sixtina tiene un autor exclusivo que nada tiene que ver con la humanidad.
La población es una masa de tarados hipócritas que no saben ni hacerse una paja con una película pornográfica.
El hombre no pisó la luna, lo hizo un astronauta, un tal Armstrong.
La chusma no es valiente y mucho menos heroica.
El heroísmo, la especie humana, lo tiene tan metido en el culo que necesita el espéculo y unos buenos fórceps para sacarlo de sus intestinos.
En cambio, que se crean poderosos sí es cierto. Los hay que lo son, que nacieron para engañar, para ser profetas y vivir sin trabajar, presidir países y dictar sentencias, para escribir estupideces de conformismo y felicidad que hasta los perros saben. Esos los hay. No son inteligentes, el azar trata bien a los idiotas.
Los humanos básicos y sin ápice de creatividad o inteligencia son los que se sienten orgullosos cantando sus himnos de mierda y besando sus apestosas banderas. Firmes, con la mano en el pecho, o mirando a un cielo lleno de divinos engaños. Sumisos; pero pegando a su mujer y a sus hijo porque no tienen suficiente inteligencia ni habilidad para salir de la miseria. Su propia mierda los frustra. Son los que sacan la lengua para escribir dos palabras sencillas con un lápiz roído y sudan por ello. Eternizando con sus genes la estupidez y el borreguismo.
Y estos seres que jamás serán valientes, que solo se alimentan, follan, envidian y dicen que han ganado un partido deportivo con un vaso de cerveza en la mano. Además de idiotas, son falsos hasta el asco. Dicen ser los mejores; pero su esfuerzo se limita a levantar una cerveza, a no saber escribir, ni expresarse y a criar a sus hijos entre el infecto reguetón y comida barata que los hace a todos más profundamente vacunos.
Eso ocurre hoy día, siglos atrás simplemente comían y dormían encima de sus propios excrementos.
El hombre siempre se ha sentido poderoso; pero no lo será nunca, solo algunos privilegiados por la suerte consiguen canibalizar a otros. Como las garrapatas en las orejas del perro.
El hombre común y los otros, lo que están por encima de los obreros, se conforman con tejer un edredón de vistosos colores relleno con excrementos para sus hijos. Sin heroísmo.
Poderoso es el que hace lo que quiere y necesita, sin tener en cuenta leyes y costumbres, olvidándose de tradiciones y con una única fe: creer en si mismo. Poderoso es el que consigue algo sin ser parásito. Y de estos poderosos, tal vez haya uno o dos por cada cien millones de habitantes.
El heroísmo es solo una virtud con la que nacen muy pocos o ninguno en cada generación. Poderosos, son en esta sociedad las tenias que gobiernan y dictan leyes, los tumores que regalan paraíso e infierno.
Es todo tan sencillo y superficial, que da asco.
La inteligencia de los mediocres solo sirve para sumar y memorizar toda la basura que les enseñan y por fin acatan. El héroe no memoriza, siente, presiente y se mueve por canales no previstos.
El 95 % de la población no conoce sus propias reglas ortográficas, escriben con precariedad y por la misma razón sus lecturas son erróneas, basadas en su propia ignorancia.
De ahí es imposible que puedan salir héroes, porque esa masa inculta, es la que elegirá a su amo para que le enseñe donde mear o como y cuando se ha de follar a su mujer y tener hijos.
Los héroes no son cien palurdos tartamudos y con menos intelecto que una mosca, que en tiempos de guerra dan su vida por algo que no entienden y sus amos les han de colocar un trapo de colores delante de las narices para que actúen como ellos quieren.
El heroísmo requiere voluntad y raciocinio, no es extraño ver vomitar a un héroe ante un presidente o una bandera.
Y para evitar mamar los genitales de los gobernantes, no hace falta ir a una universidad para obtener algo de ética y cultura. Se requiere una genética muy distinta a la humana.
El héroe no acepta que le digan lo que tiene que hacer, es libre y lo sabe todo. Es natural en él.
Nunca ha sido heroica la raza humana, Sra. Mercé Rodoreda.
Se lo asegura un héroe.
Buen sexo.
Iconoclasta
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2 de julio de 2012
Par de sin vida.
Y que sirva
de testimonio para cumplir la condena.
Que mis
letras sean mucho más fuertes que los golpes que lanzaron contra mí.
Que mis
frases condenen sus asquerosos pasados que me dejaron en la miseria para que
regresen a la nada: su mediocre origen.
Que cada
una de las sílabas rasgue sus genitales y sus escupitajos adoloridos manchen los
muros donde sus madres fueron empaladas el día que los concibieron.
Arrancaré
cada una de sus uñas por cada recuerdo que venga a mi mente, por los días que
me tuvieron entre sus manos y cuando la cuenta haga que me sobren recuerdos y les
falten uñas esperaré a que crezcan con la misma paciencia con la que esperaban
mi consuelo y así de nuevo atacar.
Los quiero
muertos.
Como
muertas están mis alegrías.
Quiero
verles llorar para que aprendan a vomitar dolor.
Sus dedos
mutilados querrán sostener sus globos oculares estallados y no tendrán fuerza
para el retorno de su gesto a la
normalidad.
Por haberse
tragado mis respiraciones a cuentagotas, por haberme hecho comer de su muerte
en vómitos hoy, a este par de sin vida los he vuelto a matar.
Aragggón
010720122040
28 de junio de 2012
Carne molida
Odio la violencia; pero es necesaria.
También es necesario el cáncer, la enfermedad
y la muerte; pero no me dan tantas satisfacciones.
Ni a los violadores.
Tengo una raja entre las piernas, lo que me
convierte en mujer.
Mis dos estupendas tetas aún sin operar, lo
demuestran muy claramente.
Amo el sexo por encima de todas las cosas y de
todos los hijos si los tuviera. Y sé lo que digo, porque a punto estuve de
tener uno.
Me gusta la violencia sexual; pero cuando yo
la practico, si un macho me pone la mano encima sin mi permiso y no me ata, le
arranco la polla y se la doy de comer a mi perro.
Yo tenía quince y estaba orgullosa de mis
tetas. Cosa que no le da permiso ni a la santísima virgen de sobármelas. Se
mira; pero no se toca, hijos de puta.
Los violadores son carne para moler.
Ese hijo que a punto estuve de tener…
Como en carne molida acabó el feto del puerco
que me violó y me dejó embarazada en el sanitario del antro después de
acobardarme a bofetadas. Un tipo llamado Alberto, de treinta años con anillo de
casado y que con toda seguridad vivía con
una gorda de muslos ennegrecidos de tanto roce adiposo, con el pelo lleno de
mierda, gel y colonia de adolescente pobre. Seguramente con un hijo idiota como
toda su familia.
Mis padres me llevaron a comisaría a levantar
la denuncia; pero no autorizaron que tomara la píldora del día después. Son
unos muertos de hambre analfabetos; pero católicos hasta el vómito. No les he
dado ni un centavo para salir de la pobreza a pesar de mi fortuna.
A medida que crecía en mí el hijo de aquel
marrano me sentía sucia, cada día más asqueada. Estaba dando cuerpo humano a
una gota de mierda que me llegó demasiado profundamente al coño.
Me fui de casa, porque mis tetas y mi culo me
daban la mayoría de edad, no dejé nota alguna a aquellos putos padres. Éramos
cuatro hermanos, la abuela, y el matrimonio idiota los que vivíamos en dos
habitaciones de ladrillo cubierto de papeles sucios.
Me hice puta para ganar plata con la que
abortar en la mejor clínica de México.
Agustina era una amiga mía que conocí en los
antros, bailando con las compañeras de secundaria y flirteando con los chicos
de nuestra edad. Era dos años mayor que yo, hacía un año y medio que se había
escapado de su miserable casa. Vivía sola en una habitación que había rentado
en Coyoacán. Y como decía ella, con un buen chocho entre las piernas, nadie te
pregunta la edad si lo enseñas y te la dejas meter.
En México no puedes fumar; pero puedes
follarte a una piba de catorce por el precio de una cajetilla si quieres.
Me enseñó a chupar pollas con naturalidad, con aire profesional
y me gustó tanto, que pronto encontré una técnica de succión que iba muy acorde
con mis exuberantes labios. Cuando
Agustina pedía doscientos por mamada, yo exigía quinientos y los
clientes repetían.
Agustina me gustaba mucho. Me ponía un plátano
entre las piernas y me mostraba como hacer una felación. Me ponía tan caliente
que acababa abriendo mis piernas para que me lamiera el coño. Follamos como
locas compartiendo los plátanos de entrenamiento aunque ya no había lecciones
que aprender.
Un borracho le cortó el cuello durante una
felación en el coche; pero yo ya estaba viviendo sola en un buen apartamento
cuando aquello ocurrió.
A medida que mi barriga crecía, los clientes se
sentían más atraídos por mí. Agustina, exclusivamente las mamaba, yo fui más
allá que Agustina y me abrí de piernas para que me follaran por el triple que
una mamada. Cada semana subía el precio, al ritmo de mi embarazo. La clínica me
pedía una pequeña fortuna.
Mientras tanto, nadie me buscaba. Y no quería
que lo hicieran.
Cuando conseguí todo el dinero, ya estaba de
siete meses. Contaba con más de doscientos mil pesos, de los cuales una cuarta
parte se la iba a llevar la clínica.
Ya no se trataba de un aborto, tenían que
hacerme una cesárea. Sacar el feto y matarlo. Es algo que ni a mí ni al médico
nos importaba. El dinero no conoce límites legales de aborto. Si tienes plata
te libras de ser la madre del hijo de un violador.
Si no tienes dinero, te inventas toda esa
mierda de amor por el hijo que llevas en tus entrañas, que al fin y al cabo no
tiene ninguna culpa. Angelito… Y lo crías comiéndote cada día al verlo el
vómito de asco que sientes al recordar a su padre de mierda.
Ese pequeño cerdo que crecía dentro de mí
llevaba los genes de su padre, tenía parecido con él fuera niño o niña.
Y yo no estaba dispuesta a cargar con esa
mierda. Cumplí los dieciséis con esos siete meses de embarazo y al día
siguiente me iban a quitar a aquel tumor que crecía en mi barriga.
Me hicieron una cesárea con mucho cuidado,
para que la cicatriz fuera sutil.
Exigí por diez mil pesos más, ver al bebé que
me habían extraído, mejor dicho, ver como se destruía.
Una vez me desperté de la anestesia, el
cirujano Peter Walheimeyer (un alemán que a pesar de llevar cinco años en
México aún no sabía hablar español con claridad), entró con el niño muerto en
brazos. Apenas tenía formada la cara y su pecho parecía el de una rata, estaba
amoratado por la muerte. Lo transportaba en una pequeña mesa con ruedas de
acero inoxidable, lo cortó en pedazos muy pequeños. Con cada corte que daba, yo
imaginaba que se desangraba el padre, que se le caían los cojones al suelo, que
su polla se agitaba en el piso retorciéndose como un gusano parcialmente
aplastado.
Los violadores y sus hijos son carne para
moler.
En aquella lujosa clínica de la colonia
Polanco, no quedó ni un trozo de carne reconocible de aquella cosa que me hizo
aquel puto violador.
El director de la clínica, me hizo un quince
por ciento de descuento sobre el precio del parto y eliminación de residuos
tras hacerle cuatro de mis cotizadas mamadas, una por cada día que estuve
internada.
Los trozos de lo que afortunadamente no llegó
a vivir, eran tan pequeños que no pude distinguir si era niño o niña. Cosa que
no pregunté.
Cuando te haces puta tan joven, tus clientes
suelen ser gente con gustos muy especiales, y sobre todo, con cargos
importantes. La gente más adinerada es la más puerca y la más devota. A algunos
les gusta abofetearme para que me sangre la boca y besarme, les cobro mil pesos
por hostia y ellos pagan como retrasados mentales sacando nerviosos los
billetes de sus carteras; con sus ridículos penes erectos sombreados por su
barrigas decadentes o sus brazos viejo y fofos. Yo no soy una mujer muy grande,
así que muchas veces me costaba respirar cuando se me ponían encima. Sus penes
no me hacían daño, eran sus barrigas las que me asfixiaban. Sobre todo les
gustaba aplastarme cuando estaba embarazada.
Uno de aquellos burócratas del ministerio de
la vivienda, me consiguió un apartamento de doscientos metros cuadrados en la
lujosa Polanco al precio de la habitación que compartía con Agustina.
Mi amiga no quiso venir conmigo, se había
metido en asuntos de cocaína y sus dedos estaban ennegrecidos de prender la
pipa de crack.
Un llamativo anuncio en el periódico, me trajo
nuevos clientes. A los antiguos les gustaba más embarazada y empezaron a
olvidarse de mí.
Parte de lo que ganaba lo invertía en coca que
disolvía en la bebida de los que venían a follar para asegurarme su asiduidad.
A los dieciocho años tenía cuatro putas de
lujo en el apartamento que ya había comprado, y el guardaespaldas de uno de mis
narco-clientes como vigilante y protector. Se llama Caledonio.
Yo solo me dedicaba a follar con los machos
que me gustaban verdaderamente y me dejaba hacer regalos e invitar a fiestas y
viajes.
Cuando no había clientes y mis putas se iban a
sus casas, al finalizar la jornada, generalmente a primera hora de la mañana,
evocaba en mi cama el troceo del hijo de mi violador y fantaseaba con su
muerte. Se me ponía el coño tan caliente que no había caricia que me aliviara.
La carne molida sangrante me obsesionaba. Me dirigía a la cocina y sacaba de la
nevera una bandeja de carne de res molida y en mi habitación, me cubría el coño
con ella, me la metía dentro y me frotaba hasta quedar exhausta, dormida, con
la sangre goteando por mi raja, con los dedos pegajosos…
Cuando tienes dinero, tienes todo el tiempo
para leer y para estudiar idiomas. Es necesario cuando los clientes son
políticos, empresarios, militares y religiosos. A los diecinueve años, podía ir
a chuparle la polla a un presidente hablando inglés y entendiendo francés.
Además, me hice culta.
Mi entrada al mundo de las grandes perversiones,
llegó de la mano del gobernador de México, coincidimos en un hotel de París. Yo
acompañaba a uno de mis amantes clientes, un empresario de la industria de la
telefonía móvil que me presentó como la mujer más sensual que había conocido a
su amigo gobernador.
Cenamos las dos putas y los dos clientes en el
restaurante, entre alcohol y langosta acabamos intercambiando las parejas y
acabé con el gobernador, la golfa sin cerebro se quedó con el empresario.
Una vez en su suite me pidió que jugara con
sus bolas anales: le introduje quince bolas del tamaño de una ciruela, todo un
rosario que casi le llena el intestino. Todo un récord. Sabía que mi discreción
estaba fuera de toda duda y se permitió dejar sus excrementos entre mis piernas
sin ningún pudor. Salieron con la última bola que le extraje y su semen
regándolo todo.
No me dio más asco que otros, simplemente me
aportó experiencia.
Una mañana, comprando carne en el Mercado
Central de Abastos, observando como la molían apretando mis rodillas una contra
otra al imaginarla ya en mi vagina, recordé el hijo que no tuve y a su violador
padre. Ya tenía veinte años, y a pesar de sentirme afortunada porque aquel
marrano me violara y cambiara así mi vida; decidí ejercer mi poder.
El antro Lipstick seguía siendo frecuentado
por las tardes de los sábados y domingos por adolescentes de secundaria y
prepa. Y entre toda esa juventud, siempre se filtran los degenerados, los
solitarios, los fracasados de su matrimonio, los que aún se creen jóvenes para
alternar con adolescentes. Aquellos cobardes que se ven inferiores entre los de
su generación.
No supe verlo en su momento, no discerní la
iniquidad de Alberto, mi violador y dejé que me acompañara a la puerta del
sanitario. Fui idiota.
Hasta que no eres puta no conoces bien al ser
humano, lo rastrero que puede ser.
Entré en el local con Caledonio, mi
guardaespaldas. El ambiente estaba hormonado por tanto adolescente, me sentí
extraña; muy lejos de aquel mundo que había dejado hacía cinco años.
Los adultos eran tan pocos en aquel lugar, que
brillaban con luz propia en la oscuridad. De los cuatro que había, dos eran
camellos y los otros dos moscones que miraban sin decidirse a abordar a ninguna
de las chicas o chicos. Posiblemente, jamás lo harían.
Durante tres semanas, sábados y domingos por
la tarde acudí sin encontrar a Alberto, era una posibilidad muy remota; cinco
años matan y cambian la vida de mucha gente.
Me aburrí de aquella búsqueda y por otra
parte, viajé de acompañante cinco días con el general Armendáriz a Alemania, a un
congreso de militares organizado por la OTAN. Un reloj Cartier fue cargado en
la minuta de gastos a cargo del gobierno. Mi trabajo: ser un adorno en su brazo
por las noches y abrirle el ano con un espéculo y llenar sus intestinos con
agua; en definitiva, un enema avanzado y mi orina recorriendo su cara.
Si algo sé, es que a la gente que se encuentra
en el poder, le encanta que le metan cosas por el ano.
A los sacerdotes les gusta que les lesiones
los genitales, no sé por qué; pero siempre es así.
Y a mí me excitan, disfruto con mi trabajo.
Cuando llegué a México, Caledonio sonreía
abiertamente desde que me recogió en el aeropuerto. Cuando llegamos a mi casa y
burdel, me llevó hasta el cuarto de dominación y encendió las luces. Allí
estaba Alberto, mi odiado violador.
Caledonio tenía grabada la descripción que le
di cuando lo buscamos en el antro durante esas tres semanas. Fue casual que
entrara a comprar una cajetilla de tabaco en un Oxxo de Reforma. El hijo de
puta trabajaba de cajero. Mi guardaespaldas esperó a que acabara su turno y
cuando el desgraciado salió del local hacia su casa, le presionó con el cañón
de la pistola en la espalda y lo metió en el carro.
Lo desnudó, lo amordazó y le cubrió la cabeza
con una capucha sin ojos de cuero. Inmovilizó con las esposas de cuero los pies
y manos. Llevaba dos días allí y se había cagado y meado en la mesa. Olía a
podrido; pero no me molestaba, era mayor mi alegría.
Salimos de la habitación sin decir una sola
palabra y besé agradecida a mi guardaespaldas. Mandé llamar a Vanesa, la más
fea de mis putas que se dedicaba a la escatología, le pedí que se la pusiera
dura.
Alberto intentaba hablar, sus balbuceos eran
un tanto molestos; pero nadie pronunció una sola palabra. Vanesa se metió el ridículo
miembro en la boca y lo único audible en aquel cuarto, eran las succiones que
le hacía en la polla.
Poco a poco aquello se fue endureciendo, le
susurré unas palabras al oído a Caledonio y salió del cuarto.
Volvió a los pocos segundos con un cuchillo
cebollero de la cocina.
La polla de Alberto estaba tiesa, aunque era
imposible que adquiriera la dureza violadora en aquel estado. Vanesa es una
buena profesional, le había metido un dedo por el ano y no dejaba de excitarle
la próstata, cosa que provocó que se orinara y mi puta, se masturbó con
aquello.
Vanesa mantenía firme y vertical el bálano, me
acerqué silenciosamente con el cuchillo y apoyé el filo en el meato, como
centro y guía de corte. Le lamía las pelotas para tranquilizarlo, porque el
cerdo tensó sus piernas con violencia al sentir el metal en la polla.
Empujé con fuerza el cuchillo y corté
transversalmente aquel rabo de cerdo, el corte no fue simétrico; pero el efecto
fue contundente: el bufido de Alberto fue acompañado por unos fuertes cabezazos
contra la mesa en vano intento para aliviar el dolor. No había nada humano en
sus gritos ahogados. Caledonio y Vanesa empalidecieron y vomitaron.
Toda una fiesta…
Con el mismo cuchillo, le corté el escroto y
dejé que asomaran los testículos desnudos, se desprendieron de sus conductos y
nervios rápidamente por las continuas e imparables sacudidas que hacía con el
vientre para soltarse de sus amarres.
Le inyecté una dosis de heparina en el vientre
para evitar la coagulación y salimos del cuarto.
A las cuatro horas Caledonio me informó que
aún respiraba, le puse en la mano otra inyección de anti-coagulante para que no
cesara en ningún momento la hemorragia.
Necesitó dos inyecciones más de heparina, al
fin murió desangrado tras dieciséis horas. Contratamos a mi carnicero habitual
para que cortara el cadáver en trozos muy pequeños y sacara aquella mierda de
allí, le sería fácil deshacerse de todos esos desperdicios en su negocio.
El cerdo estaba casado, tenía un bebé de siete
meses y una niña de seis años.
Mi buen guardaespaldas, entró una noche en la
casa y degolló a los niños y a la mujer. Trabajó tranquilamente, con la
impunidad que da el dinero y la compra de policías importantes que inventaron
una historia de drogas y ajuste de cuentas.
Mandé quemar la barraca donde vivían mis
padres y hermanos; creo que el rostro de mi madre quedó desfigurado por el
incendio; pero todos salieron vivos y sin apenas tener tiempo de coger algo de
ropa. Salvo la abuela, que murió asfixiada; pero esa mierdosa estaba vacía, no
había nada en su viejo esqueleto.
Tal vez, algún día cuando el aburrimiento de
una vida demasiado acomodada me lleve a buscar emociones fuertes, convierta a
lo que queda de mi familia en carne picada.
Es mentira, no odio la violencia y junto con
la venganza, humedece mi coño al que consuelo con carne de res molida, fresca y
sangrante. Un delicioso cataplasma vaginal que me baja el tremendo calor y la
excitación que me proporciona pensar en la venganza.
Yo también tengo mis especiales gustos, todos
los que estamos en el poder, disfrutamos de perversiones que le están vedadas a
los pobres.
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