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26 de octubre de 2011

El destino de las almas


¡Qué mierda! Aún recuerdo con vergüenza, la ilusión con la que esperaba un cuerpo para nacer cuando era una simple alma.
Nuestro destino no es cuestión del destino, ni de los jodidos designios de un ser superior. Y si fuera el caso, ese dios o ese destino, serían idiotas.
La cosa funciona así:
Eres una suave bolita de nube, algo de materia pulsando como una estrella en un lugar que no hace frío ni calor, ni es oscuro ni luminoso.
Algo completamente insípido y aséptico.
Y hay miles y miles de bolitas botando nerviosas que dicen continuamente: ble, ble, ble. Como si de una congregación de deficientes mentales se tratara.
Todas las bolitas avanzamos como borregos hacia adelante (es por concretar alguna dirección en ese estúpido limbo). Felices y nerviosos (deberían proporcionar tabaco, las almas no padecen cáncer).
Y como somos tantas bolitas diciendo todas la misma estupidez y tan apretujadas las unas con las otras, apenas se puede reaccionar cuando te ves al borde de un tobogán que parece un precipicio del tamaño de las cataratas del Niágara.
Todos los subnormales que hay detrás te empujan con su imbécil: ble, ble, ble.
Y quieras o no, caes por el cochino tobogán.
Hay un letrero en la rampa de aceleración que dice:
Todo aquel que caiga al vacío, que salta la baranda de protección, nacerá en un bebé muerto.
Es jodido, porque después de toda la espera y los apretujones, te encuentras dentro del cuerpo de un bebé muerto al nacer, y tienes que volver a iniciar el ciclo: vuelve a ese jodido limbo y haz cola con una caterva multitudinaria de vulgares pelotas de materia anímica.
Después de tres horas de resbalar a match seis por la sucia superficie de ese tobogán y cuando ya te has hecho a la idea de que estás muerto o permanecerás en estado de velocidad supersónica durante toda la eternidad, sin darte tiempo a reaccionar el tobogán se divide en dos: Buena vida y Asco de vida.
Vamos a ver: no es justo, porque cuando por ese tobogán de un par de metros de ancho, bajan contigo otras cinco mil almas más, no tienes tiempo de mierda para elegir lo que quieres y el subnormal que llevas al lado, que no sabe decir bien: ble, ble, ble, se va por la buena vida (es un hecho que todos los idiotas tienen suerte) y yo arañando la baranda y clavando las uñas con un ruido que erizaría los pelos del coño a vuestra madre, me deslizo hacia Asco de vida pensando ya en la cantidad de idiotas y subnormales con los que me voy a encontrar, así es como funciona esta mierda de sorteo.
Y todo esto a una velocidad que encogería los testículos de un toro hasta parecer canicas.
Bajando veloz por mi destino, me voy haciendo ya a la idea de lo que es “asco de vida” y con cierto fatalismo, lo único que quiero es acabar ya esa vertiginosa carrera hacia lo que será una vida sin ningún tipo de alegría.
Aunque no estoy seguro, porque junto con los que se han venido conmigo (alguno voluntariamente, me consta), los hay que hacen imbecilidades como dar botecitos más altos y luego hacer dos saltos mortales con ble, ble, ble de retrasado incluido.
Yo tengo mucha más clase y durante el trayecto, he podido tirar a dos tarados por la baranda del tobogán al vacío. Que se jodan; nacerán en cuerpos muertos y soportarán los llantos del padre, la madre, los abuelos y la puta que los parió al ver a su pequeñín azulado por falta de oxígeno y tendrán que volver a repetir la historia.
Ellos me gritan: Ble, ble, ble (pedazo de cabrón) y a mí me la pela.
Siempre te sorprenden, desde que eres alma, te sorprenden para mal y cuando piensas que ya nada puede empeorar el tobogán se divide en dos de nuevo; algún hijoputa no debía tener muy clara la velocidad de deslizamiento, porque el letrero de aviso lo colocan a escasos dos kilómetros de la bifurcación y a velocidad de seis match, significa que tienes menos de un parpadeo de tiempo para dar codazos, mutilar y asesinar a los que sean necesarios para elegir el lado que te apetece.
Las dos opciones a elegir si puedes son: Inteligentes e Idiotas.
Juro que en esos milisegundos que tuve para pensar me dije: Asco de vida e idiota es algo congruente, todo puede salir bien en ese caso. Es jodido ser inteligente si te toca vivir un Asco de vida. Con mi ágil razonamiento empujé a quince bolitas hacia la izquierda para ser idiota con decisión y valentía; pero por un segundo ese lado se atascó y comencé a friccionar entre millones y millones de bolitas que querían ser idiotas y ni clavando los dientes en el metal, conseguí hacerme sitio y me precipité hacia inteligentes, por el lado derecho y derecho a una vida de infierno.
Durante tres horas me vi solo por el tobogán hasta que me adelantaron tres bolitas, que bajaban dándose impulso diciendo: Ble, ble, ble, ble (que chachi es ser inteligente en un Asco de vida, sacaremos una pasta entre los idiotas, vamos a montar un cártel de drogas, putas y juegos). Uno de ellos, el más veloz, calló fuera del tobogán.
Los otros se reían como si pertenecieran a una familia de montañeses endogámicos: ble, ble, ble…
Seguí mi descenso ya con sumo aburrimiento y pensaba ya en saltar la baranda de protección y empezar de nuevo (en vista la mierda que me esperaba) cuando el tobogán se bifurcó de nuevo:
Suertudos u Obreros.
Sólo bajaba con seiscientos mil compañeros, había espacio y tiempo para elegir Suertudos; pero los asquerosos de mantenimiento, habían cerrado esa rama porque se había desgastado el metal y todos caían al vacío. Nos paramos todas las almas y quedamos atascadas frente a la valla que anunciaba Suertudos.
Me cago en dios… Todos fuimos a obreros a pesar de que decíamos que podíamos esperar los años que hicieran falta para que repararan el suelo de esa rampa, resulta que alguien hizo vibrar el tobogán y le dio más inclinación y continuamos nuestra supersónica carrera, ahora hacia Obreros.
Yo pensaba que tal como estaban las cosas, la próxima bifurcación sería de Espalda Bífida o Síndrome de Down.
Pero no, tuvimos suerte y la desviación indicaba: Salud o Cáncer.
Yo ya estaba hasta la mismísima polla de aquello, así que cuando vi la multitud que se desviaban hacia Salud, sentí como un poco de asco, y me dejé deslizar por Cáncer.
Y por fin nací de una puta vez y dejé de irritarme el culo por aquella mierda de tobogán.
Designios del señor y toda esa mierda…
Me vi de golpe arrastrando mis orejas por un coño enorme que estaba peligrosamente cerca del culo, el que se suponía que era mi padre estaba filmando con una cámara de video y mi madre gritando: “esto me pasa por puta, y tú cabrón deja de filmar, que se te caiga la polla a trozos, violador”.
Precioso.
Las delicadas manos del médico, me tiraron de la mandíbula con fuerza y pensé que me dejaría parapléjico al nacer. Pero no, me metió un dedo en el culo por equivocación y me puse a llorar.
En realidad lloraba de rabia, de ira. Me daba mucho coraje haber nacido en un asco de vida, inteligente, obrero y con cáncer.
Es injusto.
Y así es como me encontré en medio de una familia de tarados.
Una familia con dos hermanitos, el mayor tenía tres años más que yo y era un triunfador, se veía en el brillo de sus ojos. Y una hermanita un año mayor que yo. Por lo visto, los subnormales de mi papá y mamá no llevaban bien el asunto del follar y la zorra de mi madre casi se pasa un año y medio embarazada de una sentada.
Así empezó mi vida con cuerpo.
Como alma era muy cándida; pero cuando me acoplé a aquel cerebro, mis buenos y malos instintos se desataron como un torrente imparable de emociones y deseos. De miedos y decisiones.
Y aunque con poca suerte, pude abrirme camino en la vida evitando algunas humillaciones, aunque claro, no todas. Dijéramos que no pude evitar ni una cuarta parte de todas a las que me vi sometido.
Había momentos, cuando contaba con unos meses de vida, en los que cerraba los ojos y aún sentía el vértigo de la velocidad por la que me precipitaba por aquel tobogán. Y junto con el humo de los cigarros que mi padre me tiraba a la cara, entraba en una dulce narcosis soñando con bolitas de color amarillo zambulléndose en una piscina llena de sangre.
Delicioso.
Cuando ya conoces tu destino, no en detalle, sino a grandes rasgos, te importa unos céntimos de euro esas cosas de ética y moralidad.
Y el tobogán podía ser divertido, emocionante; pero cuando me deslizaba por él, sentía en mi pequeño ser de bolita, toda la verdad del universo. Y yo me sentía ble, ble, ble…
Crecí con bastante normalidad, aunque al año, mi padre borracho me quemó alguna vez los genitales con sus cigarrillos y mi madre me dejó más de un día sin comer porque se gastaba el dinero en las máquinas tragaperras. A pesar de ello, a los tres años ya era un niño espabilado.
Y nunca olvidé mi forma de expresarme primigenia: ble, ble, ble.
A mi hermano mayor le pregunté como le había ido en el sorteo del destino; me miró de forma extraña, me dio una bofetada y me llamó imbécil.
Intenté sondear a mi hermana sobre el mismo tema y díjome la muy puta con cuatro años.
—Te lo digo si me enseñas el pito.
Le enseñé el pito, me lo acarició y me dijo que las únicas bolitas que había visto, eran las pelotas de nuestro padre cuando se ducha.
Y concluí que solo yo era capaz de recordar esas cosas.
Mi hermano mayor era de los suertudos, siempre ganaba cosas en las rifas del colegio, sus exámenes eran brillantes. Y sabiéndose superior a mí, me convirtió en su esclavo: le hacía la compra, las copias, los deberes más sencillos y limpiaba la habitación porque la zorra de mi madre no daba un palo al agua. Yo no sacaba nada a cambio, me conformaba con que no me pegara demasiado fuerte.
Esperaba impaciente a crecer un poco más. Yo tenía ya doce años y sacaba los estudios adelante con mucho esfuerzo y con resultados muy humildes. Suficiente en todos los aspectos.
Mi hermana con trece años ya tenía unas buenas tetas y usaba tangas minúsculos, cuando le llegó su primera menstruación, me enseñó sin pudor sus bragas manchadas y gocé de una buena erección.
Era consciente de que un día u otro me atacaría el cáncer, y desarrollé una prematura actividad sexual.
Mi hermanita era la más idiota y sus hormonas dictaban sus actos y emociones. A través de la rendija de la puerta de la habitación de mis padres, pude ver como mi papá borracho y mi madre depresiva la obligaron a desnudarse. Mi padre se rozó el pene por sus puntiagudas tetas hasta correrse. Mi madre se masturbaba frotándose furiosa su oscuro coño.
Aquella fue la mejor de mis pajas.
Mi hermano con quince años, ya daba clases de refuerzo a niños más pequeños e incluso ganó algún premio como escritor. Como sabía que nuestros padres eran unos cerdos, atesoraba a escondidas su dinero para un día largarse de casa. Yo sabía en que parte del fondo del armario escondía el dinero.
Con veinte euros que le robé, le compré a mi hermana mi primera follada, contaba con trece años.
Me sentí dios dentro de aquel coño, cuando mi aún mediano pene entró en aquella suave cueva de carne, mis testículos bulleron y me salió un chorro de leche que creí que me deshidrataría, nada comparado con las pajas que me hacía en solitario. Mi hermana dijo no disfrutar y tras darme unos besitos, me obligó a hacerlo bien.
Chillaba como una rata mientras se corría.
Unos meses más adelante, comprendí que no sangró porque mi padre ya la había estrenado, yo aún tenía la candidez propia de las almas puras… Esperaba poder ser el primero en romper su himen, ya que sus tetas habían sido suficientemente sobadas y regadas. Ella ya tenía catorce y era toda una mujer.
Contaba con quince años cuando ya había superado la secundaria y en lugar de inscribirme en la universidad (sabía que no era tan inteligente como mi hermano) me inscribí en un módulo profesional de mecánica de automoción. Mientras mi hermano estudiaba su carrera de ingeniería con becas (nuestros padres apenas aportaban lo justo para darnos algo de comer y pagar sus vicios) y la casa se deshacía en humedad y mierda, yo encontré trabajo clandestino en un taller mecánico del barrio y cuando salía de clase me metía bajo los motores para aflojar el tapón del cárter y vaciar de aceite el motor, al dueño le parecía sucio hacer ese trabajo y me pagaba una mierda por ello; pero suficiente para mis gastos.
Aprendía en la escuela y en el taller. A los diecinueve ya era un buen operario, con un sueldo vulgar; pero mayor que lo ganaba mi padre como basurero.
Mi hermano me humillaba con sus sarcasmos sobre mi trabajo y me explicaba los grandes triunfos que le esperaban y la porquería que yo ganaba. Yo ya tenía mi coche, una porquería de utilitario cochambroso; pero él iba en tren a la universidad, lo que ganaba con sus pequeños trapicheos de escritor no llegaba a mi sueldo.
Un día, me pidió que lo llevara a la universidad, a unos veinte kilómetros de casa, se había despertado tarde y había perdido el tren. Me desvíe por una senda de tractores en una pequeña loma y le acuchillé los ojos con un destornillador hasta que murió. Lo senté en el asiento del conductor, regué el interior del coche con gasolina y lo precipité montaña abajo tras tirar una cerilla encendida en el interior.
He de reconocer que soy un indeseable, ble, ble… Pero con la vida que me tocó vivir, se me podía pasar por alto se detalle.
Andando hasta la estación volví a casa en tren y denuncié el robo del coche.
La policía es idiota y no tiene ganas de complicarse, y menos con una familia de idiotas como era la nuestra.
Mis padres, borrachos ya los dos, soltaron algunas lágrimas en el entierro y mi hermana colocada con maría y ácido, se reía como una estúpida. Su sangre estaba podrida por alguna infección. Se había quedado en cuarenta kilos y bien podría ser la modelo de una campaña en contra de la anorexia. O a favor, las modas cambian.
Se la encontraron muerta cuando contaba con veinticinco años en un descampado de drogadictos, estaba desnuda de cintura para abajo y había sido violada. Había muerto de sobredosis (y no de polla) y hemorragia, a juzgar por los cortes en las tetas, el cuello y el vientre.
A mí me daba igual, desde que empecé a ganar dinero no la follé más, ya que me daban asco sus amistades y por tanto, lo que había en su coño. Yo estaba limpio, con un trabajo de mierda, con unos padres a los que deseaba matar con todas mis fuerzas y a la espera de contraer un cáncer de cualquier tipo.
Empecé a fumar a los catorce años, y cuando contaba con veinticinco, me fumaba tres cajetillas diarias. Sesenta cigarros no está mal, era muy macho.
Tenía que darme prisa en hacer lo que me apeteciera, ya que el tiempo corría en contra. Aquel “ble,ble, ble del destino” (puto tobogán en español, en el original) no era ninguna broma y todo se cumplía como en un plan elaborado por algún dios mierdoso.
Había momentos en los que sentía envidia de los que se deslizaron por el lado bueno; pero cuando pensé en mi hermano, ejemplo vivo de perfección, me convencí para consolarme, de que no todos tenían idéntica buena suerte. Yo era el factor crítico y eso me gustaba.
Aún conservaba parte de mi candor de alma y buscaba entre la gente a alguien que se acordara de que un día fue una bolita de nube.
—¿Ble, ble, ble? —le pregunté a un hombre con el cabello castaño hasta los hombros, con ojos color miel y una mirada bondadosa, lucía barba también castaña y vestía túnica y sandalias. En cada una de las palmas de sus manos había un agujero.
Me era muy familiar el mendigo.
Se encontraba recogiendo cartones de un contenedor que olía a huevos podridos.
Me ilusioné como cuando era un alma cándida, una bolita de energía suave y sedosa, cuando lo oí hablar.
—Ble, ble, ble bleble ¿ble? (Qué putada de toboggan ¿eh? —me respondió antes de convertirse en paloma y salir volando.
Me cagué en dios dándole una patada a una botella de vidrio que al romperse una esquirla me reventó un ojo.
Me favorece el parche negro, y para lo que me queda de vida, con un solo ojo tengo suficiente.
Mi padre murió de cirrosis cuando cumplí los veintinueve. Yo le compraba botellas de vodka a las que añadía una jeringuilla de alcohol etílico; poca cosa; pero lo suficiente para que al perro le hiciera mucho daño y más rápido. Me daba un gran placer ver morir a los que me habían tocado como familia en el “asco de vida”. Por lo menos había sacado algo de inteligencia para ello.
Había conseguido un estudio de alquiler por muy poco dinero al mes, era un sótano sin ventilación y siempre vivía en una permanente nube de humo de tabaco. Por fin perdí a mi madre de vista. Se había engordado, y en sus piernas aparecieron profundas llagas llenas de pus que tenían que curarle cada dos días con apósitos especiales. Tenía más azúcar en la sangre que el café que yo endulzaba con siete cucharadas.
Hace ya cuatro meses que la visité en casa, le llevé pastelitos de chocolate y nata para que le subiera el índice de glucosa en sangre y cuando se quedó dormida la ballena, coloqué el calefactor pegado a las sábanas de su cama y rompí la goma de la bombona de gas.
Todos concluyeron que era un final lógico para la gorda asquerosa y para la familia del piso de arriba, que bajó con todos los escombros hasta la planta baja.
Nunca he sentido remordimientos, al final no soy el culpable, si lo piensas bien, es una cuestión de mala suerte mía, yo soy el que la ha padecido. Los otros no me importan, ellos también fueron bolitas y posiblemente tuvieron más suerte que yo.
Este es el resumen de mi vida, y el valioso testimonio de cómo funciona el cuento de las almas y su destino.
Es solo una simple y puta lotería y como siempre, cuanto más idiota eres, más suerte tienes.
Ble, ble, ble…
Y por lo que respecta al cáncer, todo va bien. Fumo mis tres cajetillas de cigarros, me alimento de fritos y grasas, hago pesas para tener mayor masa muscular y follar con más facilidad a las idiotas niñatas sin pagar ni un centavo y tengo con ello el sobrepeso ideal.
Acabo de escupir mi primera bocanada de sangre que ha salido con un acceso de tos. Me duele horrores la espalda, por debajo de las costillas. Es un dolor punzante, como si tuviera una llaga profunda.
Sé que es cáncer de pulmón, leo mucho.
Me enciendo un cigarro sin miedo alguno, he llegado al final.
No sé si suicidarme ahora mismo, o dejar que la enfermedad me haga sufrir y con ello provocar más gasto y molestias al personal sanitario.
Prefiero joderme aquí un rato más que volver a bajar por la repugnante rampa del destino otra vez.
Lo que me jode, es que estuve demasiado tiempo bajando por aquel puto tobogán para vivir unos segundos.
Desde luego, no soy un alma con suerte.
Cuando mi cuerpo escupa ya la última gota de sangre y los pulmones negros asomen por la boca, yo saldré como una preciosa bolita peluda y vaporosa, flotando para caer en una gran piscina llena de sangre serena y cálida.
Eso me gustaría.
No quiero vivir más; pero las bolitas de alma no mueren, vuelven siempre arriba. Flotamos como globitos hacia un lugar abarrotado de bles, bles, bles.
Ahora que conozco la posición de las bifurcaciones, me colocaré en los lugares adecuados con tiempo.
Aunque los subnormales de los de mantenimiento, seguramente habrán cambiado los letreros. Fijo.
¡Qué asco de vida!
Ble, ble, ble…




Iconoclasta


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19 de octubre de 2011

Lección de preescolar para hipócritas

*pornografía. (De pornógrafo). 1. f. Carácter obsceno de obras literarias o artísticas.
*obsceno, na. (Del lat. obscēnus). 1. adj. Impúdico, torpe, ofensivo al pudor.
*Extraído del diccionario de la Real Academia Española

Vamos a ver si lo entendéis con unos ejemplos. ¿Habéis leído las definiciones de pornografía y obsceno? ¿No?
Pues ahora mismo os vais al inicio de este ensayo y lo leéis, coño. Que sois muy mirados y muy probos ciudadanos; pero la lectura no se os da nada bien.
Pornografía u obscenidad:


Esto no se les puede enseñar a los jóvenes, es impúdico.
Vamos a ver ahora donde tenéis vuestro pudor de mierda:


El niño muerto sí que es para decorar la habitación de vuestros niños y una obra de arte.
Os entiendo más de lo que quisiera, mis estúpidos fariseos.
¿Es más impúdico ésto:


qué ésto?:

Por mí os la podéis pelar con lo que queráis; pero mi hijo me agradece más esto:


Que esto:

Bueno, ahora me diréis según el diccionario, que es lo que os hiere más el pudor y según lo que penséis, pensad que vuestra sensibilidad está podrida.
Y vuestra mentalidad está más cerrada que los pulmones de esos niños muertos.
Y tenéis el gusto en el culo.
Es que no hay otra forma de enseñaros, fariseos.
Buen sexo.



Iconoclasta


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15 de octubre de 2011

Escribir jode



A veces falta algo, una distracción, algo que no sea el papel y las putas letras.
No falta nada, se trata de impaciencia. Hay mucha presión para continuar escupiendo una quimera tras otra aún aleteando en mi boca. Esos horribles peces me miran y sienten vergüenza de ser tan feos y venenosos. Y grandes, porque cuanto más grande se es, más empeora todo (la discreción es importante cuando se es un mierda, y procuro esconderme en la oscuridad, con las musarañas). La naturaleza los hizo así, yo los he colocado en el borde de la repugnancia, si algo es feo, no tiene derecho a existir. No en mi mente. Que se desintegre su ignominiosa faz de la tierra.
—No nos hagas esto —lloran deshaciéndose.
La vista está cansada, me duele la cabeza. Más presión.
Debo descansar.
Debo escribir todas las putas aberraciones que pueda en el menor tiempo posible; tengo poca vida de tiempo.
Un elefante aplasta el cráneo de un niño y debo escribirlo y describirlo.
La madre toma al pequeño entre sus brazos y el cerebro se escurre como una tripa lavada entre los huesos aplastados. Es hermoso el drama de la muerte con sus impactantes emociones. El payaso llora chorros a presión de orina y el tigre lame la sangre en la arena. La madre mete los dedos en la cabeza vacía, intenta acariciar el alma de su niño.
Es un estallido de color el de la desesperación…
Hay mucho dolor y mucha desolación por escribir.
Se escurre una parte de mis sesos por la nariz, es un moco que no me puedo despegar de los dedos. Me asfixia. Respiro por la boca y cae un cuerpo sin extremidades ni cabeza.
Debo escribir que soy Saturno vomitándome a mí mismo. Y una vagina enorme escupe mi cabeza sin ojos, y como una calabaza, hay una vela en su interior encendida prendiendo fuego a los sueños.
Es posible, todo es posible.
No quiero escribir más, me duelen los dedos y se aferran con fuerza al bolígrafo y rasgo el papel. Las gafas se empañan por el aliento hirviente de Satán que ha metido un palillo chino en mi oreja. Profundo…
Un Satán que he creado yo por obra y gracia de mi locura.
Me deslizo suave y dulcemente a la demencia. Olvido el lugar y la atmósfera, no soy presencia. Soy todas las pesadillas, soy todas las ilusiones pervertidas. Que nadie se ofenda, no me voy por mala educación. Me voy porque un cáncer con forma de rata me está destrozando las entrañas. El dolor enloquece.
La cordura es ahora una tira de piel seca y translúcida. Había un rastro de sangre y rápidamente se ha secado adquiriendo un color marrón, parece mierda.
¿Es posible que deje el bolígrafo un rastro de gemidos entre la tinta?
No lloro, yo solo sufro con una sonrisa. Los locos sonríen en su universo por muy pútrido que sea. Se ríen burlonamente de la realidad y se tocan la polla sin preocupación.
Quiero vaciarme, escribirlo todo de una vez por todas, no quiero más ideas en mi cabeza.
El anzuelo se ha prendido en alguna parte de mis entrañas, porque intentar pescar la cordura es un acto vano, es lanzar el sedal en el arrecife de los idiotas donde flotan paquetes de tabaco deshechos. Saco intestinos sin ningún tipo de poesía, son tripas llenas de mierda.
Al tirar de la caña sale un hijo muerto, el anzuelo atraviesa su mejilla creando una sonrisa de espanto y pena, es demasiado pequeño, corto el anzuelo y lo devuelvo muerto al agua. Si no puede nadar, que flote; pero que se aleje de mí el dolor.
Separo los labios y la vulva me ofrece el clítoris perfecto, el áureo placer. Ostentoso en su tamaño, me llena la boca y un ángel mete su virginal dedo en mi ano. Acaricia mi próstata sensible y me orino mordiendo el placer; y el amor se va en forma de espiral de humo por un ventilador en el techo.
Escribir me jode, es un dedo angelical, es un palillo en la oreja.
El ying y el yang son dos hijos de puta uno a cada lado del espejo y el coño bendito la ilusión rota. La lengua que no llega.
Las semillas del kiwi son trozos de cristal, vomito sangre. No compraré más kiwis si tuviera tiempo de ello.
Mi polla no es un adorno, no puedo amar olvidándome de mi pene. El perro lo lame y no está mal hasta que arranca un pedazo de glande. No hay dolor; pero da miedo el perro, da miedo no tener polla.
No tener sexo.
—Tenemos que irnos —dice mi padre desnudo lleno de llagas.
—¿A dónde?
—La muerte no es lugar ni tiempo. Deja el perro, deja que te coma la pilila, no te hará falta.
—Lárgate, padre. Esto no es muerte, es mi mente enferma, solo puedes empeorar.
Aferro al perro por la cabeza sintiendo la garrapata henchida cerca de la oreja, lo elevo hasta mí y muerdo su nariz arrancándosela. Ya no sé de quien es la sangre.
Padre se ha marchado triste con las manos en los bolsillos de su decadente y decrépita desnudez, vuelve al infierno. Solo quería compañía; pero tengo que escribir aunque joda. Aunque amara a mi padre, seguiría escribiendo mierda, aunque muriera de nuevo.
Aunque resucitara con las vísceras por fuera.
Escribir jode.
Y debo escribir mientras haya un solo ser vivo a quien ofender, a quien despreciar. Yo mismo soy uno.
Bajo el párpado deslizo un mondadientes, me pica el globo ocular. Escribir es una alergia. No hay antihistamínicos, solo una cuchilla afilada que libera presión en el tejido y el alma.
Y el alma es un conjunto de porquerías debidamente ordenada por emociones, por falsas emociones, por ilusiones, por la muerte que ronda.
Es mejor follar sin nada en el cerebro, es mejor meter mi destrozada polla en un agujero de carne y olvidar que soy, que existo.
Escribir jode; pero no es joder.
¡Qué puta gracia!




Iconoclasta

Ilustrado por:


Aragggón



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12 de octubre de 2011

La mamada



La puta aceptó pensando que era un loco. Un loco que agitaba cuatro billetes de cien euros hacia ella.
Demasiado dinero.
Por tanto dinero, no podía ser un servicio normal, ella era una puta tirada, de la calle pura y dura.
Se acercó al anodino coche del que salía la mano que ondeaba el dinero.
El obsceno poder del dinero… Su coño tenía un precio distinto según el cliente y según la ocasión. Y su alma también. Al fin y al cabo la prostitución es un estado mental y dices amar a quien te follas, a quien se la chupas.
Se es puta de pensamiento y de coño.
Si le pedían un beso en la boca, no hacía remilgos idiotas.
Sobre las altas plataformas de sus zapatos blancos movía sus aún bien conservadas nalgas, a pesar de los veintiún años, haciendo de puta el cuerpo se estropea mucho. Su coño estaba blando y sus pezones casi encallecidos. Una blusa de tul negro a medio abotonar dejaba ver parte de las areolas, le llegaba al ombligo y no cubría el culotte blanco de encaje que mostraba sin pudor una franja negra de vello en su monte de venus. Hay que cuidar la presentación, a las putas no se las quiere por simpatía o por inteligencia. Es solo carne para ser follada y untada en semen.
Cuando se acercó el cliente miró directamente a su coño, sin expresión alguna.
—Necesito una mamada; pero saldrá algo más que leche —le dijo el tipo de pelo ralo, de barba desigual.
—No importa, por esa pasta te saco lo que quieras.
La voz de la puta estaba rasgada por alcohol, tabaco y demasiado esperma.
Una noche como otra cualquiera, nada extraño. Mamada y dinero.
La puta, antes de subir al coche observó la calle: dos amigas suyas se habían metido en sendos coches y ya estaban felando los penes que les habían pagado. Un grupo de cinco putas hablaba animadamente frente a la sala de baile. Eran las tres de la madrugada.
Vació una bolsita de coca en el dorso de su mano y la esnifó dando la vuelta al coche por la parte posterior. Cuando se sentó al lado del cliente aún se limpiaba la nariz.
—¿Te la chupo aquí mismo? —dijo acariciando los genitales del tipo por encima del pantalón.
—No. Preferiría en una habitación.
—Está bien, tú pagas. Dos calles más arriba está la pensión.
El hombre olía mal, estaba sucio. Nada extraño, había mamado pollas con olor a vómito y mierda.
No hablaron durante el corto trayecto. En un acto casi de amabilidad, el hombre metió la mano dentro de sus bragas y le acarició el vello con escaso interés.
En la funcional habitación observó el cuerpo desnudo: estaba enfermizamente delgado.
Su pene fláccido. No quería estar demasiado tiempo con el tipo, tendría que emplearse a fondo para que eyaculara y poder volver a su sitio para conseguir otro cliente.
—¿Quieres que me desnude?
—No. Solo quiero que me la chupes.
—Si no me avisas y te corres en mi boca, te cobraré doscientos más. Me da igual que sea semen con sangre o chocolate.
—No sé si te podré avisar a tiempo. Toma los doscientos —le ofreció cuatro billetes de cincuenta que sacó del bolsillo del pantalón tirado en la cama.
A pesar de su aspecto enfermizo y desastrado, la mirada del hombre era cálida, sus ademanes tranquilos. No había amenaza en sus ojos; tal vez algo de tristeza.
Era de esos tipos que no te das cuenta de que existen, que ellos mismos son conscientes de lo poco que pesan en el planeta. Importan poco, son invisibles.
A pesar de su negativa, desabrochó la blusa y dejó libres sus pechos grandes, los duros pezones tan castigados por las caricias y pellizcos de cientos de dedos. Tomó una almohada para ponerla en el suelo y aliviar la dureza en las rodillas.
Se arrodilló, él está atravesado en la cama con las piernas abiertas y los pies en el suelo. Una posición cómoda para la puta.
Aferró su pene y bajó el prepucio para descubrir un glande sin apenas color, los glandes hambrientos tienen un color morado por tanta sangre agolpada. Aquel glande era de un rosado pálido como el de un niño.
El olor de los genitales ya no la ofendía, aunque era capaz de apreciar la falta de higiene por la calidad del olor.
Y aquel olía especialmente mal.
Él miraba al techo con las manos bajo su cabeza. Solo su vientre se había contraído al sentir las manos de la mujer sobarlo y desnudar el glande.
Se lo metió en la boca y con los labios acarició desde la mitad del bálano hasta la punta del glande. El hombre respondió tensando las piernas y la polla adquiriendo rigidez.
Con la mano libre acariciaba y estimulaba los testículos. El hombre ya había variado imperceptiblemente la respiración por algún placer. Eso creía ella.
No había placer en su expresión, se concentraba y tensaba el abdomen más de lo habitual. Se metió la mano en la boca cuando su erección fue total y brotaron lágrimas de sus ojos.
Eran lágrimas de dolor, las putas distinguen esas cosas.
—¿Estás enfermo?
—Sí.
—Yo también, tengo el sida —respondió ella.
—Lo mío no tiene nombre…
Y calló de repente tenso por una fuerte convulsión, se mordió la mano con fuerza, hasta sangrar, por algún alienante dolor-placer. Las venas de su vientre eran varices a punto de estallar.
El glande se ensanchó en la boca de la puta y le separó las mandíbulas. Se asustó.
—No me dejes ahora, no ocurrirá nada, puta. Sigue mamando y te daré cuatrocientos más.
Ella aceptó sin poder remediarlo con todo su miedo, con todo su asco.
El hombre gritaba a la vez que lanzaba su pelvis hacia arriba, hundiendo más el pene en la boca de la puta, provocándole náuseas y dolor en las mandíbulas. No podía abrir más la boca para liberarse de aquella puta polla.
Algo viscoso y blando sintió en la boca, algo se agitaba en su lengua a medida que el pene disminuía de tamaño. El cliente se relajaba y sus gritos se convirtieron en jadeos, en gemidos de placer y cansancio.
Entre un vómito salió de su boca una oruga ambarina, parecía vieja como la tierra misma: una oruga del tamaño de su dedo corazón. Se retorcía en el vómito, como si la hubieran sacado de su atmósfera. El gusano agonizaba. El hombre la aplastó con el pie desnudo y se limpió en las sábanas.
Unas gotas de sangre cayeron de la nariz de la puta.
—No te asustes, es solo una reacción alérgica a la podredumbre, se pasará pronto.
La puta vomitó otra vez al sentir de nuevo el hedor de aquel gusano en su boca.
El hombre la abrazó, la consoló. Ella lloraba.
Sus mejillas tenían ahora color, se le veía menos enfermo. Más fuerte y seguro.
—Soy la nueva generación humana, soy el primero de una nueva especie. La mutación de la corrupción humana. Mi semen es lo que la humanidad ha creado. Soy hijo de una pareja de idiotas, de dos seres tan vulgares que solo tienen parangón con los gusanos.
La puta oía aquellas palabras como una locura, como un delirio. Aunque el gusano en su boca, fue tan real como repugnante.
El hombre se vistió y alcanzó el picaporte de la puerta.
—Me ha gustado, lo has hecho bien. No siento tu asco y tu incomprensión. Todo yo soy podredumbre, huelo mal como los pensamientos humanos. Huelo mal como la mediocridad de los millones de humanos y no siento nada por vosotros. Soy el hambre y la hipocresía. Y mi semen es la semilla de todo ello. Soy la religión y el respeto. Gusanos en mis huevos. Y éstos fertilizarán óvulos. Y pudrirán a la madre que morirá momentos después de haber parido. Has tenido suerte, puta. Te podría haber follado.
El hombre podredumbre se marchó.
La puta entró en el lavabo y se limpió de vómito la ropa y las tetas. Se llenó varias veces la boca de agua y la escupió, lamentó no llevar pasta ni cepillo de dientes.
Se sentó con las piernas abiertas en el bidé y mientras dejaba que se llenara con agua fría pensó en la maldita naturaleza, en las mutaciones y en la podredumbre. En la humanidad repugnante que le importaba una mierda que su cuerpo se descompusiera por dentro por un virus. Que sus uñas se cayeran y le salieran llagas en los pliegues de la piel.
Se untó una crema en la vagina, y como le enseñó su madre, tiró fuerte de sus labios vaginales para abrir la vulva cuanto pudiera. Respiró profunda y repetidamente y emergió de su sexo la inquieta cabeza de una cucaracha que se ahogó en el agua. Era del tamaño de su mano.
Se preguntó si antes de morir por la infección, podría comprar una mamada a un chapero para poder soltar su cosa en la boca. Que otro tragara como ella había tragado.
No es justo no tener dinero para darse un placer como ese podrido se había dado con ella.
Una nueva especie… Tal vez sí, tal vez el gusano sea más discreto que las cucarachas que salen de su coño.
—Me da igual el puto gusano que la cucaracha —dijo en voz alta con el enorme insecto muerto en su puño— que se jodan todos como me joden a mí.
Mordió la cabeza de la cucaracha y la escupió, se puso la blusa y se ajustó las bragas para que se marcara la raja de su coño. Salió de la habitación hacia su esquina, a la puta calle de nuevo.



Iconoclasta

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7 de octubre de 2011

Exposición y ponencia en el foro: “Las nuevas fronteras de la sexualidad”, acto organizado por Alianzajoven Puebla. 6 de Octubre de 2011. Puebla. Pueb



Exposición y ponencia en el foro: “Las nuevas fronteras de la sexualidad”, acto organizado por Alianzajoven Puebla. 6 de Octubre de 2011. Puebla. Puebla.
Por Aragggón e Iconoclasta


(Iconoclasta) Salmo nº 1: Besaré hasta tu alma. Besaré tus labios entreabiertos con la única misión de beberte. No bajaré la presión en tu boca. Me ahogaré en ellos, no existe muerte más divina.
(Aragggón) Salmo nº 2: Usaré mis dedos para reconocer los territorios de tu piel, trazare los límites de mi propiedad, marcare los rincones inhóspitos con caricias incandescentes. Seré conquistador incansable, imperdonable.
(Iconoclasta) Salmo nº 3: Amasaré tu cuerpo, fundiré tu piel. Las manos jamás quietas encontrarán tu sexo y tus nalgas. Se cerrarán los dedos, se moverán al ritmo con el que mi lengua lucha contra la tuya.
(Aragggón) Salmo nº 4: Se inundarán los cuerpos de vapores hechos sudor con la simple provocación del encuentro de las miradas mientras sus sexos son tocados obscenamente.
(Iconoclasta) Salmo nº 5: Lameré tu coño de arriba abajo, de izquierda a derecha.

Exposición de Aragggón:
Nos pidieron una breve plática sobre el sexo, definitivamente no creemos que tengamos que agregar algo innovador en este tema puesto que todos sabemos desde el momento en que distinguimos nuestros genitales que ya estamos en contacto con esta deliciosa y húmeda temática.
Solo trataremos de exponerles una invitación a las mentes reprimidas por el sistema que por siglos ha castrado el pensamiento, acusando al sexo como el lado sucio y oscuro del comportamiento humano.
Nunca ha sido nuestra intención elaborar la nueva versión tántrica del sexo en el siglo XXI. La metáfora y el suave erotismo lo consideramos solo como una dulce visión de los escritores románticos. No somos románticos. Hablamos claro, copiamos los pensamientos que todo ser humano reprime y esconde en los rincones oscuros de su mente mientras se masturba o contempla alguna imagen que hace acelerar su libido. E incluso podríamos decir que el objetivo de nuestras letras será otorgar tranquilidad a alguna angustia que experimentan con su misma pareja. Nos han llamado pornógrafos. Cantidades de veces. Nosotros nos morimos de risa y ¿por qué no? De vanidad también.
Hablar de sexo siempre despierta el instinto de morbo, lo traemos de pequeños, es parte de nuestra realidad animal.
Si alguno persigna sus ojos cuando nuestras letras caen por accidente frente a ellos su reacción nos engrandece, porque consideramos que alguna parte de sus múltiples tabúes se ha liberado.
A través de las letras podemos hablar de lo que en general la gente piensa pero reprime. Es como querer retener el semen en la mano sujetando el orgasmo. Siempre hay algo que se libera, siempre es necesario.
Sabemos que hay miedo de pronunciar palabras, hay algunas que no se atreven a decir en muchas bocas. Ahí estamos nosotros. Ahí están nuestras letras enunciando los angustiosos verbos y los endurecidos contactos.
Ya lo dijimos alguna vez: Estamos felices de tocarnos los sexos y unirlos cada vez que queremos.
La vergüenza, el pudor, la virtud son el blanco de nuestras letras. La provocación nuestra herramienta, la lubricación involuntaria nuestro fin. Tal vez sea esto el resumen de lo que podamos aportar, una nueva lectura que sea tan natural como gozosamente sexual.

Exposición de Iconoclasta:
Sinceramente, no creemos que haya una nueva sexualidad. Todas las formas de sexo están ya inventadas, todas las perversiones catalogadas (salvo alguna minucia como el sexo con insectos) y todas las combinaciones realizadas.
Hemos visto mucha pornografía y lo sabemos. Somos instruidos.
La nueva sexualidad es una forma amable de decir que hay menos hipocresía que hace una década. Nada demasiado importante.
Siempre estará mejor visto y tolerado un borracho que una dependienta o dependiente de sex-shop.
El problema no es el acto, el problema sigue siendo la palabra. Hablar de ello, describirlo.
Hay orejas con una especie de alergia hacia algunos vocablos.
Si escribimos la palabra polla o coño, muchos lectores tienden a escupir como si algo embarazoso en su boca se encontrara. Otros, los menos, hacen lo contrario y aspiran.
Meterla está bien cuando se cuenta un chiste. En una conversación cualquiera, al uso, la descripción habitual es “hacerlo”.
Follar o coger está bien si no se escribe; si se pronuncian estas palabras con risas divertidas y burlonas.
“Adoro libar del sagrado cáliz que hay entre sus piernas”. ¡Qué cosa más chocha!
La nueva sexualidad ha de comenzar por una forma coloquial de hablar del sexo, de todas sus variantes. Dar por sentado que hay una diversidad es un hecho democrático y la democracia empieza por uno mismo, a nivel individual.
Una broma es que un personaje en un chiste se unte el sexo con cola loca.
El negar o rechazar un acto sexual, sea con quien sea, no es una broma; constituye un acto de violación de la libertad. Y por ahora ya ha habido demasiados tiranos a lo largo de la historia.
Por cierto, hay que tener muy en cuenta que nuestros padres follaron, que no nos nieguen nuestro derecho ni pongan trabas a ello. Porque no hay niños ni niñas santas y benditas. El deseo de sentir placer se desarrolla junto con nuestros huesos.
Y si alguien tacha de pornografía el sexo, puede tener razón cuando se trata de escenas filmadas o en vivo. En literatura la pornografía solo está en la mente del lector, en su estrechez o en su amplitud de miras.
Somos pornógrafos para muchos; cosa que facilita nuestra masturbación.
Y si trabajar cincuenta y tantas horas a la semana es bueno, está aceptado. El que follemos o nos masturbemos, jamás le hará daño a nadie.
Que no jodan y si tienen ganas de joder, que lo hagan con su pareja si les dejan o saben.
Maldito ingenio el nuestro que provoca prurito en sus cerebros… No somos terapéuticos para según quien.
Los niños pueden morir de hambre, de disentería y por minas anti-personas que hay plantadas por todo el planeta; si recurren a vender su cuerpo para alimentarse, eso es peor. Es mejor que mueran.
Ni lo uno ni lo otro es ético; pero antes que el sexo, está la vida, la supervivencia.
Lo primero es preservar la vida.
Cuando el hambre esté erradicada, será un buen momento para perseguir la prostitución; primero que vivan.
Porque lo único que hacen los gobiernos, es esconder la basura bajo la alfombra porque están educados bajo los hipócritas preceptos de esta sociedad.
Hay que poner objetivos, hay que lograr sentar una conciencia lógica y abierta en los mandatarios. Deberían pasar un test de inteligencia y de aptitud antes que poder optar por un puesto de gobierno, cualquiera que sea.
Pero tememos que hay muy pocos capaces de superar ese test.
Y no vamos a entrar en razones de orientación sexual, para nosotros es sexo el que hay entre dos hombres, entre dos mujeres y entre hombre y mujer.
Y entre cuarenta anónimos cuerpos humanos sudorosos con los ojos vendados en una recámara de tres por tres metros (el perro que ladra es el del vecino, que nadie sonría con sarcástica sabiduría). Y estas cuarenta personas disfrutan con su confusión, sin saber si meten o les meten.
Más o menos, lo mismo que les ocurre a los que tratan el sexo como algo que se debería esconder: no saben. Pero no disfrutan ni dejan disfrutar.
Y esta es nuestra postura con el sexo: no hay tolerancia porque no hay nada que juzgar o soportar, cada cual es libre y sin juicio por parte de nadie; con la literatura no tenemos postura, todo está permitido, jamás limitaremos nuestra imaginación, hiera a quien hiera.
Si herimos la sensibilidad nuestro ego se engorda. Si alguien se sonríe ante las sexuales imposibilidades que escribimos, bien por él o por ella; porque para esas personas son nuestras a menudo, aberrantes ideas.
Y ya solo queda desearles felices humedades como dice Aragggón, mi pareja.
Y por supuesto, buen sexo.
Y abundante.


(Durante la exposición se proyectaba en la pantalla del auditorio la imagen de cabecera del blog: Aragggón / Iconoclasta (expulados del averno) (http://ultrajant.blogspot.com). Y tras las ponencias se proyectó el video: Los cincuenta mandamientos del no amor (http://www.youtube.com/watch?feature=player_profilepage&v=skA1jEnEsLc).

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Aragggón


Iconoclasta


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5 de octubre de 2011

666 y los niños pobres



Si no estás atento, morirás. Y no porque tengas buenos reflejos te salvarás; porque jamás podrías esquivar mi embestida.
Has de estar atento a la variación de la frecuencia del sonido y el enmudecimiento de algunos animales.
Has de estar atento a la sutil bajada de temperatura en el ambiente.
Y es por eso que mueren unos más pronto que otros.
Los que están más cercanos al mundo animal e irracional, al del instinto, tienen más oportunidades de detectarme: los niños.
El motor del Aston-Martin ruge intranquilo e impaciente esperando que el semáforo cambie a verde; y espero porque hay coches delante, no me importaría pasarlo en rojo y provocar un accidente que decapitara a seis primates.
Esperamos bajo la sombra de un árbol plantado en la mediana ajardinada de la avenida.
La calle que la cruza es pequeña y estrecha, no hay tráfico y menos cuando el sol cae tan a plomo en el maldito mediodía. Dos coches están delante de nosotros y mi Dama Oscura se ha subido la falda dejando desnudo su rasurado sexo, separa los labios para que el chorro de aire acondicionado le enfríe su siempre hirviente coño.
Tomo con la mano su vagina y presiono, ella responde mojándome. Yo ensucio el pantalón con mi fluido denso. Ella acaricia la gota que coincide justo con mi sobredimensionado glande.
Nací para el placer y para dar muerte. Mi polla es enorme; pero carezco del instinto de la reproducción. De hecho, soy todo lo contrario.
La zona ajardinada da acomodo a unos trece o catorce cachorros de primates miserables que venden sus miserias por diez pesos y por menos si el conductor está dispuesto a regatear.
El niño que se encuentra ahora ofreciendo sus obleas insípidas al conductor del primer vehículo, es de piel genéticamente oscura e higiénicamente lleno de excrementos de todo tipo. Desde aquí huelo su hedor y su sangre enferma, ese crío tiene una leucemia que nadie ha detectado. Conozco la muerte y la miseria mejor que ese Dios maricón al que rezáis.
— ¡Obleas a nosotros! —dice entre risas mi Dama Oscura.
¡Qué ironía, hostia puta!
Si el niño hubiera tenido más experiencia, hubiera observado la anómala y repentina quietud de las ramas de los árboles. Si el niño no estuviera amenazado por su amo, habría notado la hostilidad que emana a nuestro alrededor.
Si no tuviera hambre y sed por llevar ya siete horas entre los coches ofreciendo su mierda de dulces, no se habría acercado a MÍ. A Nos.
Cuando los dos primeros coches han negado las hostias al niño y se dirige a nosotros, se asombra ante la fastuosa línea del Aston.
Saco por la ventanilla un billete de cien pesos y el miserable primate acelera el paso con sus manos llenas de tiras de obleas.
—Cinco obleas por treinta pesos —me ofrece el pequeño primate de pelo negro aplastado en las sienes y los dedos llenos de costras.
A los primeros coches se las ha ofrecido por diez pesos.
Como estoy sentado y no puedo sacar el puñal que llevo metido entre los omoplatos, le coloco el cañón de mi Deserte Eagle en la boca y disparo.
La sangre me salpica y un trozo de mandíbula reposa ahora frente al coño de la Dama Oscura, como una broma macabra sobre un infantil y póstumo cunillingus.
La muerte tiene una de las sexualidades más impactantes. Es cabrona.
El cuerpo del niño desaparece de mi campo de visión y asomándome por la ventanilla dejo caer el billete en lo que queda de su cabeza.
Es uno de esos países en los que es fácil matar. La verdad es que mato sin problemas en cualquier parte del planeta; pero aquí es especialmente aburrido. Es tan habitual la muerte que a nadie espanta demasiado.
Los dos coches detenidos delante de nosotros se han puesto en marcha tras el disparo y los de atrás desearían poder dar marcha atrás con la suficiente rapidez para alejarse de nosotros.
El vehículo que está pegado al nuestro es una camioneta Ford Lobo y su ocupante es un tipo con sombrero de alas dobladas al estilo cowboy, camisa blanca ajustadísima con florecitas a la altura del pecho y unas gafas de sol tan grandes como el parabrisas de su vehículo. Desde el disparo apenas han pasado diez segundos e intenta salir del interior con las llaves en la mano.
Ya tiene medio cuerpo fuera cuando la Dama Oscura clava su estilete entre dos costillas superiores del lado izquierdo y corta hacia el esternón. Es un corte preciso y letal, ya que atañe directamente al pulmón y al corazón del primate. Esto no es una escuela, no se aprende. Yo se lo enseñé de un modo completamente filantrópico.
Recuerdo pasar mi glande por sus costillas antes de metérselo en la boca. Presionaba y le dejaba un rastro húmedo allá donde era letal clavar el acero. Ella se estremecía deseando que presionara así en su vulva de grandes labios.
La observo caminando tranquilamente hacia el último vehículo, en el que la conductora está tan asombrada, que en lugar de salir se mantiene inmóvil en el asiento aferrando con fuerza el volante con ambas manos. Sus tres hijos lloran en el asiento de atrás de un chevy salido de un desguace.
Disparo a los tres niños al pecho y a la madre en la sien, el coche se tiñe de rojo por dentro y por las lunas resbalan restos de primate y ropa. Enseguida puedo detectar el aroma insano de la sangre de primate.
Ningún animal descuartizado huele tan mal como un primate.
Escuchando los pulmones de los cuatro primates luchar por tomar aire, observo al cowboy morir bajo la mano de la Dama Oscura; la mancha roja que se extiende por su camisa ha empezado en el pecho y como una riada, antes de caer al suelo, ya se le agolpa la sangre en el cinturón. Amo a mi Dama por encima de toda la sangre y la muerte vertidas en este infecto planeta.
El resto de niños vendedores corren hacia sus cajas para guardar sus productos y escapar de la muerte. Un par de primates de mediana altura, que visten sucias sudaderas con capucha se acercan a los niños y los hacen sentar al lado de sus cajas llenas de golosinas e inútiles cosas, no se pueden ir. Ellos son los amos y no han dado permiso para que se muevan de su puesto de trabajo.
Un coche que se aproxima, frena con un chirrido de neumáticos y da media vuelta al observarme de pie ante la puerta abierta del utilitario y a la Dama Oscura sacudir con el pie el cuerpo del primate con gafas de pie y clavarle en la nuca el estilete. Por lo visto no se acababa de decidir a morir.
—¡Eh, idiotas! Vosotros no sois de la zona, esto pertenece a Don Armando. ¿Sois de la costa, verdad? —el del bigote se acerca alzando una vieja automática del 45.
Su amigo espera junto a los niños.
La Dama Oscura se acerca a mí, separa las piernas, levanta la falda y deja al descubierto su sexo. Con el puñal se acaricia el vértice superior de la vagina dejando un irregular dibujo de sangre en el pubis.
El moreno primate llega hasta nosotros y presiona encima de mi corazón el cañón de su arma observando con su mirada cerduna como la Dama Oscura se acaricia con el filo del estilete.
—¡Eres una linda puta! A ti no te mato ahora, serás el regalo de Don Armando; pero te puedes despedir del güero de mierda.
No soporto que un primate analfabeto me hable así, no soporto que me miren y siento naúseas cuando un mono y tan oscuro como éste, me toca.
Levanto rápidamente el brazo izquierdo y saco de entre mis omoplatos el puñal que llevo enterrado en la carne. Lo clavo con fuerza en sus genitales al tiempo que levanto el brazo que empuña el arma. Dejo el puñal clavado en su polla, apoyo el cañón de mi pistola en su muñeca y disparo. Con ello se pulveriza el hueso, y es fácil desprender la mano del brazo. Pego un pequeño tirón y me quedo con su arma y su mano. La mano la tiro dentro del coche para que jueguen con ella los tres niños muertos si pueden.
La Dama Oscura se agacha para abrir el pantalón del primate a punto de desvanecerse en el suelo y ver la herida del cuchillo.
—¡Tú! Mono de mierda, ven aquí o acabo de reventarle la cabeza a tu compañero.
No es habitual que se escapen los idiotas a los que voy a matar, mi voz no es melodiosa, ni amable. Es pura muerte, y tal vez por ello obedecen. Se dan cuenta los primates cuando van a morir, cuando es imposible alejarse de algo como yo. Sus instintos se cuajan de miedo y su voluntad se convierte en un mar de lágrimas por lo que nunca llegarán a ser.
Duda durante un momento y por fin deja caer la pistola en el suelo, junto a uno de los niños mendigos. Se acerca a nosotros descubriendo la capucha de su sudadera verde y grasienta.
La Dama Oscura ha descubierto la herida en los genitales del mono: el glande ha quedado partido en dos pedazos y el escroto rasgado deja asomar un testículo.
Hay poca sangre y se ve con claridad.
—No lo mates aún, mi Dama.
Ella me mira y acaricia el glande destrozado y se lleva los dedos ensangrentados a los labios. Mi erección es poderosa y me acaricio el pene por encima de la ropa, con mi natural obscenidad.
El mono tendido en el suelo balbucea algo ininteligible y mueve continuamente su muñón. Duele tanto el hueso reventado que poco le importan sus cojones.
Su compañero se ha detenido a un metro de nosotros, a pesar de lo sucio, se ve que tiene el cabello rubio y los ojos oscuros. Es un ejemplar de unos veinte años. El que se muere desangrado tal vez tenga quince años más. Sin embargo, el brillo de sus ojos, (de ambos) no da más que unos catorce años mentales.
—Sácale el puñal a tu compañero —le ordena la Dama Oscura mirándolo desde su posición arrodillada.
Ella sujeta los genitales con las manos para que el sucio mono rubio tire del estilete y no se lleve el trozo de glande.
El mono herido grita de dolor al sentir la presión de las manos ahí abajo y su amigo vomita manchándole los pantalones.
Son más limpias las matanzas de cerdos.
—¿Sabes que vas a morir aunque nos obedezcas, verdad? Hoy no verás como se pone el sol. No verás tal vez ni correr diez minutos en el reloj. Te odio por ser hombre, por ser mono, por ser sucio, por ser cobarde. Te odio como nadie puede hacerlo. No dejaré de ti ni el alma.
Cuando se agacha para empuñar el cuchillo, llora sin pudor alguno y durante un segundo se sujeta las sienes por un dolor. Es mi presión, es mi voluntad rasgando su red neuronal.
La ira crece en mí alimentada y avivada por las lágrimas de los primates.
Los niños pobres lloran sentados en la hierba, lloran en silencio porque alguien es más malo que sus amos. Huelen la maldad como yo huelo la mierda que hay pegada en sus pieles.
Por fin arranca el cuchillo, ha salido fácilmente.
—Límpialo con la lengua. El filo también.
Y lo lame. Se corta la lengua sin quejarse.
Se ha meado encima.
El moribundo a su vez, ha lanzado un grito atroz. Y no parece que acabe nunca.
Meto la mano en su boca y aferro su maxilar superior para arrastrarlo por el suelo hacia el bordillo de la acera. Elevo su cabeza y la golpeo contra el borde de granito. La parte posterior del cráneo se revienta con el primer golpe y ahora además de gritar sus piernas se convulsionan, haciendo que sus ensangrentados genitales se agiten ridículos en su pubis. Con cada grito que lanza mi ira crece.
Ya no sé cuantas veces le he golpeado, en algún momento dejó de moverse y ahora su cerebro está deshecho entre el bordillo y la calzada.
No soporto los gritos de los primates, no soporto tocarlos y cuando eso ocurre no existe fuerza en el universo que pueda mantener mi control.
La Dama Oscura posa una mano en mi espalda.
—No le queda ya ni alma, mi Dios. Deja el cadáver, deja el mono que ya no respira.
Los niños lloran, lanzan chillidos de pánico sin atreverse a mover de allá donde sus amos los obligaron a quedarse.
Hay miradas desde las casas, tras las ventanas. Cobardes monos que observan la muerte y callan rezando a su patética virgen y dios para que mis ojos no miren los suyos. La policía no aparece y hacen bien si no quieren morir.
Enciende un cigarro y me lo pone en los labios, sus manos acarician mis genitales en un masaje que me tranquiliza. Un grueso hilo de baba me cae de la boca y noto una tranquilizadora humedad en el pecho.
Se acerca al sucio primate que se frota las manos ensangrentadas. Con su fino estilete, le empuja en la zona lumbar para que camine hacia el grupo de niños que lloran ahora en silencio. A pesar de que la Dama y el insignificante hampón se acercan a ellos, no despegan su mirada de mí, de mi cara sucia de sangre, de los hilos de baba que se descuelgan de mis labios. De mi inmenso pecho expandiéndose para llenarse de este apestoso y caluroso aire. De mis ojos que prometen el tormento absoluto que aniquila el corazón y la mente al mismo tiempo. No hay tiempo para pensar, sólo existe el dolor.
Y los pequeños lo saben mejor que nadie, su instinto está aún a flor de piel en sus pequeños cerebros. Aún no se han hecho las callosidades en los sesos que los hacen idiotas.
Aspiro fuertes bocanadas de humo, admiro a mi Dama a través de la niebla suavemente narcótica.
—¡Atención, niños! Este señor no es nada. Está muerto. Solo pertenecéis a un único ser y es Él. Él decide vuestro momento de morir, a él le debéis terror y obediencia absoluta —les habla suavemente, y me señala a mí, como si les contara un cuento infantil, al mismo tiempo y situándose a la espalda del joven, le rebana el cuello al tiempo que tira hacia ella de su pelo sucio.
La sangre brota como un sifón y ensucia las ropas y caras de los niños, que ahora no gritan, gimen como pequeños cachorros de perro ante la desmesurada muestra de violencia.
Mi Dama es fuerte y aún aguanta el pesado cuerpo inerte por los pelos. Cuando la sangre deja de manar con fuerza, lo deja caer al suelo. Se derrumba como una serpiente con el espinazo roto.
Me he sosegado, mi visión del pútrido planeta que ese dios idiota creó en siete días de mierda, ya no es sanguínea. He recuperado mi visión y la sangre que cubre las piernas de mi Dama, como si de una menstruación se tratara, me provocan una poderosa erección. Voy hacia ella y sin girarse, sabiendo que estoy cerca, eleva su falda y me ofrece sus nalgas.
La penetro ante los niños pobres y miserables, entre sus nalgas encuentro su agujero infinito y húmedo y mi pene se desliza forzando una vagina que me adora.
Bombeando en su coño, provocando que sus ojos se entornen de placer, les hablo a los niños pobres. Les aviso, les comunico que su vida depende de mi humor. La Dama Oscura se hace un ligero corte en el pubis para desahogar toda la presión que le estoy metiendo por el coño. La sangre caliente riega su clítoris enorme que sobresale por entre los labios como un pequeño pene. Yo lo toco y lo castigo sin cuidado.
—Vais a sufrir, este terror que estáis sintiendo, os preparará para vuestra edad adulta, nada podrá ser peor que lo que veis, que mi voz. En parte agradeceréis mi presencia, en parte la aborreceréis porque temeréis a lo largo de vuestra vida encontraros conmigo. Seré la guillotina a punto de caer sobre vuestro cuello. No lo olvidaréis.
El pequeño de trece años y el mayor del grupo, parece ser el más valiente y me mira directamente a los ojos, desafiándome. Yo continúo follando a mi Dama. Sin perder el ritmo disparo mi Desert Eagle en su desnudo torso. La bala hace desaparecer su hombro y su cuerpo sale despedido fuera de la zona ajardinada. El brazo izquierdo pende ahora de un pellejo de piel y nervios y durante un hermoso y largo minuto, respira forzadamente, hasta que se vacía de sangre.
Y muere el pequeño primate.
Cuando sus pequeñas costillas cesan en su movimiento, mi semen resbala de la vagina de la Dama fundiéndose con la sangre. Con el pene erecto y goteando esperma, me pongo frente a ellos. Sus ojos están inmensamente abiertos y no son conscientes de las lágrimas que riegan sus rostros.
—Cuando alguien os mire como ha hecho Miguelito conmigo, lo debéis de matar como yo acabo de hacer. Sois unos muertos de hambre y no tenéis nada que perder. Matad a vuestros padres borrachos, dadle una buena paliza a vuestra madre sumisa, le encantará. Tú, Arsenio —el más pequeño de todos, de unos seis años— estás predestinado a morir por la diabetes en poco más de cinco años, no te doy la fecha exacta porque no puedes saber más que yo. Tus padres nunca te llevarán a un médico para curarte de todas esas llagas que te salen en la boca. Ni siquiera tendrán dinero para la insulina. Te quedarás ciego, te amputarán miembros y morirás.
Saben que digo la verdad, Arsenio mira sus manos y entre ellas caen las lágrimas. Está tan sucio que quedan marcados los regueros que provocan.
La Dama Oscura los obliga a ponerse en pie y desnudarse de cintura para arriba. Un coche patrulla de policía que circula por la travesía se detiene a cincuenta metros de nosotros, los once niños los miran con los ojos llenos de esperanza cuando bajan del coche y se acercan con las manos encima de las fundas de sus automáticas.
Soy mortal a cualquier distancia y disparo a sus gafas de sol. Sus cráneos se abren con una nebulosa roja por la parte posterior de su cabeza. Os aseguro que se han vaciado de masa encefálica en una décima de segundo. Sus brazos se elevan como si saludaran a la muerte por la potencia de los disparos y caen al suelo convertidos en dos monigotes. Son tranquilos hasta para morir en esta parte del mundo.
Los niños rompen a llorar de nuevo, a Axel de ocho años le doy un fuerte puñetazo en la mandíbula y se la disloco. Es la única forma de que las crías de primate presten una máxina atención: provocar el dolor.
Sus pequeños y oscuros ojos se han amoratado en el acto, los incisivos y el colmillo inferiores, se han quedado colgando de la encía. No tiene fuerza para llorar. El silencio es absoluto. Los vecinos continúan espiando cobardemente a través de las ventanas de sus pisos de mierda. Disparo a una ventana en la que he observado movimiento en las cortinas y al instante en el que el vidrio se rompe, en la cortina se forma una aparatosa mancha de sangre. Hay gritos y una mujer pide auxilio histérica, he matado a su padre, un vago de sesenta años tan cobarde como ella.
Clavo el puñal justo en el esternón de Axel, está quieto ya que se encuentra en estado de shock, cuando siento el hueso en la punta de acero, dejo de empujar y corto hacia abajo. Su dolor es inenarrable y me alimento con ello. Cuando llego al ombligo, acabo mi obra haciendo una línea horizontal cruzando la vertical: una cruz invertida para que Dios se joda.
La Dama Oscura capta la idea y en poco menos de diez minutos, hemos marcado a los once niños. Serán nuestros involuntarios apóstoles del dolor.
El temor que han vivido, los convertirá en perros salvajes y antes de que cumplan los dieciséis años, ya habrá matado cada uno a más de treinta personas. Todos salvo Paco de nueve años que morirá dentro de dos días por la infección de la herida (es débil). Y Salvador de ocho años, al que he destripado y dejado sus pulmones colgando como mantos de carne rosada en su torso.
Ningún primate de mierda tiene derecho a maltratar a los niños o esclavizarlos, y si lo hacen es porque me aburre hacer siempre lo mismo. Tengo otras cosas que hacer.
Niños pobres… Los habéis creado vosotros, los mantenéis; pero sois tan putrefactos en vuestra maldita hipocresía, tan cobardes, que jamás erradicaréis la miseria infantil.
Y yo mataré todo lo que se mueva, mataré todo lo que sea grande o pequeño, infantil o viejo. Embarazadas y vírgenes.
Mi Dama Oscura se arrodilla y saca mi miembro aún empapado en semen, bajo los pulmones de Salvadorcito que gotean sangre en nuestras ropas, ante las miradas ya casi desfallecidas de los pequeños.
Mi semen resbala de su boca por el cuello y yo relincho como el mejor de los sementales andaluces.
No existe la virgen, pequeños. Ni Dios os ayudará.
Subimos al Aston Martin y pasamos por encima de los cadáveres de los policías.
Vamos a comer unas enchiladas, tenemos hambre.
Siempre sangriento: 666



Iconoclasta

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29 de septiembre de 2011

Algo de ejercicio



Abdominales, pesas, bicicleta.
Algo de ejercicio por la mañana, en la soledad de la mañana.
Tengo sed. Me canso.
Los brazos tiemblan, la espalda no se relaja.
Sudo.
Los cuádriceps hacen de mis piernas dos troncos palpitantes.
Y no es suficiente.
Mi rabo no se da por enterado y está duro.
Soy un hombre y la amo, hasta aquí todo parece normal.
La amo con todos mis músculos cansados. Es una luz que no se apaga en mi minúsculo cerebro.
Suelo pensar que soy idiota, porque toda la sangre se la lleva mi polla dejando seco el cerebro.
Pullover: doce kilos que elevo con los brazos por encima del pecho y hago descender por debajo de la cabeza estirado en el banco.
Las costillas están oprimidas, el abdomen tenso.
No me concentro porque mi pene, el que me hace idiota, exige alojarse en su boca, en ese mismo ejercicio. Y exige el roce con su minúscula tanga que se hunde en su sexo, como si lo hiriera.
Escupo saliva ¿por el esfuerzo o por la excitación? No lo sé, mi pene habla.
Si mi reina estuviera aquí, ahora, se sentaría clavada en mí, y no dejaría caer las pesas. Soportaría como un macho la presión salvaje de su coño atenazando mi miembro.
Con los putos pectorales tensos.
Y como un crucificado, me sentiría asfixiar.
No tengo el control. Por mucha disciplina, por mucho ejercicio diario que haga; no puedo erradicar su imagen cuando duerme; cuando abuso de su inconsciencia y meto los dedos en su raja. Cuando exprimo el pezón que asoma por encima de su blusa con los labios.
Apertura de brazos con mancuernas: extiendo los brazos semiflexionados para que mis pectorales de contraídos pezones se tensen, se rasguen; para que reviente el corazón si es necesario. Si puede…
Necesito que se extienda encima de mí, necesito que aplaste sus pechos en el mío y que mi pene recio se aloje y se frote entre sus muslos.
Dejo caer las mancuernas. No tengo el control, ni siquiera voluntad.
Bajo el pantalón y atenazo con fuerza el indómito rabo que supura ya viscosidades ignominiosas.
Lo maltrato hasta que mis cargados testículos duelen.
No hago caso de ese estímulo, el dolor no es suficientemente fuerte para que mi polla se rinda. La boca de mi reina amada enmudece mis gemidos y acompaña mi mano en el furioso vaivén del puño. Mete la lengua entre mis labios cuando mi pene es una fuente caliente que inunda el ombligo y el vientre de semen.
No está, estoy solo. Quedan unas horas para que vuelva.
Ya no oigo mis jadeos, la casa está silenciosa y fría.
El esperma se ha enfriado en mi piel y lo extiendo pensando en ella. Soy un hombre cansado, satisfecho, un bulto que respira, una conciencia perdida en un limbo... No sé bien que soy ahora.
El pene descansa lacio, aún palpita. Mi reina debe estar sonriendo.
Quedan cuatro series por hacer: bíceps y hombros.
Tengo que darme prisa ahora que la sangre llega a mi cerebro.
Ahora que la bestia está dormida.
Cuento cada repetición con la serenidad de un amor sereno, de un amor armónico; puedo evocar sus palabras y tengo memoria de los momentos vividos.
Ahora que mi polla está agotada y mis músculos obedecen a mi voluntad no soy idiota. No soy irracional.
No es cierto, no se cumple la premisa mens sana in corpore sano. No en mí.
Soy un cuerpo sano con esquizofrenia de amor y deseo.
No tengo el control.
No lo necesito.
Algo de ejercicio no puede hacer daño.
Mañana músculos dorsales y un beso negro…
La bestia despierta.
Es incansable.




Iconoclasta

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