El golpe contra el pilar ha sido brutal, del puente ha caído una lluvia de cemento y cascotes.
Los vidrios rotos son trozos de hielo ardiendo y un cuerpo extraño ha invadido su organismo.
El héroe ha llegado a La Tierra. Es tal su poder que ha temido que el enorme puente se desmontara como un castillo de naipes.
Los superhéroes suelen ser desmedidos y megalómanos en su poder.
Dos toneladas de acero a doscientos kilómetros por hora es algo peligroso en cualquier lugar del universo, aunque seas un Colisioner.
—Sí, contra el puente. Somos cuatro.
El potente y pesado todo terreno adquiere forma antropomórfica entre chirridos ensordecedores. Siente ahora en su metálico pecho el abrasador calor que despide el motor. Una gota hirviendo cae desde tres metros altura, desde el radiador que es ahora una boca cromada.
Su nombre es Augustus 2500 cc.
Sus compañeros Eldorado e Isuzu han aterrizado en el parterre bajo el puente de la autopista, a muy pocos metros de él. Eldorado se está transformando en robot y se da cuenta de que ha perdido un brazo. Isuzu tantea a su alrededor en el suelo buscando su cabeza.
Augustus no teme por ellos, en pocos minutos los potentes microprocesadores cargarán el programa de mantenimiento y reparación para acceder al listado de repuestos que transportan consigo como dotación de sus viajes planetarios. En breves minutos volverán a ser cien por cien operativos.
—¿Y a qué velocidad puede ir ese colisioner?
Eldorado, mediante tecnología inalámbrica, comunica a Augustus el informe de la entrada en la atmósfera y el aterrizaje.
—Un fallo posicional del alerón estabilizador de Isuzu ha provocado la colisión contra Eldorado. Augustus ha aterrizado sobre una placa de hielo que le ha impedido frenar a tiempo. Daños: leves. Misión de reconocimiento: dentro del horario establecido; los contratiempos han sido correctamente computados y queda tiempo aún de margen para otros problemas.
Isuzu ha llamado la atención de Augustus, líder de la misión de exploración, ha encontrado la cabeza y ahora la cabina del vehículo ocupa la posición más alta en el tronco del robot, los faros parpadean y por tres veces ha sonado el claxon.
—A tres mil por hora —responde con un esforzado orgullo.
Augustus procesa y si pudiera sonreír, lo haría. Héroes y máquinas poderosas siguen sometidas a la volición de un destino voluble e impredecible.
Se maravilla de su propio pensamiento burlón e irónico.
—Esperaremos aquí vuestra completa regeneración y reinicio de funciones —comunicó a sus dos compañeros de viaje.
Se ha sentado en el parterre con las patas pegadas al pecho para no invadir la carretera y mirando al cielo deja que el programa de reparaciones siga su curso.
—Es una velocidad increíble. Ahora descansa, pequeño. Todo va bien.
Silencio...
Los tres Colisioners semejan un grupo de soldados que sanan sus heridas tras una dura batalla en una madrugada fría, oscura y vacía de vida.
-Debemos volver a ser vehículos terrestres en el menor tiempo posible para evitar ser interceptados por los humanos; permaneciendo en este lugar, faltamos al código terrestre –emitió Augustus aún tuerto.
Eldorado observa y verifica detenidamente el resultado de su reparación y en un rápido test, realiza las mil novecientas setenta y ocho posiciones posibles con su brazo y mano. Los faros de su rostro se iluminan como señal de aprobación y finalización de las tareas de reparación.
Las tres máquinas se han regenerado y alguien podría decir que se toman unos minutos para respirar y paladear la atmósfera de este extraño planeta que visitan por primera vez.
De pronto y al unísono dirigen sus mecánicos rostros a la izquierda, hacia el sonido y los destellos de las sirenas que se aproximan.
—Vamos, es hora de largarse de aquí —emite Agustus metamorfoseándose.
En pocos segundos, los tres vehículos se incorporan a la carretera y tres maniquíes sin alma hacen las veces de conductores.
Los vidrios rotos son trozos de hielo ardiendo y un cuerpo extraño ha invadido su organismo.
El héroe ha llegado a La Tierra. Es tal su poder que ha temido que el enorme puente se desmontara como un castillo de naipes.
Los superhéroes suelen ser desmedidos y megalómanos en su poder.
Dos toneladas de acero a doscientos kilómetros por hora es algo peligroso en cualquier lugar del universo, aunque seas un Colisioner.
—Sí, contra el puente. Somos cuatro.
El potente y pesado todo terreno adquiere forma antropomórfica entre chirridos ensordecedores. Siente ahora en su metálico pecho el abrasador calor que despide el motor. Una gota hirviendo cae desde tres metros altura, desde el radiador que es ahora una boca cromada.
Su nombre es Augustus 2500 cc.
Sus compañeros Eldorado e Isuzu han aterrizado en el parterre bajo el puente de la autopista, a muy pocos metros de él. Eldorado se está transformando en robot y se da cuenta de que ha perdido un brazo. Isuzu tantea a su alrededor en el suelo buscando su cabeza.
Augustus no teme por ellos, en pocos minutos los potentes microprocesadores cargarán el programa de mantenimiento y reparación para acceder al listado de repuestos que transportan consigo como dotación de sus viajes planetarios. En breves minutos volverán a ser cien por cien operativos.
—¿Y a qué velocidad puede ir ese colisioner?
Eldorado, mediante tecnología inalámbrica, comunica a Augustus el informe de la entrada en la atmósfera y el aterrizaje.
—Un fallo posicional del alerón estabilizador de Isuzu ha provocado la colisión contra Eldorado. Augustus ha aterrizado sobre una placa de hielo que le ha impedido frenar a tiempo. Daños: leves. Misión de reconocimiento: dentro del horario establecido; los contratiempos han sido correctamente computados y queda tiempo aún de margen para otros problemas.
Isuzu ha llamado la atención de Augustus, líder de la misión de exploración, ha encontrado la cabeza y ahora la cabina del vehículo ocupa la posición más alta en el tronco del robot, los faros parpadean y por tres veces ha sonado el claxon.
—A tres mil por hora —responde con un esforzado orgullo.
Augustus procesa y si pudiera sonreír, lo haría. Héroes y máquinas poderosas siguen sometidas a la volición de un destino voluble e impredecible.
Se maravilla de su propio pensamiento burlón e irónico.
—Esperaremos aquí vuestra completa regeneración y reinicio de funciones —comunicó a sus dos compañeros de viaje.
Se ha sentado en el parterre con las patas pegadas al pecho para no invadir la carretera y mirando al cielo deja que el programa de reparaciones siga su curso.
—Es una velocidad increíble. Ahora descansa, pequeño. Todo va bien.
Silencio...
Los tres Colisioners semejan un grupo de soldados que sanan sus heridas tras una dura batalla en una madrugada fría, oscura y vacía de vida.
-Debemos volver a ser vehículos terrestres en el menor tiempo posible para evitar ser interceptados por los humanos; permaneciendo en este lugar, faltamos al código terrestre –emitió Augustus aún tuerto.
Eldorado observa y verifica detenidamente el resultado de su reparación y en un rápido test, realiza las mil novecientas setenta y ocho posiciones posibles con su brazo y mano. Los faros de su rostro se iluminan como señal de aprobación y finalización de las tareas de reparación.
Las tres máquinas se han regenerado y alguien podría decir que se toman unos minutos para respirar y paladear la atmósfera de este extraño planeta que visitan por primera vez.
De pronto y al unísono dirigen sus mecánicos rostros a la izquierda, hacia el sonido y los destellos de las sirenas que se aproximan.
—Vamos, es hora de largarse de aquí —emite Agustus metamorfoseándose.
En pocos segundos, los tres vehículos se incorporan a la carretera y tres maniquíes sin alma hacen las veces de conductores.
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—Sargento, la mujer está decapitada –le dice al oído el agente que forma la patrulla de tráfico.
El sargento observa con el rostro grave los trabajos de los médicos. El conductor está muerto, pero los dos críos aún están vivos.
El bombero jefe de la dotación, está pendiente del personal sanitario, en espera de instrucciones.
—Hay que cortar la plancha con la cizalla hidráulica, el niño está aprisionado por el techo y la puerta, está muy mal.
Se habla en voz baja, el sargento asiente al bombero.
—Jaime, coge todas las mantas del coche, que se proteja bien a los críos.
—Sí, mi sargento.
El médico arranca de los dedos del conductor el teléfono móvil desde el que hizo la llamada de auxilio. El volante está clavado en el esternón y la sangre ahora espesa se desliza en finos hilos densos, el suelo del vehículo está encharcado de sangre. Aún están calientes las manos.
—Dime, valiente ¿cómo te llamas? —otro médico está atendiendo a un niño de diez años que respira con dificultad.
El niño balbucea algo que sólo un médico acostumbrado a escuchar los gemidos del dolor puede entender.
—¡Augustus! Vaya nombre tienes machote.
Un enfermero se apresura a sacar a la hermana del chaval, otro ha cogido el brazo, lo ha envuelto en papel de aluminio y lo ha metido en una nevera con hielo.
La primera ambulancia se pone en marcha, silenciosamente, no hay tráfico a esas horas y se incorpora a la carretera en dirección al hospital.
El sargento apunta en su agenda la hora en la que se llevan a la niña y la edad aproximada: cinco años. Está muy pálida y el médico que se la ha llevado en brazos, teme que haya perdido demasiada sangre.
El niño intenta sonreír y escupe sangre. Balbucea algo al médico que le está inyectando algo en el hombro.
No se llama Augustus, él se llama Sergio y Augustus es el colisioner que tiene en las manos.
—Sergio me gusta más ¿cuántos Colisioners tienes? No, no te duermas, Sergio, háblame.
Un trozo de plancha del techo está clavado profundamente en su hombro, en la clavícula. La puerta se ha doblado y casi ha amputado la pierna a mitad del muslo.
—¿Empiezo ya? —pregunta el bombero al médico con la enorme cizalla hidráulica en sus manos.
—Ya está la vía, le conecto la bolsa de plasma y puedes empezar.
El guardia civil cubre por el otro lado del vehículo al crío con las mantas.
—Y ahora Sergio, mírame. No cierres los ojos, no te va a doler nada.
A Sergio no le duele nada. Agustus es una máquina y las máquinas no sienten dolor alguno.
El sargento observa con el rostro grave los trabajos de los médicos. El conductor está muerto, pero los dos críos aún están vivos.
El bombero jefe de la dotación, está pendiente del personal sanitario, en espera de instrucciones.
—Hay que cortar la plancha con la cizalla hidráulica, el niño está aprisionado por el techo y la puerta, está muy mal.
Se habla en voz baja, el sargento asiente al bombero.
—Jaime, coge todas las mantas del coche, que se proteja bien a los críos.
—Sí, mi sargento.
El médico arranca de los dedos del conductor el teléfono móvil desde el que hizo la llamada de auxilio. El volante está clavado en el esternón y la sangre ahora espesa se desliza en finos hilos densos, el suelo del vehículo está encharcado de sangre. Aún están calientes las manos.
—Dime, valiente ¿cómo te llamas? —otro médico está atendiendo a un niño de diez años que respira con dificultad.
El niño balbucea algo que sólo un médico acostumbrado a escuchar los gemidos del dolor puede entender.
—¡Augustus! Vaya nombre tienes machote.
Un enfermero se apresura a sacar a la hermana del chaval, otro ha cogido el brazo, lo ha envuelto en papel de aluminio y lo ha metido en una nevera con hielo.
La primera ambulancia se pone en marcha, silenciosamente, no hay tráfico a esas horas y se incorpora a la carretera en dirección al hospital.
El sargento apunta en su agenda la hora en la que se llevan a la niña y la edad aproximada: cinco años. Está muy pálida y el médico que se la ha llevado en brazos, teme que haya perdido demasiada sangre.
El niño intenta sonreír y escupe sangre. Balbucea algo al médico que le está inyectando algo en el hombro.
No se llama Augustus, él se llama Sergio y Augustus es el colisioner que tiene en las manos.
—Sergio me gusta más ¿cuántos Colisioners tienes? No, no te duermas, Sergio, háblame.
Un trozo de plancha del techo está clavado profundamente en su hombro, en la clavícula. La puerta se ha doblado y casi ha amputado la pierna a mitad del muslo.
—¿Empiezo ya? —pregunta el bombero al médico con la enorme cizalla hidráulica en sus manos.
—Ya está la vía, le conecto la bolsa de plasma y puedes empezar.
El guardia civil cubre por el otro lado del vehículo al crío con las mantas.
—Y ahora Sergio, mírame. No cierres los ojos, no te va a doler nada.
A Sergio no le duele nada. Agustus es una máquina y las máquinas no sienten dolor alguno.
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Kilómetros adelante, los tres vehículos circulan a gran velocidad por la autopista. Augustus recibe una comunicación directa de su planeta.
—Anulen la misión en La Tierra, un agujero negro se ha formado en el Sistema Solar, tienen que salir de ahí enseguida y retornar a la base. En pocas horas el planeta será atraído y absorbido.
Agustus transmite las órdenes al resto del equipo y éstos despliegan sus alas y reactores para acto seguido despegar y perderse en el espacio, convirtiéndose en tres estrellas que se apagan conforme se alejan.
—Anulen la misión en La Tierra, un agujero negro se ha formado en el Sistema Solar, tienen que salir de ahí enseguida y retornar a la base. En pocas horas el planeta será atraído y absorbido.
Agustus transmite las órdenes al resto del equipo y éstos despliegan sus alas y reactores para acto seguido despegar y perderse en el espacio, convirtiéndose en tres estrellas que se apagan conforme se alejan.
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Sergio apenas respira, ya no puede escuchar la voz tranquilizadora del médico. El bombero suda y trabaja con rapidez y cuidado.
—Vamos Sergio, dime como se llaman los otros dos Colisioners de tu colección.
No responde y ausculta al niño.
Ha muerto.
—Ya no hay prisa, ve con cuidado, pero no sufras —musita con tristeza el médico al bombero de tez pálida.
El sargento recibe una llamada en el móvil.
—Gracias, Juan.
Acto seguido marca un número.
—Necesitamos al juez para el levantamiento de tres cadáveres, Joaquín. Estamos en la autopista, bajo el puente de la riera.
El sargento se dirige al silencioso grupo de sanitarios, bomberos y agentes.
—La cría también ha muerto —les comunica.
Están tomando un café en silencio y alguien le pasa un vaso humeante al sargento.
—Gracias.
El sargento levanta la vista a las gélidas estrellas y siente la misma necesidad de siempre cuando los muertos pesan, cuando el drama asfixia.
Ojalá pudiera escapar de ese momento y ese lugar en una nave espacial. Alejarse de la sangre y el dolor gratuitos
La tristeza y el dolor jamás son rutinarios.
Entre los dedos da vueltas a una rueda de juguete ensangrentada.
—Vamos Sergio, dime como se llaman los otros dos Colisioners de tu colección.
No responde y ausculta al niño.
Ha muerto.
—Ya no hay prisa, ve con cuidado, pero no sufras —musita con tristeza el médico al bombero de tez pálida.
El sargento recibe una llamada en el móvil.
—Gracias, Juan.
Acto seguido marca un número.
—Necesitamos al juez para el levantamiento de tres cadáveres, Joaquín. Estamos en la autopista, bajo el puente de la riera.
El sargento se dirige al silencioso grupo de sanitarios, bomberos y agentes.
—La cría también ha muerto —les comunica.
Están tomando un café en silencio y alguien le pasa un vaso humeante al sargento.
—Gracias.
El sargento levanta la vista a las gélidas estrellas y siente la misma necesidad de siempre cuando los muertos pesan, cuando el drama asfixia.
Ojalá pudiera escapar de ese momento y ese lugar en una nave espacial. Alejarse de la sangre y el dolor gratuitos
La tristeza y el dolor jamás son rutinarios.
Entre los dedos da vueltas a una rueda de juguete ensangrentada.
Iconoclasta