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12 de marzo de 2013

Envejecer y cobardía




Todos los seres mueren, la cuestión es si lo saben. No sé si un animal es consciente de que ha de morir. Si lo fuera, sería demasiado parecido a los humanos.

(He visto animales con el cuerpo destrozado lamerse sin gemir, un perro con la pierna colgando que busca comida, como si la muerte no fuera con él.)

Es un drama, hay gente con muy poco valor para enfrentarse a la muerte.

(Me siento joven, a pesar de mi edad, me siento como un niño, dicen.)

¿Cómo gestionar o combatir ese miedo?

(El miedo a la muerte no se gestiona, se padece. No se puede educar el terror. Es una cuestión genética.)

Lo cierto es que no se debería gestionar, si un cerebro funciona bien, la cosa va rodada.

(Hay quien ha tenido una suerte inaudita en su vida y el miedo le resta valor a su final. La proximidad de la muerte le quita la dignidad si algún día la tuvo.)

La propia vida, la experiencia y la progresiva degeneración del cuerpo (envejecimiento) llevan a la compresión, aceptación y asimilación de la muerte; a una tranquila espera de lo inevitable. Porque a medida que el cuerpo se debilita, la mente busca descanso también. El cuerpo es una pesada carga cuando hay enfermedad, y la mente responde de igual forma.

(Los testículos cuelgan herniados en el reflejo del espejo, los pechos son odres vacíos.)

No es dramático, llegados a cierta edad, la vida es demasiado ruidosa, veloz y luminosa.

(Los ojos se han opacado, los oídos han perdido sensibilidad y donde había sonido ahora hay un murmullo caótico. La rapidez difumina los bordes de las cosas.)

Es lo que debería ser; así es como deberían funcionar los cuerpos y los cerebros sanos.

¿Sanos? Tal vez no sea correcto, tal vez lo cierto es que llegar a la muerte con serenidad es una rara afección que padecen algunos humanos.

(Un control obsesivo del cuerpo y una ingesta masiva de fármacos roban tiempo de vida, de disfrutar de lo que queda. Es un prematuro contacto con el fin.)

Lo más habitual entre los humanos, es que sufran una lenta depresión, una necesidad de hacer todo aquello que no se pudo realizar cuando la muerte se vislumbra cercana. Y la frustración parasita el alma.

(Caminan bajo el sol, como lagartos buscando el calor. Un calor que les es molesto porque resulta excesivo; pero su cerebro no es capaz de asimilar o gestionar. La muerte es fría y la vida es calor, es su simple conclusión.)

Pierden la calma y la alegría. La vejez se convierte en una constante envidia hacia los jóvenes. Los ancianos cobardes se sienten molestos y agredidos por los gritos y la música, por las películas que no son de su tiempo… Son incapaces de seguir el ritmo de la vida por una debilidad nacida de su degeneración y depresión.

Tal vez por ello, se hacen más religiosos y llegan a la conclusión de que el mundo ha empeorado.

Recuerdan tiempos de respeto y cuasi castidad, donde no había más que mediocridad y vulgaridad. En secreto buscan el perdón a sus pecados y acceder a una resurrección.

(Muchos de ellos recuerdan con vergüenza sus coitos grises y borrachos con putas viejas y feas.)

Llegar con dignidad a la muerte no es cosa de vulgares ni cobardes. La dignidad se encuentra en asimilar el proceso sin verse víctima y concluir, que en verdad ha hecho uno lo que le ha dado la gana. Que ha vivido según su ideal, según sus intereses.

¿Y por qué será que los que más quieren vivir, son los más molestos y odiosos? Justo los que quiero que mueran pronto.

Yo estoy en camino, he de morir pronto.

He recorrido el 80 % de la vida, y lo único que siento es curiosidad de como pasará, como será dejar de ser algo.

La vida no es para tanto si te has cansado de trabajar, luchar y despreciar la mierda que crearon nuestros antepasados.

Y que me muera ahora mismo si no tengo razón.

Buen sexo y semen rancio.








Iconoclasta

23 de enero de 2013

Viejo




No es cansancio, todo funciona bien, como debería. Mi cuerpo tiene fuerza.
Lo que ocurre es que es un lugar hostil, solo para muy fuertes; el aire es como plomo que duele al invadir mis grandes pulmones y sabe agrio.
Mi pene está repleto de venas varicosas por el esfuerzo que representa mantener una erección en este lugar. Entierro mis dedos en el lacio vello del monte de Venus de la mujer de ojos rasgados y acaricio su clítoris enorme, que se mueve al ritmo con el que la penetro. Los labios de su coño, gordos y oscuros, envuelven mi polla y acarician mis testículos con cada embestida. El ano se dilata esperando que lo llene también.
Sus pezones erizados son tan pequeños como sus pechos que se agitan como gelatina en un vaso, conteniéndose a duras penas en su cuerpo.
Estoy en un mundo donde sobrevivo porque soy casi un dios, soy un héroe con una fuerza descomunal, donde los humanos vulgares mueren aplastados por el peso de la atmósfera. Le he pagado a la puta diez osmons por el polvo. Los héroes necesitamos follar también.
Tal vez sí que sea cansancio.
No importa demasiado lo que es. No hay que pensarlo tanto, no hay misterio ni una pesada atmósfera, solo quería buscar algo de fantasía a este aire vulgar que durante tantos años he respirado y ahora me descubre unas manchas de sangre en el pañuelo cuando toso.
Se trata de la vejez, los músculos tienen ya una edad y si el cuerpo envejece, el pensamiento también. El cerebro se calcifica, se seca y las ideas se rompen como cristal entre las paredes del cráneo.
Es una lenta desintegración y denigración.
Y tiene importancia.
Aquello que se veía lejano, ya ha llegado.
Mi nieta recibe mi pene con gritos de placer, y mis conductos seminales ya viejos, me escuecen cuando el semen los llena, aún así espero y disfruto el momento cuando me derramo.
Es una adolescente hermosa, no es oriental; pero aún le han de crecer más las tetas. Y rasurarse el vello del coño, aunque me gustan sus labios mayores peludos; hacen una caricia extra a mi polla. Es gerontofílica; pero folla bien a pesar de su problema mental. Mi hijo, aún no sabe que su hija me la chupa; pero es igual, es tiempo de morir. Seguramente, cuando se entere estaré muerto desde hace meses.
Se me escapa un gemido de placer cuando eyaculo. Un gemido que parece que me arranca los pulmones y la flema sube a mi garganta creando extraños gorgoritos y silbidos.
Ella se corre y acaricia con infantil torpeza un clítoris rosado del tamaño de una perla. Sus dedos aún parecen de niña…
Estoy orgulloso de lo bien que funciono, como se adapta el pensamiento a la vejez. Hay ausencia total de miedo a morir.
Y a otras cosas.
Estoy bien programado para afrontar la muerte.
No soy un héroe; pero hago lo que puedo en este miserable planeta.







Iconoclasta