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17 de julio de 2021

El cuerpo del delito

 


El cuerpo del delito que observo con mirada ávida y animal, es el que me excita delatando en mi glande un rocío resbaladizo y caliente.

La viscosidad que, al retirar violentamente el prepucio, descubre un corazón henchido de sangre cabeceando como un potro furioso de deseo.

Espasmos de delictiva lujuria en mi rabo indecente…

El deseo es el manto de mador que cubre la piel del cuerpo del delito y su coño desflorado por unos dedos de rojas uñas sangre, que me ordena follarla con un chapoteo lujurioso, jadeando como bestia en celo.

Metérsela sin cuidado alguno, con frenesí e impacto impío.

El cuerpo del delito tiene los pezones contraídos y erizados como frambuesas. Existen para ser lamidos, besados y succionados hasta el punto de que sus pies se tensen con fuerza intentando contener el placer que viaja como un trallazo hacia el vientre y  por sus muslos, como un anunciado infarto del placer.

Su boca jadea, y tiene la función de atrapar la mía y mi alma.

O devorarla…

El cabello del cuerpo del delito es un asidero para conducir su boca a mi rabo cuyas venas parecen reventar.

Y me duele, me duele…

Me duele la sangre que se agolpa y mis cojones contraídos y plenos ante el cuerpo del delito y sus consecuencias.

Sus manos existen para dar consuelo a mis cojones pesados y ávidos de derramarse en ella, dentro o fuera.

Por favor…

El cuerpo es el que amo; pero el delito soy yo.

Su coño, el arma homicida ensangrentada con mi leche.



Iconoclasta

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