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18 de marzo de 2010

Leyes y necesidades



No creo que haya un serio problema en mi cerebro. Todo lo contrario: soy puro instinto sin grandes complicaciones.
La única ley que puedo entender es la que dicta mi lógica y mi instinto. La que dicta mi necesidad.
Las leyes creadas por otros hombres inferiores a mí en inteligencia, fuerza y valor son completamente intrascendentes y si transijo con algunas de ellas es solo para poder vivir cómoda y relajadamente.
Esta amabilidad por mi parte, esta tolerancia hacia la imbecilidad, desaparece en el momento en que se convierten las leyes y normas en un obstáculo para la consecución de mi objetivo o la solución a un problema. Normalmente, YO y las leyes nos toleramos bastante bien. No hago caso de ellas y ellas no hacen caso de mí.
Por obstáculo considero el lento proceder de las administraciones de los gobiernos. Y me parece lento cuando la espera se prolonga más allá de quince minutos.
Quince minutos es el tiempo que aguanta mi corazón a un ritmo tranquilo cuando necesito algo. Pasados los quince minutos, mi corazón se acelera y ya me siento liberado del cumplimiento o respeto de cualquier ley o norma.
Mi tiempo es tan valioso como el de cualquier ministro o cualquier lerdo funcionario.
Ni necesito ni quiero que nada ni nadie guíe mis pasos.
No soy como otros que se comportan como mi perro, que cuando lo suelto de la correa, durante un tiempo no sabe que hacer con su libertad.
Así pues, es perfectamente justo y justificable que emplee la violencia para imponerme a otro cuando las leyes no me dan soluciones.
No voy a esperar a ser anciano para que alguien me devuelva lo que me ha robado, por poner un ejemplo. Si alguien me roba, le arranco los pulmones.
Porque de esto se trata convivir en sociedad: imponerse a otros haciendo uso de las leyes y normas. Subiendo así en el escalafón de dinero, posición social y poder.
Los hay que hacen uso de leyes y normas y estoy yo que hago lo que me conviene.
Si la ley actúa rápido, soy su más seguro servidor (y una mierda). Si es más lenta, entonces sueño con vientres abiertos y vísceras resbalando por enormes tajos que vacían de sangre los cuerpos en muy pocos segundos.
También me gusta ser lírico además de pragmático.
No es algo socialmente aceptable, pero me importa el rabo de la vaca loca ser aceptable o no.
Sinceramente, mi simpleza es ejemplar y si todos fuerais como yo, la raza humana evolucionaría más rápidamente y mejor.
A ver, que las mujeres deseosas de ser madres de sanos , vigorosos y hermosos bebés levanten el dedo y se quiten las bragas. Tengo para todas.
Hay que saber que cobardía, conformismo, integración y colectividad, no son cosas de las que sentirse orgulloso y que van en contra del instinto predador con el que nacemos.
El otro día sin ir más lejos, una retrasada mental gorda como un tonel, apestosa y con la ropa pringada de restos tóxicos procedentes de su continuo hociquear entre la basura, me exigió un cigarrillo y unas monedas.
Yo no le hice ni puto caso. Además, me daba asco.
Pues la subnormal se puso tras de mí y siguiéndome por el paseo gitaba: “¡Este payo no me ayuda! ¡Este payo quiere que me muera de hambre! ¡Este payo quiere que sude por un cigarrito!”.
Con mucha educación y evitando acercarme a aquella bola de sucia manteca (¿he apuntado que carezco de empatía alguna?), le dije:
—¿Quieres hacer el favor de dejarme en paz?
—Si no me das un cigarrillo y unas monedas no me voy.
“Me cago en diosssssss”, pensé yo intentando no llamarla “sucia hija de perra” (sic).
No habían pasado ni cinco minutos; pero mi corazón se aceleró (los quince minutos de paciencia se pueden acortar en función de la irritación).
Así que en lugar de acudir o pedir ayuda. Cogí un tubo de hierro de un contenedor de escombros y le di un buen golpe con él en el muslo izquierdo.
Soy un macho fuerte que practico habitualmente el levantamiento de pesas y soporto estoicamente la imbecilidad diaria, con lo cual puedo afirmar con una rotunda claridad de mis preciosos ojos verdes, que soy fuerte como un toro.
Ser fuerte de espíritu está bien cuando vives en un asilo o en un manicomio. Cuando eres libre, tienes que tener una buena masa muscular para imponerte. Sobre todo, si no te hacen ni pizca de gracia las leyes y tienes que apañártelas tú solo.
O sea, que cuando golpeé lo hice a conciencia, intentando ser devastador.
Darwin se masturbaría con lágrimas en los ojos sabiendo de mi precisa adaptación al medio. Soy el eslabón perdido que todas las mujeres desean.
Y acerté. Pegó un berrido ensordecedor y cayó al suelo destocinándose, rodando sobre sus michelines, derramándose a si misma por todas partes. Como una masa informe. Estoy seguro de que sus padres no se sentirían orgullosos de ella.
Parecía una masa de gelatina aullando.
Había bastante gente por la calle; pero el rebaño sí que es empático y decidió ser cauto y no meterse donde no le llaman, porque era fácil imaginar (y a mí más) que me quedaba hierro y fuerza para rato.
Nadie ayudó a la cerda. Y nadie me molestó.
Si hubiera avisado a un policía para que me sacara de encima a la zampabollos, aún estaría hablando del tema.
Y tengo cosas que hacer. Tenía que comprarme una nueva edición de El Quijote encuadernada lujosamente, e ilustrada por un dibujante que dicen que es lo que rima con joya de bueno. Quería vaciar el libro de hojas y usar las tapas como decoración en una nueva estantería que no compré en Ikea. Seré pobre; pero tengo mi orgullo.
Me gustaba la Odisea; pero era pelo más estrecho el lomo y no me convenció.
Alguien podría decir que soy un tanto misántropo. Pues se equivoca, yo no voy a misa jamás y menos en trompo.
Soy gracioso cosa mala.
La gorda se levantó la falda para mirarse el golpe. Era asqueroso, estaba aún más sucia por dentro que por fuera y de sus ennegrecidos muslos emanaba un asqueroso hedor a orina y menstruación seca. Podría ahorrarme los detalles; pero me apetece incomodar. Y si yo me jodo, que se jodan los demás.
Es lo que hace la ley, los jueces, los abogados y los que los sobornan; que nadie me juzgue a la ligera.
Se le formó en la cara exterior del muslo una aparatosa ampolla hemorrágica que se estaba hinchando de sangre. Por lo visto se había roto un capilar. Y el edema empezaba a ser espectacular. A veces las cosas salen bien sin pensar demasiado.
Lloraba sin poder tocarse por el dolor del épico hematoma; pero no me dijo ni una palabra cuando la miré a los ojos con el tubo de hierro en la mano aún.
Estos bichos aprenden rápido.
Comportamiento condicionado: Si lo haces bien galleta y si no, latigazo.
Soy instruido, además de cultivar el sexo, el cuerpo y la marihuana, también cultivo la mente.
Di media vuelta como un valiente torero ante el astado y me encendí un cigarrillo con el ritmo cardíaco ya más tranquilo.
Leyes... Yo no soy un buen ciudadano, no quiero ser siquiera ciudadano. No tengo esa ambición.
Conque me dejen tranquilo tengo suficiente.
Y en efecto, cuando al cabo de dos horas y con mi precioso libro bajo el brazo, pasé por aquel lugar, de la gorda sólo quedaba una mancha de sudor en el suelo.
Y mirad, ¿veis como tengo razón? Ahí tenéis a la retrasada mental frente al estanco esperando que salga algún cliente para pedirle tabaco y dinero.
La miro, ella me mira. Le sonrío afable mostrando todos mis dientes amarillentos del tabaco pero de formas preciosas. Y ella se acaricia un poco el muslo.
Eso sí, hay rencor en su mirada; el bicho está resentido. A veces debería llevar cáscaras de fruta para darles algo de premio.
Pues bien, no me dice nada, no me pide un cigarrillo ni tabaco, ni hace ademán de acercarse. Estoy a punto de pensar que no es tan deficiente mental como parece.
Lo que yo os diga, la única justicia que hay es la que uno mismo aplica.
La única norma es la que te dicta el instinto para hacer lo correcto en el momento adecuado. Y la prueba está en que el instinto le ha dicho a la gorda que no era buena idea molestarme y lo ha puesto en práctica.
Hay cosas tan obvias como un truño* en la nieve.
*(Nota del autor. Truño: una mierda como un puño)
Y coñorín coñorado, este cuento se ha acabado.
Moraleja: dale caña y tira. Si tienes que esperar que la ley te ayude, lo tienes crudo.
Tic, tac, tic, tac...
Alea iacta est y veni, vidi, vici.
(Sé latín).
Llevad siempre una buena barra de hierro encima, no siempre encontraréis material didáctico a mano.
¡Eseso-eseso-esesostodo amigos! (Porky Pig, nuestro rey favorito, sin igual)
Precioso...



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13 de marzo de 2010

Padre bastardo



Ojalá no lo fuera. Ojalá fuera un padre sencillo sin complicaciones. Un padre natural.
Pero soy tu padre bastardo. Es algo que ha ocurrido sin darme apenas cuenta.
Mamá es tremenda, crea cosas que jamás han existido. Cosas que nadie siquiera ha osado nombrar.
Ámala como yo, ámala infinito, mi pequeña.
Soy papá bastardo. Nadie ha renegado de mí, nadie me ha rechazado; pero llegué tarde, mi pequeño cielo. Fue sólo una cuestión de tiempo.
Una cuestión de lugar.
No tuve suerte, pequeña mía.
Lo importante, mi pequeña, es que te desarrollarás y nacerás entre unas fuertes corrientes de amor que te harán especial. Aunque por ser hija de mi bella (tu mami) ya naces especial.
Mamá es un poco bruta amando, es arrolladora. No te preocupes pequeña, aunque parezca violento el amor, es hermoso. Ya lo entenderás.
No sé si será bueno que ya de tan renacuaja sepas del amor y del deseo; pero no podemos ni queremos evitarlo. Hay bebés que nacen entre muerte y miseria.
No puede hacer daño que estés rodeada de amor.
Vivimos, bebemos y comemos nuestro amor. Mamá no puede evitar que yo ame cada fibra de su ser. Ni que yo considere que soy tu bastardo padre.
Perdona mi pequeñita, que grite tanto el amor por mamá. No puedo amarla en silencio, duerme pequeña, tranquila porque dos corazones laten por ti. Sólo son gritos de amor.
No es malo, cielo. Ser tu padre bastardo es una gracia que me ha otorgado mamá. Un privilegio, el acto más bello.
Tan bello como lo que un día escribió mami: “Si pudiera encontrarte para que lamieras sus primeros pasos, solo entonces valdría la pena abandonar la sabana eternamente.”
¿Sabes, mi pequeña? Esa frase se me clavó como un sable en el corazón, no he leído jamás nada de tal belleza y ternura: “lamieras sus primeros pasos”.
La repito, la imagino, la siento. Esas palabras son amor y ternura en su estado más puro y primario, mi pequeña. Obligan a amar con una fuerza desmedida. Y me sentí catapultado hacia el espacio y ser un cometa volando a vosotras.
Mi pequeña, lameré cuidaré y besaré cada uno de tus pasitos.
Un día muy cercano, mamá te abrazará y tendrá en su piel un aroma especial, la impregnaré de mí. Entonces abrázala, aprieta sus cachetes que son como los tuyos y cuando te dé besitos, aspira su aroma. Que será el mío también. La habré amado tanto que habrá rastros de mi piel en la suya.
Ese seré yo, mi pequeña.
Un padre bastardo del amor.
Un día me reconocerás y me darás la manita para llevarme hasta mami ¿va? Sería bellísimo.
Y aún que no has nacido hazme un favor: presta atención a los sueños de mamá y me verás. Me sentirás. ¿Podrías parecerte un poquito a mí? Aunque sea algo casual.
Una uña, un gesto, una mirada. Me gustaría tanto.
Sería un regalo para mamá también.
Que un día jugueteando con un lápiz, dibujes una letra que se parezca un poquito a la mía.
Es que cielo, ser un padre bastardo es precioso; pero a veces camino con los pies descalzos por una alfombra que impregna melancolía y tristeza.
A veces uno se siente inconsolablemente solo por mucho que te quieran.
¿Me harías ese favor? Si no puedes no pasará nada, te amaré igual, mi pequeña.
Aunque sólo sea un pelito. Es una sorpresa, un regalo para mamá.
¡Shhh...! Y sé discreta, que se te escapa la risa como a mamá cuando piensa en... Bueno, ya te contaré cuando seas mayor.
Tienes la inteligente y traviesa mirada de mamá.
Eres una princesa.
Os quiero.
En ningún momento te olvides de querer mucho, mucho a mamá.
Qué secreto más bonito, mi ángel. Un papá bastardo no lo tiene todo el mundo.
No te preocupes, aunque el tiempo y el espacio me hayan convertido en un padre remoto y oculto, sonrío feliz, pequeñita mía.
Estos arranques de tristeza no son desdicha ¿eh?
Papá bastardo es más feliz de lo que nunca fue ni creyó llegar a ser.
Y cuando llegue el día en el que papá bastardo se deshaga en el tiempo, se diluya y se agote como a todos nos pasa, esta carta aún seguirá en un rincón de tu cabeza y de una forma u otra, te daré un besito de buenas noches todos los días.
Y ahora te dejo tranquila, que tienes que desarrollarte y hacerte fuerte para crecer.
Y se suave cuando nazcas, mi pequeña; que mamá es flexible pero no de goma.
Duerme feliz pequeña, que mi mano es cálida en el vientre de mamá.
Os quiero.

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6 de marzo de 2010

Lucrecia vs. 666


La marea de sangre se extiende lenta y perezosamente por el oscuro y desgastado pavimento de la pequeña y funcional iglesia.

La mujer ha confesado ante el degollado su profunda y metafísica necesidad de asesinar y mutilar todo aquello que tenga un pene entre las piernas.

Ahora limpia con una toallita húmeda las salpicaduras de sangre de su rostro, aún de rodillas en el confesionario. Su traje de chaqueta oscuro disimula el resto de manchas.

Abre la puerta del confesionario para dar una última mirada a su obra y decide arremangar la sotana del sacerdote. Le saca los calzoncillos sin apenas dificultad y separa sus piernas para que sus genitales luzcan despejados. El pene se ha encogido tanto que desaparece entre la rizada mata de vello del pubis.

Es un cadáver de mediana edad y de una palidez cerúlea.

Ni siquiera el eterno olor a incienso da cuartel a la intensa fetidez de la sangre y la orina que se deslizan por el piso de madera del confesionario hacia el exterior.

Observa ensimismada los genitales que algunos niños han besado y acariciado. Algo cotidiano y secular en todas las religiones.

En nombre de los dioses, los niños se acercan a sus violadores y asesinos sin temor y las mujeres son asfixiadas con velos y leyes. Los machos sólo viven para joder a mujeres y niños.

El hombre frena su lujoso deportivo ante la puerta de la pequeña iglesia en una corta y ancha calle de un barrio obrero, en una calle donde se encuentran tres edificios altos de ajadas fachadas descoloridas y ventanas tan apretujadas unas contra otras que nadie podría adivinar cuantos pisos hay por planta. No hay un solo balcón que rompa la monotonía y la vulgaridad de las fachadas. Cuando sale del auto los mira brevemente con cierto disgusto, sopesando la idea de derribarlos con todos sus habitantes dentro.

Alza el mentón olisqueando el aire. Huele a sangre, coño y muerte.

Sus músculos se tensan bajo la camisa tejana demasiado holgada. De forma automática mastica con ferocidad el aparatoso habano que parece pegado a sus labios.

Se arremanga la camisa dejando al descubierto en la parte interna del brazo, tres seises tallados a cuchillo en la piel. Un tatuaje que jamás cicatriza, que sangra eternamente. Casi infectado.

Un cuchillo clavado entre los omoplatos, encajado entre la piel como un bolsillo de carne viva, crea un bulto extraño y poco estético en la camisa.

Alguien podría pensar que en lugar de ser su arma inseparable, es un corrector ortopédico. Alguien podría morir, incluso aunque no se fijara en aquel hombre.

La camisa se agita ante una ráfaga de aire elevando el faldón, que al alzarse deja entrever la culata de una potente pistola Desert Eagle dorada. El viento cesa de repente como si no le gustara lo que ha visto.

666 aspira con delectación el aire de lo podrido y la maldad. A cura muerto más concretamente.

Las paredes de la iglesia tiemblan imperceptiblemente cuando pisa el patio de la misma para acceder al interior.

Quien construyó las viviendas, debió construir la iglesia con los restos de materiales. Es un simple cuadrado de ladrillo y cemento.

Abre una de las puertas laterales y entra a pesar de la ira de Dios que le grita desde el cielo. Le prohíbe la entrada.

-Histérico de mierda... -musita un tanto harto 666.

A mitad de la nave hay un confesionario y frente a él una mujer apoya sus nalgas en el respaldo de un banco, fuma. La falda ha subido por encima de las rodillas dejando ver unas torneadas piernas envueltas en medias negras.

666 presta atención a la oración de la mujer.

- ¿Debería cumplir una larga penitencia, padre? ¿Cuántos avemarías vale su vida plena de infantiles lechadas?

La mujer siente la presencia de alguien y dirige su mirada a la figura que apenas se discierne en la penumbra. Incluso el silencio resuena con mudos ecos en los muros de las iglesias.

-Mire cura, otro pecador le espera. Lástima que sea adulto y posiblemente se pueda defender -dice al cadáver degollado que muerde entre los dientes su propia lengua amoratada. La laringe asoma por el devastador corte que va de mandíbula a mandíbula. Y sus ojos en blanco parecen interrogar al cielo.

Saca del bolso la navaja de afeitar y la abre con un rápido movimiento de muñeca, pegándola a la pierna para ocultarla a la vista del intruso.

666 avanza hacia ella y a medida que sus pasos fuertes y lentos se escuchan más cerca, la mujer siente una especie de angustia creciente.

-Lucrecia, atenta. Eso que se acerca apesta a muerte -se murmura a si misma.

Los ojos de un indeterminado color ardiente de 666 se clavan en los de Lucrecia, para luego posarse indecentemente en sus pechos con una rijosa sonrisa. Entre los botones de la blusa se aprecia una porción de la copa del sujetador.

La mancha de sangre y orina se extiende hasta casi mojar la suela de sus zapatos de correa y tacón alto. 666 está cerca. Lo suficientemente para ver su camisa arremangada y manchada de sudor. Lucrecia retrocede con cautela sin apartar la mirada aproximándose un poco más al altar y casi frente al púlpito.

Su mano se cierra con fuerza en el mango de la navaja y su sexo lubrica de una forma anómala.

Su odio es mayor que el temor que el instinto dicta.

Es sólo otro hombre de mierda.

666 se planta frente al confesionario, y ladea la cabeza a un lado para encuadrar mejor la muerte que hay dentro. Eleva la mirada al techo de la iglesia y deja escapar la risa de una hiena. A Lucrecia se le eriza la piel.

Observa cómo el hombre saca un puñal de mango negro y plateado por encima de su cabeza. La hoja está sucia de sangre fresca.

Odia a esa cosa que provoca en ella tanta repulsión y atracción como desconfianza y temor.

-Lo has hecho bien, primate; pero para mi gusto el religioso aún está demasiado entero.

666 introduce el torso en el confesionario y emerge tras unos instantes con el pene del sacerdote en la mano.

- ¿Seguro que no lo quieres?

-Si quisiera esa porquería, se lo hubiera cortado yo misma. No estaba esperando al primer pirado que entrara para que le cortara la polla al cura. ¿Acabas de fugarte de un manicomio?

-Yo soy el manicomio. Lo que contiene y mantiene lo más podrido de vuestro pensamiento. Y tú tienes una parte muy importante de toda esta insania. Tal vez, si eres buena mamando te perdone esta vida. Primates como tú son necesarios para regular la densidad demográfica de los monos.

Lucrecia maldice la suerte de haber encontrado semejante tarado en una triste iglesia a la que nadie entra.

666 lanza una risotada que degenera en el gruñido de un cerdo.

El corazón de Lucrecia pierde un latido.

-Podría arrancarte el corazón y meterte esta pene en su lugar, sería magnífico ver la cara de tu forense cuando te raje el pecho -666 hace saltar el pene en la palma de su mano.

Lucrecia piensa, lejos ya de sentir temor, en cortarle esas manos que huelen a carne putrefacta y meterle el pene en el culo.

666 la mira con curiosidad y empuña la culata de la pistola bajo la camisa para acto seguido disparar al pecho del cristo crucificado que preside el tabernáculo del altar.

Lucrecia apenas se sobresalta por la detonación que se repite un millón de veces en los muros de la nave. No le asusta el ruido, de hecho, la mujer no sabe qué cosas le asustan o le podrían asustar.

Se separa aún más de 666 y se acerca al altar.

666 avanza hacia el altar con decisión sin intentar acercarse a Lucrecia.

En el grueso agujero que la bala ha hecho en el pecho del crucificado, introduce el pene con una sonrisa apenas contenida, como una pequeña tos que no puede retener.

- ¿No está mejor así el Nazareno? ¿No es cierto que con una polla en el pecho, es más asequible a vosotros, más afín? Dios es una cafetera defectuosa que hace un café aguado. Ese divino maricón se pierde en bondades. Es un error, el arte requiere impactar.

-Te voy a dejar tranquilo con tus delirios. Me aburres. Sé hombre y no me dispares -le dice fríamente Lucrecia.

-No te irás -replicó con un siseo venenoso 666 apuntándole a la cabeza. -Yo me voy a relajar en el altar y tú me vas a comer el rabo como si fuera la más deliciosa carne de cristo, primate de mierda. Hasta que tus medias de puta se empapen de puta excitación. Luego podrás seguir matando sacerdotes, monaguillos o al papa si te da la gana.

Lucrecia presionó con fuerza el pulgar en el filo de la navaja hasta que sintió el metal hundirse en la carne. Necesitaba aliviar la presión sanguínea que aumentaba con el odio, con el deseo de partir en dos al cerdo.

- ¿Cómo sé que no me matarás cuando me hayas llenado la boca con tu leche?

-Lo sabes porque te lo digo yo. Si supieras qué soy, sabrías que nunca miento. No merecéis los primates que pierda el tiempo inventando mentiras. No lo necesito. La muerte llega al mismo tiempo que la verdad que canto. ¿Mentir yo a unos piojosos, primates? Yo soy un dios; pero no ese maricón rodeado de querubines.

Ven a comulgar con mi polla aquí en la casa de vuestro señor.

666 se tiende de espaldas a lo largo del altar, abre la cremallera de la bragueta y saca con dificultad el pene erecto y oscuro como carne corrupta.

Un intenso olor a orina y excrementos invade la atmósfera de la iglesia y Lucrecia siente náuseas mientras el cañón apunta a su cabeza.

El cristo del tabernáculo ha girado la cabeza a su siniestra para no mirar el sacrilegio que hay en el altar. Lucrecia cree ver una lágrima correr por su cerámico rostro.

Su mente funciona frenéticamente para encontrar una salida a la situación. El profundo corte en el pulgar duele tanto que apenas tiene tiempo para pensar en el miedo.

Se saca los zapatos y se acerca al altar.

666 taladra literalmente su pensamiento y su cuerpo actúa sin su consentimiento.

Abre la boca hasta casi desencajar las mandíbulas sujetando ese bálano duro y húmedo. Cubre con sus labios el glande lubricado que palpita como un corazón en su lengua.

Por un segundo, por un instante la atroz presencia de aquel ser en su pensamiento cede para dar paso al placer.

Ella nació para matar y si tiene oportunidad, mata y daña.

La navaja vuela veloz, la boca se retira, las uñas rojas resaltan en el cuerpo venoso del pene que sujeta. El filo de la navaja entra en el meato casi dulcemente.

Y sigue cortando hacia abajo hasta llegar al pubis.

El grito de 666 provoca que los ojos del cura muerto se abran.

El pene partido en dos en toda su longitud es una fuente de sangre.

Cuando 666 ha cogido y unido en el puño las dos mitades del pene, Lucrecia ha desaparecido dejando sólo sus zapatos a unos metros del altar.

666 separa lentamente los dos trozos en los que se ha convertido su pene y los observa con curiosidad, se enciende un cigarrillo mientras el sudor gotea desde su nariz. No hay dolor, sólo una oscura ira. Algo ponzoñoso. Desearía matar a la humanidad entera.

El cigarro crepita cuando quema la sangre con la que se ha manchado.

Sus ojos son dos rendijas que ocultan una ferocidad implacable.

Saca el puñal de su espalda de nuevo y vuelve al confesionario, de allí saca el cadáver del cura y lo extiende en el altar.

Con un tajo rápido corta los músculos del vientre y con las dos manos desgarra la herida para abrirla, dejando los grises intestinos al aire. Hunde la cara en las vísceras aún tibias.

Se baja los pantalones, el pene partido parece dos tiras de carne sangrante que se agitan por el viento con cada gesto.

Con un grito de ira, vuelve a unir ambos trozos de carne en su puño y subiéndose al altar hunde el pene destrozado en las tripas del religioso.

Una estatua de la virgen se ha roto.

Lentamente su respiración se torna pausada y siente su pene unirse, curarse y cicatrizar.

Cuando saca el pene de allí, está completamente curado de hecho, no hay cicatriz alguna. Se masturba lentamente sentado sobre el pecho del cura, evocando la boca de la puta asesina.

Su semen levanta pequeñas nubes de vapor cuando toca el suelo sagrado. Escupe en la boca del cadáver y se ajusta el pantalón empapado en sangre.

Cuando se dirige a la salida, entra una mujer con un pañuelo negro en la cabeza, se dirige a la pila de agua y cuando se va a santiguar mirando el altar, 666 le aprieta el cañón de la pistola en la frente y dispara.

-Es tu hora vieja.

La tapa craneal sale despedida y queda flotando en la pila de agua bendita. El cerebro de la mujer salpica el suelo en una línea recta en la dirección del disparo.

La grúa municipal está trabajando en su coche, ya lo tienen en el aire, preparado para llevárselo al depósito.

-Lo siento jefe, lo tendrá que recoger en el depó...

666 le abre la barriga desde el ombligo al diafragma con una certera puñalada. El otro operario recibe un tiro en la cabeza que le sale por la boca cuando intenta meterse corriendo en la cabina de la grúa.

Acciona los mandos de la grúa y el morro del Aston Martin cae pesadamente al suelo de nuevo. Se sube en él y arranca sin ninguna prisa.

Lucrecia ha entrado en una zapatería, la dependienta mira atónita sus pies desnudos y las medias destrozadas por las que asoman unos dedos bien cuidados de uñas pulcramente pintadas.

-Me han intentado robar y he tenido que quitarme los zapatos para poder correr.

- ¿Quiere que llame a la policía?

- No me han robado nada, sólo quiero unos zapatos y sacarme estas medias.

La dependienta le indica donde se encuentra el lavabo para que pueda quitarse las medias rotas. Aprovecha también para limpiar la fea herida del dedo taponándola con papel higiénico.

Aún siente su sexo húmedo. A su pesar evoca el placer del pene invadiendo su boca y siente deseos de vomitar.

Vomita.

Desde la cercana iglesia llegan los rumores de un coro rezando un avemaría, a pesar de que la iglesia está vacía.

Lucrecia piensa que no hay nada por lo que valga la pena cantar. La carne muerta carece de sensibilidad, como ella.

No existe lo espiritual, no hay más vida que la de la carne. El resto son paranoias que se pueden operar cortando el tejido afectado.

Le duele el dedo.

- Maldito loco...

Siempre sangrienta/o: Lucrecia vs. 666


Iconoclasta

201003031623


(Lucrecia es un personaje exclusivo creado por Lucrecia B. y el cual he usado con el permiso de la autora(http://teo-nanacatl.com/autores.php?id_user=169).


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5 de marzo de 2010

Super Fuerte




Suplico, ruego, exijo que alguien me ayude a deshacerme de esta fuerza descomunal que poseo.
No es que sea pretencioso y vanidoso. Sólo soy desgraciado.
No hay nada de bueno en ser tan fuerte.
Estoy tan solo como fuerte soy. O tal vez más.
Cada día es peor. Acabo de vomitar.
SF (Super Fuerte), son las iniciales que llevo bordadas en mis calzoncillos, soy discreto con un simpático toque de vanidad. Para que borréis esa sonrisa de astucia de vuestro rostro, sabed que las iniciales las llevo grabadas en la cinturilla elástica, no en la zona delantera.
Estoy borrando la F de todos mis calzoncillos y camisetas interiores, de los pañuelos. La cambio por una T.
Es más adecuado.
Porque todo es grande y pesado lo que me ocurrre, en proporción a la fuerza.
Las lágrimas son super lágrimas. No mola. Ojalá salieran al exterior y no fueran de esas que te inundan las entrañas por dentro y sientes asfixiarte.
Los más fuertes gritan y lloran más. Sienten más el dolor y el amor.
Y también somos más cobardes.
Y nos mordemos los labios para que nadie nos vea llorar. Aunque la verdad, los muerdo con la ilusión de que el dolor desborde aunque sea una sola lagrimilla.
Yo no sé mucho de medicina; pero he visto jeringuillas enormes en las consultas de los médicos. A veces sufro enfermedades terribles. Es una mierda ser tan fuerte porque sólo las peores infecciones y bultos hacen mella en mí.
Esas jeringuillas con sus largas agujas podrían llegar a mi corazón atravesando el pulmón. Puedo aguantar el dolor, soy super fuerte.
Por poco tiempo si alguien me ayuda.
Que el médico clave, tire del émbolo y absorba un trozo del corazón.
Con la mitad del corazón sería la mitad de fuerte.
Me han extirpado tres tumores como pelotas de ping-pong de los testículos. Y yo que pensaba que estaba bien dotado...
Soy super cretino.
Un testículo me lo amputaron, el izquierdo. Pero como soy super fuerte, aún me queda un super huevo.
El otro día estornudé sangre.
Y también la lloro.
Por eso cambio la F por la T.
Es justo.
Yo no quiero ser fuerte. Ni tener super visión, no es de rayos-x; pero lo veo todo con una claridad desalentadora.
No hay una mujer que me quiera. Supongo que al ser tan super fuerte, les parezco super antipático también.
Estoy solo.
Me gustaría que mi padre estuviera vivo y decirle con mis super lágrimas: Padre, no estoy bien, ¿Quieres poner una mano en mi hombro? Confórtame a pesar de mi super fuerza.
He visto como mueren los besos de los amantes apenas han volado un par de centímetros de sus labios. No tengo esperanza. Ellos dicen que los besos vuelan, que llegan. Pero yo los veo morir cada día.
Respiro besos muertos. Lo veo caer haciendo torbellino y me sacudo con premura los cadáveres de amor de la ropa. Como una ceniza dorada que se confunde con polvo y polen.
Una vez amé y fui amado. Y lancé besos que morían apenas volaban. Pero siempre hay alguien mejor, alguien a quien se le puede amar más. Tener super fuerza no significa que tengas super suerte. Y así acabé muerto como los besos. Amó más a aquel que no tenía super fuerza. Es normal que me dejara, es razonable. Yo me odio. He tenido que aplicar el super olvido, porque no era posible vivir sin ella.
En algo me ha sido útil: olvidé su rostro. Incluso a veces dudo que llegara a amar y ser amado.
A partir de ahora, soy Super Triste.
Podría poner la S de Solo. O bien: STST (Super Tremendamente Solo y Triste). Lo dejaré en ST, no quiero pasarme la vida bordando.
Duele.
Quisiera simplemente dejar de ser fuerte y llorar. Llorar por todos esos abrazos muertos y los efímeros espejismos de manos entrelazadas. Manos y abrazos muertos que llueven por todas partes. Quisiera no ser fuerte para evitar la verdad.
Pobres amantes... No sirven para nada sus abrazos, no llegan. Tienen menos vida que las mariposas. No cruzan ríos, mares, ni montañas.
Mueren a sus pies.
Que nadie lo sepa, que sigan engañados. O se tornarán super tristes.
No más muertes por favor.
Super Triste...
¿Y si mi fuerza radica en el cerebro? Pues esa misma monstruosa jeringuilla se podría insertar a través del iris de mi ojo, el que lleve directamente a esa excrecencia callosa que me da esta inusitada fuerza. Que la traten como un tumor maligno.
Que tiren del émbolo y absorban fuerza, ya sé que la tristeza es ya inoperable, me conformo. Pero por favor, que me quiten esta puta fortaleza que me impide llorar. Que impide que me retuerza ante los miles de besos muertos. A veces les gritaría a los amantes que no hagan eso, que no sirve de nada el amor que lanzan; se muere. Como si se cansara de agitar sus alas a los pocos segundos. Cae muerto el amor en la distancia. Como un colibrí que nació débil y cansado.
Pobres...
A mí no me preocupa, jamás tendré ese problema. No me quiere nadie. Ni mi padre está aquí para engañarme diciendo que todo está bien. Que sólo es un mal momento, que a todos nos pasa.
Necesito debilidad para desfallecer y así descansar con mi cabeza en su vientre.
Y no hay vientre sobre el que pueda llorar, ¿lo hubo algún día?
A veces me siento como un niño triste que no sabe porque tiene ganas de llorar.
No pediré anestesia y firmaré un documento exonerando de responsabilidad al médico por la destrucción del iris cuando la aguja lo reviente.
Prefiero ser tuerto que fuerte.
Triste... No podré extirparme jamás la tristeza, a menos que me arranquen el cerebro entero.
Es una buena idea, por que cuando no amas ni eres amado, la vida se hace ¿invivible? Estoy muerto como un beso en la distancia, quemado como un papel lleno de juramentos de amor que alguien quemó una noche para que sus cenizas volaran.
Y se quedaron en el fondo del mar.
Así mismo, descargaré de responsabilidad al galeno o sanitario en caso de muerte cerebral.
Prefiero la imbecilidad de un coma, a la fuerza de las lágrimas presionando sin encontrar salida.
Soy lo que cualquier médico sueña: un paciente perfecto que nunca levantará denuncias ni quejas.
No puedo seguir siendo super fuerte por más tiempo. Ahora he mutado a triste y creo a veces que la vida se me escapa por los poros de la piel y me arrugo como un globo pinchado.
Debería haber un momento en el que el cuerpo y el pensamiento se saturen de amor y deseo y se desconecte la poderosa función Desesperación.
Quiero morir de amor, no agonizar toda la vida.
Parece que he nacido para ser desamado.
Padre: tu mano por favor. No hay una mujer que me diga que todo está bien. A veces pienso que es una suerte que estés muerto. Si tuviera un hijo, no me gustaría que fuera super triste. Le descerrajaría un tiro en la cabeza para que dejara de sufrir.
Cabe la posibilidad de que cuando pierda mi super fuerza, encuentre a mi amada. Y sea un pobre tuerto.
Da igual, la amaría toda la vida, tuerto, sin corazón, sin un huevo...
Joder... Tengo todo lo bueno para ser amado.
A veces me río aunque sea cruel.
Estoy acostumbrado al dolor.
Porque lo que está claro, lo que sabe hasta el gato del idiota de mi vecino, es que la voy a amar toda la vida. Casi ciego, sin corazón o con los sesos hechos papilla.
¡Oh, doctor carnicero! ¿Y si me clava la aguja en la nuca y hacia arriba? Hasta que toque hueso. Yo apoyo la cabeza entre las piernas de mi bella. Ella es la única capaz de conjurar el dolor, mi dolor por ella. No es que sea mala, es que la amo tanto que duele. Sus preciosas manos sujetarán mi cabeza y con esos hermosos y húmedos ojos me tranquilizará chistando suavemente: ¡Shhhh... No pasa nada mi amor!
Y yo callaré.
Puede que no pueda evitar hundir mi nariz en su coño para aspirar los alucinógenos fluidos que manan de él. Es normal este punto de lujuria dada mi fortaleza física.
No se me puede tachar de obsceno por ese lógico y comprensible acto.
¿Estoy loco, verdad? No tengo bella, son paranoicas alucinaciones.
No llore doctor, estoy acostumbrado.
Soy un enfermo aquejado de hiper fuerza. Soy algo de lo que sentir lástima cuando se me ve debatir en el suelo aquejado de un dolor, sujetando el vientre con una profunda sensación de falta.
Si yo viera a alguien hacer eso, pensaría que sufre próximo a morir.
Tendría piedad y le pegaría también como a mi hijo, un tiro en la cabeza.
Lo mínimo que pueden hacer es clavarme esa jeringuilla y tirar del émbolo para arrancarme al menos el sesenta por ciento de mi fuerza.
Hasta Superman tiene kriptonita para descansar.
Tiene a Super Woman.
Yo ni eso. Lo mío es infinitamente peor. No existe una bella que con su amor inhumano alimente mis músculos y mi ánimo.
Ojalá supiera que un día me amaron. La vida sería más vivible.
¡Oh, doctor Frankenstein! Ayúdeme se lo ruego. No soy su creación; pero realizó un juramento hipocrático. Apelo a su compromiso por aliviar el dolor, para preservar la vida humana. Extírpeme la fuerza antes de que me convierta en algo parecido a los besos de los amantes.
En algo muerto a mis propios pies.
No hay cabinas telefónicas para llorar, ni para cambiarme de ropa y escapar de mi propia tristeza dejándola en el suelo como una muda de piel.
Una vez fui amado, estoy seguro...
No hice nada malo, sólo que el otro era mejor.
Es triste perder.
Doctor, clávela ya por favor.
Tire del émbolo.
O déjelo, yo me pego un super tiro, está todo mal.



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4 de marzo de 2010

Soy dios



A veces estalla en mi mente todo el deseo acumulado y no puedo ser educado, se me escapa la vanidad y el orgullo que intento mantener oculto bajo una gruesa capa de humildad.
La humildad es necesaria para poder vivir relajadamente. Ser dios es algo agotador si lo haces a todas horas.
Por eso la abrazo desde atrás, para que no pueda ver el poder divino de mis ojos. Es por ello que me sitúo a su espalda, no quiero que vea al dios. Sólo quiero que se sienta adorada como una diosa.
Porque sólo yo lo puedo hacer. Nací para hacerla sentir la mujer más bella y deseada del planeta. Quiero que sienta y sepa que es obra suya la dureza que late pegada a sus nalgas.
Que no sepa del control que ejerzo en mi bálano potente y duro. No quiero que mi mirada vanidosa me delate como a un dios.
O tal vez, sí... Tal vez quiero que se pegue más a mi piel para sentir la divinidad que la envuelve, que la unta, que la moja, que la empuja, que la viola una y otra y otra y otra vez...
Inmisericorde. Desquiciado.
Porque soy dios, sólo así se puede entender que mis dedos jugueteen hasta el límite del dolor con sus pezones duros. Henchidos de placer y micro-orgasmos que se transmiten desde sus nalgas presionadas por un pene salvaje e impío, e irradian hacia ese corazón y cerebro que amo por encima de todas las cosas.
Incluso por encima de mí mismo.
Sólo así se entiende que soy dios, con su divino cuerpo rendido entre mis brazos.
Mirad sus ojos entrecerrarse cuando mis dedos se enfilan en el elástico de su braguita, cuando deslizo la tela y dejo su pubis al aire. Mirad como sus ojos se cierran y su cuello se estira necesitado de que mis labios succionen la sangre que va directa a su placer.
Me rinde sus arterias, su sangre, su alma, su coño...
Soy el puto dios y debéis arrodillaros ante mí follándola.
Soy un dios y ella es la prueba. No voy a ser humilde.
Soy la más degenerada y vanidosa de las deidades.
No puedo mantener mi anonimato. La jodo ante vosotros y la hago mía y exclusiva, un mensaje a la humanidad. Una nada sutil amenaza y aviso.
Ella es mi soberbia. Y me ama por encima de cualquiera de vosotros, humanos.
Y yo la amo por encima de mis otros colegas dioses.
Con mi poderoso rabo oprimido entre sus muslos... ¿No os excita? ¿Me creéis ahora ante su ademán de profundo placer que soy dios hecho carne dura? No me reconozcáis dios si no queréis. Pero dejad de morderos los labios esperando que ella acaricie el bálano que asoma entre sus muslos y acaricie su sexo anegado con el amoratado ariete que cabecea salvaje y violador.
La voy a joder hasta que me grite y me insulte.
No tendré piedad ni cuidado alguno con su cuerpo.
Su cuerpo que es mío. Sólo mío. Yo lo he ganado, yo lo he comprado.
Yo soy el amor pulsante y duro y erecto.
El dios embiste desbocado. Nada detendrá la cópula salvaje.
Sus gemidos resonarán en el planeta y los otros, vosotros desesperaréis ante lo que no conoceréis jamás.
No es convicción, no la necesito. Es pura ostentación.
¿Os pensáis acaso que separa sus piernas para que mis dedos se hundan en su sexo por simple gimnasia sexual? Abre sus piernas porque quiere tragarse al dios mismo. Separa sus piernas y se estremece entre mis brazos porque mis dedos son divinos en su piel y sólo yo soy capaz de sacar su alma por el coño y meterle la mía.
Suda ella y sudo yo. Somos la fuente del placer sumo y resbalan los pies en el suelo pringado de fluidos.
Quiere que me hunda en su coño y hacerlo así aún más divino.
Quiere el bautismo en su útero ardiendo.
Ardiente como una forja.
Somos un reflejo obsceno infinitamente repetido ante el espejo. Profundo. Inconmensurable.
¿Veis como alza los brazos y rodea mi cuello dejando sus pechos indefensos a mí? Soy su dios y ella se abandona a un Zeus voraz.
No lo haría con nadie nacido ni por nacer. Sólo conmigo.
Tengo que ser vanidoso no hay otra opción.
Y amenazo feroz la delicada piel de su cuello con mis dientes.
Humildad... No voy a ser humilde con la cosa más hermosa del mundo entre mis brazos. Es mía, es mi esclava soy su amo y no tendré piedad con ella.
Y ella me pide que no la tenga.
Y cuando dice eso, temo desfallecer, temo rendirme ante ella y perder mi vanidad y orgullo y besarla con un llanto extremo de amor doliente.
Los dioses no cedemos.
Abro su vulva con mis dedos para que se sienta aún más indefensa.
¿Os gusta su coño? Es mío. Soy su amo y su dios y me ama por encima de todas las cosas. Y por encima de todas las cosas, desea que su vulva se derrame abierta ante mi voluntad, que moje los dedos que castigarán sus pechos por enésima vez.
¿Deseáis tocar y lamer, humanos?
Os mataría si os acercarais, fulminaría vuestra vida, la de vuestros hijos y la de vuestros antepasados si una sola lengua intentara acercarse a este coño que es mío.
Mirad como se deja abrir. Si supierais del sutil temblor de sus muslos...
Presiona a la vez sus nalgas para sentir mis cojones pesados y ardientes. Es salvaje en su obscenidad. Sería una diosa si no fuera mi esclava.
El filamento de fluido que se descuelga de mi glande es otra ostentación más de vanidad y cuando la gota se desprende y queda prendida entre el sutil vello dorado de sus muslos, su piel arde en sacrilegio.
Óleo bendito, la extremaunción del placer en el infierno.
Yo soy dios y la arrastraré desde el infierno al purgatorio, desde el séptimo coro celestial al paraíso perdido.
Y ella se dejará hacer.
Y yo me jactaré con mi pene aún entre sus piernas de lo muy dios y sagrado que soy.
Mirad como sus uñas se clavan en mi piel divina aferrándose ante el temor instintivo del vuelo del placer. Mirad la sangre que corre por mi cuello. Es vanidad pura.
Es jactancia sangrante.
La misma que dilata hasta el infinito mi polla entre sus piernas.
Girad la cara si os sentís ofendidos.
Pero no intentéis hacerlo vosotros. Mi bella es única, especial.
Destruye todo asomo de piedad, humildad y pudor.



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25 de febrero de 2010

El amor es una mentira


Arden, son hogueras rojas.
No pueden evitarlo, su propio amor los condena, los cuerpos se retuercen en un magma que funde las almas e incinera todo lo que les es ajeno.
Quisieran morir en ese instante y eternizar el momento, ser supernovas en el espacio devorando la oscuridad, rasgando el manto negro con vanidad, iluminando todo lo oscuro y lanzando susurros de amor al infinito. Seres de fuego en una debacle autodestructiva.
Dos soles colisionando... No puedes mirarlos sin sentirte miserable.
Sin sentirte desgraciado. Poco afortunado.
Pues no son para tanto, esto es una mierda.
Fumas un cigarro y miras a otro lado, lejos de estas letras: esos seres no existen. Es paranoia pura. Antes se ponían hasta el culo de láudano los poetas; ahora aspiran tóxicos cristales que le dan otro decorado a las mismas mentiras.
Literatura cargante.
El amor es sólo una reacción fugaz; el espejismo de un sexo ávido, una sacralización banal y facilona de la cópula.
Todos quieren darse importancia, meterla en caliente con elegancia y exclusividad.
Estoy harto de tonterías.
La tengo dura, nada más.
Toda otra consideración es un delirium tremens de un alcohólico que vomita negro; el hígado podrido.
Nadie ama así, no se puede. No hay cerebros preparados para ese grado de entrega. Ni siquiera hay amor.
No existen los ángeles, somos bestias, y cuando la follo salvajemente no la amo. No la jodo con palabras de ternura. Me clavo a ella queriendo arrancar hasta su último aliento embistiendo su coño divino, bañando su piel con mi saliva espesa. Un peligroso animal.
El amor no es divino aunque los tontos se lo crean; sólo lo que tiene entre sus piernas es lo bendito.
Soy un homínido escribiendo de amor-ficción.
Todo es tan cándido y yo tan asesino...
Me pregunto qué cojones hago en este mundo, en este lugar aséptico donde hasta los aromas son artificiales. Donde se llama amor a la penetración, a las felaciones y a un vientre que se contrae impúdico.
Para joder no necesito palabras bellas, sólo mi rabo duro.
Estoy cansado de tantas flores y fuegos y mares y luces y oscuridad.
Y plumas que se hacen llamas al acercarse al sol.
Y cometas...
Un segundo más mi bella, un instante para ser hombre.
Soy un accidente en medio de todo este planeta plagado de amor.
No adoro a nada ni a nadie.
No hay una música suave acunando mis pensamientos. Es un rugido de tambores de guerra, una voz que clama y no cesa, que escupe gotas de sangre en el micrófono.
Yo no me mezo en una suave melodía, lanzo los puños al aire, y muestro obsceno mi vello púbico acariciándome ante los enamorados ardientes. Pateo el suelo aplastando vida.
Escribiré las crónicas de lo aberrante, de pieles arañadas.
Salmo del no amor nº 5: Lamo su coño de arriba abajo, de izquierda a derecha.
Soy la brutalidad.
Una música atronadora que canta del sexo de las drogas, de adorar al diablo y escupir a dios. Soy las guitarras que hieren los oídos de los melifluos. Soy la voz rasgada de un vocalista borracho.
He clavado la pluma en la pared con cierta ira. Un ira venenosa...
Estrangulo mi pene. Miradlo gangrenarse.
El morado del glande colapsado de sangre es el mismo que el de mi pensamiento. Un oscuro púrpura de fluidos sin retorno.
Todo es polla, todo es coño.
Y todo en mi boca.
El mundo es su vagina desflorada ante mí por sus propios dedos. Obscena, vesánicamente sensual.
Entre sus piernas separadas tiene clavado un cosmos profundo.
Soy un astronauta furioso, ingrávido entre el semen que se me escapa por el puño. Que se congela en el espacio
Me masturbo en las más sórdidos galaxias, regalando vida a planetas muertos. Sin amarlos, sin amar a nada ni a nadie.
Eso soy, una bestia de semen y carne. De deseos pornográficos. Sin un solo ápice de sensibilidad.
Miro tu coño escupiendo a un lado.
No te puedo amar, no entiendo las frecuencias del amor, mi oído es demasiado básico. Primitivo.
No soy nada, sólo un animal.
Lo excelso es una mentira lírica redactada con gracia.
Pero no me río.
¡Si sólo quiero joderte! Metértela hasta que te sientas reventar, que abraces tu vientre en un placer que no puedes retener.
¿Quién quiere el puto amor? ¡Coño!
¡No....!
Por favor...
La tinta hierve.
Piedad...
La pluma se deshace, se derrite clavada aún en la pared. Explota el aire.
Mi bella... Dame un respiro deja que viva como hombre.
Sólo una vez, un instante para recordar lo que una vez fui.
Ya no recuerdo cuanto hace que fui hombre, cuánto tiempo vago buscándote.
Ahora que estás, que esplendes, estoy cansado, necesito ser lo simple.
Ha sido tan largo, tan estéril creer en ti y no encontrarte.
No tires de mí aún.
El papel se retuerce carbonizado entre mis dedos.
Mi bella, sólo intento, quiero ser un hombre vulgar.
Quiero vivir el último vestigio que quedaba de mí, mi pequeño cerebro de reptil. Es lo único que me has dejado.
Mi piel... El amor hace cenizas de ella.
No quiero toda esa profundidad, dame un segundo más antes de ser tuyo, un instante de locura humana antes de que seas yo.
Ya no... No hay brutalidad, mi bella, mi supernova.
Sólo quería ser...
Ya no... No sé, mi amor.
Todo arde a mi alrededor y soy fuego. Tu tremendo fulgor es un canto de sirena en lo silencioso y oscuro.
Voy a ti, sin pensar.
Sólo he de impactar en mi bella; nací con ese fin.
Lo que fue hombre arrastra ahora una cola de polvo y gases extraños, vapores de vidas incineradas. De mundos que fueron.
Un espermatozoide estelar en busca del óvulo de la luz...
Cometas nos llaman.
Malditos poetas...
Vuelo a ti, sucumbiré en ti y ya no habrá más hombre, ni más mujer.
Seremos eternos, viajaremos a través de la eternidad.
Crearemos la eternidad.
Siento lástima de aquel bruto, de su corta vida. De su desespero de amarte en un cuerpo insignificante. Arde como el papel y su sangre hierve como la tinta.
Soy vapor y soy polvo. Y soy una masa de eones cristalizados dirección a ti.
No soy nada ya, soy tú. Soy vida en ti y mi carne ya no es.
Somos cuánticos, inexpresables, incalculables.
Hagamos la eternidad, mi bella.
Revista Cosmos Ciencia.
El telescopio sonda Nexus KL, ha descubierto recientemente el choque de un cometa contra una enana blanca en el espacio profundo de la galaxia en espiral Desideral.
Se estima que la colisión ocurrió hace veinticinco millones de años.
Su luz barre periódicamente los diversos sistemas de asteroides. Y las Flechas de la ira (una zona de grandes agujas de amoníaco congelado). El colosal impacto creó una estrella de una magnitud quince veces superior a la del sol.
Posiblemente es uno de los descubrimientos más lejanos del cosmos.
La eternidad es el único recurso que tiene el cosmos para crearse a si mismo.

Y para destruirme antes de nacer en ella.
Como un reflejo en sus ojos oscuros.
Abismales.


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19 de febrero de 2010

Meones



Vamos a ver, yo no padezco Alzheimer, aún no. La culpa es de ella. La amo tanto que confundo mis necesidades e instintos y cuando creo tener ganas de orinar, resulta que lo que quiero de verdad es que me toque.
Follarla más concretamente.
Soy un hombre simple, primitivo, sí. Pero su hermosura y su sensualidad son desmesuradas. A cualquier hombre en mi lugar le pasaría lo mismo independientemente de su CI (Coeficiente intelectual). Pero si hubiera otro hombre en mi lugar, le arrancaría los intestinos. Soy macho territorial, sólo era una hipótesis. Que nadie sonría, que nadie se fíe.
Mi CI es muy bajo, lo cual me ayuda a ser completamente carnal. Cosa de la que me precio.
La obscenidad es un buen desahogo a la esclavitud del amor.
Me sucede cuando creo necesitar orinar y prolongo el momento más de lo necesario: acaricio el bálano durante más segundos de lo que es correcto para estimular la micción. Y no es correcto estimular la micción con caricias, es una burda excusa para justificar mi obsceno deseo.
Pensando continuamente en ella es normal que cuando meto la mano en la bragueta para sacar el pene y mear, acabe deseando masturbarme.
O que me masturbe ella si anda cerca.
No puedo evitar evocar como sus preciosos dedos trabajan para sacar este cavernoso músculo duro y tenso de entre la prieta ropa del pantalón.
El amor es joder, darle una mamada a su coño y que sus dedos me saquen la polla frente al inodoro. Mis sesos socarrados de su amor, a veces no distinguen entre una meada o una corrida. El romanticismo nace directamente en los cojones.
— ¡Mi bella! Ayúdame por favor, se me han dormido los dedos y no me puedo bajar la cremallera. ¡Me estoy meando!
Y viene corriendo, en parte para evitar que siga gritando y me oigan los vecinos. En parte porque es tan lujuriosa como yo.
Nos amamos como las bestias del mismo grupo taxonómico se encuentran para perpetuar su especie: feroz y lascivamente.
Somos la auténtica evolución adaptada al medio.
No me excita la orina, sino el hurgar entre las ropas buscando el sexo palpitante.
Me excita mi urgencia por desahogarme y la urgencia de ella por liberar lo que ella misma crea.
—Deprisa mi amor, me meo...
Y ella sonríe mordiéndose el labio inferior con ese toque de descarada y falsa timidez que nos enloquece a ambos.
No importa la elegancia, importa ese momento de nervios, la lucha de los largos dedos que amo por sacar de su encierro el falo erecto y brutal que apenas se puede dominar.
Había un juego de niños en el que se jugaba a ser cirujano y se tenían que sacar los órganos de un muñeco de cartón sin que sonara un pitido.
Yo soy un muñeco de carne, sangre y amor. Con una polla totalmente erecta que constituye un reto a la habilidad de mi bella; pero más discreto, no tengo un timbre que la asuste. Y si lo tuviera, lo haría sonar constantemente, la muy bella, sólo para reírse. Porque aparte de mamar, ríe como un ángel.
Sus largos dedos se sumergen en la bragueta y a veces arañan mis testículos, un breve dolor que se convierte en un adelanto de placer, en una muestra del ansia del momento.
— ¡Ay! —me quejo con incontrolada lascivia.
Y ella acaricia los testículos por un momento.
—Perdona, mi amor.
Y me tiemblan las ingles.
No hay ganas de mear.
Soy primitivo y salvaje.
Es por estos pequeños detalles por los que me acaricio el bálano para excitar la salida de orina. Y la micción se retrasa y se retrasa...
Y es preciso pedirle ayuda. Como ahora.
Es tan aplicada la muy...
Y debo “sufrir” la urgencia de ¿mear? gozando de la calidez de sus dedos, de sus uñas provocándome pequeños arañazos en la piel. Sintiendo como las venas de mi polla laten contra sus dedos y se sienten agredidas por sus uñas.
La verdad es que no me acuerdo de mear, sólo oigo sus pequeños jadeos de esfuerzo por sacar el pene.
Y cuando llega el momento cumbre cuando se decide a aflojar el cinturón para desabotonar la cintura del pantalón, me pregunto porque coño estamos en el lavabo.
Soy tan primitivo...
Cuando baja la tela y se encuentran mis genitales más accesibles bajo la suave tela del calzoncillo, mi pene se extiende en el tiempo y en el espacio y desearía golpear sus traviesos dedos con él.
Castigarla por el placer que me arranca desde los intestinos mismos y que parece arrastrar por el interior de mi polla para explotar en tres dimensiones y multicolormente en el glande ya amoratado, colapsado de sangre.
Mis cojones están duros y contraídos a esas alturas, y si me diera un beso en los rasguños, si deslizara la lengua por ellos para calmar el escozor, explotaría como un globo demasiado hinchado.
Ella me hace precoz.
Y por eso cuando consigue dejar desnuda la polla, la coge con fuerza con el puño y la estrangula. Está tan ansiosa como yo lo estoy por metérsela.
Es mala... Da un fuerte tirón de la piel hacia atrás y deja al aire un glande recubierto de una gruesa película de resbaladizo flujo.
Sabe que es por ella y para ella, para follármela de tal forma que parezca que me deslice dentro de su coño en caída libre.
Y la sacude...
— ¡Vamos, haz pipi! —dice sonriendo como si fuera una inocente mamá.
Me la comería a besos. La penetraría por detrás obligándola a que apoyara las manos en el lavabo.
Pero tengo que mear, me urge.
¿Seguro que quiero mear?
—¡Vamos! No tenemos todo el día —dice sacudiendo con fuerza mi pene brutalmente endurecido.
Yo no puedo soportar las prisas, reacciono extrañamente y mal.
En lugar de orina, sale una placentera leche, caliente y cálida que salpica graciosamente su rostro.
Es curioso el poder de mi bella para confundir mi organismo, mi instinto.
La haría madre aquí mismo, en el lavabo. Mordiendo su cuello tenso como una bestia en celo.
Me tiemblan las piernas mientras ella aún masajea mis testículos, provocando que me vacíe completamente.
—No me extraña que tuvieras prisa, amor. Lo que ha salido de ahí.
—A mí también se me han dormido los dedos ahora. Y me estoy meando —dice vengativa.
—Pobre... —me compadezco.
Levanto su falda y me encuentro con unas negras braguitas de encaje y noto que están mojadas. Mis dedos son torpes y toquetean más de lo aconsejable su vulva ardiente. Sus muslos parecen sentir un escalofrío y se separan con un líquido murmullo.
Y bueno... Un poco más calmado, le beso su delicioso coño para excitar la micción. Arrodillado frente a ella, con la lengua.
Aferrando sus nalgas con fuerza para apretar mi cara en su sexo.
Ya sé que la micción no se estimula así (en algún momento he concluido que soy primitivo o algo así).
Estoy enamorado y caliente; pero aún controlo.
—¡Meona! —le digo amablemente por no llamarla puta.
Me pone tan caliente...
Ha cerrado los ojos cuando mis dedos se han sumergido chapoteando en su vulva.
No sé, me parece que ella tampoco va a orinar.
Nunca imaginé que el acto de mear pudiera “degenerar” en algo así.
Es una deliciosa complicación amar y mear.
Aunque de mear, al final, nada.
Con lo fácil que sería follarla encima de la lavadora...


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10 de febrero de 2010

El Follador Invisible en las carreras de motos



No, no siempre me muevo con nocturnidad y con víctimas aisladas y solitarias. Hoy me encuentro en una concentración de moteros que acuden a un campeonato mundial de motociclismo.
Ruido... Me irrita.
— ¡Yo es que llevo la gasolina en la sangre! —grita un motorista haciendo tronar el motor con el puño en el acelerador.
Da un largo trago a la lata de cerveza y le ofrece el casco a su amigo.
—Voy a hacer un caballito que te vas a cagar.
Pasa una pierna por encima del asiento como un experimentado cowboy sube a su caballo. Empuja con los pies la moto hacia atrás para encararse en la avenida del pueblo que hace las veces de pista de exhibiciones para los fanáticos moteros. Acciona el embrague, con la puntera de la bota mete la segunda marcha y vuelve a subir las revoluciones del motor; cuando parece que el motor va a estallar; suelta el embrague y la moto sale disparada. En un instante la rueda delantera se eleva y el motorista pega el pecho en el depósito entre chillidos, pitidos y aplausos de desconocidos eufóricos llevados por la fiebre de la gasolina, el motor y la cerveza caliente y barata.
Algo vuela por el aire, sale de entre las cabezas de la muchedumbre.
Se trata de una botella de cerveza que da en la cabeza del motorista sin romperse. Se rompe cuando toca el suelo, sólo en las películas se rompe una botella en la cabeza.
Donde hay grandes concentraciones de ganado humano, además de cerveza agria y meados siempre hay cosas por el suelo que pueden servir para hacer daño.
La he lanzado yo, entre mis habilidades no figura la puntería; pero todo lo que se trate de hacer daño se me da bien.
El chico parece no sentir nada en un primer instante; pero su cuerpo está lacio en la moto. La máquina planta la rueda delantera en el asfalto, el manillar se cruza y la rueda de atrás se encabrita lanzando al motorista al aire. La moto acaba enterrada entre un grupo de espectadores demasiado prietos y compactados para poder esquivarla. Gritan ayuda.
El motorista ha sentido un crujido espantoso en el cuello al caer y no le duele nada, sólo siente frío.
Aunque la mayor parte de los borrachos acuden a ayudar al grupo que ha sido embestido por su moto, puede ver pies que se acercan hacia él.
— ¡Sobre todo no lo mováis! Fijo que tiene algo en la columna. ¿Veis? No se mueve.
No puede girar el cuello, no sabe si los dedos de sus manos se mueven. El miedo inunda su mente como un fluido oleoso y pegajoso que la impregna.
Un manto negro que le enturbia la visión.
Y que a mí me excita, me la pone dura, me acelera el corazón y hace patente mi superioridad.
Antes de que aquellos tres pares de botas de motorista lleguen hasta él, percibe que alguien se ha adelantado cogiéndole por los pies.
— ¡Tío no te muevas! No hagas eso –gritan los que se dirigen a auxiliarle.
“Sí, para moverme estoy yo”; piensa el chico roto. En su campo de visión, aparece una porción de su propia pierna. Alguien le eleva las piernas.
— ¡Que no, joder! ¡No te muevas y tranquilízate!
“¿De qué coño hablan?” se debe preguntar, yo lo haría.
Entre el grupo embestido por la moto, una mujer grita por su mano; se ha convertido en un muñón sangriento del que cuelga por una tira de piel el dedo pulgar. Los radios de la rueda trasera le han triturado hasta la muñeca.
Chupas de cuero negro y sangre...
Yo con mi invisibilidad y vosotros con vuestra gasolina y motores.
No necesito máquina alguna para sentirme poderoso, idiotas.
Las piernas del motorista suben en el aire de forma imposible y la misma fuerza, mi fuerza, eleva la espalda rota desde el suelo y luego, doy una fuerte sacudida, como si aireara una sábana. La sacudida hace que se desconecte la vida.
Ya se sabe que a un lesionado medular no se le puede mover sino es con mucho cuidado. A veces mi ego no puede evitar alardear de este poder ante la multitud. Cuando he elevado sus piernas y pegado un fuerte tirón de ellas, hacia arriba y atrás, he sentido en mis manos como se han seccionado todos los nervios, como se rozaba la columna vertebral entre sí en el punto de fractura.
Están todos demasiado borrachos y el subidón de adrenalina de alto octanaje siempre quita lucidez a sus ya de por si, mermados cerebros.
Se han apelotonado en torno al cadáver sin saber bien qué hacer. Está más seco que la mojama. Deberían llamar directamente al juez para que levante el cadáver.
Cuando lanzan gritos como una manada de chimpancés pidiendo una ambulancia, me aburro y miro a mi alrededor buscando mi próximo juguete.
Un tipo choca conmigo y casi me tira al suelo, se queda perplejo al haber topado contra el aire y yo con un mal humor venenoso, le clavo un buen puñetazo en los huevos.
Ruido y gente apiñada, hoy me siento sociable.
Las nenas que acompañan a algunos de estos moteros, visten faldas cortas y ajustadas, mi pene se endurece por momentos.
La invisibilidad comporta una maldición, ni yo mismo puedo ver mi polla. Es un poco frustrante. Tal vez sea ésta una de las razones por las cuales me siento tan rabioso y hostil hacia vosotros, los visibles.
La pelirroja me gusta, está sentada junto a una morena de pantalón vaquero con deshilachados cortes en las nalgas. Sorben de una botella de cerveza mirando con los ojos acuosos las evoluciones que hacen los amigos del motorista muerto.
Las bragas de la pelirroja son rosas y un vello rizado y negro sale por los camales. Me he arrodillado delante de sus piernas para observar su coño; si alguien me hubiera podido ver, se hubiera creído que estaba rezando a su sagrado chocho.
Me siento a su lado, en el bordillo de la acera.
Cuando la cojo por la cintura y la coloco encima de mis piernas, la amiga le pregunta con una carcajada idiota:
— ¿Qué haces?
Le he tapado la boca y estoy seguro de que sus ojos horrorizados, piden ayuda a su compañera.
No me cuesta nada apartar las bragas a un lado y separar sus piernas con las mías.
— ¡Qué guarra, Vero...! —ríe la ebria amiga al ver como se abre de piernas.
Con la mano libre, le estoy pinzando el pezón con tanta fuerza que siento como se endurece por la falta de sangre. Las contracciones de su dolor reverberan en el coño por el que mi polla se está abriendo paso.
Cualquiera que la vea de frente, verá como su vagina está extrañamente dilatada y sus labios se adaptan a un vacío cilíndrico.
La amiga se levanta y cogiéndola por los hombres intenta que se ponga en pie. Le apreso el tobillo y tiro de él, cuando cae, la arrastro para aproximarla a mí hasta que puedo golpearle la nariz con el canto del puño un par de veces; se la he roto y el shock la deja atontada.
El ruido de las motos no cesa, cientos de idiotas aceleran y aceleran y aceleran...
Los intentos de la pelirroja de bote por librarse de mí no hacen más que estimular más el pene y mis cojones palpitan ante la proximidad de una eyaculación.
Las motos vuelven a circular, y me da igual que grite, es más, quiero que grite.
Algunos miran a mi puta con sus hermosas piernas separadas y elevadas unos centímetros del suelo, sin atreverse a meter donde no les llaman; al fin y al cabo parece una tía demasiado pasada de rosca y nadie se extraña que grite sola levitando a un palmo de suelo. Ni que llore. Ni que el miedo que siente sea tan irracional como el de una gacela agonizante que cuelga por el cuello de la boca de un león.
Su coño está seco, estresado, pero mi invisible pene está tan baboso que lubrica por los dos.
La tengo cogida del cabello y deslizo la otra mano bajo la camiseta para acariciar los pezones, no se ponen duros. Debería relajarse y dejarse llevar por la inesperada y grata situación...
No quiero que sienta placer alguno, sólo me interesa el mío y cierro el puño en su teta gorda y siliconada clavando las uñas.
Grita tanto que empieza a llamar la atención de borrachos atentos a caballitos y quema de neumáticos.
Ahora tengo la mano en su pubis y el dedo masajea su clítoris blando y casi inerte, me excita su terror y su total ausencia de placer.
Busco su ano.
—No, no, no... —grita y llora cuando siente la presión entre sus nalgas.
Ahora la inmovilizo con ambos brazos, y mantengo aún sus piernas abiertas e inmovilizadas con las mías. Mi glande presiona en el ano, el músculo está demasiado contraído; mejor así, el placer, el mío, será más intenso. Cuando se la meto con una fuerte embestida, saltando sobre mi culo, lanza un grito y siento algo viscoso resbalar por mis cojones, se ha debido rasgar y sangra.
Pasa a menudo cuando violas a una visible por el culo.
Ahora es el único momento en el que mis cojones y mi polla pueden ser visibles, cuando la carne se tiñe de rojo espeso. De mierda de sus intestinos.
La propia sangre propicia que todo el bálano entre por ese músculo ahora herniado, mi pene es una ariete aplastando y compactando la mierda en sus intestinos y éstos ahora se han transformado en una extraña morcilla dentro de su vientre.
Cuando me corro, susurro en su oído:
—Pelirroja, cuenta con orgullo que el hombre invisible del universo, te ha petado el culo.
Me pongo en pie tirándola a un lado y mi pene es visible, está vestido de sangre y me lo acaricio...
Las caricias limpian la sangre y dejo de ver mi polla diosa.
Le arranco la ropa y queda desnuda en la calle ante los atónitos ojos de una veintena de espectadores. A mi espalda no hay nadie, la acera es demasiado estrecha.
Al fin, dos mujeres se aproximan hacia la pelirroja.
Antes de que lleguen, la agarro por el teñido cabello con el puño para ponerla en pie y le estampo la cara contra la farola, para que se le rompan los dientes, los labios y la nariz.
Para que se joda.
Y otro más para que no se le olvide jamás este día de motos y gasolina.
Me siento el puto dios, el dueño, el amo.
Si un día me volviera visible, me cortaba el cuello.
Cuando los hombres y la mujer llegan a ella, yo ya me encuentro andando entre la manada con el cuello de una botella rota. Una de tantas que hay por el suelo.
Nadie se fija que una botella vuela a baja altura entre la gente.
No tengo interés alguno en hacerme famoso, no soy un tío que necesite el reconocimiento de nadie. Yo no necesito esa demostración adocenada de poder. Soy un hombre seguro de sí mismo. Muy sencillo.
Conforme avanzo entre los hombres y mujeres, el vidrio rasga varios muslos muy cerca de las ingles, sé que ahí está la femoral. Son tantos que no distingo a quien corto, sólo doy rienda suelta a mi poder y dejar mi impronta en sus vidas.
La última femoral pertenece a un motero barbudo con casco de soldado alemán de la segunda guerra mundial. Se lleva las manos a los cojones con incredulidad, intentando comprender de dónde y porqué mana toda esa sangre.
Su compañera intenta sostenerlo en pie, pero en pocos segundos cae al suelo. La arteria femoral, en cuanto la abres, vacía el cuerpo de sangre a una velocidad de vértigo.
Una vez, después de haberme tirado a una adolescente en su casa delante de los cadáveres de su padre y su madre, le corté con una buena navaja la arteria femoral, la sangre salía como una fuente, luego se acompasó con el latido del corazón, borbotones de sangre de mayor y menor caudal y luego, tras quedarse pálida, dejó de respirar. Le besé sus jóvenes labios muertos.
Me meto en un atiborrado bar empujando y pegando puñetazos, lo que crea una buena cantidad de peleas. Hay navajazos entre dos idiotas. Del expositor de tapas de la barra cojo un plato con empanadillas y otro con pulpitos a la plancha, hay demasiada gente pendiente de las peleas y demasiados borrachos.
Me retiro al extremo libre de la barra, el lugar acotado por el camarero para preparar las bandejas para las mesas.
Es gracioso, se ha quedado pasmado al ver como parte de una empanadilla flotante desaparece en el aire.
Yo diría que no tiene cojones para a acercarse al plato. Mejor, porque si se acerca le clavo un ojo en el grifo de la cerveza delante de todos los borrachuzos.
Las empanadillas no valen una mierda y los pulpitos están acartonados. Los lanzo contra el suelo con estrépito.
Me voy. Avanzo hacia la salida golpeando a cuantos puedo. A una tía le he subido la falda vaquera y he metido la mano dentro del tanga, está depilada, hundo un dedo en el coño, pero no está húmeda. Se ha quedado muda, mirándome directamente a los ojos sin saberlo. Le lamo los labios. Sus ojos se humedecen de miedo. Es un momento mágico en los que los empujones de la peña no nos afectan.
Me quedaría horas frente a ella, observando su miedo, maltratándola, haciéndola gritar de pavor y confesándole que soy un hombre invisible y que ha tenido la mala suerte de dar conmigo.
Pero siento el olor rancio de todos estos idiotas insultando mi olfato y salgo del antro.
Me dirijo al recinto del circuito donde muchos de ellos están acampados para pasar la noche. Es un lugar lleno de barro y basura, al que he llegado subido en el sidecar de una Harley. Imagino que el madurito que conduce se dirige allí para buscarse una chavala joven que se la mame por unas invitaciones en los bares y unos euros de propina.
A este idiota no me lo cargo. Parece una manía, pero matar así sin más, me parece aburrido, lo bueno de matar y hacer daño, es que a la víctima la enloquezca el miedo a lo que no ve, a lo desconocido. Y aquí en medio de este campamento de gente sin dinero, en el que muchos se sientan en el suelo comiendo su bocadillo de mierda, no me apetece descuartizar al maduro motorista.
A mí me dan morbo las tiendas de campaña en las que normalmente, un desgraciado sin recursos, va con la zorra más tirada de su barrio para follársela con la excusa de la gran pasión por el mundo del motociclismo.
El olor de este lugar es asqueroso, en lugar de usar los lavabos portátiles, cagan y mean cerquita de sus propias tiendas y gran parte del barro es orina y mierda.
Miserables que no tienen para pagarse un hotel y no tienen el más mínimo sentido de la higiene.
En una pequeña tienda iglú escucho risitas de hombre y mujer, así que entro en ella ante el asombro de la pareja en la penumbra que crea un farolillo de gas. No entienden como puede abrirse la cremallera de la puerta como por arte de magia.
Veréis, soy el follador invisible y esto no quiere decir que sea una máquina follando. Con la corrida que he tenido con la pelirroja tengo bastante para unas horas.
Lo único que quiero es distraerme, y no diréis que no resulta morboso pillar a una tía en pelotas, con el coño aún dilatado por el pene de su novio y hacer lo que quieras con ella.
Así que primero le pego una buena patada en la cara al hombre, cojo la pequeña bombona de gas del fogón portátil y le golpeo la cara a la chica, parece morena, pero no os lo puedo asegurar, porque la luz es muy tenue.
Da igual, no la voy a matar, sólo le voy a hacer mucho daño.
El primer golpe le ha aplastado la nariz, el segundo ha roto varias piezas de los dientes, la cojo por el cabello y la enfoco con la linterna: sus labios son una pulpa sanguinolenta entre la que sobresalen trozos de dientes rotos. El pómulo tiene una fea brecha y la nariz sangra por la fractura abierta.
Si alguna vez fue guapa, mejor será que tenga fotos para recordarse como era antaño.
El hombre se está levantando y le doy una patada en los cojones.
La chica está gritando, escupiendo sangre. Ver la sangre chorrear por sus tetas me excita, le doy otro golpe con la bombona y se rompe la mandíbula.
La gente se acerca, atraída por los gritos.
He de confesar que me estoy masturbando, la sangre ahora le baja por el vientre para perderse entre la mata de vello del monte de Venus.
Están demasiado cerca, no me da tiempo a correrme.
— ¡Eh, hijo de puta, coge esto o te arranco el corazón!
Y el chico que se encuentra hecho un ovillo con las manos en los genitales, obediente coge la bombona que flota en el aire. Su chica ya ha perdido el conocimiento.
Cuando abren la puerta de la tienda, linternas en mano, ven al chico con la bombona ensangrentada entre las manos.
—Sal de ahí, cabrón —dos hombres con el torso desnudo tiran de él para sacarlo de la tienda.
Una mujer demasiado madura para ir con ropa tan ajustada se ha apresurado a cubrir a la víctima y telefonear a la policía.
Acabo de masturbarme allí, ante el apetecible culo de la auxiliadora, sopesando si metérsela hasta que llegue la poli.
Pero ahora no hay intimidad, hay demasiada gente cerca de la tienda.
Así que salgo de la aquí metiéndole mano en el culo y con la polla goteando invisible semen.
Tengo todo el tiempo del mundo, la fiesta no ha hecho más que empezar, queda toda la noche y todo el día de mañana para seguir jugando con ellos.
Cuando seáis invisibles, comprenderéis que son cosas inevitables estas que hago.
Ya sé que no es de risa, pero si vieseis la cara del novio de la chica... Está tan histérico, que les ha costado dios y ayuda arrancarle la bombona de gas de las manos.
Y tiene una polla minúscula.
Debería meterle la mía en la boca para que supiera lo que es un buen rabo y así acabar de destrozar su pequeño cerebro.
Da igual, tengo más, tengo muchos más visibles con los que divertirme; toda la vida.
Nos veremos; bueno, es un decir, yo os veo.



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4 de febrero de 2010

Rayos y truenos



Cabrón... Es inconfundible y majestuoso. Cuando aparece, ni siquiera la vida es capaz de ofrecer sus aromas, éstos se retiran para dar paso al ozono, su negra capa.
Desgraciado y majestuoso rayo... Cuando aparece eclipsa la vida. Literalmente tenemos que tragarlo nos guste o no.
Eso es poder.
No soy un rayo, no soy pura energía incontrolada que sin más metafísicas, sólo crea admiración y horror.
Impacta...
Se permite el lujo de quedar fijado en nuestras retinas de modo exclusivo, violando la libertad de no mirar. Le dedicamos unos segundos de total atención. Más de lo que le dedico a muchas personas. Si sumáramos ojos reflejando el rayo, el total es una larga vida.
Nadie se ríe del rayo y éste no se equivoca. Caiga donde caiga todos quedan prendidos de su majestuoso trazo y lanzan un prolongado asombro. Se contiene la respiración ante el voltaico poder cuando rompe la noche o hace oscuro el día.
Respiran aliviados de no haber sido carbonizados.
Lo quieren fotografiar, tener un recuerdo de esa ira planetaria, del desahogo de la atmósfera.
Las nubes son peligrosas cuando están de parto. Nos odian a todos por igual.
Es estúpido querer ser rayo, no tiene ningún sentido. Al rayo no se le puede achacar característica humana alguna, no vive lo suficiente para aprender. Es un aborto, una vida que estalla por algún error de cálculo.
Sin embargo, es el poder máximo, una fuerza devastadora, la gloria concentrada en trillones y trillones de electrones en unos segundos.
Y luego viene el trueno, el lamento de las que han visto a su hijo morir desintegrado buscando la tierra donde fijarse, sin poder formar materia orgánica. El grito de las madres-nubes que hace temblar paredes y suelos. Que provoca que los seres vivos cierren los ojos y deseen que se calle, que no grite tan cerca de ellos.
Cuando las parturientas gritan, enmudecen nuestro pensamiento. Callamos ante su dolor.
Debería haber estallado antes de ser escupido por el coño de mi madre, al menos habría sentido la gloria y el poder por unos segundos.
Estoy harto de la materia orgánica que soy, quisiera ser luz en lugar de reflejarla.
Más que temer al rayo, lo odio por su poder. Porque en sólo unas milésimas de segundo es capaz de desatar la energía que jamás podré desarrollar aunque viviera mil años.
Una mierda, si la vida durara mil años, me trago un saco de vidrio molido.
Una sonrisa ensangrentada y que me parta un rayo. Si miento, que me caiga uno ahora mismo.
Estoy confuso, no sé si sería mala suerte o un privilegio morir así.
Cada uno puede obsesionarse con lo que le apetezca mientras no moleste a nadie. Yo quiero molestar, me da igual que guste o no. Quiero molestar en la misma medida en la que soy molestado.
Es tal el poder del rayo, que parte el aire. ¿No habéis oído ese crujido, como si se rasgara hasta la vida cuando aparece? Y los vellos se erizan buscando unirse a él. Tiene carisma para lo poco que dura.
Quisiera follarla como el rayo jode a la tierra, arrastrarme por toda su piel para meterme en su raja. Iluminar su boca y su coño.
Soy brutal como el rayo, sólo que nadie me oye, nadie sabe que vivo.
Mi madre no lanzó un alarido espantoso cuando yo nací. No hubo un trueno, fui un rayo mudo, sin el pago de un dolor que le diera algo de peso a la vida.
Mi nacimiento no fue tan majestuoso como el de un rayo; un prólogo esclarecedor a una vida plana.
Cuando aquella corriente entró por mi pecho para dar un doloroso fogonazo de luz y claridad en mi cerebro, tuve conciencia de mi vida desde que los sesos empezaron a formarse en el útero.
El tiempo se detuvo en aquella cárcel tenebrosa y anegada de agua. Las voces acudían a mí como rumores y mis deseos de salir de allí se estrellaban contra un cuerpo no formado, una debilidad aterradora.
Los hombres no se acuerdan de su nacimiento, yo sí. El fogonazo que casi me fríe, iluminó mi cerebro antes de tiempo. Y no puedo olvidar a la parturienta con su coño ensangrentado, sudando.
Si hubiera sido rayo no lo recordaría. Tantos años...
Perdí la infancia por una pequeña chispa eléctrica, un cable con el aislamiento dañado bajo la mesa de parto que alimentaba el monitor, entró en contacto con alguna parte del cuerpo del médico y cuando con sus manos me tomó la cabeza, sentí que un rayo me partía en dos y paraba mi corazón.
Recuerdo las dolorosas manos del médico oprimiendo mi pecho hasta temer que me lo partiera, el corazón presionado rítmicamente durante más de un minuto y por fin, de nuevo el aire entró fácil en mis pulmones aún sucios de líquido amniótico, el corazón volvía a latir caliente aún por la descarga, cansado los primeros segundos, luego firme y seguro. Pero una eternidad antes de que mi corazón comenzara a bombear, ya conocía mi origen y llevaba eternos minutos de conciencia.
Y todo perdió misterio ante aquel coño ensangrentado y el áspero roce de las manos cubiertas de látex del médico.
No lloré, no me dio la gana llorar, si ella no gritó, no le iba a dar ese gusto.
He de reconocer que tantos meses en su tripa, provocó cierto efecto de rechazo hacia mi madre. Es natural.
Soy un rayo frustrado.
Mientras otros niños reían, yo recuerdo dolores, el cuerpo creciendo, la oscuridad, restos de conversaciones y palabras.
Mi cerebro se iba formando y mi imaginación con él, y lo imaginado era peor que lo real. Y lo real, decepcionante. Cuando nací, aquella la luz y el olor del mundo, eran prácticamente familiares para mí, salí de un lugar para entrar en otro que lo sensorial era una amplificación de lo conocido.
Recuerdo haber querido bostezar con aburrimiento cuando el médico dejó de aplastarme el pecho; pero me dormí, estaba reventado.
Los niños eran estúpidamente inocentes, hablaban de cigüeñas y cosas inexistentes; mi instinto me hacía callar la verdad de todo y camuflar mi pensamiento entre el de ellos. Fui discreto desde un primer momento, alguna ventaja tenía que tener tras todos esos años de vida de más con los que me obsequiaron al nacer.
Pero nadie de mi entorno consiguió sacar de mí una de esas muestras de cariño de la que hacen gala los pequeños.
Temieron que fuera autista, y el médico llegó a la conclusión de que era borde por naturaleza, aunque no se lo dijo así a mis padres.
Hubo una época en la que mi madre se sentía rechazada y tuve que variar un poco mi pauta de comportamiento, de vez en cuando la hacía creer que la quería y me acercaba a ella y le preguntaba cosas que ya sabía. A mi padre me limitaba a pedirle que me llevara en brazos y más adelante una bici. Ya más mayor, dinero y esas cosas que piden los adolescentes normales.
Estudié física y encontré trabajo en los laboratorios de investigación de una empresa de alta tecnología en la que desarrollaban materiales para medios de locomoción como barcos, coches y aviones; chasis de resistencia al impacto para electrónica de orientación y portátil. Nada interesante, porque a mí lo único que maravillaba y me daba motivos para lanzar alguna sonrisa, eran mis hermanos los rayos.
Y ahora en campo abierto, con un aguacero de tal magnitud que evoca la etapa de mi vida que pasé inmerso en aquel líquido, disfruto de cada rayo que las nubes dan a luz. Siento el estremecimiento íntimo del trueno haciendo vibrar el líquido que forma mi cuerpo.
Y le hablo al rayo durante el poco tiempo que vive, le saludo con cariño:
—Muere en paz, hermano. Quema la tierra como yo no pude hacerlo.
Mi madre yace entre la hierba de alfalfa cortada esta mañana, un césped natural que cubre un suelo desigual y lleno de piedras.
He clavado una pica de metal entre sus piernas al que he conectado un cable, algo parecido al electrodo que le metieron en el coño y que me estuvo tocando la cabeza irritándome durante el parto.
Y ese cable se pierde entre su velluda vagina. No grita porque está amordazada, no se mueve porque la he sujetado al suelo con cuerdas a clavos de fijar tiendas de campaña.
Los traumas que padeces en la infancia suelen derivar en obsesiones patológicas y yo quiero que un rayo se meta por su coño, saber si mi hermano se podrá aferrar a la vida y desarrollarse como yo. Quiero tener a alguien con quien hablar, a alguien con quien contemplar las tormentas y saludar a nuestros hermanos que viven-mueren en un parpadeo.
Un crujido que parece partir el mundo y me siento volar. Ahora todo es blanco, siento caliente mi cuerpo y sale humo de entre mi ropa. El trueno resuena aún en mis oídos y no sé bien donde estoy, dónde se encuentra mi madre.
Me sereno, y espero que mi ritmo cardíaco se normalice, mientras el eco del trueno aún retumba en mi cabeza y mi visión está colmada de un fulgor blanco. Aspiro puro ozono y me siento eufórico.
Huele a carne quemada, localizo a mi madre por el humo. Parece un tizón, no hay nada reconocible de cintura para abajo. No hay vida en esa carne quemada.
Soy físico y sabía que pasaría; pero a veces es bueno dejarse llevar por la imaginación.
Ni de tus propios hermanos puedes esperar algo de cooperación.
Entierro el asado de madre y vuelvo con cierta tristeza hacia mi todoterreno. Esperaré otra tormenta, a ver si hay más suerte. Por extraño que parezca, vivo con una mujer y quiere ser madre.
La dejaré preñada en la bañera, con el secador de pelo; está visto que los rayos son demasiado poderosos. Tan soberbios...
Y yo no.
Cabrones majestuosos...


Iconoclasta


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