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4 de marzo de 2010

Soy dios



A veces estalla en mi mente todo el deseo acumulado y no puedo ser educado, se me escapa la vanidad y el orgullo que intento mantener oculto bajo una gruesa capa de humildad.
La humildad es necesaria para poder vivir relajadamente. Ser dios es algo agotador si lo haces a todas horas.
Por eso la abrazo desde atrás, para que no pueda ver el poder divino de mis ojos. Es por ello que me sitúo a su espalda, no quiero que vea al dios. Sólo quiero que se sienta adorada como una diosa.
Porque sólo yo lo puedo hacer. Nací para hacerla sentir la mujer más bella y deseada del planeta. Quiero que sienta y sepa que es obra suya la dureza que late pegada a sus nalgas.
Que no sepa del control que ejerzo en mi bálano potente y duro. No quiero que mi mirada vanidosa me delate como a un dios.
O tal vez, sí... Tal vez quiero que se pegue más a mi piel para sentir la divinidad que la envuelve, que la unta, que la moja, que la empuja, que la viola una y otra y otra y otra vez...
Inmisericorde. Desquiciado.
Porque soy dios, sólo así se puede entender que mis dedos jugueteen hasta el límite del dolor con sus pezones duros. Henchidos de placer y micro-orgasmos que se transmiten desde sus nalgas presionadas por un pene salvaje e impío, e irradian hacia ese corazón y cerebro que amo por encima de todas las cosas.
Incluso por encima de mí mismo.
Sólo así se entiende que soy dios, con su divino cuerpo rendido entre mis brazos.
Mirad sus ojos entrecerrarse cuando mis dedos se enfilan en el elástico de su braguita, cuando deslizo la tela y dejo su pubis al aire. Mirad como sus ojos se cierran y su cuello se estira necesitado de que mis labios succionen la sangre que va directa a su placer.
Me rinde sus arterias, su sangre, su alma, su coño...
Soy el puto dios y debéis arrodillaros ante mí follándola.
Soy un dios y ella es la prueba. No voy a ser humilde.
Soy la más degenerada y vanidosa de las deidades.
No puedo mantener mi anonimato. La jodo ante vosotros y la hago mía y exclusiva, un mensaje a la humanidad. Una nada sutil amenaza y aviso.
Ella es mi soberbia. Y me ama por encima de cualquiera de vosotros, humanos.
Y yo la amo por encima de mis otros colegas dioses.
Con mi poderoso rabo oprimido entre sus muslos... ¿No os excita? ¿Me creéis ahora ante su ademán de profundo placer que soy dios hecho carne dura? No me reconozcáis dios si no queréis. Pero dejad de morderos los labios esperando que ella acaricie el bálano que asoma entre sus muslos y acaricie su sexo anegado con el amoratado ariete que cabecea salvaje y violador.
La voy a joder hasta que me grite y me insulte.
No tendré piedad ni cuidado alguno con su cuerpo.
Su cuerpo que es mío. Sólo mío. Yo lo he ganado, yo lo he comprado.
Yo soy el amor pulsante y duro y erecto.
El dios embiste desbocado. Nada detendrá la cópula salvaje.
Sus gemidos resonarán en el planeta y los otros, vosotros desesperaréis ante lo que no conoceréis jamás.
No es convicción, no la necesito. Es pura ostentación.
¿Os pensáis acaso que separa sus piernas para que mis dedos se hundan en su sexo por simple gimnasia sexual? Abre sus piernas porque quiere tragarse al dios mismo. Separa sus piernas y se estremece entre mis brazos porque mis dedos son divinos en su piel y sólo yo soy capaz de sacar su alma por el coño y meterle la mía.
Suda ella y sudo yo. Somos la fuente del placer sumo y resbalan los pies en el suelo pringado de fluidos.
Quiere que me hunda en su coño y hacerlo así aún más divino.
Quiere el bautismo en su útero ardiendo.
Ardiente como una forja.
Somos un reflejo obsceno infinitamente repetido ante el espejo. Profundo. Inconmensurable.
¿Veis como alza los brazos y rodea mi cuello dejando sus pechos indefensos a mí? Soy su dios y ella se abandona a un Zeus voraz.
No lo haría con nadie nacido ni por nacer. Sólo conmigo.
Tengo que ser vanidoso no hay otra opción.
Y amenazo feroz la delicada piel de su cuello con mis dientes.
Humildad... No voy a ser humilde con la cosa más hermosa del mundo entre mis brazos. Es mía, es mi esclava soy su amo y no tendré piedad con ella.
Y ella me pide que no la tenga.
Y cuando dice eso, temo desfallecer, temo rendirme ante ella y perder mi vanidad y orgullo y besarla con un llanto extremo de amor doliente.
Los dioses no cedemos.
Abro su vulva con mis dedos para que se sienta aún más indefensa.
¿Os gusta su coño? Es mío. Soy su amo y su dios y me ama por encima de todas las cosas. Y por encima de todas las cosas, desea que su vulva se derrame abierta ante mi voluntad, que moje los dedos que castigarán sus pechos por enésima vez.
¿Deseáis tocar y lamer, humanos?
Os mataría si os acercarais, fulminaría vuestra vida, la de vuestros hijos y la de vuestros antepasados si una sola lengua intentara acercarse a este coño que es mío.
Mirad como se deja abrir. Si supierais del sutil temblor de sus muslos...
Presiona a la vez sus nalgas para sentir mis cojones pesados y ardientes. Es salvaje en su obscenidad. Sería una diosa si no fuera mi esclava.
El filamento de fluido que se descuelga de mi glande es otra ostentación más de vanidad y cuando la gota se desprende y queda prendida entre el sutil vello dorado de sus muslos, su piel arde en sacrilegio.
Óleo bendito, la extremaunción del placer en el infierno.
Yo soy dios y la arrastraré desde el infierno al purgatorio, desde el séptimo coro celestial al paraíso perdido.
Y ella se dejará hacer.
Y yo me jactaré con mi pene aún entre sus piernas de lo muy dios y sagrado que soy.
Mirad como sus uñas se clavan en mi piel divina aferrándose ante el temor instintivo del vuelo del placer. Mirad la sangre que corre por mi cuello. Es vanidad pura.
Es jactancia sangrante.
La misma que dilata hasta el infinito mi polla entre sus piernas.
Girad la cara si os sentís ofendidos.
Pero no intentéis hacerlo vosotros. Mi bella es única, especial.
Destruye todo asomo de piedad, humildad y pudor.



Iconoclasta

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25 de febrero de 2010

El amor es una mentira


Arden, son hogueras rojas.
No pueden evitarlo, su propio amor los condena, los cuerpos se retuercen en un magma que funde las almas e incinera todo lo que les es ajeno.
Quisieran morir en ese instante y eternizar el momento, ser supernovas en el espacio devorando la oscuridad, rasgando el manto negro con vanidad, iluminando todo lo oscuro y lanzando susurros de amor al infinito. Seres de fuego en una debacle autodestructiva.
Dos soles colisionando... No puedes mirarlos sin sentirte miserable.
Sin sentirte desgraciado. Poco afortunado.
Pues no son para tanto, esto es una mierda.
Fumas un cigarro y miras a otro lado, lejos de estas letras: esos seres no existen. Es paranoia pura. Antes se ponían hasta el culo de láudano los poetas; ahora aspiran tóxicos cristales que le dan otro decorado a las mismas mentiras.
Literatura cargante.
El amor es sólo una reacción fugaz; el espejismo de un sexo ávido, una sacralización banal y facilona de la cópula.
Todos quieren darse importancia, meterla en caliente con elegancia y exclusividad.
Estoy harto de tonterías.
La tengo dura, nada más.
Toda otra consideración es un delirium tremens de un alcohólico que vomita negro; el hígado podrido.
Nadie ama así, no se puede. No hay cerebros preparados para ese grado de entrega. Ni siquiera hay amor.
No existen los ángeles, somos bestias, y cuando la follo salvajemente no la amo. No la jodo con palabras de ternura. Me clavo a ella queriendo arrancar hasta su último aliento embistiendo su coño divino, bañando su piel con mi saliva espesa. Un peligroso animal.
El amor no es divino aunque los tontos se lo crean; sólo lo que tiene entre sus piernas es lo bendito.
Soy un homínido escribiendo de amor-ficción.
Todo es tan cándido y yo tan asesino...
Me pregunto qué cojones hago en este mundo, en este lugar aséptico donde hasta los aromas son artificiales. Donde se llama amor a la penetración, a las felaciones y a un vientre que se contrae impúdico.
Para joder no necesito palabras bellas, sólo mi rabo duro.
Estoy cansado de tantas flores y fuegos y mares y luces y oscuridad.
Y plumas que se hacen llamas al acercarse al sol.
Y cometas...
Un segundo más mi bella, un instante para ser hombre.
Soy un accidente en medio de todo este planeta plagado de amor.
No adoro a nada ni a nadie.
No hay una música suave acunando mis pensamientos. Es un rugido de tambores de guerra, una voz que clama y no cesa, que escupe gotas de sangre en el micrófono.
Yo no me mezo en una suave melodía, lanzo los puños al aire, y muestro obsceno mi vello púbico acariciándome ante los enamorados ardientes. Pateo el suelo aplastando vida.
Escribiré las crónicas de lo aberrante, de pieles arañadas.
Salmo del no amor nº 5: Lamo su coño de arriba abajo, de izquierda a derecha.
Soy la brutalidad.
Una música atronadora que canta del sexo de las drogas, de adorar al diablo y escupir a dios. Soy las guitarras que hieren los oídos de los melifluos. Soy la voz rasgada de un vocalista borracho.
He clavado la pluma en la pared con cierta ira. Un ira venenosa...
Estrangulo mi pene. Miradlo gangrenarse.
El morado del glande colapsado de sangre es el mismo que el de mi pensamiento. Un oscuro púrpura de fluidos sin retorno.
Todo es polla, todo es coño.
Y todo en mi boca.
El mundo es su vagina desflorada ante mí por sus propios dedos. Obscena, vesánicamente sensual.
Entre sus piernas separadas tiene clavado un cosmos profundo.
Soy un astronauta furioso, ingrávido entre el semen que se me escapa por el puño. Que se congela en el espacio
Me masturbo en las más sórdidos galaxias, regalando vida a planetas muertos. Sin amarlos, sin amar a nada ni a nadie.
Eso soy, una bestia de semen y carne. De deseos pornográficos. Sin un solo ápice de sensibilidad.
Miro tu coño escupiendo a un lado.
No te puedo amar, no entiendo las frecuencias del amor, mi oído es demasiado básico. Primitivo.
No soy nada, sólo un animal.
Lo excelso es una mentira lírica redactada con gracia.
Pero no me río.
¡Si sólo quiero joderte! Metértela hasta que te sientas reventar, que abraces tu vientre en un placer que no puedes retener.
¿Quién quiere el puto amor? ¡Coño!
¡No....!
Por favor...
La tinta hierve.
Piedad...
La pluma se deshace, se derrite clavada aún en la pared. Explota el aire.
Mi bella... Dame un respiro deja que viva como hombre.
Sólo una vez, un instante para recordar lo que una vez fui.
Ya no recuerdo cuanto hace que fui hombre, cuánto tiempo vago buscándote.
Ahora que estás, que esplendes, estoy cansado, necesito ser lo simple.
Ha sido tan largo, tan estéril creer en ti y no encontrarte.
No tires de mí aún.
El papel se retuerce carbonizado entre mis dedos.
Mi bella, sólo intento, quiero ser un hombre vulgar.
Quiero vivir el último vestigio que quedaba de mí, mi pequeño cerebro de reptil. Es lo único que me has dejado.
Mi piel... El amor hace cenizas de ella.
No quiero toda esa profundidad, dame un segundo más antes de ser tuyo, un instante de locura humana antes de que seas yo.
Ya no... No hay brutalidad, mi bella, mi supernova.
Sólo quería ser...
Ya no... No sé, mi amor.
Todo arde a mi alrededor y soy fuego. Tu tremendo fulgor es un canto de sirena en lo silencioso y oscuro.
Voy a ti, sin pensar.
Sólo he de impactar en mi bella; nací con ese fin.
Lo que fue hombre arrastra ahora una cola de polvo y gases extraños, vapores de vidas incineradas. De mundos que fueron.
Un espermatozoide estelar en busca del óvulo de la luz...
Cometas nos llaman.
Malditos poetas...
Vuelo a ti, sucumbiré en ti y ya no habrá más hombre, ni más mujer.
Seremos eternos, viajaremos a través de la eternidad.
Crearemos la eternidad.
Siento lástima de aquel bruto, de su corta vida. De su desespero de amarte en un cuerpo insignificante. Arde como el papel y su sangre hierve como la tinta.
Soy vapor y soy polvo. Y soy una masa de eones cristalizados dirección a ti.
No soy nada ya, soy tú. Soy vida en ti y mi carne ya no es.
Somos cuánticos, inexpresables, incalculables.
Hagamos la eternidad, mi bella.
Revista Cosmos Ciencia.
El telescopio sonda Nexus KL, ha descubierto recientemente el choque de un cometa contra una enana blanca en el espacio profundo de la galaxia en espiral Desideral.
Se estima que la colisión ocurrió hace veinticinco millones de años.
Su luz barre periódicamente los diversos sistemas de asteroides. Y las Flechas de la ira (una zona de grandes agujas de amoníaco congelado). El colosal impacto creó una estrella de una magnitud quince veces superior a la del sol.
Posiblemente es uno de los descubrimientos más lejanos del cosmos.
La eternidad es el único recurso que tiene el cosmos para crearse a si mismo.

Y para destruirme antes de nacer en ella.
Como un reflejo en sus ojos oscuros.
Abismales.


Iconoclasta


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19 de febrero de 2010

Meones



Vamos a ver, yo no padezco Alzheimer, aún no. La culpa es de ella. La amo tanto que confundo mis necesidades e instintos y cuando creo tener ganas de orinar, resulta que lo que quiero de verdad es que me toque.
Follarla más concretamente.
Soy un hombre simple, primitivo, sí. Pero su hermosura y su sensualidad son desmesuradas. A cualquier hombre en mi lugar le pasaría lo mismo independientemente de su CI (Coeficiente intelectual). Pero si hubiera otro hombre en mi lugar, le arrancaría los intestinos. Soy macho territorial, sólo era una hipótesis. Que nadie sonría, que nadie se fíe.
Mi CI es muy bajo, lo cual me ayuda a ser completamente carnal. Cosa de la que me precio.
La obscenidad es un buen desahogo a la esclavitud del amor.
Me sucede cuando creo necesitar orinar y prolongo el momento más de lo necesario: acaricio el bálano durante más segundos de lo que es correcto para estimular la micción. Y no es correcto estimular la micción con caricias, es una burda excusa para justificar mi obsceno deseo.
Pensando continuamente en ella es normal que cuando meto la mano en la bragueta para sacar el pene y mear, acabe deseando masturbarme.
O que me masturbe ella si anda cerca.
No puedo evitar evocar como sus preciosos dedos trabajan para sacar este cavernoso músculo duro y tenso de entre la prieta ropa del pantalón.
El amor es joder, darle una mamada a su coño y que sus dedos me saquen la polla frente al inodoro. Mis sesos socarrados de su amor, a veces no distinguen entre una meada o una corrida. El romanticismo nace directamente en los cojones.
— ¡Mi bella! Ayúdame por favor, se me han dormido los dedos y no me puedo bajar la cremallera. ¡Me estoy meando!
Y viene corriendo, en parte para evitar que siga gritando y me oigan los vecinos. En parte porque es tan lujuriosa como yo.
Nos amamos como las bestias del mismo grupo taxonómico se encuentran para perpetuar su especie: feroz y lascivamente.
Somos la auténtica evolución adaptada al medio.
No me excita la orina, sino el hurgar entre las ropas buscando el sexo palpitante.
Me excita mi urgencia por desahogarme y la urgencia de ella por liberar lo que ella misma crea.
—Deprisa mi amor, me meo...
Y ella sonríe mordiéndose el labio inferior con ese toque de descarada y falsa timidez que nos enloquece a ambos.
No importa la elegancia, importa ese momento de nervios, la lucha de los largos dedos que amo por sacar de su encierro el falo erecto y brutal que apenas se puede dominar.
Había un juego de niños en el que se jugaba a ser cirujano y se tenían que sacar los órganos de un muñeco de cartón sin que sonara un pitido.
Yo soy un muñeco de carne, sangre y amor. Con una polla totalmente erecta que constituye un reto a la habilidad de mi bella; pero más discreto, no tengo un timbre que la asuste. Y si lo tuviera, lo haría sonar constantemente, la muy bella, sólo para reírse. Porque aparte de mamar, ríe como un ángel.
Sus largos dedos se sumergen en la bragueta y a veces arañan mis testículos, un breve dolor que se convierte en un adelanto de placer, en una muestra del ansia del momento.
— ¡Ay! —me quejo con incontrolada lascivia.
Y ella acaricia los testículos por un momento.
—Perdona, mi amor.
Y me tiemblan las ingles.
No hay ganas de mear.
Soy primitivo y salvaje.
Es por estos pequeños detalles por los que me acaricio el bálano para excitar la salida de orina. Y la micción se retrasa y se retrasa...
Y es preciso pedirle ayuda. Como ahora.
Es tan aplicada la muy...
Y debo “sufrir” la urgencia de ¿mear? gozando de la calidez de sus dedos, de sus uñas provocándome pequeños arañazos en la piel. Sintiendo como las venas de mi polla laten contra sus dedos y se sienten agredidas por sus uñas.
La verdad es que no me acuerdo de mear, sólo oigo sus pequeños jadeos de esfuerzo por sacar el pene.
Y cuando llega el momento cumbre cuando se decide a aflojar el cinturón para desabotonar la cintura del pantalón, me pregunto porque coño estamos en el lavabo.
Soy tan primitivo...
Cuando baja la tela y se encuentran mis genitales más accesibles bajo la suave tela del calzoncillo, mi pene se extiende en el tiempo y en el espacio y desearía golpear sus traviesos dedos con él.
Castigarla por el placer que me arranca desde los intestinos mismos y que parece arrastrar por el interior de mi polla para explotar en tres dimensiones y multicolormente en el glande ya amoratado, colapsado de sangre.
Mis cojones están duros y contraídos a esas alturas, y si me diera un beso en los rasguños, si deslizara la lengua por ellos para calmar el escozor, explotaría como un globo demasiado hinchado.
Ella me hace precoz.
Y por eso cuando consigue dejar desnuda la polla, la coge con fuerza con el puño y la estrangula. Está tan ansiosa como yo lo estoy por metérsela.
Es mala... Da un fuerte tirón de la piel hacia atrás y deja al aire un glande recubierto de una gruesa película de resbaladizo flujo.
Sabe que es por ella y para ella, para follármela de tal forma que parezca que me deslice dentro de su coño en caída libre.
Y la sacude...
— ¡Vamos, haz pipi! —dice sonriendo como si fuera una inocente mamá.
Me la comería a besos. La penetraría por detrás obligándola a que apoyara las manos en el lavabo.
Pero tengo que mear, me urge.
¿Seguro que quiero mear?
—¡Vamos! No tenemos todo el día —dice sacudiendo con fuerza mi pene brutalmente endurecido.
Yo no puedo soportar las prisas, reacciono extrañamente y mal.
En lugar de orina, sale una placentera leche, caliente y cálida que salpica graciosamente su rostro.
Es curioso el poder de mi bella para confundir mi organismo, mi instinto.
La haría madre aquí mismo, en el lavabo. Mordiendo su cuello tenso como una bestia en celo.
Me tiemblan las piernas mientras ella aún masajea mis testículos, provocando que me vacíe completamente.
—No me extraña que tuvieras prisa, amor. Lo que ha salido de ahí.
—A mí también se me han dormido los dedos ahora. Y me estoy meando —dice vengativa.
—Pobre... —me compadezco.
Levanto su falda y me encuentro con unas negras braguitas de encaje y noto que están mojadas. Mis dedos son torpes y toquetean más de lo aconsejable su vulva ardiente. Sus muslos parecen sentir un escalofrío y se separan con un líquido murmullo.
Y bueno... Un poco más calmado, le beso su delicioso coño para excitar la micción. Arrodillado frente a ella, con la lengua.
Aferrando sus nalgas con fuerza para apretar mi cara en su sexo.
Ya sé que la micción no se estimula así (en algún momento he concluido que soy primitivo o algo así).
Estoy enamorado y caliente; pero aún controlo.
—¡Meona! —le digo amablemente por no llamarla puta.
Me pone tan caliente...
Ha cerrado los ojos cuando mis dedos se han sumergido chapoteando en su vulva.
No sé, me parece que ella tampoco va a orinar.
Nunca imaginé que el acto de mear pudiera “degenerar” en algo así.
Es una deliciosa complicación amar y mear.
Aunque de mear, al final, nada.
Con lo fácil que sería follarla encima de la lavadora...


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10 de febrero de 2010

El Follador Invisible en las carreras de motos



No, no siempre me muevo con nocturnidad y con víctimas aisladas y solitarias. Hoy me encuentro en una concentración de moteros que acuden a un campeonato mundial de motociclismo.
Ruido... Me irrita.
— ¡Yo es que llevo la gasolina en la sangre! —grita un motorista haciendo tronar el motor con el puño en el acelerador.
Da un largo trago a la lata de cerveza y le ofrece el casco a su amigo.
—Voy a hacer un caballito que te vas a cagar.
Pasa una pierna por encima del asiento como un experimentado cowboy sube a su caballo. Empuja con los pies la moto hacia atrás para encararse en la avenida del pueblo que hace las veces de pista de exhibiciones para los fanáticos moteros. Acciona el embrague, con la puntera de la bota mete la segunda marcha y vuelve a subir las revoluciones del motor; cuando parece que el motor va a estallar; suelta el embrague y la moto sale disparada. En un instante la rueda delantera se eleva y el motorista pega el pecho en el depósito entre chillidos, pitidos y aplausos de desconocidos eufóricos llevados por la fiebre de la gasolina, el motor y la cerveza caliente y barata.
Algo vuela por el aire, sale de entre las cabezas de la muchedumbre.
Se trata de una botella de cerveza que da en la cabeza del motorista sin romperse. Se rompe cuando toca el suelo, sólo en las películas se rompe una botella en la cabeza.
Donde hay grandes concentraciones de ganado humano, además de cerveza agria y meados siempre hay cosas por el suelo que pueden servir para hacer daño.
La he lanzado yo, entre mis habilidades no figura la puntería; pero todo lo que se trate de hacer daño se me da bien.
El chico parece no sentir nada en un primer instante; pero su cuerpo está lacio en la moto. La máquina planta la rueda delantera en el asfalto, el manillar se cruza y la rueda de atrás se encabrita lanzando al motorista al aire. La moto acaba enterrada entre un grupo de espectadores demasiado prietos y compactados para poder esquivarla. Gritan ayuda.
El motorista ha sentido un crujido espantoso en el cuello al caer y no le duele nada, sólo siente frío.
Aunque la mayor parte de los borrachos acuden a ayudar al grupo que ha sido embestido por su moto, puede ver pies que se acercan hacia él.
— ¡Sobre todo no lo mováis! Fijo que tiene algo en la columna. ¿Veis? No se mueve.
No puede girar el cuello, no sabe si los dedos de sus manos se mueven. El miedo inunda su mente como un fluido oleoso y pegajoso que la impregna.
Un manto negro que le enturbia la visión.
Y que a mí me excita, me la pone dura, me acelera el corazón y hace patente mi superioridad.
Antes de que aquellos tres pares de botas de motorista lleguen hasta él, percibe que alguien se ha adelantado cogiéndole por los pies.
— ¡Tío no te muevas! No hagas eso –gritan los que se dirigen a auxiliarle.
“Sí, para moverme estoy yo”; piensa el chico roto. En su campo de visión, aparece una porción de su propia pierna. Alguien le eleva las piernas.
— ¡Que no, joder! ¡No te muevas y tranquilízate!
“¿De qué coño hablan?” se debe preguntar, yo lo haría.
Entre el grupo embestido por la moto, una mujer grita por su mano; se ha convertido en un muñón sangriento del que cuelga por una tira de piel el dedo pulgar. Los radios de la rueda trasera le han triturado hasta la muñeca.
Chupas de cuero negro y sangre...
Yo con mi invisibilidad y vosotros con vuestra gasolina y motores.
No necesito máquina alguna para sentirme poderoso, idiotas.
Las piernas del motorista suben en el aire de forma imposible y la misma fuerza, mi fuerza, eleva la espalda rota desde el suelo y luego, doy una fuerte sacudida, como si aireara una sábana. La sacudida hace que se desconecte la vida.
Ya se sabe que a un lesionado medular no se le puede mover sino es con mucho cuidado. A veces mi ego no puede evitar alardear de este poder ante la multitud. Cuando he elevado sus piernas y pegado un fuerte tirón de ellas, hacia arriba y atrás, he sentido en mis manos como se han seccionado todos los nervios, como se rozaba la columna vertebral entre sí en el punto de fractura.
Están todos demasiado borrachos y el subidón de adrenalina de alto octanaje siempre quita lucidez a sus ya de por si, mermados cerebros.
Se han apelotonado en torno al cadáver sin saber bien qué hacer. Está más seco que la mojama. Deberían llamar directamente al juez para que levante el cadáver.
Cuando lanzan gritos como una manada de chimpancés pidiendo una ambulancia, me aburro y miro a mi alrededor buscando mi próximo juguete.
Un tipo choca conmigo y casi me tira al suelo, se queda perplejo al haber topado contra el aire y yo con un mal humor venenoso, le clavo un buen puñetazo en los huevos.
Ruido y gente apiñada, hoy me siento sociable.
Las nenas que acompañan a algunos de estos moteros, visten faldas cortas y ajustadas, mi pene se endurece por momentos.
La invisibilidad comporta una maldición, ni yo mismo puedo ver mi polla. Es un poco frustrante. Tal vez sea ésta una de las razones por las cuales me siento tan rabioso y hostil hacia vosotros, los visibles.
La pelirroja me gusta, está sentada junto a una morena de pantalón vaquero con deshilachados cortes en las nalgas. Sorben de una botella de cerveza mirando con los ojos acuosos las evoluciones que hacen los amigos del motorista muerto.
Las bragas de la pelirroja son rosas y un vello rizado y negro sale por los camales. Me he arrodillado delante de sus piernas para observar su coño; si alguien me hubiera podido ver, se hubiera creído que estaba rezando a su sagrado chocho.
Me siento a su lado, en el bordillo de la acera.
Cuando la cojo por la cintura y la coloco encima de mis piernas, la amiga le pregunta con una carcajada idiota:
— ¿Qué haces?
Le he tapado la boca y estoy seguro de que sus ojos horrorizados, piden ayuda a su compañera.
No me cuesta nada apartar las bragas a un lado y separar sus piernas con las mías.
— ¡Qué guarra, Vero...! —ríe la ebria amiga al ver como se abre de piernas.
Con la mano libre, le estoy pinzando el pezón con tanta fuerza que siento como se endurece por la falta de sangre. Las contracciones de su dolor reverberan en el coño por el que mi polla se está abriendo paso.
Cualquiera que la vea de frente, verá como su vagina está extrañamente dilatada y sus labios se adaptan a un vacío cilíndrico.
La amiga se levanta y cogiéndola por los hombres intenta que se ponga en pie. Le apreso el tobillo y tiro de él, cuando cae, la arrastro para aproximarla a mí hasta que puedo golpearle la nariz con el canto del puño un par de veces; se la he roto y el shock la deja atontada.
El ruido de las motos no cesa, cientos de idiotas aceleran y aceleran y aceleran...
Los intentos de la pelirroja de bote por librarse de mí no hacen más que estimular más el pene y mis cojones palpitan ante la proximidad de una eyaculación.
Las motos vuelven a circular, y me da igual que grite, es más, quiero que grite.
Algunos miran a mi puta con sus hermosas piernas separadas y elevadas unos centímetros del suelo, sin atreverse a meter donde no les llaman; al fin y al cabo parece una tía demasiado pasada de rosca y nadie se extraña que grite sola levitando a un palmo de suelo. Ni que llore. Ni que el miedo que siente sea tan irracional como el de una gacela agonizante que cuelga por el cuello de la boca de un león.
Su coño está seco, estresado, pero mi invisible pene está tan baboso que lubrica por los dos.
La tengo cogida del cabello y deslizo la otra mano bajo la camiseta para acariciar los pezones, no se ponen duros. Debería relajarse y dejarse llevar por la inesperada y grata situación...
No quiero que sienta placer alguno, sólo me interesa el mío y cierro el puño en su teta gorda y siliconada clavando las uñas.
Grita tanto que empieza a llamar la atención de borrachos atentos a caballitos y quema de neumáticos.
Ahora tengo la mano en su pubis y el dedo masajea su clítoris blando y casi inerte, me excita su terror y su total ausencia de placer.
Busco su ano.
—No, no, no... —grita y llora cuando siente la presión entre sus nalgas.
Ahora la inmovilizo con ambos brazos, y mantengo aún sus piernas abiertas e inmovilizadas con las mías. Mi glande presiona en el ano, el músculo está demasiado contraído; mejor así, el placer, el mío, será más intenso. Cuando se la meto con una fuerte embestida, saltando sobre mi culo, lanza un grito y siento algo viscoso resbalar por mis cojones, se ha debido rasgar y sangra.
Pasa a menudo cuando violas a una visible por el culo.
Ahora es el único momento en el que mis cojones y mi polla pueden ser visibles, cuando la carne se tiñe de rojo espeso. De mierda de sus intestinos.
La propia sangre propicia que todo el bálano entre por ese músculo ahora herniado, mi pene es una ariete aplastando y compactando la mierda en sus intestinos y éstos ahora se han transformado en una extraña morcilla dentro de su vientre.
Cuando me corro, susurro en su oído:
—Pelirroja, cuenta con orgullo que el hombre invisible del universo, te ha petado el culo.
Me pongo en pie tirándola a un lado y mi pene es visible, está vestido de sangre y me lo acaricio...
Las caricias limpian la sangre y dejo de ver mi polla diosa.
Le arranco la ropa y queda desnuda en la calle ante los atónitos ojos de una veintena de espectadores. A mi espalda no hay nadie, la acera es demasiado estrecha.
Al fin, dos mujeres se aproximan hacia la pelirroja.
Antes de que lleguen, la agarro por el teñido cabello con el puño para ponerla en pie y le estampo la cara contra la farola, para que se le rompan los dientes, los labios y la nariz.
Para que se joda.
Y otro más para que no se le olvide jamás este día de motos y gasolina.
Me siento el puto dios, el dueño, el amo.
Si un día me volviera visible, me cortaba el cuello.
Cuando los hombres y la mujer llegan a ella, yo ya me encuentro andando entre la manada con el cuello de una botella rota. Una de tantas que hay por el suelo.
Nadie se fija que una botella vuela a baja altura entre la gente.
No tengo interés alguno en hacerme famoso, no soy un tío que necesite el reconocimiento de nadie. Yo no necesito esa demostración adocenada de poder. Soy un hombre seguro de sí mismo. Muy sencillo.
Conforme avanzo entre los hombres y mujeres, el vidrio rasga varios muslos muy cerca de las ingles, sé que ahí está la femoral. Son tantos que no distingo a quien corto, sólo doy rienda suelta a mi poder y dejar mi impronta en sus vidas.
La última femoral pertenece a un motero barbudo con casco de soldado alemán de la segunda guerra mundial. Se lleva las manos a los cojones con incredulidad, intentando comprender de dónde y porqué mana toda esa sangre.
Su compañera intenta sostenerlo en pie, pero en pocos segundos cae al suelo. La arteria femoral, en cuanto la abres, vacía el cuerpo de sangre a una velocidad de vértigo.
Una vez, después de haberme tirado a una adolescente en su casa delante de los cadáveres de su padre y su madre, le corté con una buena navaja la arteria femoral, la sangre salía como una fuente, luego se acompasó con el latido del corazón, borbotones de sangre de mayor y menor caudal y luego, tras quedarse pálida, dejó de respirar. Le besé sus jóvenes labios muertos.
Me meto en un atiborrado bar empujando y pegando puñetazos, lo que crea una buena cantidad de peleas. Hay navajazos entre dos idiotas. Del expositor de tapas de la barra cojo un plato con empanadillas y otro con pulpitos a la plancha, hay demasiada gente pendiente de las peleas y demasiados borrachos.
Me retiro al extremo libre de la barra, el lugar acotado por el camarero para preparar las bandejas para las mesas.
Es gracioso, se ha quedado pasmado al ver como parte de una empanadilla flotante desaparece en el aire.
Yo diría que no tiene cojones para a acercarse al plato. Mejor, porque si se acerca le clavo un ojo en el grifo de la cerveza delante de todos los borrachuzos.
Las empanadillas no valen una mierda y los pulpitos están acartonados. Los lanzo contra el suelo con estrépito.
Me voy. Avanzo hacia la salida golpeando a cuantos puedo. A una tía le he subido la falda vaquera y he metido la mano dentro del tanga, está depilada, hundo un dedo en el coño, pero no está húmeda. Se ha quedado muda, mirándome directamente a los ojos sin saberlo. Le lamo los labios. Sus ojos se humedecen de miedo. Es un momento mágico en los que los empujones de la peña no nos afectan.
Me quedaría horas frente a ella, observando su miedo, maltratándola, haciéndola gritar de pavor y confesándole que soy un hombre invisible y que ha tenido la mala suerte de dar conmigo.
Pero siento el olor rancio de todos estos idiotas insultando mi olfato y salgo del antro.
Me dirijo al recinto del circuito donde muchos de ellos están acampados para pasar la noche. Es un lugar lleno de barro y basura, al que he llegado subido en el sidecar de una Harley. Imagino que el madurito que conduce se dirige allí para buscarse una chavala joven que se la mame por unas invitaciones en los bares y unos euros de propina.
A este idiota no me lo cargo. Parece una manía, pero matar así sin más, me parece aburrido, lo bueno de matar y hacer daño, es que a la víctima la enloquezca el miedo a lo que no ve, a lo desconocido. Y aquí en medio de este campamento de gente sin dinero, en el que muchos se sientan en el suelo comiendo su bocadillo de mierda, no me apetece descuartizar al maduro motorista.
A mí me dan morbo las tiendas de campaña en las que normalmente, un desgraciado sin recursos, va con la zorra más tirada de su barrio para follársela con la excusa de la gran pasión por el mundo del motociclismo.
El olor de este lugar es asqueroso, en lugar de usar los lavabos portátiles, cagan y mean cerquita de sus propias tiendas y gran parte del barro es orina y mierda.
Miserables que no tienen para pagarse un hotel y no tienen el más mínimo sentido de la higiene.
En una pequeña tienda iglú escucho risitas de hombre y mujer, así que entro en ella ante el asombro de la pareja en la penumbra que crea un farolillo de gas. No entienden como puede abrirse la cremallera de la puerta como por arte de magia.
Veréis, soy el follador invisible y esto no quiere decir que sea una máquina follando. Con la corrida que he tenido con la pelirroja tengo bastante para unas horas.
Lo único que quiero es distraerme, y no diréis que no resulta morboso pillar a una tía en pelotas, con el coño aún dilatado por el pene de su novio y hacer lo que quieras con ella.
Así que primero le pego una buena patada en la cara al hombre, cojo la pequeña bombona de gas del fogón portátil y le golpeo la cara a la chica, parece morena, pero no os lo puedo asegurar, porque la luz es muy tenue.
Da igual, no la voy a matar, sólo le voy a hacer mucho daño.
El primer golpe le ha aplastado la nariz, el segundo ha roto varias piezas de los dientes, la cojo por el cabello y la enfoco con la linterna: sus labios son una pulpa sanguinolenta entre la que sobresalen trozos de dientes rotos. El pómulo tiene una fea brecha y la nariz sangra por la fractura abierta.
Si alguna vez fue guapa, mejor será que tenga fotos para recordarse como era antaño.
El hombre se está levantando y le doy una patada en los cojones.
La chica está gritando, escupiendo sangre. Ver la sangre chorrear por sus tetas me excita, le doy otro golpe con la bombona y se rompe la mandíbula.
La gente se acerca, atraída por los gritos.
He de confesar que me estoy masturbando, la sangre ahora le baja por el vientre para perderse entre la mata de vello del monte de Venus.
Están demasiado cerca, no me da tiempo a correrme.
— ¡Eh, hijo de puta, coge esto o te arranco el corazón!
Y el chico que se encuentra hecho un ovillo con las manos en los genitales, obediente coge la bombona que flota en el aire. Su chica ya ha perdido el conocimiento.
Cuando abren la puerta de la tienda, linternas en mano, ven al chico con la bombona ensangrentada entre las manos.
—Sal de ahí, cabrón —dos hombres con el torso desnudo tiran de él para sacarlo de la tienda.
Una mujer demasiado madura para ir con ropa tan ajustada se ha apresurado a cubrir a la víctima y telefonear a la policía.
Acabo de masturbarme allí, ante el apetecible culo de la auxiliadora, sopesando si metérsela hasta que llegue la poli.
Pero ahora no hay intimidad, hay demasiada gente cerca de la tienda.
Así que salgo de la aquí metiéndole mano en el culo y con la polla goteando invisible semen.
Tengo todo el tiempo del mundo, la fiesta no ha hecho más que empezar, queda toda la noche y todo el día de mañana para seguir jugando con ellos.
Cuando seáis invisibles, comprenderéis que son cosas inevitables estas que hago.
Ya sé que no es de risa, pero si vieseis la cara del novio de la chica... Está tan histérico, que les ha costado dios y ayuda arrancarle la bombona de gas de las manos.
Y tiene una polla minúscula.
Debería meterle la mía en la boca para que supiera lo que es un buen rabo y así acabar de destrozar su pequeño cerebro.
Da igual, tengo más, tengo muchos más visibles con los que divertirme; toda la vida.
Nos veremos; bueno, es un decir, yo os veo.



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4 de febrero de 2010

Rayos y truenos



Cabrón... Es inconfundible y majestuoso. Cuando aparece, ni siquiera la vida es capaz de ofrecer sus aromas, éstos se retiran para dar paso al ozono, su negra capa.
Desgraciado y majestuoso rayo... Cuando aparece eclipsa la vida. Literalmente tenemos que tragarlo nos guste o no.
Eso es poder.
No soy un rayo, no soy pura energía incontrolada que sin más metafísicas, sólo crea admiración y horror.
Impacta...
Se permite el lujo de quedar fijado en nuestras retinas de modo exclusivo, violando la libertad de no mirar. Le dedicamos unos segundos de total atención. Más de lo que le dedico a muchas personas. Si sumáramos ojos reflejando el rayo, el total es una larga vida.
Nadie se ríe del rayo y éste no se equivoca. Caiga donde caiga todos quedan prendidos de su majestuoso trazo y lanzan un prolongado asombro. Se contiene la respiración ante el voltaico poder cuando rompe la noche o hace oscuro el día.
Respiran aliviados de no haber sido carbonizados.
Lo quieren fotografiar, tener un recuerdo de esa ira planetaria, del desahogo de la atmósfera.
Las nubes son peligrosas cuando están de parto. Nos odian a todos por igual.
Es estúpido querer ser rayo, no tiene ningún sentido. Al rayo no se le puede achacar característica humana alguna, no vive lo suficiente para aprender. Es un aborto, una vida que estalla por algún error de cálculo.
Sin embargo, es el poder máximo, una fuerza devastadora, la gloria concentrada en trillones y trillones de electrones en unos segundos.
Y luego viene el trueno, el lamento de las que han visto a su hijo morir desintegrado buscando la tierra donde fijarse, sin poder formar materia orgánica. El grito de las madres-nubes que hace temblar paredes y suelos. Que provoca que los seres vivos cierren los ojos y deseen que se calle, que no grite tan cerca de ellos.
Cuando las parturientas gritan, enmudecen nuestro pensamiento. Callamos ante su dolor.
Debería haber estallado antes de ser escupido por el coño de mi madre, al menos habría sentido la gloria y el poder por unos segundos.
Estoy harto de la materia orgánica que soy, quisiera ser luz en lugar de reflejarla.
Más que temer al rayo, lo odio por su poder. Porque en sólo unas milésimas de segundo es capaz de desatar la energía que jamás podré desarrollar aunque viviera mil años.
Una mierda, si la vida durara mil años, me trago un saco de vidrio molido.
Una sonrisa ensangrentada y que me parta un rayo. Si miento, que me caiga uno ahora mismo.
Estoy confuso, no sé si sería mala suerte o un privilegio morir así.
Cada uno puede obsesionarse con lo que le apetezca mientras no moleste a nadie. Yo quiero molestar, me da igual que guste o no. Quiero molestar en la misma medida en la que soy molestado.
Es tal el poder del rayo, que parte el aire. ¿No habéis oído ese crujido, como si se rasgara hasta la vida cuando aparece? Y los vellos se erizan buscando unirse a él. Tiene carisma para lo poco que dura.
Quisiera follarla como el rayo jode a la tierra, arrastrarme por toda su piel para meterme en su raja. Iluminar su boca y su coño.
Soy brutal como el rayo, sólo que nadie me oye, nadie sabe que vivo.
Mi madre no lanzó un alarido espantoso cuando yo nací. No hubo un trueno, fui un rayo mudo, sin el pago de un dolor que le diera algo de peso a la vida.
Mi nacimiento no fue tan majestuoso como el de un rayo; un prólogo esclarecedor a una vida plana.
Cuando aquella corriente entró por mi pecho para dar un doloroso fogonazo de luz y claridad en mi cerebro, tuve conciencia de mi vida desde que los sesos empezaron a formarse en el útero.
El tiempo se detuvo en aquella cárcel tenebrosa y anegada de agua. Las voces acudían a mí como rumores y mis deseos de salir de allí se estrellaban contra un cuerpo no formado, una debilidad aterradora.
Los hombres no se acuerdan de su nacimiento, yo sí. El fogonazo que casi me fríe, iluminó mi cerebro antes de tiempo. Y no puedo olvidar a la parturienta con su coño ensangrentado, sudando.
Si hubiera sido rayo no lo recordaría. Tantos años...
Perdí la infancia por una pequeña chispa eléctrica, un cable con el aislamiento dañado bajo la mesa de parto que alimentaba el monitor, entró en contacto con alguna parte del cuerpo del médico y cuando con sus manos me tomó la cabeza, sentí que un rayo me partía en dos y paraba mi corazón.
Recuerdo las dolorosas manos del médico oprimiendo mi pecho hasta temer que me lo partiera, el corazón presionado rítmicamente durante más de un minuto y por fin, de nuevo el aire entró fácil en mis pulmones aún sucios de líquido amniótico, el corazón volvía a latir caliente aún por la descarga, cansado los primeros segundos, luego firme y seguro. Pero una eternidad antes de que mi corazón comenzara a bombear, ya conocía mi origen y llevaba eternos minutos de conciencia.
Y todo perdió misterio ante aquel coño ensangrentado y el áspero roce de las manos cubiertas de látex del médico.
No lloré, no me dio la gana llorar, si ella no gritó, no le iba a dar ese gusto.
He de reconocer que tantos meses en su tripa, provocó cierto efecto de rechazo hacia mi madre. Es natural.
Soy un rayo frustrado.
Mientras otros niños reían, yo recuerdo dolores, el cuerpo creciendo, la oscuridad, restos de conversaciones y palabras.
Mi cerebro se iba formando y mi imaginación con él, y lo imaginado era peor que lo real. Y lo real, decepcionante. Cuando nací, aquella la luz y el olor del mundo, eran prácticamente familiares para mí, salí de un lugar para entrar en otro que lo sensorial era una amplificación de lo conocido.
Recuerdo haber querido bostezar con aburrimiento cuando el médico dejó de aplastarme el pecho; pero me dormí, estaba reventado.
Los niños eran estúpidamente inocentes, hablaban de cigüeñas y cosas inexistentes; mi instinto me hacía callar la verdad de todo y camuflar mi pensamiento entre el de ellos. Fui discreto desde un primer momento, alguna ventaja tenía que tener tras todos esos años de vida de más con los que me obsequiaron al nacer.
Pero nadie de mi entorno consiguió sacar de mí una de esas muestras de cariño de la que hacen gala los pequeños.
Temieron que fuera autista, y el médico llegó a la conclusión de que era borde por naturaleza, aunque no se lo dijo así a mis padres.
Hubo una época en la que mi madre se sentía rechazada y tuve que variar un poco mi pauta de comportamiento, de vez en cuando la hacía creer que la quería y me acercaba a ella y le preguntaba cosas que ya sabía. A mi padre me limitaba a pedirle que me llevara en brazos y más adelante una bici. Ya más mayor, dinero y esas cosas que piden los adolescentes normales.
Estudié física y encontré trabajo en los laboratorios de investigación de una empresa de alta tecnología en la que desarrollaban materiales para medios de locomoción como barcos, coches y aviones; chasis de resistencia al impacto para electrónica de orientación y portátil. Nada interesante, porque a mí lo único que maravillaba y me daba motivos para lanzar alguna sonrisa, eran mis hermanos los rayos.
Y ahora en campo abierto, con un aguacero de tal magnitud que evoca la etapa de mi vida que pasé inmerso en aquel líquido, disfruto de cada rayo que las nubes dan a luz. Siento el estremecimiento íntimo del trueno haciendo vibrar el líquido que forma mi cuerpo.
Y le hablo al rayo durante el poco tiempo que vive, le saludo con cariño:
—Muere en paz, hermano. Quema la tierra como yo no pude hacerlo.
Mi madre yace entre la hierba de alfalfa cortada esta mañana, un césped natural que cubre un suelo desigual y lleno de piedras.
He clavado una pica de metal entre sus piernas al que he conectado un cable, algo parecido al electrodo que le metieron en el coño y que me estuvo tocando la cabeza irritándome durante el parto.
Y ese cable se pierde entre su velluda vagina. No grita porque está amordazada, no se mueve porque la he sujetado al suelo con cuerdas a clavos de fijar tiendas de campaña.
Los traumas que padeces en la infancia suelen derivar en obsesiones patológicas y yo quiero que un rayo se meta por su coño, saber si mi hermano se podrá aferrar a la vida y desarrollarse como yo. Quiero tener a alguien con quien hablar, a alguien con quien contemplar las tormentas y saludar a nuestros hermanos que viven-mueren en un parpadeo.
Un crujido que parece partir el mundo y me siento volar. Ahora todo es blanco, siento caliente mi cuerpo y sale humo de entre mi ropa. El trueno resuena aún en mis oídos y no sé bien donde estoy, dónde se encuentra mi madre.
Me sereno, y espero que mi ritmo cardíaco se normalice, mientras el eco del trueno aún retumba en mi cabeza y mi visión está colmada de un fulgor blanco. Aspiro puro ozono y me siento eufórico.
Huele a carne quemada, localizo a mi madre por el humo. Parece un tizón, no hay nada reconocible de cintura para abajo. No hay vida en esa carne quemada.
Soy físico y sabía que pasaría; pero a veces es bueno dejarse llevar por la imaginación.
Ni de tus propios hermanos puedes esperar algo de cooperación.
Entierro el asado de madre y vuelvo con cierta tristeza hacia mi todoterreno. Esperaré otra tormenta, a ver si hay más suerte. Por extraño que parezca, vivo con una mujer y quiere ser madre.
La dejaré preñada en la bañera, con el secador de pelo; está visto que los rayos son demasiado poderosos. Tan soberbios...
Y yo no.
Cabrones majestuosos...


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27 de enero de 2010

Sosiegoland



Alegorías, amabilidades de la pasión saciada. Un descanso tras la tormenta.
Simplezas de enamorados.
De vez en cuando hay que ser y buscar serenidad.


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He encontrado en el mapa de nuestro amor un lugar llamado Sosiegoland.
No es un buen nombre, casi diría que es cacofónico; pero es una treta: lo han llamado así para que no se masifique, para que las bestias que tragamos amor a baldes, podamos descansar con tranquilidad. Sin otros que no entienden la belleza de dos manos entrelazadas, de unas risas sencillas que brotan solas, sin esfuerzo y en las que no se adivina que un día hubo llanto.
No es un engaño, mi amor. Es un parque de atracciones de la paz y la serenidad. Cuando los cuerpos han dado cuenta de si mismos y los labios se han saciado, queda disfrutar de cada momento y hacer magia de las cosas más sencillas.
Es hermoso y un poco misterioso: tras una muralla derruida en la que crecen secas hierbas entre las juntas de las piedras, se extiende una llanura arenosa. Sólo los enamorados que han sobrevivido a la distancia y el tiempo pueden ver belleza en la soledad y la aridez de la arena, en el rugido de un viento que obliga a cerrar los ojos. Es una forma de disuadir a los mediocres, si cruzas el arenal de Sosiegoland con el amor de tu vida entre tus brazos, se abre la puerta a la paz y a la ilusión.
Meses han pasado desde que hemos llegado a un noviembre no demasiado frío, no demasiado caluroso. Noviembre satura los colores con su otoño y nos da un magnífico decorado, mi vida.
Sosiegoland durante estos días ha preparado Hermoso Noviembre (no son muy originales con los nombres, pero son buena gente). Cada treinta días escenifican un Hermoso Mes para que siempre podamos volver.
Dice el folleto publicitario que Sosiegoland es el mayor fabricante de esperanzas del sector del amor.
Sosiegoland no promete despedidas, es genial. Simplemente ocurre que la primera visita al parque se convierte en el primer día de una vida y la segunda visita es otro día más, con más fotos y regalos que nos hacen recordar que pronto habrá otro Hermoso Mes.
Y ahora que nos hemos bebido, que hemos tanteado la piel, vayamos a Sosiegoland. ¿Te acuerdas que te dije que durante esos días que estuviéramos juntos haría que te olvidaras de todas las cotidianidades y de los días iguales?
Ven, mi bella, es un viento molesto; pero no hay nada que nos moleste si estamos abrazados. Es el santo y seña nuestra sonrisa contra el viento, contra todo. La que abrirá la entrada para vips. Porque somos importantes, somos héroes de una odisea romántica. Hemos lazado el amor por el cuello; te he lazado por tu sugerente cintura y tú me has domado. Descansemos.
Sosiegoland es una ciudad-alegoría. Fíjate, la entrada es un pozo que lleva al interior de la tierra. ¿A qué son buenos con sus juegos de luces? Parece un planeta entero bajo la tierra. Y la luz... Se han gastado una millonada en ambientación. Es tan nítida y fresca la luz...
No hay que entornar los ojos, salvo cuando miro los tuyos, siempre me deslumbras.
Hay una sala de cine donde pasan El lado oscuro del corazón. Está vacía, es sólo para nosotros, para que me la cuentes en voz baja, sin que nadie nos haga callar.
Dime qué sigue, cuál es tu mejor escena y media hora antes del final explícame cómo acaba. Yo disfruto de la película a través de tus emociones, de tu entusiasmo. Gozo y vivo cada escena que me cuentas y explicas. Y tú disfrutas estropeándome la sorpresa de cada una. Te amo cuando no callas, cuando el entusiasmo te hace hablar y hablar y dan ganas de comerte a besos.
Es una de las atracciones fuertes de Sosiegoland, no es nada del otro mundo. Es una simpleza para amantes que quieren vivir un momento sereno, intercambiar sonrisas, descansar de la pasión y hacer su mundo único donde todo está bien.
Es efímero, serán unas horas; pero... ¿A qué es hermoso? Y no tiene fin, podemos volver otro día, mi amor. Si reservas una estancia para Enero, nos crearán un Hermoso Enero.
Hay un café donde sirven sin prisas, donde hay música que acompaña a las palabras continuamente y tus párpados se relajan en una caída dulce que me detiene el corazón. Maná y Milanés se turnan las canciones y el voz rota de Sabina, hace de intermediario.
Los Cadillacs te sacan a bailar y tú me arrastras entre las mesas tirando de mi mano.
Bueno, esto es un truco mío, yo les pasé el listado de canciones para la hora del café, estas cosas funcionan así, no es magia, mi vida. Pero es real, como tu sonrisa y la mía.
Unas horas perfectas para que las recordemos segundo a segundo cuando nos necesitemos y caigamos en la tentación de pensar que no volverá a ocurrir. Es el momento de juntar nuestras frentes y cerrar los ojos sintiéndonos.
Sosiegoland certifica nuestro amor. Da la paz y la tranquilidad de haber cumplido nuestros deseos. Y esos detalles dulces como la miel, dan fe de ello en nuestra memoria con sonidos, olores y sabores.
Hemos construido nuestro mundo.
Cuéntame otra película comiendo golosinas. Deja que te haga una pregunta susurrada al oído y sientas el cosquilleo de mis labios.
Es un momento para la tranquilidad, para una charla, para pasear de la mano.
El mundo es nuestro, es nuestro lugar y tiempo. Por fin, mi amor. ¿Te acuerdas cómo hace apenas unas horas desesperaba por ti? ¿Y tú decías que morías de amor?
En Sosiegoland dan ramos de flores multicolores a las mujeres que van de la mano de sus hombres; huelen a mil fragancias que no hay ahí fuera, allá arriba. Son muy buenos con los detalles, porque usan perfumes que hacen olvidar el cansancio y años de espera. Donde quedan atrás las lágrimas y las penas. Donde los malos recuerdos no pesan, porque la calma y la paz de dos manos entrelazadas es suficiente para distraer a los corazones de lo que un día tuvieron que latir con ansia y desespero.
En Sosiegoland hay altavoces estratégicamente situados, y cada vez que el hombre posa la mano en las nalgas de su mujer, suena en alto un “plaf” para que nos riamos a carcajadas. Un chivatazo divertido de que te meto mano.
Dulce Noviembre en Sosiegoland es la temporada dorada, el parque cumple su primer año de vida y han preparado visitas al museo de Frida Kahlo. ¿Te lo puedes creer?
Sólo para nosotros, sólo visitas concertadas, y todo porque tienes tanto que decirme de cada cuadro, que necesitamos estar solos charlando relajadamente. Yo te pregunto, porque lo mío no es el arte, lo mío es amarte. Y tú me instruyes, porque lo tuyo es amarme; pero además, cielo, eres la que domina mi brutalidad, la que me hace sonreír cuando hay que hacerlo. La que relaja mis músculos con una sonrisa.
La que con un “Ci vediamo” deja en el aire una ráfaga de amor que seda mi pasión a veces ciega y desbocada.
Necesitamos pasar unas horas en Sosiegoland, está lejos, mi amor; pero más lejos estuvimos nosotros y ya ves... Hicimos un puente de la nada, con tensores anclados en las nubes y una pasarela de vidrio sobre un mar de agua transparente, una ventana que nos muestra los corales rojos, verdes y azules. Medusas iridiscentes que aletean ingrávidas y una tortuga que tranquila, se las come. Algún pez payaso se pavonea entre las algas y un tiburón da un toque de suspense a la vida en el agua.
Así de tranquilo es Sosiegoland, donde la pasión dolorosa y agotadora se queda en la muralla de abrasadas piedras por el calor como la muda de una serpiente. Donde la ternura y el amor calmo, se convierten en un bálsamo para el ánimo.
Las lágrimas en Sosiegoland se secan con los dedos del amante y se convierten en una sonrisa para ser rematadas con un beso. ¿Lo oyes? Siempre hacen lo mismo, Arjona canta de náufragos cada vez que los labios se rozan.
No es que sean adivinos, es que tengo la manía de anotar cada cosa que te gusta y al final, esas cuarenta mil cuartillas que he escrito de ti, han servido para crear Hermoso Noviembre en el parque de la serenidad.
A veces es mi mano la que hace el sonoro plaf (soy rápido cuando de tocarte el culo se trata) y tú lanzas un gritito y me miras con esos ojazos entornados, engañosamente amenazante y con ese brillo travieso que te hace única.
Hoy no voy a retorcer mis manos ansiosas por besarte, tengo las tuyas para aferrarlas con fuerza y llevarlas a mi rostro para sentirme niño, para sentirme amado. Para que mi rostro te ame a través de los dedos. Sin prisa, serenamente y con un sol dorado que no ciega, un largo crepúsculo donde somos un contraluz de puro amor.
No dormiremos, en Sosiegoland no hay cansancio, no permiten que los amantes pierdan un segundo de tiempo; pero podemos tumbarnos en la hierba y abrazados, sentir el vértigo del planeta al girar a nuestro alrededor. Está permitido. Es de obligado cumplimiento. Son severos cuidando los detalles de nuestro amor.
No acabará el día en Sosiegoland, no tiene fin. Como el amor inagotable que bombea mi corazón, como el poderoso amor que mana por cada poro de tu piel.
No hay despedida, no hay una tristeza. Hoy y eternamente, miraremos las estrellas cogidos de la mano, robándonos un beso o manteniendo tal silencio que los corazones hablarán por nosotros.
Feliz eternidad, mi amor.
Mi reina...



Iconoclasta

22 de enero de 2010

La lengua que no cesa



Tengo una lengua ancha, no es larga, no es hábil para la palabra. No es sutil y es animal, irracional.
Es pesada y fuerte, se arrastra y arrastra lo que toca. Sé lamer la piel captando con precisión sabor y temperatura.
Tengo una lengua impaciente.
Eficaz.
Hoy la lengua no modulará palabra alguna, lo sabes ¿verdad, mi bella?
Me he mantenido vivo para lamer tu piel.
Luego, cuando de tu boca apenas salga más que un jadeo entrecortado, te joderé profundamente, es un hecho.
No es una amenaza, no es un alarde.
Estoy enamorado, caliente, erecto, y mi boca se hace agua.
Ya hemos hablado demasiado, sé todo de ti, salvo el sabor de tu piel. De tu cuerpo.
Te amo tanto que mi lengua se retuerce ávida y lasciva por saborear lo que tanto ha esperado.
Lameré tus labios, no los besaré, aún no. Soy un predador saboreando a su hembra, lavándola, marcándola.
Seguiré por tu cuello, deslizaré la lengua densa y pesada dejando una estela de brillante y cálida saliva que bajará entre tus pechos, que dudará a cual dirigirse primero.
De la misma forma que has untado mi alma con la tuya, así te cubriré de mí.
Tú guiarás la cabeza de la lengua lasciva hacia el pezón que más desee ser lamido y empapado, tú acercarás el pecho a mi lengua sujetándolo con esos dedos largos que también lameré. Que mojaré.
Y la lengua, presionará el pezón, lo empujará, lo arrastrara hasta que se haga blando, hasta que la areola se erice de puro deseo. Hasta que desees que de tus pechos mane leche y yo mame de ellos.
Me excitaré, gemiré con mi pene que de tan duro, dolerá. Mi lengua es especial y conecta directo con mi glande amoratado y henchido de sangre lanzado de deseo como el puto misil que te ha de llenar. Soy un monstruo de la naturaleza cuando de joderte se trata. Mi bálano late furioso entre la tela por salir y arrastrarse por tu cuerpo, por fuera y por dentro.
Con la misma fuerza que te amo, no tendré piedad y te arrebataré la voluntad con la punta de mi lengua, serás un cuerpo sometido al deseo, rendida a mi obscenidad.
Tu pensamiento será mío. Lamo tu piel y tu pensamiento todo.
No hablo, no puedo hablar no puedo dominar la lengua que se desliza ahora por el centro de tu abdomen y se hunde en el ombligo al que estoy unido ahora; la primera penetración, lo inundaré de mí y chapotearé hasta que tu espalda se arquee, hasta que con un gemido me empujes hacia abajo con mi lengua dejando el rastro del deseo más primitivo en tu vientre suave, allá donde nace el pubis que conduce como una autopista del placer directo a tu coño.
Escupiré en tu vientre y con mi ancha lengua extenderé la saliva como el preludio al semen con el que te ungiré, clavando en tus nalgas mis dedos para inmovilizarte, para que no encuentres consuelo en el movimiento de tu pelvis.
Para que tus pezones se ericen y te los maltrates llevada por la impía obscenidad de una lengua voraz que está derrotando tu pensamiento racional y lúcido ahí abajo.
Te lo dije, mi lengua tiene el ancho suficiente para cubrir los labios de tu vulva, la dureza para abrirlos sin esfuerzo e invadir lo más íntimo de ese coño enloquecedor.
Tócate, sólo la tela de la braguita y sentirás el fluido espeso calarla. Lo espeso, lo resbaladizo es tuyo. Lo mío es agua cálida, fluida.
Te lo dije: cuando llegue a ti, esclavizaré tu cuerpo y tu voluntad. Mi lengua será tu dios y tu amo.
Abre las piernas a tu amo...
Te sentirás llevada, buscarás con las manos la pared pensando que tu cuerpo se arrastra entre las sábanas llevado por la fuerza de mi lengua.
Arrastro y acaricio.
Arrastro y bebo.
Arrastro y mojo.
Arrastro y tomo...
No es la palabra lo mío, no nací con una lengua apta para la oratoria.
Yo sólo follo, ahora sí.
No más palabras, no más desesperadas palabras por hacer realidad mil años de espera.
A veces pienso que asisto a los actos de mi lengua, que no soy yo. Que con mi pene somos tres habitando este cuerpo ahora tenso y ansioso.
Y la lengua que no cesa, navega libre y salvaje por tu cuerpo. Repta entre tus muslos, en lo más tierno y blando de ellos, peligrosamente cerca del sexo.
Seguiré las ingles dibujando el triángulo áureo de tu coño. Y unos dientes apresarán la tela de la braguita y tirarán de ella con una fiereza mal contenida.
Abre las piernas, mi reina, deja que fluya lo que hierve en tu coño y que esta vez no sean las palabras. Que esta vez la lengua cumpla la misión para la que fue creada.
Retiraré la tela a un lado, aún no te arrancaré la braguita, quiero ver tu vulva empapada, los labios resbaladizos de tu espesa esclavitud aún dominados por la tela.
Una flor envuelta que desea liberar y desplegar sus pétalos al aire. Aire fresco en tu coño, un hilo de baba que conecta tu vulva apenas desnuda con mi lengua y mis dedos.
Y todo son fluidos. Follarte es beberte. Mojarnos.
Ábrelas más, porque vas a parir por tu coño un grito obsceno de placer, sudarás gimiendo lascivamente. Desesperarás cuando mis dedos abran la vulva para que la lengua se pegue a ella con la sed de un náufrago del desierto, cuando el calor de tu ano reciba el bautismo lujurioso de mi lengua y tus nalgas vibren ante el blasfemo hisopo.
Te lo dije: no dejaré nada por lamer en tu cuerpo. Seré minucioso, tortuoso.
Te daré placer, nadie más podrá saciarte ya. Soy cruel como lengua.
Quiero ser todo, quiero ser el que te ama y el único que te hace gemir, no hay asomo alguno de humildad ni recato en mi lengua. Ni en tu piel.
No es un alarde, y tu vagina latiendo y brillante de humedad es la prueba que me hace la boca agua.
Ahora todo tu pensamiento es mi puta lengua.
La lengua que no cesa.
Rozar la perla dura del vértice de tu coño, es el destino. Empujar el clítoris apenas ya escondido entre los pliegues, que salta desesperado a mi lengua.
Pensarás cuando lo aplaste, lo empuje y lo agite, que te lo voy a arrancar. Y aún así, presionarás mi cabeza para que no salga de ahí y te arrebate el último ápice de libertad.
Lo sabía porque todo lo hablamos, te lo dije: Lo cumpliré. Estás condenada a ser mía, mi reina.
Mi lengua es ancha y fuerte para lamerte mejor... dije yo. El lobo feroz sentiría vergüenza de ver tu coño hambriento derramarse, de tus bragas que de tan mojadas dejan ver la raja cuyo contorno acaricio con mis dedos, presionando tan poco, que me pides que te empale de una vez ya, que no aguantas más.
Puta, será la única palabra que dirá mi lengua a tu coño hirviendo.
Puta, puta, puta... responderás elevando la cintura para que mis labios besen ahora el coño que desea ser invadido.
Es el juego de los amantes que se reconocen obscenos, tenemos derecho a serlo.
Una necesidad perentoria. Una liberación a la bestia del amor.
Nos lo hemos ganado, es la complicidad de las bestias en celo. Una risa casi rancia por el deseo acumulado, por mil miedos a que algo evitara el divino acto de lamerte y follarte.
La lengua se retira ya saciada, sus papilas están inundadas de ti. Aún no he acabado contigo, mi bella. Es hora de sudar todas las palabras por el glande, es hora de metértelas, como una venganza por el deseo que has desatado en mí.
Por ser liberto de tu esclavitud.
Te lo dije serio como una enfermedad mortal: serás mía.
Mi bálano como un caballo salvaje recibiendo sangre por un corazón acelerado.
Soy el pene que no cesa...
Soy la mutación de un amor desbocado.



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19 de enero de 2010

Colisioners



El golpe contra el pilar ha sido brutal, del puente ha caído una lluvia de cemento y cascotes.
Los vidrios rotos son trozos de hielo ardiendo y un cuerpo extraño ha invadido su organismo.
El héroe ha llegado a La Tierra. Es tal su poder que ha temido que el enorme puente se desmontara como un castillo de naipes.
Los superhéroes suelen ser desmedidos y megalómanos en su poder.
Dos toneladas de acero a doscientos kilómetros por hora es algo peligroso en cualquier lugar del universo, aunque seas un Colisioner.
—Sí, contra el puente. Somos cuatro.
El potente y pesado todo terreno adquiere forma antropomórfica entre chirridos ensordecedores. Siente ahora en su metálico pecho el abrasador calor que despide el motor. Una gota hirviendo cae desde tres metros altura, desde el radiador que es ahora una boca cromada.
Su nombre es Augustus 2500 cc.
Sus compañeros Eldorado e Isuzu han aterrizado en el parterre bajo el puente de la autopista, a muy pocos metros de él. Eldorado se está transformando en robot y se da cuenta de que ha perdido un brazo. Isuzu tantea a su alrededor en el suelo buscando su cabeza.
Augustus no teme por ellos, en pocos minutos los potentes microprocesadores cargarán el programa de mantenimiento y reparación para acceder al listado de repuestos que transportan consigo como dotación de sus viajes planetarios. En breves minutos volverán a ser cien por cien operativos.
—¿Y a qué velocidad puede ir ese colisioner?
Eldorado, mediante tecnología inalámbrica, comunica a Augustus el informe de la entrada en la atmósfera y el aterrizaje.
—Un fallo posicional del alerón estabilizador de Isuzu ha provocado la colisión contra Eldorado. Augustus ha aterrizado sobre una placa de hielo que le ha impedido frenar a tiempo. Daños: leves. Misión de reconocimiento: dentro del horario establecido; los contratiempos han sido correctamente computados y queda tiempo aún de margen para otros problemas.
Isuzu ha llamado la atención de Augustus, líder de la misión de exploración, ha encontrado la cabeza y ahora la cabina del vehículo ocupa la posición más alta en el tronco del robot, los faros parpadean y por tres veces ha sonado el claxon.
—A tres mil por hora —responde con un esforzado orgullo.
Augustus procesa y si pudiera sonreír, lo haría. Héroes y máquinas poderosas siguen sometidas a la volición de un destino voluble e impredecible.
Se maravilla de su propio pensamiento burlón e irónico.
—Esperaremos aquí vuestra completa regeneración y reinicio de funciones —comunicó a sus dos compañeros de viaje.
Se ha sentado en el parterre con las patas pegadas al pecho para no invadir la carretera y mirando al cielo deja que el programa de reparaciones siga su curso.
—Es una velocidad increíble. Ahora descansa, pequeño. Todo va bien.
Silencio...

Los tres Colisioners semejan un grupo de soldados que sanan sus heridas tras una dura batalla en una madrugada fría, oscura y vacía de vida.
-Debemos volver a ser vehículos terrestres en el menor tiempo posible para evitar ser interceptados por los humanos; permaneciendo en este lugar, faltamos al código terrestre –emitió Augustus aún tuerto.
Eldorado observa y verifica detenidamente el resultado de su reparación y en un rápido test, realiza las mil novecientas setenta y ocho posiciones posibles con su brazo y mano. Los faros de su rostro se iluminan como señal de aprobación y finalización de las tareas de reparación.
Las tres máquinas se han regenerado y alguien podría decir que se toman unos minutos para respirar y paladear la atmósfera de este extraño planeta que visitan por primera vez.
De pronto y al unísono dirigen sus mecánicos rostros a la izquierda, hacia el sonido y los destellos de las sirenas que se aproximan.
—Vamos, es hora de largarse de aquí —emite Agustus metamorfoseándose.
En pocos segundos, los tres vehículos se incorporan a la carretera y tres maniquíes sin alma hacen las veces de conductores.


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—Sargento, la mujer está decapitada –le dice al oído el agente que forma la patrulla de tráfico.
El sargento observa con el rostro grave los trabajos de los médicos. El conductor está muerto, pero los dos críos aún están vivos.
El bombero jefe de la dotación, está pendiente del personal sanitario, en espera de instrucciones.
—Hay que cortar la plancha con la cizalla hidráulica, el niño está aprisionado por el techo y la puerta, está muy mal.
Se habla en voz baja, el sargento asiente al bombero.
—Jaime, coge todas las mantas del coche, que se proteja bien a los críos.
—Sí, mi sargento.
El médico arranca de los dedos del conductor el teléfono móvil desde el que hizo la llamada de auxilio. El volante está clavado en el esternón y la sangre ahora espesa se desliza en finos hilos densos, el suelo del vehículo está encharcado de sangre. Aún están calientes las manos.
—Dime, valiente ¿cómo te llamas? —otro médico está atendiendo a un niño de diez años que respira con dificultad.
El niño balbucea algo que sólo un médico acostumbrado a escuchar los gemidos del dolor puede entender.
—¡Augustus! Vaya nombre tienes machote.
Un enfermero se apresura a sacar a la hermana del chaval, otro ha cogido el brazo, lo ha envuelto en papel de aluminio y lo ha metido en una nevera con hielo.
La primera ambulancia se pone en marcha, silenciosamente, no hay tráfico a esas horas y se incorpora a la carretera en dirección al hospital.
El sargento apunta en su agenda la hora en la que se llevan a la niña y la edad aproximada: cinco años. Está muy pálida y el médico que se la ha llevado en brazos, teme que haya perdido demasiada sangre.
El niño intenta sonreír y escupe sangre. Balbucea algo al médico que le está inyectando algo en el hombro.
No se llama Augustus, él se llama Sergio y Augustus es el colisioner que tiene en las manos.
—Sergio me gusta más ¿cuántos Colisioners tienes? No, no te duermas, Sergio, háblame.
Un trozo de plancha del techo está clavado profundamente en su hombro, en la clavícula. La puerta se ha doblado y casi ha amputado la pierna a mitad del muslo.
—¿Empiezo ya? —pregunta el bombero al médico con la enorme cizalla hidráulica en sus manos.
—Ya está la vía, le conecto la bolsa de plasma y puedes empezar.
El guardia civil cubre por el otro lado del vehículo al crío con las mantas.
—Y ahora Sergio, mírame. No cierres los ojos, no te va a doler nada.
A Sergio no le duele nada. Agustus es una máquina y las máquinas no sienten dolor alguno.


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Kilómetros adelante, los tres vehículos circulan a gran velocidad por la autopista. Augustus recibe una comunicación directa de su planeta.
—Anulen la misión en La Tierra, un agujero negro se ha formado en el Sistema Solar, tienen que salir de ahí enseguida y retornar a la base. En pocas horas el planeta será atraído y absorbido.
Agustus transmite las órdenes al resto del equipo y éstos despliegan sus alas y reactores para acto seguido despegar y perderse en el espacio, convirtiéndose en tres estrellas que se apagan conforme se alejan.


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Sergio apenas respira, ya no puede escuchar la voz tranquilizadora del médico. El bombero suda y trabaja con rapidez y cuidado.
—Vamos Sergio, dime como se llaman los otros dos Colisioners de tu colección.
No responde y ausculta al niño.
Ha muerto.
—Ya no hay prisa, ve con cuidado, pero no sufras —musita con tristeza el médico al bombero de tez pálida.
El sargento recibe una llamada en el móvil.
—Gracias, Juan.
Acto seguido marca un número.
—Necesitamos al juez para el levantamiento de tres cadáveres, Joaquín. Estamos en la autopista, bajo el puente de la riera.
El sargento se dirige al silencioso grupo de sanitarios, bomberos y agentes.
—La cría también ha muerto —les comunica.
Están tomando un café en silencio y alguien le pasa un vaso humeante al sargento.
—Gracias.
El sargento levanta la vista a las gélidas estrellas y siente la misma necesidad de siempre cuando los muertos pesan, cuando el drama asfixia.
Ojalá pudiera escapar de ese momento y ese lugar en una nave espacial. Alejarse de la sangre y el dolor gratuitos
La tristeza y el dolor jamás son rutinarios.
Entre los dedos da vueltas a una rueda de juguete ensangrentada.


Iconoclasta

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15 de enero de 2010

Ángel



Girad la cara, mirad a otro lado, esto no os va a gustar.
Y a pesar del aviso, seguís mirando.
Tal vez el infantil sea yo, el inocente.
Y vosotros hombres, mujeres y niños, los indecentes que observáis fascinados la desintegración de un ser que debería ser divino.
Soy un ángel y mis alas están rotas, se han desmochado las puntas de las plumas porque no les llega mi ánimo de vivir. Estoy al borde de un acantilado, hay más de trescientos metros de caída libre hasta las rocas trituradoras. Un cormorán me mira triste con sus alas quietas, flotando en una cálida corriente de aire.
Será por las alas rotas que me mira con cierta simpatía, casi comprendiendo mi estado.
Las cosas no ocurren por casualidad, y las alas no se pudren por algún defecto genético o una enfermedad degenerativa.
Los ángeles somos perfectos por naturaleza y definición, nos crea bendecidos e inmaculados, sólo su voluntad nos destruye, la de Él y la del Otro. Es Dios nuestro creador y que creáis en él no tiene importancia. No necesita la fe de nadie para cometer sus caprichos.
Somos creaciones de un dios que nos privó de sexo. Hay ángeles de todo tipo; los hay en el cielo que desesperan y al igual que vosotros precisáis tatuajes y piercings, nosotros necesitamos culos, penes, tetas y vaginas.
Puede parecer simple, casi un chiste. Creedme, no hay chiste. Es todo tan hiriente y grave como el cáncer que está pudriendo ahora a vuestro hijo.
Algunos cometemos el supremo sacrilegio de la carne.
Somos carne fetal, pura.
Apenas hay sangre en nuestros cuerpos, sólo un plasma lechoso que alimenta nuestras venas ebúrneas, casi translúcidas.
Tampoco nervios necesitamos, el dolor en el Cielo está prohibido, sería una vulgaridad. Nos pudrimos indoloramente cuando así lo quiere Él.
Y lo quiere siempre Dios. Es el único que puede querer cosas así y cumplirlas.
He pasado una temporada en la tierra, haciendo de perro guardián de una bella mujer que se sentía desolada, triste como no había nadie. Con casi cincuenta años, aún no había experimentado el amor ni el sexo. Esas cosas ocurren, creedme.
Se masturbaba varias veces al día llorando, enfermiza. Excitantemente corrupta.
Se metía cosas demasiado duras y punzantes y se corría entre un abundante flujo sexual y sangre.
Su útero estaba lleno de cicatrices y los labios de la vulva, parecían las aletas de un viejo tiburón que había combatido demasiado.
El cepillo del cabello, por su duro mango de plástico con vivas aristas, era su consolador preferido. Se decía puta a si misma y se lo clavaba una y otra vez. La sangre se cuajaba entre el vello del monte de Venus dándole un aspecto sucio. De miseria.
Los ángeles no somos de piedra.
No os va a gustar... Pensáis que los ángeles somos especiales y perfectos y blancos.
Aquel sexo ensangrentado me llevaba a tocarme mi inútil y aséptico pubis, como si yo tuviera un coño allí.
Deseé tener sexo. Curaba sus heridas cuando desfallecía y sentía al tocar sus carnes blandas los placeres que junto con el dolor, aún palpitaban entre sus piernas.
Junto con su llanto desconsolado de mujer vacía y marchito sexo que nadie más que ella tocaba, que nadie lamía.
El gran dios no nos dio sexo; pero nos dio entendimiento y empatía para cada una de las emociones humanas. Sentía la tremenda tristeza de aquella mujer en mi ánimo y su deseo sexual añejo e insatisfecho prendió también en mí.
Bajo mi vientre no había nada; pero sentía deseos de tocarme el coño.
Ahora de entre mis piernas cuelga un intestino tan puro que ni excrementos lleva dentro. Sólo miel y maná.
No duele, pero algo no funciona bien en mi cuerpo, aquí en lo alto del precipicio, mi tripa cuelga hasta seis metros por debajo de mí. Siento una creciente debilidad. Y la visión se hace borrosa multiplicando las peligrosas piedras que el mar golpea sin cesar.
Si violas la pureza del cuerpo que Dios creó, lo tienes crudo. Se te pudre todo. Se trata de un pequeño programa genético que integró en nuestra naturaleza para que no nos descarriáramos. “Este ángel se autodestruirá en diez segundos: nueve, ocho, siete, seis...
Si tuviera pene, se me hubiera caído a pedazos por mis pensamientos perversos. Si tuviera coño, se hubiera cerrado con una costra de llagas purulentas, y la infección hubiera creado un embarazo de podredumbre.
Si tuviera pechos, de los pezones manaría orina para avergonzarme.
Yo, al igual que un infinito número de semejantes míos, no tenemos nada de eso. No hay pajas angelicales, no hay unos dedos o unas manos que frotan un sexo hasta reventar de placer.
Desearíamos sentir dolor para conocer el placer. Es decir, cuando algo deja de doler, eso es el placer. Lo he visto en vosotros.
Pero muy pocos somos como yo, los perversos somos unos raros ángeles que Dios ha olvidado por demasiado tiempo en una misión demasiado larga. Demasiado penosa y excitante.
La primera vez que vi a Lavinia meterse los dedos en su sexo, no sentí nada; incluso recé con total fervor sin saber por qué. Aburrido.
Pero cada día que pasaba estaba peor. Hacía dos años, su único amor, un hombre de su edad, dijo no sentirse atraído por ella. Lavinia llevaba más de diez años amándolo, soñando el momento de que su amor fuera confesado y correspondido.
Lo de confesado se cumplió. Se tragó orgullo y vergüenza y frente a la máquina de café de la oficina le dijo:
—Alberto, estoy enamorada de ti, te quiero desde hace años. Estoy desesperada.
En lo concerniente a “correspondido” es pues, donde se halla el quid de la cuestión. De su locura sangrienta por castigar su sexo hasta el éxtasis.
Y ante su mudo grito desesperado, Dios me mandó a cuidarla. Una misión de rutina.
Una gaviota juega con mi intestino y consigue llevarse un trozo.
No sé si me muero o se prolongará mucho tiempo este pudrirse en vida; no sé si esto de servir de alimento a pájaros puede infectarme, provocar un paro cardíaco o el nacimiento de otro ángel en las molleja de la gaviota.
Lavinia, degeneró e hizo pagar a su coño todo su fracaso y frustración. Algún nervio mal colocado o defectuoso, en lugar de dolor, enviaba placer a su cerebro.
Y donde había sangre y heridas, se extendía un placer amarillo, como el pus que se formaba entre los pliegues de su sexo.
Cuando orinaba, se llevaba los dedos a la boca para no gritar de dolor; sin embargo, sus pezones se endurecían como si estuviera viviendo el gran orgasmo celestial que Dios se guarda sólo para sí en sus momentos de misticismo solitario.
Se me ha desgajado el ala izquierda de la espalda y parecerá extraño, pero hay una tristeza en ello. Me da pena pudrirme, me atrevería a decir, que incluso miedo.
Tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe.
Mi inocencia se pulverizó y empecé a desear tener una vagina, y unos pechos como los suyos para así darme placer.
Arañaba mi pubis y dejaba manar mi sangre blanca ante el sexo cada día más destrozado de Lavinia. La curaba cada noche, en cada momento que dormía; para que no muriera, para mantenerla viva cuanto tiempo fuera posible.
No os va gustar.
Me hice un coño. Clavé el cuchillo de la cocina en mi pubis angelical y libre de pecado e hice un corte vertical, una raja por la que parecía manar látex.
Saqué tejido de dentro que quedó a mis pies: carne cruda lavada. Saqué lo suficiente para poder meterme el cepillo de Lavinia.
Metí los dedos y aunque no había placer, soñaba sentirlo.
Y ahí está mi supremo pecado: el haber fabricado un coño en mi cuerpo. Un cuerpo que Dios creó.
Ser ángel macho o hembra no está bien visto allá arriba.
Yo me metía aquel cepillo aún sucio de sangre en mi raja y sentía que era mi propia sangre la que manchaba la carne entre mis piernas.
Una fantasía no podía hacer daño.
Le ponía el cepillo en la mano dormida, le recitaba un encantamiento y despertaba excitada, sus pechos subían y bajaban profunda y lentamente mientras se clavaba lentamente el mango, repetidamente... Sin cesar, hasta que su espalda se combaba de placer.
A veces fallaba y se dañaba el clítoris. Sus rodillas se doblaban encima de sus pechos y se llevaba la mano al sexo intentado contener el dolor y entre los dientes apretados un grito abortaba.
Yo usaba la escobilla del inodoro para masturbarme funcionalmente, e imagino que no había mucha dignidad en mi imagen celestial.
No era un acto divino, no lo que se esperaba de mí.
Sé que no os gusta.
No sentía placer; pero necesitaba tener pechos para pellizcarme los pezones hasta casi arrancarlos como ella hacía.
El coño requiere un corte y un vaciado. Sobra carne celestial.

Pero los pechos requerían añadir carne.
Y bueno, mea culpa, yo sé que los humanos sienten dolor y miedo con la misma intensidad con la que me gustaría poder cerrar los ojos en blanco, como hace Lavinia cuando sus dedos quedan crispados y sucios de sangre entre sus muslos apretados contra sí. Cuando a una mujer le llega el orgasmo, es espectacular, todo su cuerpo responde y uno puede sentir en sus ojos el placer como propio. Y aún así, sabiendo del dolo que sufriría, lo hice.
Los machos me dan asco.
Yo quiero ser hembra.
Un cuervo está picoteando el muñón de mi ala desgajada, siento sus tirones y una ligera comezón que me obliga a rascarme. El cuervo se asusta y entre mis uñas quedan restos de una lechosa carne de bebé no nato aún.
Os dije que no os iba a gustar. Los ángeles somos preciosos; pero descomponiéndonos, también rompemos los cánones de lo obsceno.
El cuchillo que hizo mi coño, cortó sus pechos. Me equivoqué de encantamiento y su dolor fue lo intenso que su placer.
Los gritos pusieron en alerta a Dios. Chapoteaba en sangre entre las sábanas, murió con una pluma que se desprendió de mis alas, posándose en su boca abierta. Seca como quedaron sus venas.
Precioso.
He venido a pudrirme frente al mar, aunque espero que el Otro cumpla el pacto.
Mi cara está sucia de sangre humana ya descompuesta, tal vez por eso el cormorán me ha arrancado un ojo y he podido ver la implacable naturaleza de Dios en los suyos tan negros.
Aún tuve tiempo de abrir mi pecho para hacer un espacio en mi carne e insertar aquellos enormes pechos pesados. Usé pegamento para fijarlos.
Han caído contra las rocas, sin doler, con tristeza.
Una vez tuve tetas... Mi pecho de pálida piel, está sucio de sangre y restos de tejido humano.
Las gaviotas están hambrientas, dos se pelean por un pezón del que cuelga la areola desgarrada.
Sólo he podido pellizcarme los pezones un par de veces y soñar que gozo de su erecta dureza. Qué efímero es el placer. A pesar de ser un ángel con ciertas habilidades, no he podido endurecerlos.
La obscena tripa que cuelga de mi tallado sexo, ha sido prácticamente devorada y multitud de polluelos, se lo tragan regurgitado por sus madres en la intimidad de sus nidos.
No siempre hay carne de dios para comer. Serán buenas gaviotas.
Tal vez Juan Salvador Gaviota fuera alimentado en su día con carne de ángel hembra.
Tampoco quiero acabar así, tengo mi dignidad.
He pactado un final rápido con el Otro. 666 necesita ángeles podridos para su infierno. El enorme cañón que se apoya en mi cabeza, me llevará directo al infierno, me ha prometido dolor a ratos para toda la eternidad, a cambio de una felación con mi próxima cabeza de cerdo. Me coserá enormes alas de murciélago en la espalda y seré la suprema vergüenza de todas las carnes de Dios.
—Despídete de ese Dios maricón para siempre, ángel de mierda.

Es Él es su conjuro impecable y eficaz, como el disparo en la nuca que destrozará todo aquello que una vez pensé y fui.
No os podía gustar.
Al infierno...



Iconoclasta

11 de enero de 2010

Experimento de amor



Toma una parte del mundo, una porción al azar.
Una a tu elección.
Machácala, pulverízala y después viértela en una probeta. Haz el vacío.
Deja que repose durante dos horas, cosa que no es necesaria; pero quiero lamer tu sexo y besarte. Invadiendo lo más íntimo y profundo de ti. O penetrarte arrastrando, casi hiriendo tu piel con mis dedos desesperados.
Hacerte gemir de placer con mi mano invadiendo tu sagrado coño en este laboratorio de amor. Apretándolo hasta que tus inmensos párpados bajen vencidos por el deseo. Quiero que me insultes desesperada y embrutecida ante lo que hace mi boca metida entre tus muslos.
Y ahora con tu frente perlada aún del mador de los orgasmos, aún con la respiración agitada; coge ese mundo pulverizado y colócalo en un portaobjetos con una base de gelatina incolora.
Yo te ayudo, me encanta abrir tu bata blanca y coger tus pechos plenos forzando los pezones a que se endurezcan. Sentir tus nalgas presionar mi pene que se revuelve enfurecido contra la tela que lo hace prisionero.
Empezamos con cien aumentos.
¿Nada?
Pasamos a doscientos.
¿Nada?
Pasamos a un millón.
¿Nada?
¿Estás convencida ya? Joder, mi bella, te lo llevo diciendo toda la eternidad.
Ya sólo me quedaba demostrarlo con pruebas científicas.
El mundo es completamente mineral, inorgánico y yermo a pesar de la sangre derramada.
Sólo tú tienes luz y vida, mi amor.
Sin ti está todo muerto.
La ciencia era mi último recurso, se acabó discutir, perder el tiempo filosofando.
Y ahora, por favor, bésame sin ciencia. Porque nací buscándote por puro instinto. Y esperé mal respirando a que nacieras y luego crecieras, y luego aprendieras, y luego adquirieras conciencia de tu belleza y usaras tu sensualidad innata para cautivar al mundo. Para hacer sentir tu presencia y gritarme que necesitas ser amada y abrazada hasta la desesperación.
Te repito que no, eso que ves moverse es un pelo de tus largas pestañas; cuando te he besado se ha debido desprender.
No es un ornitorrinco.
¿Quieres besarme de una vez por todas, mi bella?
Por favor, no sigas, no encontrarás nada ahí. Lo sé porque de ahí vengo buscándote.
De ahí procedo, mi amor. Conozco mi planeta y ahora que ya está demostrado científicamente lo vacío que es el universo sin ti, no quiero hablar más de ello.
Toda aquella vida sin ti es un mal sueño que no quiero recordar.
¿De verdad vas a seguir mirando por el microscopio con esa risa traviesa, hermosa licenciada en amorología desbocada?
Mi amada científica...
Así no hay quien folle.
Si necesitaras una prueba de mi amor, con gusto cortaría una muestra de mí para que me observaras al microscopio y supieras cómo mis células saltan hacia a ti hasta que mueren tristes de no llegar.
No, ese trozo no me lo pienso cortar, graciosa.
Y ríes...
Y río.
Cómo te amo...


Iconoclasta